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El Rapto de Kardia por Nikiitah

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Notas del capitulo:

¡Hola! ¿Qué tal?

Primero que nada, quiero decirles que lamento la demora por la actualización! Tenía un fuerte bloqueo mental. Además que cada vez que intentaba terminar el cap siempre estaba inspirada para continuar otro XD (también que hace dos días creo, había soñado que el fic esta terminado XD) Tal vez en estos días termine por actualizar los otros fics (como ya dije, quiero terminar todos mis fics pendientes para publicar otros nuevos owo)

Bueno ya no los entretengo más XD en las notas finales les explicaré sobre un trozo del capítulo.

 

003 El Oráculo de Delfos

 

El oráculo de Delfos, fue un lugar de consulta a los dioses, un templo sagrado dedicado principalmente al dios Apolo. Situado en Grecia, al pie del monte Parnaso, consagrado al propio dios y a las musas. De las rocas de la montaña brotaban varios manantiales que formaban distintas fuentes. Una de ellas, la más conocida desde muy antiguo era la fuente de Castalia, rodeada de un bosquecillo de laureles consagrados a Apolo. La leyenda y la mitología cuentan que en el monte Parnaso y cerca de esta fuente se reunían algunas divinidades, diosas menores del canto, la poesía, llamadas musas junto con las ninfas de las fuentes, llamadas náyades. En estas reuniones Apolo tocaba la lira y las divinidades cantaban.

 

Muy pocos eran los humanos que podían deleitarse con aquel espectáculo, sólo aquellos elegidos podían ser privilegiados. Las leyendas decían que solo hubo un hombre que pudo apreciar aquel bello espectáculo, Jacinto; el amante de Apolo. Hijo de una de las musas, y joven príncipe de Esparta. El muchacho, dotado por una gran belleza masculina, era la razón por la cual Apolo descendía en su pegaso a la tierra, se decía que al morir el dios creó una única y densa espiga de fragante flores en tonalidades rojas, azules, blancas y amarillas. Entre las que resaltaba una en especial. La flor más grande y bella que representaba a Jacinto, su amante.

 

Las musas eran las encargadas de tocar suaves melodías para mantener viva el alma de Jacinto, quien fue asesinado por Céfiro, hasta que el muchacho reencarnara.

 

Los pasos de Degel se detuvieron al escuchar una suave melodía. El patriarca Sage había advertido que las musas eran peligrosas cuando se sentían amenazadas y a la más mínima provocación podrían eliminar a su enemigo. Si querían llegar al Santuario de Apolo debían evitarlas.

 

Sabía que esta misión sería la más difícil, podría no regresar jamás. Tal vez su alma fuera encerrada para toda la eternidad quedando en los dominios de Apolo, pero aún así, Kardia lo valía. Incluso había dado su palabra a la señorita Athena.

 

FlashBack

 

Hace unas horas atrás.

 

La noticia del rapto de Kardia empezó a volar como pólvora, llegando a los oídos de la joven Athena. El patriarca Sage había sido claro cuando dio la orden de mantenerlo en secreto debido a la cercanía de Kardia con la muchacha, pero no fue suficiente, pues ahora tenía a la angustiada niña llorando al saber el destino de su amigo. Ni siquiera Sísifo que era uno de los caballeros más cercano a la diosa lograba calmarla, y eso empezaba a frustrarlo.

 

Sísifo siempre se había enorgullecido de ser uno de los dorados más cercanos a Athena a quien había traído hace poco, pero mientras más intentaba acercarse a su joven diosa siempre era Kardia el elegido por la niña ¿por qué siempre tenía que ser Kardia? ¿Qué tenía el joven escorpión para que la pequeña sintiera tanto cariño? Su mirada se posó sobre los tres santos dorados que estaban hincados frente a la joven Athena. Sasha apretaba con fuerza la Niké, intentando en vano controlar sus nervios.

 

— Señorita Athena — habló Degel. La niña posó sus ojos verdes sobre el santo de Acuario, atenta a las palabras que diría — Le doy mi palabra que traeré al santo de Escorpio sano y salvo.

 

— Sé que lo harás Degel, confío en ti — la suave voz de la niña solo hizo que una punzada atravesara su pecho. Él lo había prometido pero… ¿realmente lo haría? Había muchas probabilidades que no pudiera traer de regreso al santo de Escorpio.

 

Manigoldo también lo sabía y fue por esa razón que con toda la confianza del mundo decidió intervenir en la plática entre la joven Athena y Degel.

 

— ¡Entonces vámonos! El bicho ha de estar destruyendo todo a su paso — se levantó y dio media vuelta seguido por Albafica. Degel se inclinó para despedirse y siguió a sus compañeros.

 

— Estoy segura que Kardia regresará — susurró la niña, siendo escuchada por Degel.

 

Fin del FlashBack

 

Su mirada paseó por todos lados, de repente la suave melodía de las musas habían cesado, debían de ser silenciosos para no alertarlas. Caer bajo las redes de alguna podía significar una muerte segura. Degel llevó una mano a su mentón intentando recordar un camino que ayudara acortar el trayecto hacia el Oráculo sin ser vistos por ellas.

 

— ¡Maldición! — exclamó Manigoldo aburrido — Ya caminamos un par de días, sin embargo no tenemos siquiera una pista.

 

— Manigoldo — regañó Albafica al ver a Degel tensarse.

 

— Desprecio la suposición de cosas y el viejo lo sabe — siguió hablando, ignorando a Albafica y la mirada irritada de Degel.

 

— Manigoldo…

 

— Hey Degel ¿el viejo no te ha dicho la ubicación exacta del santuario de Delfos?

 

Degel dio media vuelta dispuesto a callar de una vez por todas a Manigoldo. Él estaba intentando no hacer demasiado ruido y el guardián de Cáncer junto a sus quejas solo lograban alterarlo.

 

— ¡Manigoldo! — el grito de Albafica captó la atención de ambos santos. Unas enormes raíces habían envuelto el cuerpo de Piscis logrando inmovilizarlo.

 

— Es una trampa — masculló irritado Cáncer, esquivando las raíces que salían por todos lados.

 

Una espesa niebla los envolvió mientras más esquivaban, separándose cada vez más.

 

Ninguno tenía la menor idea de que pasaría después, intentaron buscar la fuente de poder de estas pero parecía que se movían por sí solas. Una de ellas, se acercó a gran velocidad hacia Degel. “Kardia” fue lo último que pensó, dejando que la negrura de la inconsciencia lo envolviera.

 

(***)

 

(**)

 

(*)

 

— ¿En donde estoy? — masculló Manigoldo.

 

La oscuridad que lo rodeaba era demasiado perturbador y el aroma de la muerte se podía sentir por todos lados. Manigoldo odiaba a la muerte. Desde que su maestro Sage le había enseñado el significado de la vida su perspectiva hacia aquella había cambiado. Sin saber a donde ir, optó por quedarse parado y mirar a su alrededor en busca de alguna señal que le indicara la salida de aquella oscuridad. Incluso, había intentado buscar los cosmos de sus compañeros, pero parecía que la tierra se los hubiera tragado.

 

Intentó recordar lo que había ocurrido. Primero; fueron atacados por varias raíces. Segundo; se separaron. Tercero; una extraña neblina los rodeó y…

 

— Mierda… caí en una trampa.

 

— ¿Hermanito?

 

Manigoldo agrandó los ojos al escuchar esa aniñada y tierna voz. Su corazón dejó de latir y sus ojos empezaron a cristalizarse. ¿Cómo era posible que estuviera viva? Sintió que el tiempo pasaba en cámara lenta mientras se giraba para ver a la muchacha, al instante a su alrededor la aldea donde había nacido apareció frente a sus ojos.

 

— Elenore — susurró, sintiendo como los bracitos de su hermana fallecida rodeaban su cintura y sintiendo cómo su alrededor le daba vueltas.

 

(***)

 

(**)

 

(*)

 

Interna y externamente frustrado, siguió caminando por aquel extenso jardín de flores. Había sido atrapado por las raíces cuando la neblina apareció.

 

— La neblina es más espesa — susurró mirando hacia ambos lados.

 

El suave y dulce aroma de las flores se hizo más fuerte cuando el viento sopló y éstas empezaron a volar. Albafica solo había visto esa escena antes, cuando su maestro aún seguía vivo. En aquel entonces solo era un muchacho de diez años.

 

Sintió su corazón oprimirse al recordarlo. Aún no había asimilado la muerte de su maestro, ni que fue por culpa suya por la cual murió.

 

— Si tan sólo no hubiera aceptado — susurró agachando la mirada.

 

— No fue culpa tuya.

 

— ¡¿...?!

 

— Albafica… estoy vivo.

 

— … Maestro — susurró sintiendo como la cabeza le daba vueltas. ¿Qué estaba pasando?

 

(***)

 

(**)

 

(*)

 

Frío. Frío es lo único que sentía en aquellos momentos, algo irónico sabiendo que él era un maestro del agua y el hielo, que se supone debía tolerar las bajas temperaturas. Quiso abrir los ojos pero los sentía pesados y cansados, ningún sonido se podía escuchar a la lejanía llenándolo de incertidumbre. Degel se levantó con las piernas temblorosas pero manteniéndose tan firme como podía cuando unos pasos sonaron, rompiendo el silencio. Levantó la vista intentando localizar a la persona que se acercaba pero apenas podía enfocar la vista en su totalidad, por lo que todo a su alrededor se veía borroso y oscuro, siendo iluminado por un color azulado.

 

— No creí que tuvieras fuerzas para levantarte.

 

Una aterciopelada voz resonó por el lugar, se volteó pudiendo enfocar apenas una figura femenina. La mujer comenzó a andar en su dirección hasta posar una mano en los ojos de Degel. El cálido cosmos de un color celeste empezó a rodearle. Tristeza y añoranza era lo que podía sentir y por un momento se preguntó quién era aquella mujer.

 

— Creo que con esto es suficiente — susurró la fémina quitando la mano. Degel al abrir sus ojos pudo enfocar perfectamente el rostro de la mujer, al igual que su alrededor, quedándose de piedra. Estaba en un templo, pero lo que más le asombraba no era por los reflejos de agua en las paredes, sino por la apariencia de aquella mujer.

 

— ¿Quién eres? — susurró incrédulo. Pero la mujer no dijo nada, solo le dio una mirada de soslayo y empezó a andar hacia las profundidades del templo.

 

Sin saber qué más hacer, optó por seguirla.

 

Tenía muchas dudas y entre ellas era ¿Cómo pudo llegar hasta ahí? Sin duda, la única explicación era ella. Además, el hecho de poder sentir la tristeza en su cosmos le daba mucho que pensar ¿Acaso ella buscaba su ayuda? En cualquier otro momento lo haría sin dudar, después de todo ese era el deber de un santo de Athena, pero ahora tenía una misión más importante y ese era Kardia. Le debía muchas cosas al escorpión y no podía permitir que Apolo se quedara con él.

 

Levantó la vista para interrogar a la mujer, pero ésta había desaparecido.

 

— ¿Qué está pasando aquí?

 

Paseó su vista por el lugar sorprendiéndose al ver en donde estaba. Unas ruinas que parecían abandonadas se encontraban escondidas celosamente en lo profundo del lugar.

 

Algunas columnas viejas y rotas se encontraban por el suelo en medio de una pequeña fuente de agua que no le llegaba más allá de los tobillos. En el centro, una esfera resplandecía, era de color plateado y apenas se podía distinguir lo que había en su interior. Algo dentro suyo le decía que se acercara, y así lo hizo.

 

Hipnotizado por aquel resplandor extiende su mano, rozando apenas con las puntas de sus dedos la suave y lisa superficie. Degel sintió con su corazón se detuvo cuando al fin pudo tocarla con la palma y ver lo que ocultaba aquella. La figura de un muchacho con los cabellos flotando al igual que su cuerpo, se encontraba en el centro. Con un rostro apacible y lleno de serenidad parecía que estaba durmiendo.

 

— No puede ser… — susurró sintiendo como la desesperación llenaba su corazón y hacía perder su cordura — ¡Kardia!

 

En la palma de su mano derecha empezó a reunir pequeños copos de hielo, dispuesto a lanzar el Diamond Dust y destruir la esfera para sacar a Kardia de aquel lugar, pero entonces el muchacho al frente abrió los ojos. Un torbellino de agua lo invadió obligándolo a cerrar los ojos y contener la respiración. Su cabeza empezaba a darle vueltas por la falta de aire, y sin darse cuenta había soltado el aire, sorprendiéndose al ver que podía respirar sin problemas.

 

Abrió los ojos viendo como ya no se encontraba en aquellas ruinas, sino en un campo lleno de varias flores, entre las que resaltaba las rosas, en el medio de todas, había un espacio en forma circular donde una bella flor que reconoció como Jacinto, aquella que tenía pétalos azules se encontraba marchita. Se acercó despacio, agachándose para poder rozar la bella flor, pero unas voces infantiles se escucharon detrás suyo.

 

— ¡Vamos Camus! — gritó con entusiasmo un niño rubio — ¡Quiero saber si mi amigo ya vino!

 

— Milo no vayas tan lejos — el muchachito pelirrojo y de mirada caoba intentaba seguirle el paso.

 

Degel no entendía qué era lo que veía o si eso realmente era real.

 

— Las cosas no cambiarán. La historia se repetirá por varias generaciones más.

 

La voz de aquella mujer lo hizo sobresaltarse nuevamente. Miró de soslayo cuando ella estuvo a su lado, pero no lo miraba, su vista se mantenía fija en el niño de cabellos rubios llamado Milo.

 

— ¿Me dirás esta vez quién eres y qué es lo que pretendes al mostrarme esto?

 

— … — la mujer siguió mirando a los infantes, sonriendo apenas al ver cómo el pelirrojo empezó a regañar al rubio — Mi nombre es Clío, madre de Jacinto quien ha reencarnado en aquel muchacho que llamas Kardia y en un futuro, en aquel infante de nombre Milo.

 

Jacinto, fue todo lo que pensó Degel mirando al niño y luego a la mujer con incredulidad. Ésta al ver que el santo de Athena no diría nada, decidió continuar.

 

— Sé que has venido al Oráculo de Delfos por él, y te imploro que lo saques de estas tierras. Jacinto ahora ha reencarnado con una sed de venganza por aquel que en el pasado le traicionó por el amor de Apolo y me temo que puede afectar a mi señor sino lo detienes…

 

— Disculpe — interrumpió Degel, por fin — Me temo que yo estoy aquí para recuperar a Kardia, lo que ocurra con el Dios Apolo no es de mi incumbencia.

 

Sus palabras salieron frías y secas. Sus ojos estaban puestos en los infantes en especial por el niño de nombre Milo. Había reconocido en él la esencia de su amigo, pero sobre todo podía notar como no era el único que el niño llamaba la atención. Podía ver a Apolo mirando fijamente al pequeño, escondido entre los frondosos árboles.

 

Si la mujer estaba en lo correcto, eso significaba que en cada vida debía proteger a Kardia de las manos de Apolo, él no deseaba eso, quería que Kardia por una vez tuviera que vivir tranquilamente sin tener ese deseo sangriento de llevarse un premio con él al momento de morir o que ese dios quisiera llevárselo en cada era.

 

Estaba decidido a mantenerlo alejado de Apolo, a mantenerlo lejos de la muerte, sin importar cuantas vidas pasen.

 

(***)

 

(**)

 

(*)

 

— Degel — susurró el joven con la mirada perdida hacia el bosque.

 

Un aura de un tono plateado con tintes azules y blancos, combinado con destellos dorados le cubrían de pies a cabeza, podía sentirlo. Su corazón latía con fuerza, golpeando contra su pecho de manera dolorosa al reconocer el cosmos de aquella persona. Mientras que aquel sentimiento de tristeza y preocupación seguía esparciéndose por su pecho.

 

— Quiero verte… Degel… ven a mí — pensó con cierta ansiedad.

 

La puerta de la habitación se abrió con algo de brusquedad, motivo por el cual contuvo por unos segundos la respiración, todo rastro de cosmos dorado había desaparecido, volviéndose completamente plateado. No era necesario girar para saber quién era, y su visitante tampoco le pediría eso. Aún sin saber qué hacer, sintió los cálidos brazos de su amado rodear su figura de una manera posesiva, queriendo retener lo imposible.

 

— No sabes lo mucho que esperé por este día — susurró cerca a su oído, logrando estremecerlo.

 

— Yo también he esperado mucho tiempo por verlo, mi señor.

 

Las manos de Apolo recorrieron el cuerpo de su amante intentando reconocer su nueva apariencia hasta quedar a la altura de los firmes glúteos, donde apretó con fuerza para luego levantarlo hacia la mullida cama con sábanas de seda. Separó sus piernas para darle mayor acceso al dios de acomodarse y recorrió con su mano el firme pecho. Sus ojos se cerraron cuando sintió los suaves labios de Apolo recorrer su cuello, bajando hacia su desnudo pecho. Las grandes manos se colaron por debajo de la túnica volviendo a tocar cada centímetro de su anatomía hasta llegar a su sexo.

 

Cerró sus ojos disfrutando el placer que empezaba a recorrer cada centímetro de su anatomía, los labios de Apolo empezaron a atacar su cuello demostrando toda la pasión y amor que había estado reteniendo en aquello años, pero la imagen de un hombre de largos cabellos verdes y mirada fría los hizo abrir de nuevo.

 

— ¡Detente! — gritó separándose bruscamente de Apolo. El dios del sol lo miró con sorpresa sin saber que hacer a continuación.

 

— Jacinto…

 

— L-Lo siento — susurró — Creo que aún no puedo controlar este cuerpo.

 

— Descuida, después de todo en este tiempo has reencarnado como un caballero de Athena.

 

— Si… — su mano se aferró a su pecho sintiendo como éste palpitaba con fuerza.

 

— Por cierto ¿y Altair? — preguntó, queriendo olvidar la sensación de soledad por el rechazo de Jacinto — Creí que estaría cuidándote.

 

— Solo se fue — susurró con una pequeña sonrisa al recordar el lamentable estado del hombre — Ya no supe a donde fue.

 

— Entonces debería mandar a buscarlo…

 

— He visto que el bosque hay movimiento ¿por qué? — cambió de tema.

 

— Sólo son intrusos. Nada que debas preocuparte.

 

Sus palabras salieron tranquilas, pero Jacinto se daba cuenta de su mentira. Los brazos de Apolo rodearon su cuerpo con cierta posesividad que le resultaba abrumador. Algo en su interior le resultaba inquietante, desde que la imagen de aquel hombre apareció en su mente sentía cierta nostalgia, y como Apolo no quería decirle nada, debía averiguar por su lado.

 

Hubo un momento de incómodo silencio. Jacinto estaba intentando ahuyentar aquel sentimiento que lo agobiaba, quería volver a ser feliz al lado de su señor.

 

El deseo de los muertos es siempre volver a la vida, Apolo lo sabía, él lo sabía. La muerte de Jacinto a manos de Céfiro fue un día oscuro para todos los que rodeaban al dios, que bajaba cada doscientos años para ver a su amado. Fue tan solo el destino, el que volvió a unir los caminos de ambos. Si no fuera por aquel artefacto que pertenecía a Athena, o el hecho que justamente fuera Kardia quien tuviera que escoltarlo, tal vez nunca hubiera podido disfrutar el calor de su amado.

 

Pero había algo que le molestaba.

 

Aquel hombre que acompañaba a su amado.

 

De hecho Apolo se había percatado porque Jacinto lo había rechazado. A diferencia de otros dioses, él conocía y amaba a su amante. Se sentía frustrado por la confusión que habitaba en su corazón, y no quería volver a perderlo. No por un insignificante humano.

 

Si todo salía bien, para este momento las musas ya habrían acabado con la pequeña tarea que se les encomendó.

 

Entonces el silencio se rompió.

 

— Mi amado príncipe, deseo que esta vez me acompañes al Olimpo.

 

— ¿Mi señor? — susurró con sorpresa por las repentinas palabras.

 

— Esta vez no quiero fallas. Ya no hay más amenazas que impiden que estemos juntos.

 

— Pero… — se separó un poco mirándolo con pena — Sabe que es temporal… la flor aún no ha marchitado, aún no es el momento.

 

— Jacinto… ¿Qué te detiene?

 

— ¡...!

 

— No es por la flor. Hay algo que te está perturbando ¿no?

 

Jacinto se quedó paralizado por sus palabras ¿Algo lo estaba perturbando? Degel susurró una voz en su mente. ¿Quién era ese hombre y por qué su nombre lograba inquietarlo?

 

— No sucede nada.

Notas finales:

¡Hola de nuevo! (?)

Quiero aclarar algo: sé que a la mayoría le gusta ver a Kardia de seme (a mi igual XD) pero en la escena donde hay ApoloxKardia debo decir que la persona que está con Apolo es Jacinto (por ahora dormí a Kardia XD) además que incluso Jacinto está confuso XD y sé que hay partes confusas (cuando lo volví a releer me confundí XD) pero en el próximo cap lo voy a aclarar :) 

También habla de una flor, y es que Jacinto se refiere a la flor que Apolo creó con su sangre en la mitología griega cuando murió. Quise usar este dato para que, cuando los pétalos de la flor jacinto cayeran y ésta se marchitara Jacinto pudiera resucitar por completo.

Bueno, me despido por ahora :D

¡Nos estamos leyendo!

¡Saludos!

¡SOLO CRÍTICAS CONSTRUCTIVAS!


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