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S'agapo, mere dost por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La repuesta de Shaka y su rechazo no es algo que Saga piense aceptar con facilidad. Necesita razones, el asunto será buscarlas y qué hacer con ellas.

El simposio en la casa de Fidias se había extendido y el banquete entre ellos estuvo lleno de frutas, bebidas y música por parte de los jóvenes esclavos que les servían. El hombre no escatimó momento para hablar de las maravillosas ideas que tenía con respecto a la reconstrucción de los templos, la forma en que elogiaría a los dioses y los talentos que tenía a su cargo: sus dos erómenos. Dos jóvenes de belleza visible en cuyas manos se veía la gracia de los dioses para pulir cualquier material y convertirlo en belleza.

Shaka, con algo de resistencia, puso en manos del artista la imagen de los templos budista que había estado dibujando en el papiro, con las características propias de su tierra. Se observaba las curvas en sus techos, los cóncavos y las columnas, incluso la figura de sus dioses que tenían aspectos que los hacía diferentes a las obras griegas. Esos detalles llamaron su atención e hizo pregunta de cada dios que estaba retratado, para luego escuchar la disertación del extranjero. Durante todo ese tiempo, Saga no dejó de verlo, de sonreír cuando los ancianos alababan la destreza del Hindú y de pensar que ya solo faltaban días para su partida.

Servida la copa por el joven esclavo persa, bebió el contenido con más velocidad de la acostumbrada. Los pensamientos en su cabeza se mantenían concentrados en un solo punto, pero no estaban claro sobre que concluir. Las palabras de Shaka en esa tarde lo habían aturdido. Su propia mente estaba confundida sobre lo que venía encerrado en ellas. Y ciertamente, le asustaba hallar el fondo a aquella interrogante. Le preocupaba cuando enfocaba los ojos a él y le devolvía la mirada. Le causaba un pánico premeditado cuando hallaba seguridad en esos ojos azules al mirarlo como si todo estuviera claro. Aunque así no fuera.

Se llevó unas uvas a la boca y recibió otras que el esclavo le ofreció. Necesitaba mantener su mente ocupada en otras cuestiones más banales y la textura de las semillas de la uva en su boca parecían lograr el propósito. Conforme el tiempo pasaba y las miradas cruzadas alertaban los minutos, Saga se sentía más ansioso y más molesto. Aquella pieza faltante le estaba robando demasiado tiempo de reflexión y no encontraba el resultado de su intrincada formula. Finalmente el tiempo de despedirse llegó, lo supo cuando la embriaguez movió las manos de uno sobre Shaka y este se alejó un tanto alterado.

—El vino vuelve necio al sabio —murmuró Shaka al salir, luego de una vergonzosa despedida donde Fidias no dejaba de hablar de sus rasgos y lo encantado que estaría de retratarlo en bronce. Saga tuvo que intervenir para acelerar el momento de la separación.

El heleno suspiró mientras caminaba por las calles tranquilas de Atenas. El camino hacía su casa sería un poco largo pero era buen momento para enfriar su cabeza de los rastros de vino. Pese a que no había bebido demasiado, si lo hizo de forma brusca y hasta ese momento en que se puso de pie notó que el equilibrio lo tenía afectado.

—¿Te encuentras bien? —Le escuchó preguntar y emitió su mirada hacía él, antes de que el brazo del hindú lo detuviera de caer. No lo estaba, se dio cuenta de ello—. Creo que será bueno que descanses.

Le sujetó suavemente y con cuidado lo llevó caminando hasta a un lado del camino, donde los árboles y la vista de los terrenos de siembra se extendían entre la oscuridad. Se escuchaba el canto de los grillos cantaban y el sonido era persistente, un trinar  que junto a sus tenues respiraciones era lo único que los acompañaba aquella noche.  Shaka fue bastante delicado al dejarlo contra el tronco de un árbol y afirmó sus ojos a los de él cuando intentó verificar que su embriaguez no fuera mayor. Con sus párpadoss entrecerrados, Saga apenas podía ver las dos imágenes de Shaka juntándose como si fueran dos platos. Ciñó su ceño y pasó uno de sus dedos por el mechón dorado que caía sobre su nariz. Se permitió jugar con él, y en el gesto suavizado de Shaka se sintió atrapado.

¿Por qué tenía que irse? La pregunta revoloteó dentro su cabeza, enlodando sus pocas reflexiones teñidas de vino ¿Por qué no quería quedarse? No le encontraba lógica. Nadie rechazaría tener una vida en Atenas, en la Polis más grande y poderosa del continente. No después de su victoria, de sus logros, del arte, de su gobierno equitativo y plural. No tenía sentido alguno la renuencia de Shaka y en ese momento deslizó su mirada a lo alto del monte. ¿Atenea le daría las palabras correctas? ¿Lo bendeciría en su deseo de tenerlo cerca? ¿Avalaría su relación?

Cerró sus ojos, dejándose vencer por un momento por la falta de equilibrio que el vino le había otorgado. Sus párpados pesados se negaron a levantarse por un rato más y cuando su cuerpo se sintió carente de fuerzas, Shaka lo acobijó. Las manos del heleno al sentirlo cerca se enlazaron en su espalda y empujaron sus caderas contras las de él. Fue bastante torpe y titubeante, pero aprehensivo.

—Saga…

Y no supo más.

Shaka deslizó sus largos dedos por la columna, hallándolo dormido. Probablemente no tardaría más de un par de minutos en despertar, pero la cercanía lo envolvió. Soltó el aire y lo apretó un poco, lo suficiente para que se recostara sobre su hombro y respirara plácidamente.

«Motivaciones»

Saga despertó al cabo de unos diez minutos. No hubo mucho de qué hablar. El extranjero lo ayudó a levantarse y a llegar a su hogar en total silencio, permitiendo que su cuerpo fuera punto de apoyo.

Los pensamientos de Saga no cesaron, ni siquiera mientras tuvo ese corto lapso de sueño. Cuando había cerrado los ojos, sintió como si el rostro de Shaka se acercara a un punto que podría considerarse imposible. Que su aliento caliente chocaba con sus labios y el aroma penetrante le inundaba los pulmones. Y eso no se sintió incorrecto, en ningún momento.

Al llegar a su hogar, un par de esclavos fueron a recibirlos, incluyendo Myron que parecía no haberse ido a dormir aún. Shaka se dirigió casi de inmediato al andrón con la idea de prepararse para descansar, pero contrario a lo que esperaba, Saga le había seguido.

—Shaka. —El aludido volteó para verlo, con aire perspicaz. El joven esclavo prefirió aguantar las ansias y esperar a una distancia considerable alguna nueva orden. Se miró las manos y se preguntó con ansiedad cómo se sentiría la casa cuando el extranjero regresara. El recuerdo de aquel rollo que cuidaba, más que a su vida, le distrajo de los acontecimientos que ocurrían tras la pared.

Saga no emitió ninguna palabra más. Shaka tampoco. Pero los dos se decían más de lo que eran capaces de transmitir en letras en ese intercambio de mirada. Podría jurar que había una elocuente discusión: altos y argumentos que tentaban los límites, preguntas y respuestas, conjunto de reproches ante lo que se podía descifrar un «es suficiente» con un «no lo entiendo». Las cejas fruncidas de Saga le daban una apariencia decaída en su semblante, al no poder dar explicación a la inamovilidad con la que Shaka se plantaba frente a él. Los ojos del rubio pese a verse endurecidos, tenían un brillo titilante que infiltraba una escondida ansiedad.

—No he dicho nada y ya mantienes distancia de mí. —Estaba allí el reproche. Lo que había captado desde varias noches atrás, lo que observó con más claridad en la reunión—. No entiendo tu proceder.

La severidad en el rostro del extranjero no disminuyó pero se vio acompañado con un dejo de culpabilidad. Esa distancia impuesta por necesidad ambos pedían eliminarla. El roce ocurrido en el camino había sido demasiado elocuente como para ignorarlo. El problema era que no se trataba sólo de darle una explicación a lo que pudiera estar pasando, sino que las acciones consecuentes podrían ser definitivas y dolorosas, más que el mero silencio por muy pesado que fuera.

—Quiero que me expliques a qué te referiste con nuestras motivaciones. —Antes de permitirle hablar, continuó, dando un paso hacia adelante—. Lo he pensado. Todo este tiempo no ha habido minuto que no reflexione y escudriñe dentro de mí para hallar sentido a tus palabras. A tu respuesta, a mi pedido y la separación que siento—. Adelantó un paso más, titubeando ante los apenas perceptibles rastros de vino en su cuerpo—. Y no comprendo. No lo veo… No veo eso que tú ves.

—Es mejor que descanses por esta noche…

—No. —Se detuvo a un par de pisadas de su amigo—. No sin entender qué es lo que buscas o esperas escuchar de mí. Mis motivaciones fueron claras esa tarde, han sido clara siempre… te necesito aquí, quiero que tú y tu familia estén aquí. Te siento más heleno que de otra tierra. Te siento más conmigo que con cualquiera. ¿Qué es lo que debo sincerar? ¿Qué es lo que está velado de mis ojos?

Shaka le miró en silencio. Soltó el aire con lentitud, como si contara los minutos que llevaba en ese proceso. Sus ojos claros contenían las respuestas. Sus labios fuertemente cerrados, apresados, parecían amarrar las palabras o a la misma lengua. Saga podía entender claramente de su expresión un «no entiendes» que le penetraba cada hueso. ¿Qué no entendía? ¿Qué no veía? ¿Por qué Shaka no le mostraba la pieza que hacía falta para armar el misterio de su negación?

—Está frente a tus ojos —murmuró con la suavidad de un secreto y Saga arrugó su ceño, más confundido aún—. Está allí, escrito en otro idioma.

—No entiendo. —Y comenzaba a alterarle admitirlo. El no comprender, el no poder leer lo que el otro esperaba que intuyera en base a un lenguaje indescifrable.

—Porqué lo ves desde la perspectiva equivocada. —Podría tener sentido, pero no podía aplicarlo a su actual situación. Saga esperó en silencio una mejor explicación y pudo percibir el momento en que Shaka mudó la dureza de sus ojos por desolación.

Cuando los dedos largos se apoyaron en su nuca, acariciaron.

Cuando sus piernas temblaron.

Sus pupilas se dilataron. Su sangre se heló.

«Sincerar las motivaciones»

¿Qué más sincero que un beso? Shaka se tardó, más de lo soportable, sobre sus labios. Se alentó, lo sorbió con una lentitud implacable y cruel. Lo hizo para que cada movimiento en los segundos fuera saboreado por Saga. Para que toda la retórica de una aclaratoria que él esperaba fuera resuelta con una contundente acción. Y dejándolo sin derecho a réplica.

Incapaz de responder y moverse. Con los ojos fijos en la mirada temblorosa de Shaka. Hallando ahora demasiada respuestas.

—Descansa.

Le hubiera gustado decirle algo más, poder ordenar sus pensamientos para poder responder a algo, aunque no estaba seguro de cuál era la pregunta. Pero fue imposible hacerlo cuando su mente en blanco aún trataba de equilibrar las reacciones corporales tras el beso. Saga se quedó en silencio y lo único que pudo ver fue la figura de Shaka alejándose hasta perderse tras la pared de su habitación. Supo de inmediato que no podría dormir esa noche y que su mente no dejaría de repetirle la secuencia de aquel contacto.

Ahora el problema no eran las respuestas, sino qué hacer con ellas.

Saga la mañana siguiente no vio mejor manera de invertirla que saliendo muy temprano, pero esta vez y distinto al tiempo que tenía Shaka alojado en su casa, lo hizo solo. No hubo explicación alguna, solo una orden que toda la casa debía obedecer: servirle a él mientras se encontrara afuera.

Su cabeza necesitaba relajarse y sus pensamientos asentarse después de ese beso y de todo lo que ello significaba. Intentó durante todas esas horas distraerse con las conversaciones de artes, con las habladurías en la barbería y la caminata en el mercado viendo que había de nuevo. Cuando halló que nada de eso ayudaba, se dirigió hasta el gimnasio donde se detuvo a observar los entrenamientos de los más jóvenes mientras recordaba el último combate y parte de su juventud. Ni la tierra amarilla que se levantaba ni los cuerpos de los atletas en pleno entrenamiento lograban su objetivo, y más que eso, lo único que podía obtener era imágenes de ellos dos caminando o hablando sobre lo que veían en cada una de sus anteriores caminatas.

Para Shaka no fue muy diferente. Era la primera vez, en todo el tiempo que llevaba con ellos, que se quedaba solo en casa con el resto de la familia, atendido por los esclavos. Buscó aprovechar el tiempo que tenía allí y repasó sus escritos sobre lo visto, los dibujos que llevaba y algunos papiros que no había organizado. Se permitió meditar más, en especial poner prioridades sobre lo que sentía y sabía era el deber. En el andrón pasó todo el día, bajo el cuidado de Myron quien no dejaba de estar al pendiente de cada una de sus necesidades y quién curioso solía acercarse cuando lo veía muy pensativo sobre los pliegues de papiro y cuero. Enrollaba el papel por un lado, sujetaba y acomodaba en la mesa de madera con concentración, como si mantenerse ocupado aliviaría alguna intranquilidad.

En la tarde, al encontrarse sin nada más que hacer, dedicó tiempo en enseñarle a Myron a escribir su propio nombre, pese a saber que no tenía derecho a ello. Pero le satisfizo ver al joven esclavo mordiendo su lengua a un lado mientras repasaba las curvaturas del alfabeto griego que componía su nombre. Por un momento se preguntó cuál sería la historia del muchacho: de donde vino, quienes fueron su antiguo dueño y qué ocurrió para que le cortaran la lengua. Creyó que enseñándolo a escribir, seguramente podría contarla. Pero de inmediato supo que no sería algo que fuera agradable escuchar o leer.

Cuando llegó la noche, tomando en cuenta que el dueño de la casa no había llegado, Shaka se dispuso a guardar todo para volver a la habitación.

—Déjalos aquí. —Señaló la mesa dentro de su recámara y el esclavo caminó con los rollos de papiros envueltos para dejarlos en el lugar. Luego, por pura inquietud, los acomodó en orden y tamaño, como creyó se haría—. Gracias… —Miró al joven que le señalaba a través de unas jocosas mímicas que le prepararía el baño. El rubio asintió, con el movimiento oscilante de su rostro y el esclavo salió velozmente a prepararlo.

Para Shaka era una actitud devota al servicio, pero para el muchacho no se trataba de solo eso. Había visto lo ocurrido en la noche, se había asomado y había presenciado aquel beso. No podía ser capaz de comprender que tan correcto o no lo era, para él había sido algo incluso natural, dada sus constantes salidas y la forma en la que se hablaban. Fue algo que podría haber esperado, aunque no de forma consciente.

Notando que ahora estaban separados, podía imaginar que algo no estuvo bien. La palidez de su amo tras ese beso le daba una idea y la renuencia del extranjero a quedarse era otra respuesta que le hacía pensar en lo incorrecto que pudo ser ese gesto. Pero era fiel, a ambos. Su corto tiempo de esclavitud bajo el mando del estratego y con el cuidado de Shaka le había creado un lazo particular con ellos. Y un velado sentido de complicidad.

Lo acompañó en el baño y lo ayudó mientras se relajaba en la alberca principal de la casa, con la mirada puesta en la cúpula de piedra que estaba sobre su cabeza. Lo miró reflejando en el rostro la cantidad de pensamientos que quizás había estado guardando en todo el día y que ahora tenía espacio para reflexionar. Frunció su ceño y buscó algo más que hacer, más que quedarse mirándolo en silencio rumiando algún tipo de pena oculta. Decidió que acercarse y comenzar a lavar su cabello húmedo sería una buena forma de acompañarlo.

Después de todo, es lo que su amo hubiera querido.

—Ya puedes descansar, Myron. —Shaka volteó luego de acomodar el Dohti para descansar. La upavita amarrada a su cuerpo, prueba de su casta y el ritual que había cumplido en su tierra a temprana edad, se mecía en cada movimiento que el hindú ejecutaba en su cuarto y Myron no dejaba de observarla curioso. Pese a que ya le había explicado la razón, no dejaba de resultarle intrigante el cordón amarrado en su torso.

Myron hizo una breve inclinación e imitó el saludo de despedida de los hindúes, con el cual hizo sonreír al extranjero. Este se inclinó y mencionó un suave «namaste» dando por terminada su reunión para ese día. El esclavo se apresuró y al salir de la habitación chocó directamente con su amo. Casi caía después de tropezarse.

No recibió reprimenda alguna, pero la mirada del heleno tampoco se posó demasiado tiempo en él. Continuó su camino hasta entrar a la habitación donde el huésped descansaba.

—Namaste —saludó Shaka con una pequeña reverencia—. Espero hayas  tenido una productiva jornada.

—Lo fue. —Se acercó hasta él y miró de reojo cuando notó a su esclavo en la puerta. Una mirada fue suficiente para que el joven decidiera dejarlos solos—. Tenía que resolver algunas cosas.

—Comprendo.

—¿Cómo pasaste el día? ¿Te atendieron bien?

—Me sirvieron como si fuera su amo. Agradezco la gentileza.

La mirada del heleno viajó desde el rostro al pecho descubierto de su invitado, observando el cordón amarrado a su costado que se sujetaba a su hombro izquierdo. Volvió a subir su mirada, recordando el significado de ese cordón, del varna que Shaka protegía y en el cual había nacido. Se atrevió a acercarse más para tomar el cordón en sus manos y delinearlo entre sus dedos. En ese punto, Shaka perdió el ritmo de su respiración.

Saga levantó de nuevo su mirada y enfocó la vista al rostro del hindú, leyendo cada una de sus reacciones. Pese a todo el control que Shaka podría tener sobre sí mismo, la abertura de sus fosas nasales y la dilatación de sus pupilas delataban su nerviosismo. Parecía esperar una explicación o a la distancia que debía instalarse entre ellos, pero nada de ello ocurrió en los siguientes minutos. Solo sus ojos uno sobre el otro, contado cada exhalación como si fuera un capital preciado.

—Deberías descansar —habló Shaka cuando consideró que había pasado demasiado tiempo, que el aire estaba sobrecargado de energía y la mirada de Saga estaba siendo terriblemente cruel.

—Tenía que comprobar antes algo. —Shaka pestañeó con dificultad.

Lo soltó y dio una media vuelta que le permitió al extranjero respirar.

—¿Ya tienes tu respuesta?

—Aún no.

Shaka estaba seguro de que preguntar qué respuesta faltaba sería contraproducente. Lo comprendió más cuando, tras levantar la mirada, de nuevo los ojos del estratego estaban fijos sobre él. Saga había tenido mucho tiempo para pensar en todo lo que estaba pasando pero no sería suficiente para concluir sobre qué hacer. No si no estaba claro sobre lo que pudiera sentir el mismo al respecto.

El heleno jugó unos minutos con las cuerdas de cuero que amarraban los papiros, de forma distraída. Pese a que miraba a Shaka, sus dedos estaban allí pasando de un lado a otro las hebras ásperas. Cuando dejó de hacerlo, Shaka sintió que su paciencia se tensaba cuan cuerda, como si ese hecho le hubiera advertido de algo más.

En efecto, así fue. Saga eliminó los dos pasos de distancia para envolverlo en sus brazos con la calidez de un abrazo que no pidió concretar. El visitante no pudo hacer más que cerrar sus ojos y respirar profundo, por mucho que el aire se sintiera como agua: pesado a sus pulmones, como si le ahogaran. No le pudo responder el gesto, pero eso no evitó que Saga prosiguiera.

Él asió su cintura con suavidad, sin expandir caricias a lo largo de su espalda. Comprobó la frescura de la piel recién bañada y el aroma de las sales de su alberca prendido en su cabello. También pudo percibir la anchura de su espalda, la delgadez y flexibilidad de sus brazos, incluso la textura del upavita pegado a su estómago. Al juntar su mejilla con su oreja, pudo escuchar sus tragos sin ritmos y largos. También la suavidad de sus cabellos rozándole la nariz. Cerró sus ojos y apretó bajo su coxis con un poco más de seguridad.

Aunque no era el primer abrazo, se sentía diferente a cualquier otro que se hubieran dado desde que se conocían, en un bloque de ocho años. Había una premeditada disposición en él, una conjunción de emociones que hasta ese instante se detenían a distinguir. Y en el paso de los minutos, veían con mayor claridad. Shaka lo comprendió y deseó no haber tenido nunca una respuesta.

Cargarla era demasiado.

Soportarla sería un suplicio.

Porque cuando Saga separó su rostro y rozó la nariz contra su mejilla, supo de inmediato que tendría que llevarla a cuesta. Que nada había valido su determinación y autocontrol. Que no importaba si la definición del amor, belleza y amistad era distinta en los helenos. Que no había validez a las costumbres y que no tenía nada que ver si veían propio o no tomarse de la mano entre amigos.

Allí, existía más que una amistad. Y aunque los dos pudieran definirlo de otro modo, el hecho en esencia era que ya lo sabían, lo habían descubierto.

Que si afinidad intelectual, que si compañerismo. Que si almas compenetrándose como si fueran gemelas, que si el destino. Tomara el tinte que quisiera, Shaka fulminó los milímetros de distancia con decisión. Lo besó.

Fue respondido.

Y tras ello, cada quien debería asumir las consecuencias.

Notas finales:

Upavita: Cordón Hindue que se colocan los miembros de las tres primeras castas hinduistas y representa el segundo nacimiento.

Dhoti: Pantalón natural hindú creado con una extensión de tela rectangular que es envuelta en las piernas. Un traje fresco normalmente de algodón.

Simposio: Banquetes generalmente realizados en la casa de los griegos, entre varios hombres en el andrón, donde comparten bebidas y comidas mientras tienen disertaciones. Uno de los más emblemático es el banquete de Platón.

Maaf kijiye: «Lo siento» en hindú.


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