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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Buen día, queridas. 

Esperando que se encuentren muy bien, las dejo con la nueva escena.

       Lo había llamado a eso de las seis de la tarde; hora promedio en que acostumbraba hacerlo para evadir la presencia de su jefe en aquella casa. Inoran le contestó con la cortesía usual, asintiendo a su deseo de verlo esa noche, pero extrañándose sobremanera ante la pregunta de que cómo seguía de salud. Un “mejor, gracias por preocuparse” salió de sus finos labios granate de manera espontánea, pero no por ello menos desconcertada.

       El pelinegro de delgada silueta subió al auto del chofer que se le asignó para esa noche, observando confundido que el hombre al volante no lo conducía a la residencia de su rubio cliente. Sintió temor de momento, así que –rompiendo las reglas que le impedían hablarle- lo interpeló.

-¿No nos dirigimos a casa de Hayashi-san?- interrogó con su suave y amable voz.

-No, joven. La secretaria de Kawamura-sama me dijo que Hayashi-san le indicó que lo llevara hoy al Emperor’s Gate.-

       Ya más tranquilo, Shinobu se recostó en el cómodo asiento de cuero color marfil. Se quedó pensando en la extraña orden que le había dado el banquero a la secretaria, pues aquel restaurante era un celebérrimo lugar de encuentro de la más alta capa social de, no sólo la ciudad, sino la prefectura entera. Una sola ocasión había sido llevado ahí por Kawamura mismo, para el día de su cumpleaños número dieciséis. Pero como muchos conocidos le interrumpieran la velada al magnate tantas veces y por cosas sin importancia, decidió que no volverían ahí de nuevo.

       El auto se detuvo en el recibidor del lujoso restaurante, tras de lo cual un pulcro y uniformado valet abrió la puerta para que bajara la hermosa cita del acaudalado rubio. Inoue vestía una elegante camisa de satén color púrpura, con una frondosa gorguera que le caía como cascada hasta la cintura; las mangas largas, ligeramente bombachas a la altura de los hombros, cubrían sus brazos. De corte alto y larga hasta el suelo, una falda-pantalón negra elaborada en tela con graciosa caída remataba el atuendo; mientras que sus blancos pies los calzaban zapatos de punta y tacón mediano, que a modo de único adorno exhibían una hebilla cuadrada sobre el empeine, hecha de brillantes engastados. Varios anillos de diamantes ornaban los largos dedos del pelilargo.  

       Éste cedió simpáticamente su nombre a la chica de la entrada, quien –aunque no podía dejar de admirar la belleza y el porte de lo que le costaba creer fuera un jovencito- lo condujo rápidamente con Hayashi. El hombre había arribado apenas minutos antes, haciendo gala de su obsesiva puntualidad. Una vez en la mesa, Inoran se inclinó con respeto y ocupó su lugar frente a su cliente.

-Hoy te ves impresionante- dijo Yoshiki al tiempo que se acomodaba la servilleta sobre el regazo y recibía la carta de manos del mesero, sin poder apartar la mirada de quien ya atraía las de gran cantidad de los presentes. El de los ojos negros se percató de ese hecho y se sintió bastante incómodo, por lo cual su rostro se tiñó de cálido rubor.

-Gra-gracias…- musitó el menor, y pronto se escudó en el ademán de ver qué pediría para cenar. Empero, no pudo seguir ocultando la curiosidad de querer saber por qué razón se encontraban –de manera tan atípica en su caso- en aquel lugar. Cuando Hayashi acordó con él su encuentro, imaginó que sería como los que usualmente tenían; en los cuales y para cenar, su cliente ordenaba que les llevaran algo a su casa. Una vez ahí, al pelinegro le correspondía servir los platos, abrigado sólo con algún bonito y delgado conjunto de lencería que el mayor le pedía que luciera para él. De esa manera –solía decir el banquero- mataban dos pájaros con una sola piedra.

       El prostituto de largos cabellos azabache se avergonzó de que por estar cavilando tales cosas, recordara el diminuto juego interior color escarlata que portaba en el bolso para aquella noche. Sus mejillas redoblaron el sonrojo que instantes antes ostentaban, lo que no pasó desapercibido para quien le acompañaba.

-Inoran, ¿sucede algo?- le dijo el de la blonda cabellera, medianamente molesto porque aunque el mesero llevaba algún rato a su lado, el chico no había ordenado todavía. -¿Qué vas a pedir?-

-Lo mismo que usted- repuso sin pensárselo dos veces, devolviendo la carta al instante. El camarero tomó ambos menús y se retiró, dejando solos a los amantes. –Yoshiki-san…- el mayor lo miró con una ceja enarcada, bebiendo un ligero sorbo de su copa de vino. -¿Por qué… estamos aquí?-

       Oído aquello, el rubio de ojos almendrados sonrió con autosuficiencia, depositando la alta copa en la mesa.

-Porque se me antoja. ¿Hay algo que no te guste? Sea lo que fuere, dímelo, e inmediatamente haré que lo cambien.-

-No, no, todo está bien- se apuró a contestar Shinobu. Realmente no comprendía a qué motivos podía obedecer el repentino cambio en el proceder del metódico economista, pues no solamente lo había llevado a que cenaran afuera, sino que lo había hecho precisamente a uno de los restaurantes más caros del país. Además, tras la a todas luces interesada pregunta por su salud que le hiciera en la tarde, se había preocupado por su comodidad. Lo había inquirido entre sarcásticas sonrisas, era cierto, pero Inoran estaba seguro que de haber contestado afirmativamente sobre algo que le molestara, Hayashi no habría tardado en darle gusto.

       Pasados unos minutos, llegó el servicio con la comida.

-Ya sé qué es lo que te tiene así- habló la mano derecha de Kawamura tras paladear su exquisito calamar, mirando a su interlocutor, quien se preparaba para hacer otro tanto. –Has venido tantas veces aquí, que ya nada te sorprende.-

       Shinobu negó, moviendo su cabeza de lado a lado.

-Solamente una vez, con Ryuichi-san, pero como le pareció que era un sitio poco privado, decidió no volver.-

-¿“Poco privado”?- preguntó retóricamente el otro, frunciendo el entrecejo. –¡Tu patroncito está obsesionado con que todos los lugares tengan que ser como un burdel!...-

       Como era de esperarse, Inoue no contestó a aquello, sino que se limitó a bajar la mirada e ingerir un pequeño bocado de su platillo; tan acostumbrado como estaba a ese tipo de comentarios por parte de sus dos amantes. Más filosos, sin embargo, los del uno que los del otro, pues todo iba conforme al rango. Pero lo que sí no pudo dejar de captar la totalidad de su atención, fue lo que propuso su cliente segundos después.

-Inoran, ven conmigo a Norteamérica… a vivir.-

       Estupefacto quedó el hermano menor de Jun Onose, con el tenedor entre los dedos pero totalmente inmóvil. Luego de unos instantes, dicho cubierto resbaló de su mano y cayó sobre el plato de cerámica, haciendo ruido. El amante del banquero pareció salir de su trance con el sonido y, apremiándose, recogió el utensilio hecho de plata. Lo tomó por el mango y tensó los dedos alrededor de éste, sin saber qué decir. Su rostro, empero, reflejaba cuán contrariado se encontraba. Yoshiki parecía no acordarse de la última vez en que se le había ocurrido proponerle una cosa así; del espantoso escarmiento que había resultado para él por cortesía de Kawamura. Definitivamente, Inoran no estaba dispuesto a pasarse otro horroroso rato en el cuarto pequeño con las luces encendidas, pero sabía que el mayor se había aprovechado del hecho de que se encontraban en un sitio público y que para él no sería tan fácil abandonarle, alarmado como en efecto estaba por el ofrecimiento.

-No puedo creer… que se le haya ocurrido volver a decir una cosa así…- dijo en un hilo de voz, verdaderamente consternado. –Usted sabe que yo jamás podría…-

-Abandonar a Kawamura- interrumpió Hayashi, con tono frío y cortante. Luego colocó ambas manos sobre la mesa, a los lados de su plato. –Lo sé, pero jamás lograré entenderlo.- Sus ojos cobrizos se clavaron en los pozos oscuros que eran los orbes ajenos. -¿Sabes, Inoran? Si tanto lo amas y tan convencido estás de que él te quiere, deberías persuadirlo para que no te siga prostituyendo, ¿no te parece?-

       El agua mansa en los cuencos del rostro del menor se enturbió, y aunque sentía enojo por lo que el otro se había atrevido a decir, no pudo continuar sosteniéndole la mirada. Era la misma interrogante que, como si no bastara con las veces en que él se la había planteado, le había tocado escuchar no sólo de labios de Sugizo –quien verdaderamente tenía autoridad para reclamársela- sino también de aquel hombre distante, calculador y superficial. Iba a separar los labios para replicar algo, pero las sorpresas de aquella noche estaban muy lejos de llegar a su final.

-Puede que hoy sea el último día en que nos veamos.-

       Rápidamente pensó lo peor. Temiendo la enloquecedora estrechez de aquellas cuatro paredes que parecían estar deseando cerrarse en torno de él, clamó desesperado

-¿Dije algo que no debía? Por favor, Yoshiki-san, ¡le ruego que me disculpe!-

       Agachó el semblante y colocó las manos contraídas sobre su regazo. Hayashi no cambió un ápice el tono de su voz.

-No te disculpes sólo porque sí. No has hecho nada. Muy al contrario: hoy es la primera vez en que te he escuchado hablar tanto. Una verdadera lástima que haya sido hasta ahora.-

       Pronunciado aquello, el rubio reanudó su cena como si absolutamente nada hubiera sido dicho desde el último bocado que tomara. Y aunque pretendió fingir con su innegable maestría en el arte de parecer, no pudo borrar de su frente esa ligera pero reveladora contracción que atrajo la mirada de quien –a pesar de no saberlo él- estaba tan acostumbrado a observarlo. No se podía decir que lo hiciera con ánimo analítico; empero, sí era una persona detallista. Y a pesar de que pudiera no comprender las razones de la ajena tribulación interior más allá del extraño comportamiento que estaba teniendo Yoshiki esa noche, Inoran sospechaba fuertemente de que algún tipo de información o presentimiento turbaba la tranquilidad de su cliente. No obstante –y como tantas veces lo hiciera antes con todos aquellos que lo rodeaban- prefirió ignorar la situación al punto de que no fuera motivo suficiente para cambiar su manera de conducirse.

       La comida acabó, y luego de eso ambos hombres salieron del lujoso restaurante con dirección al recibidor, en donde ya otro de los diligentes empleados había estacionado el coche plateado de Yoshiki y aguardaba para entregarle las llaves a su dueño. Hayashi y Shinobu lo abordaron y se dirigieron a la residencia del primero. Inoue notó que, contrariamente a su costumbre, el mayor decidió secundar su silencio durante todo el trayecto; hecho que contrastaba con la sorprendente confesión que constituía lo último que le dijera en el restaurante. Según el pelinegro de bello rostro, nadie –a excepción de Sugizo- había resentido jamás su obstinado mutismo. En especial nadie que –como el yakuza de enmarañada cabellera o el blondo banquero- lo necesitara imperiosamente con tal de no perder ni una sola palabra al escucharse.

       Una vez en la suntuosa mansión de Hayashi, el más joven se dirigió al baño en compañía de su pequeño bolso de pedrería violeta, pero fue detenido por el mayor, quien lo tomó por ambas muñecas y lo atrajo a su cuerpo sin dejar de mirarlo. Inoran no comprendía aquellas intenciones; pues siempre, al llegar a la casa ajena, lo primero que hacía era ir a cambiarse de ropa, debido a que la que el rubio deseaba verle puesta era bastante incómoda como para portarla debajo de los atuendos externos. Con ellos prefería vestir prendas interiores más sencillas, pero no por eso menos hermosas. Sus atractivos ojos del color del ónice observaron al pelicorto durante algunos segundos, tiempo en el cual su mano continuaba sosteniendo la fina cartera; cosa que cesaría de hacer momentos después.

-Quédate como estás, para que al menos una sola vez pueda hacerme a la idea de cómo habría sido tener una verdadera cita contigo.-

       Voluntariamente sustraído del goce de sus narcisistas palabras por el resto del encuentro, Yoshiki recostó a su amante en la enorme cama –testigo de sus pasiones- para saciarse de sus encantos. Aunque embebido en el deleite que atiborraba sus instintos, el rubio de orbes almendrados y sempiterna sonrisa sardónica ansiaba encontrar en la fragilidad de aquel a quien estaba poseyendo –oh contradicción- la tranquilidad que por primera vez en mucho tiempo le faltaba. Era como si deseara con todas sus fuerzas que la calma de aquella apacible voz y la suavidad de las blancas manos que entonces le estrechaban los costados –de las cuales nunca había merecido nada- pudieran sacar cuidadosamente de su pecho la cruda espina del desasosiego y el temor. 

Notas finales:

Y como supongo ya habrán notado que soy con esos detalles, les cuento que el atuendo de Ino es como sale acá http://s650.photobucket.com/albums/uu224/metallikita666/?action=view&current=pr71-ls-7.jpg -la falda y los zapatos-, pero con la blusa de esta foto, en púrpura http://s650.photobucket.com/albums/uu224/metallikita666/?action=view&current=fm177-ls-3_2.jpg . El cabello lo lleva lacio y largo, sin levantar, que tampoco era un prostituto visualero XD

De niña, me encantaba jugar con mis barbies y vestirlas, y ahora lo sigo haciendo con las muñecas de mis fics n.n


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