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Túnel Ciego por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Con los hechos y aclarados, solo queda escuchar a las otras victimas. ¿Qué es lo que tienen que decir? ¿Hay lugar para el perdón?

Desde pequeños, habíamos competido. Y desde pequeño, él estaba destinado a ganar. Muchas veces llegué a desear ser yo el que tuviera ese problema, para poder entonces ganar tan siquiera una vez. Más no, no podía ser así.

Cada vez que Saga peleaba por el juguete que yo quería, debía dárselo sin siquiera pelear. Cada vez que Saga se empeñaba en una de mis camisas favoritas, debía cedérsela, sin más. Así decía mi madre, y así aprendí a hacerlo, cediéndole todo, mirando en sus manos lo que yo quería tener. Y ocurrió, entonces, con Mu.

Odié. Realmente odié…

Odié cada día que tenía que verlo besándolo, permitiendo que sus manos lo tocaran, cuando deseaba ser yo quien lo hiciera. Entonces me pregunté si acaso, todo lo que sentía por Mu, no era una forma de auto condenación que yo mismo me había impuesto por nuestra niñez. Que quizás, yo mismo ya estaba tan acostumbrado a desear lo que sería de él, al punto que terminé desarrollando estos sentimientos por su pareja. Y me detesté…

Pero esa vez, Mu nunca fue mío, no lo era en ese momento… ni lo fue. Conforme pasaban los meses y los veía juntos, celebrando aniversarios, más lo amaba. Amaba la forma en la que me veía, con sus esmeraldas cristalinas, tan pacíficas, tan reconfortante. Mu era como una montaña, una pradera tibia y llena de vida, tierna, sobrecogedora, capaz de calmarme, de enviarme al sueño en sus brazos. Mu era un paraíso para mí, un edén imposible, inalcanzable.

Y moría, cada vez que me miraba y buscaba darme un espacio entre él y mi hermano, aliviar mi soledad, no hacerme sentir desplazado. Moría ante cada una de sus miradas, de sus palabras, de su forma de tratarme tan dulce, confiada… pero hubiera preferido morir, lentamente, seguir muriendo viendo a mi hermano seguir con él, que ser asesinado, como lo fui, por sus manos.

¿Dónde quedaron los te amo? ¿Dónde quedaron mis sueños con él? ¿Mis deseos? ¿Mis ansias de protegerlo? Cayó aquel día que llegue de mi viaje, abrí la puerta y vi el desorden, las ropas en el pasillo, los platos sucios y escuché entonces, los gemidos en la habitación de mi hermano. Por un momento pensé que era Mu, que estaban allí, como siempre, disfrutando de su relación. Pero entonces, no era la voz de Mu, no eran sus gemidos. Los había escuchado y repetido en mi mente durante tantos años que estuve seguro que no era él.

Y entonces, escuché, la voz de mi hermano, llamando otro nombre, diciendo, gritando que lo amaba. Comprendí la burla, para él, para mí. Mientras él se esforzaba para solidar la relación, mientras yo me apartaba comiéndome lo que sentía para su bienestar, mi hermano y su mejor amigo, ¡en la misma cama que habían compartido!

Y lo odié, odié a aquel que se convirtió en el objeto de deseo de mi hermano y quien, además, sacó algo que nunca, nunca le escuché a Saga en los años que mantuvo con Mu, en sus relaciones sexuales. Jamás, Saga pudo decir en medio del orgasmo un Te amo como lo hizo con él…

Cuando supe lo que ocurrió con el hermano de ese hombre, no supe sinceramente como reaccionar. La imagen de ese hombre al abrir sus ojos vacíos con dolor y decepción la tenía clavada en mi mente, pero aún así, una parte de mí, la más baja y cruel, no dejaba de pensar que se lo merecía. Todo fue demasiado rápido y confuso, me llené de rabia y de rencor, aún así, tenía un intenso pesar que quizás maquillar reiteradamente. Quizás una pulsada de conciencia. Lo cierto es que dejó de doler al poco tiempo, al menos, hasta ese día donde todo cayó hecho pedazo. El día donde Mu se enteró de todo, el día donde yo fui usado por él, el hombre al que amaba, el hombre al que amé.

¿Ya que me quedaba?

Tuve que irme, preso de la rabia, de la impotencia y la desesperación. Tuve muchos amantes, más que en esos dos años que estuve peleando contra los deseos hacía el hombre de mi hermano. Cuando vi que Dohko me buscaba, preferí irme lejos, dejar mi trabajo, buscar otro lo más lejos posible y donde nadie más supiera. Yo decidiría cuándo sería el momento. Yo decidiría cuándo regresar, cuando volverle a dirigir la palabra, cuando volvería a llamarlo hermano.

Esperé demasiado tiempo… hoy me he dado cuenta que esperé demasiado tiempo. Hoy me doy cuenta que tanto rencor no valió absolutamente, y que el encierro donde yo mismo me interné, para que dejara de doler las palabras frías de Mu, para que dejara de doler la traición, de nada había servido.

Aquella noche de Junio desperté sobresaltado, ahogado en lágrimas, sin entender porque. A veces hablábamos por teléfono, aunque tú eras el que llamabas y yo jamás te di siquiera mi dirección. Tu siempre estuviste al pendiente de mí y yo… yo jamás. Tú siempre buscaste reconstruir el puente, con tus manos, las que no había visto llenas de tantas heridas.

Cuando sufres por culpa de otro, es fácil culpar y sentir cierto alivio a la carga. Pero, ¿que si tu sufrimiento es el producto de tus propias acciones? ¿Cómo imaginar que día y noche la culpa primero te robó la locura y luego, toda pizca de vitalidad hasta que… llevándote al final de un laberinto oscuro te planeaba quitar la vida? ¿Cuándo son tus manos las que tienen la mancha de la sangre de aquello que amaste y mataste al mismo tiempo, a quién culpar? Sólo queda el remordimiento, la rabia, la frustración y las hipótesis infundadas que se llevan a rastras todo vestigio de esperanza. Me di cuenta muy tarde de ello…

Esa noche que desperté llorando, no pude volver a dormir pensando en todo eso, en lo que vivimos, en el cómo crecimos, en que era de tu vida y en el porqué, sobre todo, sentí que me rasgaban en dos justo en ese momento, como si hubiera recibido un choque en el alma y me estuvieran descuartizando por dentro todos los huesos, los cuales se estrellaban contra mis órganos hasta hacerlos sangrar. ¿Cómo saber que era justo el dolor que sentías en ese segundo donde colisionaste en Grecia?

Recibí la llamada y lloré. Corté la llamada y corrí. Me dije entonces, ¿qué mierda significó todo el odio que supuestamente te tenía? ¿Dónde quedó todo el remordimiento? Sin valor, porque cuando amas, amas de verdad, todo eso se convierte en absolutamente nada al lado de la posibilidad de perderlo.

Llegué temiendo lo peor, llegué temiendo que fuera tarde; y en esas horas entre mi salida de aquella habitación alquilada en Turquía y la llegada a Grecia, fue entonces que pude sentir en carne propia, lo que era esa clase de culpa. Me pregunté en medio del vuelo cuántas cosas hubieran cambiado, cuánto hubiésemos compartido. ¿Qué si ya estabas muerto? ¿Qué si ya te habías ido? Eras mi hermano… después de todo eras mi hermano. Sólo nos teníamos nosotros, ¿Cómo poder olvidarlo? ¿Cómo había sido capaz de hacerlo por tanto tiempo? Y no dejé de llorar, incluso a pesar que las aeromozas intentaron tranquilizarme pensando que se trataba quizás de algún pánico al vuelo. Pero no, el pánico, la clase de horror que sentía en mi pecho era en la de haber hecho nada y estar perdiéndolo todo.

Fui afortunado, como muy pocos en el mundo y en la historia. Estabas vivo, y sólo la presión de tus dedos en mi mano cuando la tomé, quebró por fin todo lo demás. Lloré entonces, supliqué perdón y juré, juré a partir de ese día, que no volveríamos a alejarnos más, ya no más. Lo demás era pasado.

o.o.o.o

Cuándo tomé el taxi, lo único que llevaba conmigo además de mis pertenencias eran los escombros de lo que una vez creí, la rabia, la indignación y sobre todo: dolor.

Shaka… yo lo había tratado como un amigo, le había tendido la mano, lo había valorado. Le había comentado de mis sueños de convivir con Saga, de mis deseos de llevar nuestra relación más allá. Le había dicho cuánto lo amaba y lo feliz que era él… yo…

Creí en él…

Él se burló de mí, me quitó lo que más amaba, me quitó lo que yo más adoraba. Y lo destrozó.

A mí, a él, a todo…

La pérdida de su hermano en ese momento me supo tan justa, que incluso llegué a maldecir también con que perdiera aún más. Un hermano para mí no era suficiente, el sufrimiento que tenía no fue suficiente. ¿Qué pasó con esos cuatro años, Saga? ¿Tan insignificante fueron para ti? Me entregué, con todo. Entregué mi alma y mi cuerpo sólo por ti, entregué mi vida entera y para ti, Saga: yo sólo fui algo que jamás te supo a reto…

Ni siquiera seguridad representé…

Fue como un simple hueco donde te quedaste metido porque te era más accesible…

Mierda, ¡como dolió! Mierda, ¡cómo lloré!

Y yo tratando de presentarlos, de juntarlos… ¿Cómo pensar, Saga, que pondrías tus ojos en él? ¿Cómo pensar que Shaka te seduciría y alejaría de mí? Y yo, como un imbécil, preocupándome cuando, quizás, todos sabían lo que pasaba. Cuando, quizás, todos debían pensar en lo idiota que me veía preocupándome por aquel que me estaba robando los gemidos del hombre que amo en mi propia cara. Todos, imaginarlos a todos mirándome con lástima, diciendo: pobre, que iluso, no sabe, no ve, no se ha dado cuenta que…

¡¡MALDITA SEA!!

¿Cómo no odiarlos? ¿Cómo no desearles lo peor? ¿Cómo no sentirme así?

De burlado, de desechado, de marcado, de dolido, de desesperado, aturdido, amargado, deprimido.

Porque claro, al abandonar la ciudad, lo abandoné todo. Mi trabajo, mi hogar, a ti Saga. Todo lo que había logrado por cuatro años lo deseché con el único afán de huir de ti y de la vergüenza, la humillación.

Cuándo pasó aquella noche que tomé a Kanon, lo primero que hice luego de despreciarlo y tratarlo como una basura, de la misma forma en que me sentí tratado por ti; fue irlo a buscar. Llegué hasta su casa y nadie abrió, fui entonces a la pastelería y ellos me dijeron que no estaba. Lo busqué, por casi todo el día, hasta que me enteré que había dejado la carta de renuncia, que se había ido.

Reí, de la más pura ironía. ¿Tan cobarde, Shaka? ¿Incapaz de afrontar las consecuencias de tus propias acciones? ¿Más fácil era huir? Entonces, ¿qué me ataba a mí a seguir allí?

De todas maneras, esperaba que de Shaka no se escuchara más, que perdiera todo, que jamás lograra sus sueños y que estuviera, perdido en la soledad, angustiado y llorando el cadáver nauseabundo de su hermano hasta que la piel se le cayera del rostro y muriera de la pura tristeza.

Me fui, para mantener entonces mi orgullo intacto, para alejarme de ti Saga y deseándole el peor de los futuros para Shaka.

Me fui, tratando de alejarme y no pude…

Noche a noche creía oírlos gimiendo en mi oído. Noche a noche creía tenerlos al lado de mi cama haciendo el amor, tu mencionando su nombre, repetidamente…

Noche a noche era testigo de mis propias alucinaciones, de mi depresión, de la ira de no poder haber hecho más, de tus palabras que crueles golpearon hasta mis huesos y machacaron. Día tras días despertaba, maldiciéndolos…

No podía perdonarlos… No. La ira se conjugaba en una sola impotencia, amargándome la existencia, destruyendo toda posibilidad de futuro.

No volví a amar, ya no creí en ello. No creí en amigos, no creí en el amor, no creí más que todo era una maldita burla para acabar con todo. Sólo con mi prima y su bebe, me abrí paso a una existencia vacía que se resumía en despertar temprano, ir al pequeño consultorio en una escuela rural, atender como si fuera un médico general y no un especialista, para luego regresar, comer, dormir…

Y oírlos gimiendo.

Fueron cuatro años Saga. Cuatro años para poder despertar un día, verme en el espejo frente a mi propia depresión y llorar, burlándome a mí mismo. Cuatro años cuando escuché que una mujer pensaba llevar a su niño a un especialista en Londres.

Cuatro años yo en mi mismo agujero y él. Shaka, reluciendo como una maldita estrella luego de arrebatármelo todo.

Cuando escuché de él, me asqueé a un punto que tuve arcadas en el baño del colegio mientras lloraba con ira. Una úlcera luego me diagnosticaron y estuve cerca de morir, sino fuera por la intervención rápida. Una úlcera que asemejaba muy bien el estado de odio que había creado en esos años de soledad y frustración. Lloré, Saga, lloré porque mientras yo me hundía él seguía subiendo, la muerte de su hermano no lo detuvo y yo… aún revolcándome en los escombros de lo nuestro… ¿Te das cuenta a quien lastimaste más? ¿Qué quisiera él borrar? ¡Meses Saga! Sólo meses fue lo que pudieron haber compartido pero yo… ¡¡YO CÓMO BORRO CUATRO AÑOS!!

No es tan fácil. No es tan fácil…

En medio de la recuperación, lo pensé mucho, durante mucho tiempo. Ante la idea de que pude haber muerto, mis perspectivas cambiaron. ¿De qué valía seguirme doliendo del pasado? ¿De qué valía mi duelo? Shaka seguía su vida. Tu, Saga, de seguro también. Entonces decidí seguir el consejo de mi prima, tratar de pensar en mí, de olvidar el pasado y todo lo que me dolía. Al principio funcionó, al principio fue como poner una alfombra sobre las heces, y esperar que así no sólo no se viera sino que dejara de heder. Al principio era bien, y duré así, durante dos años más hasta que decidí, que era hora de cortar con todo, que era hora de retomar mi carrera además.

Cuando fui de nuevo a Atenas, lo que pensaba era conseguir ayuda para retomar mi puesto en otra clínica, lejos de ti a quien suponía debías aún estar trabajando. Pero cuando llegué, mayor sorpresa fue ver que tú no sólo no estabas trabajando sino que habías tenido un accidente casi fatal y…

Estabas ciego…

¿Karma? Me costó definirlo. Estuve toda la semana dando vueltas en mi cama pensando en eso y en una posibilidad que la vida te estuviera dando para recuperarlo y pensarlo me llenaba de más ira aún. ¿Acaso la vida te estaba dando esa excusa para que regresara a ti? ¿Era tu alma la que lo llama que permitió entonces esta ceguera? ¿Regresara Shaka corriendo hacia ti? ¿Te buscará? ¿Lo amaras de nuevo? ¿Serán malditamente felices? Y me día cuenta entonces que seguía hediendo, con la oscuridad y el moho, con la humedad y los parásitos saliendo debajo de la alfombra, gusanos gruesos y asquerosos resbalándose…

Me di cuenta que aún dolía, que aún odiaba, que por mucho que había querido ignorarlos no podía.

Que no los había perdonado.

Regresé sólo para verte y certificar tu estado. Me costó hallar la dirección, Afrodita se había mostrado muy renuente, fue sólo Shura quien me dijo el recorrido. Cuando llegué y vi a Kanon no supe qué reacción tener, creo que él tampoco. Duramos como media hora en silencio de pie en la mitad de la sala a medio acomodar… ¡tan él! El desorden que sólo lo identificaba a él, viendo mantas, libros sobre cómo ayudar a un familiar invidente, alguna ropa limpia por acomodar, papeles y estudios médicos. Se disculpó por el desorden, como solía hacerlo cuando por curiosidad tocaba en su cuarto y lo llamaba para que nos acompañara en una salida. La misma actitud, pese a seis años, pese a lo que le hice…

¡Me sentí tan vil!

Verte ciego, en la cama, deprimido, no me provocó más que lastima y el deseo de que Shaka no te viera así, que no regresara… que no lo hiciera.

Más al saber que aún después de todo, no te arrepentías de haberme engañado con él, quien te dejó, que se fue a hacer su vida; mientras yo, a quien abandonaste, duré todos estos malditos seis años intentando recuperarme y olvidarte…

Él no te merecía, ni tú me mereciste, creo que el pago fue equivalente.

Aún así, cuando Kanon me pidió que lo acompañara, no lo rechacé, sólo porque consideré que luego de haberle hecho lo que hice merecías tener la oportunidad. Al hablar contigo, tus palabras sobre los sentimientos de Kanon me golpearon, aunque no quise demostrártelo, aunque no quise tan siquiera hacértelo saber.

Me acerqué, me quedé a su lado sólo apoyándolo y viendo impresionado como había dejado de lado todo lo que había pasado, porque no me reclamaba nada a mí, porque cuidaba de ti. Que buscaba con conversarme de sus viajes en medio oriente, con contarme las cosas que aprendió y hablarme en diversos idiomas extraños que desconocía, incluso, me asombró con conocimientos del Tíbet, donde viene mi ascendencia.

Y en él, conseguí aquello que tú tenías pero de una forma alegre y libre, fascinante, nueva…

Temí entonces… temí entonces volver a caer, volver a confiar, volver a amar, estando tú como un lisiado en el medio. Intenté abocarme en la idea de que estaba solo para apoyarle con tu caso, que sólo era eso lo que nos unía, auto convenciéndome, todos los días, que era nada más ello, que no había un mayor trasfondo.

Entonces, en el consultorio donde te llevamos, reviví de nuevo el rencor ante la posibilidad que Shaka escuchara de tu caso en labios de su alumno… recobré el ardor en mi estomago al ver la fotografía de ese hombre, en la cumbre, y nosotros, tratando inútilmente de seguir adelante después que destrozó todo. Yo intentando inútilmente de no amar.

Me ahogaba los argumentos, la ira, la rabia, los celos.

Oír a Kanon hablando de él me alteraba, me molestaba. Pensar en que Kanon le buscara, le contactara; me atormentaba. Ante la idea de que de nuevo esa persona me quitara lo que estaba empezando a querer, que se metiera o te buscara de nuevo, Saga… ¡ante la sola y mísera idea de tener que compartir un lazo con él! Y no quería, y maldecía, le decía a Kanon que no valía la pena, que no deberíamos arrastrarnos ante él… como una mísera manera de evitar en lo posible que el volviera a nuestras vidas a arruinarlo todo, a convertir todo en un maldito caos que…

Si… temía que de nuevo Shaka volviera a quitarme la oportunidad…

Y cuando llegó, Kanon no estaba aquí. ¿Creíste Saga, que permitiría que se acercara? Allí, con su cabello más corto, sus ojos azules mirándome asombrados, quizás aturdido ante mi presencia, pensando que yo no estaría contigo, aunque con quien estaban y por quien verdaderamente estaba, era por Kanon.

Lo primero que pensé fue en que Kanon pronto regresaría de la farmacia, que tú estabas en el cuarto que yo y él estábamos frente a frente luego de seis años. Lo único que pasaba por mi mente era los títulos y triunfos que destilaba a su paso, y nosotros, humildemente, tratando de sobrevivir ante el infortunio. Lo único que tuve en mi pecho: fue odio.

Mastique, respondí, le mentí. Le dije que habías estado contigo todos estos años, que habíamos seguido y él no había logrado separarnos, que ya no había lugar para él. Me molestó ver que Shaka aún insistía en verte, que incluso buscó forzar su entrada en el apartamento y yo tuve que poner mi cuerpo para cortarle toda entrada. Yo no quería que viniera con sus triunfos. No quería escucharlo de sus grandes conocimientos, de todo lo que obtuvo lejos de nosotros, de los sueños que él sí cumplió, de su meta que si tomó, de su vida tal y como quería, entre la gloria de la medicina y la investigación.

El maldito sueño de ser el mejor oftalmólogo…

¿Qué iba a saber que su madre había muerto? Para cuando la mencioné, totalmente ignorante de todo, no me di cuenta del daño que había hecho.

Y con eso se fue. Kanon lo encontró cuando iba de salida, me dijo que Shaka no quiso siquiera escucharlo. Cuando llegó aquí discutimos, tú saliste Saga, te dije que había pasado lo que debió ocurrir años atrás…

Era en parte, también mi venganza. En parte, mi odio permanecía.

Más sin embargo, Kanon insistía, quería buscarlo, quería constatarlo, quería pedirle que te ayudará. Me desesperaba, me abrumaba, sentía de nuevo el miedo lacerarme el alma y su voz, maldita voz, en las noches, relatándome ahora lo que haría, el cómo se acercaría a Kanon, porque claro, ya tú estabas ciego. Ya eras defectuoso para él pero Kanon: Kanon sano, Kanon con tanto que contar, Kanon con ese corazón que sería capaz de creer de nuevo, de dejarse manipular, de dejarse seducir…

Y entonces, en una de las discusiones, fue que Kanon me reveló que lo que sentía por mí permanecía intacto. En una discusión que terminó entre la pared y el piso, superado por el odio por la rabia y los deseos atorados en mi garganta… y el orgullo sí, que me decía una y otra vez que era un estúpido que me estaba dejando engañar de nuevo. Pero en sus brazos volví a sentir lo que no había sentido en seis años…

Ser amado.

o.o.o.o

La vida me quitó todo en el momento en que tus párpados se cerraron para no abrirse más, Asmita.

Jamás pensé estar tan ciego con ojos que ven. Te perdí y lo perdí todo. Te perdí y nada tuvo sentido. Te perdí y me volvió en un ser incompleto. Dejar a Saga, no era más que un pago en honor a ti y una forma desesperada de evadir el sufrimiento.

Odiarlo, era una forma para no odiarme a mí.

Dime, Asmita, ¿te sentirías más orgulloso de mí sí, desde el viento, o desde el mar, me ves progresar, lejos de él tal como tú querías? ¿Te sentirías orgulloso de mí? ¿Dejaría de avergonzarte? Había entregado, mi vida entera, con el único objetivo de ver tus ojos sobre los míos confiado de que me veían, sonreírme reconociendo los rasgos de mi rostro…

Pero no, por mi estupidez, por amar con locura, por malas decisiones, por mi poca fuerza de voluntad, por el odio o el amor: te perdí.

Intenté hacerme de una vida en Londres, aunque al principio fue difícil. Con lo que nos depositaron Kardia y Degel de la venta de la casa y luego del local, logramos acomodarnos mejor y empezar mi estudio superior. De nuevo, me comía los libros. De nuevo, me metí de lleno a la carrera, me olvidé de mí, me olvidé de mi madre que cansada de hablarme seguía insistiendo con que saliera con amigos, o buscara algún amor. Ella no sabía nada y nunca sabría, lo que ocurrió con Saga, que yo fui el culpable de tu muerte.

Intenté estar lo menos que podía en casa, para huir de ella y de sus intentos por hacerme acordar los buenos tiempos, las veces que hacías panecillos y cuando nos reuníamos todos en la cocina a hornear panes. No quería recordar, la sonrisa que borré de tu rostro y las palabras con las que me hablaste por última vez. El cómo apretaste mi mano antes de que ojos dejaran de moverse. El cómo me apretaste los dedos como si buscaras aferrarte a la vida y yo, impotente, que no supe reaccionar a tiempo.

No me di cuenta que mamá envejecía. No me di cuenta que la universidad absorbía mi vida. De nuevo ciego, mil veces, no me di cuenta hasta que ella también se fue, por la tristeza, por el abandono, por la soledad y el dolor de la pérdida de un hijo, del debacle del menor…

La maté Asmita, yo la maté…

Para cuando supe la noticia, no pude reaccionar en la universidad. A punto de graduarme, a punto de tener la especialidad mayor con las mejores calificaciones. Radamanthys, mi tutor, era quienes estaba conmigo cuando ocurrió la llamada, quien me llevó hasta la clínica, me acompañó hasta la habitación… donde no estabas ya.

Tardaron dos días en comunicarse conmigo porque yo había dejado el teléfono apagado, para que nadie me molestara en mi trabajo de grado, ni siquiera ella.

Vi las llamadas de ella, vi la forma en que buscó llamarme, vi su mensaje del dolor, vi su mensaje del malestar… vi… vi… ¡DEMASIADO TARDE DE NUEVO!

Iba a enloquecer, estuve a punto de hacerlo. Enloquecí, si, grité,  quise arrancarme mi cabello, mi cabeza, desgranarme los sesos con mis uñas de la desesperación y la agonía, del dolor, de la idea de verte, hermano, de nuevo con el ceño fruncido, decepcionado. De nuevo decepcionado…

¿Te avergoncé, verdad?

Sentí tanto, sentí tanto que pensé dejaría de sentir. Caí al suelo llorando como si con ello pudiera regresarla a la vida, de nuevo, hacer las cosas bien. De no haber sido por los brazos de Radamanthys, hubiera corrido a la autopista desesperado buscando mi muerte. De no haber sido por él no hubiera tenido fuerza para levantarme. Me aferré a él de la misma forma que lo hice cuando regresé de Grecia, luego de haber intentado recuperar algo perdido. De la misma forma…

Radamanthys, mi tutor y superior, fue con él que pude seguir adelante. Me permitía las comodidades de sus brazos para buscar acomodo cuando sentía que la depresión me superaba y la libertad del sexo cuando tenía que olvidar que dolía y estaba solo. Me aferré a él, y él se quedó conmigo, con este ser incompleto que yo represento. Nunca preguntó de mi pasado, nunca me juzgó, y aunque lo dejaba, y luego regresaba, no hacía nada más que recibirme tomar de mí, yo tomar de él, y esperar que quizás esta vez no me fuera de su lado.

Jugamos a eso durante cuatro años. Y sabía que lo amaba, o lo amo, de una forma extraña, una necesidad y dependencia que no me era capaz de asimilar. Sabía que requería de él, tanto como él de mi, y nos convertimos así en una extraña afiliación de necesidades que precisaban ser solventadas y que, como en un contrato, nosotros nos encargaríamos de ellas. Todo iba bien o eso creí, hasta que recibí esa invitación para dar la conferencia en Grecia. Pensé que podría hacerlo, la tomé creyendo que ya podía pasar esa página…

No, aún estaba varado en la misma playa, seis años atrás. En la misma playa buscando tu reflejo a un lado y describiéndola, como soñaba que algún día haríamos. Seguía en el mismo lugar… llorando. Seguía allí. Y la desesperación, se tomó de mi sueño, de mi hambre. El dolor, se hizo palpable. Recordar todo lo que perdí, todo aquello que no podía llenar por muchos títulos que tuviera.

Intentaba engañarme, ¿lo ves Asmita? Intentaba engañarme con el reflejo del espejo, decir, mira Shaka, hiciste bien, eres famoso, tienes los títulos, lograste tu sueño y…

Tú no estabas allí.

Finalmente, comprendí días antes que no podría ir y estar inmune a los recuerdos y a esta sensación de que la vida no valía nada. Al término de esa semana, terminé con Radamanthys diciéndole toda la verdad de mi pasado. Él no dijo nada y fue en mi lugar.

A pesar de su regreso, las cosas fueron iguales. Tardé, muchas semanas entre terapias y mis pensamientos en la soledad de mi apartamento, pensando en que debía hacer. Recordé que aún amaba a Saga, recordé que aún extrañaba sus caricias, que aún deseaba verlo, oírlo… revivir al menos esos momentos.

¿Sería eso, Asmita? ¿Que con él se quedó una parte de mi incompleta?

Más iluso, con regresar lo único que hice fue derrumbarme más, al conseguir a Mu dentro del apartamento, la realidad de la ceguera de Saga y que yo, de nuevo, no podría hacer nada…

Escuchar que mi madre podría morir como parte del Karma… ¿No había pasado eso ya?

Y entonces, temí por Radamanthys ¿que sí la vida de nuevo me quitaba lo único que tenía?

Regresé y de nuevo, lo único que tuve fueron sus brazos. Decidí que era hora de olvidarme del pasado. Hora Asmita de proteger lo único que tenía.

Me decidí por él.

Fueron meses, largos meses antes que esta tarde, frente a mí, volviera a ver la figura de aquel hombre a quien le hice tanto daño y le quité lo único que tenía. No esperé que Mu fuera a buscarme y mucho menos a entregarme un montón de cuadernos del cual sólo uno reconocí. Y aquí estoy, Asmita, preguntándome qué rayos hacer con todo lo que sé, con todo lo que leí y con esto que me desgarra hasta los tuétanos, que me duele, me arde… ¡me ahoga!

¿Qué hago Asmita?

Arrojo todo esos cuadernos, todo lo que representa a Saga en este momento de mi vida, sintiéndome ahogado, con ganas de gritar y sacar todos mis jugos gástricos en una arcada. Con ganas de morir y ser comido lentamente por los gusanos que ya se llevaron su cuerpo, con ganas de correr, de gritar de…

¡BASTA!

Me quedo estático, inmóvil. Un frío recorre mi piel. Un frío paraliza mis sentidos, me entumece. Mudo más no ciego ante lo que veo o alucino.

No sé… ¡no sé!

Sólo sé que me he quedado sin palabras y temblando hasta que mis huesos no pudieron sostener mi cuerpo y me han dejado caer como un saco de músculos y carnes con diversos fluidos al suelo. La sequedad se apodera de mi garganta y trémulas lágrimas caen sólo para hacerme recordar que aún estoy vivo, que respiro y este acelerado latir de mi pecho es producto de un corazón que aún palpita y envía sangre mucha sangre a todo mi cuerpo.

Yo, rodeado de estos libros y de las placas, frente a ti. Asmita.

Asmita…

¿Cuándo lo entenderás?

Estás decepcionado de mí, tu rostro me lo dice. Tus ojos sin vida resguardados eternamente sobre esos párpados blancos, tus cejas fruncidas, tus labios mordidos, mirándome como si te costara a mantenerte aquí, frente a mi… como si te asqueara todo lo que soy, lo que logrado.

Es la locura… la locura…

Quiero que vivas…

Mis ojos, se abren de la misma impresión.

Más no hay nadie frente a mí. Sólo tu voz, tu voz repitiéndome lo mismo una y otra vez, en mi cabeza, martillando mi cerebro.

Entonces, estar en este túnel ciego desde hace seis años, cuya pared es la lápida de mármol que tiene tallado tu nombre, Asmita, no es lo que tú quieres ¿verdad?

No es necesario que me quede aquí ni que me até…

¿Me perdonas?

Sólo vive…

Es hora de dejar esta pared que he golpeado durante años.

Es hora de abandonar tu tumba, Asmita; con todo lo que ello representa.

Es hora de tomar otro camino.

Con él que se ha ganado mi amor.

17 de Febrero del 2007

La brisa golpea a mi rostro, junto con el olor de las flores funerarias, ese olor propio que rodea este lugar. Cuando Kanon me avisó de este momento, no supe que pensar. Sólo que ya son más de siete años. Dieciocho meses desde mi accidente, casi un año desde la operación fallida.

Siento los pasos, los escucho, mientras permanezco arrodillado frente a la tumba que se encargó de cavar la mía, la nuestra Shaka. He escrito, es lo primero que pienso decirte mientras te siento acercar. Decirte, Shaka, he escrito, es difícil así, pero Kanon y Mu me han estado ayudando. Shaka, Kanon y Mu ahora están juntos, no sé cómo se la llevan, evito inmiscuirme y ser demasiado pesado para con ellos. Contarte que tienes aún espacio para mi, a mi lado… que aún…

Y tu olor me rodea, se expande, me hechiza… el aroma a bosques, a musgo… tu perfume, el mismo que usabas en aquel tiempo.

Me siento feliz… ¡Tan feliz!

Pero al mismo tiempo siento que tu aroma se confabula con el de las flores dándole una sensación tan sombría. Al mismo tiempo siento que todo lo que está pasando no es un comienzo.

—Ha pasado mucho tiempo…—Y tu voz ¿cuánto la había anhelado? Extiendo mi mano y tus finos dedos blancos se escurren entre los míos.

Siento que vivo. Que vivo para morir.

—Siete años… —respondo, con un nudo en la garganta que me dificulta el respirar… el hablar…

Al sentir que tus dedos, no me aprietan.

—¿Un girasol? —Preguntas y por inercia rozó con mis dedos donde sé que está el jarrón de las flores que ya nadie le llevaba.

Supongo que él también debió pensar que era hora de seguir su vida.

—La traje yo, hoy traje tulipanes.

—Gracias…

Cómo dos desconocidos, como dos forasteros que nos hemos encontrado y que sabemos que tenemos que seguir nuestro camino, por separados. Lo entiendo… lo comprendo…

—Perdóname… —Y tus palabras, quebradas—, todo lo que dije esa noche, fue producto de mi desesperación. No te odié Saga, no podría hacerlo cuando la culpa había sido mía…

—Fue mía…

—No, Saga…

—Lo fue, si yo hubiera actuado antes, si yo… —Tus dedos callan al apretar mi mano. Tu de pié, yo arrodillado frente a la tumba—. Yo hubiera querido cambiar tantas cosas.

—Todos, Saga.

—Quería vivir tanto contigo, conocer tanto, experimentar. Quería, quería vivir mi vida contigo.

—Yo también…

—Lamento mucho todo lo que hice, lo que callé…

—Ya pasó, ya todo pasó…

Y el viento, que nos mece para decirnos que mientras nosotros intentamos zanjar heridas abiertas, vivir… todo lo demás lo sigue haciendo. Los animales se alimentan de otros, los insectos de las plantas, las plantas de la tierra, la tierra de nosotros…

—Cuándo vine, pensé que era porque te amaba aún. —Nosotros que vivimos, amamos… y sufrimos—, pero al estar aquí, al pensar en algún momento perder algo valioso, no fue a ti a quien vi, Saga. Aunque sé, que hay algo en mí, que quisiera quedarse a tu lado.

—Perdí mi oportunidad… —Completo mi sentencia.

Y te quedas en silencio, Shaka.

Por largo tiempo…

En mi desesperación sólo busco acariciar las letras de la lápida de tu hermano y te siento temblar, con la mano que acaricia la mía. Tragó grueso, pesado…

—Mi hermano hacía eso… cuándo veníamos a visitar a nuestro padre.

Y comprendo. Lo comprendo…

—No hay cura, Saga. Al menos, no aún. Aunque quisiera recuperar algo, aunque quisiera darnos la oportunidad yo… yo no podría…

Tragas grueso y yo lloro. La oportunidad… Nunca existió tal nueva oportunidad. La vida había condenado esto hace siete años.

—No podría estar contigo y vivirlo de nuevo. Vivir lo que viví con Asmita…

Hay oportunidades que se pierden, para no regresar.

—Seguiré investigando, estaré en contacto con tu hermano. Volveré a los quirófanos, buscaré la forma, Saga. Vine aquí para pedirte perdón y para hacerte saber, que pese a todo, no he amado aún como te amé. —Aprieto tu mano, me contengo—. Saga…

—No he amado, y creo que no amaré como te amo a ti. —Aprieto mis párpados. Respiro aún.

—Perdóname…

—No hay nada que perdonar… ¿Eres feliz?

—Intento serlo. Todos intentamos serlo. Quiero que tú lo intentes también. Seguiré… leyéndote.

Y mi corazón que palpita.

—Lo que escribiste, me gustó mucho, me ayudó a tomar esta decisión de venir a verte.

Te arrodillas y me deshago.

Te acercas y exploto.

Besas y lloro. Lloro y beso. Saboreo lágrimas, las tuyas, las mías. Me anclo buscando tu nuca descubierta, palpando el cabello corto, tus mejillas, tu mandíbula… ¡queriendo grabarte dentro de mí! Beso, beso… y entiendo.

Que te perdí, siete años atrás. No hay retorno.

Pegas tu frente a la mía, secas mis lágrimas al ritmo que yo lo hago contigo.

—Te amé… —Tus palabras.

—Te amo. —Las mías.

—Sigue adelante…

—Prométeme que serás feliz con él…

—No puedo prometerlo, sólo que intentaré vivir, lo que no he vivido en mis 32 años, Saga. Lo que no viví por… por darle mis ojos a mi hermano.

Y un abrazo, de despedida.

Un abrazo con el que creo que me fusiono contigo. Siento que me devuelves algo y tomas algo de mí.

Es acaso, ¿aquello que nos habíamos quedado del otro ante la abrupta separación? ¿Es aquello que no nos permitía sentirnos completos?

¿Es por el perdón? ¿Es por la esperanza? ¿Pese a que ahora cierra un capítulo? ¿Pese a que hoy me doy cuenta,  que desde siempre, estabas perdido?

Y siento… siento una paz que jamás pensé, pese al dolor de la perdida, pese a que sé que ya te alejaras de mi brazo. ¿Es este el abrazo que se quedó atascado en nuestras almas? ¿Él que nos faltó por concretar? ¿El que no pudimos terminar?

Además de sentir en la brisa otros brazos. Acaso, acaso es Asmita quien por fin, ¿consiente lo que está pasando entre nosotros?

—Quiero recordar lo que vivimos, Saga, como algo bueno, como algo que me enseñó mucho.

—Yo lo recuerdo así…

Y memorias: de cuando te vi, de cuando te perseguía. De la alegría de esos efímeros momentos donde nos besábamos, donde nos encontrábamos, donde nos entregábamos a olvidar, a vivir Shaka. Fue en esos momentos que por primera vez viviste.

Memorias, nos hemos perdido en ellas.

Desconozco cuánto duramos así, abrazados, frente a su tumba. Sólo sé que en algún momento me dejaste un beso de despedida y te marchaste. Sólo sé que te deje ir como quien suelta el agua al río, sabiendo que no podrá recuperarla y que ésta, se marchará y seguirá su camino.

Sólo sé que debo seguir también el mío.

Perdí, pero todas las mañanas es una nueva oportunidad que nos da la vida, para ganar.

Perdí, pero mientras mi corazón respiré quizás, gane algo más adelante.

Perdí, y te gané Shaka, gané tu perdón, gané un nuevo recuerdo.

Gané la seguridad de que tú, al igual que yo, hemos de abandonar la pared que nos separa y que nos ha sumergido en el túnel ciego.

Hay cosas que jamás vuelven, hay cosas que se pierden para no regresar.

—Asmita, también tuviste que dejarlo ir ¿no? A aquel que todas las semanas te dejaba una flor nueva. Tuviste que dejarlo ir para que hiciera su vida, para que pudieras convertirte en un buen recuerdo para él y no, en la imagen del dolor de la pérdida, ¿cierto?

Así es…

Sonrío.

—Entonces todo está bien. La próxima vez traeré jazmines.

Camino, conociendo el trayecto. Respiro entre la oscuridad y la esperanza. Me encuentro con mi hermano en la puerta, me pone una mano en el hombro y puedo, con el corazón, verlo sonreír comprensivamente. Le respondo igual.

—Vamos Kanon, tengo unos versos que escribir.

Notas finales:

Por fin, he acabado este fic. Bastante tiempo me tomó pero pude traer el capitulo final. Este fic lo concebí con esta idea, pensando en este final. No era una historia de amor dulce con un final feliz, aunque tampoco considero al final del todo trágico. Espero que puedan comprender con este capítulo a cada personaje y el final.


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