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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Radamanthys ha decidido ir detrás de Shaka pero el tiempo se está agotando. ¿Podrá ver a su hijo en medio de la lluvia de Londres? ¿Estará dispuesto a enfrentarlo?

No podía cambiar su rictus. Lo intentaba pero el peso en su estómago podía más y la asfixia que le sometía era suficiente para mantenerlo en esa posición. Implacable, incansable, ocultándose en la seriedad de sus gestos para escudar su verdadero sentir. Atrapado dentro de sí mismo, como una tormenta golpeando las finas paredes de un envase de vidrio: él que lo tenía controlado.


Si hubiera una forma de describir a Radamanthys en ese momento era como un río en medio de una tormenta. No distaba mucho a lo que había ocurrido hacía seis, casi siete años, pero el enojo que tenía en ese tiempo contra los dos culpables, en ese momento se encajaba sobre sí mismo. ¿La razón? Allí estaba, sentado con la mirada perdida en el vidrio empañado, escuchando a gente moverse, avisos de vuelos cancelándose. Allí había llegado, su río enfurecido y decidido a tomar algo —no estaba seguro de qué— se había encontrado con una presa a la que golpeaba en medio de la lluvia, una que no le quedaba más que masticar. Una muy grande, una presa monumental que no había tenido en cuenta: la del orgullo de su hijo. No, más que eso, era más que orgullo. Era la distancia, los años. Era el tiempo.


Lo que ya su hijo no era.


Cuando arrasó en el pasado fue contra su propia casa. Se había llevado todo con sus aguas, con su furia. Lo había hecho añicos. Pero ahora, en ese momento que creía poder recuperarlo con la misma fuerza, ya no yacía allí una casa: había una presa y un río ajeno a él siguiendo su cauce.


Simmons dirigió su mirada hacía su amigo endurecido y afectado tras la llamada. No necesitaba los detalles para saber qué había ocurrido: las huellas y las marcas estaban allí. Conocía suficiente el humor agrio de Minos y la paciencia de Radamanthys. Imaginaba como habían sido tratado los hechos. Pero estando allí, cerca de él, ambos sentados en la sala de espera del aeropuerto donde creían poder alcanzar a Shaka, sentía que no era capaz de sacar a Radamanthys del trance al que se había sumido.


“Estás de suerte, Radamanthys. Shaka no se ha ido. Cancelaron su vuelo”


La certeza de que aún estaba allí había sido pesada y clara, contundente. Radamanthys con todo el ímpetu con el cual dirigía sus movimientos, había girado su rostro sobre cada persona del lugar buscando reconocerlo. Estaba seguro que lo haría. Era su hijo. ¿Cómo podría equivocarse en reconocer a su propio hijo? Lo reconocía en el campo de futbol. Lo reconocía entre la multitud de chiquillos en el centro comercial. Lo hubiera reconocido en donde sea, justo como lo hizo cuando apareció frente a él en la entrada a la residencia, en el pasillo de su empresa. Lo haría porque era su hijo y era lo que había formado, quizás no de la mejor forma, con sus manos.


Por eso sabía que si estaba allí, lo vería. Avanzó con largas zancadas, se movió dando con su mirada rápidos vistazos mientras le preguntaba a Minos si había alguna reprogramación de su vuelo a lo que el juez se daba el tiempo de contestar, alargando así el martirio del padre como si lo disfrutara. Prosiguió con su búsqueda sintiendo la compañía de Simmons detrás de él pero ignorándola.


“Sí, será mañana a las 07:35 am.” —Giró su rostro hacía donde un niño rubio corría en dirección al baño—“. Se quedó en un hotel con su pareja. Una suite matrimonial.”


Allí se detuvo: su corazón, sus pensamientos, su cuerpo. Su mirada se fijó en la espalda del niño que jalaba el pantalón de quién podría ser su padre y luego ponía sus manos en su entrepierna, aludiendo que quería ir al baño.


“No sé Radamanthys, podrías ir y pedir que baje pero, creo que ya debe estar muy acomodado en la cama. Tu sabes”


No requería eso. No, no necesitaba que se lo acotaran. No tenía por qué saber que su hijo estaba en ese preciso momento en una habitación con otro hombre, con quien era su pareja, con quién le vio tomado de mano y besándose los labios en una plaza. Si hacía eso en público no necesitaba tener una brillante imaginación para saber qué podría hacer fuera de la vista del mundo.


Sus ojos se habían sostenido en la imagen del hombre tomando la mano del niño para llevarlo junto a él al baño de los varones. Algo tan sencillo como eso, algo tan importante y necesario como aclarar los sexos, los roles sociales, las diferencias. Por años y hasta ese momento, se preguntó en qué había fallado. Qué clase dio de forma equivocada… por qué la parte de «a los niños le gustan las niñas» no fue contundente. Pero en ese mismo lugar, con la vista en el punto vacío del panorama, se dio cuenta que no, no falló. Hizo todo lo que un padre podía hacer por él, y aunque sabía que su hijo era diferente no dejó de hacerlo.


Quiso corregirlo. Quiso apoyarlo y a su vez convencerlo. Quiso enseñarle que su camino era correcto, y acompañarlo. La ambigüedad de sus acciones promovieron el resultado: la ambigüedad de las de Shaka. Su falta de valentía para confrontar lo que era Shaka, había provocado que su hijo no pudiera encarar ante él, como padre, su inclinación. No falló en la tarea de enseñarle la diferencia entre ser niño o niña, falló en la clase más importante que un padre podía darle a un hijo: el respeto a su identidad.


¿Y cómo podía Radamanthys enseñar de identidad, cuándo dudaba de la propia? Lejos de sus aspiraciones sexuales o emocionales, Radamanthys había nacido y crecido siguiendo varias figuras. Y lo que era, se podría describir como retazos de la crianza de su padre y su odio, el abandono de su madre natural y el rechazo de su familia. Los improperios, vejaciones e insultos. Sus lágrimas y el orgullo arraigado. Porque Radamanthys era eso: un conjunto de experiencias sin identidad que había querido tomar una con su hijo y su esposa: la del hombre irreprensible, del hombre bueno. Y había fallado.


Por esa razón seguía allí, en la misma posición. Por esa razón no pudo moverse de aquel lugar.


Simmons destinó a él una mirada comprensiva, conocedor de lo que podría sentir. Solo le había escuchado un: «mi hijo está en un hotel con un hombre» y eso había sido suficiente. Era más de lo que Radamanthys aún estaba preparado a asumir. El choque con la realidad, la realidad de Shaka, lo había dejado tendido en medio aeropuerto sin saber qué hacer, negándose a retroceder, pero inseguro de hacia dónde avanzar.


El alemán suspiró y miró con desgano el rostro pálido del hombre que mantenía el rictus severo y cansado, jugando con las llaves entre sus manos. Era evidente toda la carga emocional en su rostro con solo verle las ojeras marcadas, los labios resecos y el rastro de barba sin afeitar. El rostro desaliñado en él, el amo del orden y lo correcto, era contradictorio. Pero era aún más irónico estar allí a su lado en el mismo lugar en que años, muchos años atrás, lo había ido a despedir y Shaka siendo un niño de nueve años había corrido hacía él para despedirse. Recordó cuando lo cargó, con su uniforme de colegio. Cuando apartó sus mechones dorados para besar su frente «y años después serían sus labios», le dijo que se cuidara «y una década después que lo esperara», le hizo prometer que comiera bien «al final que no dejará de amarlo». Y él volvería, para navidad.


Y no volvió. Promesas incumplidas, desde siempre.


Simmons miró sus manos vacías. Al final, luego de 40 años de vida, de su carrera universitaria y profesional, de sus viajes y conocimiento, de su matrimonio y familia: era eso lo que le quedaban. Manos vacías. Retazos de vidrio doloroso en su pecho. El aire con sabor a hiel.


—Radamanthys —lo llamó, convencido que pese a eso, solo había algo que podría hacer. Lo único que siempre había hecho—, ¿así pensabas venir a buscarlo? —Juzgar al ajeno. Señalar. Como buen psicólogo, tratar de resolver la vida de otro cuando la suya es una maraña de dudas y decisiones equivocadas—. ¿Cuándo no puedes con la idea de que comparta su cama con otro hombre?


Porque eso era precisamente lo que ocurría en aquella habitación, ardiendo en llamas. Porque eso se escondía entre las paredes. Tras la invitación surgieron besos, tras ellos un danzar de manos y caricias en el otro cuerpo. Y entonces, la pasión. Contra el ventanal de vidrio, con la visión de la ciudad ante ellos, frente al edificio, sobre la carretera, bajo el cielo de Londres que se caía en una torrencial lluvia: ellos se sentían. Hasta el último poro de su piel se electrizaba al paso de sus roces.


Shaka había empezado todo. Apenas Saga se acercó, lo acorraló contra el vidrio y fue por sus labios, con el hambre de años atestiguada en sus movimientos. Y el griego no había rechazado el avance, más bien lo dignificó con la salida de un gemido ronco cuando sintió la textura del vitral contra su espalda vestida y la manera en que el cuerpo de Shaka se acomodó contra el de él, persistente. Le había apretado por su cadera, lo había acercado aún más, respondía a los besos con avidez y disfrutaba de la textura que su torso descubierto le permitía. Bebiendo de su boca y formando surco con sus dedos. Perdido en el apasionamiento del momento.


Y una cosa había dado pie a otra, sin necesidad de protocolos. Las ropas comenzaron a abandonar los cuerpos, cayendo una camisa sobre el mueble, los pantalones sobre la alfombra, su ropa interior bailando entre sus piernas, apenas arrastradas lo suficiente para que las manos ajenas fueran por el otro sexo y lo encendieran, más. Esta al final quedó sucumbida en sus tobillos y con movimientos tambaleantes sobre la cama, se arrastraron de la sábana a la alfombra, dejando atrás a los calcetines. A ninguno de los dos le importaba donde quedaban todas sus prendas, ya tendría tiempo para buscarlas después. En ese instante, lo único que interesaba era en dónde sus manos hallarían espacio y sus besos se multiplicarían.


Saga se sintió loco de placer cuando la suavidad de las piernas de Shaka habían encerrado su cuerpo en una cárcel caliente. Lo soltó en un gemido y el escalofrío recorrió de lado a lado atravesándolo por completo, como una llameante culebrilla en su columna. Su mandíbula tembló y estaba seguro que sus huesos sucumbirían a la presión de su fuerza sensual arremolinando su consciencia. Shaka lo estaba vertiendo a un abismo, y él se encontraba presto y deseoso de sumirse con él allí: en su interior. Quería estar dentro y constatar la suavidad de sus paredes de fuego. De su cuerpo acumulando energía y placer explosivo.


Los jadeos de Shaka, su coral varonil mientras le tomaba entre sus manos y le demandaba más de él, le impulsaba a aumentar la velocidad de sus movimientos. Se sentía loco por estallar, tanto que sus manos temblorosas apenas podían maniobra el condón en su sexo mientras los muslos blancos de Shaka le acariciaban indoloramente.Gruñó y se posicionó listo de penetrar tanto como ambos deseaban. Habiendo olvidando todo lo demás, lo único imperante era reconocer a sus cuerpos desnudos húmedo de sudor y el aroma que desprendía lleno de masculinidad.


Shaka le miró con ojos abrillantados y embotados de placer. Sus mejillas rojas aderezadas como si fuera un postre de dulce de fresa, le creaba necesidad de saborearla con la punta de su lengua. El sudor convirtiéndose en gotas por su frente y su nariz, las nobles gotitas que se confabulaban en el borde de sus labios, Saga constató en ese momento que Shaka podía ser aún más bello de lo que era. Allí desnudo y entregado, era lo más exquisito que había tenido en su vida.


Lo quería hacer suyo y sentía en Shaka el deseo de que lo hiciera y tomara. Ante esa convicción se movió buscando su interior y consiguiendo, contrario a lo que esperaba un grito inconsciente de su pareja, nada semejante a un gruñido de placer. No prestó atención en ese momento, pero al ingresar la cabeza de su pene, por completo, dentro de él pudo sentir que literalmente le ahorcaba y no de forma sensual. El cuerpo de Shaka se había convertido en una prensa asfixiante.


Le costó abrir los ojos por la excitación que se contenía en su cuerpo, pero lo hizo, buscando en el rostro de Shaka el porqué su cuerpo se había tensado de ese modo. Al abrirlos, sus ojos verdes contemplaron el rostro de Shaka totalmente enrojecido, mordiéndose sus labios casi como si quisiera hacerlos sangrar, en una mueca de increíble dolor que pensó aplacar de ese modo. La intensidad fue tal que Saga no hizo movimiento alguno para avanzar, y al verlo así, el recuerdo azotó contra su espalda sacándole el aire de forma apresurada. Lo que ocurrió entre los casilleros volvió a su mente.


—Shaka —soltó con su aliento alebrestado por el placer y el ardor. Sin pensarlo, salió de él provocando otro gruñido con intensidad. Fue tal que Shaka luego de soltar una maldición le golpeó los brazos dos veces mostrándose molesto. Ante el malestar, el griego optó por sujetarle el rostro y sisear sobre su boca, buscando calmarlo mientras Shaka retomaba el control de su respiración acelerada—. Lo siento… Lo siento… —musitó para confortarlo pero los ánimos del rubio luego de aquel golpe de dolor se encontraban caldeados.


—Maldito… —refunfuñó con la tensión en su rostro y Saga le besó ignorando los improperios de su pareja.


Decidió quedarse quieto, esperar que Shaka retomara el ritmo de su respiración aunque sintiera que su excitación estaba palpitándole en las orejas.


En Grecia, a esa hora, Kanon acababa de llegar a su hogar luego de cruzar varios estados desde la casa de sus padres. Mu le recibió en el estacionamiento luego de recibir el aviso de su cercanía. La noche acababa de caer y hasta ese momento la última noticia que había tenido de Saga es que volvería temprano en la mañana porque el vuelo se había cancelado. Al parecer intentó comunicarse con Kanon, pero había sido imposible. Supuso que fue por la pérdida de cobertura.


Se acercó para saludarlo y recibió una sonrisa de respuesta. En cuanto estuvieron cerca el griego no dudo momento para besar a su pareja y apretarlo en un cálido abrazo.


—¿Mañana? —comentó cuando subían al ascensor, escuchando las palabras de Mu sobre el viaje de su hermano. Le estaba diciendo que se iría en el vuelo del día siguiente y por lo tanto no era necesario correr al aeropuerto—. Yo que me apresuré para llegar.


—Y yo que te extrañaba —murmuró el joven sacando una sonrisa de su pareja, ante el evidente reclamo. Sin hacerse esperar, Kanon le tomó del hombro para acercarse a besar sus labios de nuevo.


—También me apresuraba por verte.


—Por cierto, vino Marin. —Aquello no se lo había esperado. Kanon volteó a verlo mientras Mu abría la puerta del departamento.


—¿Marin? ¿Para qué?


—A dejarle un libro a Saga.


La lluvia empezaba a ceder en Londres. Los vuelos se estabilizaron y el padre seguía con la vista perdida en el vidrio mientras el flujo de las personas comenzaba a moverse, de aquellos que habían estado esperando para su vuelo. Simmons no dijo nada durante ese tiempo de meditación, la respuesta a su pregunta tampoco se escuchó. Pero al menos, Radamanthys había levantado su rostro y el rictus de su perfil se había relajado tan solo un poco, quizás por el cansancio, o por la excesiva añoranza.


Él también tenía. Con el correr de los niños en el aeropuerto y los llantos lejanos, muchas memorias vinieron a su mente en esa noche lluviosa. Estaba lloviendo en Londres el día que Shaka nació en la India. Estaba lloviendo cuando Radamanthys lo llamó para decirle que nació. ¿Cuántas cosas habían pasado desde entonces? Demasiadas, pero en ese momento sólo podía tener en mente aquella tarde en la que Shaka corrió hacía él y se subió a sus hombros para besarle suavemente en la mejilla y pedirle la bendición. A ese niño le arrebató la inocencia, le truncó los sueños y le dañó la vida. A ese niño…


Con sus ojos miró el opaco de sus zapatos negros ya secos. Podría ver allí, en el brillo mate del color las memorias que se filtraban, tal como seguro Radamanthys las había visto ir y venir en su mente. ¿Podría decir algo más? No hallaba palabras… quizás las palabras del psicólogo no eran las adecuadas. Quizás nunca lo fueron.


Levantó sus ojos verdes hacia la figura del hombre que estaba a su lado. Con sus hombros encogidos, había perdido mucho del temple que solía mostrar al mundo. Pero allí estaba en su entera esencia: un hombre que amaba mucho y al que le dolía demasiado amar. Cargado de culpas, preguntas y decepciones. No eran tan diferentes… en ese caso nunca fueron tan diferentes.


Las pupilas viajaron de nuevo hacía el vidrio, entreteniéndose en dibujar formas entre las pequeñas esferas de luz que se encendían en el exterior y las gotas que quebraban las circunferencias.


—¿Recuerdas cuando me fui de aquí, hace más de 15 años? —No le miró al hacer la pregunta, pero estuvo seguro de haber captado su atención cuando sintió la afilada mirada del padre sobre su perfil—. Pensé que nadie vendría a despedirme y sinceramente, tampoco lo esperaba. Tú estabas trabajando y Minos… bueno, nunca acabamos bien. Pero entonces, mientras esperaba sentado, creo que era más atrás, no aquí —murmuró con la nostalgia saboreándose en su lengua. Tenía sed, notó—; escuché la voz de tu hijo llamarme padrino. Cuando volteé Shaka venía corriendo. Arrastraba su abrigo…


—¿Quieres que te golpee? —Escuchó la apelación de Radamanthys y sonrió, demasiado embebido en esa memoria.


—Eso estaría bien, aunque siento que nunca me golpearás lo suficiente. Nunca será suficiente. Cada vez que pienso que ese era el niño, descubro cuán miserable fui.


Simmons se inclinó hasta dejar descansar sus antebrazos sobre las rodillas y algunos mechones de su cabello cubrieron su frente, despeinados y secos por el gel que solía mantener su peinado particular. Algunas hebras salteaban entre su nariz y se podía ver los filamentos de canas. Su frente se cubrió de finas arrugas y las manos se unieron para tapar entre ellas su nariz. Volvió a enfocar sus ojos en la oscuridad del vidrio.


—Yo lo amaba, Radamanthys, y puedes golpearme por eso, pero lo amaba. Pensé que podría controlarlo, que solo sería una experiencia para él, pero conforme iba obteniendo… me volví egoísta y ambicioso…


—Cállate… —masticó el inglés frunciendo su ceño ante aquella declaración.


—Había olvidado que eras tú su padre, y que no criarías a un hijo para las aventuras… como estaba yo acostumbrado. Había olvidado que estaba casado, lo olvidaba cada vez que lo tenía en frente.


—Maldición…


—Radamanthys, cuando me di cuenta estaba tan loco por él, quizás más de lo que él lo estaba por mí. Porque no solo lo amaba, era… era un dependencia insana lo que tenía con él. Era… era como si fuera la única forma que tenía de respirar, de sentirme vivo. Me llenaba tanto… me llenaba tanto que no podía verme sin él. ¡No podía! Quería ser joven con él, quería tomar nuevas decisiones con él, ¡quería creerme la maldita ilusión de que en verdad podíamos enfrentar al mundo juntos!


—¿¡Por qué no me lo dijiste entonces?! —alzó la voz, conteniendo el golpe que quería lanzar para partirle la cara de nuevo, como lo había hecho años atrás. Simmons sólo sonrió, con la resignación en sus ojos.


—Porque soy un cobarde. Hiciste bien en no creerle a Shaka cuando te dijo que le amaba. Yo no iba a hacer nada, yo no iba cambiar lo que debía ser por lo que quería. Yo no iba a hacerlo. Aún no soy capaz de hacerlo.


Y lo supo después de ver esas imágenes que Minos puso frente a sus ojos, cuando lo vio con el abogado, tomado de la mano, en el parque. Cuando estaban sin esconderse, sin largos abrigos y complejos sombreros que ocultara quienes eran. Sin lentes oscuros. Simplemente así, libre… si Saga estaba dispuesto a hacer lo mismo en Grecia, Shaka había conseguido lo que en un inicio había buscado en Simmons: Libertad de amar a un igual sin la vergüenza.


El padre le miró de reojo, con todo aún atravesado en su garganta.


—Radamanthys… perdóname.


¿Cuánto se puede esperar para pedir perdón? ¿Cuánto para entregarlo? Los dos se quedaron en silencio, midiendo los espacios que el tiempo había puesto a su disposición en el aeropuerto que recuperaba su flujo normal. Nada había seguro entre ellos, la distancia parecía infranqueable. Pero allí estaban, conectados, bajo un único hilo.


Pero los espacios que estaban en medio de Shaka y Saga, ahora no eran válidos. No en esa habitación. Como Minos le sugirió y la mente de Radamanthys había supuesto, Shaka no solo dormiría en la cama con el otro hombre al que ya consideraban su pareja. Y ciertamente, ninguno quería dormir, aún pese al malestar inicial. Porque para ellos, los espacios que el tiempo había puesto en su disposición debían ser nulos, habían esperado demasiado ya.


Por ello, cuando el dolor inicial había cesado y los dos retomaron el aire, se habían mirado buscando en el compañero alguna señal que les impidiera continuar, sean las condiciones en que fueran.


—Saga. —El aludido estaba boca arriba en la cama, meditando en la idea de satisfacerse a sí mismo. Volteó su rostro hacía él y vio que Shaka se había apoyado de costado, con el sonrojo casi imperceptible en su rostro.


—¿Te duele? —Renegó, aunque para Saga no era del todo cierto. Estaba seguro que sí debía doler, al menos algunas punzadas aunque no fuera de la intensidad de minutos atrás—. Lo había olvidado.


—Yo también. —Enarcó incrédulo su ceja dorada. Tanto había sido su deseo de concretar lo que ya eran, de disfrutar lo que él mismo significaba que no había tomado en cuenta su condición—. Pero no fue mucho… dolió más con el alemán.


—¿Alemán? ¿Con Simmons?


Shaka rio, lo hizo con tanta gracia que a Saga no le importó dejar la noche en ese punto, si podía compartir esas horas cómplices con él. Se giró para quedar frente a frente, reposando su peso en su hombro izquierdo.


—Simmons no. Uno que conocí en Mykonos, cuando fui con Aphrodite a celebrar su cumpleaños. —Saga se sonrió ampliamente, pareciéndole fascinante el modo en el que había vivido Shaka antes de conocerse—. Él estuvo con un ruso y yo con un alemán.


—¡Qué casualidad! —Shaka sonrió ante la expresión que aludía que la elección no había sido del todo fortuita.


—Nada es casualidad.


Rieron apenas un poco, llenando con sonidos el silencio que se había extendido minutos atrás. Cuando callaron, sus miradas se encontraron para reconocerse. Allí, a pocos centímetros el uno del otro, era detectable su deseo. En ese espacio estaban todas las distancias que quedaban entre ellos.  Les parecía increíble que después de todo lo que habían pasado, sólo fueran esos pocos centímetros los que los separaba. Una distancia fácil de eliminar.


Y al no encontrar ninguna excusa válida para mantenerla, se apegaron de nuevo en un abrazo para buscar los labios del otro, sin decir palabra ya que estas sobraban. Decían más sus acciones, las ansias de sus manos y el hambre de sus bocas, que cualquier elaborada declaración. En realidad, siempre había sido así. No hacía falta poner en letras lo que ya su cuerpo proclamaba con cada movimiento y cada exhalación de aire.


Las caricias, primero suaves y concentradas, se fueron esparciendo por sus costados mientras entrelazaban sus piernas y saboreaban los besos. El frío comenzó a ceder. Ante cada movimiento de sus manos, la necesidad y la entrega se hacía más presente y con ello, sus cuerpos volvían a tomar calor. Esta vez no pensaron en detenerse, irían hasta el final. Hasta la última consecuencia. La distancia debía quebrarse en Londres, la presa debía derrumbarse. Shaka, al entregarse por completo a esa relación, estaba tirando desde sus bases la presa que se había formado durante años.


Porque sabía, que después de muchos años, haría el amor. Y esta vez, no había temor alguno que le hiciera pensar en resguardar sus emociones para no ser lastimado.


Saga se encontró de nuevo sobre el decorador, acariciando con insistencia la parte baja de su estómago sin dejar de besar sus labios. La fricción de sus sexos enviaba corrientes de energías persistentes a su cerebro y era inconsolable el ardor que se sentía en sus pieles, traducido en su enrojecimiento y la humedad de su sudor. Todo esto junto al olor, el aroma masculino que se intensificaba y espesaba a sus propias salivas ante la idea de sentir sus fluidos probados por sus bocas.


Con el movimiento de caderas, acrecentaron cada oleada sin pudor alguno, coronándola con sonidos inciertos.Sílabass que no encontraron orden coherente y cuyo único objetivo era hacer audible el placer palpable. Shaka se removió y con ansiedad metió su mano entre ambos cuerpos mientras fijaba sus ojos azules y dilatados a las pupilas oscuras de Saga, enviándole la fuerte convicción de sentir más. No hubo necesidad de escuchar su respuesta, en cuanto los dedos largos de Shaka apresaron ambos miembros excitados, Saga gruñó y el temblor de su cuerpo vaticinaba el desmembramiento de sus articulaciones de proseguir así.


Saga no tuvo otra opción más que rendirse al ritmo que Shaka impuso con sus manos a la masturbación en conjunto. Desde su lugar, con la vista anubarrada,sólo podía notar los estallidos centellantes en el color azul de sus ojos y la manera en que tomaba el aire, como si fuera a colapsar. Su respiración errática perseguía con avidez cada exhalación y una gota de sudor resbaló pendiendo de su nariz, amenazando con caer en la piel de Shaka y evaporarse en el calor que transmitían sus mejillas.


Viéndose así, ambos no pudieron evitar ver el compendio de memorias que habían acumulado hasta el momento. Desde que se vieron en el restaurante, hasta que por fin empezaron el trabajo juntos. Cada visita en la tarde por parte de Saga y cada cena brindada con la excusa de su bienestar, cada momento en donde el ir y venir de sus sentimientos comenzaban a tomar el timón de sus acciones o el sentido de su cauce.


Ya no había vuelta atrás, para ninguno de los dos. Las huellas de su paso en la vida del otro habían quedado marcadas para no borrarse nunca. Independientemente del futuro, no había modo que aquella experiencia no marcara un antes y después en ellos. Finalmente, derrumbaban con la presa a Simmons y todas aquellas promesas que quedaron inconclusas, se desmoronaba para dar el terreno a unas nuevas bases, más sólidas y más firmes. Esta vez con otro nombre.


—Saga… —Y así lo hizo ver al proclamarlo.


Shaka apretó su brazo cuando las contracciones vaticinaron el momento del clímax. Corrientes de placer se deslizaba bajo sus pieles y era percibido en cada escalofrío que las ráfagas frescas de la habitación provocaba a sus cuerpos sudados. Los marcados músculos de Saga, en contraste al delgado cuerpo del inglés, se movían ansiosos a veces traicionado por su propio instinto. Las piernas gruesas se flexionaron y obligaron a levantar las de Shaka, las cuales se amarraron a su cadera. Sus dos erecciones no dejaron de recibir las cadenciosas caricias a través de las manos delgadas. Con apenas algunos parches de telas apegados en sus piernas, desnudos dejaron que fuera solo la fricción la que los llevara al máximo punto.


En ese momento, Saga se tomó de las sábanas con el cuidado de que su peso no le asfixiara. Sus dedos se vieron inundados de hilos dorados que a su tacto parecían arder tanto como sus mejillas. Pegó su frente arrugada contra la de él y respiró el aliento que su pareja soltaba, convencido en no perder detalle y a su vez sometido a lo que él decidiera en ese encuentro. Puso su alma y su cuerpo en total sincronía con cada uno de sus acelerados movimientos. Entonces, Shaka cerró sus ojos. Un murmullo muy parecido a un quejido brotó de sus labios, un sonido masculino que le erizó las mismas entrañas. Sus pestañas doradas y espesas uniéndose en dos hermosos arcos y su rostro conteniendo un rictus de placer que le robaba el alma fueron las alarmas para lo que estaba por venir.


Desembocó.


Shaka alcanzó el orgasmo amplificado cuando al hacerse evidente el clímax Saga apuró su mano izquierda para apretar sus testículos. Fue como un golpe de ola a su cuerpo, sintió el placer explotar desde la punta de su sexo hasta esparcirse por toda su cuerpo, tumbándole la conciencia. Se sintió como arrastrado por el mar hacía la costa, golpeado contra la arena incandescentes mientras la espuma acariciaba su piel vulnerable. Saga llegó segundos después, tras haber enviado esa última caricia traicionera, mientras sus ojos se llenaban de la viva imagen de Shaka completamente invadido por el orgasmo. Cerró sus ojos con la sensación de que la humedad se esparcía sobre su estómago y sus piernas flaquearon para no poder más. Frunciendo su ceño y sonrió.


Habían llegado.


Con la cabeza a un lado, el griego cayó con el temblor latente en su piel y el latir de su corazón en la punta de sus orejas. Su cabello se desparramó contra su rostro y algunos mechones se adhirieron al contorno de sus pómulos. Intentó tomar aire, le hacía falta… pero el escozor de sus dedos le pedía algo más apremiante y vital que el mismo oxígeno en sus pulmones. Algo que no podía retrasarse y que debía ser hecho con seguridad.


La dejo ir. Su mano sabía perfectamente que era lo que debía hacer y no tuvo necesidad de guiarla. Sin embargo, aprovechó el trayecto lento por el costado del rubio para disfrutar la piel erizada y el sudor salado que podía saborear con las yemas de sus dedos.


Los ojos cansados de Shaka se abrieron para buscar la mirada de quien con pereza acariciaba buscando algo de él. Más de él. Al encontrarse, constataron lo que ya el silencio de la habitación dejaba claro. Los dedos de Saga encontraron su objetivo y se tomaron de la otra mano, coronando la victoria con una corta sonrisa perezosa. Shaka le secundó y apretó esos dedos fundiendo el espacio en nada. Pronto, el calor que habían recogido en medio del encuentro se iba perdiendo, y para mitigarlo se unieron más. Fue Saga quién se tumbó de espalda para jalarlo e invitarlo a usar su cuerpo de respaldo. Así, con el rostro escondido en el cuello griego y su cuerpo descansando holgadamente sobre el de él, húmedo y aun vibrando.


Juntos.


Ya la tormenta había parado y a su paso solo había dejado una suave lluvia.


Vidrios empañados.


Y un río que había llegado al delta.

Notas finales:

Y con esto...a tres capítulos del final (inserte aquí gif de emoción)

Creo que en este capítulo no fue solo simmons quien se vio obligado a ver atrás, sino a mí misma como escritora, porque el camino de este fic fue largo, oscuro y profundo. A veces, admito, me sentía a ciegas, mas no en lo que quería relatar (que ya lo sabía de antemano desde más o menos el capítulo 11) sino respecto a las emociones de los personajes. No es falso que muchos me hablaban, a veces me encontraba cenando y sentía a Radamanthys hablar o a Simmons. No pude detenerlos.

El camino ha sido muy largo, ya este mes que acaba de pasar se cumplió 3 años de haber comenzado un fin cuyo inicio solo lo vislumbré como algo sencillo y cursi, pero este Shaka me hizo ver que no, no podía ser cursi. en cuanto me dejé arrastrar por Shaka, ya no supe.

Primero 12 capítulos, luego 20, luego 40, ahora estamos a casi 60 y ya puedo decir: sólo faltan tres capítulos.


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