Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Déjà vu por metallikita666

[Reviews - 44]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Saludos, mis queridas lectoras.

De nuevo me disculpo por haber aparecido hasta ahora, pero es que llegar al final de esta tan querida historia no me está siendo nada fácil uwu Además de por ello en sí mismo, es también debido a la naturaleza de esta escena...

“Un reloj de arena roto

Mide granos de tristeza

Estoy envuelto en el abrazo frío

De una sombra que se ve como tú”

Shade, Luna Sea

 

       El pelinegro, teléfono en mano, bramaba como una locomotora.

-¡Por supuesto que estoy hablando en serio, imbéciles! Tiene que haber al menos un punto con el que no hayan dado, ¡así que encuéntrenlo, porque yo ya no puedo permanecer más en Hadano!- Acabó la llamada y después marcó de nuevo con desesperación. –¿Qué hubo con el abogado?- tras una pausa, volvió a los gritos. -¡No me interesa que ande de viaje! ¡Tráiganlo!-

       Colgó el teléfono de un golpe, tomándose inmediatamente la frente. Sus dedos temblorosos se crispaban sobre su rostro, y en su entrecejo tenso se remarcaban las venas. La situación no era para menos: afuera, una pequeña cantidad de periodistas se agolpaba a las puertas de su negocio, acosando incesantemente a todo aquel que se acercara. La noticia tenía tan solo horas de haberse dado a conocer, pero debido a su naturaleza, tomaría otras tantas para difundirse por todo el país y hacer que aumentara exponencialmente la masa de curiosos y el número de canales ocupados en conocer todos y cada uno de los pormenores de su historia.

       Shinya entró en el aposento y depositó sobre el escritorio de su jefe un ejemplar de cada uno de los principales periódicos nacionales. Ni a uno solo se le pasó el detalle de poner en primera plana el poderoso nombre del menor; acompañado, eso sí, del escándalo más representativo a juicio de los miembros de cada editorial. Todas ellas habían votado por uno distinto, dada la gran cantidad de opciones.

-¿Es que eres idiota?- preguntó el de enmarañada cabellera, mirando con torva faz a su interlocutor. -¡Llévate toda esa basura! ¡Sácala de mi vista!-

-Absolutamente ningún lugar de Japón es recomendable ya, kumicho-sama- repuso el mayor, ignorando por completo los reproches de su oyabun. –Pero a la vez, intentar salir por aire o por mar sería sencillamente una locura.-

-¿¡Y qué quieren que haga!? ¿¡Que me evapore!?- gritó el otro, haciendo retumbar su voz enfurecida por toda la estancia. Al observar el mutismo que aún en semejante situación se atrevía a mantener el peliblanco, Kawamura se levantó de su silla y el odio recrudeció en su mirada. Su voz se tornó agitada y su pulso nervioso, una vez que contrajo el puño. –Si no fuera porque tengo los malditos medios encima… a todos los mataría yo mismo… uno a uno… a ver si a alguien se le ocurre traicionarme de nuevo…-

-¡Ryuichi-sama, sosiéguese!-

       El magnate de los ojos achinados no lo podía creer.

-¿Es que te volviste contra mí tú también?...-

-Por supuesto que no. ¿Cómo se le ocurre?- Yamada negó ligeramente con la cabeza por inercia. –Lo único que quiero es que se dé cuenta de que decir o pensar ese tipo de tonterías en estos momentos no sirve de nada. ¡Lo más importante es que usted se ponga a salvo!-

-Ahora eres tú el ingenuo.-

       El dueño de las brillantes extensiones se levantó. Colocó las palmas abiertas sobre la mesa y agachó la mirada. Sus dedos se fueron tensando conforme hablaba.

-Si alguna vez el clan tuvo enemigos peligrosos, esos tiempos fueron un juego de niños. En estos instantes, no solamente la policía, sino toda la competencia tiene sus ojos puestos en lo que hagamos. Todos quieren mi cabeza…-

       El molesto chirrido de sus uñas aplicándose contra la madera lacada del fino mueble perturbó los oídos del mayor; empero, éste no dijo nada. Quien fuera su protegido se encontraba con los nervios de punta, pues su día había comenzado con las peores noticias que pudiera recibir, y las consecuencias de todo ese desbarajuste apenas si comenzaban a mostrarse. A pesar de que su gente estaba trabajando duro para dar con la mejor manera de impedir que todos sus negocios –su trabajo de años, e incluso el producto de los desvelos de generaciones- se fueran al demonio, lo cierto era que nunca a líder alguno en su familia le había tocado vérselas con semejante tragedia.

-Estoy seguro de que de asomarme a la puerta y sacar un brazo, inmediatamente caería una bala explosiva para cercenármelo.- Ryuichi temblaba de agitación al decir aquello, todavía sin poder despegar de la mesa sus orbes abiertos al máximo. –No me extrañaría que los contactos que tienen los otros clanes con la policía hayan llegado a apostar quién será el que acabe conmigo primero… Más de algún miserable debe estar deseando probar sus dotes de francotirador en mi frente…-

-Detesto que hable como si estuviera solo- espetó Yamada, para sorpresa de su interlocutor.

       El peliníveo de labios negros se quedó justo como estaba; la mirada descolocada, las manos en los bolsillos. Se suponía que acababa de decir algo verdaderamente significativo e infrecuente, pues sólo en escasísimas oportunidades sus apreciaciones personales se filtraban en sus ya de por sí pocos comentarios. Aun así, la postura indolente que exhibía molestaba muchísimo a Ryuichi, quien no se había percatado del hecho de que muchas veces repetía en su propio proceder la enseñanza, pues hacía varios años desde que la había hecho suya por completo.

-¿Es que puedo confiar en los buenos para nada que me rodean, cuando todas mis sospechas se dirigen al sujeto que se suponía era mi aliado y estaba a mi servicio?- Kawamura había ido dirigiendo lentamente su semblante hacia el de su antiguo protector, hasta llegar a clavar sus bellos ojos cobrizos en la faz ajena. -¿¡Es que puedo darme ese lujo, eh Shinya!?-

-Yo siempre le dije que se deshiciera de ese cretino. A mí jamás me dio buena espina, y estaba seguro de que en cualquier momento lo traicionaría.- Los orbes oscuros del hombre estaban parcialmente cubiertos por algunos mechones de su flequillo, haciendo más difícil la tarea de adivinar en ellos las intenciones que motivaban aquellas palabras. –Ese inepto degenerado lo único que sabía hacer era aprovecharse de la relación que mantenía con usted para darse lujos. Incluso, dudo sinceramente de que supiera hacer su trabajo. De seguro ya antes de contratar a Hideto tenía a alguien más que le hiciera las cosas, porque esa basura a lo que se dedicó todos los días de su asquerosa vida fue a beber como un pobre diablo y a tirarse cuanta puta se le cruzaba por el frente…-

-¿Y qué pretendías, que yo hiciera todo?- preguntó impetuosamente el pelinegro, azorado por los reproches de su kobun. -¡Toda la jodida gente cree que ser oyabun es lo más fácil del mundo! ¡Piensan que sólo se trata de gritar órdenes, como si uno manejara un negocio con la primera animalada que se le ocurriera!-

       Resoplando con brusquedad, el menor volvió a dejarse caer en su silla. Podía escuchar el ruido de los periodistas afuera de la joyería, lo cual no contribuía en modo alguno a tranquilizarlo. Se tomó la cabeza con ambas manos y clavó las uñas en su cráneo.

-¡Maldito Yoshiki! ¡Ojalá te estés pudriendo en el infierno!- gritó, sintiendo que lo invadía una cólera inmensa. Le parecía que la manera en que hizo perecer a su rubio socio había sido demasiado clemente para lo que en verdad merecía. -¡Debimos haberlo torturado! ¡Que muriera lenta y dolorosamente!-

       El barullo formado por las voces en el exterior crecía a cada instante. Pronto se escucharon autos arribando al sitio, los cuales bloquearon sin más la fachada del edificio. Yamada comenzó a preocuparse.

-Ryuichi-sama, tiene que salir de aquí. Podría ser muy peligroso si llega la policía y decide allanar el lugar.-

-¿¡Adónde quieres que me vaya!? ¡He pasado toda la maldita mañana llamando a todos lados para saber si hay algún sitio tranquilo, pero todos, absolutamente todos ya salieron en la prensa!-

       La tensión en el ambiente era inmensa, por cuanto ambos sabían que aquella se tornaría dentro de muy poco en una situación desesperada. Uno a uno serían desmantelados los locales y allanados los negocios pantalla, así como clausurados los hoteles y los casinos. La información revelada era suficiente como para dar al traste con los puntos más visibles de las redes dentro del país, al menos por un buen tiempo. De la supervivencia tanto de las conexiones en el exterior, como de la mayoría de los miembros más importantes del clan    –aunque desperdigados y exiliados de momento- dependía una futura reorganización del poderío natal de Kanagawa. Empero, a la maltrecha organización le tomaría tiempo reponerse, y hasta cabía la posibilidad de que nunca recuperara el esplendor precedente. El fiel peliblanco lo sabía.

-A Corea, a China… ¡adonde diablos sea!- exclamó, haciéndosele oneroso por primera vez en su vida el hecho de que su preocupación no fuera a ser tan patente en el tono de su voz. La tarea de salvar a Ryuichi era claramente un encargo que sentía como suyo por completo, y en el que no se permitiría fallar. Sus años cuidando de él no habían acabado el día en que el pelinegro cumplió los veinte, sino que –muy por el contrario- se habían extendido hasta su adultez, y seguirían siempre y cuando al mayor no le faltara vida. Así era como lo había jurado aquella tarde, trece años atrás.

       Yamada suspiró pesadamente, como casi nunca se le oyera, y se dirigió al escritorio de su jefe, quedando aquel en medio de ambos. Posó su mano extendida sobre el mueble, en cuyos dedos era posible admirar varias joyas también, pero de color dorado y de aquel hermoso gris mate que era el acabado del oro blanco, uno de los materiales preferidos del tatuado secuaz. Su mirada se mantenía fija en –de entre todos los demás- el anillo con la insignia del clan que portaba.

-Todo habría sido más fácil si hubiera otra generación más a la que proteger también. Alguien como usted, que sabe por experiencia propia cuán alta es la posibilidad de perder a los padres cuando se pertenece a una casta como esta, debió ser más sensato y adelantarse a los hechos. Pero por más que se lo dije, jamás quiso escucharme…-

       Las palabras entraron, una a una, tortuosamente por los oídos del joven oyabun. Éste se quedó como petrificado, todavía con su cabeza adornada de largos mechones azabache entre las manos, pero el corazón se le adelantó a todo movimiento cuando empezó a palpitar con fuerza. Sus iris titilaban ominosamente dentro de sus ojos.

-… Di todo de mí para hacer de usted un verdadero hombre, pero no pude apartarlo de esas aficiones desviadas que siempre me negué a creer que fueran naturales, pues sólo estorbaron la correcta sucesión de las cosas. No podía ser más que un capricho ese que le hiciera olvidar toda previsión y toda lógica, porque usted sabe perfectamente que su vida está casi que destinada a ser más corta que la de cualquier otro mortal.-

       El duro silencio reinó durante unos instantes que, no obstante, fueron interminables. Las manos temblorosas del dueño de la cabellera enmarañada descendieron y se posaron en la mesa luego de que el yakuza se pusiera en pie. Sus mandíbulas estaban fuertemente apretadas una contra la otra, y su respiración era cada vez más sonora. La larga melena le caía sobre el pecho, a ambos lados.

-…Eso fue… lo único que te importó siempre… ¿verdad?- El menor aún no miraba a su interlocutor, pero sus orbes cobrizos ya se afilaban como cruentos cuchillos. –Nunca fui Ryuichi para ti, sino un Kawamura… ¿¡No es eso cierto!?-

       Los gritos tuvieron lugar en el momento preciso en el que el mafioso clavó la mirada en el hombre que –a pesar de haberse convertido en el ejecutor de sus trabajos más sucios y bajos- era al único que respetaba y a quien consideraba un segundo padre, siendo sus sentimientos hacia él muchísimo más intensos de lo que alguna vez lo fueron para su verdadero progenitor. Sin embargo, el enojo y el resentimiento por cuanto acababa de expresar el mayor no atendían a aquellas razones en esos momentos de cruel desengaño. El corazón del hermoso ojicastaño, por tantos años yerto, volvía a latir solamente para enterarse del verdadero motivo de su muerte.

       El mutismo de Shinya encendió aún más la ira del menor, quien entonces ya no pudo refrenarse y salió de detrás del escritorio, yendo a colocarse frente a su antiguo ayo.

-¿Y todavía te atreves a hablar de parásitos interesados y trepadores que sólo explotan sus relaciones conmigo?... ¿¡Cómo es que tienes la cara para decirme esas cosas!?-

       La rabia ingente que lo poseía se materializó en su puño y fue a dar con violencia en la quijada del peliblanco, quien a pesar de sentir segundos después un hilillo de sangre resbalarle por la comisura derecha, no se movió ni dijo nada. Primero sufriría tortura antes de levantar la mano para devolver el golpe, y jamás de sus labios escaparía insulto alguno.

-¿¡Por qué no respondes!? ¡Mírame, maldita sea!-

       Dolorosas lágrimas escapaban ya por los marrones orbes del mafioso, quien sintió en su pecho la resurrección de todos aquellos punzantes pensamientos y recuerdos que le quitaron el sueño y la tranquilidad durante tanto tiempo, acerca de los cuales nunca se había atrevido a contarle a nadie. Eso -junto con el hecho de que de manera inconsciente deseaba y esperaba la protección y el apoyo incondicional de aquel hombre en la situación tan complicada que estaba viviendo- no pudo sino hacer estragos en su ya desequilibrada actitud. La poca lucidez que sus accesos de cólera y desesperación le permitían se estaba diluyendo con la caída de uno de sus últimos bastiones, cuya existencia siempre consideró eterna. Pero, si bien comprendía mucho de lo que podía estar pasando por la mente de su superior, Shinya no se movió. Su esperanza más enardecida lo empujaba a pensar que Ryuichi tendría que calmarse y entender que lo único que él deseaba era conservarle la vida.

-¡¡¡Es una orden!!! ¡¡¡He dicho que me mires!!!-

       Kawamura se abalanzó sobre quien llevaba los labios pintados de negro hasta hacerlo caer en el piso. Aferró vigorosamente ambas manos a su cuello y comenzó a presionarle la tráquea, absolutamente arrebatado como se encontraba a causa de tantas tribulaciones juntas. Yamada entonces tuvo que hacer algo respecto del ataque, pues a pesar de que el pelinegro era un poco más bajo que él y menos corpulento, su fuerza no era despreciable. Colocó ambas manos sobre las ajenas y forcejeó para quitarse a Ryuichi de encima, tratando de infligirle el mínimo daño posible. El menor fue a dar contra la pared, pues ésta estaba muy cerca.

-¡No voy a permitir que te sigas burlando de mí como lo has hecho toda la vida!-

       Semejante sentencia tomó por sorpresa al mayor, quien tras sentarse y jadear hasta normalizar su respiración, dirigió la mirada a su protegido. Se quedó frío al ver que éste había sacado el revólver Nagant modelo 1895 con silenciador que guardaba siempre en la gaveta central de su escritorio, y le apuntaba con pulso trémulo. Sus ojos estaban abiertos de par en par y lucían desorbitados en su rostro de finas y bellas facciones, el cual, sin embargo, en aquel momento se encontraba rígidamente contraído. Shinya entonces pudo vislumbrar que el daño en el talante del magnate iba más allá de lo que había creído siempre.

-Ryuichi-sama… ¿qué hace?- inquirió el peliníveo en un tono que pretendía ser sosegado, al tiempo que se levantaba y ponía en orden su ropa. Sostuvo el mórbido atisbo de su superior con cierta seriedad; empero, no tiñó ésta de desaprobación ni de molestia. Pero no pudo evitar la expectación que en sus ojos se reflejó.

-Toda la vida… tú me usaste… importándote muy poco lo que pensara o sintiera…- Kawamura hablaba con la dificultad propia de quien se encuentra en una severa crisis neurótica, sin poder refrenar sus lágrimas. –Lo único que querías… era tener poder y controlarme… ¡Ver por tus intereses!-

-¿Cómo puede decir eso, si yo siempre actué desde la oscuridad; si jamás me interesó ser un rostro público porque nunca habría podido pensar siquiera en ocupar su lugar, como muchos otros atrevidos lo creyeron? Kumicho-sama, ¡dése cuenta! ¡Yo siempre he estado de su lado!-

-¡¡Eso es mentira!!- vociferó el otro con renovada ira. -¡Todos los malditos días de tu vida has pasado reprochándome cosas una y otra vez, como si no hubiera sido suficientemente difícil tomar las riendas del negocio desde los dieciocho años con un miserable tutor que jamás pudo siquiera sonreír para mí!- La afligida alma del joven yakuza ya no podía más. Las palabras que se había guardado durante tanto tiempo afloraban entonces a sus labios para aliviar aunque fuera un poco el enloquecedor y mortífero sufrimiento que amargaba su existencia. –¡Mis padres creyeron darme un protector, un amigo, pero lo único que encontré en ti fue un hombre de piedra que cuidaba y protegía al niño que le encomendaron porque lo veía como una mercancía! ¡Como el salvoconducto que le aseguraría la vida una vez que creciera y llegara a la adultez!-

       Shinya quedó estupefacto con lo que acababa de escuchar. Había pasado más de media vida pensando que todo cuanto hacía por el oyabun pelinegro con sincera dedicación estaba destinado a forjarle como hombre de valía y verdadero líder, pues la clave de su propia satisfacción en la vida siempre había estado cifrada en el éxito de su joven protegido. Pero nunca se imaginó que los sentimientos en su pecho serían para él tan decisivos y desviadores, pues creyó firmemente que el chico –al igual que él mismo- había aprendido a reprimirlos y relegarlos a favor de su supervivencia.

       Fue entonces –cuando los labios de falso azabache se cerraron una vez más para dar paso a los pensamientos de su dueño- el momento en el que la muñeca del joven dirigente dejó asimismo de temblar. El resurgimiento de sus más íntimos desconsuelos -los cuales además se atrevían a quedar sin contestación, como si su dolor no valiera nada- marcó irremediablemente su voluntad de acabar de una vez por todas con el objeto de tan enorme y desgarradora aflicción. Por ello, la intempestiva e inestable demencia del pelinegro dio paso por unos segundos a aquella fatal decisión, la cual se concretó cuando su mano, libre de dudas, empuñó el arma y el índice se contrajo seguro, despreciando el posterior arrepentimiento que sabía le embargaría el alma. La suerte estaba echada.

       Ryuichi apretó el gatillo y liberó la bala que lo privaría por siempre y en odioso silencio de la persona que más había amado en el mundo. El tiro taladró el pecho del peliblanco y se incrustó en su órgano vital, al cual obligó a que cesaran sus indispensables contracciones. Mientras se desangraba y moría, Kawamura se le acercó tras haber tirado al suelo la pistola, siendo sus blancas mejillas bañadas en amargo llanto.

-No sólo fuiste para mí el amor de mi vida y quien me rechazó rompiéndome con ello el corazón, sino también mi padre, mi madre, mi ayo y mi nodriza. Por eso al menos esperé de ti un abrazo y, de haberlo conseguido, tal vez nunca habría tenido que buscar cariño en los sucios y siempre ajenos besos de una puta.-

       Dichas esas palabras se inclinó, tomando entre sus brazos el moribundo cuerpo de su amado preceptor, quien todavía le miraba con ojos débiles pero conscientes. Acercó el rostro al del mayor y unió sus labios con los de él, ejerciendo la presión que terminó por robarle la existencia.

Notas finales:

Mi pobre e infeliz loco... ¿Es que alguna vez tu alma encontrará paz en algún lugar?

Quiero agradecer a gazerocksa bella por indicarme lo de cambiar el fic de categoría para que se notifiquen las actualizaciones. De no ser por ti, jamás me habría dado cuenta de ese asunto XD

Un millón de gracias a todas por leer. Nos vemos dentro de unos días, en el Final


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).