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Hado por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Tras el encuentro en su casa, Afrodita se siente muy aturdido. Teme que lo que siente pueda llegar a más.

Su cuerpo estaba tendido en la arena. Parecía dormir. Su rostro estaba tranquilo, los párpados perfectamente cerrados y sin signos de que hubiera algún tipo de pesadilla que enturbiara su profundo sueño. Afrodita le miraba desde arriba, contemplando su plácido rostro. Había una rosa roja al lado de su mano izquierda. 

Las olas acariciaban su cuerpo laxo, con suma tranquilidad. Aún si caía la tarde, el cuerpo de aquel hombre permanecía allí, recibiendo la suavidad del oleaje que acariciaba sus brazos. Permitiendo que lo despidiera…

Aquella aseveración provocó que su ritmo cardiaco diera un aumento súbito en medio de aquella ensoñación. Sí… el mar, la isla, el viento que corría por su cabello y entregaba el sabor salino del mar, hacía precisamente eso: despedirse. Se despedía de Albiore. Y entonces, en ese segundo de terror que se iba incrementando conforme enfocaba su mirada, Afrodita pudo observar como todo se volvía oscuro. Un aura de muerte arropándolo todo, sorbiendo el calor de su piel, arrancando el color de sus labios y destruyendo todo lo que él era. De repente se disolvió en cal, hueso y carne elástica. Y de Albiore ya no hubo nada.

Despertó asfixiado por esa sensación que se iba incrementando conforme los días pasaba y la presencia de Albiore en su vida se volvía una constante imposible de integrar. Despertó con las lágrimas atravesando su rostro, y un grito que se quedaba atorado en su garganta, inclemente y pulsante que permanecía conforme las horas de la mañana pasaban sobre él.  DM lo veía con aire taciturno, como si lo analizara en la distancia que había entre su cubículo y el de él. Parecía medir incluso la velocidad que tomaban sus pasos tras servir otra taza de café. 

Afrodita quería desterrar ese sueño de sus ojos, de sus parpados, incluso del hueco que se había formado en su pecho mientras tecleaba salvajemente las letras para verlas afilarse en línea armando frases que él mismo no estaba seguro de cómo las hacía hilar.  Esperaba con ansías la hora de salida, sentía que justo en ese momento, comenzaba una carrera cuenta a cero que lo precipitaba a volver a casa. A duras penas se despedía y salía corriendo para tomar el metro y tratar de aprovechar todos los minutos disponibles. De repente la necesidad de verlo, aún fuese de lejos, se había convertido en algo visceral.

Pero allí estaba, con eso se conformaba. Cuando lograba verlo de lejos en el patio, solo un minuto, su corazón volvía a una calma momentánea, porque nada más hacía falta que Albiore volteara y le sonriera, para comenzar una carrera de iguales proporciones pero esta vez de huida. Se sentía totalmente encerrado en un círculo de acciones que no llevaba a ningún lado. 

Estresado por su propio comportamiento, Afrodita se miró una noche en el espejo de su propio baño tras haberse dado una ducha que intentó poner en orden a su cabeza. Su cabello húmedo caía en remolinos más bien largos y perezosos sobre sus hombros. El agua aún goteaba de sus puntas y se precipitaban entre sus pies descalzos, blancos, más blanco que muchas otras partes de su cuerpo. No entendía que clase de juego mental le estaba jugando su conciencia. No podía encontrar el origen de su temor y necesidad de huir. Afrodita solo había llegado a una conclusión: le gustaba Albiore, le gustaba tanto que estaba seguro que perderlo lo iba a volver loco si permitía a ese sentimiento avanzar más.  

Tragó grueso y se quitó las capas de cabello que rodeaban sus pómulos, para ver con más libertad los rasgos de su cara. El respirar se había convertido en una tarea extenuante, que significaba jalar aire de sus pulmones y que estos se golpearan con algo para producirle un dolor imaginario. Trataba de hacerlo lo menos doloroso posible, mientras enfocaba de nuevo sus ojos y observaba su rostro con rasgos andrógino despejado de los cabellos húmedos, ahora arremolinados sobre su hombro derecho. No entendía que clase de masoquismo absurdo podría tener su mente para hacerle ver a Albiore muriendo en la costa de una playa, pero debía dejar de pensar que esos sueños podrían tener un significado más que atormentarlo. 

Con una nueva determinación, Afrodita enfocó de nuevo su mirada al reflejo pálido de su propio semblante. Le gustaba Albiore y Afrodita era lo suficientemente hermoso como para atraer la mirada para cualquier, y por si fuera poco, conocía de sus atributos y mejores armas para poder conquistar al que él quisiera. No dejaría que un par de sueños perturbadores le quitaran la oportunidad de poder conocer más de él. Se enfrentaría a ese miedo.

—¡Es lo más inteligente que te oído en semanas! —reclamó DM, agitando la botella de cerveza en el aire como si esta fuera a darle más énfasis a sus palabras. Tras haber decidido eso y convertir esa verdad en un mejor motivo para dejar de sentirse asaltado por el temor, Afrodita se veía mejor en la oficina: más centrado, creativo y por supuesto, más él. 

—Es que en serio, ¡estaba por volverme loco!

—Yo creo que esos sueños locos que tienes, —enfatizó, a sabiendas que estos no habían cedido del todo—, es puro por el miedo que tienes de que te vuelvas a enamorar y pase lo mismo.

—¡No lo digas en voz alta! —La palabra enamorarse seguía creándole tanto pánico como la palabra muerte. DM se rio, moviendo su pecho compulsivamente antes de lanzarse de nuevo contra el espaldar del mueble de aquel bar. Su brazo fue a parar a los hombros de Afrodita, quien acepto aquello con sumiso agrado.

—¿Crees que no puedes?

—Estoy seguro que puedo enamorarme, me conozco… sé que estos ojos encandilados cuando lo veo no me va a salir gratis. —Murmuró entre suspiros, acomodándose más en el brazo de su amigo sin preocuparse de lo que la gente pudiera pensar de ellos estando así. Dio otro sorbo a su cerveza, necesitaba la frialdad de su textura deslizándose en su garganta—. Y él… estoy loco por conseguirle el primer defecto. —Confesó, con una sonrisa ladina—. Cuando se lo consiga y no diga: oh es perfecto con ese defecto, podré dormir en paz. Ya sabré que no estoy babeando el piso por el que camina.

—Yo digo que ya lo haces. —DM recibió de reprimenda un codazo en su costilla que reclamó con apenas fuerza, inmediatamente se echó a reír.

—¿Sabes? Aún me parece inverosímil que con meses conociéndonos ya estemos así. —Afrodita miró a su compañero, mientras este bebía más de su cerveza y le dedicaba una mirada interrogativa—. Esta vez no hablo de Albiore, sino de nosotros.

—¿Nosotros?

—Jamás había tenido un amigo así, con el que encajara tan rápidamente y pudiera acabar mis ideas o leerlas antes de pronunciarlas. Es algo así como… maravilloso.

—No sé, yo siento que te conozco de toda la vida. —Encogió sus hombros y le dedicó una sonrisa socarrona—. ¿No me estás coqueteando o sí? —Quien soltó la carcajada esta vez fue Afrodita, casi ahogándose con el trago de cerveza y logrando obtener tonos rojizos en su rostro.

—¡No seas imbécil!

Pero las palabras de Afrodita eran verdad y las sentía desde lo más profundo de su interior. La amistad con DM y su encuentro había sido una de esas cosas absolutamente vivificante. Y no sabía que habría sido de él en esa nueva etapa sin los comentarios atinados y las bromas encantadores de quien ahora era su amigo. 

Así era más sencillo todo. El tomar la decisión de enfrentarse al temor y superarlo, así como él soportar con estoicismo las llamadas de Saga, que aunque eran cada vez más espaciadas, no dejaban de sentirlas como un peso magnético que buscaba retenerle. La presencia de DM le ayudaba a mitigar sus temores y a tratar de verlo todo de forma más positiva.

Estuvieron allí un buen rato entre risas y comentarios. Le sorprendió escuchar que DM jamás se había enamorado en su vida. La mirada de Afrodita había sido de total incredulidad, porqué él se había enamorado de muchos. Saga había sido unos, Albiore estaba muy cerca, pero podía incluso comentar a aquel chico de segundo que olía a mentas y siempre le sonreía cuando estaba en el recreo, con el uniforme de deportes. Terrible sorpresa fue darse cuenta que el pobre niño lo creía niña cuando se confesó.

DM parecía no sentirse en lo absoluto distinto por no haber tenido un enamoramiento así de intenso. Según relataba, sus relaciones fueron esporádicas y más bien anormales. Tenía sexo, sí, y había tenido su par de pequeñas obsesiones, pero para algo tan serio y real como Afrodita parecía buscar en todos aunque no atinara siempre en alguno no lo había vivido.

—A veces me das envidia, ¿sabes? Quisiera ser así de idiota a ver cómo se siente.

—No me quites las palabras de la boca, DM. ¡Justo estaba pensando en eso!

Enamorarse podría ser complicado y hasta doloroso. ¿Pero que sería de él sin un nuevo amor cada día? Además, extrañaba mucho unos brazos en su cama rodeándolo y sobrecogiéndolo y esos brazos empezaban a tomar la forma conocida de los bellos bicepts de Albiore.

Por lo tarde que salieron y los bebidos que estaban, los dos determinaron que lo mejor era quedarse en un mismo sitio. Al menos Afrodita no quería volver a dar otro espectáculo como el anterior frente a l casa de Albiore, así que aceptó la invitación de su amigo de dormir en su casa. Fue natural llegar y derramarse en el primer mueble para quedar rendido, sin siquiera preguntar cuál era la hora. No fue sino hasta el otro día que se hizo consciente que tenía dolor de cuello y había dormido con toda la ropa encima. DM no había tenido mejor final en su propia cama que por cierto, lucía tan desordenada que estaba seguro que tenía días sin arreglarla.

Afrodita, en agradecimiento, preparó un caldo de esos reparadores para después de una resaca, que dejó servido para cuando DM despertara. Aprovechó y se dio una ducha, aunque tuvo que ponerse su misma ropa, pero al menos saldría más despierto y en mejores condiciones así. Tomó de su propio caldo pensando en todo lo que hablaron y en como cambiaría de ahora en adelante su comportamiento con Albiore. Una sonrisa rozaba a sus labios de solo pensarlo.

De regreso a su residencia, esperaba de momento no encontrárselo y no por querer alargar su nueva resolución. No quería simplemente presentarse frente a él con la ropa del día anterior. Pero como todas las cosas, Murphy se empeña de manera despiadada cuando creemos que todo puede ir bien o cuando nos hacemos la idea de que pudo ser peor. Albiore estaba en frente de la cerca de su casa, con los trajes deportivos que solía usar —parecía haber acabado de trotar—, sudado y con las manos en los bolsillos.

Por la manera en que veía a su casa, estaba claro que algo estaba esperando de ella. Afrodita apresuró el paso al verlo y notó el instante en que Albiore volteó y logró observarlo acercándose a él. Hurgó entre su ropa para ubicar a las llaves y sin pensarlo demasiado, más bien alarmado, inició la conversación con lo primero que se le pasó por la cabeza para explicar la presencia de Albiore allí.

—¿Alguien intentó meterse? —Miró con precaución a su casa, el estado de la puerta y un segundo después a sus rosales.

—Oh… no, no, nadie intentó. Solo… me extrañó que la casa estuviera apagada toda la noche.

—Es que no dormí aquí, me quedé afuera. —Afrodita explicó con naturalidad, resintiendo de nuevo esa sensación de peligro y deseos de correr que se agravaba cuando lo tenía tan ceca. No se percató en el momento del rostro desairado de Albiore y ni siquiera de cómo podría escucharse sus palabras.

—Ya veo… ¿Te divertiste en la cita?

—Oh, me divertí mucho. —Afrodita abrió por fin el portón—. Siempre me divierto con él y como bebí de más…—Pestañeó—. Un momento, ¿cita?

Cuando volteó, miró como Albiore subía la mirada ligeramente apagada y tenía una posición encorvada, tan solo un poco, pero lo suficiente para que Afrodita, echando de lado todas sus dudas naturales, se diera cuenta que “algo” estaba pasando allí que no se había percatado. Algo que golpeteó con fuerza contra su pecho.

—Oh no, no fue cita. —Le sonrió nerviosamente, procurando corregir el enorme error que estaba cometiendo en ese momento—. Solo bebí con un amigo, y como estaba muy bebido, me quedé en su casa. Me duele el cuello, no estoy acostumbrado a dormir en muebles.

—Necesitas un masaje. —La sonrisa entre intimidada y aliviada de Albiore le enterneció, tanto como el hecho de haberse percatado que no había dormido allí—. Entonces debes estar cansado. Te dejo descansar.

Afrodita se recostó sobre uno de los pilares de la cerca, apoyando sus brazos allí mientras Albiore daba un par de pasos hacia atrás y decidía tomar el rumbo de su casa. Por primera vez, se detuvo al percatarse de todos esos pequeños detalles que eran fáciles de ver, al menos para otra persona que no fuera el distraído de Afrodita, que los había estado ignorando hasta ese momento. La manera en que Albiore buscaba su mirada y al mismo tiempo la bajaba, esa sensación de querer decir algo y no poder. Cuando lo vio caminando, ya dándole la espalda, el vacío en su estómago ante esas señales tan difíciles de analizar lo empujó a hablar de nuevo.

—Eh, ¡Albiore! —El aludido volteó y Afrodita le sonrió con aún algo explotándole en el estómago de forma agradable—. ¿Me querías decir algo?

—Bueno, pensaba hacerlo pero creo que será mejor en otro momento.

—¿Y me dejarás con la duda? —La emulación en la voz de Afrodita sonaba a un ligero coqueteo, que él estaba asumiendo a consciencia. Albiore lo miró, inclinado sobre la columna a medio cuerpo de su casa, con una sonrisa y los bucles celestes moviéndose perezosamente por la acción del viento. 

No pudo evitarlo. No pudo contener la sonrisa cuando Albiore se sonrió de igual manera, más tímido y pasó una mano tras su nuca, detrás de la cola que recogía su esponjoso cabello. Era extraño verle esas muestras de timidez, pero absolutamente más refrescante, porque indicaba que había algo que hasta ahora no se había dado cuenta y que era de beneficio para ambos.

Albiore se acercó hasta la columna, enderezándose un poco y Afrodita hizo lo mismo para no quedar tan bajo de su altura. Le sonrió suavemente mientras veía a Albiore con la mirada encandilada, como buscando la manera de decirlo. No sabía cuánto esfuerzo estaba haciendo para no tirar de él y besarle largamente.

—Hay… hay un evento de bowling mañana en la noche, quería ver si te gustaría… no sé, salir allá, conmigo. No sé si te gusten los bolos.

—No soy muy bueno en ello. Pero al menos tumbo un par. —Los dos rieron, más por el momento que por el hecho de tumbar o no polos. 

—Puedo enseñarte. Solo es cuestión de un par de trucos y…

—Acepto la salida. ¿A qué hora paso por tu casa?

—Pensaba venir por ti.

—Da igual, estás más cerca de la salida que yo. —Afrodita sentía que algo brillaba en é, algo que se transmitía de alguna forma en Albiore, en la luz de su mirada y en el incipiente nerviosismo que tenían ambos—. ¿A las seis estará bien? 

—Sí, estará bien.

Quedaron de acuerdo con la hora en que se verían, entre risitas nerviosas y miradas vacilantes. Para cuando Albiore se alejó, la sonrisa de Afrodita no podía ser más amplia. Estaba que reía de felicidad mientras pensaba en las posibilidades que esa cita inesperada podría tener para él. Así emocionado, apretó su mano en la columna solo para sentir el tallo de algo conocido en sus manos. 

Una rosa. No recordaba haber llevado una rosa.

Notas finales:

Gracias por sus comentarios :3


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