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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Mis apreciadas y leales lectoras: he de declarar que hemos llegado a otra parte importante en el desarrollo y la publicación de este fanfic.

Pero como me he dado cuenta, tras ponerme a revisar los capis-escenas anteriores, de que siempre empiezo las notas introductorias muy seria y luego en las finales me desmadro (XD), las dejaré que primero lean con calma y atención el presente avance, que es larguito y bastante emocionante. Por emocionante, sí, entiéndase cargado de emociones de muchos tipos. Al final les comentaré acerca de lo demás.

Puede considerarse este adelanto, asimismo, un tributo a mis ratos dedicados a ver y repasar Scarface, Chicago y American Gangster, entre otras excelentes películas de mafiosos, para crear un texto que merezca ser leído a modo de parte de una de esas historias nwn

Que lo disfruten. 

La pesada sensación de una luz enceguecedora cayó sobre mis párpados, por lo cual comencé a abrir los ojos de forma muy lenta. Jamás había visto ese lugar, pero pude reconocer fácilmente que debía estar en el interior de algún bosque, pues altos árboles de frondosas copas me rodeaban. Pero si me encontraba en semejante escenario, ¿sobre qué reposaba mi cuerpo?

Desplacé la vista desde lo más lejano hasta las cercanías, y advertí que yacía sobre una cama de sábanas blancas absolutamente inmaculadas. Sentí que se me oprimía el pecho a causa de tan ominoso color, pues desde que había tenido la posibilidad de evitarlo, jamás me había recostado –por increíble que eso pueda parecer- en un lecho ataviado de esa manera. Prefería colocar sobre él la sucia alfombra que cubría el piso, antes que mi dermis se viera forzada a rozar cualquiera de los significados[1] de tan detestado color, sobre la que –sin duda alguna- era mi prisión.

Al extender instintivamente el brazo en busca del borde del mueble me topé con que algo, además de mí mismo, estaba ocupando parte del espacio. Volteé la cabeza y me quedé estupefacto al notar que se trataba de tres muñecas de porcelana, ataviadas con túnicas también blancas, que –contrario a lo usual- se negaban a dirigir al frente sus miradas, desviando los ojos hacia abajo como parte de la oscuridad de sus semblantes. La perturbadora sensación se acrecentó en mi mente porque era como si las muñecas no se dignaran a mirarme. Dirigí los ojos hacia mi cuerpo y, turbado, comprobé que yo también vestía como ellas.

Entonces miré hacia los lados como deseando que no hubiera obstáculos que me impidieran escaparme del odioso lecho; pero a pesar de que en los alrededores no había una sola alma, me era imposible abandonar el terrorífico paraje inundado de luz. Desesperado, tapé mi rostro por unos instantes con la esperanza de que –al develarlo de nuevo- desapareciera todo aquel horrible escenario cuyo silencio y estatismo aumentaban muy rápidamente mis nervios. Retiré las manos de sobre mis ojos pero la visión no cesó, así que, colocándolas ahora a los lados de mi cabeza, apreté los párpados con angustia.

Mi cuerpo no respondía cuando había intentado estirar las piernas fuera del detestable catre, mas no porque no las sintiera o no me obedecieran. Podía extenderlas y flexionarlas a voluntad mientras estuviera arriba del colchón, pero no sacarlas de ahí. Comencé a experimentar muchísima rabia, pues aunque aquello era un sueño, en lo último en que deseaba pensar era en una maldita cama. Tal vez era el único mortal para el cual semejante evocación no coincidía con las ideas anejas de descanso y tranquilidad; no obstante, me trastornaba el hecho de que no pudiera irme de ahí a pesar de que nada me atara a ella.

Oprimí todavía más las delgadas cortinas de mis ojos y –semejante a un escalofrío- una mórbida imagen vino a mi mente. Vislumbré que debajo de mi pulcra túnica llevaba la palabra “esclavo” escrita con sangre sobre el pecho, además de que este mismo humor carmesí había salpicado el resto de mi cuerpo. Estaba atado de muñecas y tobillos a los verticales del lecho, y sobre la cabeza lucía una espantosa corona de espinas. Grité con fuerza y abrí los ojos, para hallarme en pose de súplica extendiendo una mano hacia arriba. Si me era imposible encontrar una salida lateral, mi única esperanza era implorar ayuda del cielo. Tenía los ojos preñados de lágrimas que, no obstante, no brotaban.

Y en el más paradójico de los horrores, escuché finalmente la voz de alguien más. Ese alguien no era cualquiera, sino Ryuichi, y estaba cantando con suave tono. Oírlo y desplomarme como si hubiera sido alcanzado por una flecha que me perforaba el corazón fue una acción casi simultánea. Mis ojos se mantuvieron abiertos como platos, porque entendía perfectamente lo que escapaba de boca del lunático yakuza, una y otra vez.

-“Sólo quiero decir esto…”-[2]

 

       Desperté bruscamente, al tiempo que me sentaba sobre la cama. Miré a mi alrededor y me tranquilicé al comprobar que me encontraba en mi lecho de sábanas marrones y colcha roja, con dosel y cortinas del mismo color. Llevaba una bata fucsia oscuro de tirantes.

       Aún sin poder olvidar el extraño sueño que acababa de tener, aparté la cortina de mi lado derecho y la até con un lazo. Luego me descobijé y me calcé las pantuflas para salir de la habitación. Al pasar frente al tocador, no obstante, me detuve cuando miré que en mi rostro todavía se apreciaban las marcas del último castigo de mi proxeneta, a pesar de todos los prontos y meticulosos cuidados de Inoran. Además de haberme atendido minutos después de la paliza que me diera el salvaje mafioso, continuó aplicándome hielo y crema cicatrizante en las heridas durante los días siguientes. Contraje el ceño ligeramente, pero me abstuve de tocarme las mejillas y así empezar a llorar. No lo había hecho desde el día en que me golpeara.

       Continué pensando en las raras visiones que había producido mi mente durante mi descanso, pues no era frecuente que yo soñara; y mucho menos, que recordara lo representado. La mayoría de las cosas de las que me acordaba no tenían sentido para mí, pero algo me decía que no debía olvidar ese sueño. Me sentí molesto de pensar en que mi mente tuviera que usar ese poco acostumbrado medio para mostrarme símbolos dolorosos o presencias indeseadas. ¿Por qué demonios tenía que soñar con Ryuichi y no con Hide, por ejemplo?

       Salí de mi habitación y me encontré con que Kawamura acababa la versión de su desayuno de los días en que Shinobu no amanecía en casa, la cual consistía en un vaso de leche y unas galletas con mermelada. El inútil no sabía prepararse ni el café, así que o se comía lo primero que encontraba en la alacena y el refrigerador, o esperaba llegar a su oficina en la joyería para que su secretaria le llevara un desayuno decente.

       Me preocupé al ver que me quedaría solo, porque desde el último día en que estuviera con Matsumoto, mi jefe me había quitado las llaves de la casa. Aun así, ello no me había causado tanto problema, pues había estado en compañía de Inoran; pero su ausencia de entonces me obligaría a mantenerme confinado en las habitaciones.

-¿Te vas ya?...- inquirí sin saber realmente cómo preguntar lo que necesitaba saber. Me incomodé al reflexionar instantes después que aquello podía interpretarse de muchas maneras; y que el pelinegro de enmarañada cabellera estuviera o no en casa, me daba absolutamente lo mismo. Si deseaba abstraerme del todo de su odiosa presencia, sólo tenía que mantenerme encerrado en mi cuarto.

-Sí- respondió él, mirándome con indiferencia, luego de bajarse del alto banco. –No voy a cerrar la puerta, así que puedes estar aquí o en Luna Sea, pero ni se te vaya a ocurrir intentar pasarte de listo, porque tengo hombres en todas las entradas.-

       Sus ojos se hincaron en mí con severidad. Molesto, desvié la mirada y me dirigí a la cocina para buscar algo de comer.

-Ah, y tampoco se te ocurra usar el teléfono. Está intervenido.-

       Me guardé mis palabras, y luego de sacar un vaso y un plato del trinchante, los puse con fuerza al lado del lavabo. Abrí a continuación el refrigerador y extraje el cartón de jugo, todavía sin mirar al mayor. Estaba deseando que se largara.

-Aunque bueno, de nada te serviría. Tu adorado Hidito está en Hokkaido, cumpliendo con un encargo que le hice ayer.- Esas palabras atrajeron mi atención, pero sólo me limité a servirme jugo en el vaso y a beber unos sorbos. –Espero que sea un poco sensato y aproveche para darse la buena vida, porque uno nunca sabe qué puede pasar en los viajes en avión o en los alrededores de esa testaruda prefectura que todavía no se rinde a mí por completo…-

       Sentí gran cólera de haberle dado –aunque de manera inconsciente, claro está- el lugar de voz en el cielo a semejante imbécil. Cada vez me costaba más refrenar la lengua y hacer como si él no estuviera. Saqué un par de rebanadas de pan cuadrado de la bolsa que estaba en el horno y las puse a tostar.

-¡Pobrecito; debiste escucharlo! Cuando atendí la llamada, seguro que estaba ilusionado con que contestarías tú, pero se le vinieron abajo todas las esperanzas. Supo disimular, sin embargo…-

       Tomé mis tostadas y me senté a la mesa, eligiendo tentar al destino con su propio método. Una vez que unté mermelada de frambuesa en una de las rebanadas, alcé la mirada y la posé en sus ojos cobrizos y achinados.

-¿Eso era todo “lo que querías decirme”?-

       Él sonrió y acabó de colocarse su abrigo. Se metió las llaves en el bolsillo y asió el pomo de la puerta.

-Sí. Y que cuando tenga un hijo, le voy a poner “Yune”.-

-Infeliz…- mascullé, ya estando solo.   

 

       Después de bañarme pasé un rato viendo la televisión; otro más estuve recostado en mi cuarto y, finalmente, me devolví a la sala con una caja de bombones que me había regalado Hide el último día. La abrí y comencé a comerme los dulces en silencio, hasta que mi mirada se posó irremediablemente en el único cuadro que había en toda la sala: el de Inoran y yo. Suspiré lenta y tortuosamente, recordando con rabia que justo delante de semejante altar había sido yo brutalmente inmolado la vez postrera, y casi todas las anteriores. Kawamura no dejaba nunca nada al azar.

       Se me hizo imposible continuar en aquel ambiente tan lleno de malos recuerdos, por lo que decidí vestirme y salir de casa. Además de todo, estaba sumamente aburrido ahí dentro, así que –aunque no fuera la gran cosa- irme a dar una vuelta por el burdel me ayudaría a despejarme un poco. Me encaminé a la habitación para buscar algo de ropa, pues aún seguía con la toalla mojada alrededor de la cintura. Elegí un pantalón de mezclilla hasta las rodillas y una camiseta negra y corta, sin mangas, que dejaba ver mi ombligo y parte de mi abdomen. Me maquillé un poco las marcas del rostro y salí de la casa.

       Una vez en Luna Sea, me dirigí al salón grande donde estaban el bar y las mesas. Como era de esperarse debido a la hora, casi no había nadie, por lo que la música se escuchaba muy baja y era lenta. Me pedí un refresco y me fui a sentar en uno de los sillones que daba a la ventana, para dedicarme a mirar hacia la calle; uno de mis pasatiempos favoritos, por muy tonto que eso pueda sonar. Observar el vaivén cotidiano de la gente me embebía, casi hipnotizándome. Podía pasarme gran rato en eso. A los minutos de estar ahí, llegó la camarera para preguntarme si se me ofrecía algo de comer; pero yo, tras sonreírle, le dije que no. Volví a concentrarme en el exterior.

       De pronto, una limusina blanca y demasiado conocida dobló la esquina. Di un brusco respingo y clavé las pupilas en el vehículo, pues me intrigaba enormemente que Ryuichi estuviera de vuelta a esas horas, si apenas hacía pocas que se había ido. Deduje que probablemente venía a su escondrijo preferido para tratar un asunto delicado; pues de otra manera, su oficina en la joyería habría bastado. Al parecer no me equivocaba, ya que una vez que el lujoso auto se detuvo frente al burdel, de él descendieron cuatro tipos además de los usuales guardaespaldas: mi jefe, dos castaños y el dueño de la espantosa cabellera blanca.

       Ver a Shinya ahí y en ese momento sólo podía significar una cosa: algo terrible le sucedería a alguien ese día. El recuerdo del ominoso color de las sábanas de mi cama y de mi túnica en el sueño hizo que mi corazón comenzara a palpitar con violencia. Me angustié muchísimo en cuestión de segundos, y ya no supe si era mejor quedarme donde estaba o proceder a esconderme. El edificio que ocupaban Luna Sea y la casa estaba lleno de pasillos y de aposentos de todo tamaño; incluso de pequeñas bodegas. Pero así como las conocía yo de bien, eran como la palma de su mano para mi proxeneta. Decidí quedarme justo donde estaba: cabía la posibilidad de que, si Ryuichi no venía por mí, ni siquiera me determinara.

       Pasados unos instantes pude escuchar los pasos de los cuatro hombres. Yo me había quedado en la posición en que estuviera desde hacía rato; esto es, de espaldas hacia el interior, pues seguía mirando por la ventana. No podía interpretarse como que me estuviera escondiendo, ya que mi cabellera roja y suelta se podía apreciar desde cualquier punto de la sala. La taquicardia se me agravó cuando los sujetos cruzaron la estancia y pude escucharlos cada vez más cerca, pero comenzó a declinar no bien los sonidos se alejaron. De reojo vi que los recién llegados se encaminaron por las escaleras subterráneas, las cuales daban a las oficinas. Sentí un enorme alivio, pero inmediatamente una ingente curiosidad tomó su lugar y se apropió de su ímpetu. ¿Quiénes serían los dos castaños que acompañaban a Yamada y a Kawamura, y para qué habrían venido? Tenía que seguirlos. Debía averiguarlo.

       Dejé que pasaran unos segundos, me levanté y me fijé en que el personal del local estuviera lejos o muy ocupado en su trabajo. Después de eso, tomé el camino que habían seguido mi jefe y compañía. La puerta del aposento donde se encontraban ya estaba cerrada para entonces. Preocupado, miré hacia los lados en espera de que se me ocurriera algo, ya que ponerme a escuchar del otro lado de la puerta no era nada seguro. Es más: todavía cabía la posibilidad de que el maldito socio de mi jefe anduviera por ahí. Una estrecha portezuela a la par de la de la oficina del yakuza atrajo mi atención. La abrí y entré en el reducido cubículo.

       Debido al hecho de que la construcción que en aquel momento ocupaban el prostíbulo y nuestro apartamento no había sido originalmente hecha para tales fines, la mayoría de estancias –además de las que expresamente eran los cuartos del burdel- fueron originalmente habitaciones. Entre ellas –y porque eran muchas- había baños o aposentos donde se guardaban los implementos de limpieza, varios de los cuales estaban convertidos en bodegas. Ese era el caso del sitio donde me escondí. En la parte de la ducha había cosas amontonadas, pero logré hallar un lugar. Descubrí que la porción más alta de la pared divisoria estaba hecha de madera –como una especie de buhardilla- pues todas las de la habitación contigua eran de ese mismo material. No obstante, al ser tan antigua, tenía partes podridas.  Metí el mango de una escoba vieja que encontré en uno de los hoyos en la tabla, logrando hacerlo más grande; luego me acomodé para mirar a través de él.

       Ryuichi estaba sentado tras su escritorio, mientras uno de los castaños se mantenía de pie a su lado y el otro se encontraba en una silla, frente a él. Me extrañó mucho no ver a Shinya, pero supuse que estaría en algún lugar de la habitación, lejos de mi ángulo de enfoque, o tal vez afuera. Tragué saliva de manera nerviosa al temer la posibilidad de que me hubiera visto esconderme, pero ya no era momento de salir a confirmarlo.

-Quiero presentarte a Yasuda-san, Kazuhiko- dijo Kawamura con una de sus amplias y maléficas sonrisas. Inmediatamente, el hombre a su lado dio un paso al frente y se inclinó. –Hace tres meses que comenzó a trabajar con nosotros en el área de “recursos humanos”- su cinismo al decir aquellas dos últimas palabras me revolvió el estómago -pues presentó muy buen currículum a pesar de ser algo joven. Todo iba de maravilla y yo me sentía realmente satisfecho y deslumbrado, ya que nunca estaba nadie donde no le correspondía y todos sabían con precisión sus posiciones– el tipo del que hablaba mi jefe no pudo disimular una pequeña sonrisa. Probablemente, estaría fantaseando con un cuantioso aumento para entonces. –Como te digo, Kaz, las cosas no podían ir mejor. Estuve a punto de invitarlo a tomarse la noche libre y a elegir una hermosa compañía para que probara por sí mismo el fruto de nuestro trabajo, pero el muy imbécil decidió semejante cosa por su cuenta hace un par de días, sin consultar a nadie.-

       El tal Yasuda volteó con los ojos completamente abiertos hacia Ryuichi, quien, por su parte, siguió mirando al frente.

-Se tiró a una de mis putas en su oficina durante mi ausencia, traicionando con ello toda la confianza que había depositado en él. ¿Puedes creer tú que a alguien se le ocurra hacer algo tan estúpido como eso en un asunto que tiene que ver conmigo?-

       El hombre junto al pelinegro de enmarañada cabellera empezó a balbucir. Estaba blanco como un papel.

-Ka-Kawamura-sama… Y-yo… le juro que…-

-¿Puedes creerlo, eh Kazuhiko Inada?- El yakuza prosiguió su discurso, ignorando por completo a su empleado. Su interlocutor parecía nervioso; aun así, no repuso nada.             –Definitivamente, es seguro que mucho va a pesarle a cualquiera cometer un error tan garrafal como el de este individuo. ¿Es que sería yo capaz de seguirme llamando oyabun si no hiciera algo al respecto?-

       El lunático terminó de hablar y entonces pude ver pasar frente a mi mirilla a su malvado socio. Shinya portaba un enorme bate de metal en la mano derecha y caminaba con lentitud hacia el grupo. El sujeto anteriormente identificado como Yasuda-san fijó sus despavoridos ojos en el peliblanco, luego en Ryuichi, y dudando desesperadamente qué hacer, se debatía de forma visible entre acercarse a su jefe, retroceder o escapar. Cualquiera de las opciones absolutamente vana: la puerta estaba cerrada y muy lejos, y frente a él, el corpulento Yamada ya empuñaba el arma.

-Cualquiera que caiga en algún negocio donde yo esté implicado y mire en él cobardemente por sus intereses, en detrimento de los míos, o pretenda engañarme, lo pagará caro.-

       El hombre que acababa de ser descubierto –quien ya para entonces hipaba debido al llanto que medrosamente había comenzado a brotar de sus ojos y no lograba articular una sola palabra, deshaciéndose en tartamudeos- pretendió arrodillarse junto a Kawamura y rogar clemencia, pero justo cuando se inclinaba y posiblemente iba a abrazarle las rodillas, un tremendo golpe lo abatió.

-¡No te atrevas a ponerle tus asquerosas manos encima!-

       Seguidamente, un aluvión de bestiales batazos cayó sobre el muy desgraciado hombre, cuyos gritos desgarradores resonaban por toda la estancia. Sentí que se me estrujaba el corazón de horrible manera debido a la conmiseración que en aquel momento me embargó, pues la escena sin duda alguna me recordaba los castigos sufridos a manos del pelinegro. Pero los porrazos que me daba Ryuichi eran caricias a la par de la forma en que su maldito esbirro atormentaba al castaño, sin piedad alguna. Pronto el bate se manchó de su sangre, así como la pared y parte de la ropa del ruin peliblanco. El cuarto tipo no podía creer lo que sucedía en frente de sus ojos.

       El torturado continuaba suplicando misericordia y apelando a Kawamura para que la agresión se detuviera. Contraje el puño con ira al advertir que la violencia perpetrada no tenía intenciones de ser solamente un escarmiento que no llegara  a mayores consecuencias, sino que Ryuichi estaba dispuesto a llevarlo todo hasta el final. No obstante, Shinya se detuvo de repente, y tras quitarse el saco azul y limpiar con él parte de la sangre ajena que le había caído en el rostro, lo puso sobre el escritorio. Se quedó de pie junto a mi jefe, mirando en dirección de Inada con su sempiterno gesto de indiferencia.

-Y bien, Kazukiho. ¿Tienes algo que decirme?-

       El yakuza de ojos achinados y cobrizos colocó ambos codos sobre el escritorio y enlazó sus manos para posar sobre ellas su mentón. Endureció su mirada al máximo y clavó sus orbes en los de su interlocutor, a pesar de que conocía perfectamente que el sujeto delante de él no acababa de reponerse del macabro espectáculo del que había sido testigo. El hombre al que habían vapuleado bárbaramente continuaba tirado en el piso, todo ensangrentado, pero ya no se movía; sus dos verdugos absolutamente indiferentes ante su existencia. Entonces el tipo habló al fin, siendo precedidas sus palabras por un torrente de lágrimas que surgieron espontáneamente de sus ojos.

-Le juro… que yo no sabía nada acerca de que el cliente para el que se haría el negocio e-era usted… Kawamura-sama. Yo-Yoshiki me contactó y me dijo… que necesitaba un favor y que lo acompañara… a Norteamérica. Fu-fue hasta que llegué allá… que me enteré de todo.-

       Quedé boquiabierto al escuchar el nombre del banquero. En la vida me hubiera imaginado que el rollo que intercepté por coincidencia tenía algo que ver con una acción de la mano derecha de mi proxeneta. Experimenté un vacío en el estómago al reflexionar que, en buena teoría, todo lo que tuviera que ver con el rubio, tenía que ver con Hide. Sostuve mi aliento.

-Te escucho. A partir de ahora, soy todo oídos.-

       Ryuichi se recargó en su sillón y cruzó la pierna. Colocó sus manos anilladas sobre los descansabrazos y siguió mirando a Inada de esa manera tan incómodamente penetrante y perturbadora ante la que nadie era capaz de mantener la calma. Sus últimas palabras no habían sido literalmente amenazantes, pero cualquiera con un poco de sentido común sabía perfectamente que eran una orden clara y expresa de no ocultar absolutamente nada; o en caso de hacerlo, atenerse a perder hasta la vida.

-Mi primo… no me reveló el nombre de la parte que representaría… sino hasta que yo iba camino a Atlantic City.- El castaño frunció la frente con infinita amargura. Acto seguido, se tomó la parte alta del rostro para tapar sus llorosos ojos. -Ya antes… me había pedido que interpretara un par de llamadas… en que aceptaba el valor del terreno… Además les pedía a los vendedores… que presentaran pruebas de defectos estructurales que… no impidieran comprar.- Destapó su cara y miró a mi jefe. Hablaba con dificultad, temiendo visiblemente por cada una de las cosas que decía. Se restregó las manos con impaciencia. –Se-se lo suplico, Kawamura-sama… ¡Por favor, no me mate!- La interrupción en el relato, seguida del ruego, no produjeron ni el más leve movimiento en el semblante del cruel mafioso. El soplón lo comprendió, y después de tomarse de nueva cuenta la frente y hacer que su mano resbalara por el costado de su rostro, siguió hablando. Sudaba. –E-eso porque… la propiedad tenía desde el principio un muy buen precio… pa-para ubicarse en esa zona comercial de Nueva Jersey.-

       Casi desde el mismo momento en que Kazuhiko comenzara a hablar, el individuo agredido instantes atrás –a pesar de que se encontraba muy mal- había estado emitiendo una especie de sollozos tenues, los cuales se escuchaban vagamente cuando quien tenía la palabra se detenía por unos segundos. Kawamura y Yamada parecían ignorarlo, pero su interlocutor miraba de cuando en cuando al infeliz, y se mostraba más atribulado todavía.

-U-una vez allá, nos reunimos Yoshiki, su asistente y yo con los vendedores... To-todo iba bien y… mi primo fue quien habló la mayoría del tiempo. E-el chico que lo acompañaba… estaba muy callado…-

       Tanto el oyabun como yo pusimos especial atención en esa última frase. El corazón quería salírseme del pecho por lo rápido que latía, y me daba la impresión de que sus violentas contracciones podían oírse hasta en la otra habitación.

-¿Por qué lo dices?... ¿Qué hacía, entonces?-

-L-la verdad… no lo recuerdo muy bien… N-ni siquiera… me acuerdo cómo era…- Quien hablaba volvió a desesperarse, pero al llevar su mirada hacia los orbes de su interlocutor comprendió que, de volver a implorar por su vida, no conseguiría más que el enojo del poderoso magnate. La angustia se lo estaba comiendo vivo. –Sólo dijo… a-algo al final. Algo como que… e-estaba de acuerdo… con todo lo que había dicho Yoshiki...-

       Un gran silencio reinó en la sala, por lo cual los lamentos de Yasuda se hicieron más audibles. Ryuichi contrajo el rostro, apretó los puños y el ambiente se cargó de enorme tensión en sólo instantes. Como si pudiera leer la mente del lunático, supe que el final de aquel desgraciado estaba a punto de llegar, y una horripilante angustia me asaltó. Jamás había presenciado la muerte violenta de nadie. Kawamura cerró los ojos y oprimió los párpados; se llevó la mano al rostro, su frente se arrugó y sus labios se retrajeron en un mohín furibundo.

-…¿Es que no vas a callarte, ¡¡con un maldito demonio!!?-

       Estampó el puño de la misma mano que cubría su cara segundos antes sobre el escritorio, y todavía con los ojos cerrados, declaró

–Shinya, ¡acaba con él!-

       Me fue imposible seguir mirando. ¿Para qué, si sabía perfectamente lo que el desalmado hombre haría? Cubrí mi rostro con ambas manos, a pesar de que ya había cerrado los ojos, y luchaba porque no se escuchara mi llanto. Me volteé cuarenta y cinco grados hasta que mi brazo estuvo contra la pared y resbalé lentamente por ella, quedando de cuclillas en el suelo. Me destapé la cara. Aquel último grito había sido lo más horrendo que jamás escuchara en mi corta vida. Decidí que no podía seguir donde me encontraba, así fuera por Hide o cualquier otro motivo; ya que de ser descubierto, mi destino sería el mismo del sujeto al que acababan de asesinar a sangre fría. Salí de la antigua bodega y me escabullí hasta llegar a la casa, aprovechando que los infames mafiosos aún debían seguir hablando con el delator. Mi alma, mi corazón y mi mente sólo deseaban una única cosa con desesperación: encontrar la manera de avisarle a mi amante sobre el peligro que estaba a punto de caer sobre su cabeza.

 


[1] Blanco es, en Occidente, el color de la pureza; cualidad de la que Sugizo se siente indigno. En Oriente representa el luto y la muerte, y por ello es aquí signo ominoso. Además, es el tono del cabello de Shinya en esta historia.

[2] Este sueño de Sugizo está basado en el video de la canción Providence de Luna Sea, contenida en el álbum Eden de 1993.

Notas finales:

Esperando que no me hayan quedado demasiado asustaditas, vayamos en orden:

1) Yo sé bien que todas ustedes son excelentes slaves y que ya han visto este video, pero siempre se siente complementario (al menos en mi caso) mirarlo tras leer el sueño de Sugizo. Recuerdo que en los tiempos en que escribía esta escena, no me cansaba de verlo una y otra vez =) Aquí el link http://www.youtube.com/watch?v=ewAsubnPXPo

2) El asunto que deseo explicarles y que tiene que ver con el punto en que nos encontramos en el relato, es que voy a variar los intervalos de publicación. Primero, luego de esta escena (25°), me daré aproximadamente dos semanas de plazo antes de colgar la siguiente. Ello porque deseo explorar la posibilidad de agregarle una parte más al final del relato (epílogo), que tengo que redactar y valorar si me convence o no. Es una idea que he tenido desde hace tiempo, pero que por factores de ocupación no he podido llevar a cabo todavía.

Ahora bien, después de ese período, ya sea que tenga el agregado final o no -aunque yo espero que sí-, continuaré subiendo las escenas restantes (que son seis hasta ahora, para un total de treinta y una) con un intervalo de una semana entre ellas. Los motivos de este cambio son varios: finiquitar los últimos detalles de la edición antes de hacer la publicación doméstica del fanfic completo, además de ver si incluso elaboro una portada (cosa que no he hecho antes para ninguna historia); propiciar en ustedes una lectura más minuciosa y para la que tengan más tiempo, pues las escenas finales son determinantes y más densas; y sí -no lo puedo negar- hacerme a la idea yo también. Es para mí, asimismo, un poquito difícil aceptar que la historia ya llega a su fin y que ya no tendré su tan asidua y agradable compañía durante algún tiempo =(

Habiendo aclarado esas cuestiones, me despido por ahora. Por favor, no teman que vaya a abandonar el fic o algo por estilo, pues con seguridad eso es algo que yo evitaría a toda costa. Más si están involucradas personitas que tanto valoro y cuya compañía aprecio de corazón =)

Las quiero =D


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