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Los demonios de la noche. por Seiken

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Caminaba lentamente hacia esas lanzas, cuyos cuerpos eran devorados por los cuervos, todos y cada uno, con el aroma de la sangre impregnando el ambiente, haciéndole sentir nauseas, que controlo, porque debía arrancar las picas, para abrirse camino hasta ese cuerpo clavado en ellas, después de todos sus esfuerzos, había llegado tarde, su alumno estaba muerto, su cuerpo abandonado en las garrochas, como si no valiera nada para ese vampiro, un cuerpo que bajo con cuidado, que casi parecía dormir después de cerrar sus ojos con sus manos.

—Radamanthys…

Susurro, aun con ese recuerdo fresco en su mente, en su memoria inmortal, su alumno que se había convertido en su amigo, que ya no era humano y que se había guarecido en el Inframundo, lejos de él, de su afecto.

—No temas, te recuperare…

Cid vestía una armadura, en la que tenía amarrado un collar, regalo de su alumno, aquella única ocasión en la cual pudieron compartir su lecho, antes de que ese monstruo se lo llevara del campo de batalla, para asesinarlo en esas estacas.

—Te salvare y te regresare a nuestra casa…

*****

Hypnos abrazaba el cuerpo de Milo con fuerza, quien le rodeaba con una de sus piernas, besando sus labios con la pasión que solamente su escorpión podía entregarle, sin importarle que Thanatos o su madre los vieran sorprendidos, al fin estaba con su cachorrito, a quien pensó por un momento, Camus había asesinado.

— ¿Por qué estas abrazando y besando a mi hijo?

Calvera pregunto con demasiada seguridad, esperando una respuesta del gigante rubio, que se separó de su escorpión con una expresión de completa sorpresa, no sabía que tenía una madre ni que estaba besando a su hijo frente a ella.

—Yo… yo lo siento, no sabía que tan bella dama estaba presente.

Pronuncio separándose de Milo, quien arqueo una ceja, sin separarse de aquel brazo tan fuerte, de su amante rubio, que avanzo con toda calma, para acercarse a ella, besando el dorso de su mano, tratando de ser tan amable como podría serlo con la mujer que había dado a luz a su compañero, a su dulce escorpión, su amado.

—Mi nombre es Hypnos y prometo cuidar de su hijo, ser un buen esposo, porque yo soy su compañero, y no permitiré que nadie lo aparte de mis brazos.

Fue su respuesta, que si bien trataba de ser amable, al ser un ser tan viejo comprendía que esa mujer era el ángel, y esperaba que no quisiera apartarlo de sus brazos, porque no se lo permitiría, puesto que podía ser amable con ella, pero un lobo sediento de sangre, si trataban de apartar a su amado de su lado.

—Pero seré tan amable y bondadoso como la madre de este hermoso tesoro se lo merece.

Calvera entendió la amenaza velada, también lo hizo Milo, pero no le importo en lo absoluto, porque amaba a su lobo, a su cachorrito dorado, que se veía aún estaba malherido, pues cojeaba, su respiración era entrecortada, se veía que no estaba en condiciones para intentar salvarle, aunque si lo intento, siendo detenido por Thanatos, por el consorte de su hermano, puesto a dormir tantas veces, que comenzó a pensar en la forma de huir a media noche, únicamente para llegar a su lado.

—Madre, amo a mi cachorrito, es el único hombre que me ha tratado con respeto, con cariño y que se ha sometido a mis deseos, así que por favor, si quieres formar parte de nosotros, de esta jauría, no intentes separarnos, los lobos, únicamente tenemos una pareja de por vida y yo lo acepto, como mi esposo y mi compañero.

Nunca sería un licántropo, los tres lo comprendían perfectamente, especialmente Hypnos, porque al ser un ángel, aun el vampirismo empezaba a curarse lentamente, así que Calvera únicamente asintió, sonriendo, suponía que debía aceptar esa condición, su pequeño amaba a un licántropo, como ella amo a un mortal, y una de sus hermanas amo a un demonio de extraño sombrero.

—Nunca intentaría separarte del hombre que amas, se lo doloroso que puede ser eso, pues me robaron a tu padre.

Milo asintió, Hypnos entonces los condujo al interior de la única construcción en pie, para explicarles que aceptarían la protección del vampiro ancestral, de aquel llamado Cid, un viejo aliado, que les daría cobijo en un castillo flotante.

—Yo me volví amigo del Inframundo, esos príncipes saben pagar sus deudas, ellos no nos atacaran.

Manigoldo fumaba en silencio, sonriendo al escuchar esas palabras, puesto que ellos les habían ayudado a llegar al Inframundo, a escapar, así que podían considerarse sus amigos hasta cierto punto, especialmente, si Kanon recordaba sus esfuerzos y el asesinato de Albafica.

—No es a ellos a quienes tememos, es a los no muertos, cada vez son mayores sus ejércitos, la horda no deja de crecer, debemos escapar mientras aun podamos hacerlo.

Thanatos seguía dando órdenes, Hypnos aceptando sus consejos, en especial cuando ahora debía proteger a dos ángeles, y Cid era un guerrero que cumplía su palabra, en cada una de las ocasiones en que pudieron verse.

—Por el momento Thanatos tiene razón…

Milo no estaba interesado en discutir con Thanatos, mucho menos con su cachorrito, lo que deseaba era recuperar el tiempo perdido, así que tomándolo del cabello, para obligarlo a agacharse, lamio el lóbulo de su oreja.

—Antes de partir, quiero estar contigo unas horas…

Susurro seductor en su oído, logrando que Hypnos únicamente asintiera, haría lo que su ángel le pidiera, únicamente para demostrarle que no era un macho alfa del que debía protegerse, si era un alfa, pero uno que cuidaría a su amado sin pensarlo.

—Lo que tú me ordenes, mi escorpión dorado.

Le respondió, besando sus labios de nuevo, con fuerza, ingresando su lengua en su boca, gimiendo cuando la lengua de su compañero empezó a luchar contra la suya, acariciando su cabello, recorriendo su cuello, para separarse poco después, relamiendo sus labios.

—Quiero borrarme el hedor a no muerto de mi ser, como únicamente tu puedes lograrlo…

Esperaba ser el único que alguna vez pudiera seducir a su compañero, quien subió sobre su lomo, cuando se transformó en un enorme lobo, para escapar de la jauría unas cuantas horas, buscando privacidad y su cuerpo desnudo debajo del suyo.

—Esto es incómodo…

Se quejó Calvera, cruzando sus brazos delante de su pecho, cuando el que fumaba rodeo sus hombros, ofreciéndole un cigarro, que ella acepto, después de todo, él era el esposo de su cuñado y podría explicarle alguna cosa o dos.

—Soy el cuñado de Hypnos, así que estamos en familia, mi nombre es Manigoldo, fui amigo de Kardia y Degel.

*****

Los tres hermanos salieron a la superficie y comenzaron a atacar a los no muertos, a la horda, destrozándola con sus garras y su fuerza demoniaca, destruyendo docenas en cuestión de segundos, avanzando incansables, sin detenerse.

Minos comenzaba a sentir que su cuerpo se iba recuperando, a su lado estaba Lune, que luchaba incansable, usando su látigo, sus habilidades, para protegerle, encontrándolo mucho más hermoso todavía, de cuando era un humano, ambos se deseaban mucho más con esas formas no humanas.

Aiacos era muy fuerte, lograba destruir a los cadáveres que avanzaban en su dirección, sin cansarse, esperando que pronto los hermanos llegaran a ellos, sintiendo su oscuridad, la sangre antigua acercarse.

Radamanthys era sin duda el más violento, un ser de llamas y furia, una criatura imparable, cuyos ojos amarillos brillaban en la oscuridad, bañado con la sangre de los no muertos, esperando que Aspros llegara, que no fuera un cobarde, que intentara regresarlo a su celda, para que así pudiera matarlo, con su esclavo oculto, para que su amo comprendiera el verdadero significado del dolor.

— ¡Conejito!

Sintiéndolo mucho antes de que le llamara por su nombre, aquel odioso apodo que no toleraba escuchar por más tiempo, sus ojos amarillos observándolo fijamente, respirando hondo, sus hermanos a sus espaldas, el hibrido de plumaje blanco, el demonio de negras plumas, quienes se acercaron un poco al menor, para darle fuerza.

—Aspros…

Su odio era palpable, así como su seguridad, Aspros tenía una espada en su mano, sus ojos azules recorrían la figura de su conejito, que ladeando la cabeza unos centímetros, le sonrió, con una expresión que encontró hermosa, pero cualquier otro hubiera visto como una amenaza.

—Te estaba esperando…

Defteros sabía lo que tenía que hacer, separar a los dos hermanos, matar a su avecilla y a ese demonio de fuego con el látigo en sus manos, ese de cabello largo, que ya había destruido, pero como todos los de su clase regresaba de la muerte.

—El diablo ha regresado.

Pronuncio el menor, atacando a Lune, que esta vez pudo esquivarlo, siendo protegido por su amado príncipe, que lanzo sus plumas como si fueran navajas en contra del vampiro menor, elevándose en el aire, al igual que Aiacos, que empezó el ataque contra el segundo de los hermanos, dejándole a Radamanthys la oportunidad de vengarse de su amo.

—Y el también…

Radamanthys hizo una señal para que la tierra se abriera con interminables grietas de las cuales brotaba lava incandescente, como docenas o centenas de demonios de todas las formas y tamaños, que inmediatamente comenzaron a destruir al ejercito de no muertos, cayendo en la misma cantidad, cubriendo ese campo de batalla de muerte, de gritos y de dolor.

—Sigues siendo igual de bonito que antes Conejito…

A las espaldas de Radamanthys de pronto se elevó una criatura grotesca, de piel blanca, con gordura mórbida, ojos brillando en las sombras, una sonrisa y una expresión que jamás podría olvidar, brazos como troncos de árbol unidos a manos redondas, hinchadas, una cola larga, dividida en diez látigos, que le hizo retroceder unos pasos, respirando hondo.

— ¿Me has extrañado conejito?

Le pregunto elevándose, como si estuviera a punto de lanzarse en su contra, haciéndole recordar su niñez, su dolor en las manos de aquella criatura, que regresaba con la forma de un demonio, Radamanthys le señalo a la enorme criatura, era su regalo para él.

—Te gusta, lo traje especialmente para ti…

Pronuncio esperando verle retroceder presa del pánico, recordar la pesadilla sufrida en las manos de aquella criatura, al mismo tiempo que la batalla contra Defteros iba tomando el curso esperado, alejándolo de su hermano mayor, que no se movía, observando al senador, con un rostro indescifrable, debido a la oscuridad que reinaba en ese lugar.

—Gracchus…

Aspros apenas pudo pronunciar, retrocediendo varios pasos, observando como repentinamente, el senador sostenía a Radamanthys de los cuernos, para azotarlo contra el suelo, lanzándolo a la misma lava de donde seguían saliendo más demonios, logrando sin proponérselo que despertara, al ver que con su cola, sostenía a su conejito de todas las extremidades, golpeándolo de un lado a otro, como si deseara destruir sus huesos, quebrarlos en pequeños pedazos.

—Ella me prometió que me liberaría si te mataba, príncipe Radamanthys, el más estúpido de todos los conejos…

Radamanthys logro soltarse, con demasiada facilidad, comprendiendo las palabras de esa muchacha, observando como una criatura repulsiva, con rostro de perro, amamantando dos atrocidades, le observaba a las espaldas del senador, que de nuevo se lanzaba en su contra.

— ¡Muere maldito!

Eso no debía estar sucediendo, se dijo, tratando de defenderse, pero no pudo hacerlo, ya que inmediatamente, Aspros, al ver que su conejito estaba en peligro se lanzó en contra del senador, con el mismo brío con que lo hiciera en el pasado, pero esta vez, con las habilidades, con la fuerza y el poder para lastimarlo, para salvar a su amado de su asesino, al menos, de quien pensaba fue su asesino.

— ¡Es mío!

Radamanthys esperaba recuperar su seguridad, al ver a su amo derrotado, huyendo del senador, no atacándolo, usando su espada, su fuerza y su velocidad, para destruirlo, como un ángel vengador, más que un cordero asustado, haciéndolo retroceder, presa del pánico, respirando hondo.

—Minos… Aiacos…

Pronuncio casi en un susurro, al ver que los restos de Gracchus eran lanzados al mismo abismo, pero ya sin vida, cuando fueron empujados con la punta del pie de su amo sin miramientos, la espada de Aspros cubierta de su sangre, aun el propio vampiro estaba rojo, con una sangre que se iba evaporando, porque la madre de los monstruos le había retirado su protección, al que deseaba lejos del Inframundo era a él, y sus gemelos seguían siendo sus mejores cartas.

—Gracias conejito… al fin, pude vengarme…

Radamanthys negó eso, retrocediendo varios pasos, tratando de apartarse de su amo, sin atreverse a levantar una sola mano en su contra, de tanto miedo que le tenía, escuchando esa voz de nuevo, la del niño.

“Deja que Aspros te cuide, sabes que solamente él podrá hacerlo”

Radamanthys de pronto se resbalo, cayendo al suelo, aun arrastrándose en este, hasta que ese niño, otra vez esa criatura con cuernos en su cabeza, lo sostenía, sin fuerza, pero evitando que pudiera seguir apartándose.

“El nos ama… él nos cuidara… el será bueno… el será amable y nos colmara de caricias… no huyas, sabes que es nuestro amo, que lo queremos”

Aspros siguió caminando en su dirección, hasta quedar a su lado, agachándose para acariciar sus mejillas y besar sus labios, con delicadeza, con un sentimiento que podría ser amor, de no ser tan enfermo, haciéndolo estremecer.

—Mi conejito… al fin te encuentro.

Radamanthys únicamente temblaba en el suelo, recargado en la piedra, sus ojos fijos en los de Aspros, que le miraba con una enorme sonrisa, acariciándole con delicadeza, creyendo que lo acompañaría a su castillo.

—Es momento de irnos…

Susurro, ofreciéndole una mano, que el niño demonio le obligo a aceptar, sosteniendo su mano entre las suyas, llevándola a la de Aspros, que sonrió, tirando en su dirección.

—Debemos regresar a nuestra mansión, al castillo Walden.

Radamanthys entonces, haciendo uso de toda su fuerza, no se movió, aunque Aspros tiraba de su mano, con una interrogación en su rostro, preguntándose porque no se movía, hasta que cuatro lanzas se clavaron en su cuerpo, apartándolo de su conejito, que no se atrevía a moverse, ni siquiera al ver de quien se trataba esa criatura, que vestía una armadura negra.

—Aléjate de él…


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