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Sombras del pasado. por Seiken

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Capítulo 10.


 


Pasado.


—¿Ni siquiera la muerte es suficiente para lograrlo?


Su gran amor era un varón, y eso debería ser considerado una falta, pero no lo era porque se trataba de un tigre, no un león, su única falla verdadera, eso lo sabia muy bien, Tygus no, aparentemente.


—Te lo dije antes, Tygus, soy aquello necesario para que tú vivas, para mantenerte a salvo y si me he convertido en esto, es para mantenerte seguro, para poder amarte como tu te lo mereces.


Habían amarrado sus muñecas detrás de su espalda, para que no pudiera lastimar al nuevo rey de Thundera, o como el mismo se llamaba, al comandante Leo, aun amaba ese título, ya que era el que sentía se había ganado a pulso, mucho antes de ser quien era en estos momentos.


—¿Esto es necesario?


Quiso saber tratando de liberarse de las ataduras que lastimaban sus muñecas, al mismo tiempo que Leo se acercaba a el con paso lento, sosteniéndolo de la cintura, para recorrer su espalda con ambas manos, restregando su mejilla contra la suya, sumergiéndose en el aroma y el calor de su compañero por tanto tiempo perdido.


—No quiero que huyas.


Tygus no se movió, esperando que Leo liberara sus muñecas, pero no lo hizo, recorriendo esta vez sus caderas y sus nalgas, por encima de su ropa, ronroneando al sentirle de nuevo, tanto le extrañaba que no podía creer su suerte.


—Como si pudiera hacerlo.


Respondió jadeando cuando las manos de Leo regresaron a su cintura, obligándole a caminar en dirección de una mesita en donde había algunos cuantos pergaminos, Leo abrió su uniforme, quería ver su marca, cicatrizada, casi invisible, decidiendo que tenía que regresarla a su verdadera forma, aquella sangrante, roja, a carne viva.


—Nunca me has forzado…


Tuvo que recordarle, cuando le sentó en la mesa con los pergaminos, a todo esto, él no había tratado de resistirse, la fuerza de Leo siempre fue superior a la suya y bien sabía que abriría de nuevo su piel, su marca, tenía que estar a medio cicatrizar.


—Y esto no será diferente.


Le aseguro el gobernante de Thundera, abriendo su ropa, descubriendo su hombro y su cuello, sonriendo al ver que Tygus no trataba de pelear con él, sometiéndose a su voluntad, permitiéndole besar su piel, recorrerla con su lengua.


—Decías que era más dulce en una cama.


Leo rio por lo bajo, un sonido grave, casi gutural, al sentir como Tygus se tensaba, preparándose para recibir sus dientes en su cuello, cerrando los ojos con fuerza, recorriendo su cintura, sin separar sus dedos de su cuerpo, enamorado de su compañero por tanto tiempo perdido, seguro que, si se alejaba de el en ese momento, perdería la razón.


—Lo es, sólo debo recuperar mi marca en tu cuerpo, redibujarla, no quiero que nadie pueda pensar que no estas tomado.


Cuando la mordida no llego Tygus abrió los ojos, confundido, fijando su vista en un espejo, tres de ellos, que le permitían ver sus cuerpos, la expresión de insano deseo en su compañero, la suya, resignada, odiándose en ese instante, tragando un poco de saliva, a punto de rechazarlo, taclearlo, empujarlo de alguna forma para que pudiera alejarse de él.


Demasiado tarde ya, porque en ese instante, Leo encajo sus dientes en su cuello, abriendo su piel con la fuerza de su mordida, arrancando un gemido de sus labios, obligándole a recargar su frente contra su hombro cuando hubiera terminado, gotas gruesas recorriendo su pelaje, manchándolo de rojo.


—Lord Leo, los príncipes llevan demasiado tiempo encerrados, tal vez sea el momento de ir a visitarlos.


Como en un Deja-vu el puma esta vez era quien les interrumpía, logrando que Leo se apartara de su cuerpo, parecía que se había olvidado de los cachorros y estos eran mucho mas importantes que poseerlo en las habitaciones del antiguo rey, una vez que su mordida estuviera colocada en su lugar.


—No te dije que pudieras interrumpirnos, pequeña, pero tienes razón, debemos charlar con ellos, mi Tyaty me ayudara a que ambos vean razón.


Leo corto las cuerdas que amarraban sus muñecas, con una expresión que le decía claramente, que se detenía, no porque no le deseara, sino porque esperaba que su reencuentro fuera uno largo, como su luna de miel y si comenzaba a desvestirle, no podría controlarse.


—Mientras mas pronto terminemos esta aburrida charla, más rápido regresaremos a nuestra reconciliación y he escuchado que el sexo después de una pelea es de lo mejor.


Tygus no respondió a eso, sobando sus muñecas, escuchando como Leo se alejaba para buscar algo que tenia guardado en una mochila táctica negra, una pieza de oro, con unos símbolos, una especie de rastreador, era la clase de instrumento que se utilizaba con los soldados cuando bajaban a los planetas, potentes, dolorosos y muy discretos para esa época.


—Tygus, por favor, no lo hagas más difícil...


El tigre gruño, pero estiro su brazo derecho, para permitirle colocar esa pulsera en su muñeca, una pieza idéntica a una que había usado en el pasado, debajo de su uniforme, colocada antes de partir por la ultima piedra de guerra, por este mismo león.


—Muy bien, con esto podrás vagar a tu voluntad en Thundera, siempre y cuando no te alejes demasiado de mí.


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Algunos milenios en el pasado, Tygus siguió a Leo entre los recónditos pasillos de la nave, no se atrevía a pronunciar ningún sonido, comprendía que su compañero estaba furioso y aunque estaba seguro de que no le haría daño, no sabía hasta donde podría perdonarle, intento planear su asesinato, únicamente para no tener que pagar su parte del trato.


Sabía que se convertiría en un tirano, sería un problema cuando la criatura pereciera, pero lo que mas le importaba en ese momento era escapar de su promesa, Leo tampoco pronunciaba ningún sonido, sus músculos estaban tensos, su paso era uno rápido, rígido, como si se controlara de hacerle daño.


Dos puertas selladas les dieron la bienvenida con un sonido mecánico, abriéndose al expulsar aire comprimido, que alboroto su cabello, en el interior el frio era tal que parecía un congelador, con varios tubos de cristal acomodados rigurosamente, todos del tamaño de una persona.


Leo ingreso y el siguió al comandante, preguntándose que era lo que había en esos tubos, cuerpos, o las siluetas de estos podían verse, todos ellos congelados, o en animación suspendida, con nombres, números, que no podía leer, no conocía el idioma de la criatura.


Su compañero si lo hacia y caminando en el interior de ese refrigerador de carne muerta, o al menos, sin alma, se detuvo hasta el ultimo contenedor, el más nuevo, el mismo que le enseñara su padre en el pasado, cuando logro quitarle a su tigre su casco, intentando morder su cuello, pero en vez de lograr someterlo, se lo presento a la criatura.


Un recuerdo que aun le atormentaba, el después de todo, destruía a los que le amaban, asesino a su madre y mataría a su compañero, a su amigo secreto, solo porque quiso hacerlo suyo antes de tiempo.


Lo recordaba muy bien, como si hubiera sido ayer, una memoria que siempre le atormentaría.


Thundercats-Thundercats- Thundercats-Thundercats-Thundercats-Thundercats


Tygus luchaba por quitárselo de encima en ese entrenamiento, Tykus estaba a punto de ingresar en ese cuadrilátero al ver que Leo con un fuerte golpe le quitaba su casco, pero fue detenido por su padre, un león anciano, inmenso, tan fuerte como cuando era joven, quien desconocía que el cachorro que luchaba con su hijo era de hecho, el heredero de la hermosa Kairi.


De allí provenía su extraordinaria belleza y el dorado puro de sus ojos, el que todos pudieron admirar cuando el casco salió rodando en dirección de otro espectador más, que nadie había notado hasta el momento, un ave de plumaje retorcido, quien entrenaba a los Tyaty de la criatura y reconocía uno cuando lo veía.


Leo estaba ganándole a Tygus, ya solo faltaba que los relojes, las chicharras que contaban los minutos declararan al pequeño león como el vencedor de aquel combate, pero también intentaba quitarle parte de su uniforme, morderlo en ese instante.


No fue sino hasta que las chicharras sonaron y el combate continuo, que lo escucharon, pasos retumbando en sus oídos, la criatura había bajado para observar con sus propios ojos lo que su leal soldado le había dicho, un tigre poseedor del don de los suyos había sido descubierto.


Cristatus tendría la compañía de hermosas aves esa noche, el hablaría con su nuevo Tyaty, el que logro quitarse al joven león de encima, jadeando, deteniéndose de pronto al verle, reconociendo a su amo.


—¿Cuál es tu nombre, unidad?


Leo no supo cómo reaccionar, mucho menos cuando se dio cuenta que era a su amigo lejano a quien le hablaba la criatura, Tygus sintió la negrura de su amo emanando de su cuerpo, sofocándolo con ella, era muerte, desolada oscuridad sin tiempo.


—Tygus… mi nombre es Tygus.


Tykus soltó a Claudius negando aquello con la cabeza, gruñendo por lo bajo, al mismo tiempo que el inmenso león comenzaba a reírse, sin reconocer los genes de Kairi en ese cachorro, cuando ella murió, ya nada mas le importaba, dejo a la raza de los tigres por la paz, concentrándose en conseguir un heredero que careciera de las deficiencias de su cachorro, al igual, que siempre buscaba la forma de que ocurriera un fatídico accidente que los liberara de su deshonrosa existencia.


—Los tigres serán recompensados esta noche, puesto que me han dado otro Tyaty…


Claudius se dio la media vuelta, seguido de su deshonrosa descendencia, encontrando divertido que, por culpa de su cachorro, el de Tygus perdería la vida, escuchando los pasos de Leo a sus espaldas, suponiendo que deseaba preguntarle algo.


—¿Qué? ¿Qué es un Tyaty?


Leo ya nunca se atrevía a dirigirle la palabra, ni a dejarse ver por él, sabía que le disgustaba su mera existencia, pero el terror que debía sentir por ese mocoso rallado era lo suficiente fuerte para hablarle, aunque pudiera hacerle daño, castigarlo por esa ofensa.


— Esperaba que ese tigre te matara Leo, pero por lo visto, las alimañas no mueren tan fácilmente, aunque… es divertido, el que lo mato, fuiste tú.


Leo se detuvo e intento regresar por donde habían llegado, siendo sostenido por el hombro con fuerza, sintiendo como las garras de su padre se encajaban en su piel, agachándose para verle retorcerse, era demasiado pequeño, no tenía sus características, ni las de la mujer que amo, seguramente alguien o algo, intervino en su gestación, haciéndole insignificante, probablemente un tigre, como Tykus.


—Tyaty significa los ojos y oídos del rey, del faraón, del emperador, del que manda, de la bestia, de Lord Mumm-Ra el Inmortal, pero en realidad, no son mas que juguetes, sus amantes, sus soldados, su alimento, al que torturan para purificar su don, así se vuelve mucho mas fuerte y ese cachorro, al que intentabas morder como el pequeño salvaje que eres, lo tiene, tu se lo enseñaste, asesinaste a ese Tygus, como también asesinaste a mi esposa, a mi amada compañera, tu madre.


Sangre comenzó a brotar de las heridas de Leo, pero no contento con eso, Claudius le llevo consigo por unos pasillos que jamás olvidaría, abriendo las puertas herméticas que guardaban la colección de “mariposas” de la criatura, enseñándole a Tigris, su enemigo, el que murió antes de que pudiera vengarse, a todos los que alguna vez entretuvieron a la criatura, dejándolo caer cuando sus patéticas lagrimas comenzaron a mojar el suelo congelado de aquella cámara mortuoria.


—¡Destruyes lo que tocas y no dejare que tu destruyas a mi clan!


Le advirtió, lanzándolo contra uno de los tanques, logrando que algo de sangre brotara de su nariz, dejándolo solo con esos cadáveres, imaginando a su amigo entre ellos, seguro que con eso seria suficiente para destruirle y lo hizo, esa noche, el joven Leo que permitía que le hicieran daño murió, para que naciera otro más, uno que juro que nunca dañarían a su tigre, al único ser bueno de esa nave.


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Tygus camino unos pasos con la mirada desencajada, recordando que Tykus le hablaba del asombroso parecido que tenia con su padre, quien quiso entregarlo a la criatura desde el mero momento de su gestación, que uso a su madre y la mato para que no pudiera protegerle, que quiso que le ayudara para pulirlo como un regalo a Lord Mumm-Ra, una verdad que no podría olvidar nunca, un destino que hasta ese momento había esquivado.


Su padre estaba loco, su pobre padre loco, el que enloqueció por culpa de la criatura, que lo mantenía consigo, como si fuera un trofeo, una muñeca, pero no era la última, porque había otro sarcófago, uno para él, suponiendo que aquellas inscripciones simbolizaban su nombre.


—Tykus mato a mi padre, era su amante, lo quiso mucho, después de que él asesinara a mi madre, para poder educarme en como poder complacer a la bestia… tu padre, acecho a mi madre, supongo que de no mantener su orgullo por tanto tiempo, ella podría estar viva y yo sería tu hermano, o tal vez, conociendo a Claudius, al menos lo que dicen de él, me habría asesinado apenas diera el primer maullido.


Leo rodeo su cintura, recordando las horas que paso rodeado por la muerte, como creía que de pronto aquellos infelices comenzarían a moverse, imaginándose a su compañero a su lado, escuchando la respiración de Tygus, como comenzaba a acelerarse.


—¡Por tu culpa me encontró! ¿Qué era lo que intentabas lograr con eso? ¿Por qué me quitaste mi casco?


Tygus se soltó, esperando escuchar una respuesta de Leo, quien lo empujo en contra de uno de los tubos, apoderándose de sus labios, tratando de fundirse en uno solo, sosteniendo su muñeca, sintiendo de pronto una pieza metálica adherirse a su piel.


—Morderte, eso deseaba, siempre he querido que tu seas mi compañero.


Leo sonreía con una mueca que helo su sangre, como si hubiera perdido la razón, besando el dorso de su mano, notando en su muñeca una pulsera dorada, la misma clase de aditamento que se colocaba en algunas tropas para que no intentaran escapar, un rastreador disfrazado de joyería.


—Y como yo te puse en peligro, yo te he mantenido a salvo, porque te amo, te he amado desde ese primer momento en que salvaste mi vida, mi compañero, yo te amo.


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Tygus se detuvo, ignorando la felicidad de Leo, relamiéndose los labios, recordaba su derrota, la perdida de su casco, del anonimato que lo protegía, las promesas de ese león, juraba que le mantendría a salvo, pero era el quien firmo su sentencia de muerte y ya estaba cansado de que quisiera ignorar sus pecados.


—Tu me condenaste, esa cosa sigue viva y sigue buscándome, tu me presentaste a ella como si fuera un banquete, y no contento con eso, me has convertido en tu esclavo, con la noción de que me salvaras, cuando no eres mas que un demente, mucho peor que tu padre.


Leo se detuvo de pronto, acción que Tygus aprovecho para que comprendiera el peso de sus errores.


—Tú me asesinaste.


Su corazón dio un vuelco en su pecho, recordando las palabras de su padre, sus constante recordatorios de que su amado moriría por su culpa, que había asesinado a su madre, que destruyo a Tygus, casi podía verlo, como un gigante furioso, su odio lastimándolo tanto como sus golpes, sus garras.


—Yo no quise…


Susurro, pero Tygus no lo dejaría solo, no se alejaría para que pudiera ignorar que lo puso en la mira de aquella criatura, que, de mantenerse alejado, habría muerto de viejo, estaría seguro.


—Eso no importa, de todas formas, yo seré suyo, porque tu me traicionaste antes de que todos los demás lo hicieran.


Leo no se movió, escuchando las burlas, las risas, el daño que su padre le hacía, como su clan intentaba matarlo, como tuvo que bañarse en su sangre para tener el respeto que se merecía, esperando recibir algo de afecto de su compañero, quien le rechazaba.


—Porque tal vez mi padre me creo para ser su Tyaty, pero el trataba de escapar del tormento, tu, solo querías humillarme, solo deseabas someterme y me entregaste a esa cosa, al menos, ya sabré como complacerlo, tú me has enseñado muy bien, mucho mejor que Cristatus.


Leo llevo una de sus manos a su cabeza, desconociendo a Tygus de momento, viendo en su lugar a Claudius, a una sombra de su padre, quien seguía atormentándolo, como aquellas voces, las que solo se callaban cuando su compañero estaba cerca, las que había escuchado por siglos, las que gritaban en sus oídos que se trataba de un monstruo, un asesino, una criatura perversa que destruía lo que tocaba, humillándolo, insultándolo, haciéndole perder la razón de momento.


—Detente…


Le suplico, llevando su otro a mano a su otro oído, agachándose, como si un estridente rugido de titanes enloquecidos le arremetiera con saña, con violencia, Tygus no podía escucharlo, tampoco le importaba verlo arrodillárse.


—Pero al final, acompañare a mi padre en la colección de mariposas de Lord Mumm-Ra, todo gracias a ti, Leo.


Repentinamente su compañero salto en su contra, sosteniéndolo del cuello, como si quisiera ahorcarle, haciéndole daño, Tygus sostuvo sus muñecas, aun le dolía la mordida, pero lo que comenzaba a desesperarlo, era el hecho de que no podía respirar, que Leo estaba asfixiándolo y no podía quitárselo de encima.


—Leo… Leo…


 


El comandante intentaba ahorcar a Claudius, cuyos ojos se pintaron de dorado y comenzó a cubrirse de rayas, cambiando su apariencia por la de Tygus, que luchaba por liberarse, a quien estaba ahorcando era a su compañero.


—¿Tygus?


Le soltó inmediatamente y Tygus se alejo a gatas, llevando sus manos a su cuello, mirándole con extrañeza, preguntándose si en realidad había intentado matarlo.


—Pensé… pensé que eras Claudius, últimamente le veo mucho, las voces regresaron con tu partida… te necesito, te he extrañado tanto, no vuelvas a marcharte.


Leo gateo hasta donde se encontraba el, con demasiada lentitud, para intentar tocarle, pero Tygus se retiró, aun tratando de recuperar su respiración, tosiendo de vez en cuando.


—Esos cachorros están angustiados… debemos ir a verlos.


Susurro, sintiendo como Leo se recargaba en su pecho, como si buscara su protección, recordando muy bien aquella ocasión que toco la espada de Plun-Darr, un arma endemoniada que ahora blandía como propia.


—Eres un estúpido, Leo.


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Cuando Grune por fin se marchó, Lion-O corrió a rodearle con sus brazos, escuchando el gemido de Tygra, quien le abrazo también, escondiendo su rostro en su hombro, preguntándose porque Leo, si así se llamaba, había tomado esa decisión, que le habían hecho para que destruyera su vida.


—No permitiré que te haga daño.


Quiso asegurarle, pero el mismo se sentía un completo inútil, un estorbo mas que un guerrero, comprendiendo bien que cada una de aquellas ocasiones en que su padre le advirtió de la importancia de entrenar, de aprender a utilizar el ojo del augurio, cada una de aquellas ocasiones, tuvo la razón.


—Tu serías un mejor rey que yo.


Le susurro, Tygra entrenaba duro, se esforzaba por ser mejor cada día, pero su hermano había sido seleccionado para convertirse en el Tyaty, sus ojos y oídos, cuando el se convertiría en el Señor de los Thundercats, amo de Thundera.


—Eso no es verdad, yo seré tu Tyaty, tu el señor de los Thundercats, así es como debe ser.


Era cierto, Tygra era su Tyaty, quien le guiaría en el mundo espiritual cuando el combatiría en el terrenal, ambos eran uno solo, dos caras de una misma moneda, los dos se daban poder mutuamente, así siempre había sido, así siempre sería, era inevitable.


—Como eres mi Tyaty, no puedo permitir que nadie nos separe, el gran rugido así lo ha decidido.


Cheetara escuchaba sus promesas, las palabras que se intercambiaban seguros que se trataba de una decisión forjada por el destino, justa en toda clase de sentido, no una regla creada por un soldado despiadado, heredada por la misma criatura que les ataco, que aun vagaba en ese mundo buscando portadores del don para alimentarse de ellos, como los leones que gobernaban Thundera lo hacían, cada uno de ellos tuvo un Tyaty, aun el mismo Claudius, aunque, fue una lastima que muriera tan joven.


—Te creo, pero ese león ha decidido ser el rey, ya tiene un Tyaty, esa sombra es su compañero, lo sé, yo ya no soy necesario.


Ella no dijo nada, cerrando los ojos de nuevo, recordando las enseñanzas de Jaga, una de ellas, la paciencia, dejándoles a solas, Tygra sentado junto a Lion-O, este manteniendo la guardia, creyendo que el sólo podría derrotar a Leo, si es que en verdad le había hecho la promesa de entregarle al príncipe rayado a Grune, príncipe únicamente en nombre, porque sabían muy bien que se trataba de un sirviente de su hermano.


—Eres necesario para mí, yo te quiero y no dejare que te alejen de mi lado.


Claro que no, era su Tyaty, su compañero y creía que Lion-O ya deseaba al mayor, como Grune decía que lo hacía cuando condeno las acciones de Claudius, alegando que el cachorro no sabía la verdad, no la entendía, que lo estaban adiestrando para querer a su señor.


Pero el cariño del menor era verdadero, como debería serlo, la clase de afecto que sería castigado de ser otros cachorros, de no ser Lion-O el heredero de Claudius y Tygra su prisionero, algunos llegaban a llamarlos, tributos.


Y sin importar que los afectos de Grune pudieran ser puros, reales, la mano de Tygra desde su nacimiento, cuando presento esa tonalidad dorada en sus ojos, ya estaba ofrecida a Lion-O, le quisiera o no, le amara o no, aunque no lo soportara, ese tigre ya era suyo.


Así eran las cosas, nada las cambiaria, porque la corona de Thundera debía prevalecer por sobre todo lo demás.


—Eres mi Tyaty, mío, no de ese anciano asqueroso.


Tygra asintió, tratando de tranquilizarse, siendo rodeado por los brazos de su hermano menor, seguro de que Grune encontraría la forma de hacerle daño, ese general que por el momento tenía la confianza de Leo, el primer gobernante de Thundera.


—Supongo que tienes razón, no pueden separarnos...


Aunque se preguntaba qué pensaría de saber la verdad, que Grune, a pesar de su locura tenía la razón, le habían enseñado a querer a su hermano, su papel estaba grabado en su memoria, comprendiendo muy bien que su única razón de existir era para guiarlo en el plano astral cuando por fin pudiera blandir la espada del augurio, su felicidad era su única razón para existir.


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Leo se aferraba a su cuerpo con desesperación, como si se tratase de un niño pequeño después de haber sufrido una horrible pesadilla, el tigre pensó por unos momentos en ahorrarle todo ese dolor, sería muy fácil matarlo en esa posición.


Después de tanto tiempo, un pequeño movimiento de sus manos y sería libre, aun así, por alguna razón que no acababa de comprender, no deseaba hacerle daño, era imposible para el dañarle, aunque bien se lo merecía.


—Te prometo cerrar las puertas que abriste tan descuidadamente Leo, con una condición, me dejaras entrenar a Tygra, para que sea un buen Tyaty.


Tygus comenzó a recorrer su cabello con delicadeza, acariciando los mechones color fuego, rojos como sus llamas, suaves, sedosos, relamiéndose los labios esperando que de un momento a otro su compañero reaccionara.


—Y me quedare contigo, el tiempo que eso tarde en suceder.


Leo no quiso escucharle en ese momento, porque después de todo, había pronunciado esa promesa en más de una ocasión y siempre intentaba marcharse, después de algunos dichosos momentos, meses, años, décadas, pero siempre escapaba de sus brazos.


—Leo, veme, concéntrate en mí.


El comandante Leo respiro profundamente antes de mirarle, sus ojos azules fijos en los suyos dorados, con esperanza, tanta que logro estrujar el corazón de Tygus, quien como respuesta acaricio la mejilla de su compañero, para restregar su frente contra la suya.


—Déjame entrar, deja que camine en tu psique…


Leo iba relajándose en sus brazos, permitiéndole ingresar en sus memorias, buscar los hilos que le jalaban en dirección del plano astral, su fuerza vital mermándose a causa de su necedad, sintiendo su desesperación, su tristeza y su soledad.


—Sólo déjame ayudarte…


Tygus iba sumergiéndose en los recuerdos de Leo, escuchando sus gritos de dolor, su llanto, al pensar que había sido culpa suya el que yaciera en esa tumba, como busco la forma de liberarle, sin importarle su bienestar, ignorando los consejos del primer clérigo y el señor de Thundera, quienes le aseguraban no era su culpa, de alguna forma su padre regresaría a él.


—Leo…


Desesperado por tenerle a su lado, por recibir su perdón, seguro que de permitir que la muerte se lo llevara, el perdería la vida en las manos de la Bestia y su desesperación fue tan grande, que aun el propio Tygus sintió que una sola lagrima resbalaba por su mejilla.


—Pobre leoncito…


Susurro, recordando aquel momento cuando estaba solo en la nave, observando sus fantasmas y como su padre, seguía siendo uno de sus peores demonios, en lo que se convertía con cada año que pasaba, temiendo que cuando volviera a verle, su compañero no pudiera reconocerle.


—Sólo déjame cerrar una más…


Había abierto demasiadas puertas, tanto dolor, tanta desesperación, que logro que aquella única lagrima cayera en el rostro de su compañero, que como despertando de un transe pudo sostenerle antes de que se derrumbara sobre su cuerpo, no inconsciente como aquella vez, pero si debilitado.


—No he terminado… aun falta.


Pero estaba débil y no lo pondría en riesgo de nuevo, así que le abrazo con fuerza, llevando su mano a su mejilla, sintiendo aquella lagrima derramada por él, por su compañero, que después de todo lo que le había hecho, después de confundirlo con su padre, aun así, le brindaba su ayuda, lloraba por él.


—Con esto es suficiente…


Tygus negó eso, era muy peligroso que Leo se dejara influenciar por las fuerzas oscuras del plano astral, con su poder, con su ejército, su compañero debía ser controlado, o las voces que le hacían actuar como un demente tomarían el control y la muerte se cerniría en ese planeta.


—No…


Leo podría permanecer a su lado por siempre, sentado en aquel pasillo con su tigre entre sus brazos, su compañero, que tal vez si le amaba, si, su Tygus si le quería, si le amaba, podía sentirlo.


—Me amas… si me amas…


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Algunas horas después, Tygra seguía recostado en los brazos de Lion-O, que mantenía la guardia, una completamente innecesaria, ya que solo Leo podía abrir esa amueblada celda en donde los mantenían prisioneros.


—Espero que no los hayamos hecho esperar demasiado, pero tenía muchas cosas que discutir con mi Tyaty, no es cierto Tygus.


La sombra asintió, sin pronunciar una sola palabra, caminando detrás de Leo, con el brazalete en su muñeca, su mordida aun sangrando, cansado y desorientado después de ayudarle a cerrar las puertas de la mente de su compañero, deseoso de dormir un poco, recostarse unos momentos, pero Tygra le necesitaba.


—Hemos llegado a un acuerdo, yo me encargare de terminar con tu entrenamiento Tygra, Leo será el instructor de ese león.


El desprecio en su tono de voz era casi palpable, como una fuerza física que enfureció a Lion-O, no estaba acostumbrado a que un tigre le tratara con ese desprecio, mucho menos le gusto que Tygra avanzara en dirección de la sombra del pasado, como si se tratase de un viejo amigo.


—Jaga dijo que estaba loco, que no eras real.


Tygus por un momento quiso alborotar el cabello de Tygra, un gesto que realizaba cuando el pequeño estaba asustado, al menos en el plano astral, cuando llego a Thundera, antes de ser encerrado por ese anciano, creyendo que se trataba de algún ente maligno, no un ángel guardián de los suyos.


—Ese anciano se equivocó y como antes, debes recordar que yo soy tu amigo.


Leo entrecerró un poco los ojos, tampoco le gustaba que esos dos recordaran sus vivencias juntos, ni ser ignorado por su compañero, que despreciaba visiblemente a su heredero, sin embargo, le había jurado cerrar las puertas que le atormentaban desde su partida, como en el pasado, demostrándole con esa promesa lo mucho que en verdad significaba para él, y solamente por eso, esa insolencia tan típica de él podía ser ignorada por el momento.


—Habrá nuevas reglas que deberán obedecer en el tiempo que tardemos en entrenarlos, para después dejar Thundera en sus manos, unas capacitadas para gobernar, porque yo solo soy el Señor de los Thundercats… Interino, aunque prefiero que me llamen Comandante Leo.


Tygus recordaba haber estado en la misma situación, pero en el interior de la celda del anciano león que le había tomado como compañero, en una celda solitaria, para que no se lastimara, a punto de recibir las nuevas reglas, unas implementadas por su captor, para que siempre le obedeciera.


—Futuro señor de los Thundercats Lion-O, y su Tyaty Tygra.


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Tygus había regresado a esa tumba con la ultima piedra de guerra, para ser interceptado por Leo, quien le trato como lo había dicho, como un traidor, un soldado leal a la criatura, encerrándolo poco después en una celda con una barrera de plasma, completamente sólo, con esposas que mantenían sus brazos sujetos a su espalda, cadenas verdaderas que no le dejarían huir.


No sabía que había pasado con su clan, seguramente también había sido encerrado condenándolos con él, cuando eran parte de los conspiradores, haciendo que se preguntara que ganaba Leo con una estratagema como esa.


Que no escapara, que su clan se rindiera, eso jamás pasaría, ellos eran tigres, siempre encontraban la forma de huir, de sobrevivir cuando los demás perecían, eran astutos, eran fuertes, ellos resistirían.


—Tygus, he venido por ti.


Ese era Shen, su viejo amigo, uno de los pocos animales en quienes podía confiar, él podía ayudarle, lo liberaría o eso quiso creer, cuando abrió la puerta de su celda, sin embargo, a su lado estaban Rezard y Panthera.


—Esto es lo mejor…  


Rezard odiaba a los suyos, Panthera estaba poseída por su amor insano a Leo, así que Shen lo traicionaría, habían llegado para entregarle un tribuno a Leo, al comandante y señor de los felinos, ahora que habían caído en ese planeta, lo sabía porque la información dada por la nave pudo escucharse en todos sus niveles, aun las celdas.


—Tu eres demasiado poderoso… yo no puedo cuidar de ti, pero Leo si… él te mantendrá a salvo Tygus, eso es lo mejor.


No quería estar a salvo, solo quería su libertad, no ser el esclavo de Leo por lo que restaba de su vida.


—Tu lo amas Panthera, podrías tener mi lugar si me dejaras ir.


Panthera negó eso, ella amaba a Leo, pero sabía que este no le correspondería nunca, su corazón le pertenecía al capitán, quien, engañado por sus falsos preceptos, por su orgullo enfermizo, jamás aceptaría que una criatura como el no debía estar libre, necesitaba de alguien que guiara sus pasos, ese era su comandante.


—Es cierto, yo lo amo, y como lo amo, le daré lo que desea mas en este mundo, eso eres tú, Tygus.  


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