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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Corta pero absolutamente imprescindible e impactante. La escena presente constituye la gran excepción en muchas constantes que han regido esta historia hasta ahora, y por tal motivo es que nunca he hecho alusión a ella con claridad. Únicamente la he mencionado como la rareza que es.

“-Dos días; no más. Si al cabo de ese tiempo no regreso es porque estoy muerto, y en ese caso ya sabes lo que tienes que hacer.-“

       Eso dijiste, pero realmente abrigué la esperanza de nunca tener que llegar a abrir ese sobre, pues concebía con seguridad que hasta los locos como tú y como yo teníamos un límite. La vida no se presentaba para nosotros con la patética fachada de un don, sino todo lo contrario. En nuestro caso, la existencia era una potestad con la que reinábamos sobre los demás.

       ¿Pero quién te habría convencido de que tu lugar estaba asegurado junto al mío, haciendo y deshaciendo desde el regocijo de la penumbra, eh Yoshiki? Ni siquiera las reconfortantes catástrofes ajenas, las cuales eras incapaz de saborear hasta no solazarte a la vista de los trágicos semblantes que premiaran tu trabajo. Eras astuto como un zorro, sagaz y perfeccionista; pero jamás se compararon todas tus cualidades juntas con aquel fino sentido de la venganza, en virtud del que llegaste a hacer tambalear los cimientos del mundo en el que con tanta maestría te desenvolviste.

       Si bien conocía con lujo de detalles todos y cada uno de los papeles que en aquel momento devolvería a la luz, me tomé mi tiempo para hacerlo. Me acomodé en el lujoso sillón de cuero negro detrás de mi escritorio, luego de lo cual encendí un exquisito habano y sonreí al recordar cuánto te gustaba que los compartiéramos en aquellas tardes lluviosas. Hacía frío y unos pesados goterones se escuchaban ya salpicando el ventanal, por lo que no pude evitar evocar lo sucedido ese día, tantos años atrás.

       Te veías sumamente apesadumbrado y estabas de un talante pésimo; cosa en verdad extraña en ti, pues ni siquiera los días malos eran capaces de borrarte la sonrisa del rostro. Quise conocer la razón de tu estado, así que –amparado en nuestra íntima confianza forjada con el paso de los años- te pedí que me contaras qué era lo que te pasaba. No bien acabé de escuchar tu relato, mis comisuras se alargaron en un gesto reposado, el cual, por supuesto, no te tomaste a bien. No podías creer que infravalorara tu resentimiento.

       Empero, ¿qué querías que te dijera? Eras joven todavía, y la ilusión que tenías de llegar a tocar el cielo con las manos te había llenado de ingenuidad. Una muy dulce y hasta encantadora, si he de reconocerlo; inocencia de más, al fin y al cabo. El escarnio infligido por parte del hombre para quien habías comenzado a trabajar sería una constante en tu camino, pero tú guardaste aquella ocasión en tu alma y en tu memoria, de donde no se borraría jamás.

       Me juraste una y otra vez que aquello no se quedaría así, y que aunque pasara el tiempo, la huella en tu orgullo pisoteado prevalecería. Tu determinación no dejaba de admirarme, pero sobre todo, me hacía mantenerme a la expectativa. ¿Hasta dónde serías capaz de llegar con tal de desquitarte por la indiscreción que cometió tu jefe en frente de sus socios, aprovechando la larga y desconsiderada lengua de una de sus rapaces putas? Yo mismo te ayudé a ordenar todas esas actas y pruebas, pero confiando en el fondo en que tu experiencia te persuadiría de no intentar lo más peligroso. No obstante, tu inquina hacia el de cabellera enmarañada fue creciendo; alimentada por otros hechos, la primera herida se fue ensanchando. “Si alguna vez mi osadía me empuja hacia la muerte, no habrán acabado conmigo en vano”, afirmaste de forma certera.

       Y en efecto fuiste obligado a desaparecer de la faz de la tierra; me atrevo a decir que sin más deudos que tu asistente y yo. Yo, tu viejo amigo y abogado, de quien nadie más en el mundo conocía el ligamen que mantenía contigo. El hombre que por años correspondió a ese sentimiento de veneración platónica que había entre nosotros; hasta cierta forma, un amor secreto y prohibido. Él, tu antiguo condiscípulo y posterior mano derecha, por el cual nunca pensaste llegarte a preocupar tanto. El haberte desvanecido para siempre como el blanco humo de tu eterno cigarrillo hundiría al que a pulso se ganó convertirse en tu peor enemigo, pero también debía salvar a quien confió en ti hasta el final. ¡Ah, tu obsoleto sentido del honor!...

       Los golpes que diera mi asistente a mi puerta antes de abrirla y asomarse me extrajeron momentáneamente de mis recuerdos.

-Permiso, jefe. Que dicen los de La Noticia que lo esperan en sus instalaciones en una hora. Los otros periódicos también están a punto de confirmar.-

       Lavado de ingentes cantidades de dinero; asesinatos y extorsiones no sólo de mafiosos, sino también de señalados políticos, y tráfico de influencias con el gobierno. Negocios pantalla que enmascaraban las ganancias de la trata de blancas y del intercambio ilícito de armas y drogas; casinos en América y hoteles en Hokkaido. Casas de acompañantes en todo Kanagawa que formaban una sola red con los demás prostíbulos y… ¿cómo olvidarlo? Aquella imponente joyería justo en el centro de Hadano, con la muy clara insignia familiar en el rótulo de enfrente. De todos y cada uno de los ingresos de semejantes actividades habías guardado celosa prueba, adosándolas al documento que contenía tu última voluntad expresa. Unas veces fueron testimonios fáciles de conseguir, pero otras tantas te habías jugado el pellejo para apoderarte de ellos. Como fuera, tu parte -que sin duda había sido la más difícil- estaba hecha. Entonces, todo dependía de mí.

       Un par de llamadas a distintos medios tendrían que ser suficientes, siempre exigiendo la garantía de mi anonimato. Había visto demasiado de cerca el poder de tu jefe, por lo que no estaba dispuesto a jugar el rol de héroe romántico lanzándose estúpidamente a las fauces en llamas del dragón… ¿O sí? Reí ante el pensamiento, evocando con nostalgia que probablemente había muy pocas cosas que no habría hecho por ti. Tu mundo construido de sonrisas falsas, infestado de ostentación y amor pagado excitó en mí la idea de colocar mis insaciables manos en la figura de quien constantemente describías como frágil, callado y hermoso: la irónica compensación que te dio el montaraz lunático por haberte tendido una trampa con la anterior ramera. Y así es que, aunque le tenías una muy extraña devoción a aquella sublime manzana de la discordia, seguiste visitando el burdel por si alguna vez dabas con aquel que fuera el primero en alquilarte sus amores…

       Cogí el teléfono y marqué el número que escribieras con pluma azul al margen de unas anotaciones que tenía en el separalibros de mi lectura de rutina. Aquella edición de Sade había sido un regalo tuyo, preocupado siempre por dar únicamente lo que fuera a ser de entero provecho. La comunicación se estableció y al otro lado de la línea pude distinguir claramente la simpática voz nasal de la que me hablabas con tanta asiduidad. Me aclaré la garganta y di comienzo a mi deber, sonriendo melancólico ante la idea de que, al cumplir tus deseos, acababa para siempre con la mejor de las posibilidades del ritual de uno de mis más arcanos placeres. Aun así, desconocidos burdeles repletos de belleza abandonada no hacían falta en nuestro país. Sólo tomaría un pequeño paseo el que alguna casa de amores acabase sucumbiendo ante la elegante excentricidad de mis exigencias.

-Buenas tardes, Hideto Matsumoto-san. Soy Atsushi Sakurai, el abogado de Yoshiki, y tengo un asunto muy importante que hablar con usted…-

Notas finales:

¿Y bien? ¿Se esperaban a semejante narrador en tal relación y con ese preciso encargo? Espero que no, y que la intriga sólo haya aumentado.

Ya sólo restan dos escenas más n.n


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