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Hado por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Gracias por esperar el capítulo. Ahora empezamos a internarnos más en los sueños de Afrodita y el significado de ellos.

La cara de idiota que tenía Afrodita desde la cita no había cambiado. A veces se sonreía solo, miraba a lo lejos como si estuviera perdido en sus memorias, o buscaba la pantalla de su celular para cerciorarse de algo antes de suspirar. DM ya conocía el comportamiento, y sinceramente le había agradado desde el inicio. Significaban que las cosas iban muy bien.

Lo comprendió el primer día, y el siguiente, y el que siguió después de aquel. Pero para el jueves, ya era necesario que alguien lo bajara de las nubes: estaba muy distraído, olvidaba pendientes y lo peor, había contestado el teléfono de una forma… poco profesional. El jefe se había enojado y había llamado su atención, aludiendo que el hecho de tener “sus gustos” no significaba que lo trataran así. Claro, DM atribuyó ese regaño tan exorbitante a una razón muy… inusual.

«Seguro le hiciste dudar de su hombría»

Afrodita rio, rio y rio, en medio de sus lágrimas fugaces entre rabia, vergüenza y ganas de cambiarse el nombre. Agradeció infinitamente que DM se acercara a él al baño luego de aquel regaño tan humillante.

—Esto fue fatal… —Se cruzó de brazos contra la pared del baño, con el rostro húmedo tras haberse enjuagado para aliviar el color de su piel—. Jamás me había sentido tan idiota.

—A la gente se le olvidará esto cuando salga el nuevo chisme. Así que no te preocupes.

—¡Pude perder el trabajo!

—¡Pero no pasó! —Aludió con una ceja enarcada mientras jugaba con su propio píe tentando la línea imaginaría entre la cerámica—. ¿Para qué atormentarse? Es más, hagamos algo y bebamos mañana. Vamos al club de siempre, nos emborrachamos…

—No puedo. —DM levantó la mirada para ver el cambio de la expresión de Afrodita, quien abandonó su cara de tragedia para sonreírse con la misma dulzura que había observado en esa semana—. Albiore viene por mí mañana, iremos al cine.

El silbido lo avergonzó y animó por igual, coloreando de nuevo su rostro en un tono malva. Pero no podía ocultar la emoción y las expectativas que tenía de esa salida y de todos los acercamientos. De cómo iban avanzando… de cómo había empezado todo.

Tras esa ligera y honesta confesión en el salón de bowling, ellos salieron en busca de algo de comer. Tímidamente, siguieron de manos tomadas mientras caminaban la calle, ajenos de las miradas y respaldados de la oscuridad de aquella avenida, que les otorgaba cierta privacidad. Sabiéndose en Athenas y con la posibilidad que algún grupo ultraderecha los encontrara y decidiera atacarlos por extranjeros y gays, debería haberse sentido en peligro. Pero de repente se sentía capaz de defenderse y envenenar a cualquiera que quisiera destruirle el idílico momento que estaba viviendo tomado de la mano de Albiore.

Durante la salida, compartieron los hot dogs tal como les había provocado, recibiendo cada quien ayuda del otro para limpiar la salsa que quedaba en la comisura de sus labios. Se sonrieron en medio del proceso, comieron con Coca Cola y comentaron viejas anécdotas de universitarios. Albiore terminaba una carrera técnica, así que hablaron mucho al respecto conforme caminaban. 

Al final, Afrodita comprobó que pese a que Albiore quizás no lo pensaba como un atajo a la cama, estaba dispuesto a ir al ritmo que él quisiera, sin dudarlo. Fue contra un árbol en el parque cerca a la residencia que lo acorraló, aprovechando la oscuridad que un faro quemado le confería entre la noche. Fue allí donde se quedaron besando largamente, en medio de la noche. Fue allí donde sintió las manos de Albiore envolverle el cuerpo y sus manos se movieron hasta la nuca, jugando con mechones rubios, mientras sentía a Albiore formando rulos con sus dedos. 

Tuvo que separarse cuando le faltó el aire y se sintió acalorado por todos lados. Supo que la excitación a la que habían llegado no aceptaría otro rumbo más que llegar a la cama, pero era muy pronto. Con labios, dientes y lengua ya se habían besado esa noche, para Afrodita era más que suficiente, pero tuvo que admitirse vencido cuando Albiore lo buscó con su nariz y rozó la de él mientras recuperaba el aliento. Eso… eso terminó por dejarlo a sus pies.
 
¿Cómo podía ignorar las palpitaciones que sentía en todo su cuerpo cada vez que recordaba esa salida, esos besos?

De nuevo DM tuvo que hacerlo aterrizar cuando la cara de Afrodita volvió a transformarse en puro amor y sosiego. Lo instó a trabajar y dejar los pensamientos sobre rubios karatecas para otra ocasión.

Tal como habían quedado, al día siguiente Albiore fue a buscarlo a la salida de la editorial. Afrodita aprovechó para presentárselo a su amigo y como era de esperarse, DM le dio un escrutinio rápido lo suficientemente intenso como para intimidarlo. Afrodita rio y se tomó de la mano con él, habían hablado de la posibilidad de compartir juntos una salida. DM parecía no importarle hacer un mal tercio y Albiore se mostró agradado con la idea de tomar un par de cervezas juntos. 

Se despidieron y tomaron el camino hacía el metro. Pese a que se habían visto entre semanas, y habían hablado en el jardín, no habían tenido tiempo para estar así, aunque… Afrodita debía confesar que en parte así lo había preferido. Era delicioso esperarlo… y así las cosas irían más lentas. Porque a juzgar por lo del árbol, no tendría mucho tiempo la ropa encima.

—¿Ya puedes dormir mejor? —preguntó Albiore mientras bajaba las escaleras con Afrodita, evadiendo la mirada de muchos que al verlos tomados de manos parecían ofendidos.

—Pues… creo que ni tiempo he tenido de pensar en pesadillas o algo así.

—¿Pesadillas?

—Sí, cosas sin relevancia. —Afirmó con una sonrisa, al doblar por el pasillo—. Solía tener como sueños extraños, sin sentido, que me alteraban. Creo que aún los tengo pero… he decidido dejar de prestarles atención. 

—¿Cosas como cuáles? 

Albiore se adelantó a hacer la fila para comprar los tickets, mientras prestaba atención a las palabras de Afrodita. Este le sonreía agradecido. El que tomara en cuenta su anterior insomnio era algo encantador, aunque debía admitir que había estado tan feliz, que incluso había dormido mejor que en muchas semanas atrás. Estaba hasta convencido que la noche que tuviera sexo con Albiore, dormiría como un bebé y no sabría de más hasta el otro día. La sensación sobrecogedora de dormir con ese cuerpo a su lado, rodeándolo, le provocó un ligero escalofrío y cosquilleó en tantas zonas de su cuerpo que se vio obligado a carraspear. Solo imaginar lo que sería acariciar esas gruesas piernas o apretar esos duros glúteos…

—Cosas extrañas. —Intentó dejar de pensar en la desnudez provocativa de Albiore, y seguirle el ritmo a la conversación—. Es que, algunos no eran realmente malos sueños, solo extraños. Y perturbadores. Cosas por ejemplo, de yo caminando en un templo griego. No hablo de las ruinas que tenemos en casi toda Grecia, no, eran templos, en buenas condiciones, brillantes, con mármol que reflejaba mi presencia… ¿Ves? Cosas extrañas.

—Comprendo. —Cruzó un brazo sobre el hombro de Afrodita, aprovechando la diferencia de altura—. Te debes ver muy apuesto caminando en un templo forrado de mármol.

—¡Mármol y rosas!

Era agradable poder tocar el tema de los sueños sin sentir que Albiore lo miraría como un loco descerebrado que tenía visiones extrañas. Más aún si lo acercaba de ese modo. Se quedó a su lado cuando entraron al vagón del metro y no consiguieron un puesto para sentarse. Afrodita tomó el sujetador del techo y Albiore hizo lo mismo, ambos cercas peor intentando no tocarse mientras estuvieran dentro del transporte. No querían algún tipo de insulto desagradable en un lugar público y cerrado como ese, y era bueno que ambos hubieran pensado en lo mismo. 

Pero así de cerca y aprovechando los momentos en que se rozaban por el movimiento del metro, Afrodita le contaba algunos de sus sueños, aquellos que no eran tan perturbadores como el que lo soñó muerto. Lo hizo mientras el vagón se llenaba y la gente transitaba en las paradas.

Entonces, ocurrió. Afrodita sintió como un espadazo desde la distancia, como un peso que se atoró en su espalda en un solo punto. Sintió el aliento gélido y todo a su alrededor dejo de tener importancia cuando se hizo conocedor de esa verdad. Ese algo que se sintió, idéntico que aquella vez.

Afrodita no pudo contener el impulso de buscar el origen de aquella mirada aplastante, capaz de quitarle el aire con solo sentirla en su cuello. El vértigo se convirtió en algo más real cuando atravesó su esófago y se sintió asfixiado. Tomó con fuerza la mano de Albiore, lo necesitaba. De algún modo la calidez de su palma apretándole fue suficiente para sostenerse y evitar que aquella sensación de ahogo fuera capaz de tumbarlo.

Aquello estaba allí, en esa mirada. Afrodita volteó para encontrarse con el par de ojos azules que lo miraban a unos metros de él, en el mismo vagón, sostenido del otro lado de la compuerta. La esbelta figura era un hombre, como él, quizás un poco más joven, de cabello rubio y ojos azules y enigmáticos, que tenían una fuerza de atracción más allá de las palabras. Estaba allí, envuelto en vaqueros, una chamarra de jeans, una camisa negra. Un joven cualquiera, podrían creer. Afrodita sentía algo que hacía resonancia con su interior y esto pulsaba con explotar.

Ese hombre había bajado de nuevo la mirada, y se enfocó en el libro que tenía en manos, de portada vieja y amarillenta. Sin embargo, el efecto de su potente escrutinio había quedado en la atmosfera del metro. Afrodita aún podía sentirlo, como miles de ojos mirándolo desde todas y ningunas partes. El desosiego experimentado aún tenía su garganta tensada y le impedía hablar.

—¿Estás bien? —La voz de Albiore intentaba alcanzarlo pero no era posible, no mientras Afrodita tuviera sus ojos sobre aquel hombre que ahora parecía ignorarlo.

Si la presión que había dentro de él, comparable a mil bombas, existía sin que el hombre lo miraba, esta se elevó a millones cuando de nuevo subió su mirada y los ojos azules volvieron a encontrarse. Afrodita estuvo seguro, lo había visto mover los labios. Suave, imperceptible… aterrador. 

El metro se detuvo y el sonido del vagón indicó que se abrirían las compuertas. Afrodita no fue capaz de moverse, ni siquiera de escuchar la voz que anunciaba la nueva parada. Fue la decisión de Albiore lo que provocó el cambio. Jaló de Afrodita y se movió entre la gente para alcanzar la puerta y sacarlo de aquel vagón, tan rápido como pudo. Tanto que parecía que ocurriese algún tipo de persecución. No se percató de esto hasta que habían avanzado ya hasta las escaleras eléctricas.

Albiore se detuvo de golpe y giró el cuerpo para encontrarse de nuevo con Afrodita, cuyo rostro ostentaba un bellísimo tono blanco, pálido, debido a la sorpresa.

—¿Estás bien? —Afrodita escuchó por fin la voz de Albiore pero solo fue capaz de asentir en respuesta. Entonces lo vio fruncir su ceño. El rostro de Albiore adquiría un poco más de edad así y pronto se vio envuelto por sus brazos a los que él no se negó. 

Apretó sus manos en puños sobre la chamarra y cerró sus ojos. El perfume de Albiore era delicioso, pero aun así no podía desprenderse del todo de aquella horrorosa sensación palpitante en todo su cuerpo, en cada extremidad. Aún se sentía víctima de alguna clase de hechizo, y el aroma de las rosas se levantaba a su alrededor, mucho más fuerte que la penetrante loción masculina. Arrugó los párpados mientras recibía la caricia en su espalda, aferrándose a él como si fuese lo único real en esa realidad.

—¿Fue eso… lo que pasó? ¿Aquella vez? —Volvió a asentir a esa pregunta y tragó grueso, negándose a hablar—. ¿Con él…?

Afirmó… era el mismo. El mismo rubio de ojos azules y mirada potente… el mismo que parecía tener todas las verdades en sus irises.

Esperó que Albiore no preguntara más. No sabía de qué modo se podría explicar esa desagradable sensación por esos encuentros. 

Mucho menos el porqué.

Notas finales:

¡Gracias por sus lecturas y comentarios!


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