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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Pensé que ya no alcanzaba a actualizar hoy! Pero aquí está!

Ahora me pone un poco nerviosa escribir sobre los gemelos porque sé que hay quienes no les gusta ésta línea argumental, aún así espero les agrade y pues sepan que eché ganas :)

Este capi no tiene una línea de tiempo lineal, traté de que no fuera confuso pero si lo es, háganmelo saber.

Y como siempre, gracias por leer!

 

 


Estaba en la orilla de la tina, llevaba ahí apenas un minuto quizá, la cerámica aún no se había calentado y pero no sentía frío en las piernas. No sentía nada.

El rechazo era algo que siempre había tenido problemas para manejar, la desazón que se extendía por todo su cuerpo era una frustración que no podía sacarse por ningún medio saludable, en el taxi de vuelta a su habitación de hotel había sentido tanto su berrinche que había estado a punto de vomitar.

Sentía odio, rabia y tristeza bombardeándole sin ningún tipo de consideración y luchando por ser destruirle, sentía las lágrimas juntándose en sus ojos y jadeó sintiéndose tan idiota. ¿Cuándo iba a aprender?

Se había apresurado a estar lejos de cualquier persona pues la soledad era su lugar cómodo y el único sitio donde podía hacer lo que necesitaba hacerse. Porque alejarse del mundo no era suficiente.

Le había hecho saber a Rick que necesitaba verlo pero si acudiría siquiera, no podía saberlo.

Los pasos de alguien se acercaban a la habitación principal de su suite.
Su hermano llegaba.
Entraba ahora, pero… descubrió que no era su querido Ricard quien acudía al llamado.
Sino su otro hermano.

Llevaba la misma ropa con que lo había visto salir la noche anterior, sin embargo el moño apretado sobre su camisa había desaparecido y llevaba los primeros botones abiertos. Era extraño verlo así de descuidadamente siendo que siempre cuidaba meticulosamente su apariencia.

No pareció sorprenderse de encontrarla desnuda sentada ahí, con un bisturí en la mano.
Él sabía perfectamente todo acerca de ella.

“¿Qué estás intentando hacer? Ya lo habíamos hablado, ¿no es así? Habías prometido que cuando desearas cortarte, me lo dirías, ¿o ya lo olvidaste?”

Ella, en respuesta, le regaló una sonrisa amarga.

Hacía mucho tiempo no tenía ese comportamiento autodestructivo, pero todo lo que le había pasado desde que había vuelto a Lux, la había arrastrado de vuelta a esa obscuridad que creí haber erradicado de sus pensamientos.

Le habían hecho cortes y quemadas en las piernas contra su voluntad, empujándola a un sitio de vulnerabilidad en que infringirse a sí misma agonía era lo única forma en la que recuperaría su propio dominio sobre su cuerpo y su vida.

Su gemelo le quitaba el bisturí de los dedos mientras le preguntaba si estaba enojada con él.

Decidió no expresar nada, por mucho que ahora cuidara de ella, él había sido quien según Olaf le había pedido la torturaran, no tenía que creer a alguien como ese enfermo doctor, pero le creía… sabía que su otra mitad era capaz de eso y más.

“De acuerdo, estás enojada. Pero que quede constancia que desde que te he dejado ayer, no he podido sino pensar en ti”, entonces, le mostró el cuchillo quirúrgico, cada filoso ángulo, lo hacía con una medida premeditación, “He venido para hacerte sentir mejor. Somos almas gemelas, ¿no es cierto? Yo también… he tenido una noche horrible”.

Aquel acto en que le presentaba aquella arma no era como el que había ocurrido en la galería, lo que el joven D´Oria estaba a punto de hacer no sería en realidad una tortura.
Sylvan sabía que todo aquello calmaba la creciente ansiedad de su hermana.
En ese momento, el dolor era la anestesia que necesitaba. Ambos lo sabían.

Lo liso y peligroso de aquella cuchilla despertaban en ella un ligero temblor que si bien en parte era miedo, también era excitación. Igual a la que los adictos sentían antes de tomar una dosis de su droga favorita.

Las lágrimas le mostraban a la joven una versión distorsionada de sus propios muslos a través de sus ojos, la carne suave y la piel nívea de una de sus piernas eran el lienzo en blanco en el cual su otra mitad, la fuerte, iba a ayudarle a pintar olvido.

Era tanto su deseo… que ni siquiera llegaba a sentirse mal.

La necesidad hacía que sintiera un sudor frío por todo el cuerpo, fino como una capa de anticipación.

Alzó la vista un instante y lo descubrió sonriéndole con una expresión aterradora.
Su mente estaba deteriorándose haciéndole ver una mueca retorcida o quizá era la misma humedad de sus ojos distorsionando las imágenes que veía.

Su contraparte masculina marcó muy suavemente aquel corte, regalándole el placer anticipado de una mutilación, un acto obscuro y grotesco cuya adrenalina adictiva era suficiente para justificar la autolesión.

El gemelo pasó entonces el metal recorriendo todo el camino del primer araño, pero esta vez con más fuerza. Le hizo respirar más agitadamente por sus jóvenes labios entreabiertos. La presión fue aumentando hasta que la navaja se hundió en su carne bajo el peso de aquella fuerza, justo lo suficiente para no hacerse más que una marca roja que se quitaría en unas horas, ése era el último preámbulo, el camino sin retorno.

Ella emitió un quejido suave. Sus pupilas ganaban terreno sobre el púrpura de sus iris.

Aquel era momento de detenerlo si iba a hacerlo.
Pero ansiaba tanto ver el color rojo de su sangre y que no pudo esperar más.

Pidió… que usara más fuerza.

Entonces Sylvan presionó el acero hasta que la piel cedió, una gota carmín coronó rápidamente aquella leve lesión.
Ella jadeó con una mórbida emoción.

Pero no era suficiente, nunca lo era una vez que comenzaba… y quiso más.

Así que el otro D´Oria hizo de esa punción un largo surco por todo su muslo, ese filo era
nuevo y se deslizaba tan suavemente que aquello se volvía un acto obscuro y sublime.

Más.
¡Un poco más!

El joven volvió al punto de partida, apenas unos centímetros alejado y volvió a cortar, tan lentamente como le era posible para prolongar esa sensación que hacía mucho tiempo había dejado de ser simplemente dolor para su otra mitad.

Era como si su hermano fuera ella en ese momento y supiera exactamente como deseaba sentirlo. No por nada eran gemelos.

Un tercer corte, esta vez más profundo. Pudo ver pese a la sangre como dejaba en la carne una herida más honda. Su expresión de dolor detuvo la cuchilla, aquella mano… temblaba.

El rojo empezó a manar con más fluidez. Esta vez estaba llegando más adentro que otras veces, pero era en este punto incapaz de sentir ningún tipo de temor, sólo el deseo de no parar.

“Sigue”

Cortó de nuevo, una herida mediana, luego otra ligeramente curveada.
Y otra más.
Cada una diferente, única, hermosa y horrible a la vez.

Que S fuese quien le hiciera eso agregaba puntos a aquella fantasía.

Su embotamiento emocional era acallado lentamente por cada una de esas cortadas, pues ese sufrimiento en verdad purificaba sus pensamientos, los hacía nobles de nuevo.
Quería ese abismo, lo buscaba incesantemente, pero la perfección en su mente se traducía en feas cicatrices físicas con las que intentaba cubrir las emocionales.

No es que no supiera toda la teoría después de tantos años de psicoterapia.

Cuando consideró que era suficiente… le pidió que cortara en la otra pierna, en aquella que ya habían herido antes, Sylvan la miró con una frialdad similar a la que M usaba con ella y cambió de miembro, continuando aquel agónico ritual.

Sylvane apretó los ojos, aquello era un momento de limbo emocional, un instante de irónico alivio. Se preguntó si esa bonita enfermera que le curaba a veces, ayudarle también a cortarse si llegaba el momento… si su hermano algún día se negaba a hacerlo.
Lo dudaba, aunque B parecía estar de su parte, no debía olvidar para quien trabajaba.

Como fuera. Sus constantes fracasos reducían su importancia mientras le cortaban las piernas. Su agonía hacía que la sombra que El Gran O proyectaba en su persona se desvaneciera al igual que el apellido que cargaba en sus hombros y lo todo lo que se esperaba en consecuencia, se extinguía también la insensibilidad de sus padres y su distanciamiento emotivo, se marchaba también la imagen devastadora que guardaba de su hermano Rick, aquella piltrafa que era ahora, y al final de aquella pila de imágenes, estaban los ojos color azul profundo de R, llenos de lástima por ella.

Sylvane se daba asco, reconocía lo bizarro de sus deseos… pero en ese momento todo se diluía hasta desaparecer, volviéndose un sublime vacío.
Lejos estaba aquel de su paraíso soñado en que se liberaba de verdad, pero una cuchilla era lo único que sí poseía, al igual que la voluntad de Sylvan en ése momento, ambos eran algo que momentáneamente podía controlar, de lo que era dueña.

Sonrió, como nunca podía hacerlo.

La certeza de ese hecho era como una tabla de salvación en su demencia, lo único que lo detenía de hundirse de verdad.

Su gemelo permanecía ausente en su concentración.
Había dicho que él también había tenido una noche terrible y sólo pudo suponer a lo que se refería.

Olaf le había dicho que sería ella quien iría con C a buscar a R, pero había sido su hermano quien al final había ido en su lugar. Ella sabía que Sylvan tenía interés en ese hombre.
¿Qué había ocurrido entre ellos la noche anterior?




- - - -



Enzo Baladi era un hombre bellísimo, y sus ojos esmeraldas felinos y profundos le habían mirado con total repudio. Había caminado en su dirección con una aplastante seguridad en sí mismo.

S y C estaban afuera de esa bodega que alojaba un after party, aguardando. Pero ante la presencia del italiano acercándose, D´Oria se sintió paralizado, como un venado a punto de ser atropellado en la carretera.

- Viene para acá- dijo C, el modelo que recién O había reunido en su equipo.

Era el último día del año, y ambos habían salido de la galería del doctor para buscar a R y a Baladi. Y por lo menos a uno lo encontraban.

Así que iba hacia ellos, elegantemente vestido y con el pelo rubio y brillante como un manto de seda moviéndose al contorno de su firme caminar.

Sintió tantos celos de él. Ese sujeto era el mejor amigo de Kyan Novak y además, el amante de Reiner. Y todo lo hacía como si fuese lo más sencillo del mundo, impecablemente apuesto y confiado de sí mismo.

La fuerza con la que avanzaba hacia ellos le hizo dudar por un instante, sus ojos esmeraldas le dedican más intensidad que antes, algo quizá peligroso.
Consideró la posibilidad de que ese hombre le soltara un golpe.

Sin embargo cuando éste se detuvo frente a ellos, su atención se volvió completamente hacia su acompañante.

- Camil, estaba buscándote- decía una voz modulada y atrayente- Esta fiesta está
  completamente muerta, ¿no quisieras ir a algún otro lado conmigo?

Aquello era algo súbito, pero de la boca de Enzo sonaba como una insinuación imposible de resistir. Su mirada era brillante y activamente seductora.
Sylvan se giró ligeramente para ver la reacción de Camil. Aquellas eran las palabras el otro había esperado oír esa noche.

- Por supuesto, a dónde quieras.
- Perfecto, vámonos.

Pasó a su lado fríamente, ignorándolo por completo, haciéndolo sentir insignificante.
Pero cuando su lejanía comenzó a traerle una pisca de sosiego entonces se detuvo para dirigirle algo que no podía ser más que un reto.

- Mi spiace, Sylvane- decía en su idioma materno, confundiéndolo con su hermana-
  Imagino que estás buscando a Kyan, él se ha ido ya. Pero Reiner parece estar libre, ¿te
  encargarías de él por mí?

Lo decía de una forma tan suave, que casi posible no notar su burla.

- Después de todo, parecen ser muy cercanos ustedes dos, no creo que sea un gran favor
  que pedir algo que ya seguramente ya pasó esta noche por tu cabeza.

No pudo contestarle.
Permaneció ahí, sin moverse ni un ápice. Sintiendo su corazón bombeando con fuerza.
C le dijo con la mirada que estaba por su cuenta.

Baladi y él se alejaron ante su turbación y al siguiente instante ninguno de los dos estaba. Ni nadie más.

Todo quedó en un profundo silencio, digiriendo las últimas palabras que Enzo le había dirigido, le sentaban muy mal.

Miró en dirección de la bodega donde aquella fiesta era, pero de pronto no había nadie en la entrada, ni alrededor.
La calle estaba vacía y silenciosa.

Baladi le había dicho que buscara a R, ¿por qué hacía eso?
Podría significar que no representaba una competencia para él. Que creía que era incapaz de realmente ganárselo.
O aún peor.
Que no le importara para nada Reiner.
Eso le pareció muy injusto para ese peliplateado.

Alguien tocó su hombro y la impresión le quiso saltar.
Era él. Sus ojos profundamente azules le analizaban.

- ¿Sylvan?

Escuchó su nombre. Él no parecía equivocarse sobre a quién le hablaba.
Él… veía a través de todo aquello.
Se giró para encontrarlo.

“¿Qué es lo que haces aquí?” decía ese hombre con las manos.

“No me dirigiste la palabra en toda la noche” le reclamó D´Oria, “nunca te alejaste de su lado. Tus ojos brillan cuando lo ves”:

Aquel era una acusación fuera de lugar y marcada por los celos que pareció tomarlo desprevenido. R se tomó un momento para responder.

“Supongo que eso es cierto, pero no era mi intensión ignorarte”, poco consuelo era ese, “¿Qué haces afuera en la nieve? ¿Dónde está el modelo?”

“Se fue con él” le contestó.

Reiner entendió perfectamente a quien se refería, dado la obvia decepción en su simétrico rostro.
Sylvan pudo ver la contradicción en el rostro de ese poderoso sujeto, lo molesto que estaba por la partida del italiano con el modelo.
 

- Vaya, en verdad no se ha tardado nada- susurró evidentemente para sí mismo.

Pudo ver como aquel hecho lo lastimaba.
Era testigo en primera fila de cómo los sentimientos que ese hombre tenía hacia su amante lo torturaban. No pudo evitar odiar a Enzo aún más.

“Llévame contigo. No me dejes aquí”, le pidió entonces.

“Puedo llevarte a casa. Pero no me quedaré contigo” aclaraba el alemán.

“¡Llévame contigo!” le dijo ahora con más frenesí en las manos.
Y antes de que pudiera repelar, continuó:
“Llévame y te diré toda la verdad”.




- - - -

 

R había accedido a llevarle con él pero no cambió de parecer respecto a no tocarlo, parecía muy claro en su actitud ausente que no despegaba su mente de lo que el italiano acababa de hacerle.

Si el Gran O buscaba separarlos, le estaba funcionando maravillosamente.

Sylvan se ofreció a ser en quien descargara ese enojo, a decir verdad extrañaba sentir en su piel aquella desbordante pasión, aquel cuerpo poderoso.
Pero en cambio, una vez en su cama, Reiner le dijo que ahora era su turno de cumplir su trato, que le dijera “toda la verdad”.

No había esperado realmente hacerlo, las únicas personas que sabían la totalidad de su historia personal eran su hermano Rick y Lundgren, ni siquiera sus padres, ni siquiera la misma Sylvane.

Por un largo rato, ni siquiera se movió, convencido de que su apatía terminaría por hartarlo, pero el alemán continuaba ahí, en un lecho en que no lo tocaba, mirándolo con sus ojos azules.

Iba en serio.

Decidió no expresar nada, jugar a que se cansara.
Pero al cabo de lo que parecieron horas, R seguía ahí, mirándole con firmeza.

“¿Por qué te importa lo que me pase?” preguntó al fin.

No sólo lo había auxiliado a él, también a su otra mitad. Y aunque Sylvane simplemente le permitiera hacerlo, él era más suspicaz.

Lo que escuchó a cambio le sorprendió.
- Porqué sé lo que es sentirse completamente solo, en un hogar en donde a nadie le
  importas- contestó de vuelta, sin cambiar un ápice la expresión de seriedad de su
  semblante.

No habría esperado jamás esa respuesta de un sujeto tan resuelto, tan poderoso, tan fuerte.
De pronto, no pudo sino verlo con otros ojos. Aquella mirada firme, parecía reflejar su cara en ellos.

Era extraño… sentirse tan cerca de alguien que en realidad era un desconocido.
Y no entendió aquel intenso deseo por complacerlo tampoco.

“A mucha gente le importa lo que hago” respondió, “es por eso que necesitaba escapar”.

“Es imposible huir de ti mismo” expresaba el otro, “Y estoy aquí para ti, así que dilo”.

¿Era verdad? ¿De verdad estaba interesado en escuchar su retorcida historia sólo por ser amable?

Su corazón latía agitadamente tal como la primera vez que lo había encontrado en esa fiesta perversa. Su instinto le decía que no debía dar ese paso, pero de pronto comprendió que necesitaba desahogarse, tantos secretos lo hundían en el fondo de un obscuro infierno.
Y en ese momento… necesitaba un poco de luz.

“Lo que sea que te diga, no puedes repetirlo a nadie, ni siquiera a tu querido rubio, por más horrible que sea. Sólo si lo juras lo diré”.

Iba a confesar algo retorcido…




- - - -


Cuando despertó, ni siquiera tenía la certeza de que el alemán hubiera dormido en el penthouse. No le sorprendía que él hubiera querido alejarse después de la charla que habían tenido la noche anterior.

¿Quién en su sano juicio querría tenerlo cerca?

La cama era enorme y muy cómoda, pero eso no le hacía sentir mejor. Se sentía abandonado en una fecha en que no había querido estarlo, el primer día del año.

El sonido de la puerta abriéndose le hizo enderezarse en la cama, el dueño de aquel sofisticado penthouse entraba a su habitación. No podía creer que volviera.

Aparecía vestido con pantalones deportivos negros,  playera blanca sin mangas que resaltaba sus bíceps marcados y cargaba unos inmaculados y enormes par de tenis en la mano.

Su cabello plateado y lacio estaba despeinado, a diferencia de como casi siempre se veía. Un velo azuloso alrededor de sus ojos marcaba sus excesos de la noche anterior, pero un hombre era difícil que se viera mal, incluso en esas condiciones. Aun así lucía tan atractivo como lo recordaba y le hacía sentir nervioso tenerlo cerca.

Deseó que ese hombre le otorgara su atención, que fuera gentil, pero justo cuando supo que le dirigiría alguna frase, un sonido electrónico se interpuso.

Era el teléfono móvil de Reiner sonando.

- ¿Diga?

Sylvan abrazó sus piernas, mirándolo. Hubo un extraño cambio en Reiner ante aquella llamada que no pudo determinar.

- Phil, che sorpresa- dijo en italiano- ¿De dónde me marcas?
Aquella respuesta parecía importar, la mirada glaciar del alemán pareció vagar en la nada.
- Si, faltan apenas unos días. Escucha, debía agradecerte en su momento el favor que me
  hiciste respecto al asunto de la Copa…

Esta vez alcanzó a escuchar un poco de la voz al otro lado de la línea.
- Bueno aun así…
  Si, iré, te dije que lo haría…
  Seguro, a mí también me dará gusto verte.
  Hablaremos pronto, ¿sí? Adiós.

Reiner pareció necesitar un segundo para volver a su escenario real. Se dirigió a una pequeña maleta deportiva sobre la mesa del fondo de la habitación.

- Ah, hacía mucho no tenía resaca, olvidaba lo terrible que era- le decía como sustituto de
  una plática más íntima.

Entonces él le preguntó si iba a marcharse.
- Iré al club- avisaba como contestación- Ya sabes, el lugar donde los marginados sin
  hogar, pero ricos pasamos el primer día del año.
  Estaré ahí unas horas, no tienes que esperarme.

Sylvan tocó la pared para hacerlo verle.
“¿Quieres que me vaya?”

La mirada que R le dedicó era profunda y pareció que lo que fuera a comunicarle era en serio. Se tensó antes de recibir cualquier respuesta, no pudo evitarlo.

- Deberías saber que eres bienvenido a quedarte el tiempo que desees, Sylvan pero no sé
  si realmente puedo darte lo que quieres de mí.

Esa frase… fue tan triste y contundente. Sintió como un arponazo en el pecho.
“No me tocaste anoche. Ni siquiera dormiste aquí” reclamó, intentando controlar su enfado, pero sus gestos no fallaban en mostrarlo.

Entonces Reiner lo paró, yendo hasta donde estaba y atrapando sus manos.
S no lo sabía, pero lo que Reiner quería decirle costaba trabajo no sólo por a quién iba dirigido, sino por las implicaciones personales que tenía en la propia vida de quien le hablaba.

- No se trata de ti, no es que no te deseé. Sabes que podemos pasarla bien y que si
  siguiéramos viéndonos así sería. Pero ya no puedo seguir haciendo esto, no es algo justo
  para ambas para ambas partes. No quiero hacerte daño.
 
  Quizá aún no lo entiendas porque eres joven, pero a lo largo de tu vida conocerás
  muchas personas y encontrarás que unas te llenan más que otras. Algún día te toparás
  con alguien que dejará una huella en ti que no dejan las demás, y ese día entenderás que
  no puedes conformarte con menos que ese sentimiento.  


¿Qué significaban esas palabras?

“Si no querías estar realmente conmigo, me hubieras dejado en la calle” le dijo soltándose con fuerza de su agarre, llenándose de rencor.
El rechazo era algo que siempre había tenido problemas para manejar.

- Olaf te mandó junto con el modelo a esa fiesta, ¿no es verdad?
D´Oria endureció sus rasgos pero la respuesta era obvia.
- Él quería que te acostaras conmigo.

“Eso era algo que yo también quería”.
Lo había dicho.
“Tú me gustas, desde la primera vez”

Pero su confesión no parecía importarle a ese alemán que hablaba en perfecto italiano.

- ¿Qué iba a pasar si no lo conseguías, S?

El rubor inundó su joven rostro. No debía haber contado aquella historia la noche anterior.

“No lo entiendes. Lo que El Gran O hace conmigo, pero es lo único que logra darme el control que necesito”.
Era una frase extraña de armar con señas.

“Ahora sabes a lo que me refiero, la totalidad de lo que hablo, ¿no es cierto?
¿Puedo quedarme contigo? Sé que no puedo darte lo que él, pero no necesito que sea algo sexual, sólo necesito estar con alguien, un poco de contacto humano”.

Aguardó aquella respuesta con aplomo.

Reiner inesperadamente… le acarició los cabellos, lo hizo tan suavemente que en vez de hacerle sentir mejor, le supo a conmiseración.

- Escucha, me iré de viaje en unos días- contestaba a cambio- pero no quiero que esto se
  quede así. Quiero que veas a alguien que pueda ayudarte. Hay un lugar en Duisburg, no
  es un sitio en que te retengan contra tu voluntad y creo que incluso pueden hacer que
  recuperes tu voz.

La molestia asomándose a su rostro fue rotunda y enérgica, como si estuviera gritando.
“Quieres internarme. No sabes el por qué no hablo, no sabes nada sobre mí”

Köhler suspiró, comprendiendo que en eso tenía un punto.

- Todo eso es cierto, pero en verdad no lo ofrecería si no creyera que te haría bien.
  Si accedes, te visitaría tanto como pudiera, lo digo en serio, estaría contigo hasta que te
  recuperaras, te apoyaría en todo. No tienes por qué pasar por esto sin nadie. Estoy
  dispuesto a ayudarte.

Eso decía, pero se negaba a darle siquiera un abrazo, un beso.
Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Él era el fuerte, él no lloraba.

“Sylvan… escucho tu voz” decía esta vez sin hablar, “Todo lo que has dicho ayer, lo entiendo, de verdad lo entiendo- aseguraba entonces, terriblemente serio- yo también sé… lo que es no contar con nadie, sentir que la gente que debería quererte te deje a un lado. Pero no puedes dejar que los demás definan la persona que debes ser, quien puedes llegar a ser, eso sólo lo determinas tú y tu propia fuerza, es el  paso que debes dar para ser el dueño de tu vida.
Y es momento para que dejes ir toda esta locura. Porque de verdad no mereces la negrura que estás trayendo a tu vida”.

Quedó pasmado, sin poder creer lo que el otro le explicaba.
¿Lo comprendía de verdad? ¿Toda la historia? ¿Y también a Sylvane?  

Quizá habría tenido una infancia similar, quizá estaba de verdad queriendo ser empático, pero lo que ese hombre no sabía es que aunque no lo pareciera, él había buscado ayuda, todo el asunto del Gran O era un intento de estar mejor, de librarse de su propio mal.

Siempre había creído que una vez que éste desapareciera, podría ser libre. Era por eso que debía destruirlo, aunque el proceso fuera tan siniestro.

Pero… no había esperado aquella simpatía que le hacía inesperadamente reconsiderar su situación y todo lo que estaba haciéndole a su hermana y a sí mismo.

Quizá… no era demasiado tarde para volver atrás y tal vez… no fuera ella quien merecía ser destruida después de todo…

“Es una oferta seria que quiero que consideres. Esto es importante para ti, pero también
para mí”.

Su mirada se volvía inquietantemente profunda.
Había dicho que escuchaba su voz en un sentido filosófico y la expresión de su cara parecía fundamentar el concepto.

Sabía que ese apoyo que sorpresivamente le ofrecía era un regalo que no recibiría de nadie más, que R no tenía ningún motivo oculto o enfermizo, que no era un engaño, que ni siquiera buscaba sexo por ello.

Sintió un extraño alivio provocado por ese inesperado atisbo de esperanza.

Estaba tan lejos de ser una persona saludable que parecía utópico pensar en salir de aquella tumba que había cavado para sí mismo.

“Si quisiera besarte, ¿me recibirías en tus labios?”

Aquella era en sí una pregunta autodestructiva, pero no pudo evitar hacerla.
Reiner le tomó el mentón y le miró intensamente con sus ojos claros.
Sylvan recordó entonces aquella vez que tan apasionadamente le había besado en ese cuarto, la primera vez que habían estado juntos.

La respuesta de ese hombre… fue un sí.
Un beso suave, cálido, gentil.
Vacío.

No había esperado sentir aquella desesperanza.

- Si, lo haría, me gusta besarte- le contestaba- pero… incluso aunque sea así, ya te lo he
  dicho, no soy lo que estás buscando, no es a mí a quien en verdad quieres. Y lo mismo
  pasa conmigo.
 
 Yo tampoco necesito simplemente un affair, eso podría tenerlo con cualquiera, quiero
  algo verdadero… con la persona correcta.

 Porque lo que busco no puede alimentarse de migajas, por más dulces que éstas sean.


Tuvo que repasar aquellas palabras en su mente para poder asimilarlas.
¿Cómo es que alguien que tenía tan poco de conocer podía ver con tanta facilidad a través de su persona?

El placer y el dolor físico eran un buen sedante, uno que definitivamente necesitaba, sin embargo, no eran lo que buscaba, tal como él había descrito.

“Estás enamorado de alguien más. De Enzo Baladi”.

Y el otro simplemente lo aceptó.
- Si, se trata de él… y de lo que siento por él.

Aquello fue como una bofetada.

“Él no te ama, lo sabes, ¿no?”
Esta vez… había sido deliberadamente cruel, como siempre.

Lo que acababa de expresar iba haciendo poco a poco mella en Reiner, como un veneno.
Pudo ver el pesar en su expresión y se sintió culpable de querer lastimarlo con esa frase.
Pero como siempre, no podía parar aquel sádico en sí mismo.

- En fin, deberías aceptar mi oferta porque de verdad la necesitas. Porque el camino que
  estás tomando va a destruirte y no hay manera de que no lo sepas, Sylvan.

Esta vez no había nada de diplomático en las palabras del otro.
Eran crudas, directas.
Y ciertas.

Eran dagas filosas rebanando su corazón, exponiendo sus debilidades, siendo insoportablemente condescendientes.

“No me quieres, ¿y has dicho que lo haces también por ti mismo?”
- Si pasaras por mi vida y no hiciera nada por ti, sabiendo lo que sé, no me lo perdonaría-
  le dijo con un aire de seriedad absoluta.

D´Oria suspiró profundamente, comprendiendo que probablemente despertaba su lástima. Eso era más penoso que su rechazo incluso y supo que quería irse.

Se puso de pie y se puso su ropa de chico rápidamente, apenas tuvo puestos los zapatos, se dispuso a salir de ahí.

No había esperado que Reiner tomara su hombro, para detener aquella huida.
Esta vez realmente lucía preocupado.

- Tú eres alguien especial para mí, ¿lo entiendes?
  No es como si tu destino me fuera indiferente.

Tenía que estar mintiendo.
Prefería ir al gimnasio que abrazarle.

“Abrázame entonces, no me dejes caer”, le pidió.

No había esperado que el otro lo hiciera, que los brazos fuertes de R rodearan su delgado cuerpo, su mentón descansó en la coronilla de su cabeza.

- Me quedaré aquí, si prometes que aceptarás mi ayuda.

Aquella se volvía una oferta cada vez más tentadora.
Alzó su rostro para mirarlo, no parecía prometerlo en balde.

Sabía perfectamente que su destino a Reiner no le afectaba, sólo estaba siendo bueno. Había buscado en ese hombre placer físico, pero había encontrado entre el mar de su sexo una inesperada y honesta gentileza… un corazón… que jamás sentiría amor hacia su persona.

- S…- aguardaba una respuesta- Sylvan.

D´Oria accedió con la cabeza.
Pero ningún alivio llegó a su persona.




- - - -



Aquel verbo había sido hermoso, lo había conmovido. No había esperado sentir algo positivo nuevamente y menos en aquel entorno, Reiner lo había sorprendido.

Al final, pasaron aquella mañana juntos, oyendo antiguos acetatos de jazz en aquella enorme cama.

Un par de horas de extraña intimidad y silencio, que poco a poco relajaron su cuerpo.

No podía cambiar, por más sanadora que fuera esa mañana… para él era demasiado tarde.
Y en el fondo de sí mismo, quizá no creyera poder ser ayudado, ni por R, e incluso ni siquiera por Lundgren.

Había vuelto a la suite del Francais y ahora permanecía sentado en la orilla de la tina, junto a su hermana.

Al final, se había marchado del penthouse de Hollerech y del alemán.

Ese hombre ahora sabía demasiado de su persona, le había permitido ver más allá de lo debido, eso tenía que ser un error.
Y aunque tenía que admitir que ya lo echaba de menos, tenía que alejarse de él.

Aquel pequeño ritual de mutilación había llegado a su fin así que ese era el primer paso para vaciar la mente de ambos. Había logrado contener el deseo de cortarle las muñecas a su hermana y dejarla desangrando en aquella tina.

“Rick viene en camino” le dijo su gemela, “será mejor que te marches”.

Ella lo cambiaba por Ricard, apenas había terminado de usarlo, lo quería fuera de aquel extraño paraíso que sólo ella disfrutaba con su hermano mayor.

Eso no pudo sino clavarle una espina de odio.
“¿Estas segura que viene en camino? ¿Le has llamado? ¿Y crees que eso basta para que venga a verte?” se burlaba.

Esa niña tonta, además de muda era ciega.
Su otra mitad idolatraba tan enfermamente a Rick que no se daba cuenta de la realidad.

“Bien, velo. Pero sabes que volveré. Siempre lo hago”.

Ella no respondió, quedando inmóvil en ese lugar.




- - - -


- ¿Syl?- le llamaba una voz desde afuera minutos después.

La joven sintió su corazón agalopándose con emoción.
Era Rick.

Sylvan acababa de irse afortunadamente. Si los dos se encontraran la situación terminaría mal. Porque Ricard no toleraba la presencia de su otra mitad, sabía perfectamente que era algo negativo para ella y su cordura.

Su querido hermano entraba en el baño, y a diferencia de su gemelo, pareció molestarse profundamente de encontrarla ahí con heridas.

Rick mismo no lucía precisamente mejor, completamente hecho el desastre de la última vez que se habían visto. Su cabello rubio cenizo estaba enmarañado, la ropa sucia y el semblante desencajado.

- ¡Hermana! ¡Prometiste dejar de hacer esto!

Pero no tardó en recibir una enérgica respuesta de alguien que estaba llegando al límite.
“Si, eso te juré, así como tú juraste el que no me dejarías. Y no lo cumpliste tampoco”.

Eso pareció frenar su enojo. Rick se hincó a su lado, derrotado.

- Lo siento de verdad, es sólo que el tiempo ha perdido su significado.
  Es cierto que siempre fui malo manteniendo mis promesas. Pero estoy aquí ahora.

Si, a todas luces ella era alguien por quien habría que preocuparse, llena de heridas sangrientas que él comenzaba a limpiarle con una toalla. Pero a su vez, ella creía que era más bien Ricard quien necesitaba ayuda.

Él debía haber bajado más de peso desde la última vez… si es que eso era posible. Los huesos del rostro comenzaban a resaltar en su expresión, sus hombros se marcaban y sus brazos desaparecían.

“Eres tú el que me preocupa, Rick”

Él bufó, cínicamente.
“De verdad lamento hacer que todo se trate de mí, Rick. Debería ocuparme más de ti, hermano”.

Pero éste miraba con tristeza las profundas heridas en sus piernas a las que se unían las quemaduras de la noche anterior.

- No deberías en  realidad, Sylvane, no es como si nada de mi situación pudiera cambiar.

Esa contestación le hizo negar con la cabeza.
No podía perderlo.
No podía perder a Ricard.

Él era la persona que más quería en ese mundo… y el amor que se tenía era más puro que el que ella podía sentir por su otra mitad, o incluso el que Rick pudiera sentir por Kyan.

Lo que había entre ellos no estaba impregnado de un deseo carnal, de un lazo enfermizo.

Quizá ella no merecía ningún tipo de felicidad, pero más allá de eso, deseaba la de Ricard. En el fondo de su corazón sabía que su hermano amaba a ese hombre de ojos miel, que ellos merecían estar juntos. Esa felicidad que Kyan le había regalado a Rick no era cualquier cosa, era amor.
Y quería amor para Rick, para hacerlo volver.

Aquella separación era absurda.  ¿Por qué alejarse los que se aman?

La furia de Kyan Novak en aquel restaurante al hablar de su hermano mayor sólo reflejaba como él podría afectarle todavía. Después, había acudido en su rescate, sacándole de ese sucio callejón, pese a que odiaba su apellido.

Kyan le había salvado, porque sabía que ella era la hermana de Rick y por ninguna otra cosa, abriéndole las puertas de lo que parecía ser un hermético espacio que era su departamento, el hogar al que había vuelto después de perder la casa por culpa de su familia.

Las advertencias mismas que Baladi le había hecho hace no mucho en el Doubletree entreveían la manera en que le había afectado a Novak aquella ruptura. Pero incluso aunque pudiera imaginar el dolor que le había provocado a Kyan el que su hermano lo dejara, no creía que pudiera ser menor a la agonía que Rick sentía en ese momento, que no había dejado de sentir desde que había renunciado a esa relación.

Ricard, en ese entonces había ido a buscar refugio al departamento de Londres en que supuestamente Sylvane se quedaba, pero que en realidad estaba abandonado desde su internamiento.

Ese lugar fue el que él adoptó para desaparecer del mundo, silencioso y solo, tal como lo estaba ahora.

Ricard no parecía haber vuelto al mundo de los vivos. Así que ella había hecho todo lo posible, dicho todo lo que tuvo que decir y prometer lo que fuera para poder subir a un avión rumbo a Luxemburgo y abogar por su hermano, a como diera lugar.

¿No había por eso dado su propia voz? ¿Para ser la de Ricard?

Mediante ese sacrificio era que ahora podía representarlo. Sylvane se había prometido que volvería a reunirlos. A cualquier costo.

Una voz, una vida.
Ya no importaba.

Ricard se encogía en sí mismo, mientras le acariciaba las piernas al limpiarlas.
Pensaba en su amor perdido, sin duda alguna.
Lloraba en silencio sin decir una palabra y ella lo estrechó, sintiendo la impotencia de no poder aliviarlo. Sólo podía acompañarlo en su pena.

El tiempo se estaba acabando, era hora de actuar.






Continuará...


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