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Vencidos por AkiraHilar

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Se sentaron juntos en las escalinatas que descendían para tomar el jardín y finalmente, las escaleras que llevaba al templo del patriarca. Ese día hacía mucho sol. Era soleado y brillante. Parecía que el verano avanzaba y algunas veces era realmente doloroso subir la mirada y encontrarse con el sol de Grecia.

Lo agradable de esa tarde, como otras, es que el jugo de la piña se escurría entre sus dedos, mientras las rosas brillaban y los pies pequeños de Mu sobresalían de sus largos y calurosos trajes. Él se mantenía siempre en una leve distancia, recostado en una columna de mármol mientras observaba el movimiento de los pétalos en el aire y degustaba el suave picor de la fruta tropical en su boca. Ese hormigueo delicioso en la punta de su lengua y teniendo ambos, tras varios trozos de fruta ingeridos, un suave rojo en sus labios.

El tazón lo tenía en sus manos, de porcelana con muchos otros cubos y trozos irregulares de piña aguardando por ellos. Mu se servía de esa forma tan particular, dejando rastros de gotitas amarillas en el piso de su templo cuando llamaba a levitar el nuevo trozo y luego lo atrapaba en sus dedos pegajosos. No dejaba de parecerle increíble ese poder, que para aquel resultaba ser sumamente normal.

—¿También hay montañas? —preguntó recordando el mismo su hogar, allá, donde las montañas se vestían de blanco novicio. El niño metió el trozó a su boca, inflándose sus mejillas y luego alzando sus ojos a él, sus hermosos ojos verdes. Pestañeó una vez y Afrodita pudo observar que no solo estaba sonrojado por el calor, sino que estaba sudando, debido a la pequeña capa de humedad bajo sus mechones de cabello.

—Muchas. Y hace frío… también hay estatuas de antiguos templos y la torre, es enorme.

Los labios le empezaron a picar, reacción natural de comer esa fruta amarilla. Se relamió varias veces, encontrando que el picor se extendía a la lengua. Frunció su ceño levemente y se sentó, con algo de reserva, a un metro de él. Mu se rodó para acercarse más, tomando el tazón que había dejado en medio de ellos.

—¿Crees que mis rosas puedan crecer allí?

El menor encogió sus hombros, no estando seguro de que responder. Afrodita echó sus brazos hacia atrás, a modo de palanca, mientras dirigía su mirada a la construcción del templo sagrado y la estatua de Atenas. El mármol lucía muy blanco, el cielo muy azul, las rosas muy rojas. Las piñas muy amarillas.

—Cuando vaya, intentaré sembrar una.

01 Diciembre del 1973

“Mu, dime que has sembrado una rosa, como lo prometiste.

No es difícil ¿sabes? Solo busca una tierra fresca, donde haya suficiente humedad, y donde el sol le alimente. A las rosas le gustan el sol, le gusta los rayos de él. Así que al sembrarla, asegúrate que tenga un lugar lleno de luz, fresco y que reciba mucha agua. Si la riegas lo suficiente, seguro te saldrá una hermosa rosa…

Cuando me digas, iré a verla”

03 de Marzo del 1974

“Supongo que no ha llegado aún tu carta, pero aquí estoy escribiéndote otra. Así vas preparando la respuesta, ¿no te parece eso una gran idea? No sé cuánto ha sido el castigo del patriarca, pero sé que el viejo maestro pronto te dirá de volver. A veces entro a tu habitación y te dejo guardada una rosa.

Aún hay polvo de estrella en el diván, siempre termino llenándome las manos con él…”

16 de Mayo del 1974

“¿Por qué no me respondes?

Sabes que puedes dejarme la carta con el mensajero del santuario, así llegara solo a mí. No te intimides, no le diré nada a nadie. No dejaré que nadie te haga sentir mal. Tenías tus motivos para no obedecer, no siempre es fácil. Atacar a un amigo nunca debe ser fácil”

30 de Agosto del 1974

“Me has abandonado…”

27 de Marzo del 1975

“Quizás esto llegue aún más tarde, ¡o incluso no llegue! O lo botes… o hagas lo que hagas con estas tontas cartas que he enviado sin respuesta. Es solo que, hoy estás cumpliendo años y quería decirte, que yo aún me acuerdo de ti…”

11 de Octubre del 1976

“Supongo que debo entender que estás determinado a no mantener contacto con ninguno. ¿Tanto nos odias por haber cumplido nuestro deber? ¿Crees que ha sido fácil? Aún Shura no puede dormir por completo una noche, pensando en haber tenido que matarlo… a él… ni siquiera un traidor como él merece ser plasmado en palabras.

¿Acaso también debo tratarte como un traidor?”

01 de febrero 1978

“… En estos días, casualmente, DeathMask te mencionó. Dijo algo que me dio gracia y por lo cual, he decidido escribirte de nuevo. Decía que tenías los cachetes regordetes, y que no dejabas de comer cuanta fruta. Que siempre estabas con la boca llena en las tardes. Era cierto. ¿Sigues comiendo frutas? Seguro allá llegan más piñas...”

16 de Agosto 1979

“Se siente tanto tu ausencia, tanto, que aquí de nuevo estoy escribiéndote. ¿Por qué no respondes? ¿Qué tanto te cuesta? He intentado pedirle al gran patriarca el permiso para ir, más me lo ha negado. Dice que aún no has aprendido pero… ¿cómo no hacerlo en la soledad? Siento… siento que no ha sido justo contigo.

¿O eres tu quién no quieres venir?”

Sin fecha

“Ahora te entiendo…

No puedo decir mucho pero, solo quiero que sepas, que no es lo que tú cree. Él no es lo que tú crees. Por favor, regresa. Por favor, hazle caso a sus llamados”

05 de Junio de 1981

“No entiendo simplemente que es lo que pretendes con hacerlo de este modo. Al menos ten la entereza de venir, de presentarte ante nosotros. Yo no puedo ir, simplemente no. Yo tengo que quedarme cuidándolo a él, es mi decisión y quisiera que al menos me dieras la oportunidad de explicarte, de decirte los porqué. Las razones que me hacen seguirlo.”

17 de Septiembre 1984

“Solo quería recordarte que tu templo te espera. Nosotros te esperamos. Incluso él. Sé que debes odiarlo…”

21 de Enero del 1985

“Es evidente que no te importa lo que yo sienta, lo que te he hecho sentir en todo este tiempo. Que te da igual todas mis cortas y te conformas con las visitas Aldebaran. ¡Ja! Había sido un error para mi haber confiado en ti, si eres tan cobarde como para no venir a afrontarlo a él, incluso a mí. Tu maestro debería estar avergonzado, porqué ni siquiera para un digno discípulo en verdad has servido. Encerrado en una torre, ajeno al mundo. ¿Qué clase de actitud es esa?

Me decepcionas. Me decepcionas tanto que esta será mi última carta, que no volveré a gastar más tinta ni más hojas, ni volveré a contar los malditos días pensando en si llegaron a ti o no. Resultaste ser una falsa, tan falso como tu maestro que sucumbió a su verdadero poder. Incluso como ella, la diosa que supuestamente traía paz al santuario y no es más que otro que como ellos, hacen a su complacencia. Al final solo el fuerte vive, DeathMask siempre lo ha dicho y lo secundo.

Y tú, tú no has sido fuerte…”

La única carta, aquella última que al final no envió, guardándola celosamente cerca de su cama. Esa fue la que abrió de nuevo, olvidándose de cuantas veces lo había hecho. Sus huellas dactilares era la evidencia fidedigna de las muchas veces que había repasado las líneas, los fluctuantes trazos marcados con tinta en las viejas hojas. La carta de tres páginas, donde desvelaba por fin todo lo que se había negado soltar, decir aquellas murallas de argumento, de remordimientos y de decepciones que al final nunca llegaron a sus manos. Siquiera salieron de su habitación.

Pero ese día, lo enterró por completo. Entre libros y cualquier objeto personal, en la gaveta más profunda de su mesa, cerca de su cama. Allí enterrado, llenándose de polvo que luego se quedaba presando en sus líneas digitales.

No, ya no se llenaba de polvos de estrellas.

Salió de su habitación, enojado de haber soñado con aquel encuentro en las afueras d su templo, tantos años atrás. Se atavió con su armadura y su capa luego de haberse duchado, y salió con el cabello húmedo, mirando la temprana mañana que había amanecido para el santuario. Pese a eso, pese a incluso la luz, se sentía la tensión de lo inminente en las pisadas de los soldados que iban y venían, por los escalones del santuario.

Aquella mañana había amanecido muy movida, demasiado pronto para su gusto. No había sentido tantos movimientos entre los templos desde aquella noche fatídica donde fue dado el aviso de la traición. Afrodita ahora veía un escenario similar, pero se sentía enteramente distinto. Para empezar ya no había incertidumbre, ni miedo, ni confusión. Lo que había era resignación, un poco, con mucho de determinación. La voluntad férrea que sabía lo que habría de venir y estaba dispuesto a tomarlo, por muy amargo que fuera.

El rojo de las rosas le atrajo, notando algunas gotas de rocío que brillaban entre sus pétalos. Tomó una, arrancándola suavemente de su tallo para luego llevársela cerca d su nariz, para disfrutar su aroma. Al levantar la mirada podía ver el cuerpo de otro soldado bajar y detrás de él, la figura de Shaka descendiendo con fluidas por el manto rojo.

—¿Sabes a que se debe tanta algarabía? —replicó apenas lo tuvo a su alcance, notando la seriedad pesada que como un velo nacarado cubría el rostro de Virgo. Este se detuvo en su andar, con el rostro siempre al frente y sus cejas ligeramente estrujadas. Era evidente que algo estaba pasando, solo recordaba una expresión así, un tanto más sombría, aquella noche donde Aioros cayó.

—El patriarca ha recibido una carta de los impostores. Vienen en camino.

Cerró sus ojos, sintiendo como el viento cálido asomaba a sus narices el húmedo olor de la lluvia y el pasto. El frío de la certidumbre y la muerte azoró a su pechó, envolviéndolo en una amarga bruma gris. Era como sentir que el tiempo ahora estaba corriendo contra reloj, cayendo sobre ellos, como arena dispuesto a ahogarlos.

Las estrellas habían dictado su veredicto, cada quién había asumido su posición. Que pretendían cinco santos de bronce contra ellos, los de mayor elite. Era un acto suicida. Ni siquiera ella podía ayudarlos.

—El patriarca ya ha dado las instrucciones. Ptolemy de Flecha será el encargado de recibirlos —Shaka dibujó una corta sonrisa, que bien podría sr la puerta de la seguridad ante la victoria que aquello representaba.

Las piezas estaban allí, dispuestas, solo esperando el momento óptimo para ser ejecutadas. Algo tan finamente planeado, medido.

Definitivamente algo que solo él podría.

Levantó su rostro, ahora mirando hacía la entrada de su templo. Los pétalos danzaban dando piruetas en el aire, jugando con el viento. Como si las rosas estuvieran ausentes de la sangre que sería derramada por cada una de las piedras de mármol del santuario. Como si el viento ahora se mofara de cada una de sus tensiones.

Afrodita cerró su puño, sabiendo lo que todo aquello significaba. Si mu iba, definitivamente, tendrían que enfrentarlo. De otra forma, tendrían que buscarlo para darle la muerte. Independientemente del resultado, estaba condenado a morir, como el traidor que era. Como Aioros…

—Tenemos ya la orden de no movernos de nuestros templos —Virgo dio un paso, decidido—. Es la voluntad del sumo sacerdote.

Un paso, resonando en el eco, entre el viento que los mecía. Contra su corazón. Contra las distancias.

Un paso.

Y se sintió.

Su cosmos se sintió. Como un parpadeo.

Shaka detuvo su andar y Afrodita pudo sentir la vehemencia de su corazón latiendo al haberlo identificado. Incluso, contra su paladar, el picoso sabor de la piña que le trajo la remembranza. Su presencia se evaporaba en esporas al cielo, aunque no estuviera en frente podría verlo. Lo recordaba, fielmente, el rastro de luz que dejaba al ahora de teletransportarse.

Mu había llegado.

Afrodita corrió, sin siquiera meditarlo. Se asomó hasta la entrada de su templo donde el aire se llevó los rastros de pétalos de los escalones, barriéndolos fuera de su alcance. La columna de luz apenas era perceptible entre los rayos de sol en esa mañana, difuminándose.

Sintió su pecho comprimirse, aplastarse.

—El santo de Aires por fin ha llegado —La voz de Shaka lo apretaba—. ¿Tenemos un aliado o un traidor?

Sus sentimientos lo apretaron.

Tembló.


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