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Fugitivos II: ¿Una razón para vivir? por diidi1897

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Notas del capitulo:

¡Hola!

 

 

Narra Johann

"Acompañar es una acción puramente solidaria, es tener la sensibilidad de comprender las necesidades del otro, es aceptar sin juzgar, es simplemente el oficio de servir".

Leí esa frase mientras terminaba de abotonar la parte superior de mi uniforme. La frase se encontraba impresa en un papel grueso de color verde, el cual, estaba adherido con ayuda de dos trozos de cinta transparente al espejo de mi tocador. Había decidido colocarla en ese lugar porque tenía la costumbre de vestirme y desvestirme frente a mi espejo cada que llegaba a casa, así que siempre me la pasaba leyéndola. Me servía para recordar del porqué regresaba muy tarde, me iba muy temprano o a mitad de la madrugada cuando surgía alguna emergencia.

Algunos días sí me era complicado salir de la cama y más cuando parecía que iba a ser un día nublado, lluvioso o con mucho frío.

Leer esa frase me motivaba a continuar con lo que había decidido estudiar hace años; enfermería, pero con una especialidad en nutrición.

Me fascinaba ayudar a las personas.

Mi trabajo era muy gratificante a nivel personal y me encantaba

-Creo que ya está…-susurré mientras me daba una última mirada en el espejo y después salí de mi habitación.

En mi camino rumbo a la cocina, fui encontrado por mis dos pequeños acompañantes que llevaban viviendo junto a mí desde hace 6 años. Magda y Gaspar

-Hola, hola-me reí cuando mis dos perritos brincaron de emoción al verme. Colocaron sus patitas sobre mis piernas para hacerme saber que querían recibir sus mimos diarios y no me hice del rogar.

Acaricié la parte trasera de sus orejas y después el largo de sus lomos. Lo hice unas tres veces

-Ya, ya porque se me hace tarde-continué con mi camino rumbo a la cocina y me dediqué en prepararme un licuado con varias frutas y lo bebí junto a un trozo de pan que me había sobrado de la noche anterior.

Un desayuno nada aceptable por mis estudios, pero con eso era suficiente para sobrevivir unas 2 o incluso 3 horas hasta que de nuevo me diera hambre. Solo hasta entonces me dedicaría en conseguir un buen almuerzo.

Cuando me comí el último trozo de pan, escuché un ladrido que me hizo sobresaltar.

Observé a Magda y a Gaspar. Ambos estaban sentados frente a mí y movían sus colas esponjosas con emoción. Observé hacia sus dispensadores de agua y de croquetas y los encontré casi vacíos

-Perdón-mastiqué el pan y me tomé de dos tragos el resto de mi licuado para después hincarme frente a un compartimento de mi cocina integrada en donde guardaba el bulto de croquetas. Poco a poco llené el dispensador de comida y después rellené el de agua. Magda y Gaspar empezaron a comer lo que siempre era su desayuno, comida y cena.

Me decidí en comprar esos dispensadores porque había días en los que no regresaba a casa en todo el día y como vivía solo y nadie más podía cuidar de mis “preciosuras”, me pareció una buena idea adquirirlos.

Solo me preocupaba en mantenerlos limpios y rellenos, al igual que a mis dos mejores amigos, pero también les agregaba un tiempo extra para pasearlos.

Magda y Gaspar eran importantes en mi vida. Cuando un día se tornaba complicado, ellos se encargaban de llenarme de lengüetazos y de alegrarme al instante. Alejaban de mí los pensamientos negativos o las malas experiencias que tenía a lo largo de los días.

Amaba mi trabajo, sí, pero era consciente de que había días en los que no todo era de color rosa o amarillo. A veces veía a los pacientes en su lecho de muerte e incluso agonizando. Era bastante complicado mantener a salvo la mente con tantos sentimientos encontrados, pero no imposible.

Me encaminé al baño, lavé mi rostro con agua fría y cepillé mis dientes; después guardé unas cuantas cosas más en la mochila que siempre utilizaba para trabajar, tomé las llaves del auto, me despedí de mis mascotas y salí de casa.

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Golpeé con ritmo el volante mientras el cover de L.O.V.E llegaba a mi parte favorita

-Love…-moví mi cabeza al ritmo de las trompetas-Was made for me and you…-coreé unas cuantas líneas más y la canción llegó a su fin, pero mi repertorio de Jazz fue lo siguiente en reproducirse y entonces el tráfico mañanero que siempre se creaba por la zona en donde vivía, fue más pasadero.

Me gustaba conducir a cualquier hora del día, distancias largas o cortas, solo o acompañado. Conducir era mi manera de meditar, muchas otras personas conseguían la calma cuando hacían la limpieza de su hogar o incluso cuando leían su revista o periódico favorito. A mí me funcionaba escuchar buena música mientras conducía, me ayudaba en centrarme y aislarme de todo el caos que me rodeaba.

El lunes había regresado y para muchos se trataba de un día complicado, algunas veces para mí también lo era, pero ahora mis lunes eran diferentes porque mi rutina había cambiado desde hace una semana. Incluso estaba contento y emocionado de reanudar la semana.

Por fin tomé la desviación que me permitía entrar al anillo Georg y conduje a buena velocidad hasta que llegué al hospital. Primero debía pasar a entregar unos informes, firmar unas cosas y después iba a dirigirme a la casa del paciente que más retos me estaba presentando a nivel profesional y personal en todos los años que llevaba ejerciendo mi profesión

-Buenos día Jo-sonreí al saludo de Nelly, una colega que, a juzgar por sus ojeras y el rostro cansado, terminaba el turno nocturno

-Hola, buenos días-le regresé el saludo. Ambos nos encontrábamos en un pasillo del hospital-¿Por fin vas a descansar?-ella suspiró y asintió varias veces mientras hacía una mueca

-Lo deseo y me lo merezco-apretó el tirante de su mochila mientras bostezaba

-¿Cómo estuvo la noche? ¿Tranquila?-

-Ya sabes. Los apéndices nunca descansan-me reí ante la broma que existía en el personal. Lo que pasaba era que siempre, pero siempre, se atendían durante un día, por lo menos 25 operaciones del apéndice. Era algo del diario-Bueno… me voy-ella empezó a despedirse-Nos vemos mañana-dio unos pasos hacia la salida

-Ve con cuidado-le dije

-Siempre-sonrió cansinamente y ambos continuamos con nuestro camino.

Mi profesión de verdad que era agotadora, pero siempre que veía a un paciente levantarse de la cama gracias a mis cuidados, ese resultado valía todos los esfuerzos que hacía día con día. No me quejaba de nada.

Después de varios saludos y pláticas exprés con otros colegas, llegué a mi oficina que por el momento compartía con una chica que estaba realizando su servicio social, Clarisa. Me encargaba de explicarle una que otra cosa y, además, ella me ayudaba bastante con todo el papeleo que debía rellenar cada día. Amaba a cada estudiante que llegaba al hospital; eran como un aire fresco entre tanto caos.

Encontré mi oficina vacía y entonces revisé el reloj de la pared. Eran las 7:30 y Clarisa llegaba a las 8.

Coloqué mi mochila sobre el escritorio y empecé a sacar algunos documentos que requerían del sello que por el momento Clarisa manejaba. Acomodé esos papeles sobre su escritorio y le dejé varios post-it con algunas indicaciones rápidas y sencillas en lo que necesitaba de su ayuda. Después tomé asiento en mi escritorio y me dediqué en colocar mi propio sello a otros documentos que después debía pasar al departamento de administración y expedientes.

Los documentos eran de mi nuevo y único paciente que tenía por el momento, Daniel.

Un chico de 18 años que llegó al hospital en condiciones críticas. No tenía apellidos y, básicamente todo en él era un enigma.

Incluso la actitud de las personas que lo rodeaban era un misterio. Todos eran amigos y nadie era familiar; no sabía si eso hablaba muy bien de Daniel o de ellos o simplemente era algo intrigante.

Daniel tenía poderes.

Nunca había convivido con alguien que tuviera poderes, incluso ese tema me parecía un mito, una leyenda; un invento del gobierno. Pero ahora lo creía al 100% y era bastante complicado de digerir. Daniel era el claro ejemplo de que jugar con la naturaleza no era algo de debía elogiarse, existían muchos intereses de por medio, pero ningún interés era lo suficientemente válido para hacer uso de la vida de las personas. Era atroz.

Los resultados eran inhumanos y por eso mi lado de enfermero investigador no estaba de acuerdo con nada que involucrara el dolor físico, psicológico o espiritual de una persona a la que tenían recluida del mundo entero solo para saciar sus ganas de saber el “Y si…”.

Se debía investigar, sí, y uno debía ir al campo para hacerlo, no podías simplemente quedarte sentado frente a muchos libros, confiarte de lo que tu mente decía o imaginaba y hacer tuya la vida de otra persona, no. Debías salir y explorar, conocer a las personas y situaciones de allá afuera porque todos estaban haciendo de la historia, una historia.

Era firme creyente de esa postura.

Mi especialidad era la alimentación y para conseguir que mis artículos de investigación fueran reconocidos, tuve que viajar a muchos lugares para entender y comprender cómo las personas se alimentaban día con día, de cómo vivían, cómo se relacionaban y qué significaba para cada quien los alimentos que cosechaba o compraban para finalmente consumirlos.

No solo se trataba de triturar los alimentos. Debían reconocerse como algo sagrado porque era lo que nos aportaba vida, fuerza e incluso identidad

-El desayuno de hoy está llorando…-murmuré para mí mismo y sonreí.

Terminé de colocar los sellos y empecé a clasificar cada documento en los que debía dejar en la oficina porque iba a utilizarlos más adelante, los que iban para expediente y los que debía llevar conmigo para volver a repasarlos cuando tuviera tiempo libre

-Buenos días-tocaron a mi puerta. Observé hacia la entrada y me encontré con el doctor Iván

-Hola, doctor-me levanté de mi asiento-Buenos días-le sonreí. El doctor Iván ingresó a mi oficina y ambos nos estrechamos las manos a modo de saludo

-Creí que hoy te tocaba visitar a Daniel-

-Y sí. Solo vine a revisar algunas cosas por aquí-expliqué mientras movía mis manos sobre todos los documentos que estaba revisando-¿En qué puedo ayudarle?-pregunté al verlo observar todo lo que había en mi oficina. Esa acción no era común del doctor Iván

Observó hacia los dos portarretratos que había sobre mi escritorio

-Solo quiero saber si no se te ofrece algo-su mirada regresó a mi persona-La semana anterior te vi un poco ajetreado y eso que solo era… la primera semana-elevó ambas cejas-¿Se te está complicando?-relamí mis labios y negué

-No doctor, solo… ya sabe, al principio me cuesta un poco adaptarme, pero ya he tomado el ritmo-destensé mis hombros y me mostré más relajado

-De acuerdo-el doctor Iván dio un paso hacia la salida-No es necesario que regreses en las tardes. Solo anótate en la mañana y así sabré que estás trabajando-sonrió-Si algo se te complica, házmelo saber de inmediato ¿Sí?-asentí-Y ahora-guardó sus manos dentro de los bolsillos de su bata-¿Cómo va el tratamiento de Daniel?-de inmediato tomé el primer documento que había apartado especialmente para el doctor

-Aquí tengo un informe de la primera semana-se lo entregué-Solo menciono lo básico y lo que por el momento estoy realizando-el doctor revisó superficialmente cada hoja

-¿Esta semana termina la dieta líquida?-

-Sí, desde el sábado empecé con alguna que otra papilla-tomé otro documento que estaba a nada de irse para expediente-Las imágenes del examen gastrointestinal no nos señalaron algo en lo que debamos preocuparnos. Su estómago está mejorando y poco a poco empezará a tomar fuerza-cambié de hoja-Las papillas del sábado no le provocaron nada negativo, pero por el momento las mantendré esta semana junto a caldos y gelatinas-

-¿Planeaste el menú de la semana?-cerró el folder

-Sí, por ahora solo lo planeo para 3 días porque todavía estamos en fase de evaluación y bueno… no trabajaré de más. Ya sabe-sonreí con nervios. No quería quedar como un “flojo” pero esa era una solución bastante obvia para no gastar energías de más al realizar un menú mensual si a la primera semana no funcionaba

-¿Sean está ayudándote?-

-Sí, le he enseñado a hacer algunas papillas y él se encarga de dárselas a Daniel los días que no voy. Me parece que tiene paciencia para esto-el doctor Iván me observó de reojo. No dijo nada más y solo suspiró. Después revisó la hora en su reloj de pulsera

-De acuerdo. Cualquier problema házmelo saber-asentí a su frase repetida y él salió sin decirme nada más.

Suspiré profundamente y después volví a despejarme para terminar con mi trabajo, por ese día, en el hospital.

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Mientras esperaba que la luz roja del semáforo cambiara a verde, quité las arrugas y acomodé todos los tickets de lo que había comprado durante el fin de semana en el supermercado. Era todo lo que iba a utilizar para esa semana y… resultaron ser bastantes.

Cada ticket debía entregárselo a Sean para que él llevara el control de sus cuentas. Para sorpresa mía, el sábado me había entregado como si nada una tarjeta de débito y ahora debía regresársela junto a los tickets.

Sean fue específico y se encargó de remarcar que comprara de lo mejor. La mejor fruta, la mejor verdura, absolutamente todo lo que iba destinado para uso y consumo de Daniel debía ser de la mejor calidad. Fui a mis mercados favoritos en donde siempre encontraba todo fresco y el domingo visité por primera vez un supermercado selecto para conseguir más cosas que iba a utilizar.

El semáforo cambió a verde y continué con mi camino.

Después de que avancé varios kilómetros del anillo Georg, encendí la direccional y giré hacia la izquierda para tomar la desviación que iba a llevarme hacia la casa de Sean y Daniel.

El vecindario era increíble. No se comparaba a la zona residencial común y corriente en donde vivía desde que empecé a trabajar en el hospital. Y no era como si mi paga fuera mala o demasiado insuficiente, lo que pasaba es que a mí me gustaba vivir modestamente e invertir en algunos libros, cursos o actividades recreativas. Me encantaba salir y visitar lugares, así que ahí es en donde “despilfarraba” todo.

Estacioné mi automóvil gris detrás del automóvil negro que le pertenecía a Sean y apagué el motor. Arreglé un poco mi uniforme y me revisé el rostro en el retrovisor; cuando no encontré nada malo, descendí.

Caminé hacia la cajuela de mi auto y empecé a sacar las bolsas con toda la compra que había hecho, después cerré todos los seguros del automóvil y, haciendo malabares, conseguí llegar a la entrada de la casa. Tuve que dejar las bolsas en el piso para sacar las llaves y abrir la puerta principal.

Sean me había confiado una copia de las llaves de todas las puertas que daban al patio trasero y a la entrada; también venía incluida la que pertenecía a la habitación de Daniel, la cual no había utilizado hasta el momento, pero no estaba de más tenerla.

Por supuesto que me había sorprendido cuando Sean me las entregó como si nada al segundo día que entré a su casa, pero después lo comprendí; él era alguien que detestaba perder el tiempo y en “perder el tiempo” también venía incluido tomarse la “molestia” en tener que abrir la puerta cada que yo llegaba, él mismo me lo había dicho y claro que me dejó sin palabras por la inmensa sinceridad y confianza que tenía con alguien que, prácticamente no conocía de nada. Sí, era enfermero y velaba por el bienestar de las personas que lo necesitaban, pero incluso yo pondría en duda a mis colegas.

Resoplé cuando la puerta principal se abrió y reafirmé para mí mismo lo que pensé cuando conocí por primera vez a Sean.

Él era alguien misterioso. Demasiado.

Volví a cargar todas las bolsas y cuando estuve adentro, la cerré con ayuda de mi pierna.

La sala fue lo primero que me recibió. Era amplia y contaba con una decoración sencilla, pero agradable para todos los sentidos. Si Sean lo había hecho, tenía muy buen gusto. Todo el piso era de madera y las paredes tenían un encantador color azul pastel que contrastaban muy bien con las cortinas blancas y delgadas que se encargaban de mantener la privacidad.

Me dirigí a la cocina y con más esfuerzo coloqué todas las bolsas sobre la isla. La cocina también era espaciosa y contaba con todos los electrodomésticos necesarios que eran nuevos; de hecho, toda la casa era nueva.

No había sido una mudanza, todo era de reciente adquisición.

Antes de que empezara en acomodar las compras, tomé una bolsa que no incluía alimentos y decidí pasar a revisar primero a Daniel.

Salí de la cocina y me dirigí al cuarto que se encontraba a un lado de las escaleras que llevaban al segundo piso; ese era el piso que todavía no conocía y que al parecer jamás iba a hacerlo porque solo Sean se movía por ese lugar.

Abrí la puerta de la habitación y me asomé. Grande fue mi sorpresa cuando vi a Sean sentado en el borde de la cama. Él ya se encontraba vestido y arreglado; ningún día de la semana anterior lo había encontrado despeinado o en pijama. Era alguien madrugador además de ordenado.

Él volteó a verme en cuanto me asomé un poco más

-Buenos días-sonreí con nervios y de reojo vi que Sean dejaba con calma total la mano de Daniel sobre su debida almohada. Daniel estaba dormido-Lamento interrumpir-me disculpé porque nosotros los enfermeros preferíamos mantener un perfil bajo cuando estábamos trabajando a domicilio.

Retrocedí unos cuantos pasos y Sean no tardó en salir por completo de la habitación

-¿Está dormido?-pregunté a pesar de que sabía que Daniel sí estaba dormido, pero me pareció un buen principio de conversación

-Despertó hace 2 horas porque quería agua y estuvimos platicando-elevé ambas cejas-Pero se cansó muy rápido y volvió a quedarse dormido-exhaló

-¿De verdad?-sonreí con emoción-Bueno, no te desanimes. Es bueno que platique un poco, no hay que forzarlo a más. Incluso 5 minutos ya son una buena señal-Sean asintió y ambos nos quedamos en silencio. Quise recuperar de inmediato nuestra plática-Ya compré todo lo necesario para esta semana-le conté-Dejé todo en la cocina-Sean observó hacia la bolsa que llevaba conmigo-Estas son otras cosas que voy a utilizar justo ahora-solo le mostré superficialmente la bolsa y Sean se limitó en asentir sin ver casi nada la bolsa-Los tickets ya los ordené. Están en la cocina-de inmediato retorné mi camino a la cocina esperando que Sean me siguiera y tuve suerte cuando lo hizo.

Platicar y tratar con Sean era complicado. Debía hacerle pocas y precisas preguntas para obtener una respuesta completa de su parte. Había aprendido que cuando extendía mucho mi plática, él empezaba a perder el interés y si bien continuaba escuchando, con su rostro serio desanimaba a uno de seguir con la plática.

Era como “Sí, sí. Sigue hablando, te escucho, pero casi no me interesa”

La cosa cambiaba cuando Daniel era el tema principal. Si bien su rostro continuaba estando sin expresión facial, el interés se notaba en la manera en que veía a las personas; además de que inclinaba ligeramente de lado su cabeza cuando su atención estaba al máximo.

Sí, Sean era complicado, pero existían varias maneras de captar su atención. Era imposible, pero posible tratar con él

-Estos son los tickets y aquí está la tarjeta-le extendí ambas cosas, pero solo recibió los tickets

-Vas a comprar más cosas ¿No?-mi boca se entreabrió

-Humm, sí-dudé otro poco más-Pero será después-

-Entonces guárdala-fue lo único que dijo y comprendí que así era su manera de decir que “Prefiero que tú la guardes a que me la tengas que pedir varias veces después”.

Sí, él era un hombre de muy pocas palabras.

Dobló los tickets por la mitad y después los guardó en el bolsillo de su pantalón deportivo. Él pasó a un lado de las bolsas y solo las observó de reojo mientras continuaba con su camino hacia la cafetera.

Me hice el tonto mientras jugueteaba con las cosas que había en las bolsas para observar un poco más a Sean. Él hacía movimientos certeros para sacar la bolsa del café en grano o para sacar la taza que iba a utilizar, no desgastaba su energía…

-Daniel comió solo la mitad de la papilla que le preparé ayer-por poco se me caía la bolsa de avena que estaba sacando porque escuché como un eco la voz de Sean.

Claro, por supuesto. Ahí estaba otra conversación. ¿Cómo pude olvidar preguntar por tan importante dato?

-Por ahora solo debe comer la cantidad que quiera-me repuse de inmediato-Como con la plática, no hay que forzarlo a nada-Sean de nuevo solo asintió sin dejar de mover sus manos en la cafetera.

Después cada uno se enfrascó en sus actividades y cuando lo vi con claras intenciones de sentarse a disfrutar su café, decidí que ese era mi momento de salir

-Voy con Daniel-expresé mientras volvía a tomar la bolsa que solo estaba paseando de un lado a otro. Sean solo asintió y entonces de nuevo salí de la cocina.

Suspiré.

De verdad que era alguien muy complicado. Sean no hacía incómoda la situación, uno mismo era el que se ponía incómodo.

La forma de ser de Sean, me recordaba mucho a la del doctor Iván. Ambos hablaban poco, pero cuando lo hacían, expresaban lo suficiente. Para ellos eran normales las situaciones en silencio y no se incomodaban cuando nadie hablaba; parecían como peces en el agua cuando todo estaba en silencio.

Lo decía porque muchas personas no soportaban ningún tipo de silencio. Algunos de mis pacientes, aunque llevaran 2 horas de haber salido del quirófano, ya estaban hablando y contando con lujo de detalles toda la experiencia. Las personas que hablaban e interactuaban más, eran las que todo mundo quería en sus vidas porque parecían tener un buen carácter o esa “chispa” que cautivaba a todos.

Pero también existían los callados, los serios, los que platicaban consigo mismos y que estaban cómodos con ello.

De verdad, cada mente era un mundo.

Y a pesar de que llevaba una semana dentro de esa casa, de que conocía y formaba parte de un poco de la intimidad de Sean, él continuaba pareciéndome impenetrable.

Abrí con cuidado la puerta de la habitación de Daniel e ingresé con calma y silencio.

Rodeé la cama para observar mejor su rostro y lo encontré dormido

-Creo que aprovecharé el momento-dejé la bolsa sobre un pequeño buró que había al lado de su cama y empecé a sacar todas las cosas. Mientras revisaba con calma cada cosa que había comprado, recordé poner seguro a la puerta para evitar alguna aparición sorpresa de Sean, aunque nunca entraba sin antes tocar, pero solo era para prevenir y para cumplir el protocolo de atención a pacientes en su domicilio.

Saqué toda la compra y después abrí un cajón del buró. Dentro de él tenía almacenadas varias pomadas, cremas, gasas, guantes y otras cosas más que eran de uso diario para Daniel.

Saqué y destapé una vaselina, tomé una crema neutral y después saqué el paquete de pañales para adulto que había comprado el fin de semana. Como la dieta de Daniel había cambiado, era innegable que tarde o temprano iba a tener que evacuar, así que desde la semana pasada le había colocado un pañal que había adquirido del hospital, pero ahora Daniel iba a hacer uso de unos mejores. Los otros también lo eran, pero solo se utilizaban de emergencia.

Preparé dos pañales, uno que iba a servir para evitar algún derrame y el otro que iba a quedarse colocado.

Desinfecté muy bien mis manos con el gel antibacterial que no podía faltar en la habitación y después me coloqué los guantes.

Procedí en destapar a Daniel y lo encontré con su pijama verde de algodón totalmente limpia

-No podemos confiarnos de lo que vemos-murmuré y primero empecé en acomodar dos almohadas a su costado, moví con cuidado un brazo que continuaba con las muñecas vendadas y lo acomodé sobre una almohada. Solo moví un poco a Daniel y él se quejó-Hola Daniel ¿Estás despierto?-no lo moví y tampoco lo toqué. Incluso elevé ambas manos.

Lo observé en silencio y poco a poco él empezó a despertar por completo. Entreabrió su ojo sano y primero observó hacia el frente; después volteó a verme

-Hola-murmuró y le sonreí. Parecía que yo le había agradado desde el principio y eso era un punto positivo para todo el tratamiento que nos esperaba juntos

-Hola-repetí-¿Cómo te sientes?-me senté a su lado y le di toda mi atención

-Bien-aunque me costó sonreír, lo hice. Daniel siempre decía que estaba bien cada que le preguntaba, pero Sean siempre me decía que Daniel le decía específicamente en dónde y qué tan intenso era el dolor.

Daniel no se confiaba muy rápido a pesar de que me hablaba con amabilidad. Lo comprendía. Era una actitud muy común y normal en los pacientes

-Después corroboraremos-asentí varias veces-Por lo mientras ¿Estás listo para hoy?-su ceja se frunció-Voy a cambiarte y a limpiarte ¿De acuerdo?-expuse mis planes para ese momento-Ya sabes que puedes cerrar los ojos si quieres-

Cerrar los ojos funcionaba para evitar alguna situación que daba vergüenza y no podías ocultarte o cubrirte.

A pesar de mi solución vi a Daniel dudoso. Bastante normal

-Ya sabes que no estás forzado a nada, pero, te lo repito, esto debe hacerse para mantener tu higiene-su duda no se esfumó-Esto va a terminar rápido si ambos ponemos de nuestra parte-le sonreí-Es un poco incómodo y vergonzoso, te comprendo. Pero estoy preparado y capacitado para realizarlo. No te preocupes de nada y solo relájate-Daniel me observó durante un momento y después asintió

-Mjum-afirmó todavía con un tono de duda.

Entendía que había sido más fácil aceptar cuando se lo coloqué, pero suponía que Daniel había evacuado en el transcurso del domingo y por eso ahora la vergüenza era más

-Tranquilo. Soy un experto-continué hablándole y auto alabándome para tranquilizarlo y darle confianza.

Para distraerlo un poco mientras rectificaba todo lo necesario, empecé a hacerle algunas preguntas de rutina para conocer sus avances y mejorías, aunque sus respuestas fueran más positivas de lo que en verdad parecían serlo

-Primero voy a bajar el pantalón de tu pijama ¿Está bien?-pregunté una vez que todo lo que iba a utilizar quedó a mi alcance. Daniel asintió y lo vi morderse el labio inferior. Cerró su ojo sano y procedí.

Lo desvestí de la parte inferior y poco a poco empecé a decirle cada acción que iba a realizar. Avisé de su pantalón y después de su ropa interior. Cuando el pañal quedó a la vista empecé a desabrocharlo y después pedí la ayuda de Daniel para que se colocara en posición fetal. Hice uso de todas las almohadas que había en la habitación para que ninguna herida sufriera algún tipo de impacto negativo mientras él giraba.

Conforme acomodaba los pañales bajo el que ya estaba sucio, discretamente revisé la piel de sus piernas, cintura y entrepierna; incluso revisé la piel de su miembro para rectificar que no existiera alguna clase de irritación o salpullido sospechoso. Mientras untaba la crema neutra sobre su piel, revisé sus evacuaciones, el color, el olor e incluso la textura. Tuve que realizar varios cambios de guantes para evitar que existiera una infección provocada por un accidente.

Envolví muy bien el pañal sucio y me deshice de él al tirarlo en una bolsa específica para tal desecho.

Limpié muy bien a Daniel y cuando creí que había terminado con ello, Daniel tuvo una evacuación involuntaria por lo casi líquida que era.

Él se quejó por la vergüenza. Noté que una de sus orejas se ponía roja y reprimí una sonrisa que yo iba a dar para mitigar su vergüenza, pero podría ser fácilmente confundida con una de burla, así que preferí no reaccionar

-Tranquilo, todo está bien-le di unas palmaditas en la espalda-Poco a poco empezarás a tener fuerzas para controlar mejor el esfínter y no habrá más accidentes-lo calmé. Daniel no dijo nada y yo continué con mi labor

-Listo, terminamos-avisé con alegría mientras terminaba de acomodar a Daniel en su posición inicial-Estando uno limpio, se siente mejor ¿Verdad?-me quité el octavo par de guantes que había utilizado; todavía se veían limpios, pero la regla primordial era botarlos sin importar nada

-Sí…-murmuró

-Ahora voy a prepararte el desayuno-anuncié mientras no dejaba de limpiar y cerrar todos los frascos que había utilizado

-Gracias-apenas y conseguí escuchar su murmullo, pero escucharlo me hizo sentir bien

-A ti-le sonreí-Por ser un buen paciente-le reconocí y es que, muchos otros pacientes eran más complicados y difíciles de convencer para cambiarles el pañal-Continuemos trabajando juntos ¿De acuerdo?-él asintió con timidez y reafirmé algo.

Desde el primer día me di cuenta de que Daniel era muy diferente a Sean en todo.

¿Por qué personas tan diferentes entre sí estaban juntas?

¿Qué tipo de relación existía entre los dos?

 

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer y por sus comentarios! <3 


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