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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Llegar a Grecia significaba cerrar con los asuntos pendientes. ¿Estarían preparados para afrontar a la sociedad con su relación?

Cerró la llave de la regadera y se distrajo en las gotas que cayeron sobre la losa y entre sus pies. Se relajó un momento. La sensación fresca del agua escurriendo entre sus piernas y brazos le otorgaban una energizada hiperactividad que empezaba a despertar cada músculo. Se dio tiempo de echar su cabeza hacia atrás y soltar el aire suavemente. Minutos que dedicó al reconocimiento de su cuerpo con los párpados cerrados. Los recuerdos vividos de esa última semana le daban razones para mantener esa tenue y tonta sonrisa inconsciente en los labios.

Pese a tener solo cinco horas de sueño, se sentía por completo descansado. Estiró y retrajo los dedos de su piel remarcando la textura fría de la cerámica, y contrajo suavemente sus músculos para liberarse de los pequeños remanentes de pereza que podían quedar en su cuerpo. Pronto vio que ya había invertido mucho tiempo en destensarse, y sacudió sus piernas y brazos para dejar de lado el sobrante de humedad. Tomó el paño seco y comenzó a secar su cuerpo mirando de reojo la hora. Seis y media de la mañana. Su idea de ir ese día al gimnasio quedaba aplazada.

Para secar su cabello alborotado, tomó otro paño y dejó el que había usado colgando a un lado de la puerta. Se miró fijamente y notó su piel brillante después el baño. La tranquilidad se podía observar en su rostro. Hacía tanto tiempo desde la última vez que recordaba haberse mirado al espejo y sentirse tan completo consigo mismo. No podía rememorar cuándo había tenido esa sensación de plena satisfacción con su vida. Sonrió y continuó con su aseo personal. Si no se apresuraba llegaría tarde.

Estar de nuevo en Grecia le había traído una nueva perspectiva de vida que no pensó tener jamás. Al girar la perilla de la puerta y entrar a su habitación, la experimentó de nuevo. La suavidad de la alfombra a sus pies le evocaba la textura de la arena y la tenue luz celeste que iluminaba el ambiente junto a los sutiles rayos de sol que entraban por la ventana, coloreaban el patinado en la pared para expandir en la habitación el aspecto acuático. El trabajo era excelente y el complemento magnifico. El dueño y diseñador de ese mundo se encontraba en su cama durmiendo.

Alguna vez había soñado eso. En su mente, había deseado tener esa imagen aunque para ese entonces no significó más que una fantasía. Ahora era una realidad. El cabello de Shaka sí estaba sobre su almohada, su cuerpo sí estaba bajo sus sábanas y estaba seguro que de retirar un poco la tela, descubriría poco a poco su desnudez.

Sonrió con ese pensamiento y se acercó al closet para buscar su ropa. No quería despertarlo; solo por eso no seguiría los pasos de aquellos sueños pasados, donde se veía tomándolo aprovechando su letargo y despertarlo a besos hasta que el calor se hiciera insoportable. La realidad de las cosas habían modificado sus deseos iniciales y reconoció que nunca eran tal cual como la expectativa. Pero eso le daba un sabor distinto: más cierto, más sincero, más especial. La relación de ellos no se iba a gestar entre sábanas con solo un corar de gemidos. Eran dos hombres con una vida complicada afuera. Él con su trabajo y horario fijo, sabía que en los tiempos donde hubiera juicios estaría mucho más concentrado preparando sus interpelaciones. Y Shaka con su profesión, que por experiencia propia sabía que podría durar 24 horas seguidas en una casa si era necesario para acabar con los arreglos.

Debido a ello, habrían muchas noches en que no podrían verse, incluso, semanas en que quizás no podrían tocarse. Con esas condiciones las posibilidades de encontrarse de mal humor y no querer tener sexo, agotados por el día a día, promovían a la noche de solo sueño y descanso como la mejor forma de compartir una velada. Shaka tenía un estilo de vida distinto al de él y ambos tendrían que hacer esfuerzos para hacer convivir todas esas discrepancias, de forma que su relación en pareja multiplicara lo mejor de ellos y limara las asperezas.

Saga no tenía demasiadas ideas de cómo sería eso, solo sabía que la noche que había compartido con él, en la cama, había sido maravillosas. Incluso con la limitante para penetrar aún, no habían dejado que eso afectara el hecho de querer tocarse con intensidad y sentir la desnudez de su cuerpo. Precisamente, eso le había quitado en esa noche horas de descanso, más se sentía fortalecido. Shaka sabía usar demasiado bien su boca.

Aisló el pensamiento y se levantó luego de calzarse. Mientras pensaba, se había vestido escogiendo un traje acorde a su rutina laboral. Acomodó el nudo de su corbata y destinó una última mirada al bulto sobre su colchón. Notó entonces que Shaka tenía los ojos abiertos, dirigidos hacia él en un gesto adormilado, seguramente no tenía mucho tiempo de despertar. Sus ojos lucían aún opacos por el sueño.

Shaka se estiró largamente sobre la cama, moviendo sus largas piernas bajo las sábanas celestes que lo cubría. Bostezó, se llevó su derecha para frotar su rostro y buscó desperezarse antes de darle una mirada a su reloj de muñeca. Saga sonrió y abotonó la muñeca de su camisa mientras lo veía moverse una vez más.

—Es temprano. —La voz de Shaka tras dormir siempre tenía un sonido ronco y un eco sensual en su garganta, como el de los monjes recitando mantras.

—Para mí es tarde. —Se acercó a la cama de nuevo con la intención de despedirse. Sentado en el filo de ella, se inclinó para besar los labios de su compañero fugazmente—. Ya me voy.

Shaka solo asintió y le miró con las manos puestas en su regazo. Parecía dispuesto a dormitar unos minutos más.  Saga se lo permitió y abandonó la habitación con una sonrisa en sus labios. Aunque estaba seguro de que al regresar no lo encontraría en casa, también sabía que no sería la última vez. Además, tenía asuntos que arreglar.

Una de las cosas que más le extrañó a la hora de regresar fue lo que le dijo Kanon cuando en el aeropuerto se estrecharon en un abrazo fraternal. Acababan de llegar y Aphrodite esperaba a Shaka en compañía de Aioros, ambos le recibieron amenamente mientras él saludaba a la pareja de su hermano y luego recibía una palmada de su hermano menor. Sin demasiado protocolo, ambos decidieron separarse. Shaka estaba demasiado cansado luego de la odisea del día como para querer continuar y Saga, por su lado, tenía que al menos pasar por la oficina.

En el camino de regreso, mientras Kanon manejaba, él le hizo preguntas bastantes puntuales de lo que había ocurrido en la semana. Sabía que iban a tener que hablar seriamente del encuentro con su madre y de la visita, no podía dejar aquello al aire. Había cosas que por teléfono no se pudieron comunicar. Pero con el claro entendimiento de que en el momento no podrían, trató de adelantar los eventos pequeños que no requerían extensión. Kanon encontró algo muy específico que decirle al inicio: Marin fue a entregarle un libro.

La sorpresa inicial fue evidente, pero cuando el libro estuvo en sus manos está pasó a un pasmo. Kanon logró observar el modo en que su hermano estrujó sus cejas pobladas y endureció su mandíbula al reconocer el libro que Shaka le había regalado y estuvo buscando con desesperación en la oficina de su casa. Ya no tenía idea de qué entender al respecto, pero estaba en la mesa la incuestionable conmoción. Marin había hallado el libro y se lo había llevado, ¿cuál había sido su intención? ¿Para qué querría hacerlo? La conocía como para saber que no lo hubiera tomado sin su permiso solo por curiosidad por leer, y así mismo, la idea de que la carpeta de Shaka que también perdió tuviera el mismo destino le pareció bastante posible.

No quiso comentarle nada a Shaka al respecto, al menos no aún. No quería que se viera envuelto en algo que solo tenía que ver con su pasado que al parecer no había dejado tan cerrado como creyó. De una vez se arrepintió de no haber dejado una respuesta clara al momento de recibir la petición de ser el donante. Ese momento de dudas, quizás, también lo había propiciado.

Lo importante era que ya había hablado con ella para verse, pese a no adelantar la razón de su encuentro. Por el tono de voz en la llamada, Marin parecía estar al tanto.

Al cabo de una hora más, Shaka fue quien decidió levantarse de la cama luego de haber dormitado otro poco, aunque ya no con la misma pesadez. La casa se sentía sola y el silencio a su alrededor le recordaba que ya su dueño no estaba allí. Había buscado el calor que dejó en las sábanas antes de retirarse, y sopesado las cosas desde el nuevo punto de vista. No podía evitar sentir que tenía miedo, lo tenía desde que habían llegado. Un miedo latente a que cambiaran las cosas.

Hasta el momento, Saga no había dado indicios de esconderse, pero aun así él mismo evitaba exponerse. Pensar ahora en abandonar la casa después de él era una odisea mental para Shaka. Le irritaba sentirse así, aunque sabía que no debería tener razones para ello y que él mismo no podía sabotear la relación que cada vez era más tangible. Debía poner de su parte, y aún con lo inseguro que se sentía de cada paso, tomar con fuerza esas manos que seguro también titubeaban. Para Saga nunca iba a ser más fácil que para él. Shaka nunca ocultó su estilo de vida en Grecia. Saga, en cambio, tenía mucho que explicar a la sociedad, aunque ambos prescindieran de hacerlo.

Se levantó de la cama y pasó su cabello hacía atrás. La habitación aún tenía recuerdos latentes, no sólo de la noche anterior —la primera que pasaba con él en Grecia—, sino de la primera vez que la había visto vacía y añejada. Aún podía dibujar las marcas de los años en donde ahora había pintura, los pisos sucios y el olor a encierro que ahora había sido reemplazado por los de sus cuerpos aún tibios.

Shaka se deslizó de entre las sábanas para tocar la alfombra y sentir su textura. Esa casa ahora tenía demasiado de él, más que los objetos que usó para decorarla o los arreglos realizados. Tenía recuerdos, los primeros momentos en que tuvo miedo de lo que empezaba a sentir, la mirada de Saga potente persiguiéndolo mientras caminaba, sus palabras y roces. Albergaba las memorias de cómo había iniciado un cambio y un camino que él no pensó tomar jamás. El que Saga prácticamente loempujóo a tomar.

Desnudo como estaba no dudo en pasear fuera de la habitación e ir hacía la sala. Saga le había dejado un emparedado servido para desayunar bajo una tapa de vidrio. No puedo evitar el sonreírse y cruzarse de brazos. Una de las cosas más llamativas de ese hombre era su atención. Ningún detalle se le escapaba del otro, aunque su agenda fuera un desastre y su escritorio un apocalipsis, no dejaba nada de la otra persona en el aíre. Lo pensaba todo.

Tomó el emparedado ligero y se fue con él envuelto en una servilleta hasta el comedor. Desde allí, visualizó el espacio vacío que aguardaba por la pintura. Tenía que ir a buscarla, ya había hablado con su padre de ello. Tenía que volver a Londrés.

Con la vista en ese lugar, Shaka recordó todo lo que había ocurrido desde que intentó hacer la primera pintura en ese mismo piso. Las palabras de Aphrodite con su apacible confidencialidad regresaron a él con un tono amable y casi fraternal, luego sus pensamientos y el caótico lienzo lleno de colores amorfos que parecía una mezcla de lodo. Lo que ocurrió al salir, la tarde jugando futbol, la llamada de Saga; si se detenía a analizarlo, había pasado demasiado tiempo desde ese día. Ese 18 de Septiembre.

Su teléfono sonó y tuvo que regresar a la habitación para ubicarlo entre la ropa que habían dejado desparramada en una esquina. Aprovechó el momento para recoger las piezas y recordar, en momentos fugaces, las caricias y los besos de la noche anterior. El cómo llegó cada una a ese sitio. Aphrodite, desde el otro lado de la línea, lo invitaba a comer para hablar de un nuevo negocio mientras él sostenía la camisa negra que había llevado Saga en la cena. Sonrió, fortaleciendo su decisión con los buenos recuerdos y dejando a un lado el temor que a veces quería inmovilizarlo.

Al mediodía, los dos abogados se encontraron en el pasillo tal como habían acordado. Las miradas de todos los presentes se clavaron en ellos mientras caminaban hacía la salida, ambos sosteniendo sus portafolios y abrigos. Marin lucía un traje ejecutivo color vino tinto, pedrería a tono y discreta que apenas era revelada entre el largo y abundante cabello rojo. Caminaba con todas las características de una mujer independiente: sensualidad, femineidad y seguridad. No había señal de nerviosismo visible, aunque si lo tuviera.

Saga en cambio, permanecía en silencio y con actitud fría. Abrió la puerta de la salida de los tribunales, le permitió pasar y cerró echando una última mirada hacía las recepcionistas que los veían con  gesto de sorpresa. Imaginó que cosas se dirían, cuando en su momento eran una pareja llamativa y todos ahora sabían de su separación.

Tomaron el auto y fue Saga quien decidió en donde comer. Marin cerró sus ojos al estar bajo el respaldo de los vidrios, demostrando por fin la ansiedad que tenía por aquella comida. En cambio, el abogado no emitió nada en todo el camino. Su silencio era tácito y claro, la música que los acompañaba solo trataba de suavizar la dureza del ambiente.

Marin apretó contra su vientre el portafolio que contenía las carpetas de Shaka. Se repitió a sí misma las palabras que diría para justificar la presencia de ellas en sus manos, para explicarle a Saga algo que, sabía de antemano, no tenía razón válida. No había ninguna justificación para lo que hizo, y estaba segura de que Saga se lo reclamaría. Lo que no esperó fue el lugar que Saga escogió para tratar el tema.

El restaurant Paranirvana. Los recuerdos se agolparon en sus ojos y amenazaron con derribarla. Sus pupilas se fijaron en la estructura del aviso, notó las curvas de la tipografía usada y no escuchó cuando Saga salió del auto, dio la vuelta y abrió su puerta esperando por su salida. Giró su mirada a él, lo observó serio e impenetrable. Nada había en esos ojos que le recordara ese pasado, esa noche donde las mismas pupilas temblaron de nerviosismo, pensando que tenían un futuro en frente, que todo era posible con solo unirse. Nada de ellos.

Tragó grueso y volvió la vista hacía sus manos apretando el bolso. Respiró hondo y acogió la fuerza de su voluntad como acompañante para salir del automóvil. Lo siguió tal como se lo pidió hasta tomar una mesa apartada, cerca de una ventana. La misma mesa.

Eso debía ser un castigo, pensó. Ella sonrió con amargura, reconoció la certeza de la puñalada que Saga le estaba provocando al revivir, detalle a detalle, ese momento; obligándola a recordarlo todo e imitarlo con un sentido distinto. Con emociones distintas, con sentimientos mutados. Ordenó el mismo vino, se colocó la misma vela aromática, el mismo plato. Ella no pudo seguirlo, solo apretó la servilleta en sus piernas y suplicó que acabara pronto la tortura o tener la voluntad de acabarla ella misma. Lo que primero apareciera.

—Hace casi tres años, ¿no? —Fue él quien inició—. Sí, casi tres años. No sé exactamente cuánto…

—Treinta y un meses —murmuró luego de ver la fresca ensalada que pidió para pasar el rato.

—Sí…

—Estás enojado. —Mordió el labio inferior en un intento de contener su propio malestar. Saga respondió con un parco «sí» antes de beber un poco de su copa—. Reconozco tu enojo, tu malestar y la forma en la que actúas cuando quieres poner en claro el límite. —Continuó y le dirigió la mirada—. Y quieres una explicación.

—Me la merezco.

—¿Para eso tenías que traernos aquí?

—Era preciso. —Saga dejó la copa en la mesa—. Este lugar es importante para ambos.

—¡El lugar donde me pediste matrimonio, Saga!

Y el lugar donde se enfrentó a Shaka, a su condición y a su presente, pensó Saga mientras observaba la turbación en quien fue su mujer, pero no iba a decirlo. No sería correcto, más bien sería cruel y descarado. Aunque estaba consciente que él no pensó que de esa reunión con el decorador ocurriera todo lo demás. Nunca fue premeditado.

Marin bajó la mirada nuevamente y tomó el cubierto a su derecha. Dio un par de movimientos sobre la lechuga, sin decidirse a tomar alguno de los elementos de la ensalada. Sabía que Saga estaba en su derecho de saber cómo sus pertenencias habían llegado a sus manos, estaba claro en ello. También que merecía en cierto modo ese castigo de su parte. Pero, el problema es que tenía que confesar que tenía aún más. En un arranque de ansiedad, desesperada de sentir el nudo en su estómago, Marin abrió el portafolio y sacó, sin decir nada, la carpeta. La colocó en medio de la mesa y volvió sus manos a su regazo. Saga la observó con gesto gélido, achicando la mirada.

—Solo respóndeme una cosa, Saga. Me lo merezco. Dime, ¿ya te veías con él antes de…?

Mientras la pregunta quedaba en el aire para ser respondida por él; Shaka y Aphrodite compartían un postre frente al mar, con la costa del mediterráneo y la gente visitando la bahía, en el puerto de Pireo. Sobre la mesa estaba la casa que ahora sería su nuevo proyecto, fotografías de ella y sus actuales condiciones, el pedido del dueño y su apreciación inicial. La idea había sido arreglar la fachada pero Aphrodite se había encargado para recomendarle también una remodelación de la sala principal y el comedor, para complementar los arreglos ya que se acercaba la temporada navideña.

Para él, tener la oportunidad de discutir un nuevo proyecto en conjunto con Shaka era más que suficiente para mantenerlo sonriendo, pese a todo lo que había ocurrido. Ya había dado muchas vueltas sobre lo que sentía y la fuerza de ese sentimiento. Ya se había arrepentido lo suficiente por haberse dado cuenta de ello cuando Shaka se fue de su lado y toda esa compañía se esfumó. Que mientras para Shaka si se había convertido en sexo, para Aprhodite seguía siendo una esperanza latente que ahora tenía que matar.

Para el rubio, el asunto era mucho más profundo. Estaba lo que le dijo a Saga para apartarlo de él, e incluso las palabras de Aioros con quien logró conversar. Su amigo y compañero de trabajo le había dicho que había visto muy afectado a Aphrodite tras su partida, Saga que estaba dispuesto a perseguirlo a Italia. Hasta ese momento no había hablado nada de ello, pero sentía que era un tema que debía tocar pronto, por el bien de ambos y de su amistad. ¿Qué era lo que pensaba hacer Aphrodite cuando lo encontrara en Italia? ¿Cómo iba a justificarlo?

Tras una invitación por parte de su amigo, Shaka se levantó del asiento. Aphrodite guardó la carpeta en su bolso mensajero y pagó el pedido. Se dirigieron juntos hacia las barandas para ver a la gente moverse entre ellas y los barcos a lo lejos, circulando en la majestuosidad del mar. El mayor colocó sus manos en el metal y apretó la caliente estructura para tomar un poco de calor para sus palmas frías. Shaka lo miró de reojo, recogiendo el largo de su cabello contra el viento que atraía la sal marina.

—Estoy seguro que este nuevo proyecto será todo un éxito. Cuando lo recibí, no decidía si tomarlo. —Recogió un mechón hacía la parte trasera de su oreja y deslizó su mirada celeste hacía su compañero—. Pero ahora que llegaste, no lo pensé dos veces.

—Es un buen proyecto. —Shaka miró hacía el horizonte—. Ya el solo trabajo en el exterior era un buen trabajo. No tenías por qué esperarme. Aunque, Saga me comentó algo en Londres. —Midió la reacción desde la corta distancia. Aphrodite posó sus ojos en el movimiento de un barco mercante, distrayendo así sus reacciones—: me dijo que tenías maletas preparadas…

—Para ir tras de ti. —Sonrió. Sus espesas pestañas creaban una sombra suave sobre sus ojos, delineando el contorno de su perfil—. Sí, eso es lo que pensaba hacer. Tenía todo listo, aunque al llamar allá me dijeron que no te habían visto, pensé que seguramente te darías un tiempo antes de dirigirte y presentarte. Así que de todas maneras, iba a ir. —Shaka suspiró y recostó su cabeza sobre el hombro de su amigo, con la mirada al infinito—. Pero no hizo falta…

—Aún tengo miedo, Aphrodite… —Le confesó y sintió la total atención en él—. Hoy que desperté con él, tuve un pequeño ataque de pánico. Ha sido tan rápido, tan repentino…

—Ni que lo digas… —Bajó su rostro y miró sus manos y el brazo que Shaka había tomado con el suyo buscando su apoyo—. Nadie pensaría que tan rápido podrían atraparte.

—¿Por eso querías hacerlo tú?

Shaka había sido directo y Aphrodite lo agradeció. Para su nivel de confianza, para todo lo que se conocían, dar vueltas sobre ese tema iba a ser un insulto a su relación. Aceptó la pregunta, asintió a ella confirmándole al joven inglés lo que ya había identificado.

—Tuve un pequeño ataque de pánico cuando asumí que era cierto… que tu casa estaba vacía, que te habías ido sin mí.

—Aphrodite…

—Aún me mueves, Shaka. Y te quiero. Pensé que si iba tras de ti, si te ayudaba a huir… quizás. Quizás había una oportunidad para nosotros.

—¿Lo crees…?

—Ya podría decirte: «No Shaka. Dijiste que yo podía florecer en otro lugar y no te esperaría, pues no, te equivocaste. Así te vayas a otro lugar, allí voy a florecer contigo».

Shaka se mantuvo en silencio cómplice, junto a su amigo, acariciando la suavidad de la piel y peinando el vello de su brazo. Era cierto, así Aphrodite se lo había demostrado. Él estaba dispuesto a hacer un sacrificio, pero uno por él. Uno por seguirlo…

—Hagamos una promesa. —Comentó el rubio, apretando la mano amiga—. Sí nos encontramos viejos y ya dejamos de ser interesantes para los jóvenes. Y no tenemos pareja, sobretodo eso. —Aphrodite sonrió divertido, con un leve temblar de su mandíbula—. Si eso pasa, quedémonos juntos.

—Eso pensaba hacer aún si no querías, Shaka Espica. —Aphrodite cortó el contacto y enfocó sus ojos sobre los de Shaka, cuando este se reincorporó. Atrapó su propio mechón cuando el viento agitó con fuerza y vio a su amigo hacer lo mismo. Le sonrió con la mirada fija, la adoración que le tenía tatuada en sus pupilas—. Aunque si me lo preguntas, prefiero que tú y yo lleguemos viejos con un hombre a nuestro lado, que nos ame y haya decidido envejecer con nosotros. Así de cursi, así de utópico, pero creo que ya ambos hemos perdido mucho como para esperar menos que eso.

Tenía razón. Shaka avaló aquello con una sonrisa sincera. Asintió y disfrutó de la caricia de la brisa marina que llegaba hacía ellos. No merecían menos de eso. No podía esperar menos de eso.

Saga sabía que tampoco Marin podía esperar menos que la sinceridad, y ante su pregunta, aunque no tuviera ninguna razón para haberlo pensado, consintió que no debía más que contestar con la verdad. La absoluta verdad. Suspiró hondo y devolvió su mirada hacía la mujer con la que había compartido su lecho durante dos años.

—Te doy mi palabra que no te fui infiel mientras estuve contigo. —Ella le miró con sus ojos brillantes, superados por la conmoción que significaba estar allí, con él, con los sentimientos a flor de piel—. No, no lo había visto desde que fue a la oficina a cobrar el cheque del trabajo que nos hizo. Y cuando lo busqué, no esperaba tampoco verlo como alguien más que mi empleador. —Marin bajó la mirada y remojó sus labios, llevándose con ello un poco de su brillo labial—. Lo busqué por tu apreciación de él cuando trabajó con nosotros y porque, además, me causó admiración ver que era tal cual era frente a quien fuera. Que no se escondía, como yo.

Marin cerró los ojos ya flaqueando en su intención de aguantar. Tomó la servilleta de sus piernas y la llevó hasta sus lagrimales, deteniendo cualquier gota que quisiera brotar antes de incluso nacer. Luego, con su mano temblorosa, se llevó la copa de agua a sus labios y bebió un sorbo. Necesitaba bajar el ardor de su garganta, de sus parpados, de su pecho.

—No sé qué pensaste, pero puedo darte mi palabra de que no fue así…

—Yo ya no sabía qué pensar cuando vi todo esto…

—Nunca estando casados hiciste algo como esto Marin. Estoy… no sé precisamente qué palabra usar para decirte como me siento sin ofenderte.

—Simplemente te fuiste de la oficina, las carpetas cayeron. Solo busqué acomodarlas. —Saga tuvo una visión de cómo había ocurrido, que seguramente fue el mismo día donde supo que Shaka estaba en Londres. Cuando Shura le avisó—. Ni siquiera lo pensé, solo reaccioné…

—Marin.

—Necesitaba saber por qué. Algo… algo dentro de mí aún guarda esperanzas contigo. Cuando me llamó tu madre, cuando me habló yo solo pensé en: ¿será esto acaso una señal de que no es necesario separarnos? Aunque haya ya un papel, una firma que nos separa. Podríamos quizás volver y…

—Marin.

—Y… —Prosiguió, con la voz totalmente quebrada mientras lo observaba. Sus ojos azules, con un leve tono tornasolado, temblaban ante la acuosidad que acumulaba su vista—. Y me aferré. —Saga le devolvió la mirada aprisionado por la culpa y el dolor de verla así—. Me aferré a ti, Saga…

—Lo lamento.

La comida se enfrió, la bebida estaba en espera. No había tiempo para atender aquellos detalles cuando tenían un ciclo que completar hasta el final. No cuando ya no podían contenerlo.

Marin sintió la lágrima rodar por su mejilla y se dejó vencer. Le permitió surgir, junto a otra, antes de decidir pasar la servilleta para secarla.  Apretó sus manos vibrando con todo lo que tenía atrapado y trató de tomar aire. De ser fuerte. Ella ya sabía que eso era lo que podía esperar de esa cena.

—Cuando… —Decidió continuar—. Cuando encontré el libro en tu oficina, necesité entender. Pensé que encontraría otra cosa. Lo admito, pensé encontrar notas de amor o cualquier tipo de prueba que me confirmara una infidelidad. La deseaba, Saga. Deseaba hacerlo para entonces poder odiarte, poder arrancarte de mi pecho y no sentir que fui yo la que te perdí… Pero no encontré eso. Encontré un libro que… me hizo entender cuán errada estaba. —Saga observó sus manos por un momento, comprendía todo lo que pudo hallar en ese libro.

—Es un muy buen libro. —Ella sonrió al escucharlo y ocultó su nariz con el dorso de su mano.

—Ya, ya entendí que no hay manera de retroceder. Que tú… tú has decidido ser fiel a ti y yo debo buscar ser fiel a mí. Que aferrarme está mal… Para lo único que vine aquí, contigo, fue para entregarte todo, decirte que hice mal y que ya no volverá a ocurrir. No iba a evadir la responsabilidad de mi error y de mi ofensa. Soy abogada y estaría en contra de mí si lo hubiera hecho de otro modo.

Pese al llanto que había buscado ahogarla, pese al dolor que se le había sentido en su voz, tras las últimas palabras pareció tomar fuerza y hacerse inamovible. Saga observó cómo su mirada se endureció levemente y frente a él estuvo la mujer que él admiraba. La correcta, la justa, la que luchaba por sus ideales y abría su camino. La que consideró sería una buena compañía para toda su vida.

Fue imposible no sonreírse ante ello, no pensar en lo orgulloso que se sentía de que una mujer semejante lo hubiera pensado como su esposo, lo hubiera amado como tal. Aún si él no pudo corresponderle como merecía.

—Agradezco tu honestidad Marin. Y la admiro, siempre ha sido de las cosas que más he admirado de ti.

Ella sonrió.

—No agradezcas nada… Ya. Creo que ya es momento de que podamos continuar.

—Así es.

—Y sobre lo que te propuse. —Saga prestó atención a sus palabras—. Olvídalo. Ya no hace falta. Soy joven aún como para pensar que no podré conseguir un hombre con quien formar una familia.

—Sé que así será. ­—No quiso emitir ninguna opinión más al respecto—. Marin.

—¿Dime?

—Gracias. Gracias por los buenos y malos momentos que vivimos juntos.

Sin arrepentimientos, sin culpas. Sin sentir que le estaba fallando. Sin sentirse ruin o sucio, aplastado por el fracaso, desilusionado de sí mismo. Sin sentir que no la merecía. Marin pudo ver en esas gracias a un Saga que difería del que vio, cuando habían firmado el acta de divorcio. A un hombre que ya entendía que era la mejor decisión. A un hombre que agradecía el pasado que compartió con ella.

—Gracias a ti, Saga. —Contestó—. Gracias a ti.

Tras despedirse, Saga observó la figura de la mujer saliendo del salón. Había decidido volver sola, y creyó que era correcto hacerlo. Tomó la carpeta y la hojeó, observó la foto de Shaka y pensó en el modo en que le diría sobre lo que había ocurrido. Levantó sus ojos a ese local, a la decoración, a la memoria. Fue la misma mesa, fue el mismo restaurant, solo que cuando vio de nuevo a Shaka, él estaba en el asiento que Marin había abandonado. Dirigió su mirada y redibujó su propia imagen sumida en el cansancio y la derrota, cubierta de gris.

Y pudo sonreírle.

Notas finales:

Muchas gracias a todos los comeentarios. Ya me pondré a responderlos uno a uno. Preparense para el final, que viene ya pronto.


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