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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La confrontación a Radamanthys ha dejado puertas abiertas, y Shaka ha terminado de comprender que quizás no hay lugar para él en Londrés. ¿Cuál es el camino que tomará cada personaje luego de aquella noche?

Sonrisas, miradas cómplices, manos que se entrelazaban y jugaban entre ellas. Miradas de enamorados, voces suaves y tenues contando secretos ya conocidos, solo entre ellos, en su idioma. Hacer el amor…

Besos, muchos. A veces no se encuentran palabras suficientes para decir cuánto se ama y se agradece. En algunas oportunidades una sonrisa no logra el cometido, al igual que unas lágrimas.  Para ellos ese era uno de esos momentos. Unos de esos instantes donde un gesto no era suficiente para expresarlo todo. Que necesitaban todo su cuerpo entregado al de aquel para poder expresar una mínima parte de la magnitud de sus sentimientos y emociones: en forma de caricias, de besos furtivos, de sabores, aromas y roces que enloquecían, que arrancaba gemidos y suspiros, mientras sus ojos dibujaban el de aquel, mientras entre besos una sonrisa se dibujaba en compañía al del otro, donde dedos apartaban cabello, afilaba mandíbula, reafirmaba el contacto buscando otro contacto boca a boca que robara y devolviera el aliento.

Y así, convirtieron la cama en una pista de baile, donde las sábanas cubren y estorban, donde el colchón sostiene y se graba, donde las almohadas daban espacio para que las manos tomaran piel y sostuvieran músculos mientras los huesos se estiraban rumbo al éxtasis de los nervios.

Mientras hacían el amor, con todas las letras.

Mu sentía el fuego del griego quemar sus neuronas mientras palpitaba en su interior. En ese momento ya no eran dos cuerpo sino uno. Uno mismo clavando sus uñas en brazos que le pertenecían, uno mismo gimiendo con frenesí en medio del vaivén. Los cabellos lacios del menor se movían y bailaban en aquella pista rozando con sabanas y dedos, llenos de sudor, mientras su voz varonil se desgranaba en silabas cada vez más difíciles de entender. Estaba encantado y enamorado de todo ese movimiento y ritmo que Kanon llevaba sobre él. Estaba entusiasmado y al borde de lágrimas al sentirlo tan entregado. En ese momento no eran dos, eran uno y Mu lo comprendía. Porqué la algarabía, el éxtasis y la felicidad que sentía en su pareja la sentía tan suya que el pecho se inflaba del ardor y del gozo en conjunto.

Celebraban, haciendo el amor, por algo que jamás habían pensado que llegaría de esa forma.

¿Cómo expresar en palabras la dicha de haber sido aceptado? ¿Cómo decir un gracias que no nacía por una acción, sino por todas, por muchas, por tantas a su vez que era difícil recordarlas? ¿Cómo decirle “estoy feliz por ti” y que con eso se entendiera que era también su felicidad? Mu se tomó del cabello de su compañero, apretándolos en la nuca en el momento mismo en que su columna hizo un arco y su cuerpo fue evaporado por el orgasmo, dejando que su mente fuera lanzada a lo más profundo del espacio, sintiendo exactamente esa sensación de gravedad cero, como si sus neuronas flotaran en alguna masa amorfa y placentera, apagándose poco a poco hasta dejar la más profunda y clara oscuridad, junto a una caliente calma que se agolpaba dentro de su cuerpo: la calma de él, el grito de él, el orgasmo de él

Todo junto.

Pronto donde hubo la algarabía quedó el silencio.

Habían pasado dos días desde lo sucedido, desde aquel miércoles que había trastocado toda esperanza del decorador pero que a su vez le había dado a su hermano una esperanza. En la cabina telefónica apoyaba el peso de su cuerpo en su mano izquierda sobre el teléfono, mientras la gente pasaba a su alrededor ausente de cualquier distracción que tuviera que ver con él. El abrigo grueso cubría medianamente sus rasgos griegos, ocultando la mitad de su rostro mientras sentía su cabello desordenado caer rasposamente sobre su rostro. De nuevo soltó la superficie metálica y pasó a su mano sobre su cabeza, echándolo su cabello hacía atrás y sintiendo la suavidad de su ondas caer exactamente en el mismo lugar, ocultando un poco la amplitud de su sonrisa mientras escuchaba a su hermano evidentemente emocionado tras la línea.

—¿Entonces mañana te vas a Almyros?

—Así es. Mañana iré a Almyros, pasaré el fin de semana allá con ellos. Ya hablé con Mu, aunque me gustaría llevarlo conmigo.

—Ve con paciencia. Quizás más adelante—sonrió viendo de reojo al rubio en el parque South Park, con el anciano y la joven familia. El pequeño estaba en sus brazos y jalaba de nuevo un mechón de su cabello rubio, y la mano del decorador apartaba los pequeños dedos de sí mismo, acto que era interrumpido de nuevo por el infante, quien ahora se tomaba fuertemente de su nariz provocando que frunciera graciosamente su ceño.

—Jajaja, eso espero aunque ando nervioso, no sé qué le diré cuando vea a papá.

—Seguro lo sabrás cuando lo veas, solo ve tranquilo. ¿Quieres verlo no? Y parece que él también, eso es lo único importante ahora—sonrió de medio lado, prendándose de aquella imagen.

—¿Y tú? ¿Cuando vuelves?

—Para el Lunes estaremos de regreso, por ahora hemos decidido aprovechar el estar aquí para disfrutar, puedo decir que hoy realmente empezaron mis vacaciones—su hermano lanzó una carcajada tras la línea y él solo sonrió, viendo a Shaka compartir su helado con el pequeño.

Pese a que escuchaba su hermano hablar y preguntar sobre cómo había sido su encuentro, preguntando detalles íntimos, el griego en Londrés no podía siquiera darle un espacio a los recuerdos de aquella caótica experiencia en los baños del estadio, no cuando tenía fresca la mañana anterior. Una sonrisa más amplia empezó a formarse en su rostro mientras lo miraba pasar el bebe a su madre, otra vez peleando por que su cabello era jalado por las pequeñas manos.

Justamente cuando Shaka lo había ido a buscar en la sala esa mañana, él estaba peleando para que el niño dejara de jalar el mechón derecho con tanta vehemencia. Moises balbuceó la “a” varias veces y al voltear, Shaka con una sencilla franelilla y una bermuda aparecía frente a él. Por su semblante, podía jurar que se había presentado tal cual había salido de la cama, con su cabello ligeramente desordenado, aunque no enredado, el lacio de su melena apenas se cruzaba un poco por su frente, sus ojos lucían aún un tanto inflamados, quizás por la forma en la que había llorado la noche anterior, pero esos mismo lo observaban como si le preguntara todos los misterios del mundo, esperando que estos fueran respondidos por él. Saga estaba seguro que de no haber estado en esa casa ajena, o al menos, seguro de que nadie los interrumpiría y que no tenía al niño en sus brazos, él se hubiera levantado, tomado a Shaka de su cintura y hubiera besado los labios pálidos dándole de esa manera los buenos días. Pero aquello solo se quedó en su cabeza.

El rubio dio un paso más, mirándolo tan fijamente que por un momento realmente deseó estar en otro lugar, uno más privado e íntimo para poderse llevar por sus deseos. En cambio, parecía que Shaka no tenía intenciones como esas o al menos las descartó en cuanto el niño levantó sus brazos pidiendo ser recibido por él nuevo integrante en la sala. Allí, el decorador bajó su mirada hacía el niño, pestañeó un par de veces y finalmente se acercó tomándolo en sus brazos. Lo siguiente que hizo fue sentarse a su lado, con el niño en sus piernas, sosteniéndole su estomago mientras lo balanceaba suavemente.

—¿Te vienes levantando? Es difícil verte tan… al natural—Shaka volteó ante sus palabras, mirándolo con una expresión incierta.

—Logré recordar que me quité la ropa cuando llegué y me tiré con esta franelilla en la cama con ganas de no saber nada más del mundo pero… no recuerdo esta cadena ni cómo llegó a mi cuello. Y odio las lagunas mentales—para ese punto supo que por eso había salido del cuarto de ese modo, quizás al haber notado el collar en su cuello no podía quedarse tranquilo sin tener una explicación lógica.

—Te lo puse mientras dormías en el taxi—explicó con tranquilidad peinando un mechón dorado de su rostro. Shaka solo estrujó levemente sus cejas, mirándolo aún más fijamente.

—¿Por qué?—el griego continuó mirándolo con una pequeña sonrisa, ahora dejando sus manos cómodamente tomadas en su regazo—. No puedo aceptar esto, Saga.

—¿Por qué? Es tu regalo de cumpleaños.

Tuvo que disculparse con su hermano cuando el grito amenazó por destruirle el tímpano derecho. Kanon se había cansado de llamarlo por las buenas, y decidió hacerlo por las malas, con una combinación pintoresca de malas palabras que seguro a Saga jamás se le olvidaría. Dejó brotar una larga carcajada respondiendo con otro par de insultos y luego de un intercambio fluido de palabras anti sonantes en griego, se rieron, olvidándose del monto que se iba acumulando en la llamada.

—¿Mira tarado de mierda, deja de irte a la nube mientras me hablas eh?—reclamó detrás de la línea con una carajada de fondo.

—Ok, ¡ok!—se frotó la frente—, ni loco te daré detalles y menos por teléfono, Kanon, solo te diré que al menos me siento más tranquilo, que estoy con él, y quizás cuando las cosas bajen un poco en su vida personal pueda iniciarse algo.

—¿No son algo aún?—el griego que lo escuchaba desde la cabina telefónica renegó como si su hermano pudiera verle en Grecia, luego negó con su voz, escuchando un largo suspiro—. ¿Al menos se besan?

—Nos tomamos la mano—aludió con una corta sonrisa mientras volteaba su vista hasta Shaka, sentado en la banca cómodamente mientras la familia iba por unos globos que antojaron al pequeño—. Desde que hablamos mejor de porque vine, no nos hemos besado, pero si nos hemos tomado las manos. Aunque… se puso un momento celoso y me robó un beso.

—¿Y…?—sonrió un poco más.

—Yo intenté besarlo después y se me escurrió—un largo y sonoro abucheo sonó tras la línea y Saga soltó una carcajada renegando mientras veía al rubio distraído observando la copa de los árboles—. Pero no me quejo, lo dejé sin boca con que besar el martes—y ahora una exclamación de victoria animada por la carcajada—. ¡Estás demente, Kanon!

Después de una corta conversación sobre trivialidades y ya Kanon convencido de que Saga no le adelantaría más, la llamada fue cortada y el griego se quedó mirando la pantalla intermitente que mostraba el monto y el aviso del final del servicio. Inevitable volvió su memoria al momento luego que de haberle explicado la razón de su regalo, Shaka lo mirara con cierto recelo. Recordó que le sonrió de medio lado, subiendo su pierna derecha sobre la rodilla izquierda y dejando caer su nuca contra el espaldar, provocando que algunos mechones cayeran por su frente y ocultara sus gruesas cejas. Observó entonces que Shaka levantó una ceja expectante.

—Te lo compré sabiendo que se acercaba tu cumpleaños, supongo que no hace falta saber el cómo—rió entre dientes y el rubio arrugó su frente con mirada indulgente—. Aunque, Aphrodite me dijo que no los celebrabas. ¿Por qué no lo haces?

Shaka se quedó en un silencio prudencial acunando al bebe en sus brazos, mientras este se frotaba sus ojos con algo de desgano. Los ojos de Saga viajaron al rostro del bebe que metía su pulgar a su boca y se tomaba fuertemente de la tela que cubría el torso del rubio hasta los ojos del decorador, deteniéndose un momento donde la cadena aún permanecía colgada. Aquellas pupilas azules que Shaka poseía, aún medio somnolienta eran brillantes y apacibles, unas extrañas gemas que podría observar por mucho tiempo y sin cansarse.

—Supongo que no me dirás—el rubio bajó la mirada luciendo nervioso para acomodar al bebe mejor sobre su hombro, permitiéndole la comodidad para descansar—. Eso que haces es egoísta.

—¿…Egoísta?—rezongó el decorador alzando una ceja con desaprobación.

—Así es, no nos permites a las personas que te hemos conocido el celebrar que naciste. Les estás negando la oportunidad de hacerte sentir lo importante que ha sido conocerte y lo bien que les hace recordarlo el día de tu nacimiento.

—No hace falta si me lo recuerdan el resto del año.

—El hombre está lleno de fechas y recordatorios. Esta hecho de memorias, Shaka—levantó su mirada hacía él, con una mirada inquisitiva, pendiente de sus palabras pero sin demostrarlo abiertamente—. ¿Qué querías negarte con eso? ¿O que querías enterrar? ¿El hecho de que naciste? Tendrías que borrar los recuerdos de todos los que te han visto, aunque sea de lejos, como el anciano que viste en el centro comercial.  ¿El hecho de que ese día tuviste un padre y una madre que te recibieron? No solo estaban ellos, había amigos de tus padres, y aunque no lo quieras creer, los que te conocemos ahora desde cada sitio, aún sin saberlo, esperábamos por encontrar a alguien como tú. De no ser así, ¿porque te querríamos en nuestra vida?—bajo el rubio la mirada hacía sus pies, sin decir nada, sin detenerlo, pero con gesto de atención—. ¿Lo ves?—prosiguió más cercano—. Lo único que haces es dejarnos a nosotros sin la opción de festejar, como si hubiéramos estado en el quirófano donde nacías, tu llegada a la vida.

Durante al menos unos minutos dejó que el silencio se posicionara entre ellos acompasado con la respiración tranquila de Moises, quien ajeno a todo ahora dormía. Pensando que sus palabras no tendrían respuesta, Saga elevó su mirada al techo blanco de la sala mientras escuchaba en bajo volumen el televisor encendido con algún programa en chino. Sus pensamientos fluían sin ningún tema en especifico, sinceramente no esperaba que la conversación continuara bajo el mismo tópico. Suspiró un poco al bajar la pierna y estaba por estirarse antes de que Shaka continuara.

—¿Qué hay de importante en la fecha? ¿Por qué es tan importante para ti el celebrarla? Es solo un día más, para mí lo es, y quisiera que al menos pudieran entender eso. Quizás suene egoísta, pero así me siento cómodo. Cada quien tiene derecho de recordar una fecha como lo sienta más cómodo consigo mismo.

—¿Tanto te pesa tu cumpleaños?—eludió, mirándolo fijamente.

—El 19 de Septiembre es un día más, Saga.

El 19 de Septiembre no era un día más, era el día en que él había nacido. Estaba convencido que si Shaka lo estaba bloqueando era para descartar quizás parte de su historia, que ese niño había nacido con sus padres esperándolo, que tenía ya para él un hogar. Era evidente que Shaka no iba a dar su brazo a torcer —no necesitaba conocerlo de toda la vida, con lo poco ya sabía que esa era su personalidad—, pero él tampoco dejaría torcer el suyo. ¿El problema era el día? ¿Era la fecha? Entonces tomarían otra.

Ladeó su sonrisa y se sentó de lado, hacía él, subiendo una pierna flexionada al mueble y llamando así la atención del rubio quien lo observó con rostro dubitativo. Esperaba o al menos eso intuía con sus palabras que con aquella respuesta Saga dejara de insistir al respecto. Sin embargo, el griego solo le miró con tal seguridad que Shaka supo de inmediato que algo pasaba por la cabeza del abogado Leda.

—Entonces celebrémoslo mañana—el rubio levantó una ceja sin comprender—. Si el problema es el día entonces lo celebraremos en otro—el griego se levantó triunfante mirando el rostro de desconcierto del decorador—. Les diré a tu familia, te aseguro que te divertirás.

—Saga…—quiso replicar pero la palma del abogado se plantó sobre su rostro, interrumpiendo todo lo que pudiera decir. El rubio frunció llamativamente su ceño mirándolo con firmeza. Saga sonrió.

—No aceptaré un no por respuesta y sobre el regalo, no te lo aceptaré de vuelta. Haz lo que quieras con él: te lo quedas, lo regalas, lo vendes… pero ya no es mío.

Con aquel último recuerdo Saga salió de la cabina telefónica con sus manos en los bolsillos del abrigo. Shaka se había levantado de la banca y hablaba algo con Shiryu mientras el niño veía con grandes ojos el globo con forma de una cabeza de panda, pasando sus manitos sobre el dibujo mientras estaba en brazos de Shunrey y el viejo Dohko estaba de pie con una tierna sonrisa en labios. Precisamente ese día habían decidido pasar en South Park para celebrar el cumpleaños de Shaka entre una caminata, fotos familiares y sonrisas, logrando hasta el momento una agradable tarde. Habían comido en un restaurant cerca mientras veían a la gente pasar y comentaban trivialidades, luego se quedaron por al menos una hora sentados en frente a la baranda hacía el Río Támesis escuchando la historia de cómo el viejo Dohko y su esposa emigraron hasta Londres y empezaron su travesía por ser reconocidos también como ciudadanos ingleses. Había sido ameno, había sido incluso esperanzador y Saga reconocía que había tenido mucho tiempo sin pasar un tiempo de relajación y compartir como ese, con el flujo del tiempo intercalado: el pasado anciano, el joven presentes y el infantil futuro.

Al llegar hasta ellos Saga extendió su mano y rozó la del rubio para llamar su atención, recibiendo de respuesta una corta sonrisa de aprobación. Sus dedos y manos se intercalaron hasta formar una sola unidad, manos tomadas por fuera del abrigo y a la vista de todos, sin importar si era o no apropiada su relación, si era natural o no amar a otro hombre. La familia entonces siguió con el recorrido entre risas cortas, hablando de querer estar frente a Eye The London mientras la pareja —porque aunque no habían hablado al respecto, lo eran— se dirigía con ellos sintiendo el calor de sus manos tomadas en la tibieza de la brisa vespertina.

Valentine, sin embargo, no sentía ni tibieza, ni calor ni emoción alguna. Las últimas dos horas en su oficina las había pasado con su vista a la puerta de madera, como si esperara que alguien viniera por alguna razón que no podría dilucidar; el mismo no sabía porque ni para qué esperaba una visita cuando ya era Viernes, cuando ya faltaba poco para acabar el horario y sobretodo, cuando era su último día en la empresa. Al mediodía, todo el personal le había realizado un agasajo de despedida, convidándolo a uno de los restauranes más exclusivos de la zona. Durante el almuerzo, solo podía tratar de sonreír ante las bromas de quienes fueron sus compañeros de trabajo, por lo general personas con mayor edad y experiencia que la de él pero frente a quien había conseguido un grado de respeto. Y todo esto ocurría mientras la mirada fija y pulsante del jefe de los Wimbert permaneció sobre él como si fuera un hacha que esperaba el mínimo movimiento para cortar su voluntad, una fina hebra que cada vez se hacía más débil frente al brillo de sus ojos ámbar.

Tamborileó sus dedos sobre la madera con inquietud, bufando al ver que ya era media hora antes de la salida. Sus pertenencias ya habían sido embaladas y guardadas en la cazuela de su automóvil, la oficina ahora lucía apagada y tranquila, vacía, con solo el inmobiliario y el computador. Todo estaba listo y cuadrado para ser tomado por el siguiente en el puesto, los archivos organizados, las carpetas ordenadas, los pendientes catalogados en orden de prioridad. El trabajo que había estado ejerciendo desde hacía siete años, ahora quedaría en manos de otro.

Otro tomaría su lugar en la derecha de la junta, al lado de él.

Otro lo acompañaría a las actividades fuera de la empresa, a él.

Otro le apoyaría en sus decisiones.

Otro le tendería la mano…

Otro podría estar a su lado sin sentir que quiere absorberlo. Otro podría estar a su lado sin sentir que abandona una parte de sí. Otro, más apto que él.

Se levantó, con el pensamiento atascado entre sus sienes. Solo un minuto había pasado desde la última vez que vio el reloj, pero la sensación de ahogo era insoportable. Despedirse de él no era siquiera una opción viable, sabía que si se quedaba a solas de nuevo con él en aquella oficina cualquier cosa podría ocurrir, lo veía. Los ojos de Radamanthys, dolidos e impenetrables, aludían que estaba dispuesto a lo que sea para no perder a nadie más. Sabía que la situación con su esposa estaba en un punto difícil luego de aquella reunión, sabía la herida que tenía en su mano, solo una muestra sutil de la que cargaba dentro de él. Y si él, en ese estado, le pedía que no se fuera… Valentine dudaba de tener la voluntad de decirle que no podría complacerlo.

Se recostó contra el escritorio y buscó su móvil, enviando un mensaje al único que podría contenerlo de hacer aquella despedida que podría convertirse en una trampa para no salir más.

El mensaje llegó, fue leído, pero no respondido.

En el parque, ya cuando el sol se escondía en las faldas del río Támesis, la familia decidió despedirse. El abuelo Dohko ya estaba cansado de caminar, el pequeño Moise estaba inquieto por el sueño y el agotamiento luego de reír, saltar en brazos y ver tantas cosas a la vez. Shaka pensaba que era hora de regresar todos, pero ellos insistieron que podía quedarse por un tiempo más, que lo disfrutara. Saga lo convenció de caminar un poco más para luego cenar juntos antes de volver.

Luego de despedirse, la pareja tomadas de manos comenzaron a caminar entre los arboles decorados. El mes de Octubre sobre ello se presentaba tibio y húmedo, afortunadamente ese día no auguraba lluvia, por lo cual podían caminar con tranquilidad sin el temor que el clima de Londres los empapara.

Las luces de los faroles se encendieron. A la vista, el número de familias se fueron disminuyendo en comparación al número de parejas que caminaban por el sitio, de diferentes edades. Ajeno a todo ello, Saga simplemente se dedicó a hablar de todo, de lo que había vivido en su juventud, de cuando ya se imaginaba en un estrado y de cómo las chicas le decían que tenía el porte de un abogado cuando era un adolescente en el colegio. Hablaba mirando al frente, sujetando sus manos junto las de él con suavidad, mientras el enorme ojo de Londres se presentaba imponente con colores fluorescente en su estructura, aún lo suficiente lejos, pero hermoso a la vista de aquellos arboles que iban dejando caer sus hojas secas. Y mientras hablaban, mientras le escuchaba, Shaka le observaba de reojo, con su mente perdida en pensamientos muchos más profundos y determinantes.

La brisa de la noche agitó sus gruesos abrigos, sus cabellos sueltos, las hojas en el suelo.

Valentine salió de la empresa dando un último adiós, evadiendo en lo posible el encontrarse con Radamanthys. Revisó su móvil de nuevo, observando que el mensaje había sido leído pero no tenía respuesta y sólo suspiró, inseguro de que hacer en ese momento. Sabía que debía irse, que debía sacar su auto del estacionamiento y alejarse de allí antes que sus pies le traicionaran. Ya no había vuelta atrás.

No la había, Minos lo sabía y se lo repetía mientras veía el reloj, los mensajes que había recibido, la notificación de aquella investigación que había ordenado iniciar. Y sin embargo, como si no fuera suficiente la aparición de cadáveres en su vida, el hombre con sangre Noruega veía que había aún más recuerdos que tenían el descaro de aparecer. Que primero apareciera el nombre de Shaka Wimbert y luego apareciera Pandora detrás de él, había sido suficiente para agitarle todas sus bases. Y si además a eso le agregaba la experiencia que estaba significando ver a Valentine huyendo de lo que sentía por Radamanthys, la motivación que le impulsaba a ayudarlo a salir de ese círculo más esa repulsiva —porque lo era— sensación de pertenencia que se incrementaba cuando se trataba de él; Minos se sentía golpeado por cada lado y no dueño de sus propias decisiones.

Y que ahora viniera él…

Molesto, viendo la hora, se levantó de su sillón reclinable en la oficina del estado, caminó toscamente hacía su abrigo de piel y se lo puso con movimiento rápido. Se despidió de su secretaria y tomó un paso decidido y rápido hacía la salida, escuchando el mensaje nuevo que entró, pero ignorándolo.

—¿En qué piensas?—escuchó su voz en el oído y Shaka quitó la vista de la enorme noria para mirarle a él.

La noche caía sobre ellos, empezaba a hacer frío y habían llegado por fin a donde la enorme estructura se alzaba orgullosa en la costa del río Támesis. Abrazándose a sí mismo, observaba el armazón de acero coloreado con luces que se intercalaban en un espectáculo lleno de color y de vida, antes de que el cuerpo griego lo abrazara por detrás y llamara su atención. Ese abrazo había sido suficiente para calmar el halito frío que le rodeaba por la noche.

—¿No me dirás?—insistió el abogado y Shaka solo exhaló, dejando caer su cabeza hacia atrás, apoyándola así a su hombro.

—Gracias…—murmuró con voz suave y tuvo un leve temblor al sentir los labios del griego sobre su cuello, deteniéndose con suavidad y soltando su aliento caliente contra la erizada piel.

—¿Por qué?—pasó su nariz lentamente por el cuello, viendo el brillo de la cadena bajo la camisa verde esmeralda y la bufanda que Shaka tenía amarrada.

—Por quedarte, pese a no ser el que era cuando me conociste—detuvo su movimiento, no esperando semejante respuesta.

—No hay nada que agradecer, tú sigues siendo eso que vi desde que te conocí—Shaka sonrió.

Y mientras ellos hablaban, Valentine se dirigía en su auto hasta el edificio de Minos.

—¿Ah si? ¿Y que soy según tu? ¿Que viste?

—Colores…

Minos en cambio, iba hacia el otro lado de la ciudad con la vista fija en la carretera iluminada y su mano tomada fuertemente del volante.

—¿Colores?—inevitablemente aquello lo había asombrado y tomado por sorpresa, mientras sentía que el agarre de Saga se afianzaba más, pegando su espalda contra su pecho y pasando su nariz por su cabello suelto.

—Una explosión de ellos. Tantos que no puedo saber con cual me encontraré si me acerco. Tantos que golpearon mis retinas el día que te vi por primera vez.

El auto se detuvo frente al edificio. La puerta se abrió y Valentine salió de su automóvil con la vista en la infraestructura. Volvió a enviarle otro mensaje y viendo que ya era el tercero pensó si algo estaba mal. Si acaso él no podría atenderlo. Pero tomó valor y penetró la puerta del vestíbulo.

—¿En el restaurant?—preguntó el decorador desviando su vista de nuevo a la Noria, encontrándose para su asombro, muy nervioso.

—En el café donde Marin nos citó para hacer el primer negocio—aturdido el rubio buscó alejarse un poco del abrazo para imponer un poco de distancia, volviendo sus ojos a los del abogado para constatar las palabras que decía—. Si… desde ese día Shaka, desde ese día no podía dejar de pensar en tus colores.

—Estabas casado…

—No me malinterpretes—se acercó más a él tomándolo de un lado mientras Shaka desviaba su mirada sintiéndose incomodo—. Es cierto que ese día me dejaste impresionado, pero no fue que me enamoré de ti. Lo que vi ese día era un hombre que no escondía su identidad y vivía su vida bajo sus propias reglas y yo, yo estaba atado Shaka. No pude dejar de pensar en eso, no pude dejar de pensar en la imagen que vi en ti, de comparar lo que vivía yo, de sentir que quería salir al mundo y decir orgullosamente, como lo hacías tu: este soy yo. Sin enmiendas, ni mascaras—lo abrazó, lo acercó pasando su nariz por su mejilla—. Ni siquiera podía dejar de pensar: quiero eso, quiero eso que él tiene. Me inspiraste Shaka…

Valentine tocó por tercera vez la puerta luego de haber presionado el timbre dos veces, pero aún no conseguía una respuesta. Allí, frente al apartamento de Minos, el hombre aún con su traje ejecutivo dejó caer su espalda contra la pared tratando de entender porqué no había contestado sus mensajes. ¿Acaso estaría con Radamanthys? Quizás… más ese pensamiento salió de su cabeza cuando su móvil repicó y al ver la pantalla era el mismísimo Radamanthys quien lo llamaba, con su nombre titilando, tanto como golpeaba con fuerza en su cabeza.

—… y sigo viendo al mismo hombre…—Saga respiró sobre su rostro, lentamente—. El mismo que no deja de ser él, de levantarse y soportar al mundo hasta hacerlo ceder—el rubio tragó grueso, sintiendo su piel erizarse con el contacto, analizando y digiriendo sus palabras.

—¿Entonces fue así, Saga, como empezó?—envió su mirada escudriñándole, como si buscara la verdad tras esas palabras que de alguna manera le llegaba hondamente—. ¿Admiración?—Saga sonrió y en respuesta se alejó, soltándole y caminando algunos pasos frente a él, dándole la espalda. Se detuvo luego con sus manos en los bolsillos y la vista en la Noira, sintiendo en su espalda la mirada fuerte y encendida de Shaka, esa mirada que podía sentir quemándole los tuétanos y la sangre.

—Cuando te busqué, inconscientemente, quería aprender cómo hacerlo—volteó de perfil, observándole desde la distancia de cinco pasos—. Ni siquiera pensaba estar preparado para iniciar una relación en pareja, me sentía… perdido. Pero cuando vi la casa recién comprada y vacía, abandonada, descuidada, solo pensé en el decorador que dos años atrás se había mostrado tan seguro de sí mismo que lucía una camisa blanca con colores como morado, verde y rosa…—sonrío— . Soy un completo neófito en los colores—y el rubio esta vez dibujó una corta sonrisa—, pero era algo así. Yo quería eso… eso que tenía Shaka Spica y me hizo replantear si estaba bien el estilo de vida que estaba viviendo.

—¿Qué tenía Shaka Spica?—preguntó con su mirada fija en él y el viento suave meciendo los abrigos pesados, moviéndolos apenas cortos centímetros.

Y Radamanthys, luego de la tercera llamada ignorada, dejo caer su celular en la madera, sujetado por su mano herida aún. La oficina estaba oscura, solo se veía el monitor con la animación de suspensión de actividades, dándole color a su rostro, con gélidos blancos y grises. Se frotó su frente, mordiendo sus labios. Estaba perdiéndolo todo…

—¿Qué tenía? Era casi perfecto…—el rubio frunció su ceño, escuchando al abogado sin dejar de mirarle—. Era colores pero tras de ellos, había algo más. Era lo que le daba sentido y vida a cada uno de ellos. Y sigo viendo más, más vida, y conforme veo más vida entiendo más todo lo que muestras al mundo—la mirada de Saga se hizo aún más intensa, si era posible aquello—. Yo solo quería un poco de ello, del color y de la vida. Un poco de ti, Shaka.

—¿Aunque sea casi perfecto?—Saga sonrió de medio lado, extendiendo su mano al frente como señal de invitación a acercarse.

—Ahora eres perfecto: eres un hombre, con debilidades y fortalezas, pero enteramente un hombre. Y ahora no me conformo con un poco…

Si existiesen las palabras correctas, pensó Shaka, Saga debía tener un manual de ellas. Y si existiese un hombre perfecto, tenía que ser él, uno perfecto para sí mismo, para su río, para su orgullo, para su forma de ser, su forma de actuar y de ver la vida. Porque ver a Saga no era ver una meta, no era ver un destino; era ver un horizonte plagado de cosas desconocidas e inciertas, un cielo extenso e infinito de visiones realizables y posibles, un mar ancho y largo y profundo. Y era imposible evadirlo.

Evadir lo mucho que le llenaba, lo bien que le hacía, lo tanto que le provocaba sentir.

Incluso soñar…

Shaka se acercó, convencido, por primera vez en seis años con los ojos ciegos y el corazón abierto, libre de los prejuicios, de los temores y de los “y si” que habían servido de escudo y mascara. Simplemente él y su pecho bombeando con fuerza, sus ojos brillando y su sonrisa dibujándose, ampliándose, acrecentándose, formándose sin conocer límites.

Le tomó la mano.

Mientras Minos caminaba por el enorme pasillo del aeropuerto.

Le apretó los dedos, mirándole a los ojos.

Ajeno a los sonidos y voces de aquel concurrido lugar. Totalmente desconectado de las carteleras de vuelo. Alejado de todo lo que pudiera desconcentrarlo.

Le rodeó el cuello, inclinando su rostro, buscando el ángulo que su pecho dictaba.

Sin saber que un hombre esperaba en el aeropuerto la llegada de Minos.

Le besó…

—No te conformes… quédate con todo.

Se entregó… al amor y al mar se entregó, dejándose extender, como las aguas dulces al pasar el delta, quedando flotando y armando ramas sobre la superficie del mar, hasta que al final, se hiciese sola una, dejando sedimentos, tierra, escombros… atrás y en las profundidades.

Para ahora bailar, con la vida, al ritmo de ella. Un repentino, travieso e inconstante oleaje.

Notas finales:

Por fin he podido acabar el capitulo, tuve muchos inconvenientes cuando empecé a escribirlo, sobre todo cuando ya estaba acabando y estuve a punto de perder la mitad del trabajo. Pero ya esta aquí y me siento feliz de continuar la trama. Espero lo disfruten.

Este capitulo va dedicado en especial a las chicas que han comentado. Muchas gracias por la atención y el tiempo que se toman en dejarme saber sus impresiones. Ustedes me animan a seguir.


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