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Intuición por lpluni777

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El despertar esa vez resultó ser tan incómodo como fueron las ocasiones anteriores, el forzar sus pulmones a funcionar una vez más, su corazón a latir y su cabeza a pensar; al menos el cielo nocturno bajo el cual abrió los ojos hizo un poco más reconfortante la tarea. De cualquier modo, si estuviera en su poder decidir, haría que esa fuera la última vez.

Se encontró rodeado de árboles vestidos de blanco y las estrellas del firmamento siendo opacadas por auroras boreales que danzaban en el centro del escenario.

No sabía de quién había sido la idea esa vez, por qué, si era solo él o habían otros. Estaba solo y se tomó un tiempo en la quietud del bosque para reflexionar sobre ello. Tras el pasar de las horas se convenció de que, aún si era parte del plan maligno de alguna deidad para destruir a la Tierra o la humanidad nuevamente; era libre, por el momento.

Los árboles más antiguos fueron gentiles y le contaron historias mientras recobraba la movilidad de sus músculos. Historias viejas sobre deidades humanas que habitaban la tierra junto a los mortales, bestias con forma de personas sedientas de sangre, épicas aventuras, traiciones, conquistas y botes de remo capaces de surcar océanos. Supo entonces que estaba en su tierra natal, o cerca de ella; tierra que alguna vez habitaron los vikingos.

Pidió a la flora que lo guiara hacia la ciudad más cercana. Resultó ser un largo recorrido, durante el cual aprendió que se encontraba en los dominios de Asgard, una región que últimamente había prosperado y recibía más visitantes que en los siglos pasados.

Por el momento, podía simplemente decir que era un aventurero del sur, cosa que no sería del todo mentira. Si nadie le exigía que diera su vida por alguna causa, benigna o maligna, entonces simplemente se centraría en vivir. Podría buscar el amor, casarse y quizás tener descendencia, pasar por un divorcio o volverse viudo, y entonces aguardar para encontrarse con la muerte una vez más a los setenta y tantos años. Sonaba como un buen plan.

El amor era importante para él.

Podía regresar a ser Arvid, ya que a esas alturas nadie recordaría a aquél niño que una vez estuvo a punto de ser asesinado para enmendar los pecados de sus padres, pero también podía elegir un nombre nuevo, si tampoco planeaba volver a ser Afrodita de Piscis. Podía ser un hombre nuevo y dejar todo lo que vivió hasta entonces en el olvido.

Si nadie le exigía nada, podría finalmente escapar del Valhalla.

 

 

 



Fantaseaba como un soñador, mas sabía que los sueños y la realidad no eran la misma cosa. Sabía que cuando despertó no había pasado mucho tiempo desde la caída del Muro de los Lamentos. Supo más adelante que las cosas en Asgard no eran tan perfectas como todos lo veían, pero como no era su asunto, escogió ignorarlo y aguardar a que alguien más lo solucionara.

Fue al cuarto día de su resurrección cuando lo encontró. Aunque no lo estaba buscando para empezar, simplemente se lo topó en el mercado por pura casualidad y no lo reconoció hasta que estuvo a punto de pasarlo de largo. Fueron sus uñas lo que le permitieron reconocerlo, el acabado y el color, tal como a él le gustaban. Llevaba una capucha que alcanzaba a ocultarle el rostro y estaba suprimiendo su cosmos.

Supo que volvió a caer en ese momento. Su destino estaba trazado de antemano una vez más, pues había vuelto a entrar al salón de los caídos.

Lo tomó del brazo en un reflejo antes de perderlo y el otro no se resistió, de esa forma, no tardó en arrastrarlo a un sitio más privado.

No hablaron mucho entonces, de hecho, ni siquiera llegaron a compartir un saludo. Pero el rubio quiso pensar que luego tendrían tiempo para eso y lo primordial en su cabeza era verificar que aquél hombre era el mismo caballero de Acuario que él conocía; necesitaba sentirlo y eso hizo.

Solo una vez que estuvo satisfecho le otorgó libertad al pelirrojo, dejando de aferrarse a él de toda forma posible.

Camus no se alejó demasiado, apenas dio algunos pasos para dejarse caer en una de las sillas junto a la ventana, estaba aún desnudo, pero eso no resultaba un problema siendo que estaban en un cuarto piso y el único que podía verlo al completo en ese momento era él, desde la cama.

—¿Debería referirme a ti como el caballero de oro de Piscis? —fue lo primero que preguntó. El rubio dio media vuelta sobre el colchón para quedar boca arriba.

—Ya que no soy el único caballero de regreso, creo que eso será lo mejor, Acuario —fue sincero.

—Bien, entonces Afrodita de Piscis será —entendió el mensaje bastante rápido. Si ellos dos estaban vivos, otros de seguro no tardarían en aparecer, y para todos los demás siempre había sido Afrodita, jamás Arvid.

—Te lo dije antes, estoy seguro, que me puedes llamar por mi nombre cuando estamos solos.

—Sí, lo has hecho.

—Y todavía no lo has dicho, ni una sola vez —ante su recriminación, Camus no pareció dispuesto a siquiera pensar en alguna excusa, simplemente dirigió su vista al exterior del cristal, a la calle que corría bajo ellos—. Este sitio no es como me lo contaste.

—Ha mejorado, no lo puedo negar —el pelirrojo parecía estar analizando algo en el exterior, o quizás solo estaba pensando sobre lo que debía hacer; seguramente también podía sentir aquella amenaza disfrazada de prosperidad. Él había vivido allí un tiempo durante su niñez por lo que debía sentir una carga de deber más pesada que la suya—. Quizás esté bien así.

—¿En verdad piensas eso?

—Quiero pensarlo, Afrodita.

Desde su lugar bajo las frazadas Piscis contempló el rostro compungido de su compañero, preguntándose qué demonios era capaz de hacer él para cambiarlo.

¿Por qué quería cambiarlo para empezar?

Porque lo estimaba, como caballero y como hombre; uno de sus deseos desde el primer día en que el más joven buscó su guía, fue ser capaz de verlo crecer apropiadamente. Hubieron altibajos, claro, pero al final del cuento estaba seguro de que alguien como Camus de Acuario podría hacer frente a todo lo que se le plantara en el camino, sin hacer a un lado sus creencias.

Por eso mismo, en un inicio lo rechazó. Todavía no lo había aceptado del todo, aun tras haber muerto varias veces —cosa que no ayudaba a que sintiera apuro alguno por esclarecer sus sentimientos, siendo que la posibilidad de hacerlo en la siguiente vida resultaba más real y cercana de lo que cualquier otra persona creería—, pues pensaba que él mismo no estaba a su nivel y no le acarrearía nada bueno al joven francés.

Él era, tal cual su cosmos lo demostraba, un veneno letal para todo el que lo probara. Lo mejor para Camus era mantener una barrera a su alrededor para no verse afectado, por mas que lo ignorarse.

Afrodita era un hipócrita y era consciente de ello. Pues incluso pensando que lo mejor era mantener a Acuario lejos suyo, al mismo tiempo deseaba tenerlo a su lado. Sino, para empezar, no estarían los dos en esa habitación.

El egoísmo era la expresión más pura de amor. El egoísmo era también una de las principales causas de ruptura en una relación. Afrodita siempre supo que era egoísta, nunca lo negó, mas no deseaba serlo con Camus.

A veces se odiaba, por no ser capaz de amar como deseaba y por sentirse incapaz de cambiar la expresión de tristeza en el rostro del hombre que —aunque jamás lo expresó con esas palabras— lo amaba.

Mirando al techo se quitó las sábanas de encima. Esto llamó la atención de Camus, que dejó de mirar afuera en favor de verlo a él. Afrodita debió parpadear para convencerse de que no estaba imaginando cosas, de que la expresión de Camus en verdad había mejorado notablemente. Por un momento —un largo tiempo en realidad—, había olvidado lo asombroso que podía llegar a ser el estar enamorado.

No sabía todo lo que sabía por experiencia propia, mucho fue gracias a historias que leyó y otro poco gracias a que solía prestar atención a las personas que lo rodeaban; sobretodo cuando hablaban de su vida amorosa. Se preguntó si su compañero siquiera era consciente de ello.

—Oye Camus, ¿crees que podamos sobrevivir? —la expresión del pelirrojo volvió a decaer y apartó la mirada, regresándola al exterior.

—Ya he decidido lo que haré con esta vida, Afrodita. Pero, si te hubiera encontrado antes, seguramente diría que sí —el rubio fue a sentarse en la silla a su lado, en parte curioso sobre qué era tan interesante de ver allá afuera.

—¿Puedo saber qué es lo que has decidido? —tan solo contempló una ciudad común y corriente, con niños correteando y adultos haciendo compras u ocupándose de sus tiendas.

—Tengo una promesa que cumplir y estoy seguro de que no saldré con vida de ella.

—Ya veo. Quizás en otra ocasión será —hablar sobre la muerte con tanta naturalidad resultaba extraño considerando que no lo estaba haciendo con Deathmask.

—¿Tú qué habías pensado hacer? —preguntó Acuario mirándolo a los ojos.

—Planeaba enamorarme de alguien y tener hijos.

Su respuesta hizo que el pelirrojo soltara una carcajada y a su rostro, usualmente blanco, se le subieran los colores. Si era por vergüenza o una sensación de derrota, Afrodita no pudo adivinarlo.

—Debí haberlo imaginado.

Piscis quiso aclarar que sus planes habían cambiado al momento de reencontrarse con él, pero antes de que pudiera abrir la boca, alguien tocó a su puerta. Su primer instinto no fue enfadarse y decir que el cuarto estaba ocupado, pues la persona del otro lado ya era consciente de esto y por eso mismo es que estaba allí. El cosmos detrás de la puerta era poderoso, quizás equiparable al de un caballero dorado; así que primero pensó en llamar a su armadura pese a desconocer su paradero.

Pero Camus le puso una mano en el hombro y se puso de pie, negando con la cabeza. Tranquilamente tomó su ropa para vestirse y, aunque seguía incómodo con la situación, Afrodita lo imitó. Una vez vestidos, Acuario se acercó a él para abrazarlo sobre los hombros.

—Mi promesa está esperando que la cumpla —susurró.

Piscis entonces lo entendió, lo desagradable de aquél cosmos y porqué no quería tenerlo cerca; Camus tenía razón, iba a morir de una u otra forma porque aquél hombre así lo quería. Y el francés iba a permitírselo.

Él no iba a impedirle al pelirrojo cumplir una promesa, pues lo conocía y sabía lo mucho que le importaban. Por eso, en cambio, decidió pedirle otra.

—¿La siguiente será mía?

—Sí, lo será.

Un par de golpes volvieron a sonar contra la madera de la puerta. Afrodita regresó a la ventana y Camus se dirigió a la entrada colocándose la capucha que antes había descartado en el suelo. Piscis lo escuchó salir y luego lo observó marchars calle arriba junto a otro sujeto que se ocultaba del ojo público, en dirección al Yggdrassil.

 

 

 



Había decidido vivir en calma hasta el momento en que alguien reclamase su vida, convencido de que ya no tendría la oportunidad de amar a alguien más.

Al menos, eso era lo que pensaba hasta que vio a Deathmask. Contempló cómo su amigo se encontraba haciendo el ridículo frente a una joven trabajadora, completamente incapaz de flirtear como lo haría una persona normal porque jamás le había dado importancia a esos temas.

Un sentimiento de felicidad ajena lo embriagó y en ese momento su destino volvió a cambiar: ya que no podía dedicar esa vida a su propio amor, se aseguraría de hacer todo lo que estuviera a su alcance por apoyar el romance de su mejor amigo.

Estaba dispuesto a dar esa vida suya por una buena causa.

En su siguiente salida al campo de batalla ya tendría chances de ser egoísta.

 

Notas finales:

No estoy orgullosa de éste capítulo en sí, pero estoy orgullosa de haber llegado hasta él porque la idea de éste fanfic al completo se originó por la historia de Deathmask y Helena, desde donde empecé a pensar para atrás y surgió todo lo demás.

¡Agradezco a todos lo que hayan leído hasta el final!

Se recibirán con gusto todas las críticas constructivas o pensamientos respecto a la historia.

 

Los créditos que suelen ir al inicio, al final:

La idea original de la serie de Saint Seiya es del maestro Masami Kurumada y la trama de Soul of Gold de Toei Animation.


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