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S'agapo, mere dost por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Los sentimientos velados de los dos se ven al descubierto solo cuando están a solas, pero ni aún así son del todo entendidos. ¿Un reto podrá cambiarlo?

En medio de la Palestra, Saga había caído sometido por el poderoso brazo de su compañero, lleno de sudor. Apretó sus pies contra la arena mientras ejercía presión contra el movimiento de palanca del que era víctima y se esforzó por evitar que ese avanzara. La pierna derecha de su contrincante se tomó con fuerza del suelo, imponiendo resistencia, pero el estratego, indomable, no pensaba dejarse vencer sin luchar hasta el final.
 
Apretó su mandíbula y enfocó la vista hacía las columnas y las gradas de piedra donde algunos le veían entusiasmados. Esos tipos de combates eran admirables, porque los dos luchadores que se enfrentaban eran personas de renombres que en su tiempo de juventud habían entrenado juntos. Aioros era, en ese momento, uno de los gimnasiarca encargado de entrenar a las nuevas generaciones dentro del gimnasio. Y en ese preciso instante, sometía con fuerza el cuerpo de su compañero mientras veía una gota de sudor rodar por su nariz hasta caer en la caliente tierra.
 
Saga enfocó sus ojos, encontrando en la imagen que le llegaba al cerebro una escueta representación de piedras malformadas por el vapor que emanaba la arena amarilla. Apenas y podía confiar en sus sentidos, pero el dolor de su brazo daba muestra de cuánta precisión tenía el movimiento de Aioros y cuánto lo orillaba a rendirse. Allá, a lo lejos, pudo visualizar la piel oscura de su esclavo y supo que enseguida a su lado estaba de pie Shaka observando.
 
Todo había comenzado dos noches atrás, cuando en víspera de la unión de Milo habían ido a celebrar en casa de sus padres y a compartir vino entre ellos. Conforme las risas y los comentarios avanzaron, los compañeros habían aprovechado la ocasión para dialogar más con el extranjero que los visitaba y habían visto al lado del estrategos durante su estadía. Algunos ya lo conocían de visitas anteriores, especialmente los más ancianos, quienes no dudaron en compenetrarse con él debido al interés por sus místicas costumbres. Saga lo había dejado hablar con ellos, se había detenido a conversar con Aioros quien se mostraba interesado en él.
 
La conversación giró en trivialidades mientras notaba como los ojos de Aioros lo veían con curiosidad. Le había extrañado el repentino escrutinio y, varias veces, había visto a Shaka dirigirle la mirada al darse cuenta de la persistencia con que tenía Aioros lo miraba. No estuvo muy seguro de la razón que entonces lo llevó a interpelarlo, sintiéndose incómodo al respecto y queriendo obtener una respuesta razonable de él.
 
—Aioria me dijo que te había visto con un extranjero. —Saga se limitó a asentir, esperando que prosiguiera. Aioros se dio tiempo de saborear el vino y lo miró con aire cómplice—. No dejó de hablar de lo hermoso que era.
 
—Era predecible —consintió el estratego acomodando sus pies en el andrón.
 
—Por supuesto, no me había detenido a admirarlo hasta que él lo mencionó. Además que entre los ancianos es considerado todo un pensador, nadie duda de su elocuencia y su capacidad de medirse con otros pese a su juventud.
 
—¿Aioria también habló de eso? —Allí Aioros soltó una carcajada y extendió su copa donde un joven esclavo de la casa le sirvió, estando desnudo ante ellos.
 
—Mi hermano siempre ha sido un ser más superficial. —Bebió un sorbo del líquido y enfocó de nuevo la mirada hacía donde el hindú a través de sus mímicas se explicaba a un anciano—. ¿Qué te parece mostrarle cómo luchamos?
 
Un leve reto y allí estaba, dos días después, mordiendo el polvo mientras Aioros aumentaba el poder de su agarre. Hincado como estaba, el largo mechón de su cabello trenzado cayó por sobre su hombro y se llenó de arena amarilla. Echó su otro brazo hacía atrás para sostenerle del brazo y apretarlo, mientras contenía todo su peso y el de Aioros en sus piernas. Los muslos se marcaron por la fuerza y el empeño en la posición, se delinearon sus músculos bronceados y endurecieron sus glúteos. Gruñó y con una maniobra invasiva intentó sobreponerse, sin embargo, Aioros se le adelantó. En tres movimientos, los dos habían quedado en una posición mucho más complicada. La mano de Saga le agarraba el muslo a su contrincante mientras que Aioros le tensaba el brazo izquierdo tras la espalda. Se remarcó así los bicepts en su grueso brazo aprisionado.
 
Los dedos de sus pies se agarrotaron en la arena y él se esforzó por no caer cuando el sudor hacia resbalar sus acciones y sus opciones mermaban. Volvió su mirada hacia atrás, donde la mandíbula tensa de Aioros era evidencia de cuánto esfuerzo hacía para no sucumbir a la fuerza de su contrincante y cuán agotado estaba. Intercambiaron una mirada dubitativa, y Saga lo supo. Cuando Aioros le sonrió, en un gesto de premeditada victoria, lo notó. Y no solo eso, lo aceptó. Con un movimiento de su pierna libre, Aioros logró llevarlo definitivamente a la tierra, arrastrando su pecho y barbilla a la ardiente arena para luego subir su mentón en señal de sometimiento. El duelo había acabado.
 
Myron observó todo desde los pórticos, escudado del sol del mediodía. Le era difícil digerir la derrota de su señor. Lo creía alguien fuerte e invencible, le infundía respeto con solo su mirar. Impresionado y abrumado, en vista de que no podía hablar, señaló hacía ellos y levantó su mirada intentando comunicarse con el hindú para hacerle entender lo desconcertante que era el resultado. Shaka le miró con suavidad, en su mirada se podía atisbar un brillo que le engalanaba de belleza. Sonrojado por el calor del sol griego, cada vez más desconsiderado para con los helenos, se estaba escondiendo entre las columnas sin perder detalle de lo que ocurrido. El esclavo no pudo controlar su impulso de abrir más sus párpados y grabarse la visión frente a él, alimentado por las palabras de su amo, tan inciertas e incomprendidas, pero al mismo tiempo tan insistente en su cabeza.
 
—No es la victoria el mayor bien que un hombre puede obtener en la vida. Observa, bayá, a tu señor.
 
Myron intrigado regresó su mirada a donde ambos hombres se levantaban en el suelo. Aioros le había extendido la mano a Saga para levantarlo, y entre sonrisas se felicitaban por la actuación. Pestañeó repetidamente queriendo buscar donde estaba aquel bien el cual era mayor que la victoria. Para él era imprescindible ganar, ganar no lo convertía en esclavo.
 
—La humildad —completó el hindú con una mirada acogida de emociones dentro de sus pupilas.
 
Con la mirada fija en su amo, quien caminaba hacia ellos mientras movía su hombro adolorido para controlar el malestar, intentaba entender el valor de esas palabras. Saga caminaba hacia ellos desnudo como había llegado al mundo, derrochando virilidad y transpirado, con la naturalidad que tenía. Después de todo, en el gimnasio solo se permitía la entrada de hombres, las mujeres no tenían la posibilidad de estar y no había bochorno alguno de presentarse como era ante sus compañeros varones.
 
Además, para Shaka tampoco era sorpresa ver a hombres entrenando en completa desnudez, aunque sí prefería estar cómodamente vestido. En su tierra, la desnudez era otro bien preciado.
 
Se acercaron ambos transmitiéndose una sonrisa de agrado entre ellos. El esclavo, guardando distancia, esperó atrás y se quedó viendo el movimiento suave de los mechones trenzados del hindú que se movían sobre el hemition de color ocre. Aquellas trenzas, al igual que las desmarañadas en el cabello del heleno, habían sido hechas por la pequeña Deméter, quién se había levantado muy temprano para despedirlos.
 
—¿Qué te pareció? —Shaka le escuchó pero sus ojos se fueron sin miramiento alguno hacia la parte adolorida del heleno. Se notaba que pronto comenzaría a moretearse.
 
—Te has lastimado. —Saga no le dio mayor cuidado a su acotación, se había preparado para ello. En sí uno o dos moretones no le afectaban en nada pero la preocupación en los ojos claros de Shaka le resultaba ya de por sí sola reconfortante.
 
—Han habido peores —dijo con cautela, buscando ahora con su mirada a su esclavo—. Myron. Quédate con Shaka mientras regreso.
 
El siervo solo asintió y junto al extranjero lo observaron alejarse hasta el lugar donde estaban las duchas.
 
De regreso, Aioros los había acompañado hasta la salida de la edificación, compartiendo apreciaciones entre ellos. Pese a que Shaka había visitado en varias oportunidades la polis y por ende, el gimnasio, era la primera vez que él en verdad se interesaba en conocerlo y entablar conversación. Aprovecharon el momento para hablar del pasado, de su entrenamiento cuando eran más jóvenes y de su trabajo ahora como maestro de los hijos de quienes fueron sus compañeros.
 
Al despedirse, Saga recibió la invitación de compartir con ellos en una reunión dentro de su morada, con clara ampliación al hindú, para seguir hablando de los viejos tiempos. El estrategos no terminó de afirmar y comenzó su camino de regreso con la compañía de su esclavo y del extranjero. Aprovecharon para pasar por el mercado mientras seguían conversando y su esclavo estaba al pendiente de acomodar el traje de su amo, mientras este caminaba.
 
—Es bueno saber que Atenas está en paz —murmuró Shaka envolviendo su brazo con el manto que colgaba en su frente. Saga resopló un poco y se limitó a asentir—. Aunque según veo, podría cambiar.
 
—Nada es seguro.
 
—¿Volverás a combatir?
 
—Sin dudarlo.
 
Había razones para sentir la tensión. Luego de la decisión de Pericles, apoyado por la asamblea ateniense, de mudar el tesoro de la confederación de Delos a Atenas, se había hecho más marcada la insatisfacción de las demás polis hacía la política helena. Pese a existir el tratado que unían en tregua a Atenas con Esparta, no se podía escatimar el peso que la incertidumbre y la carga de las demás polis pesaba sobre ellos. Los persas ahora no eran su mayor adversario, eran ellos mismos: la división que no permitía que las polis se unieran en una sola entidad.
 
Saga sintió esa angustia implícita en el silencio que promovió Shaka al caminar. Lo palpó a través del tacto inquieto de los nudillos de él a los propios, leves roces que no concretaban nada, titubeantes, como si tuviera una necesidad de hacer algo y se detuviera en el proceso. Una inquietante carencia que debía llenar y qué, de ese modo, se transmitió a él, al punto que también se le hizo imperante. El vuelco en su estómago y el hormigueo de su mano le dio evidencia a ello.
 
En la guerra con los persas, la última, había perdido a su hermano gemelo en el mar, cuando el barco en donde estaba y con el cual combatía cedió ante el fuego y la fiereza del mediterráneo. Su joven esposa había enviudado nada más con unos meses de haberse casado. Una pérdida dura, desgarradora, de la cual le costó reponerse. Los años no hacían suficiente para sanear la falta, pero sabía que no era el único y que al menos, en cada familia, había una pérdida de la cual podrían hablar: un hermano, un padre, un hijo, un marido.
 
La paz ante aquel panorama no era incuestionable: era vital. Los mismos pueblos aledaños que estaban en discordia, lo sabían. Y su derrota por los egipcios los había hecho buscar la forma de protegerla, a ella y a su tesoro.
 
Saga destinó una mirada intensa a su acompañante al verlo detenerse en uno de los puestos. Lo observó inclinado recibiendo algo de un pequeño niño que al parecer había corrido tras él y le había jalado la túnica, a lo que se había detenido para prestarle la atención que pedía. Verlo así, con la trenza dorada cayendo a su hombro, la atención en el pequeño niño, sintió un vacío en su estómago ante la otra posibilidad.
 
Que la guerra, en vez de llegar a Atenas de nuevo, decidiera azotar las tierras del Magadha. Al menos estaba seguro de que Shaka, debido a su varna, no sería el que haría frente al ejército, que para ello ya existía una casta definida por los reyes, príncipes y milicia. Sin embargo, si llegaran a subyudgar la ciudad y a someter a su pueblo como esclavo, Shaka podría ser tomado como un esclavo de guerra.
 
El extranjero dejó al niño correr luego de que le llevara unos olivos y se enderezó para ver a Saga. En el momento en que sus ojos se cruzaron se transmitieron esa ansiedad que ambos habían sentido, por su parte, ante la posibilidad de otra guerra, en esos tiempos, en esas circunstancias.
 
Con la sensación allí, encerrada entre las palabras no dichas y jamás oídas, siguieron caminando hasta que se hizo la noche y era hora de regresar. Saga había decidido tomar otro camino, y los dos le siguieron sin titubear, Myron un tanto sorprendido por aquello. Había notado conforme el día avanzaba que su señor mostraba malestar para mover su brazo e intentaba por todos los medios de no hacer movimientos bruscos. Shaka, por su parte, también lo había notado.
 
Al llegar a la casa del heleno y recibir las salutaciones acostumbradas, pasaron al andrón donde le sirvieron a ambos vinos y frutas para la cena. Shaka en secreto le hizo un pedido a Myron y este asintió imitando la forma en que el hindú lo hacía para hacerle entender que comprendía perfectamente y lo ayudaría. Recogieron las hierbas necesarias e hicieron la mezcla que fue pedida, mientras los señores compartían como todas las noches, sus impresiones del final del día en la acogedora estancia.
 
A Saga le había asombrado cuando, en una pileta, Myron había traído la pasta machacada de varias plantas. El rubio agradeció por ella y la tomó entre sus manos. Los ojos del esclavo se quedaron prendados, allí fijos, esperando ver las virtudes curativas que imaginaba tenía la preparación.
 
—Muéstrame tu hombro —pidió el hindú después de destinar una corta oración. Saga pestañeó consecutivamente—. Saga.
 
—Estoy bien. —Myron renegó con su rostro con efusividad, en clara muestra de desacuerdo. El estratego arrugó el ceño y Shaka sonrió.
 
—No puedes engañarnos. Tu siervo se ha dado cuenta de que no estás bien.
 
—No es algo que deba alarmarlos.
 
—Nos preocupa —aseguró el hindú mientras quitaba el hemiaton del hombro herido. Saga mordió levemente sus labios por el dolor pero no le quitó la vista del rostro a su compañero, ni de lo espesas que se veían las pestañas a esa distancia—. Con esto no empeorara.
 
—El olor no me vaticina mejoría —argumentó provocando que Shaka levantara su mirada. Se regodeó entonces en la sutil picardía de su sonrisa pero se vio obligado a morder sus labios cuando los movimientos de su amigo se hicieron contundentes.
 
—Tendrás que confiar.
 
La tela de Hermiaton cedió a la voluntad de Shaka y descubrió el hombro que se veía lastimado. El esclavo podía ver desde su lugar la violácea visión del musculo adolorido de su amo, tornándose por encima de su hombro y mostrando inflamación. Con ojos preocupados giró hasta donde el hindú tomaba la mezcla, para pasarla suavemente en el área adolorida.
 
Saga se quejó, lo hizo en varias oportunidades arrugando su ceño y desviando su mirada a otro lado. Por un minuto se encorvó hasta pegar la mejilla sobre el hombro del extranjero y aguantó la respiración cuando los roces se hicieron más dolorosos. Finalmente, la mezcla había sido vertida en la herida, pero cualquier movimiento de su brazo le dolía. Se quedó quieto, intentando de algún modo mitigar el aroma rancio de la curación con el del cuerpo de su amigo.
 
Shaka y Myron lo ayudaron a recostarse contra la pared. Su siervo acomodó varios cojines para hacer más cómodo el lugar mientras cuidaba de que su amo no se lastimara. Cuando por fin lo acomodaron, el hindú le dio instrucciones para buscar a la esposa de su señor y avisarle de que acomodara la cama lo suficiente para que él pudiera descansar. Tomó la mano de Saga entre sus manos y mientras Myron salía a cumplir su pedido, se lo quedó mirando notando como sus facciones se relajaban.
 
—No te querías rendir y provocaste que tu brazo fuera más lastimado —le inquirió mientras veía la magnitud de la zona lastimada—. No era necesario ganar.
 
—Para mí lo era. —Shaka le miró con suavidad y notó entre los párpados cansados y la mirada brillante la emoción que surgía al tenerlo con la mano tomada en ese lugar. Repitió los movimientos del encuentro en su mente. La forma en la que Aioros había logrado tumbarlo en el suelo, la certeza a su vez de las contiendas militares, la paz que era tan frágil como el hilo de una túnica—. Ningún heleno entra a la palestra sin la idea de vencer.
 
Y tampoco al campo de guerra.
 
No mencionaron nada más, Shaka se abocó a la labor de cuidarlo mientras la incertidumbre del futuro cobraba terreno dentro de él. Por costumbre, y por su crianza, se le había enseñado a no sufrir por el futuro, pero en ese momento le parecía inevitable, como algo que no podía poner en práctica.
 
Cuando el esclavo llegó, fue a avisarle que su mujer ya tenía lista la habitación para recibirlo. Shaka lo ayudó a levantarse pero Saga había podido observar el silencio que se había instalado entre ellos. Cuando el extranjero le soltó el brazo, Saga tuvo la necesidad de tomarle por la muñeca para llamar su atención.
 
—¿Ocurre algo?
 
No.
 
Esa debía ser la respuesta, pero cuando se miraron supieron que esta no era la indicada.
 
Shaka sonrió guardando los pensamientos dentro de sí y evitando que estos se transformaran en otro gesto. Saga no le quitó la mirada, pero suavizó su semblante al entender que ya no había nada que hablar. Dio la vuelta, en dirección a la habitación que compartía con su mujer, después de una breve despedida.
 
Myron después de seguir a su amo con la mirada, subiendo los escalones, regresó sus ojos hacía el hindú en espera de algo. De Shaka no obtuvo nada, pero jamás olvidaría la seriedad con la que el extranjero miraba el lugar donde había descansado su amo, como si contuviera una tormenta.

Notas finales:

Kalimera: Buen día en Griego
gimnasiarca: Maestro de la Palestra. Escuela de Lucha en Atenas.
bayá: Hermano en Hindú.

 

Gracias por sus comentarios y sus lecturas :3


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