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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Un capítulo larguito, en agradecimiento por sus comentarios.

 



Una hora y media manejando por la carretera nevada hacia la frontera con Bélgica había hecho que Kyan Novak entrara en una especie de transe autómata.

Escuchaba por oír algo, a un par de conductores contestar llamadas acerca de los deseos navideños de los radioescuchas. Era bastante predecible y hasta un poco cursi, esas fechas ponían a la gente bastante más sentimentales.

“Quiero reunirme con mi familia” había dicho una mujer de voz ronca que recién había contado que acababa de ser abuela y deseaba conocer a su primer nieto.
Reunirse con su familia era sin duda un buen deseo, esta vez no podía ser cínico al respecto. Él mismo estaba intentándolo en ese momento, ¿no era así?

Apenas daba la una, hacía menos de una hora había alquilado un coche y avisado a Aurore que iba en camino a la Casa Azul, el lugar donde había crecido. A ella la conocía desde hacía más de una década, ella era la segunda niña de la que Neru se había hecho cargo después de él, pero no la última.

Y había otro motivo, Kyan estaba a cargo de la dirección de la Fundación Neru Novak y aunque tenían un puñado de patrocinadores que daban donaciones regulares, esencialmente era él quien sostenía la casa hogar y Aurore quien la administraba.

Mila, una de las pequeñas de la casa, al saber que iría a Ëlwen, le había mandado muy propiamente una postal (cuyo dibujo sospechaba había sido creación suya), en la que lo invitaba a pasar la cena navideña en la Casa Azul, como una “gran cena en familia”. Tal como en los viejos tiempo, un montón de chiquillos y mucha comida.

Aurore le había advertido, sin embargo, que Neru estaría ausente en Navidad, que había decidido no dejar el asilo. Eso era muy extraño.

Cuando había inquirido acerca de aquella razón, hacía recibido evasivas.

Detuvo el motor del auto, había llegado a su destino.
Se dio un momento para contemplar la casa y que ahora tenía frente a él, angosta y alta como un cartón de leche. Al encontrarse en las afueras del poblado de Troisvierges, el terreno disponible era muy vasto, siempre había pensado que era perfecto para tener un huerto urbano, pues incluso con el frío de montaña que podía llegar a tener esa parte alta del país, el viento helado podía evitarse con un invernadero.

La casa necesitaba una buena pintada desde hacía tiempo, su apodo de casa Azul resultaba más vibrante que lo que de verdad era.
La sensación en ese lugar era el de un bosque silencioso, en un sitio remoto en una localidad tan chica, un pueblo sencillo cuyo ambiente conocía tan bien, que se había emancipado joven.

Neru hacía unos años había hipotecado la casa y había estado a punto de perderla, en esos entonces, Kyan acababa de cerrar el negocio más grande que había tenido en su carrera hasta ese momento, que le llevaría a ser invitado por Roger Miller a trabajar en Muggen, así que decidió comprarla y regalársela.

Pero Aurore tenía la idea de la Fundación, que su abuela aceptó de inmediato. Se creó la sociedad civil en cuestión de semanas y la casa hogar entró en operaciones poco tiempo después, acogiendo a 10 niños, cifra que al año siguiente se duplicó.
Pero no se podía crecer más, no sin ampliarla.

Vio salir a una mujer menuda y pequeña en el final de sus sesentas, era Erika, la trabajadora social y cocinera. Lo esperaba en la entrada, agitando la mano en forma de saludo. Kyan devolvió el gesto y apresuró el paso, cuando estuvo a pocos pasos de ella, Erika lo tomó de la muñeca para acercarlo y plantarle tres besos en las mejillas, como siempre hacía sin importarle sus protestas.

- Schéi Chrëschtdeeg, här Novak!*
*/Felices fiestas, señor Novak!

- Ah, igualmente, Erika- respondió sin poder demostrar el mismo entusiasmo.

- Pase, pase, debe estar congelándose. Preparé un poco de vino caliente, ya sabe sólo
  para los adultos. Nos alegra mucho que haya venido, estaba preparando una cazuela
  gigante de estofado de liebre, el mejor platillo que se puede comer en navidad, caliente,
  nutritivo y reconfortante. Ya sabe, comida casera.

La mujer continuaba hablando mientras entraban.
Adentro, efectivamente el delicioso olor constataba que se llevaba a cabo una cocción que llevaba muchas horas.

- Hice galletas de papa, y a decir verdad me quedaron increíbles- decía al tiempo que
  tomaba una charola y le ofrecía.

De nada servía decir que no, ella insistiría hasta hacerle comer, así que se evitó el trámite y tomó una. Y como era de esperarse de esa mujer, era fantástica.

- Está esforzándose demasiado. ¿Aurore no te ofreció tomar el día libre?

- Una vieja como yo que no tiene un hogar al que regresar prefiero pasar con los chicos
  este día, por nada del mundo querría estar en mi casa sintiéndome sola y desgraciada.

Un poco exagerado sin duda, pero el castaño estaba acostumbrado a su forma de ser.

- ¡Me alegra mucho que haya decidido aparecerse por aquí! ¿Cómo marcha todo en su
  vida, señor de la gran ciudad?

- Si consideras que la capital es una gran ciudad, tienes un problema de percepción.

Ella comenzó a reír y le dio un par de palmadas un tanto excesivas en la espalda.
- ¡Voy a avisar a Aurore que ha llegado!- avisó la mujer- está en el salón con los chicos.

- No te molestes, Erika, yo iré, sigue en lo tuyo.

- No es problema, ¡venga conmigo!

 

- -


Dentro del salón, había una veintena de chicos de diferentes edades sentados en almohadones en el piso, escuchaban una historia navideña de parte de Aurore, la mujer de cabello castaño en un chongo y ojos azul muy obscuro, con un porte poderoso. Les narraba un cuento navideño, que aunque en alemán, todos ahí lo entendían, incluso los más pequeños.

Hacía casi un año desde su última visita, había niños que no recordaba por supuesto y los que sí, se veían muy grandes, todo eso hacía un poco más obvio que sus idas a la Casa Azul eran cada vez menos frecuentes.

En el centro de aquel gran círculo estaba un plato bien grande lleno de migajas que atestiguaba que todos habían probado las galletas de Erika.

Aurore, lo notó, pero continuó su relato del que no parecía faltar mucho para concluir.
Kyan se apoyó en la pared mientras eso pasaba, aguardando mientras buscaba a la pequeña Camila con la vista, una niña que llevaba tres años de sus seis en la casa.

La encontró con un vestido rosa, ella también lo había visto y le sonreía radiantemente.
Poco de sus rasgos de bebé quedaban, su negro cabello lacio de muñeca brillaba suelto y una mirada animada bailaba en sus ojos.

Cuando Aurore terminó, cerró el libro y se puso de pie. Los presentes seguían atentos y ella iba a aprovechar el momento.
- Chicos, creo que la mayoría de ustedes conoce al señor Kyan Novak.
  Él es parte integral del sostén de la Casa Azul y sin su apoyo nada de esto sería posible.

- Incluidas las galletas- agregó Erika en una broma.

- Sí, incluidas las galletas- repitió Aurore- Así que vamos a agradecerle su esfuerzo y
  hagámoslo sentir bienvenido.

Un saludo unísono se oyó en las voces infantiles de aquella audiencia.

- ¿Podrías continuar con la siguiente historia?- pidió entonces a Erika.

Quería un momento a solas con Kyan.
Pero de la multitud de chicos, como un torbellino surgió.

- ¡Key! ¡Viniste! ¡Viniste!

- Mila, ¿cómo te has portado?- preguntaba al tiempo que la alzaba en los brazos el asesor
 financiero.

- Bien, ¡siempre me porto bien! Te lo prometí, ¿recuerdas?- le mostraba su dedo meñique,  
 con el que había jurado hacía un tiempo no volver a meterse en problemas.
Eso había sido después de haber pintado al perro de la casa con plumón permanente.

- Claro que lo recuerdo y me alegra que lo estés cumpliendo.

Aurore se acercaba.
- Justo hace unos días, Mila me preguntó si te vería antes de navidad y mira, es como si  
  le hubieras leído la memoria- dijo, sonriendo a la pequeña.

Ella le devolvía la sonrisa, divertida.

- ¡No! ¡Eso no se puede!- protestaba Mila- Se lo he pedido a Kleeschen* como mi regalo
  de navidad.
  ¿Vas a quedarte a la cena de navidad, ¿verdad?

La carita de la niña se hacía difícil de rechazar. 

- Sí, pero primero iré a ver a Neru.

- ¿Por qué ella no quiso venir?- cuestionaba la niña.
Esa era una excelente pregunta.
Él miró a Aurore y por su semblante, era obvio que algo no marchaba bien.

- No lo sé, pero iré a preguntarle.

- Quería verla porque no sé si el próximo año siga aquí- declaraba la chiquilla con toda
  certeza- quizá ya me habrás adoptado.

- Bueno, te puedo prometer que pasaremos la próxima navidad juntos- dijo el asesor
  financiero.

- Camila- pareció interrumpirla Aurore- Erika va a comenzar un nuevo cuento, intégrate.
  Verás a Kyan más al rato, en la cena.

- Sí, nos vemos más tarde, Key. Hay un regalo para ti bajo el árbol.

- Adiós, pequeña- se despedía con voz tersa el duro Kyan Novak.

Aurore miraba al castaño ahora algo seria.
Una vez en la cocina, ella dijo justo lo que pensó que le diría.
Y no podía sino darle la razón.

- Kyan… no deberías darle esas ilusiones. Tú más que nadie sabes cómo es eso, si tú le
  pones en la cabeza que la adoptarás, se sentirá rechazada cuando no lo hagas.

Eso lo sabía. Pero si su vida fuera diferente… quizá no sería una promesa.

Mila se había ganado su corazón hacía mucho tiempo, pero sus posibilidades de adoptar a alguien era distantes no sólo por cuestiones legales.
Tampoco tenía un hogar que ofrecerle.

Había existido un idílico momento en que Ricard y él habían hablado seriamente de hacerse cargo de Mila, pero ahora era más que obvio que eso no iba a pasar.

- Tienes razón, como siempre… -admitió aunque odiara hacerlo- no volveré a sugerirlo,
  ¿está bien?
Aquello resultó duro de prometer.
Era como si diera carpetazo al asunto.

Ella hizo una media sonrisa.
- Lo siento, Kyan, debería desearte una feliz navidad también, antes de cualquier cosa.
  Iré por algunos papeles a la oficina, quisiera que les echaras un ojo.

Regresaba al minuto con un montón de documentos de la Fundación y los ponía frente a él, con su usual eficiencia.

- Las cuestiones de siempre, el lugar nos queda pequeño. Otto, Marie y Jack ya han sido
  adoptados, reacomodamos a todos para liberar un cuarto y poder pintarlo, pero ese
  mismo día nos llegaron dos nenes, unos gemelos recién nacidos, ya no hay espacio en el
  cuarto de lactantes, así que les dimos esa habitación, pero en mi opinión no son las
  mejores condiciones.

Había oído de los gemelos en uno de sus correos.

- Admito que no he tenido tiempo de buscar alternativas- dijo Kyan- lo más lógico sería
  ampliarnos en el terreno que hay, aprovecharlo lo mejor que se pueda. Les prometo que
  revisaré las finanzas y la posibilidad de empezar en primavera.

Pero esa promesa no parecía entusiasmarla, sabía que para ella la primavera era lejana y los problemas de espacio, cercanos.

Entonces la joven mujer le contó que en la misma zona había salido a la venta un edificio que sería perfecto para ampliar la fundación, y le dio la tarjeta de la compañía de bienes raíces que estaba a cargo. Y sólo para completar el asunto, comenzaron a revisar la contabilidad.

Casi una hora después, Aurore le había puesto al tanto de cómo marchaban las cosas, y como era de esperarse, aunque no era mala la situación de la Fundación, estaban quedándose cortos.

Al terminar esa pequeña junta en la cocina, el asesor estaba listo para ver a Neru, cuando su “hermana” le advirtió.

- Kyan… hay algo de lo que no te hablé en los correos, es un asunto delicado.
  Neru no se encuentra muy bien de salud, está un poco deteriorada. Debes estar preparado.

Tenía que admitir que la comunicación que tenía con Aurore a veces no era la más efectiva, sin embargo la salud de su abuela era algo que parecía poco inteligente no haberle comentado.

- ¿Por qué no eres más clara?

Eso le angustiaba en una parte muy primaria de su ser. Porque Neru era como su madre.
Pero como la vez anterior, Aurore no soltó información.
- Quizá no deba ser yo a quien debes preguntarle. Seguramente en la residencia te darán
  una mejor explicación.

Eso le revolvía las entrañas.
No es que esperara que Neru estuviera bien para siempre, pero el asunto comenzaba a parecer un tanto sombrío.

Sacó algo de su gabardina, era un regalo largo y plano.
- Sé que Mila pidió que viniera a cenar como regalo, pero si pudieras poner esto bajo el
  árbol, te lo agradecería. No he comprado nada para los demás chicos y preferiría que
  creyera que se lo ha traído Santa Claus.

- ¿Un libro?- adivinó ella.

- No, es un cuaderno de dibujo. El mejor que pude encontrar.
  Sé que puede parecer algo soso, pero creo que le gustará.

No era un regalo nada moderno y probablemente no sería lo que un niño de esa generación querría, pero pensaba que ella podría encontrarle el encanto, dado que le gustaba tanto dibujar.

- Me parece que le gustará mucho- contestó Aurore, sonriendo finalmente.



- - - - 


El llamativo techo rojo de la residencia Liewensbam avisó que el corto viaje de la Casa Azul hasta el asilo había terminado.

Pero el recepcionista que siempre lo atendía esta vez no lo pasó de inmediato, avisándole que tenía instrucciones de llevarlo a ver al Dr. Schroeder que era el encargado de su abuela en cuanto él viniera de visita.

Eso, unido a la advertencia de Aurore comenzaba a ponerlo tenso.

Siguió al joven a través de los amplios y luminosos pasillos de aquel asilo.

Se trataba de un lugar exclusivo, él personalmente había visitado por lo menos media docena de lugares, incluso los más lejanos del área antes de haber elegido ese, de hecho, Liewensbam era considerado uno de los mejores del país, sus instalaciones y el cuidado personal eran esmerados y obviamente el precio de tal calidad era elevado.

Aquel lugar era lo mejor que podía imaginar para alguien en su retiro, con muchas actividades para llenar a lo largo de una jornada, suites con todas las comodidades posibles, comidas diseñadas para cada condición, staff médico permanente, prados verdes en la época cálida, talleres y cursos a lo largo del año con planes de ejercicio y rehabilitación y muchos otros etcéteras.

Pero… no podía dejar de pensar en que había algo deprimente en ver a los ancianos arrastrarse con andaderas o sillas de ruedas por las salas, ensimismados y a veces desorientados, algunos contantemente medicados.

Se preguntaba seriamente si esa sería su senectud. Al paso que iba, no parecía muy probable algún día tener una familia y eso reducía sus cuidados como adulto mayor a un sitio como ése, ¿o no? Quizás incluso sería realista irse haciendo a la idea.

Cuando se encontró con el Dr. Schroeder en su oficina, detuvo sus cavilaciones.

El hombre en sí bien podía ser un huésped más de ahí, con pronunciadas y abundantes arrugas en el rostro, escaso cabello cano, lentes gruesos anticuados y rostro sonrojado.

Había visto a ese médico la primera vez hacía tres años, cuando Neru había ingresado y él le había dado los resultados de los exhaustivos chequeos que le habían realizado.
Se preguntaba ahora si la amarga plática que había sostenido con él la última vez iría a repetirse en un tono más grave.

De pronto se sintió muy acongojado y juntó sus manos para tener algo que hacer con ellas.

- Señor Novak, buenas tardes. He pedido verlo porque considero que es importante
  ponerlo al tanto de la condición de la señora antes de que la viera- dijo como
  introducción, la luz artificial hacía brillar su cara sudorosa.

- Suena como algo serio- vaticinaba ansioso en su asiento.

El doctor hizo una mueca incómoda y sacó su expediente.
Después de hojearlo superficialmente, fijó su vista en él.
Sí, parecía algo serio.

- La última vez hablamos de la condición de su familiar. De cómo la enfermedad de Pick
  comenzaba a afectar su mente, tal como le dije en esa ocasión es algo inevitable y
  progresivo. Me temo que está avanzando a mayor velocidad de lo que esperábamos.

- ¿Qué tan avanzado?- fue la pregunta más lógica.

- Me temo que no hay un buen pronóstico.
  Es algo manejable, pero no controlable, aquí nuestra misión no permitir que la calidad
  de vida del paciente demerite, porque como dije…

- No hay nada que hacer al respecto, lo entiendo.

Kyan miró hacia los diplomas médicos del doctor.
Eran credenciales impecables de una larga vida al servicio de la medicina.
Aun así… algo en él se resistía a creer lo que acababa de decir.

- Explíqueme más- le pidió pese a que sería doloroso saberlo.

El doctor lo miraba fijamente con un aire de gravedad a través de los gruesos cristales de sus gafas y durante algunos segundos pareció buscar las palabras apropiadas.

- La señora ha comenzado a perder el sentido de la realidad. Eso implica que no está
  interesada en el mundo exterior, en el presente.
  Confunde las fechas, los nombres, los hechos y las personas. Es como si una parte de
  ella viviera en el pasado, que es donde muchos de sus recuerdos siguen intactos.
  Actualmente parece descuidar sus relaciones con otros residentes, se niega a adecuarse a
  los horarios, ya no le da importancia a su cuidado personal.

Kyan sintió una ráfaga de furia golpearlo como un rayo.

Él más que nadie conocía a Neru. Era una de las personas más determinadas y dedicadas que conocía, el hecho de que ese sujeto hablara de esa forma de ella lo enfurecía.
Pero tenía que ser cierto, ¿por qué irían a mentirle?

- Asumo que eso es un problema para esta institución.
Quería saber cómo reaccionaría el médico a esa declaración. Pero tal como supuso, el hombre fue muy profesional.

- Eso no tiene relevancia, estamos aquí para ayudarle.
  Sin embargo, es mi deber informarle todo esto, en especial lo relativo a su falta de
  lucidez, normalmente los familiares se sorprenden cuando después de un tiempo
  vuelven a ver al paciente y su frustración puede tornarse algo desagradable.

- Si teme que demande por negligencia, puede estar tranquilo- le aseguró, saltándose todo
  tipo de diplomacia.

La frase fría de Novak había resultado quizá demasiado para el médico que volvió a repetir su mueca de incomodidad.

- Sí, bueno, la hemos trasladado de su antigua habitación a un aula para cuidados
  especiales y el cambio no le ha gustado en absoluto. Cuando la vea seguramente estará
  malhumorada.

- Gracias por la advertencia.
Esta vez ni siquiera él mismo supo si estaba siendo sarcástico.

- Y una cosa más y esta puede que sea más delicada.
  En fechas recientes se ha mostrado hostil con el personal, tiene la idea de que la
  la mantenemos captiva en este lugar y le impedimos ir a ver a quien suponemos es su
  hija Hayley, ¿asumo que sabe de quién hablo?

Escuchar eso le hizo tensar todo el cuerpo.
De todo aquel horrible discurso quizás fuera ese punto el que tuviera la capacidad de afectarlo más.

Hayley era… la madre de Kyan, su verdadera madre.
Sin darse cuenta sus manos se apretaban hasta rechinar.
Ante la falta de una respuesta, el médico continuó.

- Lamentablemente la situación nos obliga a tomar medidas de seguridad para ella misma.
  Que el paciente esté calmado no sólo ayuda a que el ambiente de la residencia sea más
  tranquilo para todos, sino que le permite que su enfermedad no progrese a mayor
  rapidez, que su salud no decaiga por el estrés y a ultimados términos que no se haga daño.

Eso estaba volviéndose ridículo.
- ¿Hacerse daño? ¿A qué se refiere?

- No es que haya ocurrido todavía, pero algunos pacientes suelen lastimarse a sí mismos,
  sobre todo porque su padecimiento les sentir confusión y perder coordinación.

Neru nunca haría algo así. Era ofensiva esa implicación. Sin embargo, entendía lo que escuchaba, existía la posibilidad de que ella se hiriera sin quererlo y preguntó lo que le pareció más lógico.

- ¿Hay algo que pueda hacerse respecto a eso?

El otro parecía haber esperado oír eso y por primera vez hizo en su cara algo parecido a una expresión de alivio.

- Por supuesto y es lo que deseaba discutir con usted.
  Si su caso comenzara a agravarse más, sería necesaria medicación para mantenerla
  relajada, eso requiere el expreso consentimiento de sus familiares.
  Y la señorita Aurore me temo que legalmente no puede tomar esa decisión.

Aunque Neru se había hecho cargo por completo de Aurore, jamás la había adoptado legalmente como su hija, Kyan era el único que realmente llevaba su apellido.
Eso le daba la obligación de decidir si debían mantener medicada a Neru o no.

- Está hablando de un caso hipotético todavía, ¿no es verdad?

- Así es, pero nunca sabemos con certeza cuándo podremos volver a contar con su
  presencia, sería mucho más conveniente si firmara el permiso hoy mismo.

Sí, eso era totalmente razonable, pero lamentablemente si hablaban de la persona que más quería, aquella que lo había cuidado cuando todos los demás lo habían hecho a un lado… dejaba de tener lógica.

Le dolía el pecho al escuchar todo eso, pero tuvo que recurrir a toda su entereza.
- ¿Podría verla primero?

- Por supuesto, tal vez eso le aclare un poco su situación.



- - 


Para subir al último piso requirió ir acompañado de un enfermero con una llave especial, él le explicó que los accesos estaban controlados en ese nivel.
La idea de Neru de que la mantenían encerrada no era del todo absurda después de todo, pero por lo demás, en apariencia ese piso era igual que los demás.

No obstante al llegar a la habitación asignada pudo comprender un poco más la diferencia. Esa suite consistía en dos ambientes, uno era una pequeña sala con vista al jardín y la otra parte era el dormitorio. Nada más.

No había rastro de la cocina que había tenido, o del baño privado.
Las implicaciones eran obvias, sin estos dos elementos se reducían las posibilidades de Neru de “lastimarse”.
Las advertencias del médico tomaban una apariencia más real.

A principio no se dio cuenta de su presencia, confundido creyó que no se encontraba ahí, sin embargo ante su desconcierto, el enfermero señaló un pequeño bulto en la cama.

Ella se encontraba acurrucada en posición fetal, tan inmóvil que no parecía más una persona que un reducido montón de sábanas.

El cuidador se retiró sin cerrar la puerta.

Kyan se acercó lentamente hacia ella, creyendo que su inmovilidad obedecía al sueño.

Se sentó en la cama y entonces vio su cabello esponjado asomando, hacia un par de meses conservaba aún un poco de su tono rubio, pero ahora era completamente níveo.
En tan poco tiempo…

Tocó aquel cabello, acariciándolo suavemente con las yemas de sus dedos, eran suaves todavía y más delgados que nunca. Susurró su nombre apenas, sin saber si realmente quería despertarla, pero ella se giró un poco.

Sus ojos estaba cubiertos de una membrana delgada apenas perceptible, su expresión era de sopor. Sus mejillas estaban un tanto vacías, y las venas azules de su cara se marcaban más por la absoluta palidez de su rostro, pero era hermosa a sus ojos, más bella que cualquier persona que conociera.

Ella lo miró sin ningún tipo de emoción y eso lo desconcertó.

- ¿Van a dejarme salir al patio?

Kyan sintió un respingo.
¿Acaso creía que él era parte del personal?

- Neru, soy yo, Key- le dijo suavemente en un tono de voz que muy pocas veces tenía.

Pero ella frunció el entrecejo en vez de reconocerlo.
Tragó saliva, sin parecer comprender sus palabras.

- ¿Key?- dijo el nombre como si se tratara de una pregunta, más que un reconocimiento
  y luego, como si la idea le causara gracia, sonrió, mostrando las relucientes perlas
  blancas de sus dientes- tienes el mismo nombre que mi pequeño pero él es apenas un
  niñito- dijo, encontrándole cierta gracia.

“Ha comenzado a perder el sentido de la realidad. Confunde las fechas, los nombres, los hechos y las personas”.

La señora se giró a verlo, pero su mirada no cambió en absoluto, como si no contemplara nada que pudiera interesarle, como su hijo adoptivo.

- Quiero tomar un poco de aire libre, ¿por qué no me dejan salir?- murmuró con la voz
  temblorosa- Margot y Frida me esperan para jugar cartas, les he prometido que iría esta tarde.

No sabía que decir.
¿De verdad no tenía idea de quién era?

- Está nevando afuera, ¿lo ves?- le indicó señalando a la ventana, donde los copos ligeros
  de nieve caían incesantemente- es mejor no salir, además, he venido a conversar un
  poco contigo, ¿estás de ánimos?

Las arrugas de sus ojos se marcaron mientras arqueaba aún un poco más sus labios.
- Ah- suspiró, fingiendo frustración, tal como recordaba que hacía cuando no quería
  admitir algo de entrada- ¿Cómo decir que no a alguien que se llama como mi chiquillo?

Sí, la idea hubiera resultado graciosa si no estuviera al tanto de lo que significaba.

- Neru… ¿cómo te sientes? ¿Estás cansada? Es pleno día, no deberías dormir.

- A nadie aquí le importa cómo me siento…

- A mí me importa. No trabajo aquí, he venido a verte de la ciudad.

Pero ella no reaccionó. Su vista se perdía en algún punto invisible para él.
Era tan extraño verla así. El malestar se instaló en su estómago, produciéndole una impresión que entremezclaba la preocupación con la pérdida.

Neru siempre había sido una persona alegre y activa. La melancolía y apatía que veía deseó adjudicarla al asilo, la forma en que la trataban o lo deprimente de las instalaciones, pero sabía bien que no se trataba de eso.

Las alas en la mente de Neru habían sido cortadas por el tiempo mismo.
Percibirlo tan claramente era triste.

Pero se trataba de la mujer que había sido su estandarte, así que tenía que sobreponerse a cualquier impresión y hacer un esfuerzo.

- ¿Te gustaría jugar a las cartas conmigo? Quizá no lo recuerdas, pero soy muy bueno en
  el póker, tuve una muy buena maestra y tal vez pueda ser mejor reto que para ti que
  Margot o Frida.

Ella se acomodó un poco.
- A un crio como tú no tendría problemas en ganarle- dijo ella después de un largo silencio.

No iba a desaprovechar esa oportunidad para sacarla de la cama.
- No hay forma de asegurar eso hasta que me venzas, ¿no crees?

Supo que el sabor de un reto la haría reaccionar.
Sino lo hacía, entonces tendría verdaderos motivos de preocupación.
La mujer que recordaba era enérgica y quizás hasta voluntariosa. Si anhelaba jugar cartas, haría lo posible por complacerla.

- Iré a conseguir un mazo, ¿jugarás conmigo, verdad?

- Eres un joven muy seguro de ti mismo- contestó ella sosteniendo la mirada con seriedad
  pero sonriendo con los labios. Parecía haber captado su atención esta vez- Tu madre
  deberá estar orgullosa.

- Eso espero- dijo antes de salir en la búsqueda de las cartas.

Llegó a la estación de enfermeras, la muchacha en turno de flequillo muy corto se mostró animada por su petición y no tardó mucho en entregarle el pequeño paquete, asegurándole que los juegos ayudaban a mantener la mente lúcida por más tiempo.
Pretendía ser amable.

Aquellas simples palabras le hicieron sentir un atisbo de esperanza y su humor mejoraba a medida que su plan de pasar navidad con Neru se materializaba.

Si ella no quería o no podía salir del asilo, se quedaría con ella de todos modos.
Ya habría otra navidad que pasar en Casa Azul.
Sólo lamentaba no cumplir su promesa con Mila, pero ella entendería.

Al regresar, su abuela se había sentado en la cama y miraba en dirección a la puerta. Parecía dispuesta a salir de su inactividad.

Lucía tan vulnerable en su decrepitud. Esa debía ser la sensación que producen los niños y que despiertan en las personas el deseo de protegerlos.

Los papeles habían cambiado hacia años, Kyan le agradecía a Neru el haberlo cuidado cuando no tenía a nadie, encargándose de ella ahora de la mejor manera que podía. Deseaba hacer de sus años difíciles lo mejor que fuera capaz.

El alivio le hizo alegrarse por primera vez en el día. Se dejaría ganar solo por verla sonreír. Y él nunca se dejaba ganar.

La anciana giró para verlo, sonreía ante el reto, sin duda, ésa era la Neru de siempre.

Pero… a medida que se acercaba… algo se descompuso en el rostro de la mujer.
Su entusiasmo fue transformándose en una secuencia de expresiones angustiantes: asombro, negación, desagrado y finalmente… rabia.

Parado en el marco de la puerta, Kyan sintió que algo iba terriblemente mal.
Nada lo habría preparado para lo que siguió a continuación.

Neru lo señaló con su dedo huesudo, totalmente enfurecida y sus palabras fueran dichas como si escupiera fuera de su cuerpo un antiguo veneno en un voz llena de un desprecio que jamás le hubo escuchado antes.

- ¡Ahora puedo reconocerte! ¿Cómo es que has tenido el descaro de venir aquí?
  ¡Bastardo!

Iba a preguntarle de que estaba hablando, pero ella negó con la cabeza, fuera de sí.
Su rostro encolerizado y demacrado resultó una impresión completamente imposible de asimilar para él.

- ¡Has venido a matarme de un coraje! ¡Debes saber que si debo hacerlo puedo
  enfrentarte una vez más! No me asustas, Auguste, ¡no encontrarás aquí a Hayley ni al
  niño, ¡así que lárgate de aquí!!

La sangre abandonaba su cabeza.
Nunca antes había escuchado ese nombre.
Todos lo habían evitado hasta ese momento.

- ¿Auguste? ¿Quién es él?

Lo sabía. Sabía perfectamente a quien se refería, su pregunta había sido simple desesperación.
Toda su vida le había pedido a Neru le dijera ese nombre, sin obtener ninguna respuesta.

- ¿Auguste es el padre de Kyan?- replanteó la pregunta sintiendo el corazón estrujándose
  en su pecho.

- ¡Deja de hacerte el tonto! ¡Si nu nca te ocupaste de ellos, ¿por qué vienes ahora?!
  Ella ya se ha ido, ¡me ha dejado al chico a mi cargo!
  A tu lado, ¿qué le esperaba?
  ¡Tuve que convencerla de no escucharte e impedir que naciera!

Otro golpe. Más duro y doloroso que el anterior.

- ¡Ustedes renunciaron a él sin darle una oportunidad! ¡Tiene sólo tres años!     ¡Tres!

Un surco de lágrimas le brotó de sus arrugados ojos. Estaba colérica, se ponía temblorosamente de pie.
No encontraba palabras que pudieran detenerla.

Simplemente su mente era incapaz de comprender el verdadero peso de aquella súbita confesión que no era tal.

Esa no era su abuela, aquella anciana delirante no podía serlo.

Kyan gimió, impidiéndose sentir el efecto de aquellas frases incoherentes.
Jamás había esperado escuchar esa historia, no de esa forma tan inesperada y furiosa. 

- No vengas a convencerme de que quieres verlo, ¡cómo si en verdad tuvieras ese
  derecho! Un verdadero padre no es aquel que te da su sangre, es aquel que te da su
  corazón. Y tú eres un bastardo, ¡un adicto sin escrúpulos!

- Basta… Neru…
Su voz sonó como la de un niño.

Ella lo estaba confundiendo con su padre y sin quererlo estaba contándole lo que durante años había callado.
¿Su padre se llamaba Auguste y le había pedido a su madre adolescente que lo abortara?

La tomó de la mano, pero ella respondió con un fuerte manotazo, impropio de un cuerpo tan consumido como el suyo.

- Neru. No soy Auguste, estás confundiéndome.

- ¡Sé perfectamente quien eres! ¡La clase de monstruo que eres!
  No te acercarás a Key, mi pequeño no sufrirá más por culpa de ustedes más hambre y
  miedo, ¡no sabes el esfuerzo que he hecho para que confíe en mí, en la gente!

Su mirada se perdía en escenas que sólo ella podía ver.
- Cuando llegó a mí estaba tan herido, tan abandonado y triste, ¡no arrojarás por la borda
  todo ese progreso por un minuto egoísta en que expías tus culpas!

- Neru…

- ¡Si de algo te interesa Hayley, la buscarás y harás que entre en rehabilitación, harás que
  sus brazos dejen de estar morados por la mierda que consumen y que han hecho a sus
  corazones los de unas bestias!

Sus ojos antes suaves y distantes ahora destilaban rabia hacia quien tenía enfrente, sin darse cuenta que el niño que tanto defendía, era justamente la víctima de sus palabras violentas.

La impresión le robaba la sangre de la cabeza.
- No soy él, por favor…- sonaba como una súplica- detente, Neru.
  Hoy es navidad, he venido a verte… no soy él.

¡No soy él! Deseó gritar con todas sus fuerzas.

Estaba llorando y no fue sino hasta que vio la imagen deformada de su abuela que se dio cuenta.

Ella se tiró en su contra con rencor inesperadamente.
Kyan recibió sin hacer nada sus golpes, sus araños, sus recriminaciones, sus gritos.
Impávido, en shock.

Un grupo de enfermeros entraron de repente en el cuarto y la sujetaron de sus brazos con fuerza.
Sólo fue entonces cuando reaccionó.

- ¡No! ¡No las sujeten así! ¡Le dejarán marcas!

Pero nadie lo escuchaba, la tendieron en la cama que inclinaron.
Llegó una doctora, llenando una jeringa, sin darse cuenta de su presencia.

- Eso no es necesario- le dijo él- ella se calmará, permita que hable con ella y…

- Es su presencia la que la ha alterado así Voy a pedirle que se retire.

- ¡Eres tú el que me ha encerrado aquí! ¡No encontrarás a Key, no lograrás llevarlo
  contigo!- continuaba Neru clamando mientras luchaba inútilmente con el grupo de
  personas que la sometía. Indomable y furiosa-¿Crees que no sé que en verdad nunca te
  te ha importado? ¿Qué clase de padre abandona a la mujer que ha embarazado ardiendo
  en fiebre en la calle? ¡Cómo te atreves a venir aquí!
  ¡Que dios se apiade de tu alma porque yo no puedo hacer otra cosa que maldecirte!

- Señor, retírese ya- dijo la doctora esta vez muy en serio.

- ¡TE MALDIGO AUGUSTE! ¡TE MALDIGOO POR SIEMPRE!



 

- - - - -

 



“¡Te maldigo!” el eco de su voz lo había acompañado todo el camino de regreso, torcida y desesperada, desgarrando su mundo.

Apagó el motor del auto y el silencio se apropió de la cabina

Esta vez ni siquiera el trayecto de vuelta a Lux con su obligatorio tiempo a solas y el ronroneo del vehículo rentado habían podido calmar su mente que angustiosa e innecesariamente repasaban cada una de las palabras de Neru Novak.

No había existido nada tan doloroso como escucharla hablar de ese modo, ni siquiera su separación de Ricard había podido afectarlo como lo que ella había dicho.

Era desconcertante el grado en que estaba realmente perturbado, la forma en la que su mente se negaba a sentir cualquier cosa a partir que dejó la habitación de Neru.

Tenía pocas memorias de su madre, ni siquiera sabía su apellido. Sólo podía evocar sus ojos color miel bajo unas grandes ojeras violetas y una expresión de continuo miedo y paranoia. El olor ácido de su sudor cuando lo abrazaba débilmente y le pedía perdón por pegarle.

Escuchar acerca de Auguste, de su petición de deshacerse de él y de las adicciones de sus padres habían logrado dejarlo en una abismal obscuridad.

Kyan suspiró con fuerza, sintiendo que se ahogaba en el traje que se había puesto para lucir formal para aquella cena, se aflojó la corbata y jadeó con desesperación, con la sensación de que no podía respirar.

Su esfuerzo para ventilarse se volvió cada vez más angustioso hasta que comenzó a ser algo incontrolable.

Se quitó violentamente el saco y ante lo torpe y desesperado de sus movimientos, comenzó a entrar en pánico.

Ese lugar era pequeño… ¡hacía falta más aire!

Salió del auto, la furia de Neru ahora la compartía. Ese ataque de furia que ella había tenido la había hecho gritar hasta que la sedación la durmió casi un minuto de terribles alaridos después.

Caminó hacia su departamento, sin tomar conciencia de su apariencia. Su coraje era tal que sólo pudo sacarla golpeando el primer muro que se topó.

El dolor que le provocó esa acción fue como una especie de recompensa enfermiza.
Más… quería más ese castigo.

Dos. Tres. Cuatro. Cinco golpes.
No era suficiente.
Seis. Siete. Ocho.
¡Maldita sea!

Jadeó sintiendo un punzante ardor en sus puños. Cada vez más dolientes.
Podría destrozarse los nudillos en ese lugar… si con esa adrenalina lograba sedarse.
Estaba ahogándose en esa agonía sin remedio.

No podía hacer más por ella más que haber firmado el consentimiento del Dr. Schroeder para de medicarla.
¡No podía hacer más por ella!

Nueve. Diez… ¡Mierda!

Alguien decía su nombre con un tono de alarma.
Era un hombre junto a una limousine, de ojos grises muy claros y preocupados.

Eso era lo único que le faltaba.

Neru.
Hayley. Auguste.
Rick.

Y Daniel Lascurain.




 


Continuará...




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