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S'agapo, mere dost por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Tras la llegada del extranjero, comienza las reuniones y los encuentros para cumplir las razones de su visita. ¿Qué existe entre el estratego y el maestro hindú?

La civilización ateniense admiraba la belleza de distintas maneras. Los jóvenes por ejemplo que asistían al gimnasio, estando desnudos y con sus cuerpos aceitosos eran principalmente observados por los mayores que hallaban en la visión el perfecto equilibrio entre las habilidades y fuerzas físicas junto a los valores del heroísmo, la inteligencia y la nobleza.
 
Uno de los lugares que Saga solía visitar era precisamente el gimnasio. Su juventud se desarrolló en ellos y había gozado de sus enseñanzas años atrás. En ese momento, la institución no solo estaba enfocada en el desarrollo físico sino intelectual y moral de los jóvenes, transformándolo en una entidad holística. Habían en él muchos recuerdos de sus primeros años, de los que le cortejaron cuando siendo joven practicaba desnudo con sus compañeros en busca de una mayor fortaleza, así como de los últimos cuando lo visitaba en su temprana edad adulta, en busca de un joven que fuera interesante a su vista para cortejar.
 
Conoció a Milo en ese tiempo, le había cortejado y convertido en su erómeno antes de casarse con Eufelia y llegar a la edad digna de cualquier hombre ateniense para formar familia. Luego fue Milo quién cortejó a otro. Según había sido informado, el joven que ya había llegado a la edad de la familia, estaba dispuesto a casarse con una bella hija de un general. Ciertamente, el círculo seguiría repitiéndose y era parte de la forma de vida ateniense. Una que el joven hindú había visto al inicio con asombro para luego dedicarse al estudio de la percepción de su sociedad, el entendimiento de las motivaciones y el estigma que tenía el ser llamado un eraste y un erómeno, con todas las circunstancias que rodeaban esas denominaciones.
 
Frente a ellos, el combate entre dos adolescentes llegaba a su fin, con la victoria del más alto. El aceite resaltaba la musculatura de sus cuerpos y los constantes agarres entre ellos, en búsqueda del dominio, remarcaban sus extremidades para el deleite de las pupilas de quienes admiraban. Los expectadores observaron al vencedor con un atisbo de deseo en sus ojos.
 
—No puedes negar lo impresionante que es. —En efecto, no lo negaría. La belleza de los atletas era admirable incluso ante los ojos de Shaka, aunque no estuviera del todo de acuerdo con la costumbre ateniense de cortejarse entre ellos. Esto, más que todo, era influencia de sus propias costumbres.
 
Saga se había parado tras él a una corta distancia, la suficiente para que pudiera sentir su calor tras su espalda. El sol mediterráneo golpeaba fuerte sobre ellos y el sudor, dada las horas del mediodía, estaba presente en sus cuerpos. Shaka tenía su cabello atado y amarrado a un lado de su hombro, con la vista fija en la palestra donde los jóvenes proseguían con sus prácticas. Si bien estaba vestido con un hemiatón azul, la indumentaria común de esa tierra, fácilmente era reconocido como un extranjero.
 
—¿Aceptarás que uno de los mayores corteje a tu hijo? —preguntó con evidente curiosidad y un tanto de insidia en su percepción. Saga hizo una mueca de desagrado y terminó por dar vuelta, para caminar entre las columnas. Espero a que Shaka le siguiera, tal como sabría lo haría, para dar su respuesta.
 
—No es algo que me agrade pensar —admitió el heleno, con la vista al frente mientras caminaba por los pasillos entre los pilares.
 
—Pero elogiarás si tu hijo, estando en la edad, decidiera cortejar a un noble muchacho llevado por su belleza.
 
—En efecto —declaró con naturalidad y Shaka sonrió. Conocía la respuesta desde el inicio aunque llevado por la actual situación de su amigo, quería verificar si hubo algún cambio en ella—. ¿Reconoces su belleza? ¿No quisieras enseñarles a esos jóvenes como vivir y convertirse en verdaderos hombres?
 
—He sido criado y preparado para enseñar a otros el dharma, Saga. Para maestro he nacido y he vivido, pero mi visión de lo que llaman ustedes una iniciación y adoctrinamiento moral, difiere de la nuestra.
 
—Y eso es fascinante —lo decía su voz, a su vez, con la emulada suavidad con la que había soltado la frase, delatando el placer que sostenía cuando venían esas interpelaciones entre ellos.
 
—No he de negarlo.
 
—Tú eres fascinante.
 
Los pasos se detuvieron dando pie a un armonioso silencio. Saga se había detenido y en la simpleza de la oscuridad del recinto, veía los ojos claros de su amigo para enfatizar sus palabras, cargadas de un profundo sentir.  Shaka sonrió en respuesta y le mantuvo la mirada, dejándose sobrecoger de aquella emotividad en sus palabras. Ellas se hablaban tras sus ojos, ocultas en lo descifrable de su mutismo.
 
Al inicio, cuando Saga se lo había hecho saber, el joven hindú no había podido interpretar esas palabras de la mejor manera. Para su propia cultura, si bien el amor entre hombres no era omitido ni reprimido, si era modesto y controlado. Para él, como Brahma, tener una relación considerada antinatural significaba el abandono de su narva si se diera a conocer. Y si bien estaba lejos de su hogar, su propia crianza le impedía caer en el acto reprobable de una falsa moral, mucho más vergonzoso que el hecho de compartir el lecho con un hombre.
 
Fue precisamente en esa ocasión, que los dos tuvieron una disertación exhaustiva en el andrón de la residencia del estratego. Una discusión y debate de índole filosófico y religioso sobre el concepto de belleza para los helenos, las costumbres de cortejo a los más jóvenes y la visión del reino de Magadha sobre dichos aspectos. Y si para ese momento Saga estaba fascinado por lo que había empezado a conocer en Shaka, tras ese episodio su atracción se multiplicó al escucharle la claridad de los planteamientos y argumentos del más joven, quien para ese entonces no tendrían más de veintidós años.
 
Aunque el tiempo había pasado y ahora la madurez de la edad también vestía de suaves matices al rostro del hindú, para el heleno su belleza seguía siendo exquisita. Su experiencia, su conocimiento, la elocuencia y la audacia de sus contrapartidas lo volvían un ser fascinante de muchas maneras. La admiración le sobrecogía y sabía que no solo se trataba del plano físico, sin embargo, no lo dejaba de lado. La belleza que él tenía en sus matices más profundos era evidente en sus rasgos masculinos y armoniosos.
 
Con el pasar de los años y del intercambio, Shaka también eliminó su primera impresión, motivado por el lazo que se formaba entre ellos, cada vez más profundo y a su modo de ver espiritual. Por eso le había sonreído, en una silenciosa aceptación de sus palabras que no necesitaban ser ampliadas.
 
El espacio entre ellos vio mermada su armonía cuando el pasillo recibió a otros atletas que salieron de los espacios aledaños. Intercambiaron saludos respetuosos entre ellos y el más corpulento, con cabello castaño y abundante, destinó una mirada amplía al extranjero. Ambos esperaron a que los pasos menguaran antes de retomar su camino, fuera del gimnasio.
 
—No soy el único que te encuentra fascinante. —Decidió comentar el estratego y obtuvo como respuesta una suave sonrisa del hindú.
 
—No creo que por tus mismas razones.
 
—Todos vemos la belleza de la misma manera en Atenas.
 
—Pero no todos han hablado conmigo. —La atinada apreciación de Shaka promovió otra sonrisa, compartida, mientras recibían a la salida los rayos del sol heleno y el acercamiento de Myron, quien los esperaba.
 
Desde que Shaka llegó habían pasado ya seis noches. Como era costumbre en cada una de sus visitas, acompañaba a Saga a cada una de sus reuniones y asambleas, escuchaba las disertaciones y luego las debatía en secreto con el heleno. Las noches en el andrón entonces estaba llena de prácticas sobre sus modos de vida, sobre sus experiencias y los conocimientos que el hindú tomaba de cada uno de los encuentros presenciados. A veces, bromeaban, en otras reían y con mayor frecuencia sus miradas se quedaban clavadas la una sobre la otra en un silencio consensual y necesario, que podía durar largos minutos, hasta que alguno de los dos la cortara o uno de los esclavos se acercara a recoger las copas.
 
Finalmente, cuando era hora de despedirse, el heleno dejaba al invitado en su habitación donde sabía que acompañado a la luz de la lámpara de aceite, se dedicaría a transcribir entre papiros envueltos en cuero sus impresiones. Conocimiento que luego llevaría a su tierra.
 
En el inicio, Saga le enseñó su dialecto y le vio aprender su idioma con interés. Compartieron las noches en el andrón entre vino y frutas mientras Shaka transcribía el alfabeto y le explicaba el sanscrito, el idioma de su tierra. Ahora ambos dominaban el idioma del otro con facilidad y no conforme con las visitas de Shaka a las tierras helénicas, intercambiaban obsequios y cartas envueltas en rollos de cuero en el tiempo que no se veían.
 
Las escribían en su idioma natural, sabiendo que el otro sería capaz de interpretar las palabras. Entre las cartas había traducciones de los conocimientos de su tierra, comentarios sobre las nuevas ideas que circulaban, lo que más se hablaba, lo que más movía a las personas que habitaban con ellos en sus pueblos. Sus disertaciones y conclusiones, sus preguntas esperando por la respuesta del otro. Y entre las líneas rubricadas en el papel nunca faltó el momento en que se decían cuánto esperaban el próximo viaje, cuanto extrañaban sus conversaciones nocturnas y los paseos mañaneros.
 
Cuánto se hacían falta.
 
Myron fue llamado por su amo esa noche, para ser él quien les sirviera las copas y colocara las frutas. En la mesa había rollos y rollos de cuero con papiro junto a tinta mientras el hindú traducía los escritos plasmándolo en la suave textura. Las manos de su amo estaban ocupadas leyendo otros papiros y el vino, servido en las copas, insudaban dejando que las suaves gotas pálidas rodaran por la superficie del objeto. Además, había puesto un cuenco de cerámica a los pies de ambos señores, quienes apenas regresaban del itinerario del día. Comenzó entonces la labor de lavar sus pies, quitando las sandalias de cuero llenas de tierra.
 
Al esclavo le sorprendía la blancura de los pies del hindú. No recordaba haber visto antes a alguien nacido de la India que fuera tan blanco como él. A veces se quedaba demasiado tiempo lavándole los pies a lo que el invitado no le reclamaba, pero se veía reprendido por la mirada de su amo que con insistencia le hacía apurar su trabajo. Cuando terminó de lavar los pies de Shaka, prosiguió con los de su señor, sometiendo su mirada a la caía del agua en el cuenco y evitando interponerse en la reunión.
 
Siempre era él a quien Saga escogía para acompañarlos y aunque los escuchaba hablar, poco podía entender de sus pláticas por lo profundas que eran. Los demás esclavos de la casa le decían que debía considerarlo un honor y que si seguía así, haciendo las cosas bien, quizás no tuviera la necesidad de realizar el trabajo forzoso. Ante ese panorama, él se empeñaba más en sus actividades, en no molestar al estratego y en ofrecerle el mejor servicio al extranjero. Lo bueno de todo es que por parte de Shaka, siempre recibía una sonrisa agradecida y en variadas oportunidades, le escuchaba contarle cosas de su tierra que él oía con fascinación.
 
Esa noche se alargaba y el muchacho, quién los había acompañado durante todo el día, comenzaba a sentir el peso del cansancio sobre su hombro. Los señores apenas probaban las frutas y mojaban sus labios sutilmente en el vino, pero sin intención de beberlo por completo. Se veían demasiado concentrados en los papiros y la lámpara de aceite a veces titubeaba ante alguna brisa de la noche. Avanzando las horas, el joven esclavo se había quedado dormido en una esquina, entre los cojines.
 
—Ya ha sido suficiente, Shaka. —El señor de la casa detuvo su mano cuando observó, en un momento de mirarle ensimismado, los suaves párpados del hindú cerrarse en un parpadeo lento.
 
—No he terminado de escribir…
 
—Sé que el discurso de Pericles fue impresionante y que la decisión de traernos el tesoro de Delos a Atenas es digna de ser escrita, pero ya han sido muchas horas.
 
—¿Escuchas a mi cuerpo quejarse y abogas por él? —replicó Shaka divertido con la idea y asió la mano que le tomaba para entrelazarla con las propios, apretando firmemente sus dedos contra los de él.
 
—Es virtud conocer hasta qué punto podemos exigirle y en qué momento es  prudente descansar.
 
Las manos permanecieron tomadas. Un gesto del cual ninguno se sentía avergonzado. En la suave presión, se encontraba encerrada la carga emocional que había entre ellos, la estrechez que los unía. Y eso por sí solo, daba pies a más que no serían concretadas, no como tal.
 
Entre el silencio y la respiración pausada, Saga movió su mano libre hasta la cintura del hindú y lo atrajo hacía él. Buscó, con el movimiento que la cabeza de Shaka descansara sobre su hombro mientras destinaba suaves caricias a su costado. Lo notaba cansado y él también lo estaba, el día había sido largo y la asamblea dura. Había tanto que escribir, reflexionar y concluir pero la noche no sería suficiente y sus cuerpos ya reclamaban reposo. Solo había que observar a su esclavo dormido en la esquina para darse cuenta de ello, el cómo a su vez sus párpados pesaban y la respiración calmada de Shaka, cerca de su cuello, le invitaba también a descansar.
 
Saga volvió a ver sus manos unidas y esa imagen, así de sencilla, le llenó de sensaciones placenteras. La comunión que había entre ellos en ese momento era más que suficiente, le agradaba de sobremanera y era algo que no quisiera dejar de sentir. Así como estaban, había complicidad y apego; sus manos unidas eran solo una evidencia visible de lo que ya sus almas habían estado recreando durante esos años.
 
La primera vez que Shaka le había tomado la mano, le había sorprendido. En sí, fue esa la ocasión que entre el bochorno y el desconcierto él se había visto intimidado por la tranquilidad con la que el hindú abandonó la mesa que compartían y le tomó entrelazando sus dedos, mientras le hablaba de sus impresiones. Sin embargo, no quiso combatir contra el magnetismo y la energía circundante que le ataba a ese gesto, a ese roce, que se había sentido tan necesario que no creyó posible no haberlo buscado antes. Y en el andrón, estando a solas, no pudo contener su curiosidad y buscó saber más de ello.
 
—Es habitual en mi tierra entre dos amigos tomarse de la mano. Es la máxima expresión de cariño y amistad que podemos tener. —La naturalidad de su respuesta fue avasalladora y pese a lo que había previsto, removió más todas las inquietantes reacciones de su cuerpo ante ese acto—. ¿Es mal visto en Atenas?
 
—No es algo que solemos hacer —le explicó y ante la réplica Shaka asintió de esa forma particular. No movía su cabeza de arriba abajo, sino que hacía un movimiento giratorio con ella como si dibujara una circunferencia en el aire, con una sonrisa suave y calmada, cuasi divina.
 
—Prometo no hacerlo de nuevo si da pie a controversia. —Con esa acotación fue el heleno quién tomó su mano con firmeza por sobre la mesa y destinó una mirada fija y segura en su compañero. El intercambio visual se potenció en esos minutos, la intensidad con la que se dibujaban en las pupilas ajenas se sentía en el aire que osaba correr entre sus perfiles.
 
—Podemos hacerlo. Aquí. A solas.
 
Una concesión en secreto.
 
No supo en qué momento había cerrado sus ojos, pero el suave perfume del aceite en el cabello de Shaka y su sudor, netamente masculino, había corroborado que no se encontraba en la habitación con su mujer. Abrió con pesadez sus párpados y comprendió que aún seguía en el andrón, apoyado a la pared de piedra con Shaka en su hombro profundamente dormido. Tanto que buscando comodidad, había movido una de sus piernas para flexionarla contra su regazo y la tela de hemiatón no la cubría.
 
Admiró en ese momento la forma en que los músculos de su pierna se marcaban. Pocas oportunidades había para realmente ver su cuerpo así, sin la tela que lo cubría, y aquellas las aprovechaba sin dudar. Shaka tenía una belleza física que era atractiva a sus ojos, evidente en la armoniosa forma de sus piernas, la curva de sus talones e incluso el largo de sus pies.
 
Si bien la belleza ideal estaba en el cuerpo de un joven atleta, Saga veía en Shaka una única y perfecta obra natural que rebosaba de virilidad y conocimiento. Digna de admirar todos los días.
 
Pasó sus nudillos por la línea cuadrada de su mandíbula y lo vio pestañar perezosamente. Shaka despertó de su sueño y se removió incomodo, más por la posición en la que se encontraba. Su mirada viajó hasta él, buscando sus ojos y enfocándolos con tardía atención. Como si constatara en donde estaba. Saga le sonrió en respuesta y le dio el espacio para moverse.
 
—Es momento de descansar en tu habitación, Shaka —eludió el estratego, acomodándose él mismo. Su pierna derecha, debido a la postura, se había dormido por lo cual no pudo moverse demasiado aún.
 
Shaka no dijo nada, asintió con el mismo gesto particular y se dispuso a recoger las cosas. En cuanto Saga pudo se reincorporó y lo detuvo, instándole a soltar el cuero y los papiros.
 
—Ve. Myron se encargará de esto.
 
—Tu siervo está dormido. —Aquello no representaba problema para él y así se lo hizo saber. Llamó a su esclavo en voz alta y el joven se sobresaltó asustado entre los cojines. Shaka le dirigió entonces una mirada inquisitiva al amo y este se la devolvió con ecuanimidad. Nada había de extraño en aquello, para eso estaban los esclavos.
 
—Ya no lo está. Ve a descansar.
 
El hombre se resignó a las costumbres que pese a conocerlas bien no las avalaba. Pero en vano era todo intento de sobreponerse y además, estaba la certeza de estar en ese lugar no para contradecir sus hábitos, sino para aprenderlos y comprenderlos. Se levantó, acomodando el algodón de su traje heleno y colgando entre sus manos las sandalias de cuero que le había regalado el estratego al llegar. Dirigió una mirada suave y condescendiente al esclavo y juntando sus palmas se inclinó en señal de respeto y disculpas. Le agradeció en su madre lengua.
 
El muchacho miró al hombre en una clara mezcla entre admiración y vergüenza. Saga, por su lado, no había perdido detalle de sus modismos usuales, excéntricos y bellos como él. Se sonrió, admirando incluso aquellos momentos. Ambos le miraron hasta que se perdió en la puerta de la habitación.
 
—Aprovecha. —Myron escuchó la voz de su amo y se sobresaltó, ya que sus ojos habían seguido sin discreción alguna el caminar del extranjero—. Hombre como él no volverá a nacer en su tierra, ni en cualquier otra. Es bello en toda su extensión.
 
Se limitó a asentir, notando en los rasgos de su señor una admiración más allá de lo que podría comprender por su amigo.

Notas finales:

Espero que les guets este capítulo. Ya tengo casi listo el tercero, por lo que es probable que lo puiblique en unos día.s Me pondré a acabarlo y acabar el de Color y Vida para ir actualizando fics. Gracias a todos los que me tienen paciencia y me leen :3


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