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S'agapo, mere dost por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

El recorrido prosigue y el conocimiento aumenta, pero con ello también el grado de apego. ¿Qué pasa cuando Saga y Shaka piensan en futuro?

Aferró sus manos a las sábanas. La miró. Las sombras bailaron entre la luz de las velas y ella gimió. Su cuerpo perlado de sudor se ofrecía a él, sus pechos se levantaban al alcance de su boca. Los probó, la oyó gemir. Apretó su cadera y ella tembló. La penetró y lo demás fue una vorágine de movimientos ascendentes, veloces y fugaces. Un ir y venir entre sonidos y silencios tallados de suspiros.
 
Cuando acabó, ella estaba satisfecha. La sonrisa en los labios y las gotas de sudor en la piel, le otorgaban un aire relajado y satisfecho. El heleno se quedó sobre ella, con sus ojos cerrados recuperaba el aliento, mientras evitaba con sus antebrazos que todo su peso la aplastara. Ella deslizó sus dedos húmedos por el hombro que ya no estaba herido y le sonrió con suavidad. Aquel gesto llamó su atención y abrió sus ojos hacia ella.
 
—Parece que te curaste por completo. —Saga se limitó a asentir, y se hizo a un lado en la cama para caer de espalda y fijar sus ojos al techo. Ella aprovechó el momento para voltear hacia él y acomodarse sobre su pecho—. ¿Le preguntarás a Shaka como la preparó? Así podría aplicarla si vuelve a ocurrir.
 
Ella, por la posición en la que estaba acomodada sobre él, no pudo notar el momento en que los ojos de su marido se ensombrecieron. En la oscuridad y observando la textura del techo, el estratego no quiso pensar en ese nombre y todo lo que significaba.
 
Había pasado un mes desde aquel combate en la Palestra. Con la aplicación puntual de la mezcla medicinal, no fue mucho tiempo lo que se requirió para que la herida muscular sanara sin contratiempo ni marcas. Durante ese tiempo las actividades de visitas y conversaciones que se tenían con el extranjero no menguaron, pero si limitaron los tiempos de caminatas y exposición al sol para evitar que el golpe se agravara.
 
Myron había sido uno de los que estaban más al pendiente de su señor. Le tomaba la mano cuando ya llevaba mucho tiempo caminando o cuando notaba que su brazo comenzaba a moverse de forma cansada. Y si este no le hacía caso, no tardaba en llamar la atención del hindú para que con su influencia lo convenciera de descansar. Por lo general, esa última era infalible.
 
Para el esclavo no era un secreto la influencia de Shaka sobre su dueño el heleno tampoco lo ocultó. Las constantes referencias a él siempre estaban llenas de apelativos que hablaban de su hermosura o del modo especial en que le veían. Saga no tenía problema en colocar en palabras lo que pensaba de él.
 
En cambio,Shaka era más reservado. Myron podía contar las veces en que le había escuchado una mención particularmente emocional hacia su amo. Siempre que hablaba, mencionaba sus valores, sus puntos fuertes, pero no era en el tono mismo que saga usaba para referirse a él. Sin embargo, pese a que no había mayores palabras, había gestos, particulares que no estaba seguro de cómo interpretar.
 
Esa tarde era un buen ejemplo. Su amo los había llevado hacía donde se reconstruía un nuevo templo y habían hablado directamente con quien estaba a cargo del proyecto: Fidias. Luego de una corta presentación, el artista los llevó al taller donde estaba trabajando su nueva obra.
 
Shaka observó con sorpresa y admiración lo que estaba elaborando. Los pliegues de su ropa y los detalles de sus manos fue lo primero que había llamado su entera atención. Luego el cabello y el casco que estaba tomando forma. Evitó acercarse demasiado y el movimiento de dos alumnos de los artistas lo habían convencido de hacerlo. Estaban dispuesto a separarlo si quería quebrar distancia. 
 
Era Atenea. La majestuosidad de la obra en pleno proceso era impresionante y el mismo Shaka lo podía constatar. Las obras en su tierra también eran increíbles, pero el arte helénico tenía algo que lo diferenciaba del resto: un sentido de pulcritud y belleza distinto al que manejaban en la India.
 
—Noto tu impresión —murmuró Saga al acercarse a él, muy cerca de su oído. Shaka soltó el aire pero no quitó su mirada del rostro apenas detallado de la mujer que representaba la soberanía sobre la sabiduría y la guerra, su diosa—. Será una obra de arte.
 
—Una hermosa escultura —asumió Shaka.
 
—Los planes de Pericles son levantar un templo para Atenea en agradecimiento por la victoria. Es posible que en unos años comience, y será Fidias el que lidere la obra.
 
—Y esta estatua…
 
—Irá al centro. Es lo que ha dicho. —Le tomó de su brazo con suavidad, instándole que le siguiera—. Nos invitó esta noche a su casa, está interesado en tus dibujos.
 
—Has hablado de más.
 
—Seguro los admirará.
 
—Cuándo te los presenté, no esperaba que alguien más los admirara.
 
—¿Entonces fui honrado y no lo sabía?
 
Shaka solo sonrió, dejándose llevar por él hacía la salida del taller donde maniobraban el mármol por un lado y el bronce por el otro. Sintió cuando Saga soltó el agarre al estar en la intemperie y lo acercó para presentarle a los dos alumnos y erómenos del maestro Fidias. Conversaron un poco más antes de continuar.
 
Los trabajos para la reconstrucción de los templos luego de la guerra proseguían y llevaban sus años ya en proceso. Enormes columnas de mármol se erigían sobre el monte alto y todos evocaban la soberanía de Atenas sobre las demás Polis. Todos los helenos estaban abocados en darle belleza a su tierra.
 
Uno de los principales temas de conversación en el gobierno instaurado de Pericles, era precisamente ese. En medio de las asambleas, donde maestros y estrategos se reunían con el resto de los pobladores y ciudadanos para tratar todo lo concerniente con la polis, los debates sobre las reconstrucciones y los templos siempre tomaban un mayor peso. Era determinante para ellos mostrar a través de las artes y las edificaciones la fortaleza de su gobierno, y ciertamente lo estaban logrando.
 
En comparación a los primeros años en los que Shaka había viajado a la polis, Atenas rebosaba de una belleza más palpable y visible a los ojos. Los mismos helenos se sentían orgullosos de su forma de gobierno y mostraban sus apreciaciones de sentirse más afortunados por sus dioses que las otras polis. Eso creaba la resistencia, pero Shaka podía avalar su tinte de verdad. Al levantar sus ojos y ver al sol esconderse tras las columnas donde descansaban las esculturas de la musa podía apreciar la belleza de una ciudad que había sido bendecida por su dios. Y su forma de gobierno, única en lo que llevaba conociendo, se le hacía uno de sus mayores atractivos.
 
El regreso de la zona de construcción a caballo fue llevado de forma ligera. Saga había decidido mantener solo un leve trote con su animal, para dar tiempo a que el atardecer que otorgaban los dioses esa noche se desplazara con suavidad sobre ellos. Los cielos azules se llenaban de tonos cálidos, hermosos naranjas y rojos, fugaces amarillos pincelando rastros azules. Myron no los había seguido en ese paseo, los esperaba en un lugar particular, por pedido de su amo. Solo estaban ellos dos cruzando la extensión del valle sobre dos caballos de pelaje claros.
 
Saga movió su caballo en dirección al extranjero, cerrándole el paso. Entre las luces del atardecer, a Shaka le pareció ver reflejos dorados sobre la túnica blanca que Saga vestía, y que exaltaba a su vez la sonrisa con la que parecía invitarlo a un cambio en su camino de regreso. El rubio asintió, no había hecho falta que Saga alargara la invitación de forma verbal, se habían entendido perfectamente en el silencio. Cuando este comenzó a mover su caballo al lado lateral del camino empedrado, Shaka le siguió sin siquiera preguntar.
 
Rodeando el valle y los bloques escarpados, Saga había tomado la rienda del caballo castaño que dirigía al hindú para mantener un trote cómodo. La frescura del viento en ese lugar alto, daba un perfecto clima para conversar, mientras el trote suave de los caballos acompañaba sus respiraciones y palabras por momentos. En ese trayecto, mientras tomaban un camino aledaño al que habían recorrido, Saga le comenzó a hablar sobre los planes de expansión de la ciudad, los hermosos templos que estaban por construirse y todo cuanto se conocía de los planes de Pericles para convertir a Atenas en una polis vibrante dentro del mundo actual. Shaka solo escuchaba, asentía y absorbía la imagen del heleno hablando y comentando sobre su caballo blanco.
 
El trote aumentó un poco cuando bajaron por una barricada y no se detuvo hasta de nuevo tocar una planicie. El lugar estaba alrededor de la polis, lejos del puerto, más hacia las montañas y a un lado del monte donde se alzaría la Acrópolis. La tierra estaba dispuesta, una larga extensión que serviría de seguro para el pasto de algunos animales y la siembra, un buen lugar para construir además.
 
—¿Qué te parece? —La pregunta de Saga le había sorprendido, más no hallaba sentido a hacer un estudio de la tierra frente a él. Shaka agitó un poco las riendas de su caballo para adelantarse en el terreno y observar las disposiciones de tierra y flora a su paso.
 
—¿Piensas construir aquí? —El rubio volteó para mirarlo y el heleno sólo le sonrió. Avanzó también su trote para quedar a su lado y elevó una mirada amplia al lugar—. ¿O hay otros planes?
 
—Es un buen lugar para construir —comentó el estratego y bajó de su caballo, permitiendo que su animal descansara por un momento—. Ven.
 
Shaka no tardó mucho en seguirle y dejaron a ambos caballos descansar luego de la caminata. Con sus sandalias ajustadas, sacudió un poco la tierra atrapada entre sus dedos antes de seguir hacía donde el heleno le había tendido la mano. Por un momento le sorprendió que se la tomara en plena luz del día, pero el reciente asombro cedió rápidamente ante la seguridad y la satisfacción de tener ese gesto con él, sin sentir que hubiera algún señalamiento.
 
Saga lo llevó caminando por los linderos que separaban el terreno en una especie de rectángulo amplio. Parecía preparado para la compra o la asignación a cualquiera que tuviera los suficientes recursos para adquirirlos. El heleno no le hizo saber nada más durante el camino hasta el otro lado del terreno, solo se dedicó a caminar con la mano tomada a él y a apreciar la forma en que los colores mutaban ante sus ojos en el cielo.
 
—Este terreno era de mi hermano. —Finalmente habló, cuando encontraron el otro lado de la planicie y vieron a sus caballos pastar a los lejos, junto al monte y algunas construcciones visibles desde su lugar—. Y lo he mantenido bajo mi poder durante todo este tiempo. Pero ahora quiero que sea tuyo.
 
—¿Mío? —Cuando Saga voltear a verlo, notó en la expresión de Shaka la sorpresa. Sus cejas se habían levantado y sus ojos le observaban como si quisiera desenterrar lo que  el estratego quería con semejante propuesta—. No tengo en mis planes quedarme, Saga.
 
—Lo sé. —No lo dejó terminar cuando ya se había acercado para hacer más firme su determinación—. Sé que no ha estado en tus planes, pero te estoy haciendo una propuesta. —Pudo sentir el temblor en las manos tomadas, en los ojos, en los labios que se cerraron absurdamente tensos—. Trae a tu familia, ven a vivir aquí. Podremos compartir todos estos momentos sin sentir el peso del tiempo en nuestras espaldas. Podrás visualizar el glorioso surgimiento de Atenas con tus ojos. Podrás escribir de ello, dibujar sobre ello, teniendo a tu familia aquí. Tu familia será mi familia y mi casa siempre será tu casa. Tu y yo…
 
—Jamás seré considerado un ciudadano de Atenas, Saga. Ni yo ni mi familia tendremos los mismos derechos que un heleno.
 
—Lo sé.
 
—Pides que abandone mi varna, para venir a una tierra donde no me darán su ciudadanía.
 
—Te pido que te quedes conmigo.
 
Shaka le miró con profundidad, digiriendo aquellas palabras que parecían encerrar más de lo que debía, porque el agarre se lo decía y porque los ojos de Saga en ese momento eran transparentes. No pudo pretender que no veía nada a través de sus pupilas, y bajó sus ojos hacia la tierra que las sandalias de cuero pisaban bajo sus pies.
 
—No voy a esconder la ansiedad que tengo desde que pienso que apenas te quedan días antes de irte. Sé que no puedo evitar el que te vayas ahora, pero si puedo buscar el modo en que tú regreso sea definitivo. —Prosiguió, aunque el silencio de Shaka no le transmitía ninguna seguridad—. Puedo ir a tu tierra, hablar con tu mujer, decirle los beneficioso que sería venir…
 
—¿Cuáles beneficios?—decidió intervenir—. No seremos jamás helenos.
 
—No puedes negar que amas a esta tierra como uno.
 
—La asamblea no lo tomará en cuenta. —Buscó soltar su mano pero Saga no lo permitió.
 
—Contarás con mi protección. Lo que quieras tener aquí tendrás mi permiso para obtenerlo.
 
—No siempre podrás ser un estratego, Saga.
 
—Pero tengo amigos que me harían el favor de complacer mi pedido.
 
—¿Y dependerá toda mi familia de un favor?
 
—Shaka, ¿qué es el varna que tanto buscas proteger?
 
—Él estatus de mis padres, el estatus de mis hijos. —Logró zafarse y agitó su cabello en el viento seco que soplaba sobre ellos—. La bendición de los dioses, mis dioses.
 
—No quiero quitarte nada de eso, pero quiero tenerte aquí, en Atenas.
 
Saga no comprendió entonces el poder de la mirada que Shaka le transmitió en ese momento. Su expresión, afligida y su determinación apabullante. La impresión de que esa distancia que había impuesto era más que necesaria, era imperante y que cruzar el límite que había colocado podría ser peligroso. Tampoco logró comprender el porqué, en ese momento, sintió la necesidad visceral de romper esa barrera, de tomar de nuevo sus manos y asegurarle, una y otra vez, que no quería más que tener su compañía.
 
¿Con quién más podría pasar las mañanas llenas de recorridos y conocimientos? ¿Las conversaciones de filosofía y arte, de historia y ciencias? ¿Con quién recorrería los caminos de la ciudad y disertaría de lo que su mente pensaba acerca de la política de la polis? ¿Quién estaría con él en el andrón de su residencia, compartiendo pensamientos y anécdotas, mientras comparten el fruto de la vid? ¿Quién sino él? ¿Quién si siempre había sido él?
 
Para Saga era bastante claro. No entendía el porqué para Shaka era tan difícil de comprender. Si él seguía yendo a Atenas, si él persistía su comunicación a través de misivas, era porque también tenía la misma necesidad. Su idea era quebrar la distancia y disminuir los tiempos de ausencias. Estaba dispuesto a hacer lo necesario para ello.
 
—Mi proposición es sincera y no tiene más que mi absoluta aceptación de que necesito tu presencia aquí, Shaka. Si requieres tiempo, piénsalo.
 
Determinó que era mejor dar ese espacio y no invadir. Algo por dentro incluso se lo gritó. Soltando el aire, el heleno echó su cabello hacía atrás antes de buscar el camino de regreso hacia el punto donde sus caballos pastaban. Tuvo que detenerse cuando la voz de Shaka surgía, clara y precisa, después de los dos primeros pasos.
 
—Lo pensaré… aunque debes pensar también en las razones por las que me necesitas aquí.
 
Shaka completó esa frase con otra más, que no se atrevieron a conversar en el regreso.
 
«Debemos sincerar nuestras motivaciones»
 
Luego de encontrarse en el mercado con Myron, volvieron al hogar del heleno sin mayores contratiempos. El esclavo para ese entonces había notado que había un silencio distinto entre ellos, uno que no era común en el tiempo que venía acompañándolos en cada viaje. Y diferente a lo que había ocurrido en noches anteriores, el amo había decidido subir directamente con su mujer a la habitación, y no se había quedado con su visita en el andrón. Pero si le dejó una clara misión antes de retirarse: el servirle.
 
El joven no dudó en obedecer aquella encomienda, y luego de haberle llevado el platillo de frutas y de vinos como cena para el extranjero, llenó una tinaja de agua dulce y enjuagó sus pies con cuidado. La costumbre estaba instalada allí, aunque le resultaba extraño no acompañar el sonido del agua con el de sus palabras mientras conversaban de lo vivido durante el día. También notaba la mirada perdida y titubeante del hindú hacía la vela y como el fuego que danzaba en una insinuante curva parecía captar por completo su atención.
 
Exprimió el paño dentro de la tinaja y se inclinó buscando retirarse. Sabía que debía volver para acomodar la habitación y esperar a que el hombre le diera el permiso directo de descansar. No entendió qué había pasado, pero esa noche se sentía tensa. Ambos lucían tensos y pese a no estar en la misma habitación, era como si la casa entera transmitiera la apabullante inquietud de sus almas.
 
—Myron, ¿ya te retiras? —El muchacho fue tomado desprevenido y por poco echa la tinaja al suelo. Afortunadamente logró recuperar el equilibrio, pero avergonzado, se inclinó ante el extranjero esperando que no hubiera reprimenda. Pero solo hubo silencio.
 
Cuando levantó la mirada, el joven pudo notar los ojos de Shaka fijamente en él, como una tormenta fría en cielos azules. Los rasgos de la vela otorgaban un aire intimidante y su rostro mismo tenía las facciones tan cerradas que podía jurar que de pasar su pulgar por la línea de aquella fina nariz, le cortaría la piel. No pudo evitar sentirse intimidado, pequeño y escuálido ante su presencia, aunque sabía que era inofensivo. Pese a que Shaka en los meses que llevaba con ellos hubiera ganado su total confianza.
 
Myron escondió sus hombros, en espera de él. Le hubiera gustado preguntar pero ya no había lengua con la cual hacerlo, ni libertad con la cual tomar semejante derecho.
 
—Ve y regresa en un momento.
 
El rubio se levantó para tomar entre la mesa de madera un rollo de papiro. Myron observó con precaución,  pero decidió que si la orden era el ir y venir, debía obedecerla. Se movió rápidamente hasta las afueras de la habitación para vaciar el agua en la cisterna y luego dejar la tinaja en el lugar adecuado para ser lavada por la mañana, junto a los otros utensilios. Cuando cruzó de nuevo la casa, levantó la mirada hacía las escaleras que ascendía a las habitaciones principales. Imaginó a su amo allí, ya descansando plácidamente a una hora más temprana de la que acostumbraba y siguió pensando en lo extraño que se sentía esa noche a su alrededor.
 
Para cuando llegó a la habitación de Shaka, este enredaba un pequeño papiro del tamaño de su palma en un rollo de cuero y lo amarró con un lazo perfecto que cubría la letra. Había visto la precisión y empeño en doblarlo y guardarlo, tanto que cuando vio el ofrecimiento para tomarlo, temió destrozar el trabajo con sus torpes dedos.
 
—Tómalo. —Ante la insistencia, Myron agarró el pequeño rollo con ambas manos y abrió sus parpados oscuros para poder absorber con mayor claridad el encargo—. Entrégaselo a tu señor cuando yo me vaya.
 
La mirada viajó desde el rollo de papiro hasta los ojos del extranjero e hicieron el recorrido contrario. No había nada que preguntar. El esclavo tomó la encomienda, y juró que la protegería hasta el momento en que tuviera que entregársela a su amo.

Notas finales:

Kalispera: Buenas tardes en Griego


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