Me dejé apresar sin cuidados por los brazos de Stayne, sabía que esto pasaría pero de alguna forma me sentía feliz. Dirigí una mirada hacia Agate y le sonreí. Su rostro parecía cansado y el cabello blanco caía aún mojado por su frente. Miré hacia Emma, parecía asustada. Terriblemente asustada.
Los hermosos ojos azules de la mujer brillaban por las lágrimas que acudían a sus ojos y rodaban por sus mejillas.
- ¿E-Emma?- Estaba pasmada, mirando hacia mí, mientras sus manos y todo su cuerpo comenzaron a temblar rápidamente. Soltó un grito de espanto.
Miré hacia la Reina, pareció inquietarse.
- ¿Ha-Hawes?- Dijo con la voz completamente quebrada la pelinegra, desconcertada mientras se ponía de pie drásticamente y se dirigía hacia nosotros - ¡Hawes! Estás…- Giré la cabeza hacia el soldado que me mantenía preso, Emma no me hablaba a mí…
Le hablaba a Jack Stayne.
La mirada dorada del soldado por un momento pareció sensibilizarse. Observaba confundido y algo nervioso como Emma se nos aproximaba. Me soltó.
- ¡Hawes Black! ¡Eres tú!- Emma se acercó peligrosamente a Stayne y lo tomó por los hombros. El rostro del hombre parecía perturbado y asustado a la vez, pero no podía despegar sus ojos de los de ella.
- ¿Quién…eres tú?-
¿Qué demonios significaba esto? Hawes Black era mi padre ¡¿Por qué Emma llamaba así a Stayne?! ¿Estaba delirando?
- Hawes… ¿No me recuerdas? Soy yo Alice, Alice Liddell- Dijo la mujer rozando sus dedos cariñosamente por el parche que cubría su ojo izquierdo. Instintivamente llevé mi mano al parche que cubría mi ojo derecho… ¡No podía ser!
- Alice…Liddell- Repitió él aún más confundido ¡Claro que sabía quién era! ¡Fue el quién me informó que yo era el hijo de Alice!
-Tu…- El pelinegro llevó ambas manos a las mejillas de Emma y las acarició, acercándose peligrosamente. Todos y cada uno de los que estábamos allí presentes mirábamos asombrados y confundidos la escena que se estaba presentando frente a nuestros ojos.
- ¡No!- Un grito de la Reina nos alertó. La mujer corría en nuestra dirección completamente enfurecida, pude ver los en los temibles ojos grises que casi salían de sus orbes, empuñaba un cuchillo. Emma giró instintivamente hacia ella al escuchar su grito, recibiendo una puñalada, directamente en el pecho, cayendo al suelo.
- ¡Emma!- Grité espantado, sin entender lo que acababa de pasar.La mujer se desvaneció entre los brazos de Stayne mientras la Reina era sujetada por sus guardias reales, quienes intentaban contener el ataque de nervios que estaba sufriendo. El pelinegro no pudo sostenerla por mucho tiempo, en el momento que cayó al suelo algo pareció molestarle, llevando las manos a su cabeza que parecía estar a punto de estallar., dejando escapar un grito agónico y doloroso.
- ¡No! ¡No! ¡No, madre!- Exclamé rompiendo en llanto, tomando su rostro cansado.
- Está bien…- Sonrió. Llevé mis manos a su herida para intentar cubrirla, en ese momento me di cuenta. Había estado llevando la joya, El corazón de la Reina colgada a su cuello, y la hoja del puñal lo había atravesado también, dejando escapar toda la sustancia carmesí que mantenía en su interior y que era lo que ejercía la magia negra.
Solté un grito de asombro ¡Magia negra! ¡Una lo suficientemente fuerte como para mantener hipnotizado a toda la aristocracia! O en este caso….
Al más fuerte de los hombres…
‘‘- Cuando era más joven, era como tú-’’ Las palabras de Stayne dichas hace mucho tiempo resonaban en mí interior con fuerza.
‘‘- Te pareces tanto a tu padre…-’’ Las de mi madre palpitaban en mi conciencia.
- ¡A-Alice!- El hombre corrió hacia nosotros rápidamente y apartó mis manos para poner las suyas, considerablemente más grandes, sobre la herida. Sus ojos habían cambiado, su mirada ya no era despiadada y sádica, ahora aquellos ojos dorados que por primera vez me parecían hermosos y admirables reflejaban humanidad, tristeza, amor, pasión y un sinfín de emociones indescifrables para mí que se dibujaban en su rostro afligido.
Dirigí una fulminante mirada hacia la Reina. Poniendo en su lugar las piezas del rompecabezas que faltaban para entender todo esto ¡Ella lo había hecho! De alguna forma, cuando sacó a mi madre del poder, ella se apoderó de todo lo que tenía, incluyendo su esposo, embrujándolo y obligándole a cumplir su voluntad sin que él mismo se fijase en ello ¡La magia negra contenida en esa pequeña joya que guardaba tan celosamente! ¡Eso era lo que mantenía a Stayne hechizado y que ahora, se había roto y lo había liberado!
Todo esto…Era terrible.
- Volviste…- La voz de mi madre me obligó a volver a mirarle, mientras me acercaba a ella. Sonaba cansada y agitada.
- Volviste, mi amado Hawes…-
- Aquí estoy, por favor resiste…- El pelinegro, aún sin entender todo por completo, acercó su rostro al de Emma, hasta topar su frente con la suya y depositó un enternecedor beso en sus labios. Ella sonrió.
- P-Pensé que nunca te volvería a ver…- Tartamudeó él, nervioso, las manos le temblaban y la confusión parecía ser cada vez más grande en él ¡¿Cómo no?! ¡Elizabeth le había mantenido hechizado por más de quince años!
- M…Madre- Sollocé mientras acariciaba su cabello, Stayne me miró asombrado.
- ¿Tú…?-
-Es tu hijo, Hawes…- Explicó la mujer en un suspiro ahogado.
-Mi…- No lo soporté más y las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente, más desesperadamente, sin control. Tenía a mi madre aquí, justo frente a mí agonizando y un mal presentimiento me invadía por completo, no quería perderla, no ahora.
No ahora que estábamos todos reunidos.
Las delicadas manos de Emma se extendieron hasta mí, acariciando mi rostro con suavidad y quitando alguna de las lágrimas que corrían desenfrenadas por mi rostro.
- Estoy tan orgullosa de ti, mi amado hijo…- Esto solo hizo que las lágrimas asomaran más rápidamente por mis ojos.
- Cuídale ahora que le tienes, Hawes…- Sonrió mirando hacia Jack Stayne, o Hawes Black, ya no sabía cómo llamarle. Los ojos dorados del pelinegro estaban cubiertos por lágrimas que no podía ocultar.
-No, no mi dulce Alice… ¡Quédate conmigo!- Gritó desesperadamente, abrazándola, mientras su voz se quebraba. Sentí una fuerte punzada en el pecho y un nudo en la garganta que casi me deja sin respiración. Todo esto era demasiado triste, mi madre estaba muriendo.
Y mi padre parecía estar muriendo junto a ella.
- Te amo, Hawes, siempre te amé…Todo este tiempo- El hombre volvió a acercar su rostro al de ella para rozarlo, y besarle. Las lágrimas mancharon el perfecto y angelical rostro de Emma.
- Yo también te amo…Por eso…Por eso…- El llanto no le dejó seguir articulando la frase, mi madre había cerrado los ojos. Recordé la desesperación y angustia que sentí cuando creí que Agate estaba muerto, sentía algo parecido ahora y Hawes debía estar sintiendo lo mismo. Era como perderse en las profundidades abismales de un vacío de tristeza y soledad, dolía, dolía demasiado, como si el alma estuviese despedazándose y los trozos cayeran a ese vacío sin fin. Solté la mano de Emma que ya estaba fría, pude sentir cuando su espíritu abandonó su cuerpo.
Por unos momentos lo había tenido todo…Y lo había perdido.
Sin pensarlo demasiado me abracé a Hawes que había roto en llanto. Él me recibió con una calidez que me sorprendió por completo. Jamás había sentido el abrazo de un padre y menos esperé recibirlo de él. Tomó mis mejillas y me miró fijamente. Llevé mis manos tras su nuca y quité el parche que cubría su ojo izquierdo, luego quité el mío, que llevaba en el ojo derecho. Me observé reflejado en el espejo de los ojos color oro, que eran inundados por las lágrimas. El mismo color de cabello, la misma forma de los ojos e incluso…La misma cicatriz.
- Y pensar que yo te hice esto…- Dijo tristemente, agachando la mirada mientras con sus dedos rozaba suavemente la herida que aún no estaba del todo sanada. Tomé su mentón y lo levanté para que volviese a mirarme.
- No es tu culpa…- Sonreí lo mejor que pude, intentando contener las lágrimas que seguían cayendo sin freno.
- Te hice tanto daño…-
- ¡No es tu culpa!- Exclamé y le abracé con fuerza - ¡Nada de esto es tu culpa, padre!- Soltó un pequeño grito de asombro al escucharme llamarle así y me estrechó con fuerza por la cintura.
- Lo siento…-
- No pude protegerla…-
- Yo tampoco…- Sollocé apoyándome en su hombro. Se sentía tan bien, sus brazos eran tan apaciguadores para mí y de alguna forma…el dolor se sentía menos si tenía con quien compartirlo.
- ¡Suéltenme! ¡Malditos! ¡Acabaré con toda la estirpe de los Liddell! - Un nuevo grito de la Reina nos alertó. Nuevamente empuñaba el cuchillo y se dirigía hacia nosotros. Cuando nos dimos cuenta estaba demasiado cerca.
- Lo siento, Ángelo…- Susurró Hawes en mi oído y luego me regaló un cálido beso en la frente, en el momento que sus labios tocaron mi rostro, me sentí inmensamente vacío.
Con la misma rapidez que caracterizaba todos sus movimientos, se situó frente a mí y se interpuso entre la Reina y yo, recibiendo una puñalada por la espalda que lo atravesó por completo. Pude ver como la punta de la hoja salía desde su pecho, rozando con mis ropas.
Caí arrodillado al suelo.
Todos morían…Todo era muerte a mi alrededor.
Stayne cayó arrodillado frente a mí y volvió a estrecharme entre sus brazos. El calor de la sangre brotando de su pecho y de su espalda me envolvió en una triste agonía difícil de explicar.
- Al menos puedo cumplir su última voluntad…- Susurró mientras sonreía.
- ¡¿Stayne?! ¡Stayne cariño! ¡Cuánto lo siento!- La pelirroja había lanzado el cuchillo y ahora se acercaba a socorrer a Hawes.
- ¡Suéltame! ¡Perra!- Gritó en un último aliento mi padre, sin dejar de protegerme entre sus brazos.
- No eres más que un horrible y despreciable monstruo…- Murmuró apretando los dientes y dirigiéndole una fulminante mirada. La mujer dio algunos pasos hacia atrás y cayó al suelo, temblando.
Le oí quejarse.
- ¡¿Estás bien?!- Pregunté nervioso aún entre sus brazos – Vamos, podemos curarte-
-No…- Levantó el rostro y me miró fijamente.
-Estaré mejor…- Sonrió y entonces le entendí. No tenía por qué quejarme, apenas nos conocíamos y pedirle que se quedara junto a mí sería demasiado egoísta de mi parte, él deseaba estar con mi madre, yo no iba a impedírselo. Asentí con la cabeza.
Ya tenía más que suficiente con haberle conocido. Es extraño pero, una revuelta mezcla se daba en mi interior. Sentía angustia, tristeza, y rabia, sentía ganas de morir, pero al mismo tiempo, me sentí inmensamente feliz.
- Acábalos a todos…- Dijo aun manteniendo esa amable sonrisa, mientras acariciaba mi rostro con una de sus manos.
- Está bien…- Asentí nuevamente con la cabeza, dirigiendo ahora mi boca a su frente para besarla. En el momento que mis labios rozaron con su piel, pude sentir como su amarre cedió y como daba su último suspiro.
Unas trompetas se escucharon a lo lejos, justo en ese momento, como si todo hubiese sido ideado, como si el maldito destino lo hubiese planeado todo. Sonaban como trompetas de muerte, como la triste melodía susurrada por el viento durante una marcha fúnebre. Entonces lo supe
Hawes Black había muerto.
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