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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Hola, bellas; aquí cumpliendo con constancia uno de los mandamientos de mi religión ("Si escribes fanfics, habrás de publicarlos para el deleite de tus hermanas en el yaoi") XDDD

Saluditos calurosos a Ichigo. Bonita, apenas pueda me comunicaré contigo como la gente decente, que sólo pude forzar el tiempo para evitar caer en pecado, jijiji :3

Que disfruten la escena n.n

       Era sábado después del mediodía. Yoshiki me había llamado horas antes para preguntarme qué tal la había pasado aquella primera noche en mi nuevo apartamento de lujo, haciendo especial énfasis en cuánto “deploraba” que yo hubiera dormido solo. Por más que se empeñara en hacerme creer lo contrario, yo sabía muy bien que hacía días que Ryuichi no había vuelto a dejar salir a Inoran del burdel. Pero así era mi jefe: necesitaba señalar en los demás las cosas que precisamente lo atormentaban a él.

       Me propuso que nos reuniéramos en mi casa y llamar a Kawamura para que nos enviara a los chicos, confesándome que él mismo le había comunicado al yakuza mi interés de pagar por la exclusividad de Sugizo. Respecto de ese punto, y a pesar de todos los pros que me había hecho ver el rubio, yo no me encontraba muy seguro. Pero no era por mí, sino por mi pelirrojo amante. Sabía que para él, el gesto no sería ni remotamente un motivo de agradecimiento ni de tregua.

       Como a eso de las dos de la tarde arribó mi superior, conduciendo su suntuoso Porsche. Tomó el ascensor y pronto estuvo conmigo bebiendo y hablando generalidades del trabajo. Todo discurría normalmente para mí, hasta que una afirmación proveniente de sus labios me hizo quedarme boquiabierto.

-Voy a llevarme a Inoran con nosotros a Norteamérica mañana.-

       Aunque no era que me preocupara en demasía el futuro de un tipo como aquel, yo todavía seguía siendo su mano derecha; el sujeto más próximo a su cuello. Tragué saliva con dificultad.

       Hacer una aseveración de esa índole podría haberle parecido un asunto vano a cualquiera. Cualquiera, claro está, que no supiera la clase de obsesión que Ryuichi Kawamura tenía con sus dos prostitutos favoritos. Imágenes de sus catálogos de joyas para el negocio bajo cuyo nombre lavábamos gran cantidad de su fortuna, y destinatarios de carísimos regalos de esta misma mercancía, aquellos dos “damitos” constituían –si se puede decir así y por el hecho de vivir bajo el mismo techo- su única familia conocida. Ninguno de los dos ponía un pie fuera de su burdel-hogar sin que él lo permitiera, si bien uno tenía más rango que el otro. Además –y sobre todo en el caso de Sugizo- eran los únicos capaces de levantarle la voz y decirle las cosas más impensadas; definitivamente utópicas para la mayoría. Nadie deseaba conocer de cerca y en persona cuánta de la mítica y terrible fama del hombre de los anillos plateados era cierta.

       Pero ni todas esas rarísimas cosas se comparaban con la situación específica que tenía el andrógino y callado chico de los ojos oscuros y brillantes como el ónice. Inoran permanecía atado a su protector como por una especie de hechizo inexplicable, porque jamás podría haberse argumentado que se le entregara con pasión y convencimiento. No cuando su mirada delataba un vacío insondable; casi lastimero. Pero él era, para Ryuichi, una especie de quebradiza y efímera rosa negra que debía preservar de su decadencia a toda costa. De no haber sido porque jamás concedí que el amor pudiera tomar formas tan mórbidas –nadie vende a quien posee su corazón- habría creído que Kawamura lo amaba. El secreto de todo ello estaba para entonces fuera del alcance de mortal alguno. Me atrevo a pensar que incluso del de Sugizo.

       No se me ocurrió nada coherente qué responder. Probablemente, alcé mis cejas en una expresión de incredulidad, ya que mi interlocutor sonrió con ambición, al tiempo que movía la bebida en su vaso.

-Kawamura se cree intocable, pero alguna vez tenía que convencerse de lo contrario. ¿No te parece, Hide?...-

       El hecho mismo de que el acaudalado proxeneta le cediera su favorito a Hayashi nunca dejó de perturbarme, pareciéndome estúpido por parte de ambos –por la ingente tensión que eso significaba- mas paradójicamente comprensible. No podría decir con exactitud cuál de los dos corruptos hombres era el más orgulloso. Y era cuando de nuevo apelaba a aquella curiosidad que probablemente nunca satisficiera, preguntándome qué demonios tendría que haber en la mente de Inoran para, luego de ser designado como potencial manzana de la discordia en medio de la liza, seguir siendo leal a su lunático patrón. Miré el reloj ansiando cambiar de tema; objetivo que logré al advertir que se acercaba la hora de la cita. Me levanté tras emitir un pequeño suspiro, y le dije a mi jefe

-Será mejor que te ocultes, al menos mientras hablo con Sugizo sobre lo de la exclusividad. Si te ve aquí desde el principio, pensará que lo hago porque me estuviste manipulando, y la verdad, prefiero ahorrarme discusiones. Luego podemos fingir que llegaste más tarde y que tenías llaves…-

-Ya déjate de tantas consideraciones con esa zorra, Hide- me interrumpió el menor con fuerte tono, tras de lo cual ambos permanecimos en tenso silencio. Dejó el vaso sobre la mesa y también se levantó, colocándose las manos en los bolsillos. –No vayas a perder la cabeza por alguien así. Recuerda que eres tú el que manda.-

       Se fue a la recámara y me dejó solo con mis pensamientos.

 

“El pelirrojo se rió de mi advertencia, permaneciendo de pie donde estaba, en aquella pose aprendida que asumo siempre tendría en aquellos casos. Una mano sobre la cintura, mientras el otro brazo quedaba libre junto a su costado. Las caderas un tanto echadas hacia adelante, permitiendo ver por encima de la pretina de su cortísima falda aquellos dos huesos afilados y sensuales a ambos lados de su vientre.

-¿Y qué será esto? ¿Una competencia de quién es más patético? ¿Un encuentro de telenovela?- Me dijo con aplomo en la voz. Yo, que no estaba dispuesto a seguir escuchando esas acusadoras palabras de boca de nadie, me adelanté hasta agarrarlo por esa vertiginosa pelvis cuya existencia me desesperaba. Mis manos ansiaban manosearlo con avidez y rudeza, pero mis ojos no podían separarse de ese labial de color tan vulgar y barato.

-Algo así. Ponle un nombre, si quieres. Uno como “La puta y el criminal”. ¿Te gusta?- Toqueteé entonces su ceñido trasero sin quitarle la mirada de los ojos. Pude sentir mi hombría dura rozarse contra su muslo a través de la tela de mis bóxers, no siendo capaz de distinguir cuánto de ese efecto tenía que ver con la apariencia de mi objetivo, y cuánto con mi objetivo en sí mismo. -¿Verdad que ustedes nunca besan a sus clientes?- le pregunté con sarcasmo, percibiendo el tenue temblor de su respuesta: la cereza en el pastel de mis irracionales deseos. –Pues muy mal hecho. No saben la falta que hace eso antes de cogerse a alguien…-

Lo besé con fuerza, robándole el aliento y las palabras. A pesar de que aquello, más que una caricia era sin duda una competencia, las sensaciones provocadas por la tenaz lucha de nuestras lenguas y labios me complacían intensamente de una manera hasta entonces desconocida para mí. Jamás había experimentado otra cosa que no fuera la seducción dulzona y lenta; tan prototípica que llegaba a ser desabrida. Pero delante tenía a un maleducado mocoso que a pesar de conocer a la perfección cómo iba a terminar todo, se resistía como si su vida dependiera de ello. La adrenalina me recorría con turbulencia.

Sentí su pierna entre las mías y su mano descendiendo en mi abdomen hasta llegar a mi virilidad. Me quedé inmóvil, deseoso de experimentar las fricciones, pero en el momento en que escuché mis propios gemidos ahogarse en los besos que aún nos propinábamos, reaccioné.

Empujándolo, hice que se tendiera boca arriba en el lecho. Acto seguido, y sin protestas de su parte, me deshice de su falda y su blusa transparente, dejando que conservara sus altas botas negras y charoladas, junto con su gargantilla. Di dos pasos hacia atrás y me dediqué a observarlo.

-No me he equivocado al juzgarte. ¡Bien se ve lo mucho que disfrutas lo que haces!-

Garboso e insinuante aun en una situación que no era producto de su voluntad, el menor me desafiaba con la mirada. Sabía que yo estaba perdido en la contemplación; no habría manera de creer que no se había dado cuenta, asumí, tal vez ingenuamente. El frío blanco alabastrino de su dermis a mí me encendía, enfureciéndome a la vez por ser el lujoso marco del retrato de una criatura en extremo terca e irreverente. Embrujadora.  

-Y tú estás asqueado por tener que acostarte conmigo. Tanto, que ya comenzaste a vestirte y no piensas quedarte por nada del mundo. Ahora lo único que cruza tu mente es el hecho de que te sientes como un pobre estúpido porque ni siquiera eres capaz de gastarte el dinero que hiciste de mala manera. ¿Verdad?…-

Cada vez que yo lograba olvidar el maldito tema por virtud de su imagen, él tenía precisamente que volver a traerlo a colación. Con un gesto que preludiaba las consecuencias de mi disgusto, me acerqué a la cama y acabé de desnudarme, colocando mi mano en mi miembro, y en mi tono toda la frialdad que evocaba en mí el recuerdo de mi culpa.

-¿Sugizo te llamas, no? Deja de hacerte el interesante y comienza a trabajar. Demuéstrame que vales tu precio, porque no pienso pagar por algo que no usé, así seas lo mejor que haya en este maldito lugar.-“

 

       El ruido de un claxon desesperado abajo en la calle me trajo de vuelta por un instante. El único sonido entonces perceptible en las cercanías era el televisor encendido en mi habitación, así como la manera incesante en que Yoshiki pasaba los canales. Me levanté del sillón y caminé hacia los grandes ventanales que constituían el acceso al balcón. Me ubiqué frente a ellos, pero sin abrirlos. No hacía falta para obtener, aún desde ahí, un gran pedazo de hermosa vista citadina. Suspiré a causa del recuerdo que aún no era capaz de alejar de mi mente.

 

“Él permaneció quieto, impasible. Acurrucándose de lado, expresó por fin

-No me da la gana.-

Poco acostumbrado como estaba yo a lidiar con gente que tuviera semejante tipo de personalidad, estallé, abandonando en el acto la idea de concederle al bello pelirrojo la posibilidad de entendernos sin llegar a la violencia. Pero él se lo había buscado.

-¡Ahora sí que acabaste con mi paciencia! ¡Prepárate, porque no pienso ser clemente!-

Salté sobre él, volteándolo hasta dejarlo boca abajo; inmovilizándolo con el peso de mi cuerpo. Tomé sus brazos y se los crucé por detrás de la espalda, ubicándome entre sus largas piernas, haciendo que las separara hasta un ángulo que probablemente ya le causaba dolor, debido a la forma en que para entonces se sacudía.

-En la vida había escuchado que una maldita zorra se atreviera a dar lecciones de moral- dije con sincero resentimiento, sin poder olvidar el tema que me crispaba los nervios y me tornaba peligrosamente irascible con violenta rapidez. Miré su cuerpo retorcerse bajo el mío, maquinando inmediatamente las formas más eficaces de vengarme de sus desconsideradas palabras. No me tardé.

Aparté su bonita braga escarlata con encajes de sobre su trasero y entrepierna, buscando el calor de su zona íntima. Introduje mi grueso dedo medio en su ano, descubriendo, para mi molestia, que ya estaba lubricado. Como fuera, la intromisión así tan brusca de todas formas no le resultaría agradable, hecho que pude comprobar por sus reacciones. Me incliné un poco para sentir más de cerca su temblor y su respiración agitada, la cual se ahogaba contra la almohada; todo ello sin dejar de mover mi mano.

-Anda, putita…- susurré primeramente, casi encima de su rojiza cabeza. -Dime lo mucho que te gusta. ¡Grítalo!-

De un momento a otro, el prostituto consiguió liberar su rostro, comunicándome luego que no había tenido suficiente.

-Suéltame… ¡miserable!- Al oír los primeros sonidos de aquella última palabra, mi dedo índice se movió como si albergara vida propia, uniéndose al movimiento que llevaba su compañero. Sentí cómo, a duras penas, el pequeño músculo ajeno apenas si les daba cabida hacia su interior. -¿Es esta… la única manera en que puedes… lograr que alguien… te satisfaga? ¿¡Tan basura eres!?-

Así hubiera tenido que violarlo –cosa que hice en aquellos instantes mismos- no me iría del lugar sin derrotar esa lengua venenosa que no cesaba de azuzarme. Y al menos por unos momentos se dignó a complacerme con su silencio, convencido con la elocuencia del ímpetu de mis embestidas.

Después de un rato y cuando percibí que sus miembros ya no oponían verdadera resistencia, opté por voltearme y hacer lo mismo con él hasta que estuvimos en la posición de la cuchara. Tomé además su miembro, el cual, como supuse, se encontraba ya erguido y necesitado de atenciones.

-¿Qué… haces?...- dijo el chico con suave y agitada voz cargada de molestia. He de confesar que ese tono no dejó de sonar encantador, pues aunque denunciaba desagrado, no era impertinente como el resto de su charla, sino más bien incitante.

-…Cállate. Ni te atrevas… a decir que no lo estás disfrutando… Sólo… ¡mírate!-

Presioné su órgano con más fuerza al tiempo que no dejaba de acometerlo. Pequeñas gotas de sudor se hicieron presentes sobre mi frente y en mi pecho, además de la sensación creciente que nublaba mi mente para entonces. Mis ojos se posaron en la deliciosa carne que tenía delante –la de su espalda y hombro inmaculados- y la tentación de marcarlos con las pruebas de mi voracidad y dominio se hizo enorme. Me acerqué certero y clavé mi dentadura en la distancia que mediaba entre su hombro y cuello, recibiendo como recompensa los primeros gemidos de mi amante.

A partir de ahí, la experiencia fue tan arrebatadora que no tuvo que pasar demasiado tiempo antes de que yo me viniera, exhausto pero harto de placer. Pude percibir asimismo que –y aquello le otorgó verdadero sentido a toda la contienda entre el hermoso desvergonzado y yo- si hubiera habido que darle la razón a alguno de los dos en sus fanfarronadas, definitivamente no habría sido a Sugizo. Pocos segundos después de mi orgasmo, percibí su semen espeso impregnar mis dedos y palma.

Pasado el tiempo necesario para que yo me levantara del lecho y me vistiera, me dirigí a la puerta, volteando antes de cerrarla. El pelirrojo me miraba desde la cama, acurrucado sobre el satén revuelto, en la misma posición en que le dejara. Sus ojos marrones se clavaban en mí con fiereza, y su pecho emitía unos sonidos que cualquiera habría catalogado de respiración agitada, esperable tras la actividad que habíamos terminado hacía unos instantes. Sin embargo, yo sabía a la perfección que no eran sino bufidos.

-No debiste haberme fastidiado de esa manera…-“

 

       Se escuchó el timbre de mi departamento, así que me dirigí a la puerta para abrirla. Ambos chicos, vestidos de pulcro blanco[1], me saludaron inclinándose. Los dos se veían muy hermosos. Tras sonreír, hice lo mismo, retirándome después del camino para permitirles entrar.

       Me dirigí al bar de la esquina de la sala en aras de despegar mi mirada del mayor de ambos, quien lucía realmente radiante ese día. Él se había ido a sentar en el larguísimo sofá y miraba atentamente el aposento. Para entonces, todavía me faltaban bastantes muebles.

-¿Gustan algo de beber?- pregunté, un poco inseguro al no saber qué hacer. Pretendía invitar a Inoran cortésmente a que aguardara la supuesta llegada de Yoshiki en la sala, y así llevarme yo a Sugizo al balcón, pero mi jefe frustró mis planes.

-Yo no, y…- contestó el pelirrojo, siendo interrumpido en ese momento por Hayashi, que se presentó antes de lo pactado. Me molesté por ello, y se lo hice saber con la mirada.

-Un whisky doble para Shin-chan- dijo.

       A pesar de todo, debía seguir guardando las apariencias frente a los chicos, así que me limité a prepararme mi trago, advirtiendo que el rubio se aproximaba por otros dos más. Se encaminó luego al sillón, al lado del pelinegro, presto –como siempre- a iniciar polémica con Yasuhiro, expresando entre dientes

-Hay que ser un imbécil para despreciar un licor como éste…-

       Suspiré estresado, adelantándome hasta mi dama para tenderle la mano y hacer que se levantara. Lo miré al rostro y le dije de forma autoritaria

-Espérame en el balcón. En un minuto estaré ahí.-

       ¿Por qué me adentré en los aposentos, en vez de irme yo junto a él al sitio que le había indicado? Sería difícil de esclarecer. La aparición repentina de Yoshiki me había erizado los nervios, desordenando todas las ideas en mi cabeza, pero no era como que tuviera listo mi discurso para entonces. Sólo deseaba con todo mi ser que Sugizo no comenzara con sus preguntas y reproches, porque a aquella altura yo casi que podía adivinar sus reacciones, las cuales jamás dejaron de turbarme. Y si bien alguien podría haberme preguntado entonces por qué no lo dejaba en vez de estarme quejando tanto de su forma de ser, sólo sé que no habría podido.

 

“Entré en la habitación de siempre, la cual ya tenía reservada junto con el chico. Sentado en el lecho sobre sus pantorrillas y con las manos en sus piernas, él estaba inmóvil; su entrecejo ligeramente contraído. Vestía un babydoll de color celeste y a juego, unas mallas caladas de grueso elástico en el muslo. Su cabello estaba atado sobre su cabeza en una coleta alta, dejando, sin embargo, que unos cuantos mechones se escaparan por los costados, enmarcándole el rostro.

-Me debes una caja de bombones suizos de los más caros- espetó, con una seguridad que me hizo dudar entre si reír o gritarle ante semejante demanda. Mi reacción, empero, no fue ninguna de las dos. Titubeé.

-…¿Qué dices?- acabé de cerrar la puerta y puse mi abrigo sobre la silla. -¿De qué demonios estás hablando?-

-Si no fuera por tu culpa y tu estúpida visita, yo estaría ya con mis queridos dulces en las manos. Iba a salir a comprarlos cuando en eso me avisaron que tú venías. ¿Sabes, Hide? Me caes pésimamente mal.-

Jamás me habría pasado por la cabeza que el chocolate fuera un buen remedio para domeñar la furia de una fiera. Lo anoté en mi memoria, dispuesto a probar su eficacia lo más pronto posible.”

 

       Mis pasos se orientaron hacia el balcón del penthouse, abierto para entonces. Me coloqué al lado del más joven y -a falta de palabras qué decir- me saqué un puro del bolsillo. Yo era de los que preferían callar antes que hablar idioteces sin sentido.  

-Hide, ¿a qué todo esto? La única diferencia es que no lo haremos en el burdel, sino en tu cama.-

       No me sorprendí por la provocación. Sospechaba que, además, Ryuichi no habría sido el más sutil de los cómplices. Muy probablemente se habría encargado de indisponerlo, con tal de no ser él el único que tuviera que aguantar su genio. Fastidiado, respondí

-Al menos así no tengo que compartirte con nadie más. ¿No es eso una mejoría, incluso para ti?-

       Poner las cosas en términos de mera y baja conveniencia personal no era lo que yo más hubiera deseado, pero cuán difícil y complicado intentar entenderme; intentar entenderlo todo. Había algo que me empujaba a actuar de esa manera al buscar la exclusividad de Sugizo –ni por un instante las presiones de mi jefe, que quede claro- pero pretender identificar ese motivo con palabras, con un nombre, no me era posible aún. Lo único de lo que estaba seguro era que deseaba con todas mis fuerzas que ningún otro extraño, como lo había sido yo en aquel momento, repitiera mi historia junto a él.

-Depende. Porque si me vas a tratar como Yoshiki a Inoran, no le veo la ventaja.-

       De nuevo esa obstinación innecesaria. Era evidente que el muy arrogante no se sentía igual de rebajado y miserable que el pobre pelinegro, quien a pesar de nunca decir más de lo necesario para la supervivencia, hacía patente su sentir por la manera en que se comportaba cuando debía estar junto a mi jefe. Porque algo sí era cierto: Inoran se veía mucho menos tenso en compañía de Ryuichi que estando con Yoshiki. Por ilógico que eso pueda sonar, y muy a pesar de todas las “atenciones” que el rubio pretendía tener con él. Y si bien no estaba entre mis planes espolear el ánimo y la lengua del pelirrojo, sino todo lo contrario, ya no pude quedarme callado ante el último comentario. Me irritaba su insistente necedad.

-Ni aunque quisiera, podría hacerlo. Si ya te quejas por todo, imagínate cómo sería si lo intento. En verdad puedes llegar a ser desesperante…-

       Justo como me lo esperaba, se encolerizó.

-¡Nadie te mandó a seguirme viendo! ¡Si quieres, todo esto puede acabarse aquí!-

       Su semblante era tenso y cualquiera habría dicho que lucía decidido. Pero como para entonces ya me conocía buena parte de sus rabietas y sabía que las cosas no irían más allá de uno o dos insultos, me quedé inmóvil. Voltear la cara o decirme cuánto me detestaba –todo ello acompañado de sus poses de chiquilla caprichosa- era todo lo que haría. Lo miré como si no hubiera dicho nada de importancia, y tras poner el puro entre mis dedos y exhalar con una parsimonia que sabía odiaba, le dije

-…¿Ya terminaste?-

       Me dio la espalda sin dudarlo. Pensé que se quedaría callado durante al menos unos minutos, pero al parecer esa vez deseaba darme a entender por todos los medios que aún no lo conocía lo suficiente. Mientras todavía esperaba que él siguiera aguardando mi respuesta, inesperadamente lo escuché.

-Pienso dejar esta vida muy pronto. Así tenga que traicionar a Kawamura, voy a acabar con todo esto. Ya han sido demasiados años…-

       Intenté disimular al máximo la sorpresa que me sobrecogió. Me volteé, quedando de espaldas hacia la ciudad, llevando la mano derecha hacia mi rostro con el fin de retirarme nuevamente el puro de los labios, aprovechando ese segundo para sonreír. Por supuesto, mi interlocutor no tuvo tiempo de distinguir mi gesto. De haberlo advertido, las cosas habrían sido muy diferentes.

       Mis comisuras se separaron porque había tenido la oportunidad de escuchar lo que era sin duda un indicio de confianza, el cual creo firmemente que fue un descuido por parte de Sugizo. Decidí, pues, tomarme la afirmación con naturalidad e incluso despreocupación, guardándome para mí el sentido que en realidad pudo haber tenido.

-¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacerlo, si se puede saber?-

       Cuando agachó la mirada supe que no había errado en mi suposición primera. Su silencio me llenó de calma al manifestarme que ni siquiera había tenido tiempo de pensar en cómo llevar a cabo la bravuconada de que hablara segundos antes, pero no podía sentirme tranquilo del todo. A lo mejor, se empecinaría tanto con la idea que llegaría a hacer cosas que pusieran en riesgo su seguridad.

       Un escándalo proveniente de la recámara nos distrajo de nuestra conversación. Ambos dirigimos nuestra mirada al interior de la casa, notando que Inoran salía presuroso de ella. Yoshiki maldecía a grandes voces, irritado como jamás le había visto. El pelirrojo me encaró, declarando con seguridad

-Tengo que irme.-

       Asentí con la cabeza y lo dejé partir, enderezando mis pasos momentos después hacia donde estaba mi superior. Lo encontré arreglándose la ropa; para entonces ya tenía el pantalón puesto, pero seguía descalzo y con el torso descubierto.

-Me pregunto qué cosa horripilante se necesita para hacer huir a una criatura tan dócil como esa. ¿Acaso lo amenazaste con matarlo?-

       Levantó los ojos que lucían el odio todavía imperante en su ánimo.

-Al parecer, algo peor que eso- dio media vuelta y se dirigió a la cómoda, donde todavía se encontraba la botella de whisky que se había traído del salón. La asió y se la empinó, engullendo un enorme trago, para después depositarla con violencia de nuevo sobre la madera. –Y todo por querer calentar mis malditas noches en Atlantic City…-

       Su mano se apretaba con temblorosa y malsana fuerza alrededor del cuello del envase. Me imagino sería la misma con la que ansiaba desesperadamente oprimir la garganta de Kawamura.

 


[1] De la misma manera que en la presentación de Luna Sea que aparece en el Extasy Summit del ’92.

Notas finales:

Esposita mía, de ti depende que los suegros no vayan a demandarme por escribir estas cosas. Y sobre todo tu papá, que ya todos vimos lo impulsivo que puede llegar a ser XDDDD

¡Gracias por leer!


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