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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Una simple decisión levantará heridas, abrirá agujeros, desgarrará el papel tapiz que ha estado escondiendo las grietas durante años. ¿Estarán ellos preparados para cada una de sus consecuencias?

“Sabía que no pude haberme equivocado, era usted”

Shaka caminaba con pasos presurosos en el asfalto húmedo luego de otra lluvia fría. Sus pisadas, trémulas, chasqueaban cada charco sin importa mojar sus botas en aquella noche que se le antojaba más gélida y sola que la que había vivido en esa última semana. Saga le seguía desde atrás, había intentado acercarse y seguirle el ritmo de su caminar o entender porque el cambio repentino de humor desde que habían salido de aquel Mall. Pero no se lo permitió, Shaka no dio un solo espacio para hablar, simplemente se había encerrado con su abrigo sofocándole y su boina tapando la mayor parte de su rostro. Su cabello danzaba recogido, con violencia, por el viento que recorría entre ellos con la misma fuerza. La marcha de Shaka no eran lenta, eran agresiva pero desvariada, chocando con cuantos pasaban como si fueran simples piedras en su caminar que no le importaba golpear con el ímpetu de sus aguas.

“¡Mira cuán grande está! Debe ser el orgullo de su padre”

Pasó sin decoro alguno su puño a su nariz enrojecida, aquella que contenía toda la carga emocional que Shaka llevaba tragándose desde ese lugar, desde ese encuentro en el pasillo frente a la cabina telefónica cuando Saga se había detenido a intentar llamar a su hermano de nuevo. Aquel hombre anciano que se le había acercado con algo de timidez pero sin dejar de ver sus facciones para simplemente lanzarle aquello. Llevaba consigo una escoba, lo que significaba que pertenecía al personal del mantenimiento del Mall.

Aquello que le había turbado.

“No debe acordarse de mí, pero recuerdo que una vez siendo niño se cayó luego de haber limpiado el pasillo y su padre casi me despedía por ello, porque olvidé colocar el avisó de piso mojado”

Ciertamente no lo recordaba, como tampoco podría recordar con exactitud a todos los trabajadores menores de cada edificio que su familia tenía como apoderados. Pero no le extrañaba que aquellos si lo recordara, si pudiera grabarse su rostro como parte de la familia de quienes eran sus señores.

Para la gente, ellos seguían siendo una familia. Para los empleados, su familia lejana, para todos los que una vez lo habían conocido, ellos seguían siendo familia.

“Ha sido un gusto verlo de nuevo”

Pero no lo eran… era una fachada que se había estado manteniendo por seis años, una mentira con la cual sus padres seguro querían maquillar los que ellos consideraban un error, su mayor fracaso como padres, el asco y la decepción de tener un hijo que prefería ver un cuerpo desnudo igual al de él que él de una mujer.

Y por eso caminaba así, por eso quería arrasar con todo lo que pasaban frente a él. Porqué, quizás, por primera vez se había dado cuenta que todo lo que había ido a hacer en Londres no había tenido caso alguno… Que ya no eran familia… no había nada que recuperar… Porqué ya había entendido el rechazo de su padre.

Maldijo su impulso de revisar su móvil motivado por las palabras de ese hombre. Maldijo su deseo de buscar que habían estado haciendo la familia desde que él había visto a su padre ese viernes. Maldijo la necedad de revisar si había algo nuevo. La curiosidad de ver aquella nota de ese evento que había ocurrido horas antes en ese mismo lugar, el querer leer lo que habían escrito los periodistas, el buscar fotografías de su madre aunque fuera de lejos.

Y mientras recordaba, su trayecto iba perdiendo ritmo. Conforme su mente recordaba las palabras leídas, las fotos observadas a través de su palm, la nota periodística resaltando el beneficio hacía la organización y la sorpresa de la tarde con… con el pedido del líder de la firma…

Conforme eso regresaba a su mente y se burlaba de sus sueños, Shaka tambaleaba en sus pasos en el asfalto, su cuerpo se curvaba más hacía adelante como si intentara escudarse incluso del viento frío que lo cubría.

Adoptar…

La palabra penetraba a él como si fuera una bala de un misil acertada en todo su estomago.

Adoptar… un nuevo Wimbert…

Sus labios delgados siendo mordidos. Los puños apretándose dentro del abrigo, la brisa flemática, aquello que golpeaba contra su pecho sin ningún tipo de misericordia. Mientras más se acercaban a la estación del metro, más rápido se daban sus pasos y más personas se encontraban en el camino, tropezando con ellos alrededor.

Sus parpados ardían… una nube turbia brotó de sus labios en el momento que se abrieron para dejar un halito frío. Saga veía la situación, veía como Shaka golpeaba y se enfrentaba a la multitud mientras se acercaba a las escaleras, observaba como el rubio parecía no poder más con sus propios pasos.

Y es que le dolía… saberse huérfano, saberse suplantado. Le ardía en el centro de su pecho, maldecía el origen de su apellido si eso era lo que le daría: orfandad.

—¡Shaka!—el rubio se detuvo cuando el brazo del abogado se tomó de su brazo derecho haciéndole reaccionar. A tres pasos de él, la escalera eléctrica en mantenimiento se encontraba cerrada—. ¿Qué ocurrió…?—se filtró su voz con suavidad. El decorador miraba el vacío de aquellas escaleras detenidas, tanto como se encontraba su vida en ese momento.

Levantó su mirada al alrededor. Desde su lugar, logró ver a un hombre cargando a su hijo mientras bajaba las escaleras  con su esposa tomada de mano.

—Shaka…—insistió el griego buscando su mirada para verlo, ver el rojo de sus ojos, la tensión de su rostro observando aquella escena que él mismo vio—. Shaka, por favor…

Las grandes manos del mediterráneo se tomaron del rostro del inglés, lo estrujaron, buscando de esa forma aparta la vista de aquella escena que sabía, debía arderle como hiel a la herida. Cuando esos ojos azules lo miraron por fin, supo, que ese río no estaba corriendo, que toda esa carrera de Shaka no era un río fluyendo. Era un río atascado golpeando con fuerza, buscando destruir aquello que lo contenía para ahogar con todo. Un río, enlodándose.

Saga tragó grueso cuando vio todo aquello tras los ojos enrojecidos del hombre que había ido a buscar en Londres. No sabía que pasó, pero podía intuir que algo lo suficiente fuerte como para tenerlo así. La preocupación entonces vistió a su mirada y Shaka comprendió, comprendió esa sensación que Saga le transmitía a través de sus ojos verdes.

—Shaka…

—Quiero llorar—logró decir el aludido con un murmullo apagado de su voz, pero sin perder un ápice de la fortaleza que parecía querer mostrar ante el mundo, pese a lo quebrado de sus pupilas.

—Hazlo—el rubio lo miró, imperturbable, negándose con solo ese silencio.

—No puedo…—la mirada de Saga debió ser lo suficiente clara como para hacer que él reconsiderara ampliar su respuesta—. Hay mucha gente…

El fiscal no tardó en entender lo que Shaka le había dicho con esas palabras. Miró a su alrededor, las personas pasaban totalmente ajena al dolor que tenía el hombre a su lado. Ellas seguían su rutina, y Shaka no podía permitirse llorar allí… Shaka necesitaba encerrarse y estar lejos de todo para llorar. Para permitirse esa debilidad muy lejos.

Por eso ese caminar, por eso esa desesperación por llegar a un refugio para descargar lo que contenía dentro de su pecho.

Ese era él… esa era su forma de vivir.

—Ven…—accedió, y Shaka levantó su mirada un poco sin comprender las palabras de su acompañante. Saga había soltado su rostro y desabrochó con rapidez los botones de su grueso abrigo para abrirlo, como si con ese gesto le aperturara un escondite solamente para él. El rubio volvió a subir la mirada hacía él, apenas pudiendo contener el aliento—. Aquí nadie te verá.

Y como si esas fueran las palabras claves, Shaka sintió que todo bajo sus pies se estaba moviendo, que una fuerza descomunal amenazaba con partirle en dos el pecho y como sus ojos, ya enrojecidos, empezaron a arder mucho más mientras se humedecían. Él mismo creía imposible que tal acción fuera capaz de hacerle sentir de ese modo, pero lo sentía, sentía su alma gritándole que aceptara esa oferta, sentía su corazón a punto de cansarse de tanto latir, tan fuertemente, tan implacable. Sentía su mente convirtiéndose en un nudo de respuesta, sus ojos buscando algún punto de sostén lejos de aquella puerta abierta, sus manos queriendo tocarle…

Su ser queriendo sentirle.

Para Shaka, ese solo paso fue determinante. Un paso lleno de titubeos, de evasivas, de un temblor de manos mientras se acercaban a aquel pecho, de alarmas… de alertas.

Desde que se había ido de su casa, solo a Dohko le había llorado.

Y apenas sintió los brazos de Saga rodeándole, el abrigó ocultando su rostro contra el cuello del griego, la loción de ese hombre mareándole el alma.

Shaka lloró.

 

Pero no era el único…

En la mansión de los Wimbert, nadie podía dormir luego de lo que había ocurrido. Después de aquella algarabía, pocos eran los que estaban en los pasillos en espera de que pudiera ocurrir, muchos ahora cuchicheaban en la cocina mientras la ama de llave subía una taza de té caliente a la señora y el señor de la casa se había encerrado de nuevo en la oficina.

Pandora, con poco éxito, había logrado calmar a sus hijos luego que los gritos de Radamanthys y el llanto de Fler golpearon contra cada pared de la mansión. Su pequeña niña estaba asustada y era comprensible, la voz del inglés cuando se levantaba resonaba como un rayo golpeando en tierra y dejando un estruendo a su paso. Y el llanto, el llanto de la mujer era tal que conmovía con solo verlo aún sin saber la razón de su querella. Pero la alemana lo sabía, y en silencio había intentado mantenerse al margen luego de haber presenciado un encuentro que jamás pensó podría ocurrir entre ellos, conociéndolos como la pareja que era.

Las razones eran comprensibles, la mujer también lo sabía. La posición de Fler era más que aceptable luego de lo que había ocurrido en aquella reunión y se vio obligada a forzar una sonrisa cuando su corazón de madre había sido golpeado hondo y seco. Y eso que ella no sabía, no conocía toda la verdad.

De haber sido así, realmente temía hasta donde pudo haber llegado las consecuencias.

Suspiró un poco más calmada al ver que con sus caricias en el cabello, su hija se había quedado dormida. Ya su hijo mayor también había descansado, ahora le tocaba a ella hacerlo; sin embargo, eran otros los planes que tenía en mente. Pandora se levantó de la cama con aire apesumbrado mientras recogía un mechón de su cabello negro detrás de la oreja. Pausadamente se integró hasta el tocador de la habitación y sacando sus cremas, comenzó a realizar su rutina, quitando el ya desgastante maquillaje de su rostro para ver como pocas veces veía su piel blanca y sencilla, con marcas de edad. Por cada pase de la mota húmeda que pasaba por su piel, fue inevitable para ella no recordar esos años en el que Simmons, Radamanthys, y ellas dos estaban juntos, eran un grupo, eran lo más cercano a una familia.

Pero él lo tuvo que arruinar, no solo su propio matrimonio, sino destruir a su hijastro, destrozar la familia de su mejor amigo. Simmons había destruido todo en el momento mismo que fijo los ojos en el pequeño joven que fue seducido por la experiencia.

Por eso ella no podía odiarlo, conocía a su marido, sabía con quien se había casado. Ella también había sido víctima de ese embrujo.

Ahora, lo que ocurría en la casa eran solo parte de las aún secuelas de aquel movimiento. La mujer, mirando el reflejo tras el espejo veía necesario que los autores de aquella historia estuvieran todos en el mismo sitio. Es por ello que lo hizo, que buscó su móvil y viendo la imagen de su hijo, abrió la mensajería y escribió un mensaje de texto explicito a su marido.

“Si algo no pudiste decir hace seis años a Radamtnhys, este es el momento. Shaka estuvo en aquí”

Cerrando el aparato entre sus manos, ella acomodó su cabello hacía atrás y salió de la habitación notando el pasillo sombrío. Sus pasos resonaron con lentitud en la estancia y le asombró el momento en que otra luz llenó el pasillo y vio el cuerpo de la ama de llave saliendo de lo que era antes la habitación de Shaka. Era visible en su rostro la enorme carga y cansancio que soportaba en ese momento.

—Nana Eli… ¿cómo se encuentra?

—Por fin durmió…—fue el primer suspiró que soltó la mujer mientras sostenía la bandeja con la taza vacía contra su estomago—. Señora Pandora, no la había visto llorar así desde que el joven se fue de la casa.

—Debe estar usted muy agotada—la anciana solo renegó como no dándole importancia aquello.

—¿Es verdad lo que dijo la señora? Que… que el señor—parecía que aquello costara salir—. ¿El señor… quiere adoptar a un… heredero?

—Es… es lo que dijo—respondió la mujer observando con tristeza la lágrima que descendió de aquel rostro anciano.

—¡Por Dios…!—exclamó su voz turbada—. El joven… mi niño… estuve aquí—mordió sus labios cerrando sus parpados agotados. Otra lágrima cayó del lado izquierdo—, él vino… vino hasta acá. Me dijo… que hablaría primero con su padre…

—Nana Eli…—una mano compañera en su hombro y la mujer apoyó su rostro hacía ella, en busca de consuelo.

—No pude decirle a la señora esto… No pude decirle que él estuvo aquí. Estoy segura, que de haberlo sabido, hubiera corrido a la calle a buscarlo aunque no supiera donde está…

—Hizo lo correcto—musitó Pandora intento calmarla con una voz apacible.

 

—Estoy… destrozada… Escucharle decir que no quería otro niño… que quería a su hijo…

Imposible era olvidar las palabras que en gritos Fler vociferó en la habitación de su pareja. La forma en la que ella se quitó el anillo y lo arrojó, como tumbó las lámparas, desató las cortinas, gritaba que no se había cambiado una sola pieza de la casa por su hijo, gritaba que ella había tenido un hijo.

“¡Es mi único hijo, Radamanthys!”—ella le gritó con apenas voz entendible—“. No pude tener más, ¡solo lo pude tener a él!  ¡Es mi único hijo!”—y la voz de Radamanthys no sonaba, callado, totalmente mudo mientras su mujer desesperada lloraba como si de nuevo le hubieran arrancado la matriz—“. Mi único hijo, él único fruto de mi vientre, ¡él que te di a ti! ¡¿Cómo pretendes sustituirlo?!”

Y forcejearon… y cayeron retratos matrimoniales y adornos, perfumes y bolsos. Hubieron reclamos… él le recordaba que antes de que Shaka se fuera, ella le había comentado de la posibilidad de adoptar y él no quiso, porque para él solo existía un Wimbert, solo su hijo Shaka. Su esposa en contraataque le decía que por eso no iba a aceptarlo, sabía lo que significaba, lo conocía. Que si entraba otro Wimbert en casa sin saber de Shaka, ella se divorciaría y se iría.

Eso fue el detonante… Radamanthys perdió el control, gritó. Reclamó diciendo el porqué tenía que abandonarlo a él si le había entregado su vida, si no le había fallado, si jamás le había mentido. Fler ahogada de dolor le gritó que despreciar a su hijo era despreciar lo más hermoso que ella le había entregado en su matrimonio, lo único en el mundo que atestiguaba que ella había sido mujer aunque jamás pudiera dar de nuevo vida. Las cosas se acaloraron, ella amenazaba con irse, había tomado una maleta para salir de esa habitación y dormir, por primera vez en casi treinta años de casados, lejos de su esposo. El inglés entonces reaccionó; quiso atentar contra la habitación que aún guardaba de su hijo. Dijo que la iba a eliminar, que iba a quemar todo lo que Shaka había dejado, iba a acabar con aquel santuario y ella, desesperada, corrió tras él.

Para ese punto nadie estaba seguro de que sucedería. Radamanthys había salido como un animal descarrilado, con la camisa afuera, la corbata colgando, su cabello siempre arreglado estaba desaliñado por la cantidad de veces que pasó sus manos por la cabeza. Iba decidido, sus pasos estaban ya programados para aquella habitación y su mujer lo seguía totalmente angustiada con las lágrimas ya lavando su rostro. Y él abrió la puerta y toda esa furia se contuvo. Siquiera pudo entrar a la habitación…

Fler fue quien entró echándolo un lado para caer sobre la cama llorando y clamando que no lo hiciera, no tocara el cuarto de su hijo, no destruyera lo único que le quedaba de él. Pero aquel clamor ya no era necesario, cualquier intención de Radamanthys habían quedado hechos añicos en cuanto la presencia de Shaka aún gobernando ese lugar como un ente fantasmal golpeó sus sentidos.

—El señor Radamanthys—continuó la joven mujer luego de ese silencio donde ambas recordaron lo ocurrido hacía poco más de una hora—, ¿Donde está él?

—Entró al despacho y luego solo se escucho objetos caer… he de suponer que todo eso debe estar destrozado también. De allí… nadie se ha atrevido a entrar.

—Lo entiendo—un respiro ahogado por parte de la alemana—. Voy a verlo, por favor prepara también te y una vasija con agua tibia y un paño.

—Sí, señora…

Dejando a la anciana atrás, Pandora decidió seguir su camino hasta el despacho de la casa.

Tal como esperaba, la sensación que había frente al despacho era la del vacío, como si allí se detuviera el tiempo. Un espacio totalmente turbio y lleno de nada que ahogaba y apresaba cualquier rastro de luz. No había lámpara encendida, tampoco se escuchaba el sonido de cualquier objeto moverse además del reloj. Aquello le había preocupado, porque sabía y ya conocía a Radamanthys lo suficiente como para saber que ese silencio tan palpable no era un buen indicio.

Con sigilo, Pandora esperó en el lugar hasta que la anciana llegara con la bandeja y los utensilios pedidos, mientras verificaba el fluir de las acciones conforme el tiempo. Solo había silencio, por lo que la espera se le hizo agobiante. ¿Hasta qué punto serían las heridas que cargaba Radamanthys tras lo sucedido? No lo sabía… tan herida estaba ella, que jamás fue a ver cómo estaban aquella familia que había quedado mutilada a causa de su esposo y ahora que había decidido regresar y ayudar en algo se había encontrado con heridas llenas de pus, infectada por el tiempo, las palabras no dichas y las hipótesis fundadas en esperanzas quebradas.

La casa era tan solo una muestra de ello…

Con un largo y profundo suspiro, la mujer tomó la bandeja con su izquierda y tocó la manilla con su derecha, una manilla de bronce labrado en figuras antiguas. La jaló hacía abajo, escuchando el característico sonido del seguro al abrirse y esperando, en silencio, alguna reacción dentro. No hubo ninguna y aquello no supo si tomarlo como bueno o malo, así que se armó de valor y abrió la puerta, dejando a la ama de llave afuera y penetrando en la oscuridad de la habitación. La señora Eli solo vio cuando la puerta se cerró frente a ella.

Y ciertamente, el panorama no era tranquilizador. Dos de los seis libreros apoyados firmemente a la pared yacían en el piso, arrancados como si hubiera sido la fuerza de una bestia y con los libros, antiguas colecciones de quién había sido su tío, en el suelo. También sobre la alfombra de corte hindú se hallaban la pequeña mesa de madera caoba labrada como un juego de Martini en el suelo, junto a las dos sillas del mismo diseño victoriano. Y para completar, los rastros de vidrio, mucho vidrio y bebidas que provenían, si subía un poco la mirada, del bar de la oficina totalmente destruido y las botellas que, aún colgando, dejaban goteando el líquido que se mantenía en los retazos de su forma.

Además, no era solo oscuridad lo que había dentro de aquella oficina. Al final se podía ver la intensa luz de luna y del farol del jardín iluminando la habitación con luz tenue. Era visible que también había arrancado la gruesa y elaborada cortina de satén al suelo y que había más vidrio, vidrio que no era proveniente de la ventana, al menos. Pandora lo que podía ver al final de todo el desastre armado, era la figura de un hombre cabizbajo sentado frente al escritorio, a contra luz, con su vista puesta en algo sobre la madera mientras el silencio parecía ser lo único que lo confortaba.

Viendo que ese hombre, Radamanthys, no había dicho nada ante su presencia en el lugar, se acercó a él hasta dejar la bandeja de plata sobre el escritorio desordenado y observar que todo cercano a este había sido destrozado.

Libros en el suelo, un juego de bebida de cristal partido en la alfombra, papeles, uno de los libreros destrozado aunque aún estaba contra la pared debido los tornillos que lo mantenían de pie…. Todo; excepto una repisa a su derecha, justo a la dirección donde siempre reposaba la pantalla de su computador, una repisa que al verla Pandora sintió un nudo en la garganta.

Allí estaba, inmóvil, implacable, imperturbable. Allí estaba lo que para ese hombre era más importante que su fortuna, que su dinero, que las acciones y negocios, que sus triunfos económicos y la solvencia de capital, que el flujo de divisas, que sus estrategias de inversión… su familia.

Sobre la repisa, un cuadro con el retrato de su matrimonio con Fler, ella vestida en ese sencillo traje blanco que cubría su cuerpo, con un tocado hermoso en su cabello que dejaba caer mechones dorados por sus hombros y espaldas. Y él, detrás de ella, abrazándola sobreprotectoramente, sin sonreír… porqué no podía, porque le costaba, porque la vida le había borrado una sonrisa desde muy niño, porque solo a ella podía sonreírle y no a las cámaras; aún no había aprendido a hacerlo.

En la repisa… los premios que Shaka, su hijo, había ganado en el futbol durante su infancia y adolescencia. Fotografías de él en el futbol, sus medallas, sus trofeos, sus balones de plata y bronce, su orgullo.

Cerca del escritorio, incluso la pantalla del computador yacía destruida en el suelo, pero esa repisa y ese cuadro no recibieron rasguño alguno.

—Qué haces aquí…—había ausencia de emoción en su voz, pero Pandora pudo leer en ella la leve interrogante. Dejó de ver a aquella repisa que había conmovido su alma y se acercó a él, posando una mano en su tenso y rudo hombro.

—Estoy preocupada por ti—le confesó la mujer con voz fraternal, dirigiendo su vista a lo que yacía debajo de los brazos del inglés, justo sobre el escritorio.

Aquello… aquello había sido suficiente para obligarla a soltar el aire de sus pulmones de forma dolorosa. Era visiblemente la hoja de vida de Shaka Spica, su fotografía luego de 6 años sin haberlo visto, un currículo laboral con dos gotas de sangre manchando su pulcra imagen. Levantó un poco sus ojos claros para ver el puño cerrado del inglés y como la sangre se agolpaba hasta formar una espesa gota que acompañó a las demás, como si estas fueran lagrimas, verdaderas lagrimas, esas que Radamanthys no era capaz de dejar brotar, porque simplemente no salían. Era como piedras en su garganta.

—Radamanthys…—murmuró con voz quebrada, mirando aquella fotografía al lado del puño derecho del hombre, cerrado con frustración—, suelta eso… suelta lo que tienes en mano.

En silencio el hombre obedeció, abriendo lentamente su puño para mostrar una gruesa y filosa porción de vidrio que había estado lastimando su mano, hiriendo su palma y haciéndola sangrar. Por la profundidad de las heridas Pandora comprendió la forma en que apretaba aquello aunque para él ese dolor, fuera más bien un tranquilizante. La pieza de vidrio cayó sobre la madera, pero la vista de Radamanthys no se había movido de su sitio.

De nuevo, ambos se quedaron callados, ella con su mano sobre su hombro, él con la vista en la fotografía de su hijo.

¿Cuánto tiempo era necesario para hablar? Pandora se encontraba sin palabras ante la visión que le era presentada, ante la realidad de esa familia que para ella representó el debe ser. Conocía a Radamanthys desde muy joven, conocía su historia y por ello, ver como había logrado formar una bella familia la había llenado de admiración. Ella quiso lograr algo así con Simmons, esa era su utopía. Pese a ser una mujer independiente y capaz, aquello no quitaba sus deseos de tener una familia fuerte como la que no pudo disfrutar, como había ocurrido con Radamanthys en su niñez.

Ser el padre que no tuvo… Radamanthys siempre le dijo eso y ella creía, fielmente, que lo había logrado.

—Todo lo que logró…—musitó él, y ella metida en sus pensamientos apenas lo vio de reojo, notando el perfil de ese hombre contorsionado por la agonía interna—, todo lo que hizo… sin mí.

—¿Querías estar con él?—preguntó ella, extendiendo su mano hacía la bandeja de plata para acercarla a ellos y curar su mano herida.

No respondió, solo dio un quejido de dolor cuando ella llevó su mano hacía el tazón de agua tibia para limpiar el rastro de sangre. Pandora hizo caso omiso de aquella queja y paso suavemente aquel paño húmedo para verificar la amplitud de la herida. Por momentos, solo se escuchó el agua caer en algunas gotas en todo el lugar.

—Siempre que algo te dolía al punto de querer llorar, primero golpeabas muchas cosas y luego, herías tus manos con los pedazos de madera o vidrio que quedaban—comentó la mujer alemana, pasando el paño con suavidad—. Si terminabas llorando, lo justificabas con el dolor de las heridas para sentirte menos débil.

—¿Simmons te pegó el psicoanálisis?—replicó él, sin mover su mirada. Ella sonrió con melancolía.

—Solo repito lo que él me decía en ese tiempo. En todo caso, no estaba equivocado, ¿cierto?—él prefirió no contestar, mordiendo sus labios con la vista fija en la fotografía de su primogénito—. Es decorador…—ella lo miró buscando alguna expresión—. Acaso… ¿es vergonzoso para ti eso?

—Pudo haber sido un psicólogo…

—¿Quieres a tu hijo el psicólogo?—Radamanthys tragó grueso, moviéndose su nuez de Adán en el proceso—. Por favor… sé sincero contigo…

— Quiero al hijo que me veía como padre.

Las palabras de Radamanthys decían más de lo que él quería confesar.

Pandora bajó la mirada, enfocándose en la labor de limpiar la herida de aquella palma mientras pensaba en esas últimas palabras. También recordaba lo que había sido para Radamanthys su niñez, su padre, que no tuvo cariño de ningún tipo por parte de él, y que solo fue usado para ser parte de la guerra que mantenía con la esposa, quien terminó siendo su madrastra. Conocía lo estricto que había sido con Radamanthys en todo, el rechazo que recibió él por parte de aquella mujer y los hijos que eran sus medios hermanos. También, los rumores de lo que ocurrió para que su madre verdadera lo dejara. Él ciertamente no había tenido una infancia y juventud sencilla, pero era un hombre fuerte, de principios firmes y aún así respetuoso.

—Vino a mí, de esa manera—el hombre de repente cortó el silencio, prosiguiendo con su mirada al vacío—, mostrándome sus logros… con esa altanería. Queriéndome mostrar que estuve equivocado y que no me necesitó… pero sí aceptó la ayuda de otros… de otro.

—¿Querías que volviera a ti?—preguntó sin verlo, solo dándole tiempo.

Y en ese momento, el hombre arrojó un puño con su derecha contra el escritorio, asustándola. Un puño contra aquella fotografía… labios mordidos y parpados cerrados con fuerza, el cuerpo temblando, la severidad quebrándose.

—Él quería ser un psicólogo…—su voz, por primera vez quebrada—, un psicólogo… Le compré los libros, le escuchaba sus conclusiones cuando los leía. Lo vi fascinado buscando entender la mente humana…—volvió a golpear, con menos fuerzas—. Él no es esto…  no es esto…

—Pero también le gustaba el arte, desde pequeño. También pintaba, le gustaba la música, los colores…

—¡No se trata de eso! ¡NO SE TRATA DE ESO!—se levantó de su asiento, dio una vuelta sobre su mismo eje llevándose ambas manos a su cabeza, como si no pudiera soportarla sobre su cuello.

—¡¿Entonces de qué se trata?!—se puso de pie la mujer queriendo entenderlo, comprender el nudo de toda la frustración que Radamanthys guardaba—. ¿De qué se trata Radamanthys?

—No me importaba… si él quería ser médico o bailarín, eso no me importaba.

—Entonces…

—Pero él no quería ser eso… él no quería ser eso.

—Estoy segura que si él decidió estudiar esto, ser esto, es porque lo apasiona tanto como le apasionaba la psicología—puso su mano en el pecho, viéndolo cabizbajo—. Tú conoces a tu hijo, Radamanthys. Sabes que él no es de hacer algo que no le apasione, que no lo viva. Así como vivía cada vez que entraba en los campos de futbol—el hombre contraía su rostro, temblaban sus mandíbulas—, así como se apasionaba al pintar sin importar ensuciar sus camisas, así, de la misma forma en la que te hablaba de las teorías del psicoanálisis. Así mismo… así mismo de seguro.

Pero Radamanthys solo renegaba, movía su rostro en señal negativa, sentía que tenía una implosión envolverle por dentro con solo ver aquella fotografía, aquel papel, aquella muestra de lo que era su hijo en ese momento. El padre no podía expresar con palabras lo que tanto le dolía, le ardía por dentro. No podía expresar lo que más le lastimaba de todo lo ocurrido. Y Pandora podía verlo, podía comprender que había más dentro de él.

—No es su inclinación, no es su carrera… ¿qué es Radamanthys?—pasó su mano por la mandíbula gruesa del inglés, acunando su rostro, obligándolo a subirlo un poco para ella verlo mejor—. Lo amas… amas a tu hijo Radamanthys mira cómo estás, ¿para qué negártelo? No pudiste siquiera tocar su habitación, tampoco sus trofeos aquí. No puedes contra su recuerdo, ¡lo extrañas!—apretó más sus mandíbulas. La voz de ella se quebraba al paso de sus palabras y de la indignación intentando hacerle ver a su primo lo que era obvio para sus ojos—. Radamanthys… lo amas. Tu, esta casa, tu vida entera se ha estacionado por él. Necesitas verlo…

—No quiero verlo—voz ronca, temblorosa. Sus labios apenas se abrieron para dejarla salir mientras sus parpados se abrieron—. No quiero verlo así…

—Radamanthys…

—No quiero verlo… no quiero que vuelva a restregarme lo que logró e hizo sin mí. No quiero verlo cumplir eso…

No era su inclinación… no eran sus gustos, no eran sus aficiones, no era su carrera… Pandora veía a Radamanthys con verdadera preocupación, insistiéndole con la mirada, acariciando suavemente los pómulos de ese hombre que se veía golpeado por la vida, por sus propias heridas sangrantes.

—Entonces…

—No quiero saberlo…—“Porque yo no estuve allí…”—, lo que hizo estos años, no quiero saberlo—“Porque no me necesito…”—. No es él…

“No reconozco su mirada…”

El hombre no pudiendo hablar más, solo tomo suavemente el dorso de la mano derecha de su prima y destino un beso seco a ella, indicándole la separación. Dejándola de pie y frente a la ventana, el hombre caminó hacia su derecha, evadiendo la pantalla en el suelo y los rastros de vidrio, acercándose hacía la repisa. Su mirada dorada se quedó clavada en los recuerdos, con sus manos metidas en sus bolsillos, la camisa abierta hasta la mitad de su abdomen, despeinado… golpeado, visiblemente afectado.

—Su título universitario…—musitó Pandora tomando aquella hoja olvidada en el escritorio—, sus logros, eso también podría estar allí.

—No…—el rostro de la mujer se contrajo apretando aquella hoja contra su pecho—, por qué él ya no me ve como un padre.

Y lo comprendió… Ella lo comprendió.

—Desde antes de irse…—una lágrima que rodó a su derecha, la única de la noche—. Fracasé como padre…

“El dejó de verme a mí, y no me di cuenta a tiempo…”

En el taxi, entre tanto, Londres corría a velocidad en el espejo mientras Saga observaba la negrura de la noche. Shaka estaba apegado a su pecho, dormido, luego de haber estado alrededor de cuarenta minutos abrazado a él y llorando en el metro, diciendo: “ya no soy su hijo, dejé de ser su hijo”. Suspiró, descansando su cabeza en el espesor del asiento por un momento mientras seguía acariciando los lacios cabello rubio que caían en sus manos. Había visto esa publicación, Shaka se la había enseñado. Había observado el dolor que le había creado a Shaka ver que habría una adopción en la familia mientras su padre no lo había aceptado.

¿Por qué? ¿Realmente su padre lo odiaba? ¿No existía ningún sentimiento para él? No lo entendía, no podía comprenderlo.

Volvió su vista al rostro rubio inflamado de llorar, aún había rastros leves de rubor en  la zona de sus ojos. Shaka así lucía vulnerable, así mostraba su verdadera naturaleza; pero estaba seguro que al día siguiente, en la mañana, Shaka estaría de nuevo de pie, ayudando a su abuelo o coordinando para marcharse, fuerte e impenetrable…

Suspiro. Aquello le gustaba y preocupaba al mismo tiempo de él. Hacía ver para el mundo que no necesitaba de nadie cuando en realidad era totalmente distinto. Si los necesitaba, a todos, a cada una de esas personas; solo que no sabía expresarlo sin sentir lastimado su orgullo.

—Te cuesta comunicarte sinceramente con las personas, supongo que porque así te criaron—sacó de su grueso abrigo la pequeña bolsita de terciopelo que contenía aquella cadena de oro que le había comprado, semanas atrás. La sacó y con cuidado buscando no despertarlo la pasó por su cuello para luego asegurarla en su pecho—. Te es más fácil escuchar a los demás que hablar de ti mismo, pero aún así, no dejas de ser tu con todas tus matices—vio la S de su dije—. Me gusta eso de ti…

El sonido del mensaje en su móvil lo distrajo por un momento, sacándolo del abrigo para ver la notificación de un nuevo correo. Venía de parte de Marin.

“Tu madre acaba de llamarme para avisarme que todo salió bien con tu hermano. Al parecer, tu padre también quiere verlo. Cuando puedas, comunícate con ellos. Disfruta tu viaje”

Sonrió. Suspiró. Volvió a verlo.

—Kanon puede ser libre por fin del silencio de quince años que se impusieron entre ellos, espero que tú puedas estar libre algún día de todas tus culpas, Shaka. Espero estar yo contigo para celebrarlo—acarició con suavidad su mejilla sonriendo al verlo acomodarse mejor con la cadena en su cuello—. Te quiero y corro el peligro de amarte Shaka, pero ese es un peligro justificable.

Aunque vinieran más piedras, aunque el río trajera más lodo… si aquel río que era Shaka era demasiado imponente e indomable, él sería un mar de tanta amplitud que no podría con él… encontraría reposo en él, en su vaivén, luego de una vida en constante carrera hacía el futuro.

Él quería que fuera así y lucharía por ello…

Notas finales:

Ante que todo:

¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ NUEVO AÑO! ¡FELIZ DIA DE REYES!

Me alegra y mucho poder estar aquí y dejándoles este nuevo capitulo de Color y Vida. Agradezco a todos los que se han tomado el tiempo de leer, los que me han comentado, los que están al pendiente de este escrito que literalmente salió de mis manos. Según tengo programado, solo faltan 10 capitulos para cerrar, espero y no haya problema por ello para acabarlo y poder cerrar otro de mis más largos fics, casi a la altura de Cruce.

Este capítulo para mi fue crucial e importante, plasmar los sentimientos de Shaka y Radamanthys ha sido dificil, porque son personas que como han podido conocer en la trama, son cerradas, orgullosas y les cuesta demostrar lo que sienten. A partir de ahora, solo quedan la toma de decisiones y cada uno tomará el camino que crean necesario.

Espero puedan acompañarlos ahora a la recta final. Aunque los protagonistas principales de la trama son Saga y Shaka, los demás personajes también se van enrumbando para llegar a un puerto. Intentaré cerrar todos los ciclos de forma convincente, de manera que no quedemos con la sensación de qué ocurrió con algunos de ellos. Les agradezco, en nombre de mis personajes, el tiempo y la paciencia que han tenido con nosotros.

Muchas gracias por su atenta lectura.

 


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