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Killer Men (Hombres Asesinos) por Charly D

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Notas del capitulo:

By: Katia L. Keel

La atracción irresistible por un primo, nunca será buena para el resto de la familia...

 

Nuevo capítulo, luego de un problema con mi office... Gracias, este es el penúltimo episodio...

«La atracción irresistible por un primo no es buena entre la familia».

 

La hoja platinada que tambaleaba en sus manos era el perfecto reflejo del aura blanquecina que adornaba el firmamento, un punzante sonido inundaba sus sentidos y pronto se sintió tan perdido en un abismo del que no encontraba salida, todo se volvía casi tan negro como la profundidad de la noche y sus manos no dejaban de temblar al compás de sus latidos acelerados que también eran acompañados por una suave respiración. Sentía que en cualquier momento su corazón le saldría por la boca, y comenzaba a darse cuenta que existía una posibilidad que eso se hiciera realidad gracias a las lacerantes náuseas que le atacaban.

Contempló por última vez la escena que yacía sobre el suelo. Su mirada recorría la extensión de la superficie y, de pronto, un gruñido de sus tripas hizo que se encontrara ajeno al espacio donde estaba parado.

Pausados recuerdos de la primera vez que conoció a Santiago, su primo que había pasado sus primeros años en el extranjero gracias a las constantes transferencias que le exigía el trabajo de su padre, le devolvieron a esas épocas.

El sol arremetía contra su rostro, provocando que un leve rubor tiñera sus mejillas y que pequeñas gotas de sudor se escurrieran por su frente. El césped se amoldaba a su ligera figura, dándole la libertad de poder reacomodarse en su sitio cuantas veces quisiera; miraba aquellas pequeñas figuras de plástico que había obtenido de las pasadas fiestas decembrinas, estaban casi intactas, apenas y había tenido oportunidad de poder jugar con ellas, puesto que su familia y él habían tenido largos viajes para visitar a los demás parientes.

Pero, por suerte, ahora era el turno de que dichos parientes vinieran a verlos. Su mamá le había avisado que sus tíos vendrían a almorzar junto con su hijo y que estuviese lo más presentable para conocer a su primo, también le informó que casi tenía su misma edad, que era escasamente dos años mayor que él y le aseguró que se llevarían bien.

La obediencia nunca fue uno de sus dones y por eso, mientras su madre se mantenía ocupada terminando los últimos preparativos de la comida, y su padre reacomodaba por tercera vez los cubiertos sobre la mesa, Axel seguía con sus juguetes en el jardín así el calor lo estuviese consumiendo.

—¿Pero qué haces aquí? —preguntó su madre tras darse cuenta que Axel no se encontraba en su habitación vistiéndose como ella esperaba—. Te dije que fueras a darte un baño antes de que tus tíos llegaran. Por Dios, Axel. ¡Pero mira qué tarde es!

—Lo siento, mamá.

El agudo sonido del timbre que resonó por toda la casa y el aviso por parte del padre de Axel, diciendo que él abría, indicaba que las visitas habían llegado.

—Por lo menos cámbiate de ropa, ¿quieres? —dijo resignada mientras volvía dentro de la casa para recibir a su hermana junto con su esposo y sobrino, pero antes de que su silueta desapareciera por completó, lanzó una última indicación—: Y lávate la cara.

Axel se levantó cuidadosamente del suelo, trayendo consigo sus figuras de acción y un destello de curiosidad por conocer a su próximo compañero de juegos se reflejó en sus oscuras pupilas.

Se asomó por la verja que limitaba la superficie cuadrada de su hogar y, entonces, lo vio.

Un niño de baja estatura y cabellos castaños sonreía a las personas del interior de la casa mientras sus tíos entablaban una animosa conversación con el otro par de adultos. Su torrente sanguíneo se disparó y sus rodillas comenzaban a doblarse sin explicación alguna, atónito trataba de apartar la vista de aquel pequeño ser humano a escasos metros de él y que, gracias a los densos follajes de los arbustos, no era capaz de notarlo.

Cuando Axel por fin escapó del embelesamiento, pues sus familiares ya habían ingresado a la vivienda, salió corriendo rumbo a su habitación.

Se miró en el espejo del baño y notaba que sus mejillas seguían enrojecidas; se preguntaba el porqué si ya no estaba bajo el sol, pero sí que continuaba teniendo calor. Tal y como lo dijo su madre, lavó su rostro y se acomodó el cabello.

Antes de proseguir a buscar una muda de ropa, se sentó en la cama a meditar un rato sobre lo que estaba sintiendo. Su mamá le había contado en diversas ocasiones que el amor verdadero no se busca, se encuentra, y no es asunto de cuestiones, ni mucho menos de explicaciones, simplemente se siente y así es como se conocía a la persona indicada, sin importar el espacio ni el tiempo, y según Axel, él lo había sentido.

Se tomó unos momentos más para evaluar su estado, hasta que por fin estuvo seguro que, en sus diez años de vida, nunca había experimentado nada que pudiese igualar lo que sintió cuando vio a su primo por primera vez en un estado consciente, porque en boca de sus padres, decían que ellos se habían visto antes, pero apenas cuando ambos eran unos bebés y donde, obviamente, su uso de razón aún no estaba desarrollado, por lo tanto no se reconocían.

Sacó unas prendas sencillas pero significativas para él, llevaría puesta su camisa favorita y se había decidido a no pasar desapercibido ante los ojos de su primo.

—¡Miren, pero ahí viene! —pronunció la madre de Axel con una gran sonrisa en su boca al verlo salir por el pasillo—, ven, cariño.

—Hola —contestó, tímidamente y sin apartar la mirada del otro niño.

—Pero qué lindo y grande se ha puesto tu hijo, Camila. Si ha pasado tanto tiempo, de seguro que ni me recuerda, ¿o sí? —Miró a Axel por unos instantes— ¡Yo te conocí desde que estabas en la panza de tu madre!

—Pero hay que presentarlos, después de todo, pasaran una larga temporada aquí… ¡Oh! ¿Si te conté? —Camila se dirigió a su esposo verificando si, efectivamente, había mencionado  ese detalle— Han transferido a Fernando otra vez y en lo que mi hermana encuentra un lugar donde puedan vivir, les he dicho que se hospedaran aquí. Axel y Santiago estarán mucho tiempo juntos; se harán grandes amigos.

«Santiago» se repitió como eco en su mente. Desde ese entonces, Axel consideraba a Santiago como alguien más que su compañero de juegos, más que su gran amigo, más que su primo… Santiago, era su amor verdadero.

Pasaron los días y para Axel representaba más que un placer convivir con su primo, su tía había desistido en buscar un piso qué alquilar ya que mantenía el pensamiento que mientras más tiempo pasaran juntos los niños, más sano sería su crecimiento.  Además que eso acarreaba un gasto menos y, al parecer, sus padres estaban de acuerdo con ello y la casa era lo suficientemente grande para albergar a dos familias.

Cada amanecer, Axel se levantaba temprano para asistir al colegio cuando la verdadera razón de sus desvelos era que le encantaba apreciar el ritual mañanero de Santiago antes de irse. Aún recordaba ese día en que se llevó una gran desilusión al enterarse que no compartirían la misma escuela, su tía había llegado demasiado tarde a sacar una ficha de inscripción y, dado que era cupo limitado, tuvieron que buscar otro colegio al cual sí pudiese asistir.

Cuando regresaban de clases siempre se apresuraba a ser el primero en sentarse en la mesa, aunque esto implicara que tuviese que ponerla. Santiago era un niño rutinario, por lo que Axel conocía a la perfección todas las manías y costumbres que éste tenía y una de ellas, era su puesto en el comedor, por eso se esforzaba tanto en tomar el asiento junto de él.

Pero, conforme el tiempo avanzaba, Axel comenzaba a sentir que su amor verdadero empezaba a tomar otra forma y a alejarse de él. Su primo ya no se levantaba a las seis en punto, ya no ordenaba sus libros antes de irse a dormir, ya no salía todas las tardes a jugar al jardín con él y ya ni siquiera ocupaba el mismo asiento en la mesa.  Además, una tarde había escuchado ciertos comentarios por parte de ambas familias, diciendo que las relaciones entre personas del mismo sexo ni siquiera deberían ser legales, comentario que marcó su forma de pensar al darse cuenta que su amor por Santiago nunca podría ser aceptado por sus padres, ni por los de él.

Repudiaba aquel día en que su primo llegó de la mano en plena cena de Navidad con una señorita que le parecía repugnante, y para empeorarlo más, Axel sintió que su mundo se desmoronaba cuando la presentó como su novia.

—Hijo, ¿tú no vas a decir nada de la nueva novia de tu primo? Santi es como tu hermano, al menos deberías felicitarlo.

Por un momento sintió como arcadas se avecinaban, pero una pequeña curva en sus pálidos labios borró todo rastro de malestar, a la vez que se ponía de pie y tomaba la mano de la novia de Santiago y depositaba un beso en el dorso de ésta.

—¡Qué linda jovencita te has conseguido! —Dio una leve palmada en el hombro de su primo— Felicidades, hermano. —dijo por último, con un leve tono burlón en la última palabra.

Durante gran parte de la velada, donde la mayoría de su extensa familia se encontraba alrededor de la mesa, charlando acerca de sus aventuras a lo largo del año, Axel no dejaba de pensar en lo cruel que era su existencia, se decía a sí mismo que no valía la pena vivir si los sentimientos que seguía alojando durante siete años de su vida nunca serían correspondidos.

—Axel, ¿me estás escuchando? —La voz, acompañada por la mirada inquisitiva de su madre, lo sacaron del ensimismamiento en el que estaba sumergido.

—Sí —dijo rápidamente sin la menor idea de cómo seguir el hilo de la conversación—, deberíamos… ir al… —aclaró la garganta y dirigió, nuevamente y por unos instantes, la mirada hacia su primo, mismo que se encontraba en plena conversación con su novia—. Tengo que ir al baño.

Se levantó de su asiento y se dirigió al aseo. Se miró como la primera vez, hace siete navidades, al espejo, pero en esta ocasión, ya no sentía curiosidad ni emoción alguna de la presencia de Santiago, ya no quedaba rastro alguno de aquellas mejillas ruborizadas y esos ojos negros centellantes que se deslumbraban en el cristal, lo único que permanecía era ese amor desquiciado del que Axel aún seguía estando condenado.

Una serie de golpes provocaron que apartara la vista de su reflejo para encontrarse con su primo al otro lado del marco de la puerta.

—Mi tía me mandó a buscarte, dice que te estás tardando mucho… —Entornó los ojos notando la respiración cortante de Axel— ¿Está todo bien?

—Sí. Sólo me duele… la cabeza.

—¿Quieres que llame a tu mamá o…?

—No, no. —Axel valoró las circunstancias y no tardo en aprovecharse de ellas— Que tal si me acompañas a mi habitación, me siento algo mareado y no creo que pueda subir las escaleras por mí mismo.

—Seguro.

Santiago tomó a Axel por la muñeca, pues consideraba que de esta forma evitaría que resbalara.

Su habitación no era muy grande, de hecho, antes de que sus padres planearan concebirlo, era ocupada como un simple estudio con varios muebles que meses después fueron reemplazados por una cama individual pegada a la pared donde un pequeño par de ventanas, cubiertas por una ligera cortina, permitían apreciar el tranquilo vecindario, y junto de su lecho, un escritorio de cedro con una escueta silla móvil daban refugio a la portátil del dueño.

La varonil mano de Santiago sobre su brazo le provocaba miles de sensaciones que le hicieron olvidar aquellas repentinas decepciones de que nunca podría consumar su amor, y, en un breve pero rápido movimiento, Axel aprisionó los labios de su primo, esperando vanamente que, al menos ese pequeño gesto, pudiese ser bienvenido.

—¡¿Qué te sucede?! —De un breve empujón hizo que el escuálido cuerpo de Axel retrocediera hasta el otro extremo de la estancia.

—¿No te gustó? —preguntó con incredulidad pura.

—Es que tú estás enfermo. —Tomó la manija de la puerta dispuesto a abandonar el cuarto, pero una mano ajena se lo impidió.

—Aún podemos arreglar esto.

—Déjame salir, Axel.

—Quédate, sólo un momento más… —Bloqueó la salida con su silueta que, si bien no era prominente, tenía la suficiente fuerza para que no lo retiraran con facilidad.

Axel rodeó el cuello de Santiago, besándolo una vez más, persuadiéndolo a ceder. Ciñó su cuerpo al de él, mientras su primo se mantenía estático, dejándose hacer, más por el shock que por gusto, pronto recapacitó y entre leves forcejeos, trató de evitar las caricias vehementes por parte su primo, mismo que no se detenía y cada vez iba apoderándose más y más de la cordura de Santiago, beneficiándose de la cantidad de hormonas  alborotadas que ambos poseían para así conseguir lo que tanto había estado deseando.

—Santi… —murmuró, recostado sobre el pecho de su primo y con la ropa no absolutamente ausente, pero tampoco del todo puesta—, siempre quise que mi primera vez fuese contigo, esto es un sueño. ¡Mira! Ya es Navidad.

—¿Hm? —Fue la primera respuesta que obtuvo por parte de Santiago antes de que éste se diera cuenta de lo que había sucedido. Sudor frío comenzó a bajar por su espina dorsal— ¿Pero qué es lo que me has hecho? —Se puso de pie tan rápido que la cabeza de Axel cayó  bruscamente sobre el colchón.

—¿De qué hablas? —le sonrió—. Por cierto, ¿ya pensaste en cómo terminar la relación con la tipa asquerosa de allá abajo? Tengo unas ideas, Santi, puedes utilizarlas si quieres, puedes utilizarme si quieres…

Fueron las últimas palabras que Axel le dijo a su primo antes de que su madre, preocupada por la ausencia de los que ella consideraba hermanos, fuese necesaria, pues el intercambio de regalos estaba a punto de comenzar. Lo que la mujer no se esperaba, era encontrar semejante escena de dos jóvenes semidesnudos besándose, aunque era más que evidente que era uno el que estaba siendo besado.

Ese fue el detonante para que Axel fuese enviado al extranjero a concluir sus estudios preparatorios; la mayoría de los vecinos comenzaron a preguntarse el porqué de tan repentina decisión, misma que sus padres aclararon diciendo que del otro lado del mundo el sistema educativo era más avanzado.

Poco tiempo después de aquel incidente, Santiago y sus padres se mudaron. Ningún miembro de la familia volvió a recordar lo sucedido.

La depresión tan fuerte que sufrió Axel lo orilló a intentar quitarse la vida en diversas ocasiones, todas ellas fallidas o en su defecto, interrumpidas por docentes del internado donde se hospedaba. Rogaba que no informaran a sus padres, se excusaba inventando que tenía un hermano muriendo de un tumor cerebral en el hospital y lo último que quería era preocuparlos con tonterías como esas, que ya se le pasaría, que todo estaba bien.

Las hojas de sus libretas estaban cubiertas de una sola palabra, de un solo nombre que, para él, significaba la vida entera, literalmente.

«Santiago».

Axel, desde que lo habían alejado de su primo, había estado llevando una dieta escasa en nutrientes, escasa en sueño y, sobre todo, escasa en motivación. Después de las clases pasaba el resto de los días enfrascado en el dormitorio que compartía con otro chico, el cual sólo lo veía por las noches ya que, al parecer, su compañero sí sabía aprovechar el tiempo.

Tampoco es como si Axel no hubiese intentado olvidar a su amado durante los años que estuvo internado antes de que alcanzara su mayoría de edad, sino que su razón se nublaba por la aberración que su corazón tenía hacía su primo. Era como si Santiago fuese una droga. Su droga.

Cuando por fin terminó sus estudios, dio paso a su independencia. A sus veintidós años consiguió un trabajo detrás de una ventanilla como banquero. Y fue en ese mismo sitio, donde conoció a la persona que le haría abandonar el recuerdo de Santiago.

A Axel le gustaba estar con Franz, le gustaba su sonrisa y la forma en que sus manos se movían cada vez que hablaba, además, consideraba que tenía un buen sentido del humor. Era espontáneo y solía repetir bastante que el que no arriesga, no gana.

Franz trabajaba en el área administrativa del banco, era el superior de Axel. Pasaban la mayoría del tiempo juntos, y los fines de semana frecuentaban el parque donde miraban a los niños jugar. Axel por primera vez sentía que su vida tomaba otro rumbo, que su añoranza por un ser inalcanzable y esos días de insomnio por fin terminarían.

Sonreía más y las escasas veces que conversaba con su madre ya que, a pesar de tantos años, su relación nunca fue la misma, ella le decía que lo veía más repuesto, más «feliz». Le daba a entender que su mamá se había dado cuenta de lo mucho que le había afectado que lo separaran de Santiago, pero ahora poco le importaba que supieran lo mucho que lo amó.

El verano llegó y una llamada fortuita de su madre, invitándolo a darle la bienvenida al nuevo año en su hogar, lo sorprendió. Realmente, las ganas de ver a su familia no eran muchas, así que como justificación y como prueba, dijo que llevaría a su novio para presentárselos, con la idea que se negaría rotundamente y así escaparía de una de esas reuniones que tan ácidas memorias le traía. Pero su sorpresa fue cuando su madre aceptó cordialmente y le expresó lo entusiasmada que estaba de conocer al dueño del corazón de su hijo.

Axel sabía muy en el fondo que dueño, sólo hay uno.

Pasado un viaje de ocho horas en avión, la pareja de novios se hospedó en un hotel cerca del centro de la ciudad. A Axel no le parecía adecuado quedarse en casa con Franz, imaginaba lo sumamente incómodo que sería soportar las miradas de sus parientes, además, había otra cosa que su madre no le había descartado: estaba la posibilidad que Santiago se encontrara allí.

La noche de año nuevo Axel suspiró mientras finalizaba de acomodar el nudo de su corbata frente al espejo y Franz lo esperaba en la recepción del hotel.

—Santi… —Su mano se escurrió por el cristal, dejando a su paso unos borrones deformes.

La ciudad estaba más activa que nunca, los edificios se cubrían de luces y anuncios deseando un próspero año nuevo adornaban cada rincón de las calles. Las personas estaban más formales y amables que el resto del año. A donde quiera que se volteara, una sonrisa era el recibimiento; a excepción de un rostro melancólico recargado sobre la ventanilla de un taxi.

—Amor, ¿crees que el pastel le guste a tus padres? —dijo Franz con un extraño acento en su tono de voz. El taxista al escuchar el mote que había utilizado para llamar al otro chico, no pudo evitar fijar su mirada en ellos a través del retrovisor.

—Claro que sí, aunque realmente, no era necesario que lo compraras.

—No podía llegar con las manos vacías.

—Creo que le estás dando mucha importancia a esto de conocer a mis padres.

La madre de Axel recibió a ambos con un fuerte abrazo y agradeció a Franz por el gesto tan dulce que había tenido con ellos. Su casa estaba algo diferente a como la recordaba. La decoración estaba más austera y la familia invitada se había reducido. Se dio cuenta como sus tíos lo observaban al otro lado de la sala.

Una breve sonrisa y un movimiento de cabeza fue lo único que usó a modo de saludo después de cinco años de no verlos. Pero, entonces, una ansiedad comenzó a crecer en su vientre, si sus tíos habían sido invitados, eso sólo indicaba una cosa: Santiago también debería estar allí.

Trató de mantenerse sereno lo que duraba la celebración, pero cada vez que alguien llamaba a la puerta no podía evitar el quedarse estático esperando encontrarse con la cara de su primo. Su madre, con total ingenuidad, le había informado que Santiago llegaría un poco más tarde gracias al escaso personal que había en su lugar de trabajo, así como también se enteró que laboraba en un despacho jurídico a unas cuantas manzanas de la vivienda.

Inconscientemente, tenía muchas interrogantes en su mente que clamaban respuestas. Cómo se vería, qué pensaría, qué hizo después de su último encuentro, qué sucedía en su vida; fue, entonces, cuando comenzó a darse cuenta que, si en ese momento, en la fiesta de Navidad, él hubiese guardado sus impulsos, todo sería diferente. Nunca se hubiese separado de Santiago, hubieran entrado a la misma universidad y, aunque él continuara saliendo con molestas mujeres, él estaría cerca, sería testigo de cada paso que diera en su vida. Los dos crecerían, madurarían, los dos estarían juntos, a pesar de todo… juntos.

Una ira inexplicable crecía desde el centro de su estómago hasta apoderarse de su garganta. Sintió la necesidad de tomar algo de aire fresco antes de que explotara  de frustración.

Pero antes, pasó a la cocina en busca de una bebida, excusándose con su novio y madre, diciendo que se sentía algo abrumado por la familia, puesto que no la había visto desde hace años y se sentía algo desorientado, en cambio Franz parecía llevarse muy bien con todos y no puso objeción alguna ante la repentina ausencia de Axel.

Pidiendo mentalmente no encontrarse con Santiago aún; fue hasta el refrigerador para servirse un vaso de agua y así poder despejarse un poco de la tristeza que, nuevamente, se aferraba a él.

—Cielo, pásame un cuchillo para partir el pastel que trajo Franz, se ve delicioso —le anunció su madre sin entrar a la cocina.

Mientras, Axel, quien escuchó mecánicamente, tomó el cuchillo con sus ojos oscuros sellados en alguna parte de la habitación. Había recordado la última mirada de desprecio que Santiago le había dado, había recordado que Santiago lo odiaba.

¿Y qué sucedía cuando el amor y el odio se encuentran? Porque a ese punto, él ya no podía escapar de la realidad, continuaba queriendo a su primo. Lo que sentía por Franz no era más que ilusión, lo había utilizado como una ruta de salvación para poder evadir los sentimientos que durante tantos años le atormentaron hasta casi acabar con su vida.

Sentía como un remolino de gritos, llantos, risas, ahogaban su consciencia, le nublaban los sentidos y lo único que deseaba era volver a ver Santiago, a su amor verdadero, aquel Santiago que le robó la inocencia de nunca haberse enamorado desde la primera vez que lo observó en el umbral de su puerta, de aquella tarde de verano que el sol lo cobijaba, de aquel momento en que cruzaron palabra alguna. Quería sentarse junto a él en el comedor, quería mirarlo alistarse para ir a la escuela, quería enseñarle los nuevos juguetes que le habían regalado, lo quería, él quería de vuelta todo eso.

Todo su amor lo guardaba él. Axel nunca pudo olvidar a Santiago, su primo.

Salió por la puerta trasera de la cocina, esa que conectaba con el jardín para que nadie lo notara, y saltó la verja en busca de un lugar donde las alucinaciones no le acompañaran.

El sitio idóneo fue una explanada surcada por una arboleda de robles que extendían sus ramas creando una especie de cobertizo improvisado.

Axel sollozaba sobre sus rodillas, sus lágrimas eran absorbidas por el asfalto y sentía que la respiración se le dificultaba. Cayó en cuenta que sostenía un cuchillo sobre sus manos, el mismo que debió darle a su madre, y una necesidad incontrolable de arremeter en su propia contra lo carcomía.

—Disculpe, ¿está todo bien?

Cuatro simples palabras bastaron para reconocer la grave voz que lo llamaba.

—Santi… Santi, ¿eres tú? —preguntó, necesitado, y sin poder enfocar su visión gracias a las lágrimas que le empañaban los ojos.

—Axel… qué… no…

—Lo siento. —Se puso de pie mientras el destello de la hoja de la cuchilla chocó contra los ojos de Santiago.

—¿Qué es eso? ¿P-por qué lo traes contigo?

—Lo siento mucho, Santi.

Su primo retrocedió para estrellarse con la figura de alguien más.

—¿Qué es lo que pasa? —dijo Franz con extrañeza.

—¿Tú qué haces aquí?

—Axel, amor, ¿por qué me hablas así? Vi por la ventana cuando pasaste por el jardín, fue inevitable no seguirte, parecías muy alterado. —Trató de acercarse a su novio mientras Santiago hacia lo contrario, pero ambos se detuvieron rápidamente en cuanto Axel empuñó el cuchillo.

—Yo no soy tu amor… —dijo más para sí mismo que para los demás—, mi único dueño es Santiago.

—Eso no es cierto —intervino el aludido—, no sabes lo que dices, estás mal. Estás loco.

—¿Tú eres Santiago? —Franz le miró asombrado.

—Es por ti, y sólo por ti que he acabado así, Santi. ¿Es que no te has dado cuenta? ¿No fue suficiente aquella noche donde hicimos el amor para demostrarte lo mucho que te quería?

—¡Si me violaste! Si no fuese porque mi tía nos descubrió, tú hubieses seguido aprovechándote de mí. Gracias al cielo te mandaron a un internado —añadió—, desde ese día, Axel, estás muerto para mí.

El extranjero los miraba boquiabierto, había atado todos los cabos. Entendía por qué el nombre «Santiago» adornaba cada trozo de hoja de los cuadernos y libros de Axel en su vida estudiantil, entendía por qué cada vez que le preguntaba las razones por las que se mudó de país, nunca coincidían sus respuestas, y lo más importante, entendía por qué nunca sintió que Axel lo quisiera de la misma forma que él lo hacía.

Su alrededor se transformó en una sórdida nube de desilusión mezclada con rabia, sentía que algo ardía en sus entrañas, que le quemaba tan potente que tambaleo un momento antes de darse cuenta que estaba siendo apuñalado por él, por la persona de la que estaba enamorada, por Axel, que su vida terminaba en manos de su amor, se dejó llevar, ya nada le quedaba y, finalmente, cerró los ojos momentos antes de que su cuerpo se estrellase contra el pavimento.

En un estado de turbación que parecía infinito, Santiago miraba estático como el cadáver reposaba en un charco de sangre, mientras que su agresor se miraba las manos, y espesas gotas carmesí rodaban por sus dedos.

—Tú eres mi amor verdadero —masculló, acercándose a cortos pasos a su primo, quien incapaz de efectuar algún movimiento, lo miraba horrorizado.

—Axel… —Con voz temblorosa, trataba de articular palabra alguna—, e-estás equivocado, esto n-nunca fue… —Su garganta se cerró y la falta de aire pronto se hizo presente. Su primo cerraba sus manos con fuerza alrededor de su cuello, misma fuerza donde descargaba sus frustraciones y rencores. Sus fantasmas ya lo habían devorado.

Santiago se desvaneció a causa de la asfixia, sin embargo, aún seguía con vida.

Y ahí se mantenía Axel, tiritando y con el corazón desbocado, sin tener percepción alguna de la realidad y con dos cuerpos sin consciencia sobre el suelo. Un segundo gruñido proveniente de su estómago le hizo saber que ya era tarde y la cena ya debía haber comenzado.

Notas finales:

Gracias por su lectura...


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