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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Una escenita más =)

       Desperté debido al calor que comenzaba a invadir la habitación. La cabecera de mi lecho daba a la ventana, y como en la noche se me había olvidado cerrar la cortina, los delgados haces de luz me cayeron en la cara.

       Me volteé hacia el otro lado para observar el reloj sobre la mesita de noche: las once de la mañana. Bostecé con pereza y me senté en la cama, rascándome los ojos a continuación. No me parecía escuchar gran movimiento en la casa, así que supuse que mi jefe ya se había ido.

       Tras ponerme la bata y atarme el cabello descuidadamente, me calcé las pantuflas rosadas. Abrí la puerta de mi recámara y caminé hacia la cocina para tomar algo de desayuno. Shinobu se encontraba sentado en uno de los altos bancos del desayunador, comiendo cereal en silencio mientras miraba la televisión.

-Hola. ¿Ryuichi ya se largó?- pregunté con tono aún dormido, al tiempo que sacaba un plato hondo y una cuchara del trinchante. No tenía ganas de prepararme algo más elaborado, así que comería lo mismo que mi compañero. Me senté a su lado.

-Sí. Dijo que estaría en la joyería hasta la tarde. Sugichan…- habló el pelinegro con suave voz, atrayendo mi atención -¿Estás bien? Digo, ¿no pasó nada malo ayer con Matsumoto-san?...-

       Lo miré por unos segundos, no pudiendo seguir con el bocado siguiente. Suspiré y paseé mis ojos por el aposento antes de regresarlos nuevamente a los ónices que no dejaban de observarme.

-No. Nada… - moví la cuchara en el plato, apartando las pequeñas figuritas de malvaviscos del resto, que estaban hechas de avena.

-Está bien. Eso es lo único que importa.- El chico sonrió tras haber atraído mi mirada con su tono pausado. –Cuando necesites hablar con alguien, puedes buscarme. Tal vez se te haga difícil creerme, pero siempre he sido bueno para escuchar a los demás, y sé guardar un secreto.-

       Inoue sonrió muy levemente, cobijando mi mano con la suya, para luego apretarla de manera suave. Dicho aquello se levantó, llevando el plato al fregadero para lavarlo. Luego lo colocó en el escurridor y se encaminó a su cuarto.

-¿Saldrás?-

-Así es- contestó él. –Tengo trabajo, por lo que dentro de un rato pasarán a recogerme.-

-Inoran- dije sin mirarlo, aunque el menor sí se volteó, tras detenerse.

-¿Sí?-

-Gracias por haberme salvado anoche. Te debo una.-

       Una vez que quedé nuevamente solo con mis pensamientos, coloqué los brazos cruzados sobre la mesa y en ellos reposé mi frente. No había terminado de comer, y no lo haría, de todas maneras. La alusión a la noche anterior logró recordarme mis sospechas de que mi cliente sentía algo por mí más allá de deseo, pero ¿de dónde demonios había sacado semejante cosa? ¡Si Hide no había parado de hablar en términos muy extraños aquellos últimos días! Sin embargo, ¿cuán extraños eran en realidad?

       ¿No eran acaso una enigmática clave? Así los entendiera o no de momento, surtían su efecto, que era el de dejarme pensando durante un buen tiempo. Su dinámica era la de turbarme con algo que jamás esperaría, dicho de forma sosegada y natural –como un piropo por ejemplo- para luego rechazar con resentimiento mis rudas reacciones. No obstante, la pista más importante la tenía en esa extraña salida a cenar, la cual retrataba casi de forma irónica una inocente cita entre un caballero y su dama. Empero, no había sido una ironía, y de eso me sentía prácticamente seguro.

       Me bajé del banco donde me encontraba, decidiendo volver también a mi recámara. No tenía ganas de bañarme y arreglarme aún; además de que no tenía por qué hacerlo, ya que ni siquiera sabía si Hide querría verme ese día. Me acosté en mi cama y me arropé, quedando boca arriba. Miraba el techo del dosel.

       Repasé la maraña de sentimientos encontrados que sabía me provocaba la relación con el pelirrosa, la cual recordé con rapidez al haber respondido la aparente sencilla pregunta de Shinobu, y entonces sentí una presión horrible en el pecho que motivó que mis ojos pronto se cristalizaran. La posibilidad de lo que fuera que estuviera ocurriendo entre nosotros revivía en mí la eterna interrogante de querer saber cómo se sentiría ser querido, y al mismo tiempo la convicción de nunca haberlo sido. Aun así, evoqué a la sazón las únicas palabras que lograban desafiar tal afirmación: las dichas por Ryuichi aquella utópica noche.

       Con mucha más razón comencé a sentir que un temor se esparcía por mi corazón y mi mente, dudando con agudo pesar si toda relación humana catalogada con aquel término de dos vocales[1] debía ser así de malsana y destructiva. Yo tenía muy claro lo mucho que detestaba a Ryuichi Kawamura, pero por otro lado estaba convencido de que jamás podría dejarlo, aunque aún no comprendía la razón. ¿Acaso me estaba volviendo loco?

       Entonces volví a experimentar el pavor inmisericorde que transmitía el recuerdo de los labios finos y perfilados de Shinya Yamada estirándose hacia sendos lados en una macabra mueca que remataba sus palabras. Esas, que habían sido sentencia para un crío de quince años, quien en ese fatal momento entrecerraba sus ojos para no ser descubierto. Sí; el maldito peliblanco había sonreído el día en que me eximió de acompañar a mis colegas en su viaje hacia las tinieblas…

       Pronto me hallé a mí mismo sollozando contra la almohada en aras de evitar que se escuchara el más mínimo sonido. Mis uñas se clavaban en la sábana y los ojos se me arrasaban de lágrimas incontenibles. El punzante sentimiento que me taladraba el pecho me hizo tomar la osada decisión, obligándome a ver que de no hacerlo, terminaría perdiendo el juicio de una vez para siempre. El momento de comenzar a trabajar por mi liberación había llegado, y era mi responsabilidad conseguirla, así tuviera que echar mano de los recursos más inusitados. Así tuviera que utilizar a los demás, e incluso poner en peligro mi propia integridad.

 


[1] “Amor” es “ai” en japonés.

Notas finales:

Gracias por leer n.n


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