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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Recuerden no perder de vista los dos hilos temporales que se desarrollan en el fic, pues ello es clave para ir entendiendo la historia nwn

“Si nos conocimos para lastimarnos

Entonces esto es demasiado triste.”

I for you, Luna Sea

 

       Ascendimos hasta el recién adquirido penthouse del pelirrosa. Hide mismo salió a recibirnos, conduciéndonos inmediatamente a la amplia sala de estar. Sonrió de lado al advertir que aquel día, al igual que muchos otros, Shinobu y yo vestíamos de la misma manera, luciendo casi idénticos de no ser por el color de nuestros cabellos. A mí hacía tiempo que ya me daba igual aquel asunto, pues absolutamente todo el mundo conocía las excentricidades de Ryuichi.

 

“La noche de aquel día, una vez que mi cliente se hubo ido y yo finalicé mi jornada laboral, retorné a casa. Ryuichi no había vuelto aún, tampoco Inoran, así que me dirigí a mi habitación. Me duché y me puse la pijama, deseando recostarme pronto. Aquella había sido una muy ardua sesión, por lo larga e intensa.

Una vez en mi cómoda y amplia cama, comencé a recordar lo acontecido. Muchas veces antes de aquel día también me había asaltado la duda de querer saber cómo se sentiría tener sexo con alguien por gusto propio y sentimientos de por medio. Era una especie de secreto que guardaba con celo, y el cual únicamente le había expuesto a una sola persona; un colega de mi pasado en las calles. El silencio ayudó para que volviera a escuchar sus tristes carcajadas, motivadas tanto por la interrogante como por la cantidad de alcohol que había bebido. Y tras su respuesta y una pequeña caricia en mi cabello, el chico se había marchado. Nunca lo volvería a ver.

‘-Nosotros no nacimos para eso, Sugizo.-‘“

 

-¿Gustan algo de beber?- inquirió el mayor, acercándose al bien provisto bar que había en una de las esquinas del aposento para prepararse algo.

-Yo no- respondí –y…-

-Un whisky doble para Shin-chan.-

       El banquero apareció de la nada, dirigiéndose al lado de su amigo en aras de servir el trago él mismo. Se hizo uno también, y tras entregarle la copa a su amante, fue a sentarse junto a él. Llevándose el vaso a los labios, sonrió, mirándome de reojo.

-Hay que ser un imbécil para despreciar un licor como éste…-

       Hide, previendo certeramente una pronta discusión, se acercó a mí, tendiéndome su mano para ayudarme a ponerme en pie.

-Espérame en el balcón. En un minuto estaré ahí.-

       Obedecí sus palabras no bien las escuché, ignorando gustoso y altivo al blondo impertinente.

 

“Pasaron como dos días antes de que volviera a saber algo del tal Hide Matsumoto. Era martes, un día poco concurrido en el burdel. Tras cambiarme los zapatos por unos más bajos y cómodos, crucé el salón principal para ir hasta la barra y preguntarle a la camarera por mi compañero. Kawamura cenaba su carísima paella española del otro lado del aposento, sorprendentemente solo.

-¿Qué haces?-

-Busco a Shinobu para que me acompañe- instintivamente me acerqué a mi proxeneta, pues como la chica del bar no supo decirme dónde estaba el pelinegro, asumí que el otro sabría. –Quiero aprovechar que casi no hay nadie para ir con él a la tienda veinticuatro horas a comprar unos dulces.-

-Ni hablar- respondió el otro, acabando con el plato. –Hide llamó, que viene para acá.-

Me coloqué una mano en la cintura, cambiando mi semblante por uno bastante fastidiado. -¿Qué acaso no tiene nada que hacer? No ha pasado ni una semana…- repuse, tomando como parámetro el tiempo mínimo que dejaba la mayoría de mis clientes para volver a visitarme. Mi jefe sonrió, divertido.

-Por supuesto que sí; tiene muchísimo trabajo. Pero bueno, debe ser muy “triste” vivir solo.- Dejó los palillos sobre el plato y alargó un brazo, tomándome de una muñeca y acercándome a él sin ninguna delicadeza. –Sugizo, ¿qué son esas marcas?- preguntó, cogiéndome del mentón para escudriñar mi cuello y hombros, observando luego mis brazos.

-Me las hice trabajando en albañilería... ¿O qué crees?... -

-No te hagas el idiota- contestó, interrumpiéndome. –Me refiero a que no quiero que dejes que te las hagan. Y el imbécil que lo intente, se las verá conmigo. Nadie tiene derecho a maltratar a mis joyas.-

-Sí, claro. Nadie, excepto tú mismo…- Me volteé con la intención de irme de ahí para cambiarme de atuendo. Los dulces tendrían que esperar; una razón más para fastidiar a mi cliente todo cuanto pudiera.”

 

       Llegué al amplio balcón desde el cual podía observarse gran parte de la ciudad. La vista era preciosa, por lo cual resultaba comprensible que uno se quedara ido y en silencio, observando el ir y venir de muchísimas personas. Además de eso, yo salía muy pocas veces del sitio que era mi trabajo y mi casa a la vez, de las cuales casi nunca en el día. Pero en cierta manera lo prefería, ya que las horas de luz habían sido –en mi época de libertad- las más verdugas. Pensar en todo lo sucedido las noches de cada jornada durante esos instantes de soledad e impotencia, de culpa y remordimiento, me torturaban más que cualquier infame desconsiderado. Y el inacabable repetirme que todo sería diferente al caer el sol; que ya no volvería a hacerlo. Pero aunque para entonces no tenía “mánager”, la luna me perseguía, recordándome que por más que huyera, jamás escaparía.

 

“-¿Por qué lo haces? ¿Por qué sigues?- Lo miré suspenso, casi ofendido por esas interrogantes. -¿Por qué no mandas todo a la mierda?...-

-Porque no puedo. A pesar de ser como es, resulta mucho mejor que cualquier cosa que haya vivido antes. Pero al menos no paso quejándome cuando la solución está en mis manos…-

Habían transcurrido algunos encuentros más; los suficientes para darme cuenta de esa vehemente necesidad que asaltaba a mi cliente siempre que estaba conmigo. Había entendido que yo no era solamente el receptáculo de su libido contenida durante días, sino también el forzado oidor. Me levanté de la cama sin cubrirme con nada, yendo hacia el espejo del tocador.

-Tráeme mis cigarros.-

Acaté la orden, volviendo a su lado con la cajetilla y el encendedor. Extraje uno de los tabacos, colocándolo con cuidado entre sus labios. Después acerqué la llama de color azul.

-Todavía no comprendo cómo es que te encaprichaste conmigo. Debería contarte de dónde me sacó Kawamura, a ver si así desistes en tu empeño.-

Tomó el cigarrillo entre sus dedos, exhalando una gran cantidad de humo mientras no dejaba de mirarme con semblante endurecido. Permanecía tan desnudo como yo, echado sobre las sábanas revueltas. La tenue iluminación del cuarto apenas si me dejaba recordar que su cabello era rosa. Rosa con negro.

-A estas alturas, eso me tiene sin el mínimo de los cuidados. Todos tuvimos épocas mejores.-“

 

       Escuché los pasos del asistente del banquero, quien se dirigía finalmente al sitio donde yo le aguardaba. Se colocó a mi lado y se dispuso a fumar, mirando también el cotidiano paisaje de aquella cárcel de asfalto y rascacielos, para luego voltear hacia mí.

-Hide, ¿a qué todo esto? La única diferencia es que no lo haremos en el burdel, sino en tu cama.-

       Llevaba un traje entero de carísimo casimir color amarillo chillón, una camisa blanca y una corbata en rojo, negro y blanco de bordes irregulares, que semejaba el diseño de un kilt escocés. En su mano derecha lucía un enorme anillo dorado con forma de ojo, en el dedo medio; mientras que en el anular uno del mismo color, pero más sobrio, siendo solamente una sortija lisa. Volvió a aspirar su grueso puro antes de dignarse a contestarme.

-Al menos así no tengo que compartirte con nadie más. ¿No es eso una mejoría, incluso para ti?- repuso con voz baja pero evidentemente incómoda.

-Depende. Porque si me vas a tratar como Yoshiki a Inoran, no le veo la ventaja.-

-Ni aunque quisiera, podría hacerlo. Si ya te quejas por todo, imagínate cómo sería si lo intento. En verdad puedes llegar a ser desesperante…-

       Volteé apenas escuché aquello. Instintivamente arrugué el ceño y apreté los labios. ¡Cómo me fastidiaban esos sarcasmos baratos, que lo que hacían era dirigirse a mí como única alternativa de desahogo para quien los pronunciaba! Yo no tenía la culpa de que el muy cobarde hubiera aceptado trabajar para el infeliz de Hayashi, pero aun así tenía que aguantarme sus berrinches.

-¡Nadie te mandó a seguirme viendo! ¡Si quieres, todo esto puede acabarse aquí!-

       Se quedó mirándome en absoluto silencio, con un semblante casi inexpresivo. Retiró el tabaco de sus labios y exhaló el humo con una paciencia que me erizaba los nervios.

-…¿Ya terminaste?-

       Molesto, descoloqué la mirada al tiempo que emitía un bufido. Me apoyé de lado contra el barandal, dándole la espalda. Le resté importancia a su grosería, la cual sin embargo me trajo a la mente una de las ideas que más rondaban mi pensamiento en aquellos días y que tenía que ver con mi deseo de cortar de raíz todas esas situaciones. Así fue que, sin pensarlo mucho, las osadas palabras prácticamente escaparon de mis labios.

-Pienso dejar esta vida muy pronto. Así tenga que traicionar a Kawamura, voy a acabar con todo esto. Ya han sido demasiados años…-

       Giré la cabeza levemente para observar la reacción ajena por encima de mi hombro. El pelirrosa se movió hasta quedar de espaldas contra la hermosa vista. Colocó ambos codos sobre la verja y levantó la cabeza, mirando en la dirección contraria a la del paisaje.

-¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacerlo, si se puede saber?-

       Soltó una cuantiosa bocanada y me miró verle. No lo había dicho en tono de burla   –fue evidente- pero tampoco era verdadero interés el que motivó sus palabras. Comprendí que yo había hablado de más. No existía razón en el mundo para entonces que me hiciera pensar que mi cliente era digno de confianza, siquiera para manifestarle aquello que ya se me había escapado decir. Por el contrario, toda la lógica se decantaba en hacerme creer firmemente que él, al igual que todos los demás, era una amenaza.

       Permanecí en silencio, agachando la cabeza; avergonzado al reconocer que –además de todo- ni yo mismo tenía idea de cómo llevar a cabo eso que tanto ansiaba. ¿Qué podría una pobre ramera como yo en un mundo de hombres ricos y corruptos, desalmados e inhumanos? En un mundo de hombres.

       La discusión se vio abruptamente interrumpida por unos portazos y unos gritos, de entre los cuales pude distinguir la voz del banquero. Tras huir de su compañía, Inoran había salido a la calle, aprovechando la ventaja que tenía al encontrarse vestido todavía. Me volteé hacia mi cliente y nos miramos, comprendiendo todo sin necesidad de palabras.

-Tengo que irme.-

Notas finales:

Ojalá te sientas mejor pronto, mi niña. Olvida lo pasado, y no le niegues al mundo una de las cosas más lindas que tienes: tu sonrisa.

Te quiero <3


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