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Antes del Eclipse por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Se está preparando la estrategia para invadir el santuario y todos los renegados están en alerta. Mientras tanto, en el santuario, solo siente que algo está por suceder.

#14: Enemigo (Radamanthys x Saga)

Los pasos resonaron en la enorme estancia. Radamanthys los había ido a buscar encontrándolos fuera del pasillo, luego de haber sentido el cosmos de una técnica atravesar el aura calmo de su territorio. Ya había uno de ellos menos y no pudo evitar curvar su sonrisa. Parecía no haber en ninguno atisbo de culpa ante la ejecución.

Rodó su mirada observando el aspecto de los santos renegados que esperaban el momento de partir. Él tenía la orden de cuidar que el ataque al santuario fuera limpio y debía supervisar cada movimiento, lo cual planeaba hacer.

Pese a que estaba el antiguo patriarca con ellos, no fue a él a quien destinó su preciada atención. La hizo al traidor, que con su mirada envuelta en soberana reflexión le daba indicios de ser el adecuado.

—Ven… —le ordenó antes de dar la espalda. Pudo imaginar a todos mirarse entre ellos antes de que el primer paso del renegado sonara en el pasillo.

Lo llevó hasta un enorme salón vestido de lujo. La brillante lámpara pendía sobre ellos y la mesa de caoba se extendía a lo largo entre los mullidos muebles y las pomposas cortinas. Era un lugar amplio para esperar el inicio de la guerra. Las cortinas impedían que la luz del día atravesara el recinto y por lo tanto, le molestara.

Tomó un vaso, vertió el líquido albarino que hizo tintinear el hielo y le ofreció un trago. Saga se acercó a él, no le bajó la mirada y con sus ojos fijos en la figura del espectro tomó el vaso y bebió un poco. Radamanthys se rió dentro de sí mismo al ver la breve mueca que hizo el griego ante el fuerte trago.

—Irán en la noche —Se sirvió con calma y bebió con una mínima sonrisa que le transmitía su supremacía en el mero arte de beber Whisky—. Un grupo de retaguardia de espectros irá con ustedes.

—No necesitamos de ello. —Saga le retó bebiendo otro trago, controlando bien sus gestos.

—Me permito dudarlo. Perdieron —recalcó antes de beber de un solo trago todo el contenido y soltar luego un bufido áspero de su garganta.

Saga le mantuvo la mirada, entrecerrando sus ojos. Se le veía el brillo orgulloso allí clavado en sus retinas, uno que a Radamanthys se le antojaría pisar. El espectro sirvió otro poco y le miró con ferocidad. No escatimó vislumbrar lo bien que le quedaba la armadura teñida de penumbra.

—Mientras esperan, tienen el castillo para su disposición. Pueden llorar, —Tomó un trago—, recordar, —hizo un chasqueo en su paladar—. «Coger», sí así lo desean.

En ese momento, pudo ver el atisbo de rabia y ansiedad que había emergido en el hombre frente a él. Radamanthys se le acercó con aire autoritario y le respiró su aliento alcohólico en la cara. Saga le desafió.

—¿Sabes «coger»?

Radamanthys sonrió.

#3: Hielo (Shura x Camus)

—Se ha tardado.

Él siempre fue hielo. Hielo seco. Cada una de sus acciones eran calculadas y cada movimiento medido bajo una vara de absoluta solidez. Era, desde siempre, perfecto. No creyó que lo encontraría después de la muerte.

El hielo que representaba su mirada no dejaba de posarse en el pasillo donde uno de ellos se había perdido, con el juez. Parecía analizar los cambios acaecidos en toda la situación. Como si la pieza que había salido del tablero un par de horas atrás determinara el juego. Aunque ciertamente lo era.

Shura llevó su mirada oscura hasta el final del pasillo, encontrando una nada y silencio. DeathMask y Afrodita se habían ido por allí, no quería saber a dónde. Se había quedado al lado de su compañero de arma que como hielo observó la ejecución y no hizo ningún tipo de comentario a ello: ni una alabanza como los otro dos. Ni una mirada como Saga y Shion. Solo silencio y compresión.

Su hielo podía a veces ser así de dulce.

—Gracias —Camus volteó hacía él al no entender la razón del agradecimiento. Pudo ver el rostro de Shura aún clavado al final de aquella pared.

Camus no dijo nada. Respetó la absoluta reserva de Shura y su forma de moverse. Los dos en total mudez, observaron el punto sin pensar en nada particular.

Luego encontraron sus miradas. Poco tiempo habían tenido para muchas cosas, incluso para conocerse. Pero eso no había evitado que existiera entre ellos una suave admiración. Los ojos oscuros de Shura le miraron con clara pasividad y Camus, tras su mirada fría, calculaba minuciosas ecuaciones.

Extendió la mano y echó atrás un mechón del rojo cabello de su compañero. Observó fijamente los rasgos de su rostro, sin emitir palabra alguna. No hubo movilidad en su mirada, pero si un calor tintineante en el brillo de sus pupilas. Apartó y regresó sus ojos al final de la pared.

No era razonable ahora extrañar la vida.

—Lo protegeremos juntos. —Camus habló y Shura pudo entender que no había tiempo de nada. Ni de reflexiones sobre la naturaleza de emociones que ya no debería sentir un cadáver.

—Lo haremos.

Juntos. Aquello era una dulce ironía. Solo que esta vez ambos lo harían con convicción. Sin atisbo a duda.

#16: Viaje (Kanon x Ikki)

Deslizarse en el espacio y tiempo era cuestión de un chasqueo para él. El viaje, por lo tanto, no iba a ser nada ambicioso. Aún si tuviera que recorrer el otro lado del mundo, estaría allí en cuestión de un pestañeo.

El asunto radicaba en que siendo una técnica de Géminis, se veía vertido en una intensa contrariedad. Debía admitir que el triangulo dorado lo había modelado con los conocimientos que su entrenamiento en la tercera casa del zodiaco le había heredado, pero no dejaba de sentirse intimidante usar el poder que por derecho le tocaba a Saga. Odiaba ese atisbo de debilidad en él, tanto como el dolor en su herida y lo angosto del tiempo.

Gimió al caer en la hierba que rodeaba el volcán Kanon, como su nombre. Aquello era una divertida ironía y hasta pensó en sí su madre había pensado en ello al definir como llamarlo. Justamente como la isla para curarse los santos.

Chistó y se puso derecho para proseguir su camino a las bocas del volcán, encontrando ese hecho impensablemente necesario y a su vez, dudosamente acostumbrado al calor que de seguro había dentro del cráter.

Cuando las catatumbas se abrieron frente a él, entrecerró sus ojos debido al vapor volcánico que insudaba el ambiente, distorsionando la visibilidad. El olor era penetrable: puro azufre y pura hiel. El infierno debía sentirse así, o al menos así se suponía. La Ilíada hablaba mucho de ello.

—Vaya… hay más de un muerto aquí. —Echó un vistazo hacía el lugar que adivinó ocultaba la voz distinguible. Precisamente allí se encontraba el santo, caminando con naturalidad en aquel ambiente, acostumbrado a él.

Kanon no hizo caso ni a su presencia visiblemente altanera, ni a su sonrisa odiosamente cínica. Pensó en que podría arrancársela, pero el dolor le hizo ceder. Se sentó en una piedra en la orilla de la lava y tragó hondo: solo bruma salada en la boca.

—Podrías quemarte, Kanon. No todos sobreviven aquí.

—Yo sobrevivo aquí. —Encontró su voz raramente agravada por el ambiente y sus ojos por el escozor tomaba un tono rojizo. Ikki le miró de hito a hito, más dudó en acercarse.

Ciertamente algo le decía que la antigua marina podría con eso y más.

—Estás herido. —La aseveración provocó una sonrisa en Kanon, acomodándose en la ardiente piedra.

—Bah.

—Tienes suerte. Pensé no la ibas a contar. —Ikki esbozó una sonrisa entre divertida e irónica y Kanon rodó los ojos.

—Cuándo tu balbuceabas ya yo había burlado al Hades, enano.

—Jeh.

—¿Qué quieres? —Finalmente Kanon bramó. No vislumbraba a Ikki como alguien dado a hablar y ya había dicho más de lo tolerable.

El joven simplemente desvió su mirada perdiéndola en una nada. Kanon arrugó el entrecejo.

«¿Qué se siente no poder salvar a tu hermano?»

La pregunta era retórica. No hacía falta contestarla.

#27: Matices (Minos x Aiacos)

Aiacos se encontraba fastidiado. La decisión de Pandora había sido absurdamente innecesaria. ¿Acaso no creía en su poder? ¿En su capacidad destructiva? Mandar a unos santos renegados, en vez de a ellos le resultaba una estúpida manera de comenzar una guerra. Imaginaba a los dioses gemelos detrás de tan desatinada elección.

En cambio, Minos reía. Ausente de todo lo que significaba, simplemente soltaba carcajadas con un matiz lúgubre en su voz entornada. Podía sugerirle retirarse de su presencia, pero simplemente envió su mirada llameante ante él, quién parecía divertirse con su desencajado rostro airado.

Entonces bramó. Su «¡Cállate!» fue tan potente que todo los utensilios del lugar temblaron ante el sonido de su voz y el levantamiento de su cosmos. Mino le miró por un momento con su ceja arqueada, al siguiente segundo volvió a reír. Aiacos tuvo que bufar y vio apropiado ya retirarse antes de seguirlo soportando.

—¿No entiendes, cierto? Eres tan primitivo que no puedes entender.

El movimiento fue potente y exacto. Las garras del sapurí de garuda se anclaron en el perfecto y largo cuello del Juez de Ptolomea golpeándolo contra la pared. Los ojos ambarinos del atrapado le miraron con emoción y saboreó incluso su repentina falta de aire.

—¿Entender? ¿Tenemos un santuario listo para ser destruido y vamos a enviar a unos muertos en vida? Y claro, con la patética supervisión del maldito Radamanthys…

—Es la hermosura de una muerte anunciada —sonrió comprensivo el juez, antes de tomar la mano que lo sujetaba para instarle bajar la presión—. Lo que quieren es confundirlos para luego irlos matando uno a uno… Es sencillo, una muerte teatral.

—¡Estupideces!

Aiacos no pensaba consentir semejante escenario. Era absurdo y a su vez impráctico. Además que nada había de divertido iniciar una guerra cuidando el infierno. Renegando contra la aparente seguridad de Minos al avalar aquella decisión, simplemente dio vuelta para ver en que entretener el maldito tiempo mientras esperaba las 12 horas.

Evidentemente no iban a concordar, su forma de ver la guerra era distinta, tan distinta a su forma de ver la muerte. Y él, que no era precisamente fiel ni elegante en su técnica, no podía comprender cuál era la ganancia de hacer aquellos movimientos.

Todo al final se trataba de matices. La suya era bastante drástica. Para él dejar 12 horas de ventajas al adversario era un tipo de misericordia que podría salir demasiado cara.

Al enemigo hay que aplastarlo.

Muerte súbita.

#29: Agridulce (Aldebaran x Mu)

Miró el te servido con desgano. El trinar de los pájaros alrededor, las flores recién cortadas por él, el tibio sentir de su mano grande sobre la suya y el humeante aspecto de la tacita de té, no aminoraban la opresión con la que había despertado. En su sueño todo había sido tinieblas.

Huellas huecas y sonidos titubeantes. Una enorme cámara que le aplastó hasta hacerlo cenizas. Luego silencio y encierros. Mu no había imaginado cuan doloroso podía ser el silencio hasta que la perspectiva de revivirlo había regresado a su mente. No quería más… casi 7 años fueron suficiente.

Observó el movimiento elocuente de los labios de quien fue su amigo y ahora era más mientras sentía las palpitaciones en sus sienes. Esa sonrisa, pese a lo cálida y reconfortante que era, tenía un sabor distinto. Sus ojos lo observaban y poco a poco cada latido parecía descifrar lo que había escondido en su más recóndita intuición, la cual no solía equivocarse. Incluso metiéndose en sus pensamientos solo podía ver en él la seguridad de la vida, el disfrute, el campo de flores de donde recogió aquella pequeña margarita que adornaba el comedor.

—Aldebarán… —su murmulló fue tenue pero capaz de detener la conversación del compañero.

Entonces entendió, porque metido en su mente pudo escuchar claramente que la intención de Aldebarán era relajarlo. Él no necesitaba leer la suya para comprenderlo. Suavizó su mirada, y bajó los parpados hacía la tacita que apenas se movía entre sus dedos. Aldebarán apretó el agarre de su mano.

—No dormiste bien, Mu. No dejaste de moverte.

—Tenía pesadillas.

—Lo sé —su voz era condescendiente. Su suavidad podía consolarle.

¿Por qué sentía que podría perder todo eso? Alzó sus pupilas hacía él, removidas por el espacio de una duda que despertaba temores añejos. No quería perder de nuevo. No.

Ciñó sus puntos y Aldebarán, con su afable personalidad, se inclinó lo suficiente para besar sus labios y acariciar con su mano libre la nuca.

—Deja de mirarme como si fuera a desaparecer, ¿eh? No pasará.

Eso era… allí estaba. Mu resopló y se dejó arrullar por la caricia mientras ladeaba su rostro a un lado. Eso sentía, como si todo eso que ahora vivía fuera a desaparecer.

El contacto acabó con un efímero roce en su mejilla. Mu se acomodó mejor en el sitio y tomó la taza de té para beberla.

Agridulce.

Notas finales:

Gracias lo que han leído hasta aquí :3


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