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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

¡Mis sufridas y amadas lectoras; he vuelto! *0* 

Y como yo tampoco soy el monstruo que todos creen que soy (XD), le toca el turno a esta escena, para que lo comprueben. De nuevo se trata de un avance amplio, así que respiren y mediten (?) antes de leerlo. Ya saben, chicas; con calma.

Pero ésta vez no se esperen solamente angustias y congojas; de hecho, que les estoy recomendando calma en todos los sentidos, jojo. En la primera parte habrá más información acerca del hasta ahora poco conocido pasado del Pollo junto a Juan, para aquellas que ansían conocer más sobre el asunto. Y en la segunda... una agradable sorpresita cuyos comentarios la autora se reserva para el final del adelanto XD

¡Que lo disfruten!

       Me despertó el suave y gentil contacto de unos dedos sobre mi sien. Hacer el mínimo esfuerzo por moverme –instintivo y esperable- se tornó doloroso con sólo el intento.

-No lo hagas tú solo. Déjame que te ayude.-

       En el momento en que –junto con el apoyo del menor- logré voltearme, advertí que estaba desnudo de la cintura para arriba, pero con el vestido a medio quitar. Di un respingo por el contacto con el piso helado e intenté abrazarme el torso.

-Quise desvestirte por completo para limpiarte las heridas y aplicarte hielo, pero temía que al forzarte los brazos pudiera lastimarte. Aun así, veo que lo que más necesita atención es tu rostro. Está bastante hinchado.-

       Dejé entonces que apartara mis cabellos de sobre mis ojos y mejillas, y comenzara a retirarme la desagradable mezcla de sangre, sudor y lágrimas. Cada vez que me pasaba el paño por la dermis sentía un horrible ardor punzante que me crispaba las terminaciones nerviosas.

-Auch… ¿Dónde… estamos?- Miré en derredor, intentando reconocer el lugar; pero por más que me afanaba, no podía. Continuaba sintiéndome bastante atontado.

-En casa, en el cuarto pequeño.-

       Abrí los ojos, asustado.

-¿Estás loco? ¡Vete!- Inoue detuvo su faena al observar que el miedo se reflejaba en mis amoratados ojos. -¡Se enfurecerá contigo si se da cuenta de que viniste a curarme!-

-No te preocupes. No lo hará.-

       Me tomó por los hombros y me hizo descender de nuevo al piso lentamente, cuidando que no me hiriera al apoyar la espalda. Continuó limpiándome los cardenales y moretones que tenía en los pómulos y en la frente, y aun el humor escarlata que me había salpicado el cuello y el pecho. Permanecí en silencio por un buen rato, sólo mirándole hacer. Al término de dicho lapso ya no pude contener la duda que me torturaba y que había logrado hacerme verter lágrimas de nueva cuenta; mudas, esta vez.

-¿Por qué, Inoran?...- Su mirada encontró la mía y él apretó los labios aún sin decir palabra.    -¿Por qué lo amas, incluso sabiendo la clase de monstruo que es?...-

       Una profunda pena me embargó al punto; una muy extraña que nadie –excepto el pelinegro- me había hecho sentir antes. Sin embargo, esa vez no era como todas aquellas en que había presenciado sus gritos, ruegos y lamentos del otro lado de la puerta que ahora nos separaba del resto de la casa, sin poder hacer nada más que insultar al lunático yakuza y pretender obligarlo a cesar aquel deplorable espectáculo. Tampoco se asemejaba dicha emoción al desconcierto que me producía ver su expresión fiera para conmigo cuando finalmente era liberado de su suplicio por nuestro amo, quien tan hipócritamente lo tomaba entre sus brazos para consolarlo, propiciando con semejante actitud mis más amargos insultos. Esa vez era diferente, porque sentía que todas las contusiones y llagas que en aquel momento se encontraban en mi piel, dolían casi tanto como las que debía tener el chico en el alma.

       Tras apretujar el paño manchado en su mano, el menor intentó no variar el tono de su voz.

-Porque muy dentro, y aunque nunca lo muestre más que por instantes y con ciertas personas, Ryuichi-san no es así. Él… me salvó la vida.-

       Mi estupefacción se hizo patente al escuchar semejante cosa salir de labios de mi bello interlocutor; especialmente cuando –después de unos segundos- su semblante seguía invariable, no dejando duda alguna acerca de la seriedad con que había dicho aquello.

-Nunca podría haberlo imaginado. Y si no fuera porque eres tú quien me lo está diciendo, a nadie más se lo creería.-

       Tomé sus manos y él aprisionó las mías, ayudándome a incorporarme hasta que ambos estuvimos sentados frente a frente. Suspiró con amargura y retiró los largos mechones negros que le cubrían de manera parcial la parte alta del rostro, clavando su melancólica mirada en mis orbes vilmente ornados.

 

Fue hace ocho años. Yo tenía catorce y mi hermano Jun, diecinueve. Salíamos de una práctica vespertina de béisbol, ya que ambos jugábamos en el equipo de la escuela; él como parte de los múltiples deportes que conformaban su entrenamiento total, pero para mí como única afición. Verdaderamente me había costado mucho encontrar una de esa índole: la actividad física jamás había sido lo mío.

J –como lo llamábamos la familia y los amigos- y yo éramos muy unidos. Teníamos la misma madre pero diferente progenitor, ya que ella había enviudado muy pronto de Onose-san, su primer marido. Al tiempo se casó con mi padre y me tuvo a mí, pero Jun conservó su apellido. Aunque íbamos a distintos grados –yo iniciaba la secundaria y mi hermano estaba a punto de terminarla- siempre salíamos de casa juntos y regresábamos de la misma manera. Yo no era ni remotamente más desenvuelto que ahora, por lo que ello, aunado a mi aspecto frágil y mi contextura delgada y pequeña, provocaba que los chicos mayores que jugaban en el equipo me llamaran “niña” y se refirieran siempre a mí como “la hermanita de Onose”. Había momentos en que no me molestaba, pero otros tantos en que no podía soportarlo. El epíteto también obedecía a que me llevaba mucho mejor con las chicas. Ellas decían que yo era alguien amable y tierno.

Ese día, pues, nos habíamos quedado entrenando en la plaza de la escuela hasta que todo el mundo se retiró, y tuvimos también que hacerlo cuando el conserje guardó el equipo y cerró las puertas del lugar. Ya estaba cayendo la noche, por lo que J se preocupó. Me tomó de la mano y apuramos el paso.

Para llegar a mi casa había que cruzar un parque que permanecía un tanto desolado la mayoría del tiempo, pues se encontraba en una especie de promontorio. Ese día no fue la excepción… o al menos, eso pareció. Una vez llegados al centro de dicho sitio, se escuchó la voz de un hombre detrás de nosotros.

-Suelta al mocoso y no te pasará nada. Corre y olvida que alguna vez tuviste un hermano…-

Inmediatamente, Jun no sólo apretó mi mano con más fuerza, sino que me atrajo a sí mismo para estrecharme. Aún no se había dado la vuelta, pero ya bufaba con ira. Yo me asusté más de verlo así que de las palabras que había oído decir al hombre, porque no comprendía muy bien lo que estaba sucediendo. Pronto un par de tipos salieron de detrás de unos árboles y arbustos que estaban a los lados de donde nos encontrábamos. Uno de ellos portaba un arma.

-¿Qué no has escuchado, idiota? ¡Suéltalo!-

-¡Jamás!- replicó mi hermano, incluso sabiéndose acorralado. Yo conocía muy bien su talante y estaba seguro que de haber estado solo o ser solamente un matón el que nos amenazaba, el mayor no habría dudado en echársele encima y molerlo a golpes. Pero la situación era distinta. -¿Por qué no son más hombres y atacan sin armas y sin compañía, eh? ¡Cobardes!-

-¡Vaya, vaya, vaya!... Miren, no más. Nos salió respondoncito el chaval- repuso el que sostenía el revólver, bajándolo. –Tráiganme a ese niño.-

En el acto, los otros dos tipos cayeron sobre nosotros, y mientras uno sostenía a Jun, el otro me arrebataba de su lado. Entonces experimenté una horrible sensación, pues él hacía lo posible por no soltarme, y yo a mi vez me le aferraba con angustia. El hombre que me jaloneaba no halló más remedio para menguar mis pequeñas fuerzas que abofetearme.

-¡No lo golpees, imbécil! ¡Métete con alguien de tu tamaño!-

El matón, tras entregarme a su jefe, alzó el brazo para limpiarse de la cara el asqueroso gargajo recibido segundos después de aquellas palabras.

-Suficiente de consideraciones. Ahora vas a ver lo que es bueno.-

Entre ambos hombres comenzaron entonces a vapulear salvajemente a J, ya que –aunque mi hermano era fornido para su edad- seguían siendo dos adultos avezados en peleas callejeras, contra un colegial. Horrorizado, observé todos y cada uno de los golpes que le propinaron, gritando con desesperación y llorando a viva voz. Rogando para que se detuvieran.

-¡Eso te sacas por jugar de valiente, niñato engreído!- gritó el tipo del revólver. -¿Es que te vas a resignar por fin y dejar de dar tanto problema?-

Oniichan, oniichan, por favor, no me dejes!- chillé afligido, cosa de la que muy pronto me arrepentiría. Todavía hoy me pregunto cuánto de que ocurriera aquella funesta situación fue mi culpa; y que, de no haber gritado entonces, todavía tuviera a mi hermano. -¡No te vayas! ¡No quiero estar sin ti! ¡No me abandones!-

J entonces aprovechó un descuido del tipo que lo sostenía, y tras apartarlo con un certero codazo, le encajó el puño al otro hombre en el pómulo izquierdo. Al verlo tambalearse y notar que el otro tardaba en retomar el control de la situación, el líder –temiendo tener que soltarme para hacerle frente al rubio- alzó el revólver y disparó. Una bala se introdujo por el costado del más amado de mis seres queridos.

 

       Llegado a este punto en la narración de su historia, Inoran no pudo contener más el raudal de sus lágrimas. Absolutamente nada coherente que pudiera consolarlo se me ocurrió, en especial porque ya adivinaba las razones de la que parecía ser su eterna tristeza. También iba vislumbrando el porqué de sus visitas dominicales al camposanto, y aunque aún no escuchaba la confirmación de su boca, pensar en ello me provocó una abrumadora sensación. Estaba claro que el impacto tendría que haber sido fatal para alguien en cuya vida hubiera una persona tan importante, arrebatada por el destino sin miramiento alguno y a tan tierna edad. Lo abracé.

 

Sin importarme las órdenes que me daba el tipo del revólver de apartarme en caso de no querer sufrir lo mismo que Jun, me abalancé sobre mi hermano, manchándome las manos y la ropa con su tibia sangre. Plañía como nunca antes; de la misma manera en que habría de hacerlo muchas veces, después de entonces. Dirigía mis súplicas a su cuerpo moribundo, rogándole que resistiera el mortal embate, pues nunca sería capaz de seguir adelante sin su ayuda y su guía. Fue en ese instante en que se escuchó una cuarta voz desconocida. Era él.

-¿Qué diablos creen que hacen en mis territorios, insectos?-

Portaba un arma de mayor calibre que la del líder de los matones, pero ni siquiera tuvo que levantarla y apuntarles para provocar en ellos un enorme desconcierto. Los tipos lo miraban como si no pudieran creer que lo tuvieran delante, cosa que me asombró muchísimo pues –naturalmente- yo no sabía de quién se trataba. Me confundió verlos permanecer en silencio y con evidente miedo ante alguien mucho más joven y menos corpulento, que irradiaba, no obstante, un aura amenazadora. Su brazo se levantó y con él su revólver.

-¿Con que piensan que pueden inmiscuirse en mis dominios y dispararle a quien se les pegue la gana? ¡Miserables!-

En aquel momento pude notar que el recién llegado no se encontraba solo, sino que estaba acompañado de muchísimos hombres, los cuales incluso nos rodeaban amparados en la oscuridad. Logré advertirlo por las miradas que los sujetos iniciales dirigían a sus lados, además de un chasquido de armas siendo cargadas al unísono, como en las películas.

-¡Ka… Kawamura-sama!- balbució el tipo que hacía unos instantes me sujetaba, con el rostro desencajado por el miedo. Dio la impresión de que iba a mover los labios de nueva cuenta, pero lo que sea que fuera a decir fue silenciado para siempre, pues el chico a quien se acababa de dirigir descargó en él –con cólera- los tiros de su arma, mientras que sus hombres hacían exactamente lo mismo con los secuaces del sujeto. El pavor que me produjo el horrible escándalo de la balacera me obligó a aferrarme al cuerpo de J, quien ya para entonces había perdido la conciencia y dejaba la vida entre mis brazos, cobijado por mis lágrimas. Pude escuchar mis aterrados sollozos una vez que el fuego cesó.

Abrí los ojos cuando el último aliento de mi hermano mayor golpeó débilmente mi mejilla, y con mis dedos ensangrentados cerré sus párpados. No me resignaba, empero, a dejar de abrazar su cadáver, y tenía muy en claro que nadie lograría arrancármelo. Escuché unos pasos que se acercaban a donde yo me encontraba. El asesino de los matadores de Jun –quien se distinguía claramente de entre todos por su cabellera larga, negra y enmarañada y sus ojos achinados- se arrodilló a mi lado y colocó su mano en mi cabeza. Alcé mi rostro aún con bastante miedo, al tiempo que sorbía mis lágrimas.

-Lo siento. Mucho me temo que ha sido mi culpa por no llegar antes. Perdóname. Te juro que descansará en un sitio digno, justo como ahora su alma ha de estar disfrutando del paraíso.-

Desde entonces, jamás volví a separarme de su lado.

 

       ¡Qué complicado resultaba decir algo a aquellas alturas! En realidad, para entonces yo ni siquiera sabía qué pensar. La historia seguía pareciéndome insólita, pero delante tenía a la prueba más fidedigna de su veracidad. ¡Cómo distaba aquel Ryuichi del hombre que me había secuestrado de manera mucho más premeditada de lo que por años imaginé, metiéndome en su vida a la fuerza y para solaz de sus instintos! La desesperanza comenzaba a acrecentarse en mi pecho.

-Aun así, a ti también te maltrata y te obliga a hacer cosas que no quieres, como por ejemplo, acostarte con Yoshiki. ¿Crees que eso es justo?-

-Sé que no, pero todas esas cosas forman parte de su mundo. ¿Es que podría pedirle que lo deje todo y sea alguien más?-

       Contraía la frente con mucha angustia, lo cual no sólo me lastimaba por él. Todas y cada una de sus recientes palabras las había escuchado antes en mis pensamientos; incluso hasta en mis sueños. Pero todas esas justificaciones no eran más que eso: excusas. ¿Por qué nos costaba tanto admitir que el error estaba en nuestro lunático dueño, en sus circunstancias y en lo que había hecho de nosotros, y no en nuestras miserables suertes?

-No se trata de verlo así. Piensa en cómo sería poder hacer lo que realmente deseamos, sin tener miedo de sus represalias.- Miraba sus ojos cristalizados tratando de negarle las lágrimas a los míos, pues todo aquello que yo estaba diciendo era en realidad difícil de pronunciar. Muchas veces me había parecido descabellado a mí mismo, así que sabía que era posible que para Inoran también fueran disparates. Pero era necesario expresarlo.          –Estoy seguro de que incluso cuando te toma, hay veces en que accedes con gusto, pero otras tantas en que en realidad no querrías. Sin embargo, no eres capaz de negarte. ¿Cómo hacerlo, si –al fin y al cabo- al que le corresponde ese papel es a mí?...-

       Sonreí amargamente, sintiendo que una furtiva lágrima me resbaló por el pómulo. Y continué.

-No puedo creerte si me dices que jamás has pensado, en la soledad de tu habitación y de tu silencio –que a veces parece autoimpuesto, como un castigo- en cómo sería entregarte a quien amas y con certeza sabes que te ama, que te lo demuestra y cuida de ti y de tus sentimientos como se supone se debe hacer.- Bajé la mirada al sentir que comunicar aquello me afectaba mucho, trayéndome a la memoria todas las ocasiones de incesante cavilar. –En poder expresarte libremente sin temor a que un día, en realidad, vaya a acabar matándote…-

-Me siento tan miserable…-

       Rápidamente mis ojos se encontraron con los suyos. Aquellas palabras fueron inesperadas y no podía explicarme su verdadero sentido, pues el tono con que habían sido dichas retrataba un dolor inmenso.

-No sabes lo mucho que me lastima ver que siempre es a ti a quien se dirigen sus golpes. Y como es de esperar, lo hace justo cuando yo no estoy. Sabe muy bien que pondría todo de mi parte por lograr que dejara de maltratarte, porque la mayoría de veces es, en efecto, injustamente.-

       Sus manos se posaron bajo mis clavículas, desplazándose luego hacia mis hombros y descendiendo por mis brazos, suavemente y en una agradable caricia. Las yemas de sus dedos surcaban placenteramente mi piel, provocándome un dulce escalofrío. El pelinegro se acercó más hasta abrazarme, estimulando entonces mis costados mientras posaba el mentón en el espacio entre mi hombro izquierdo y mi cuello.

-Mi vida desde hace mucho tiempo ha sido de todo menos tranquila, Sugichan. No creas que no recuerdo siempre la noche en que ayudé a secuestrarte, y vivo arrepentido de ello. Fue en parte mi culpa, pero de no acceder, Ryuichi-san igualmente lo hubiera hecho.-

       Las lágrimas cálidas que resbalaron de sus ojos impregnaron mi dermis, y junto con su tenue respiración y su aliento al chocar con mi cuello, hicieron que mis sentidos comenzaran a despertar. No era un acto erótico en sí mismo todavía, pero la cercanía y las circunstancias me incitaban muchísimo. Suspiré.

       Su rostro viró muy levemente; lo necesario para que sus labios se posaran en la base de mi garganta. Pronto los separó y comenzó a recoger las diminutas gotas de sudor que ya la perlaban, dejando a cambio una finísima estela de saliva.

-Ahh… Shin-chan…-

       Maquinalmente llevé las manos a su espalda y desabroché, uno a uno, los botones de su ceñido y cubierto vestido. Él había subido hasta mi oreja y lamía el pabellón con la grácil fineza de esa sensual y pequeña lengua de gato que se escondía en su boquita muda. Dejó ambos brazos a los lados de su torso para que yo resbalara por ellos su ropa, con lo que entonces nuestros pechos se rozaron finalmente, y pude comprobar que mi cuerpo no era el único que se encontraba tan cálido.

       Me di cuenta en ese momento de algo que llevaba tiempo sucediendo, pero a lo que no había prestado atención. La linterna con la que el chico ingresó al reducido aposento era una de esas cilíndricas y cortas, a pesar de que en casa también había de las grandes con luz blanca. La había colocado hacia arriba, de manera que su reflejo en el techo ampliaba el espectro que formaba la bombilla misma, distorsionando enormemente las dimensiones del cubículo y haciendo que pareciera más grande.

       Al separarnos un poco, el menor observó que yo miraba la linterna y analizaba aquel fenómeno.

-Hasta ahora no te había sorprendido que estuviera aquí dentro con la puerta cerrada…-

-En verdad ingenioso- sonreí tenuemente. –A mí jamás se me habría ocurrido. Indiscutiblemente, le has ganado a Ryuichi. Y es probable que él  ni siquiera se lo imagine.-

       Me adelanté de modo que lo llevara a recostarse sobre el suelo de manera lenta, pues para mí en realidad era sumamente incómodo yacer de espaldas en aquellos momentos. Tomé sus manos con las mías e hice que estirara los brazos hacia atrás. Me coloqué a gatas sobre él, incliné la parte superior de mi cuerpo y entrelazamos los dedos. Quedamos frente a frente –a tan solo milímetros- y me regaló entonces una de aquellas hermosísimas sonrisas que se dibujaban en sus finos labios muy raramente. Nunca antes lo había tenido tan cerca.

-Más allá de todo lo que me ha hecho, es para mí imposible perdonarle que te haya convertido en un mártir- le dije. -Los golpes y las heridas sanan, y por más que lo intente, nunca quebrará mi voluntad. Pero tú…-

       Cerré los ojos y acerqué el rostro para rozar con los míos sus labios entreabiertos. Suspiré ante el tierno contacto, no pudiendo resistirme a lamerlos; cosa que llevé a cabo con la punta de la lengua hasta que toda ésta se hundió en su boca. El pelinegro no opuso resistencia y gentilmente permitió que su suave y húmedo órgano se encontrara con el mío. El beso se profundizó y pronto me hallé hurgando ansiosamente en su cavidad; explorando cada uno de los rincones de aquel desconocido territorio. La delicadeza y dulzura de sus besos hacían de su boca una verdadera presea, y pude comprender con ello parte de la ácida rivalidad de sus dos amantes por ser su único dueño.

       Resbalé de aquella parte hasta su mentón y garganta, regando ambos con ávidos besos y succiones; tanto me gustaba la tersura de su blanca dermis, tan parecida a la mía. Estrujé sus dedos y me deleité con la primicia de sus agitados gemidos.

-Mmmm… ¡Ahhh!-

       Estaba preparado para escucharlo decir que me detuviera; pero muy al contrario de eso, arqueó la espalda con evidente placer y se removió deseoso cuando posé los labios en uno de sus pezones, dando inicio a un intenso estímulo en la zona. Succioné con fuerza hasta que la pequeña parte se levantó por completo y luego la apresé entre mis dientes, mordiéndola con cautela para no provocarle daño. Sus exquisitos jadeos llenaron mis oídos, así que repetí el procedimiento con el pezón contrario. Una vez que acabé con ambos me dirigí a una de sus axilas perfumadas y lampiñas, recogiendo su esencia con la lengua tras haberla puesto para siempre en mi memoria.

-Ahhh… Sugichan… Déjame besarte… de nuevo…-

       Zafó una de sus manos de mi agarre para colocarla en mi espalda, rodeándome el costado; atrayéndome a su cuerpo con deseo y de forma demandante. Una vez que me allegué completamente se volteó hacia uno de los lados, de modo que ambos quedamos recostados a lo lateral y de frente. Nos estrechamos mutuamente para luego besarnos de nueva cuenta, al tiempo que enroscábamos las piernas propias en las ajenas.

       Llevé mi diestra a la parte alta de su espalda y la arañé mientras degustaba sus labios rubí, disfrutando de las caricias que me propinaban sus manos pequeñas y tímidas, las cuales se precipitaban de mis caderas a mi vientre, y luego a mi pecho. El frío que instantes antes me incomodara por el contacto con el suelo ya no me molestaba; es más, ni siquiera lo sentía. Incluso el pesado ardor que palpitaba en mis heridas había cesado de atormentarme por unos instantes, y en su lugar una descarga de placenteras sensaciones me embargaba los sentidos. Presioné la delgada y pequeña anatomía de Shinobu contra la mía, haciendo que su mentón descansara junto a mi hombro y mi mandíbula cerca del suyo, sintiendo que ya el reconfortante sueño se iba apoderando de mí. Mis párpados se cerraron y mis labios se acercaron a su oído para susurrar.

-Gracias, Ino-chan…-

Notas finales:

Personalmente, este homoyuri final yo lo AMO. También me gusta muchísimo la pareja con un Sugizo menos femenino y afeminado (esto último, en la medida de lo posible, claro está; que lo amanerado no hay manera de que se le quite XD), pero creo que por la situación en particular, esta es una de las cosas más sensuales que se me han ocurrido. Es mi opinión solamente, aunque basada en el caudal histórico de babas y demás fluidos corporales (sí, ya sé: demasiada información XD ¡Déjenme ser cochina y feliz! XDDD) que he derramado por este pequeño encuentro. Tal vez a alguna de ustedes, ahora que lo lea, le provoque parecido, y si es así ya no me sentiré tan sola en mi perversión =D Jajajajaja Xp

Feliz inicio de semana para todas nwn


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