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El embaucador de dioses. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos:

Esta historia como todo lo que escribo es del género yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano.

Siempre me han gustado mucho los personajes de Kanon y Radamanthys, y los dos juntos, pero nunca he podido leer una historia en la cual no hagan excesivamente sumiso a Kanon, o que pongan al Wyvern como uke, así que aquí esta, prácticamente me la escribí de regalo de cumpleaños y también se la dedico a Yuriko Hime.

Sé que les gustara esta historia tanto como a mí, por cierto, consta de tres capítulos más un epilogo, por lo que ahora son 4 capítulos.

Mil gracias por su atención y sus comentarios.

Y como amo esta pareja, sí, así de loca estoy, ya pensé en la secuela.

KRKRKRKRKRKRKRKRKRKRKRKRKRKR

El embaucador de dioses.

Resumen: Kanon es un hombre reformado, pero a pesar de eso, aun mantiene un deseo oscuro en su corazón, un dragón de escamas doradas que lo cautivo desde su juventud, por el cual está dispuesto a lo que sea, con tal de tenerlo para sí.


El dominio del dragón.

— Pues ya que tendrás que pasar seis meses a mi lado, Radamanthys, te demostrare que me deseas.

Si acaso su jugarreta había funcionado, pensó Saga, asombrado por la astucia del menor y como este podía controlar al juez del inframundo únicamente con sus besos o sus caricias.

— ¿Eso piensas?

Le reto el juez, limpiando sus labios con el dorso de la mano, furioso como nunca antes lo había estado.

— Embaucador.

Radamanthys lo estaba retando al llamarlo de aquella forma, Kanon podía sentir la mirada de todos los presentes en ellos, la sorpresa del mayor y la sensual expectativa de su dragón, el que aun estaba entre sus brazos.

— Cuando tú lo dices suena como un cumplido.

Probablemente debería tener algo de modestia, no besar a su dragón frente al patriarca con sus tres santos favoritos, Deathmask, Shura y Afrodita, pero le daba lo mismo lo que pensaran de su persona, arrebatándole otro beso apasionado a su rubio amante, quien en vez de comportarse como supuso su hermano que lo haría, pidiéndole algo de decoro, alejándose de Kanon, lo beso con la misma fuerza, enredando sus manos en su largo cabello azul.

— ¡Búsquense un maldito cuarto!

Deathmask parecía molesto, Shura sorprendido y Afrodita algo sonrojado, Saga parecía sumamente sorprendido, comprendiendo que su hermano tenía razón, el espectro lo deseaba.

Radamanthys al escucharlo estuvo a punto de responder a su provocación, pero Kanon, quien ya no quería perder más tiempo en charlas inútiles jalo a su dragón de la muñeca, llevándoselo de aquel sitio utilizando una de sus técnicas para llevarlos a la casa de géminis.

Suponía que no debería utilizar sus habilidades de combate para realizar tareas mundanas ni saltarse el aburrido camino hasta su habitación, en donde Radamanthys al ver que estaban en un cuarto con una cama, lo empujo en contra de ella, usando su mayor masa muscular a su favor.

— Eres un tramposo.

Kanon asintió, claro que era un tramposo, no era su culpa que fuera mucho más inteligente que los demás y que usara esa cualidad para obtener lo que deseaba, así que besando el cuello de su Wyvern se aferro a su camisa jalándola con fuerza, escuchando el reconfortante sonido de la tela desgarrándose.

— Sí, lo soy, pero eso te gusta.

Su respuesta recibió una risa de Radamanthys, quien por un momento lucho por la dominancia hasta que Kanon logro voltearlo, llevando sus manos a sus muñecas para detenerlo unos instantes, disfrutando de la imagen del rubio en su cama, quien estaba sonrojado, relamiéndose los labios antes de besarlo con fuerza haciéndole un espacio entre sus piernas.

— La vanidad es un pecado que detesto.

Kanon supuso que así era, pero encogiéndose de hombros comenzó a besar el pecho de Radamanthys arrancando mas partes de su ropa, escuchando los gemidos del rubio que llevo sus manos a su cabeza, acariciando su cabello.

— Creo que te gusta mi cabello.

Le informo separándose para poder quitarse la camisa y su cinturón, Radamanthys gateo hacia él para besar su pecho sosteniéndose de su cintura, abriendo sus pantalones pero sin romperlos, su amante rubio tenía mucho más cuidado con su ropa que el con la suya.

— Tienes cabello de chica.

Le informo antes de besar su vientre, llevando sus manos a la apertura de su pantalón para acariciar su sexo con ellas, escuchando gemidos de Kanon, quien se rio al escuchar esas palabras, tal vez tenía cabello de chica y en general era mucho más hermoso que su Wyvern, pero sabía que su dragón deseaba ser poseído por él.

— Aun así quien terminara con las piernas abiertas y gimiendo serás tu, mi pequeño dragón.

Radamanthys no dijo nada al respecto, porque no podía, en ese momento su boca estaba ocupada con su erección, tratando de meterla toda, chupándola y lamiéndola, escuchando los gemidos de Kanon, quien llevo sus manos a su cabeza, empujando sus caderas para llegar más profundo.

— Algo he hecho bien, porque los dioses te pusieron en mi camino.

Radamanthys se separo de golpe, besando a Kanon de nuevo pensando que solamente el embaucador pensaría que un espectro era un premio de los dioses, quien lo empujo en la cama para arrancarle los pantalones así como sus botas negras con demasiada facilidad, riéndose al ver la molestia del menor, quien le permitió desvestirse llevando su mano a su propia erección, rodeándola para acariciarse al mismo tiempo que jadeaba, sus ojos fijos en los suyos.

— O me están castigando contigo.

Kanon al escucharle decir eso se relamió los labios retirando las manos de Radamanthys de su propio cuerpo, no estaba dispuesto a permitir que nadie más tocara a su dragón, ni siquiera su amante, cuya respiración era errática, sus pupilas dilatadas, deseoso por ser poseído de nuevo.

— En ese caso, me alegra que seas un espectro, así puedo castigarte cuantas veces quiera.

Pronuncio, separando las piernas de Radamanthys para llevarlas a sus hombros, esta vez no lo prepararía, ya sabía que a su dragón le gustaba el dolor, además, era fuerte, podría resistir sus embistes, ya lo había hecho con anterioridad.

— ¿Estás listo?

Radamanthys asintió esperando aquel dulce tormento, recibiéndolo con gusto, aferrándose a la espalda de Kanon como si se estuviera ahogando, marcando su espalda con sus dedos, líneas rojas como el mapa de un tesoro.

— Siempre eres tan apretado.

Radamanthys no dijo nada, permitiendo que los embistes continuaran golpeando su próstata, cerrando los ojos perdido ante el placer que Kanon le brindaba, quien usaba todo lo que tenía, besando cada parte del cuerpo de su rubio amante que estaba al alcance de su boca, sosteniéndolo de las caderas para que no pudiera moverse.

— Tan dócil.

De pronto la semilla de Kanon se derramo en su cuerpo, llenándolo con esta, mordiendo el cuello del menor, que también finalizo entre sus vientres, pero aun no era suficiente y el dragón marino volteo al Wyvern, colocándolo de rodillas en la cama, penetrándolo de nuevo, continuando con su vieja danza escuchando más gemidos de aquellos deliciosos labios que chupaban sus dedos, lamiéndolos, como su cuerpo lo recibía sin pudor alguno.

— Tan…

Susurro después de algunos momentos, no sabían cuanto tiempo se habían entregado al deseo, al placer pero al fin comenzaban a sentirse plenos, cansados, adoloridos, Radamanthys estaba sentado sobre Kanon, quien lo subía y bajaba con demasiada facilidad, como si pesara mucho menos que una pluma.

— Mío…

Radamanthys no negó aquellas palabras, no tenía la fuerza cuando su orgasmo lo alcanzo de nuevo, no sabía cuántas veces lo habían hecho, pero creía que ya eran demasiadas si es que eso podía existir, demasiado placer o demasiado de Kanon, quien de nuevo mordió su hombro, llenándolo con su semilla jadeando en su oído antes de derrumbarse en la cama con el espectro en sus brazos.

— Eres mío…

El espectro trato de mantenerse despierto unos momentos, sintiendo como Kanon los cubría a ambos con una sabana, acariciando su cabello primero para recorrer sus cejas después, rodeándolo con sus brazos, pegándolo a su cuerpo, dispuesto a dormir con su enemigo en sus brazos.

— Radamanthys.

Kanon despertó la mañana siguiente con el sol del mediterráneo calentando su cuerpo a través de la ventana, ese era sin duda su mejor amanecer después de aquel primer día en que salió a la superficie, porque a su lado, en la pequeña cama que poseía, se encontraba Radamanthys de Wyvern, completamente desnudo y durmiendo, demasiado cansado por las actividades que realizaron al ingresar en el templo de géminis el día anterior.

Como se amaron en ese momento, a ninguno le importo lo que pensaran los demás, solo se entregaron mutuamente, complaciendo sus cuerpos y sus almas, su dragón dorado estaba casi domesticado, pero aun le faltaba mucho para lograr que comiera de su mano, pero al menos ya estaba a su lado, dejando que cumpliera cada uno de sus caprichos.

Al dragón marino le importaba muy poco si su hermano pudo dormir o si se quedo en el templo de géminis lo suficiente para escuchar sus placeres, pero suponía que Saga no era un fisgón, así que seguramente tuvo que ir con alguno de sus tres santos favoritos a pasar la noche con ellos, Shura, Deathmask o Afrodita, o se fue a sus propias habitaciones en el templo del patriarca, las que nunca usaba por alguna razón que no alcanzaba a comprender.

Kanon se recargo en su codo para admirar mucho mejor al rubio espectro en su cama, tratando de conciliar su apariencia actual con aquella que tuvo a los quince años, encontrando que le gustaba mucho más en su madurez.

Los dedos de Kanon se pasearon unos momentos sobre las cejas de su amante, quien despertó para mirarlo aún medio dormido, parecía cansado y la marca rojiza en su cuello donde lo beso con demasiada fuerza le hacía ver mucho más hermoso, mucho más cuando frunció el seño casi como si estuviera molesto.

— Embaucador.

Kanon comenzó a reírse, aquel apodo le gustaba, sin darse cuenta le daba poder al llamarlo de aquella forma “El embaucador de dioses” y si lo decía con esa expresión le hacía sonar como el antesala de otros placeres, por lo cual beso la mejilla de su rubio amante primero, quien se apodero de sus labios poco después gimiendo en su boca.

El dragón marino se relamió los labios alejándose de su Wyvern, sentándose en la cama para estirarse con cierta pereza, escuchando que Radamanthys respiraba hondo para volver a cubrirse con las cobijas, prácticamente enredándose con ellas en la cama que compartían, no tenía ganas de levantarse tan temprano, sin importar la hora de la que se trataba.

— Me gusta cómo suena cuando tú lo dices.

Kanon se levanto de la cama con desenfado, seguro que tenía el templo sólo para los dos, buscando algunas toallas entre las cosas de su hermano, un uniforme limpio entre las suyas, un par de zapatos, vendas, todo lo que necesitaban para poder vestirse, finalizando con los jabones favoritos del mayor.

Ambos tenían que darse un buen baño, cambiar las sabanas y tal vez salir al pueblo cercano, estaba seguro de su victoria, pero de todas formas, se comportaría como si solo tuviera tres semanas para seducir a su Wyvern, que seguía durmiendo plácidamente en su cama.

Se tardo en bañarse esperando que Radamanthys lo siguiera, pero no lo hizo, en vez de eso se envolvió en las cobijas, durmiendo plácidamente en la cama que compartirían en el futuro con sus sabanas blancas, entre las cuales apenas podía verse asomada una mata de cabello rubio.

Kanon se rio entre dientes al verlo, depositando la ropa que le preparo, las toallas y los jabones en la silla que tenía junto a su cama, siendo ese un cuarto bastante modesto, el dragón marino esperaba que fuera suficiente para un juez del inframundo.

Poco después supuso que tenía que alimentarlo, él era bueno cocinando, prefería la comida marina, tal vez algún potaje de pescado o una pasta con almejas frescas, de las que buscaba cuando se zambullía en el mar cercano al santuario.

Esperaba que si el sonido de su ducha no despertó al hombre rubio en su cama, el aroma de su comida si, probablemente aquello hiciera el truco, creía que su comida era de las mejores.

Radamanthys termino por levantarse como a eso del medio día, se dio una rápida ducha y tomando en cuenta que su uniforme estaba destrozado por ese fastidioso dragón marino, no le quedo otra opción más que ponerse aquellos trapos que le dejo en la silla.

Los que eran nada menos que el uniforme del santuario de Athena, ropa idéntica a la que usaba Kanon, tal vez era su misma ropa la que le dejo para que pudiera vestirse con ella, de eso estaba seguro porque le quedaba un poco más ajustada que al embaucador, al menos en su pecho, brazos y caderas.

Observándose en el espejo pensó que necesitaba algo mas, cuando tuviera oportunidad, buscaría otras prendas que no fueran tan claras ni tan atenienses.

El sol entraba por la ventana, uno muy molesto que comenzaba a fastidiarle, acostumbrado como estaba a la oscuridad eterna del inframundo, y junto al astro ardiente en el cielo estaba el calor insoportable de aquellas tierras, el cual comenzaba a hacerle sentir un poco incomodo, pero su decisión estaba tomada, pasaría esos días en compañía del embaucador, después de eso, solo Hades lo sabía.

Radamnthys suponía que no sería fácil vivir en el santuario de Athena, el había asesinado a cinco de aquellos santos, los que seguramente querrían venganza, su lealtad pensaba era conocida por todos ellos y tampoco faltaría quien dudara de sus intenciones, preguntándose si lo único que deseaba era disfrutar de la compañía de Kanon al menos veintiún días o quería algo mas, ingresar en el santuario como el famoso caballo de Troya.

Sin contar que Kanon de dragón marino, su amante, probablemente estaría bajo la mira de los habitantes del santuario, él era el segundo gemelo, generalmente ellos no tenían mucha suerte en la tierra de los vivos, siempre los consideraban un ente maligno y el embaucador no sería la excepción, de eso estaba seguro.

Mucho más cuando se corrieran los rumores de que había decidido llevar a un espectro a su cama, no cualquier espectro, sino un juez del inframundo, aquello sólo podía significar dos cosas, una de ellas a como lo veía Radamanthys, era que si lo trataba como un esclavo lo convertían en el botín de una larga guerra, la otra, si lo trataba con respeto, su lealtad estaría entre dicho.

Para Radamanthys las molestias por las que pasaría Kanon por tenerlo consigo no valían la pena, era demasiado absurdo que hiciera un sacrificio como ese, pero quien era él para juzgar al hombre que engaño a los dioses.

Aunque fuera Poseidón, uno de los dioses al que los mortales, humanos como Minos, habían defraudado en más de una ocasión, el dios del mar era un ser bastante crédulo y si Kanon pudo embaucarlo, en todo caso era su culpa, por lo cual debería estar fuera de cualquier clase de castigo impuesto por los dioses del Olimpo.

Por lo que no entendía que hacía que su dios Hades quisiera castigar a Kanon por una acción que premio en su propio hermano mitológico, Minos de Grifo.

Quien recordaba fue el único que se atrevió a ingresar en sus habitaciones después de que Kanon lo visitara una última vez en el inframundo y vio con sus propios ojos el resultado de su despedida.

***

Radamanthys apenas comenzaba a levantarse con algo de esfuerzo, su cuerpo estaba cubierto de semen, marcas de mordidas y varios moretones, sus labios estaban hinchados, sangrando aun de sus heridas superficiales, su ropa desgarrada en el suelo completamente inservible.

Estaba adolorido, eso era cierto, también daba una imagen lamentable, pero siempre le había gustado el dolor, de formas en las que no podía comprenderlo siquiera, tal vez estaba en un error, pero eso no le importaba y si los dioses lo castigarían por eso, que lo hicieran, no era el único que estaba dispuesto a pagar por sus pecados cuando llegara el momento.

De que otra forma se habría entregado al embaucador si no fuera así, porque no podía decir que alguna de las ocasiones que compartió su cama con Kanon él había sido gentil, por el contrario, era un amante dominante que tomaba lo que deseaba, aun de él, un juez del inframundo, quien le dio justo lo que apetecía porque el embaucador de dioses lo satisfacía en sus extraños placeres ocultos, aquellos que nadie más que él comprendían, ni siquiera su propio dios Hades.

La primera ocasión fue tan extraña, no sabía si debería estar asustado o excitado, era un hombre mayor, demasiado fuerte, él que lo estaba tomando en contra de su voluntad cuando apenas abrió los ojos, el mismo que siempre lo encontraba en el momento indicado e ingreso a su casa de verano sin que nadie lo viera, como si se tratase de un asechador, y cada uno de aquellos días el simplemente se rindió entregándose al placer sazonado con el dolor acompañado de algo de miedo, no porque pensara que su pescador podía lastimarlo, sino porque sabía que no se le negaría nunca sin importar quienes eran.

Radamanthys tomo con voracidad aquello que se le ofrecía, el dolor y el placer, encarnados en un hombre cuya belleza jamás había presenciado, era en todo el sentido de la palabra un semidiós, la reencarnación de Pólux, a diferencia de lo que pensaban algunos que señalaban a Saga como el hermano inmortal, hijo de dioses, para él era Kanon, porque de donde más que de Zeus había heredado semejante astucia y fuerza mental.

Kanon era como uno de aquellos héroes míticos que tomaban lo que deseaban o si no lo destruían, como Aquiles o muchos otros, de esa forma le poseyó en el mar cuantas veces quiso y de no haber encontrado su surplice le habría buscado donde le señalo, en aquellas grutas para marcharse a donde ese extraño individuo lo señalara.

Le pregunto si sería su aprendiz, pero lo que en realidad deseaba saber era si sería su amante y suponía en ese momento que así sería, el amante de uno de los generales de Poseidón, hermano del falso patriarca de Athena, domador del Wyvern de Hades, otro dragón para un dragón.

Poco después su confusión fue mucho peor, cuando los recuerdos de sus vidas pasadas regresaron como si se tratasen de malos sueños o pesadillas, recodando cada una de sus vidas, las heridas sufridas en las guerras, pero nunca en toda su existencia había deseado a un hombre tanto como lo hacía con el embaucador, nadie podía poseerlo cuando portaba la armadura y antes de eso, sus encuentros siempre eran aburridos, esporádicos, con sombras cuyos rostros no podía recordar por mucho que se esforzara.

Así que cuando Kanon exigió que compartiera su lecho como si se tratase de una doncella, en vez de sentirse insultado aquello lo perturbo, eso era cierto, pero lo que más le extraño fue que lo deseaba, como anhelaba a ese hombre que portaba su casco para ocultar su rostro, pero el ya sabía de quien se trataba, era el mismo marinero que lo poseyó, no supo si en el pasado ya tenía su armadura o apenas la encontró, lo que supo fue que quería ser poseído por este fantasma de su pasado mortal de nuevo, aquella voz que lo torturaba en las noches sin sueño deseando no haber encontrado su armadura.

Durante la guerra peleo con fiereza, hizo todo lo que estaba en sus manos para destruir a quien deseaba y este gano, lo destruyo junto con su cuerpo, pero aun así, la forma en que lo sujeto de los brazos, el hecho de que prefirió morir a su lado que dejarlo libre destruyo la poca fortaleza que le quedaba para negársele en el Limbo, aquella tierra baldía de la que solo había escuchado hablar en contadas ocasiones.

Por supuesto que deseaba ser despertado por aquellos labios, pero más que eso, hubiera muerto una segunda ocasión por la posibilidad de abrir los ojos y encontrarse a Kanon sobre su cuerpo, tomándolo por la fuerza, arrebatándole cualquier clase de duda o pensamiento, lo único que deseaba era sentirlo a él, olvidándose de todo lo demás.

Minos creía que se trataba de un pervertido con gustos por demás extraños y tal vez tenía razón, porque a pesar de ser objeto de semejante maltrato, de ser humillado por un santo de Athena sin su armadura de todas formas lo deseaba, él, que atemorizaba a los espectros, cuyo poder era venerado entre los suyos a diferencia de los otros, clamaba por ser dominado en vez de dominar.

Le permitiría utilizarle como lo deseara cuantas veces quisiera, de la misma forma en que no pudo evitárselo cuando era un muchacho disfrutando los últimos días como mortal en las playas cercanas al santuario de Athena, donde conoció la libertad por primera vez en toda su existencia.

Cuando se despidió de su dragón marino, Kanon fue demasiado violento, le arranco la ropa y le forzó a tener sexo con él cuantas veces quiso, maltratando su cuerpo al embestirlo, mordiendo su cuello igual que lo haría un animal para marcar su piel como su propiedad, dejando sus labios hinchados por sus besos demandantes, sus músculos adoloridos por el esfuerzo, pero aun así, como disfruto del que pensó sería su último encuentro, del placer que le brindaba el dolor, de su deseo por el verdadero semidiós, por tener lo que se negó en un principio.

Kanon dijo amarlo como si de verdad lo hiciera, pero era absurdo, ellos se trataban de dos guerreros en ejércitos contrarios, las posibilidades de terminar lo que empezaron en esa playa eran mucho menores, sólo un sueño que no podría cumplirse.

El semidiós, el dragón marino, el simple guerrero o el pescador no podían ser suyos y el no podía pertenecerle, sólo era una ilusión que nunca podría ser.

Para el juez del inframundo, si Saga no podía ser una copia al ser quien nació primero, en ese caso era un intento fallido para alcanzar la perfección de su amante, el que tuvo la osadía de invadir por su cuenta el inframundo, perturbarlo a él, para después poseerlo en su propia habitación, sin ninguna clase de pudor ni respeto por su rango ni la frágil paz que se había forjado por que los dioses patrones del Olimpo así lo dictaron.

Fue así que Minos lo encontró aquella ocasión, recostado en su cama boca abajo, tratando de recuperarse de la intrusión realizada por Kanon, observando su ropaje desgarrado en el suelo, todas las marcas que su despedida le había producido, caminando de prisa en su dirección para intentar brindarle ayuda, cubriéndolo con su propia túnica dispuesto a vengar esa ofensa, a ofrecerle su ayuda para que pudiera limpiar la derrota de su cuerpo bañándose con la sangre de su atacante.

— ¡Esto debe saberlo nuestro dios Hades! ¡Esta ofensa debe costarle muy caro a ese embaucador!

Radamanthys negó aquello con un movimiento de su cabeza, no quería que Kanon fuera lastimado, por alguna razón deseaba mantenerlo con vida, seguro en el santuario de Athena, fue por eso que desobedeció a su dios y no le dio la granada negra, sino por el contrario, dejo que lo tomara una última vez, sólo para recordar aquel placer por el resto de sus vidas o lo que le quedaba de la eternidad.

— No es necesario Minos, yo deje que esto pasara.

Respondió al mismo tiempo que Minos le observaba caminar en dirección de su cuarto de baño, el que tenía una tina gigantesca, en la que se sumergió cerrando los ojos, estaba preparado para el castigo de su dios Hades, pero no para el que recibiría Kanon de ser condenado a pasar una eternidad en el inframundo.

— ¿Acaso has perdido la razón?

Radamanthys comenzó a reírse, probablemente ninguno de ellos la tuvo desde un principio, pero no diría nada en lo absoluto, no le veía el caso, porque después de todo, esa sería la última ocasión en la que podría disfrutar de aquellos placeres en compañía del perfecto Kanon.

— Tú lo has dicho, mis gustos son por demás extraños.

***

Eso era verdad, le gustaba el dolor y siempre lo asociaba con placer, pero hasta ese momento había dejado que alguien más pudiera tenerlo una vez que portaba su surplice, sin embargo, no creía que hubiera algún problema con eso, porque jamás volvería a ver a Kanon, o eso pensó Radamanthys, quien se descubría a si mismo sentado en la cama del embaucador, meditando las acciones que lo llevaron a él, un Wyvern, a sus redes de humilde pescador.

Riéndose entre dientes, parecía que desde que lo atrapo en esa gruta lo marco como suyo, le gustaría saber si Kanon pensaba en lo que hicieron en esas grutas cuando estaban solos, que podría decirle que no sonara tan patético para sus oídos como lo hacía para él, acaso debería confesarle que le gustaba imaginar que no encontró la surplice o que cuando lo hizo ya era su amante y no eran enemigos sino aliados.

Le habría ayudado a cumplir sus sueños con la esperanza de permanecer a su lado y suponía que su dragón marino también lo deseaba, porque de que otra forma le exigió entregarse a él cuando pudo hacerlo, diciendo que hubiera solicitado una semana, o seis meses, finalizando con toda una vida.

Y hubiera sido libre de Kanon de no ser por Saga de géminis, el hermano mayor de su dragón, quien era a su vez el patriarca del santuario de Athena, el que hizo que los tres jueces estuvieran presentes en los tratados de paz, por alguna razón que no alcanzaban a comprender del todo.

***

En aquella ocasión se sentía demasiado nervioso e intentaba por todos los medios no mostrar su inquietud, era fácil pensar que algo que no estaba bien, lo sentía en sus huesos, en su cosmos, en los hilos que manejaban el destino que lo puso en la cama de Kanon, en la forma en que de vez en cuando los guardaespaldas de Saga, el cangrejo, el pescado y la cabra, le observaban de reojo como si supieran algo que ellos no, logrando que comenzara a molestarse.

— Existe algo más que nos terminara de convencer acerca de sus buenas intenciones.

No fue hasta que Saga pronuncio aquellas palabras que Radamanthys comenzó a comprender que su obsesión era compartida, porque de que otra forma el sensato santo de géminis estaba cometiendo semejante locura.

— Radamanthys de Wyvern, al ser quien asesino a cinco santos dorados debe servirle al santuario por las muertes que ocasiono en la guerra, habitando seis meses al año las doradas tierras de Athena mientras dure la paz que hemos forjado con sangre.

Sus dos colegas enfurecieron inmediatamente y comenzaron a cuestionar las razones detrás de tan arbitraria condición, el no dijo nada, ya que entendía perfectamente a que se debía esa extraña petición, era parecida a la primera que pronuncio el dragón en el santuario de Poseidón, pero esta vez era mucho más larga y pronunciada por el hermano gemelo del pescador, el que fingía neutralidad, pero seguramente lo hacía para ganarse el perdón del hermano menor o su ayuda, siendo él una mente brillante que podía asegurar su puesto de patriarca si lo tenía de su lado, o tirarlo de este si lo hacía enojar.

— ¿No será en la cama del embaucador de dioses que planeas que realice aquel servicio?

Pregunto su señor, seguía tranquilo, pero comprendía la verdadera razón detrás de aquella condición, el patriarca deseaba sobornar a su hermano con algo que deseara, ese objeto, era su Wyvern, quien pensó por un momento haberse librado de su debilidad y de su deseo por el menor de los Dioscuros.

— ¿Piensas que mis espectros no son más que putas que mandare a otras tierras para firmar una tregua que yo no deseo?

Hades respiro hondo, controlando su molestia observándolo de pronto, notando como Saga que se encontraba especialmente tranquilo, demasiado para ser solicitado como un botín de guerra para el divertimento de un santo que ni siquiera tenía armadura, el que lo asesino y quien lo deseaba.

— En todo caso es tu decisión Radamanthys, puedes o no obedecerme, así que tú responde a este insolente mortal. ¿Quieres ir o no?

Radamanthys no se movió en un principio, el sabía que tenía que negarse, eso era lo que su dios hubiera deseado, pero su deseo por Kanon era mucho más fuerte que él, así que respirando hondo, tragando un poco de saliva, asintió, estaba de acuerdo con marcharse del inframundo para compartir la cama del embaucador.

— En ese caso hagamos una apuesta Saga de Géminis, si Kanon logra seducir a mi fiel Radamanthys, que lo ame más de lo que me ama a mí, en ese caso será suyo por seis meses al año, pero si falla, que es lo más seguro, Kanon pagara con una eternidad de tormentos, por insultar a Poseidón e insultarme a mí.

***

Aquellas fueron las últimas palabras pronunciadas por su dios antes de mandarlo lejos del inframundo, no como castigó, sino porque él se lo pidió de alguna forma, así que debía esperar, ver qué pasaba al final, disfrutar de ese tiempo otorgado, nada mas podía hacerse y no tenía caso alguno lamentarse.

***


El estaba tranquilo cuando atravesó el portal que lo llevaría al Santuario, Minos lo acompañaría, su hermano mitológico no estaba contento, el estaba seguro que actuaba creyendo que estaba haciendo lo mejor para su dios, que no tenía porque entregarse al embaucador, ni permitir que volviera a lastimarlo, así que antes de que le diera la espalda, el primer juez del inframundo quiso hablarle.

Bajo el sol ardiente del Santuario de Athena, Minos de pronto lo detuvo, quería hacerlo recapacitar, aun estaba a tiempo de abrir la caja que su dios Hades le dio para regresar al inframundo, no tenía porque soportar los insultos de Kanon, ni el dolor que le brindaría su afecto, ya que pudo ver cuánto daño podía infligirle a pesar del poder que ambos blandían en sus cuerpos.

— Puedes arrepentirte, Kanon será quien pague por este insulto.

Radamanthys negó aquello con un movimiento de su cabeza, esos pocos días eran lo mínimo que le debía como pago por los esfuerzos que Kanon estaba realizando para tenerlo a su lado, por todo el tiempo que pasaría en el inframundo al terminar esos días de gracia, siendo torturado como todas esas almas que tenían el desafortunado honor de ser las más corruptas, aquellas que cometieron actos indecibles, traiciones incalculables y tenían un sitio especial en los círculos de los tormentos del abismo.

— El ya te hizo suficiente daño Radamanthys, al menos deberías recapacitar tu decisión.

El espectro al ver la sonrisa de anticipación de Kanon se relamió los labios, algunas veces fragmentos de vidas pasadas lo perturbaban sin menguar su deseo de servirle a su dios, pero era el haberse entregado al embaucador lo que destruyo su templanza, esos pocos días junto a su dragón fueron suficientes para rendirse y sabía, que el peor daño lo hizo él cuando trato de ahogarse en ese mar, porque de no dejarse caer en el agua turbulenta, su amante no lo hubiera rescatado y ese extraño ritual no hubiera comenzado, el que terminaría con su pescador sufriendo eternamente en el inframundo.

— Estoy seguro de esto Minos.

Minos observo al ateniense fijamente, parecía tranquilo, como si tuviera el poder de aquella reunión y en efecto, ese mortal estaba consciente de su poder, de lo que era capaz de lograr con su astucia, esa alma retorcida podría servirles en demasía en el inframundo de no haber corrompido la esencia de Radamanthys con su audacia.

— Pero ese ateniense lo único que desea es utilizarte.

Quiso recordarle, ese hombre solo sentía lujuria, no lo amaba ni comprendía lo que estaba pagando solo por tenerlo en su cama, era un pecador que corrompería al Wyvern de su dios, quien se estaba volviendo débil al caer en las embusteras palabras de Kanon, en sus engaños como si no le hubiera servido de nada todos esos siglos bajo el dominio de su dios Hades para comprender la maldad de los humanos.

— El no es nadie para poseer a uno de los jueces del inframundo, tú no eres cualquier humano para que pueda utilizarte a su antojo.

Eso era cierto, en ese momento no era cualquier humano y en el pasado, no era cualquier persona para permitirse amar a un simple pescador, seguirlo a la gruta en donde los dos iniciarían su nueva vida, en el presente se trataba de uno de los jueces de las almas del inframundo, en el pasado de uno de los hijos de una familia adinerada de Inglaterra, de una u otra forma nunca estaba a la altura de Kanon.

Si Kanon fuera un simple pescador o un mortal cualquiera aquellas palabras tal vez serian ciertas, pero su amante era el semidiós, fue el Dragón Marino, el Santo de Géminis, era el Embaucador de Dioses, era un guerrero astuto y hermoso, bien podía no tener posesión alguna pero aun así, para el aquellas banalidades ya no tenían sentido, no cuando su dragón era tan poderoso que lo destruyo en el inframundo.

— El te asesino.

Eran enemigos en dos ejércitos rivales, aquello no podía considerarse un asesinato, mucho menos tomando en cuenta que fueron ellos quienes atacaron el santuario, eran los invasores y los atenienses simplemente se defendieron.

Cualquier hombre podría perdonar esas acciones, sin importar lo ciertas que fueran, su pescador era inocente de ese crimen, no así de muchos otros, pero a Radamanthys le importaba muy poco cuales eran los pecados de Kanon, los había leído uno por uno, lujuria, traición, avaricia, vanidad, faltas que todos los humanos cometían y su papel no era juzgarlo en ese momento, así que no dijo nada.

— Sin importar lo que pase Minos, cuanto pueda lastimarme Kanon en el supuesto de que yo no lo deseara, no es nada comparado con lo que yo ya le hice.

Minos apretó los dientes asintiendo, parecía que Radamanthys había tomado una decisión, le daría veintiún días a Kanon de géminis para tenerlo como le complaciera, pero al final de cuentas, eso lo único que lograría sería que su alma se condenara por toda la eternidad, los espectros no amaban, su hermano mitológico no podía ser diferente.

— Mi debilidad lo llevara a padecer el peor de los tormentos, al menos debo concederle estos pocos días.

Fueron sus últimas palabras, alejándose de Minos, con la caja entre sus manos para ser devorado por la boca del mayor, quien tratando de usar unas granadas para mantenerlo a su lado, lo recibió con tanto deseo como él que sentía por el semidiós.

***

El juez del inframundo respiro hondo antes de salir de aquella habitación para ser recibido con una imagen algo pintoresca, además de un aroma que inundo sus sentidos haciéndole ver que tan hambriento en realidad estaba, siendo esa la primera comida que probaría no sabía en cuanto tiempo, siendo ellos los sirvientes más cercanos a su dios hades, este los mantenía con su cosmos, los protegía de todo daño, aun de la inanición, por lo cual generalmente no comían ni bebían nada, a menos que fuera para su propio placer, como el licor que él consumía cuando necesitaba relajarse.

Radamanthys observo la mesa con sorpresa, sintiendo de pronto que Kanon caminaba en su dirección para besar su mejilla para darle los buenos días, e inmediatamente mostrarle su asiento, por el momento tenían el templo para los dos, sin ninguna clase de interrupciones mas allá del vino que Saga les dejo en la mesa la noche anterior.

Como pensó Kanon, su hermano no quiso interrumpirlos, prefiriendo darles la privacidad que tanto necesitaban, al mismo tiempo que suponía el menor, su hermanito no quería escuchar todos los sonidos que pronunciarían cuando por fin estuvieran juntos.

— Así que…

Kanon comenzó a pronunciar sentándose delante suyo, notando como Radamanthys al igual que todos los santos y suponía espectros era una persona de buen comer, con un diente para la comida marina, por lo que podía ver disfrutaba demasiado de aquellos alimentos, del pan, del vino, pero más de la pasta que termino cocinando para su amante.

— ¿Tenemos seis meses al año o sólo tres semanas?

Radamanthys arqueo la ceja mirándolo fijamente, para después beber de un solo trago el vino que le sirvió, sus ojos fijos en los de Kanon, quien a pesar de tratar de cambiar era sin duda aquel soldado con ese aire de autosuficiencia y crueldad, el embaucador de dioses, el pescador.

El que lo capturo con sus redes en el mar Ateniense, sin importarle que fuera un Wyvern del inframundo, pero este hombre no era un pescador, era un dragón marino y estos eran criaturas temibles que desataban tempestades, era obvio que no tenía una sola oportunidad para derrotarle o escapar de sus redes, ni siquiera deseaba hacerlo.

— Tenemos veinte días más o menos, Kanon, en esa caja traigo un reloj de arena, cuando esta se acabe yo regresare al Inframundo y me llevare un alma conmigo.

La caja estaba cerrada, nadie podía ver su interior, mucho menos Radamanthys, porque de hacerlo antes de que pasaran los veintiún días de prueba, regresarían al inframundo, cómo Eurídice se transformo en aquella roca por culpa de Orfeo, todo por no confiar en la persona que amaba.

— Esta alma será la tuya.

Pronuncio señalando a Kanon con su dedo índice, quien parecía sorprendido al escuchar esa información, supuso que Saga apostaría su propia vida o algo más, no la suya, pero aun así no querría que nadie pagara por su deseo.

— Dices que me quieres, pero yo te dije que los espectros no amamos, Saga aposto que yo me enamoraría de ti, es más, que ya te amaba porque de que otra forma me entregaría a uno de nuestros enemigos como lo hice y lo sigo haciendo.

Radamanthys no quería condenar el alma de Kanon a la clase de sufrimiento que se le tenía preparado, por eso trato de mandarlo lejos aquella ultima vez, sin embargo, había olvidado lo necio que eran los santos de la diosa de la sabiduría, aunque este no tuviera armadura o cualquier clase de pertenencia.

— Te lo advertí, pero nunca escuchan.

Kanon asintió, eso era cierto, pero de todas formas estaba seguro que Radamanthys debía sentir algo por él, de lo contrario, porque trataba de defenderlo de su dios, protegerlo de cualquier clase de castigo que le tenían preparado por sus pecados, por engañar a un dios.

— No le temo a los castigos de los dioses Radamanthys, eso no me asusta.

Radamanthys no creyó que pudiera asustarlo con eso, pero a diferencia de Kanon, el si le tenía miedo a los castigos de los dioses, los había visto y no quería que su pescador sufriera por esa pena, tal vez Minos tenía razón, se estaba volviendo débil o el general marino lo echo a perder cuando se vieron en esa gruta, la verdad era que lo deseaba, como nunca había deseado a nadie en toda su inmortalidad.

—No, dices estar listo para los castigos que los dioses tengan para ti, eso ya lo escuche antes.

El propio Radamanthys había solicitado piedad por Kanon, seguro de que no lo amaba, pero que no lo quería muerto, algo sumamente contradictorio, de lo que estaba consciente, pero aquí estaba él, en la mesa de su enemigo, disfrutando de su compañía.

— Así que tengo veinte días para enamorarte, no, para demostraste que tú me deseas.

Radamanthys asintió, estaba cansado de conversar, de perder el poco tiempo que les otorgaban con discusiones absurdas que no llegarían a nada, porque desear y amar eran dos cosas diferentes, él no amaba a Kanon, pero si le deseaba como a nadie.

— El deseo y el amor no son lo mismo Kanon, ya deberías saberlo.

Kanon sonrió, para él aquellos eran sinónimos, porque nunca antes había deseado a nadie como lo hacía con el Wyvern, el que se veía realmente apetecible con el uniforme del santuario, el que debió ser suyo desde siempre, tal vez de ser uno de los aspirantes a santo dorado se habría mantenido en el santuario, como el patriarca, haciendo que sus desquiciados sueños de juventud se cumplieran.

— Supongo que no, pero porque no lo averiguamos.

Finalizo, besando los labios del espectro rubio, hasta que los dos se alejaron tratando de recuperar el aliento, Radamanthys recargando su frente en el hombro de Kanon, este acariciando su cabeza con cuidado, con una sonrisa en los labios, seguro de su futura victoria.

— Supongo que eso no sería tan mala idea…

Epilogo.

Al mismo tiempo en el inframundo Minos estaba hincado delante de su dios Hades, quien portaba su forma verdadera, el que estaba recargado en el brazo de su trono, escuchando lo que su primer juez le estaba informando, sin prestarle demasiada atención.

— Mi señor Hades, Radamanthys tal vez actuó creyendo que eso era lo que usted deseaba que hiciera, su lealtad es inamovible y usted lo sabe.

Hades no respondió en un principio, ese embaucador de dioses había engatusado a su segundo juez, no solo eso, le había convencido de alguna forma de abandonar el inframundo por veintiún días, el mismo tiempo que ese mortal estuvo encerrado en cabo Sunion, pero al mismo tiempo Minos tenía razón, Radamanthys pudo malinterpretar sus ordenes, creyendo que eso era lo que deseaba que hiciera.

Saga se había atrevido a solicitar su servidumbre, pactar con él como si se tratase de un mercader o un usurero, el hermano mayor lo había insultado en beneficio del menor, a quien siempre había menospreciado, era como Minos, quien ahora mismo pedía piedad por el bien de su hermano menor, puesto que solo durante una vida nacieron de la misma madre, no así del mismo padre.

— Radamanthys duda de su amor por él, piensa que cuando pasen los veintiún días regresara al inframundo condenando a ese dragón marino, por eso preciso que abra la caja, Minos, así ganare la apuesta que realice con ese impostor.

Minos abrió los ojos casi desorbitadamente, eso quería decir que Radamanthys en realidad amaba al embaucador, aunque él no creía que fuera así, su hermano gustaba del dolor y lo poco que comprendía de su historia, los pocos días que pasaron juntos, esta no hablaba de afecto, ni respeto, sólo de lujuria e humillación.

— Aun así mi señor Hades, Radamanthys es afecto al dolor, el apego que pueda sentir por esa sombra no puede ser nada más que algo corrupto y tal vez, si ese hombre pudo engañar a Poseidón, a la diosa Athena, podría convencer a mi hermano de la falsa sinceridad de sus sentimientos.

Hades apretó los dientes primero, su Wyvern le suplico piedad por su dragón, pero al no recibirla, decidió entregársele durante los pocos días que le dejaría vagar en la tierra, traicionando su confianza, cambiando la lealtad que sentía por su dios, por el amor que sentía por el embaucador de dioses.

— Quiero que Radamanthys comprenda que la libertad es una carga muy pesada y que él amor es el peor de los sufrimientos.

Minos asintió, no se imaginaba que había pasado para que Radamanthys buscara su libertad, pero si comprendía que su dios Hades estaba furioso por esa ofensa, pero que castigaría a Kanon en lugar de a su Wyvern, haciendo que se preguntara cual era la razón de eso.

— Todos ustedes me pertenecen Minos, pero mi dominio jamás podría ser completo si no son ustedes quienes desean pertenecerme.

Hades de pronto se levanto de su trono y le dio la espalda, logrando que Minos comenzara a preocuparse por su vida, no era cosa de todos los días que sus jueces cuestionaran sus ordenes, temiendo mucho mas por la de Radamanthys, suponiendo que como su hermano mayor debía mostrarle cuan equivocado estaba.

— Puedes ir al Santuario si eso es lo que te apetece, serás mi embajador y si Saga está en contra, puedes decirle el verdadero motivo de tu visita, no dejare que utilicen a uno de mis soldados a su antojo.

****

Aioros había resucitado, no era esa la primera vez que pasaba, pero no con el cuerpo que dejo al morir, sino uno que tenía los mismos años que debió ser el patriarca si Saga no lo hubiera asesinado, quien era su amigo, podría decir que su hermano, aquel en quien confiaba y al que le hubiera donado su puesto, porque él no deseaba esa carga sobre sus hombros.

El había perdonado a Saga, seguro que la oscuridad que se comía su alma fue aquello que lo ataco, que uso a Shura como su ejecutor porque nunca podría usar su cosmos en contra de ese pequeño en particular, protegiendo a su diosa en sus brazos, peleando sin querer lastimar al joven santo de capricornio, un pequeño niño que no debía tener semejante responsabilidad en sus manos.

Shura, el que entrenaba más que los demás y nunca se rendía, el orgulloso santo cuya fría mirada lo estremecía, sus ojos claros, de un azul verdoso le robaban el aliento, su voz era música divina, su cuerpo un pecado en si mismo.

Aioros siempre lo había deseado, desde que lo vio por primera vez en el santuario, hasta que peleo a su lado para destruir al dios de la mentira en las tierras congeladas de Hasgard, pero ni en el santuario ni en esas planicies blancas pudo hablarle como hubiera querido, pensándose libre de aquel deseo que lo consumía como si se tratasen de llamas.

Sin embargo, los dioses les dieron una nueva oportunidad, resucitando a cada uno de los implicados en la guerra, reviviendo junto a su cuerpo el deseo inoportuno por su camarada de armas, quien ya no era ese pequeño de hermosos ojos claros, sino un guerrero, el tercero de los guardaespaldas del patriarca Saga.

Quien se merecía el puesto que le otorgaron, pero solo era temporal, seguro que no querrían que una persona que pudo ser corrompido por una entidad oscura fuera su líder y que cuando el regresara, le otorgarían el poder que nunca había deseado, el mismo que dejaría en las manos de Saga, sí podía constatar que su amigo ya estaba libre de toda oscuridad.

Aquello no le preocupaba tanto como su deseo, el mismo que lo alejaba de su diosa, que lo hacía débil y que aceptaba, porque había dado su vida en el pasado, murió para proteger a su diosa, ahora que cinco guerreros divinos la protegían el podía descansar.

Aioros creía que se merecía un descanso y aunque viajo para limpiar su alma de aquel deseo, cuando vio a Shura en compañía de su hermano, riendo de algo que dijo el menor, lo supo, no podría descansar hasta que ese guerrero lo amara tanto como sabía el ya lo quería, sin importar que tuviera que competir con su propio hermano de sangre.

Porque después de todo en el amor y la guerra, todo era válido, aun enfrentarse con Aioria por el afecto de Shura.

Fin.

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