Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Déjà vu por metallikita666

[Reviews - 44]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a todas mis fieles lectoras. Espero que se encuentren muy bien n.n

En esta oportunidad quiero dedicarle la presente escena a mis queridas y adoradas amigas verduleras, quienes descargan en mí toda su mercancía vencida por concepto de la muerte de Juan de Dios y Guadalupe Onose en este fic (¿problem, Daya y Lunita? [¡hermana, ya estoy aprendiendo de ti! XD]). Jajajajajajaja, ¡no, mentira! (lo de verduleras, porque la dedicatoria sí es en serio X'DDDD).

¡Las quiero, tontinas! Jijijiji :B 

“’Incluso ahora él está tan solo

que ni siquiera puede dormir’

’Justo ahora él está tan solo

que no tiene asidero en la realidad’”

Lamentable, Luna Sea

 

“-¡Hasta que al fin llegas, Onose!- exclamó uno de los chiquillos, señalando con el mentón la puerta de los vestidores del gimnasio. –A ver si sacas a tu hermanita de allá adentro…-

El rubio de cabello hasta los hombros no dijo nada. Sin embargo, no dejó de notarse su expresión fastidiada para con sus coetáneos. Estaba dispuesto a hacer de su medio hermano un niño valiente y decidido, pero sus compañeros no ayudaban mucho. Sabía que la actitud del pequeño Shinobu obedecía probablemente a alguna burla contumaz.

-Inoran, abre la puerta. Necesito saber qué fue lo que pasó.-

El uso del sobrenombre no había sido injustificado: el mayor aún recordaba la alegría del chiquillo cuando, gracias a la deslumbrante actuación de éste en el béisbol, se había ganado el apoyo de todas las niñas de la escuela en forma de rítmicos coros que le bautizaron de aquella manera[1]. No se equivocó; pronto el pelinegro asomó su carita tras la puerta.

 

       Sentado en el borde de la enorme cama de su amo, el hermoso prostituto de ojos negros aguardaba. El rostro semicubierto por sus largos mechones azabache; las manos entrelazadas encima del regazo. Su cuerpo ataviado de cara lencería que –como sarcástico regalo- era siempre provista por sus amantes. En el reloj de pared las once menos cinco. Él puntual, como siempre desde hacía ocho años; pero nunca capacitado para entender por qué, si se suponía que su rango era el más alto en todo el negocio, le había tocado en suerte trabajar el doble que los demás exclusivos. La manecilla larga se acercaba peligrosamente a la hora.

 

-No voy a jugar con esos niños. ¡No paran de decirme que parezco una nenita!- se quejó el menor, cruzándose de brazos para luego esbozar un puchero. -¡Y no lo soy!-

El rubio enarcó una ceja, dejándose caer en una de las bancas, para luego emitir un ligero bufido. El mocoso abrió los ojos como platos, desconcertado al no percibir la confirmación de sus palabras de labios de su hermano mayor.

-La verdad, creo que los chicos tienen razón- declaró Jun, mirando a su interlocutor con desdén. –Aunque más que una nenita, eres un pequeño cobarde. ¿Qué te importa a ti lo que te digan, si estás seguro de lo que puedes hacer? ¿Qué no recuerdas el último partido?-

Los ojos del hijo de su padrastro se cristalizaron de inmediato, y el consiguiente reproche no se hizo esperar.

-¿Por qué no me apoyas, oniisan? ¡Tú deberías estar de mi lado!-

 

       Sonrió amargamente. ¿Qué diría el gran Jun Onose –su ídolo de infancia- de haber estado vivo? Todo lo que admiraba hasta la veneración en su hermano era justamente lo que a él siempre le había hecho falta: decisión, seguridad, aplomo. Que le justificara el haberse vendido de por vida por un favor que jamás podría llegar a pagar no habría sido aceptable para el mayor, y él lo sabía. ¿Pero cómo volver a su vida ahora que estaba solo? ¿Cómo seguir, si quien iluminaba su senda desde que tenía memoria ya no estaba ahí para señalarle el camino? Era mucho menos doloroso dejarse poseer como un objeto; al fin y al cabo, lo que pasara consigo mismo ya no le interesaba mucho. Lo que pudo ser ya no había sido, y no sería jamás. No desde que unos malditos asesinos lo arrebataran de su vida.

       Inoran se levantó, caminando lenta y acompasadamente hasta la puerta del dormitorio. Ya había escuchado los pasos del yakuza de enmarañada cabellera informarle sobre su arribo. No hacía falta nada más: ni aviso alguno, ni llamada. Siempre, desde incluso antes de que fuera un adolescente, las once de la noche era la hora pactada. De manera casi religiosa, Ryuichi aparecía en casa para entonces –no importa cuánto trabajo tuviera que dejar sin hacer- y reclamaba lo que por derecho le pertenecía.

       Una vez que ya la puerta no lograba separarlos, el mayor se acercó al chico y lo abrazó, colocando sus manos ansiosas en aquel delgado cuerpo que, al ser tan fino y tener apariencia tan frágil, parecía pronto a quebrarse en cualquier momento. Sus labios ardientes se posaron en la piel marmórea y tersa de la bella presa; su calor pronto erradicó el frío en los miembros juveniles del más pequeño. Puesta para ser sólo un aperitivo visual en las pupilas del oyabun, la bonita lencería ya se encontraba desperdigada por el suelo.

 

-No voy a apoyarte sólo porque seas mi hermano si estás haciendo algo que no se debe- afirmó por fin el rubio, cruzándose de brazos. –Es más, te lo voy a poner así: no siento respeto por las personas que no luchan por lo que quieren. Tú deseas salir y jugar, ¿verdad?- miró al niño, haciendo una estratégica pausa. –Pues hazlo, sin importar cuán difícil parezca aguantarse a esos pesados. Piensa que además no siempre voy a estar yo para defenderte y apoyarte…-

Inoue se sobresaltó ante lo último, abalanzándose sobre el mayor con desesperación y amargura casi premonitoria.

-¡No digas eso, oniichan!- sollozó el pequeño pelinegro, apretando los párpados y dejando con ello caer sus lágrimas. -¡Yo no quiero que te vayas! ¡No te vayas nunca!-"

 

       Con la mente totalmente abstraída en tan doloroso recuerdo, Shinobu Inoue pudo presenciar cómo su cuerpo respondía –de la misma manera que siempre- a las atenciones de su captor, mientras que el insondable vacío en su pecho se extendía cada vez más. El sentimiento de éxtasis que solía experimentar se tornó erótico suplicio, el cual consideraba más que merecido tormento por su terca indolencia ante los reclamos desatendidos de su hermano.  La melancolía del recuerdo iba hundiéndolo lentamente en un letargo mortífero del cual ya no lograría salir. Los dedos de su amante eran como agujas que iban postrándolo a cuentagotas, remachadas con el veneno de sus besos y el sopor de sus palabras.

       Un sopor que si bien era narcótico, no por ello (o mejor dicho: por su causa misma no) dejaba de ser placentero. A pesar de saberse recluido en un mundo de peligros y exento de los valores tradicionales que una sociedad juzgaría como tutelares para su correcto devenir, y muy a pesar de lo que diría su hermano, solía asegurarse –sobre todo por los rumores que escuchaba siempre en silencio- de que su situación no era tan mala. Sus necesidades básicas estaban garantizadas y cubiertas, y su talle lo rodeaba con poder y propiedad un hombre que no le era indiferente, aunque ello desafiara por completo las conclusiones a las que pudieran llegar sus observadores. Pero aquel no era un asunto sencillo en modo alguno.

       Probablemente nunca –desde que se quedara al nocivo lado de su dueño expiando un dolor que jamás le abandonaría- podría haberse opuesto a su cruel destino. La culpa y el reproche no hicieron sino aumentar el día en que tuvo que colaborar con el acto terrible de secuestrar a otro chico, sabiendo mejor que nadie la vida indigna a la que su accionar arrastraría a un ser inocente. Quizá unos meses mayor que sí mismo, su salvaje cabello rojo y su lengua altanera –aguzada desde el primer momento- lo habían sorprendido como muy pocas cosas durante aquellos años. Pensó que al tiempo todo cambiaría, y que de aquel pelirrojo irreverente no quedaría sino una sombra vacía, pero se equivocó. Sugizo seguía siendo justo el mismo insolente de aquella noche, sin importar cuántos golpes hubieran caído sobre su espalda y cuánto dolor le taladrara el pecho.

       A pesar de nunca haberle externado su admiración, sino, por el contrario, haberle dado a entender que reprobaba su obstinación y altivez, el favorito de Yoshiki Hayashi estaba convencido de que Sugihara era el tipo de persona que su hermano Jun siempre había querido que él fuera. Sin miedo a nada; con la arrogancia necesaria para desafiar y derrotar a todo el que pretendiera pisotearlo. Y aunque hasta ahora no lo había conseguido, continuaba intentándolo; haciendo enojar a su peligroso jefe aun a costa de su propia vida.

       Por el otro lado –como una contraparte casi grotesca- estaba él. Sempiternamente callado y obediente, nunca una protesta halló lugar en sus labios. Siempre dispuesto a hacer lo que se le mandara, con diligencia; todo en aras de evitar mayores problemas. Su interés nunca estuvo en sí mismo, sino en complacer a quien lo gobernaba. A veces se contentaba con argumentar amor, pero lo cierto es que sabía que amar a su dueño era lo mismo que condenarse. Con todo, a él era al único a quien debía su vida, de la cual creyó sería también despojado en la fatídica noche durante la cual no fue capaz de lavar con sus lágrimas las heridas del cuerpo de Jun, por más que ni poder humano ni divino pudiera hacer que de sus orbes se secaran. Ciertamente, con él se había llevado su alma.

       Aun así, años de convivencia y la obligación de servir también a la mano derecha del lunático –pero poderoso y admirado- oyabun habían hecho mella en el otrora dulce y vivaz niño; pues producto de la irremediable comparación entre ambos hombres, había llegado a experimentar el que sería su único enamoramiento. Sin importar cuán lejos estuviera del infantil ideal de amor con el que –al igual que muchos otros pequeños- había crecido, el fuerte sentimiento que como irrompibles cadenas le ataba al magnate de los ojos rasgados y brillantes extensiones, ya jamás desaparecería.

-Ah, mi brazalete de diamantes… ¡Cómo no me canso de contemplar tu brillo!...-

 


[1] Verdadero origen del apodo del guitarrista, según la información que circula en internet.

Notas finales:

Aunque no haya JxInoran como tal, tengan por seguro que se cumple la regla más fundamental de este épico emparejamiento: el rubio lo es absolutamente todo para Ino; su vida entera.

Gracias por leer <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).