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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Actualización dominical =)

Chicas, si existe alguna situación que parezca no entenderse de momento, no se preocupen; eso es hasta normal. La trama de este fic está construida de manera que la intriga por la historia particular y la condición de cada personaje se mantenga hasta cierta altura del relato. Ello porque mi estilo no es el de dar todo servido, sino el de exigir un poco más de parte del lector, por eso es clave que cada información que brinden los distintos narradores o incluso los personajes no focales sea tomada en cuenta para ir anticipándose a los hechos.

Disfruten la lectura nwn 

“Incluso si alguien grita fuera, del otro lado de la pared,

nadie lo notará en esta ciudad.”

Claustrophobia, Luna Sea

 

       En casa de Kawamura –parte del mismo edificio que ocupaba la totalidad de Luna Sea: más o menos una cuadra entera- había un pequeño cuarto. Sumamente pequeño para ser dormitorio, parecía más bien un closet, pero no estaba provisto de estantes y perchas, y era más bien cuadrado. Tampoco tenía ventanas, ni nada que se le pareciera. No habría manera de describirlo que no fuera ésa, y la razón de su existencia –a pesar de que yo la conocía bien- nunca dejó de espantarme.

       Arribé al inmueble, y ya desde que venía por el pasillo que separaba la vivienda del negocio pude escuchar unos alaridos desgarradores, los cuales, por supuesto, me erizaron los vellos de toda la piel. A pesar de que me consternaba la idea, sabía que debía entrar. Giré la llave en el cerrojo e ingresé, dejando mi abrigo y mi bolso en el sillón. Ryuichi estaba de pie y con los brazos cruzados, mirando hacia la puerta del pequeño aposento. Todas las habitaciones estaban dispuestas alrededor de la gran sala que ocupaba un mismo ambiente junto con el comedor y la cocina, a modo de galería. Quien vociferaba con semejante angustia y pavor en la voz era Inoran.

-Ryuichi, ¡no lo puedo creer! ¡Apuesto a que ni siquiera le preguntaste qué fue lo que sucedió con ese malnacido!-

       El aludido volteó y me miró, llevándose el índice a los labios. Su semblante me hizo dar un respingo, pues en sus ojos cafés lucía el brillo de la ira.

-¡No me callo nada! ¡Saca a Shinobu de ese maldito cuarto en este mismo momento!-

       Entonces el pelinegro se me vino encima, y tomándome de un brazo, me llevó forzadamente a mi habitación. Abrió la puerta de un golpe y me arrojó en la cama.

-¡Ryuichi-san, por favor! ¡Se lo suplico, déjeme salir! ¡Déjeme salir!-

       Inoran chillaba lastimeramente, combinando sus ruegos con sollozos aterrorizados que conmoverían hasta a una piedra, al tiempo que azotaba la puerta una y otra vez con todas sus fuerzas. Yo me levanté de donde me había tirado el mayor y me dirigí a la puerta del cuarto de castigo, deseando poder abrirla. El lunático de mi jefe me tomó de los hombros y logró arrancarme de ahí. Me botó al suelo tras golpearme en el rostro, para luego colocar su pesada bota en mi mejilla y clavar su insana mirada en la mía.

-Vuelves a intentar algo, y te mueres. ¡Te mueres, Yune!

       La claustrofobia de Shinobu –producto del desalmado trato que nuestro desequilibrado jefe le propinó durante tanto tiempo- era tan grande que, a pesar de saberse víctima, según colegí después por sus propias palabras, el menor comenzó a disculparse con insistencia. Yo seguía en el suelo, usando mis dos manos para alejar la pierna de Kawamura, pues el infeliz ponía todo su peso en ella para mortificarme. Le lancé una mirada de odio, justo como siempre lo hacía cuando me llamaba con aquel maldito nombre que me impusieran al nacer.

-¡Ryuichi-san, por favor, perdóneme! ¡Yo no quería hacerlo! ¡Yo no quería desobedecer!- un muy repentino llanto le imposibilitó seguir hablando por unos momentos. -¡Yoshiki-san tuvo la culpa, pero déjeme salir de aquí! ¡Ábrame! ¡Ábrame, que siento que me voy a morir!-

       Hiperventilaba de forma tan violenta que se podía percibir perfectamente aún estando afuera. Sus uñas rasgaban la madera como si con ello fueran a lograr que se partiera, y los golpes sobre ella no cesaban. Por fin, el mayor se movió de sobre mi cara y abrió.

       Me erguí ligeramente para poder ver a mi compañero en lo que me pareció ser uno de los cuadros más tristes que pudiera llegar a presenciar. Sus ojos, donde otrora podían distinguirse perfectamente la pupila y el iris negros como el ónice, y la esclerótica blanca y nítida, estaban entonces irreconocibles. Hinchados y peligrosamente rojos; inyectados en sangre. Su rostro, de igual manera, se miraba afeado por el llanto y surcado por sus uñas, pero lo que en realidad me espantó fue el estado de su ropa. Estaba hecha jirones al haberse convertido en el blanco de su desesperación. Apenas el proxeneta hizo girar la puerta sobre sus goznes, su favorito cayó de bruces al suelo, pues se encontraba echado sobre aquélla. Tuvo que sostenerse con los débiles brazos para no dar con el rostro contra la madera. Resoplaba aún bruscamente, y era patente que muy poco tiempo lo había separado de acabar desmayándose.

       Entonces, una vez más tuve la desgracia de presenciar aquella maldita escena que lograba amargarme la vida por muchísimos días, haciendo que mi humor se tornara todavía más insoportable y mis noches se llenaran de insomnio: Kawamura se arrodilló y extendió sus brazos para colocar a Shinobu entre ellos, con una delicadeza que jamás en la vida le vi con nada ni con nadie más. Lo estrechó con firmeza, dejando pacientemente que terminara de ahogar el llanto en su hombro. Levantó la mano para acariciarle el largo cabello negro y comenzó a susurrarle.

-No tienes idea de cuánto más sufro yo al verte así; al tener que hacer estas cosas. Pero tú me obligas con tus actitudes, mi pequeño. Lo juraste ante la tumba de Jun, ¿lo recuerdas? Juraste obedecerme siempre…-

       Sentí que de haber tenido un puñal, no lo habría pensado dos veces para clavárselo en la espalda a aquel miserable. Pero por desgracia, mi arma más letal seguía siendo mi lengua; daga de dos filos. No pude contenerme, a pesar de que me ganaba la rabia.

-¡Deja de hablar tanta mierda, grandísima porquería! ¡Eres un maldito!-

       Quien me miró entonces no fue Ryuichi, sino Inoran mismo. Con duro semblante, sus ojos me apabullaron, ya que combinados con el terrible aspecto que tenían, era claro que me veían con rencor. Se puso de pie junto a su captor, sin deshacer el abrazo, y premió mi osadía y preocupación con su indolente silencio y su expresión terrible y desconcertante. Se dirigió a la habitación del proxeneta, siendo seguido por él. El asqueroso gesto de triunfo que vi en la cara del lunático antes de que cerrara la puerta por poco me hace vomitar las entrañas.

Notas finales:

¡Hasta el miércoles! :3


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