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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

No puedo ver bien de uno de mis ojos por un accidente que he tenido este fin de semana, el doctor dice que estaré bien en unas semanas y que no debería pasar mucho tiempo en la computadora pero no podía no actualizar, prometo no excederme y les agradezco el que sigan la historia.



Sus ojos se fueron abriendo paulatinamente al tiempo que la maquinaria de su cerebro se ponía en marcha. Antes de que los pensamientos pudieran instalarse, las reminiscencias de las emociones del día anterior llegaron antes, aún podían saborearse, intensas. Muy intensas.

Deseó volver a cerrar la vista y perderse en lo extraordinaria comodidad de esa cama durante más tiempo.

Estaba… en la habitación del portugués.
Había vuelto a dormir con él.
Esta vez estaba en su cama. Revuelto en sus sábanas, desnudo completamente.

Una inspección de su brazo alargado sobre el lecho le reveló lo que ya sabía, que él había tomado un vuelo muy temprano y ya no estaba ahí.

Esta vez Kyan lo aceptaba, había elegido estar ahí. Daniel no lo había forzado a nada y no había estado ebrio tampoco. Él mismo lo había provocado… totalmente.

Había querido hacerlo con ese hombre, después de haberle visto cocinar para él con total sencillez, después de  la extraña dulzura que parecía escapársele a momentos, de la forma atenta en que sus nítidos ojos grises se posaban en él sin titubear mientras tenía una catarsis de sus problemas de manera muy inapropiada…

Esos mismos ojos que se habían cerrado también al besar sus manos heridas, intensificando la experiencia. Aún podía sentir el calor suave de tenerlo rozando agónicamente sus labios...

Esta vez nada tenía que ver la seducción, Kyan se había obligado a escuchar lo que Lascurain tenía que decirle. Después de esa cena, era lo menos que le correspondía.

¿Qué es lo que te frena de cerrar el espacio que existe entre tú y ese hombre que te gusta? se había preguntado, junto a él en la chimenea.

Hacía días la lista hubiera sido extensa; ser su compañero de trabajo, la suposición de que se encontrara en una relación, el temer volver a depositar su confianza en alguien…

Pero lo cierto es que ya no tendrían que verse por el proyecto Rá, que él le aseguraba ser un hombre libre y por encima de todo… el hecho, el patético hecho de que finalmente admitía que Ricard no iba a contactarlo, que después de su reunión con Sylvane, el mayor de los hermanos sabía de él y aun así…. no había movido un dedo para verlo.

Neru iba a olvidarlo y sus pensamientos se habían tornado cada vez más siniestros, haciéndole sentir igual de abandonado que con Rick y que con sus inexistentes padres, por lo que, ¿por qué no concederse el placer de besar a esa persona que sí quería estar a su lado?

Baladi incluso, suspicaz como podía llegar a ser, parecía tan entusiasmado con la idea de verlo de nuevo con alguien.

Kyan se lo debía a sí mismo, a su corazón mutilado.

Lo que había hecho esa noche en esa cama era lo menos autodestructivo que había hecho en mucho tiempo.
Se sentía bien. Satisfecho.

¿Feliz?
Quizá… eso fuera ir demasiado lejos.

Se sentó en la cama y se peinó el cabello color caramelo que tenía hecho un desastre con los dedos.
Era una lástima despertar solo después de la noche que habían tenido, su cuerpo bien podría querer más de esa pantera negra.

Se tocó la barbilla, la temperatura de esa piel estaba un poco más alta, había besado y sido besado con tanta vehemencia que su mentón estaba irritado.
Al parecer, ya no existía una barrera que traspasar, el guallen las había superado todas.

La noche anterior, Kyan se había entregado por completo. Cada célula de su ser.
No había puesto un límite. Por eso había tenido que marcar una distancia al final de la noche aunque en realidad… no había querido hacerlo.
No de esa manera, por lo menos.

Pero era muy tarde para arrepentimientos, para todo tipo de ellos.

No lo vería en un mes, tal vez más que eso. Eso sonaba casi demasiado bien pues le daría tiempo para asimilar lo que sentía.

No tenía en la cabeza un siguiente paso, pero quizá el haber descartado seguir viéndolo resultaba ahora una idea un poco extrema. Si algo le quedaba claro después de ayer era que la furia que Daniel podía hacerle sentir representaba sólo el otro lado del espectro.
Algo había cambiado… hacía meses que era incapaz de tener nada más que tristeza en su alma.

No sabía cómo, pero ese hombre había sabido arrancarlo de su aplanamiento emocional, hacerlo sentir vivo, aunque eso implicara en ocasiones sentirse furioso o frustrado.

Si lo suyo con él llegase a no funcionar… por lo menos… lo habría intentado. ¿no?
Se lo debía a sí mismo.

Era desgastante ser el sujeto del abandono de Rick, sentirse dejado de lado. No había esperado que esas emociones tan negativas fueran a aplicarse de igual manera a su madre adoptiva, quien lenta e inevitablemente estaba en el degenerativo proceso de olvidarlo por completo para verterse en las penumbras.

Oh, Neru…

Odiaba ser una víctima, odiaba también en embotamiento en que voluntariamente se había sumergido para poder sobrevivir al dolor.

No es que en verdad creyera que salir con Lascurain fuera la solución a sus problemas, pero sonaba como algo sano por hacer. Y lo deseaba, en verdad lo deseaba.

Si… quizá estaba yendo demasiado lejos. Quizá sólo estaba malinterpretando la serotonina de su cerebro después de una buena noche.
Quizá todavía estaba soñando…

Se dio un segundo para observar el espacio en que se encontraba.
Ese no era el cuarto de huéspedes en que hubiera dormido tiempo atrás, aquel era el espacio personal de Daniel Lascurain.

La cama aún olía totalmente a la esencia maderosa de su piel, una que había aprendido a reconocer. Relajó su cuerpo, resistiéndose a volver a la realidad.
Si la tragedia rondaba la esquina, era mejor esperarla en un lugar… feliz.

Se encontraba rodeado de lujos. Intoxicado por las hormonas de su cuerpo.

Cerró los ojos, no es felicidad, le dijo su parte lógica, es simple lujuria, una voluptuosa y palpitante lujuria que nacía con demasiada facilidad entre él y el portugués.

Kyan observó su burbuja, era una habitación simplemente inmensa, digna de un castillo, ¿cuatro cuartos en uno?  Un recibidor con mesa de café y otra chimenea, un baño que sospechaba era gigante también, y un balcón que desde ahí parecía ser el frente del castillo.

Parecía un cuento de hadas moderno, sin decoración fantástica, pero líneas pulcras y contemporáneas que reconoció de inmediato iban con la personalidad de su dueño.

Contratar a Daniel para el diseño interior de las habitaciones del Rá sería una idea estupenda. ¿Ya existía el proyecto? ¿Podría conseguirlo?

Le gustaba todo lo que veía, desde la combinación seria entre un blanco pulcrísimo con el obscuro color de la madera. Arte en su perfecta proporción dando un toque exacto de opulencia.

Vaya habitación.
Pisos de mármol pulidos como espejos y suntuosas alfombras acogiendo el paso, cortinas triples dejando pasar la cantidad de luz exacta, un enorme librero personalizado de más de tres metros de altura, con escalera incluida…

Ese arquitecto era tan rico como Ricard, y aunque difirieran en gustos, había un común denominador en ese ambiente. En cierta medida, su estatus los hacía parecerse un poco.

Un detalle en aquel viaje por el museo de Daniel desencajó entonces, algo que quebraba aquella ilusión de perfección.

Había ropa en el suelo. Ropa que no habían tirado ninguno de los dos durante su velada en la cama. Ropa… ropa…
… de mujer.

Se puso de pie, envuelto en un velo de agitación y caminó hasta llegar a ella.
Era tela de satín, infinitamente suave en sus dedos masculinos, era un vaporoso camisón.

Al principio su cerebro no pudo procesar bien. Miró el marco que conducía a lo que seguramente era un walking closet, se topó con unas puertas de cristal al fondo, el lugar donde resguardaba más secretos.

Sus manos temblaban indecisas si abrirlo.
Adentro podría no haber nada más que sus inseguridades, o…

Abrió la primera puerta y quedó confrontado con un fino guardarropa femenino.
Vestidos, lo que sólo podían ser cientos de zapatos y costosas bolsas, más… más… más ropa conforme abría todas las puertas de ese armario.
Sombreros… mascadas… abrigos de pieles.

No.
¡No!

Sintió la furia golpearle la cara. Su cuerpo se tensó, como si no tuviera más control sobre él.

Fue de vuelta a la cama y desplegó el cajón de la cómoda, donde un anillo dorado lo aguardaba, fue directo a su grabado y no fue difícil encontrarlo.
“Por siempre nuestros” rezaba.

¡Ese… gran… HIJO DE PUTA!

Kyan jadeó y su exhalación sonó como un gruñido.

¡Bastardo mentiroso! ¡Cínico de mierda!

¿De verdad había despertado evocando sus ojos honestos y su tersura al besarlo?

¡Maldita sea!

El coraje lo encegueció y su cuerpo se liberó de todo dominio que no fuera el de la ira.
Lanzó una fuerte patada a la puerta de vidrio, y luego continuó hasta hacerla añicos.

Salió del clóset y miró el cuarto, todo lo hermoso que le había parecido ahora era tan completamente opuesto, ¡odiaba cada cosa sobre las que sus ojos se posaban!

Arrancó las sábanas del lecho, aún tibias y de inmediato necesitó algo que destruir. Sus ojos se posaron como cuchillos afilados en un jarrón con hermosas hortensias moradas.
Como las que estaban por toda la casa.

De ella.
Ahora lo entendía, debían ser las favoritas de ella.

Así que de golpe, tiró todo lo que estaba en esa ridícula mesa, empapando la pared con su agua y la alfombra de vidrios. Lanzó la mesa contra la pared y cuando no se destrozó la tomó de la pata y la estrelló otra vez. ¡Y otra y otra vez!
¡Hasta que no quedó nada en una pieza!

¡Ella tenía que enterarse de que ese cabrón lo había tomado en su puta cama! Ver la furia del clandestino y patético amante.

Jadeó sintiéndose insultado, engañado.
No sería… el imbécil de nadie.

¿Cuántas veces le había preguntado si estaba con alguien?

Toda la conversación de la noche anterior sonaba como un eco tras su corazón enloquecido. Lascurain mentía exactamente como un casado de clóset. ¡Exactamente como uno!

Si había falseado sobre su matrimonio, ¿qué más era mentira? ¿la aceptación pública de sus preferencias? ¿sus supuestos sentimientos hacia él?

¿Cómo había sido el estúpido que creyera una palabra de lo que decía? Siempre sonando exacto como lo que cualquiera desearía escuchar. Y… ¿lo que él había querido oír también? ¿De verdad era tan patético?

Agarró su ropa y furiosamente comenzó a ponérsela, en sus venas era bombeada la adrenalina enloquecedora.

- ¡Me toma por un jodido idiota!

Volvió al maldito clóset, a punto de destrozar la mitad del guardarropa de ella, pero se detuvo. Fue entonces a las cosas de Daniel disfrutó sacando absolutamente todo para arrojarlo al piso.

¡Si tan solo tuviera unas tijeras cortaría en pedazos todos sus trajes de marca!

Un gemido agudo le hizo volver la cabeza, una chica joven del servicio miraba horrorizada el rencoroso destrozo al que había sometido a todo el cuarto.
Cuando sus miradas se toparon, ella huyó apresuradamente.

Eso le hizo preguntarse qué tipo de imagen proyectaba y sólo bastó mirar los restos de espejo rotos en el suelo para ver su reflejo desencajado.

Los vendajes de sus manos sangraban nuevamente, tenía el pelo revuelto y los ojos brillantes encendidos. Un monstruo. Un monstruo que Daniel había hecho surgir.
Y él, simplemente lo había permitido al creerle pese a haber ido en contra de todos sus instintos.

¿Cómo podía haber estado tan tan taaaan ciego?
¡Sería imbécil!

Sin más que hacer ahí, salió al pasillo.
A la luz del día el castillo lucía aún más espectacular, pero esta vez no pudo contemplar ningún tipo de belleza.

¡Si pudiera lo destrozaría todo!

Se topó con la gruesa puerta de cristal y tras empujarla con la mano, dejó una huella sangrante en ella.

Descendió al primer piso y como un león enjaulado recorrió los corredores hacia la salida, insultando a Daniel y a él mismo.

Sólo quería largarse de ahí, pero lo que no sabía es que en la entrada, otra desagradable sorpresa lo aguardaba.

En el patio frontal, la limousine estaba estacionada, Viriato, el majordome introducía más de las muchas maletas que aguardaban y una perfecta mujer y su perfecto hijo se disponían a entrar al vehículo.

Era ella, la elegante y despampanante morena. Y su niño, un chico de rizos negros iguales a los que había apresado ansiosamente en sus dedos hacía unas horas.
El hijo de Daniel, sin duda alguna, el parecido era extraordinario.

Él fue el primero en notar su presencia, que se había quedado congelada en el umbral de la puerta.

- Mami- dijo el pequeño en lo que supuso era portugués.

Ella lo miró entonces, sus ojos se entornaron en una expresión fría pero controlada.
Parecía que se detenía el tiempo en aquella mirada atrapante, tanto como la que había sentido de Daniel la primera vez, demandante.

- Kyan Novak, ¿no es cierto?

Su mención lo hizo titubear.
¿Cómo es que sabía su nombre?
¿Daniel se lo había dicho o… aún peor… ella lo había averiguado?

Sacudió la cabeza, recordando que acababa de destrozar también el cuarto de ella.

El niño parecía atemorizado y no podía culparlo.

- Te pido me disculpes- dijo atropelladamente- no lo digo a la ligera- bromeó.

¿En verdad estaba bromeando?
Apretó los labios para no sonreír. ¿Qué demonios estaba haciendo?
¿Había enloquecido?

Sintió que odiaba tanto el secreto de Daniel que debía gritarlo para que ella lo supiera.
Pero nada lo obligaba a ser quien le dijera nada, ¿por qué intentar nadar más en aguas obscuras?
No tenía deber alguno con nadie. Y menos con ningún Lascurain.

- ¿Qué fue lo que hiciste?- preguntó el niño de pronto, superado por la curiosidad, pero   
  aun tras las faldas de su madre.

- No volverás a verme, ninguno de ambos- prometió intentando comprender los
  sentimientos de esa mujer cuando descubriera todo, procurando darle un ridículo alivio
  ante la vergüenza que representaba una figura como él para la vida fabulosa de ella.
  Y ni hablar de esa criatura- Sólo que te baste saber que Daniel Lascurain…

Se quedó sin voz.
La idea era demasiado. Ese moreno era…

- …es maldito mentiroso.

Caminó apresurado hacia el portal exterior y en algún punto su paso forzado debió convertirse en algo más, ya que se encontraba jadeando el aire helado del invierno.

Joder.

Para una situación así, no bastaba con un imbécil, se requerían dos.
Y él, ¡vaya que lo había sido! ¡Condenadamente estúpido!

Un estúpido.
Un estúpido.

Se tapó la boca. Intentando controlarse.

Un estúpido…



Continuará...


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