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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola! ¡Por fin estoy de vuelta! XD

Las extrañé muchísimo, guapas. Realmente la vida no es igual sin ustedes, así que espero que nuestra relación se prolongue por mucho tiempo más, y que mis musos contribuyan a ello *pellizca a sus chinos* owo

Y como supongo que están ansiosas por saber qué sigue una vez que ya vieron que hay nueva actualización, las dejo con la escena. Les recomiendo que se sienten...

       Por fin llegó el tercer amanecer en Hokkaido. La noche anterior me había quedado trabajando en el hotel hasta muy entrada la madrugada, pues estaba decidido a que aquel insulso encargo no iba a tomarme más de lo planeado. Nadie me llamó durante mi estadía en la isla y yo tampoco me contacté con nadie, prefiriendo eso a meter la pata por imprudente o a enterarme por adelantado de asuntos poco gratos. Lo que sea que sucediera de entonces en adelante, sería porque me lo pidieran. Era la única manera de irme alejando poco a poco de aquel detestable mundo, del que sin duda no podía salirme bruscamente hasta que le hallara una solución a lo de Sugizo. Pero esa era otra cuestión que me rompía la cabeza, debido a que nada viable se me había ocurrido. Me pasé una mano por la frente.

       Aunque complicado en un inicio –pues ni idea de cómo habría hecho para juntar una buena suma- todo habría sido mucho más sencillo, a la larga, si sólo hubiera habido dinero de por medio. Me sentí mal al pensar que un fajo de billetes pudiera equivaler a la libertad de mi amante o de cualquier otro ser humano; pero siendo realistas, así sucedía en aquellos bajos fondos. Empero, ni estaba yo facultado para poner en práctica esa estrategia, ni Kawamura –a quien le sobraba todo- la habría aceptado. Maldije el momento en que se le ocurriera poner sus ojos avaros e insaciables en el infeliz pelirrojo.

       Abordé el avión y no pude sino quedarme dormido durante todo el viaje, debido a que estaba verdaderamente cansado. De hecho, de no ser por el cortés aviso de la azafata, habría seguido tirado en el cómodo asiento de primera clase. Me rasqué los ojos y me desperecé; cogí la maleta, me bajé y salí del aeropuerto, rumbo a tomar un taxi.

       El tráfico aún no era exagerado pues todavía era de mañana, así que en un tiempo récord de cuarenta minutos estuve de vuelta en mi departamento. Traía mala cara por la trasnochada, pero supe disimularla gracias a las gafas. Una vez frente a la puerta de la casa, metí la llave en el cerrojo, le di vuelta y ni siquiera noté que tenía sólo un paso. Hacerlo me habría dado al menos unos segundos más de preparación.

       Caminé hasta la sala luego de quitarme los zapatos en la entrada y calzarme las pantuflas. Los anteojos los coloqué sobre mi cabeza y alcé la mirada, y fue entonces cuando súbitamente me puse de todos colores, dejando caer la maleta al suelo de inmediato: Ryuichi –quien sostenía un trago en la mano- estaba plácidamente sentado en el sillón de la sala. Apenas me vio, alargó las comisuras de su boca y los ojos le brillaron.

-Hola, Hide. Bienvenido a casa.-

       Me fue imposible responder. Movía los ojos incesantemente de un lado hacia el otro: Kawamura no podía estar solo, y yo tenía toda la razón. De la cocina salió al punto el hombre peliblanco de los labios pintados de negro, de quien tanto y con tanto horror me había hablado Sugihara. Si ya estaba pálido, probablemente me puse verde.

-Quiero presentarte a Shinya Yamada, mi socio, pues creo que ustedes no se conocían, ¿no es así?- La analogía entre el nombre de ese sujeto y el énfasis en el verdadero significado de “problemas” que me había dejado mi amante tan en claro, no lograba borrárseme de la mente. Cuando el individuo se acercó levanté mi mano de forma maquinal, pero estoy seguro de que temblaba. El aludido correspondió a mi saludo, mas su semblante no cambió ni un centímetro.

-Oh, ¡pero qué descortés de mi parte!- exclamó el yakuza, levantándose de su asiento y yendo hacia el bar. -¿Quieres un trago; un cigarrillo?- El pelinegro se sirvió más whisky y sacó un puro corto de vainilla del paquete que estaba cerca de las botellas. La lengua, que la tenía como engarrotada, se me soltó por fin.

-Un trago… estaría bien.-

       Me dejé caer en el sofá, sabiendo perfectamente que –a pesar de estar en mi propio hogar- la opción de retirarme a mi recámara argumentando un terrible dolor de cabeza y la consiguiente comprensión de mis “invitados” no era una opción posible; ni siquiera, imaginable. No podía evitar mirar por instantes al tal Shinya. A pesar de no ser excesivamente alto y ni siquiera estar vestido de rígido negro, aquel color tan atípico en su cabello –el cual era lacio y le cubría parte del rostro- me producía una escalofriante sensación. Más aún cuando detrás de semejante pantalla resaltaban sus cejas marcadas, sus ojos y sus labios oscuros como el carbón, los cuales contribuían enormemente a que sobresalieran sus ya de por sí duras facciones. Eso, aunado a su actitud tiesa y su mutismo turbador, daba al traste con mis nervios.

-Verás, Hide querido- comenzó el oyabun de nueva cuenta, después de entregarme el trago y sentarse en el sillón contiguo, poniéndose cómodo otra vez. –Decidimos hacerte esta pequeña visita para encomendarte un trabajo… algo delicado. Tú sabes; no me fío de teléfonos, correos electrónicos o terceros. Soy algo quisquilloso respecto de esas cosas.-

       Asentí con la cabeza como un estúpido y acerqué el vaso a mis labios, empinándome el trago de sopetón. Habría deseado con todas mis fuerzas que el licor contuviera un somnífero de rápida acción; pero por desgracia, así no eran las cosas.

-Y como tampoco me gusta andarme por las ramas, te diré de qué se trata- su tono cambió por completo, y la hipócrita sonrisa que hasta entonces exhibiera su cara, desapareció.         -Evidentemente, no tienes opción alguna sino cumplir mi voluntad. Quiero que nos entregues a Yoshiki para matarlo.-

       Decir que deseaba que en ese momento la tierra se abriera y me tragara, sería poco. No sentía mi cuerpo; tampoco un solo músculo de mi cara. El hombre frente a mí me estaba ordenando contribuir traidoramente con la muerte de mi superior; y aunque no lo dijera, para todos estaba sobreentendido que la única forma de zafarme de semejante compromiso, era trocando mi vida por la suya. No hallé palabras; no las había. Únicamente pude pegar mi mirada al piso y fruncir el ceño con ingente amargura e impotencia.

-El maldito desgraciado de tu jefe te arrastró a hacer cosas que no querías. Eso lo supe por su propia boca desde que comenzaste a trabajar con él. No hizo falta que el soplón me describiera tu cara de consternación en Atlantic City.-

       Alcé la mirada, completamente estupefacto. La ratificación de mis más acérrimas reservas y posteriores miedos me la estaba brindando el pelinegro sin rodeo alguno. Todas las noches de terribles desvelos en las que me era imposible dejar de pensar que me estaba hundiendo cada vez más en la boca del lobo, habían sido casi proféticas. Me arrepentí con toda mi alma de haberme metido en aquel negocio; de no haber corrido y escapado cuando tuve la oportunidad y las acusaciones no eran tan graves. Pero mi remordimiento ya no servía de absolutamente nada.   

-Aun así, no eres inocente, y lo sabes- sus orbes cobrizos se clavaron en mí de forma inmisericorde, quien para entonces debía estarle devolviendo el atisbo con semblante de res hacia el matadero; muerto de miedo como me encontraba. –De entre ambos, tú siempre fuiste el más correcto –si es que algo como eso se puede decir en estas circunstancias- así como el más capaz. Toda la vida, tu jefe ha sido pura y mugrienta labia.- Kawamura depositó su vaso sobre la mesita de centro, cambiando luego de pierna cruzada. –Por ello es que he dispuesto que las cosas sean así respecto de los negocios para los que fuiste contratado por él debido a mi sugerencia. Una vez que acabe con Yoshiki, tú serás el encargado de tomar su lugar, y todas las funciones que ese infeliz alguna vez tuvo, te corresponderán a ti.- Hizo una pausa, tras de la cual suspiró contrariado. Pude notar entonces cuánto lo perturbaba aquella situación; la que, probablemente, consideraba una molestia extra que no debería haberse estado tomando. –El error de ese imbécil, el cual tú tienes que tener muy presente para que no se te ocurra caer también en él, fue nunca entender cuál era su posición. Yo soy la Muerte, Hide- sus ojos brillaron de manera casi diabólica; tanto, que no me hubiera costado demasiado creerme literalmente aquella comparación –Y dispongo de mis víctimas a como me plazca. Una podría ser un cadáver entero tirado en una calle, pero de otra podría quedar nada más una sucia mancha en la alfombra…-

       Si con semejante discurso deseaba hacerme sentir el hombre más indefenso y vulnerable de toda la tierra, lo estaba logrando. No atiné a moverme ni un milímetro luego de escucharlo, y temía incluso por el sonido de mi respiración. Pensé en Yoshiki: ¿es que estando en mi situación de aquel momento podría haberse seguido mostrado altanero y arrogante? Lo dudé seriamente, pues el yakuza lograba desafiar todos los límites en mi cabeza. Tras mi silencio, volvió a separar sus labios.

–Ahora, hay otra conversación que tenemos pendiente tú y yo.-

       No me asombró aquello, mas no me lo esperaba. Era obvio que sabía sobre qué estaba hablando el menor, pero nunca me imaginé que él en persona me dirigiría alguna palabra acerca de ese asunto. Pensé que Sugizo se presentaría la próxima vez explicándome, antes que nada, las nuevas disposiciones de su proxeneta.

-¿A qué se refiere?...-

       Contrario a lo que me esperaba, Ryuichi relajó su faz y volvió a recostarse en el sillón. Yo no podía asimilar la sucesión de sus acciones con el orden en que habían tenido lugar. Supuestamente, uno comienza siendo irónico, luego sarcástico, y al final se enoja. Pero ese tipo pasaba de una emoción a otra con la mayor de las arbitrariedades. Era imposible adivinar sus reacciones.

-A ver. Estoy seguro de que en más de una ocasión has tenido el privilegio de contemplar los vestigios de mis caricias en el cuerpo de tu amante- apreté los labios intentando disimular mi rabia. ¿Cómo era tan cínico para hablar así de esas cosas? Definitivamente, él y Yoshiki se parecían demasiado, por más que ambos hubieran renegado de esa acusación. –Pero te juro, Hide, que no soy tan cuidadoso con a quien no amo, aunque sea de mi propiedad. ¿Lo comprendes?-

       Retraje mi cabeza por instinto y bajé la mirada. Mi mentón estaba prácticamente pegando a la parte alta de mi pecho, cuando en eso pude observar que Yamada arremangaba el extremo de su camisa del lado derecho, descubriendo en su macizo brazo parte de los coloridos tatuajes que poseía. No me quedó ninguna duda acerca de en dónde residía la fuerza “extra” de Kawamura, así que, aunque moría por gritarle al pelinegro que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo y que no era nadie para hablar de amor, me abstuve.

-No quiero que jamás vuelvan a protagonizar ni la más mínima demostración de cariño en público. Tampoco saldrán nuevamente a ningún lado: de tu casa al burdel y del burdel a tu casa. No se pasarán ni un minuto más de la hora pactada y no le harás a Sugizo ni un solo regalo. Ni siquiera el más insignificante de todos.-

       El pelinegro de enmarañada cabellera se acomodó unos mechones detrás de la oreja, dejando que solamente sus extensiones brillantes permanecieran al lado de su rostro y cayeran sobre su pecho, en donde su camisa parcialmente abierta permitía distinguir su blanca piel. Pero a pesar de ello, sus ojos amenazantes seguían captando toda mi atención y no me permitían distraerme.

-Eso, claro está, si cumples a cabalidad con el primer asunto del que te hablé.- Ryuichi se levantó y entonces al nivel de mis ojos quedó su pantalón negro y holgado, pues no me atreví a seguir observándole el rostro. –Mientras tanto, no podrán verse. Tú no saldrás de aquí si no es escoltado por el hombre que ya se encuentra fuera de tu puerta, y entérate de que tus teléfonos están intervenidos desde ayer. Llama a Yoshiki y dile que se vean mañana por la noche aquí, en tu departamento.-

       Me sentí completamente inútil al no poder hacer nada, y mi mente repudiaba la idea con sólo imaginarla. Ya no tenía manera de salvarme si no era cumpliendo la voluntad de Kawamura; pero de hacerlo, sería el peor de los criminales y el más infame de los traidores. ¿Cómo pude llegar a caer tan bajo?

-Asegúrate de hacer todo tal cual te lo he indicado, porque si no, te verás obligado a despedirte de Yune, aunque no será por mucho tiempo…-

       Advertí que el mafioso se dirigía a la puerta seguido de su vil secuaz. Yo no pude sino quedarme justo donde estaba; plantado como si me hubieran clavado los pies al suelo. ¿Qué iba a hacer, si ya hasta me habían anunciado que quedaba encarcelado en mi propia casa? El uso que hizo el mafioso de su primer nombre para referirse a mi dama me extrañó sobremanera, pues tenía entendido que sólo lo llamaba de esa forma cuando estaba sumamente enojado con él. Alcé el rostro y segundos después me quedé como petrificado.

-Porque se dice que, después de muertos, vamos todos al mismo lugar. ¿No es verdad?...-

Notas finales:

Gruesa la encrucijada de Hide, ¿no es así?... Y algo me dice -por lo que he ido percibiendo al conversar con ustedes- que tanto como él, no se lo esperaban.

Voy a incluir aquí una pequeña información extra con respecto de los personajes; alguna de la cual puede inferirse a lo largo del relato, pero que no se considera indispensable para entenderlo. Aun así, creo que podría interesarles. Se trata de sus edades.

Sugizo: 22 años. 15 cuando Ryuichi lo secuestró.

Inoran: 22 años. Menor que Sugizo sólo por unos meses. 14 cuando murió J.

Ryuichi: 28 años. 15 cuando tuvo lugar la ceremonia de filiación con Shinya; 18 en el momento en que debió tomar las riendas del negocio y convertirse en el líder del clan. 20 cuando sucedió el episodio con Inoran, en el que murió J.

Hide: en sus treintas.

Yoshiki: en sus treintas, también, aunque menor que Hide por unos años.

Shinya: 43. 15 cuando nació Ryuichi y le fue encomendada su crianza. 30 para el día en que aconteció el pacto entre ambos.

J: 19, cuando murió.

El dato que corresponde a cuánto tiempo duró la relación de Hide y Sugizo desde que se conocieron hasta que acaecen los hechos finales que recoge esta historia, no es primordial para comprenderla, y por tanto es un aspecto que queda abierto en la narración.

 

Espero que lo hayan disfrutado. ¡Hasta la próxima! =D


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