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Sleeping Beauty por Angeline Victoria Schmid

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Notas del capitulo:

La verdad es que este capítulo lleva terminado desdel viernes, y quería subirlo ayer, justo una semana después de la última actualización. Pero... Mi internet decidió irse a tomar por culo, y ahora mismo estoy utilizando mi móvil como una red wifi ¬¬

Kid, con su impulsividad y su poca paciencia habitual, no había tardado nada en empaquetar lo que pensaba llevarse. Su equipaje consistía únicamente en lo puesto, el paquete que iba a ser el regalo de su moreno favorito, un puñal y una espada recién afilados.

Su amigo Killer, por supuesto, había sido más inteligente que él y, no sólo llevaba consigo lo que había creído pertinente, como varias mudas de ropa y otros objetos personales, sino que además se había tomado la libertad de ordenar a las doncellas y criados del príncipe que hicieran un equipaje adecuado para un viaje de una semana a Flandes, teniendo en cuenta que tardarían en llegar menos de lo habitual porque iban los dos solos a caballo y no llevarían la casa con ruedas de la corte, sino un par de carromatos para montar el campamento y poco más. Eso sí, aunque sabía que más tarde el príncipe se lo agradecería en silencio, por el momento había tenido que soportar a su real persona recordándole que en unos años (pocos si Dios lo quería así) tendría que llamarle Alteza y no podría hacerle esperar (el rubio se aguantó las ganas de decirle que en principio ahora tampoco podía hacer nada que su amigo no quisiera, pero no vio la necesidad de aclararlo).

Cuando ya llevaban medio día de camino, los caballos empezaron a relinchar, haciéndoles notar que en un lugar cercano había algo que no les gustaba y que les asustaba.

- No creo que sean más que lobos – Comentó el rubio -. Bastará con rodear el bosque, aunque si ya están así ahora, no sé que nos esperará a la noche.

- ¿Crees que al chico le gustará abrigarse con una piel de lobo gris? – Preguntó con una sonrisa ladina, imaginándolo ya con el precioso y suave pelaje cubriendo su desnudez.

- Quizás – Killer suspiró, consciente de que no valía la pena replicar -… La verdad es que tenemos tiempo de sobras.

Pero antes de que el joven señor pudiera terminar de hablar, el pelirrojo ya había picado espuelas para obligar a su pobre montura a adentrarse en el bosque. Que el supiera, su padre había dado la orden de no permitir que el bosque fuera tan espeso como lo era en ese momento, pues sabían de sobras que eso hacía aumentar el riesgo de incendio. Cabalgó hasta su amigo y ambos desmontaron. El príncipe desenvainó la espada e hizo guardia mientras él ataba los caballos a un árbol. O eso creía, porque cuando se giró, Kid ya se alejaba de él sigilosamente, intentando que la manada no le oyera. No le gustaba admitirlo, pero su amigo era el mejor cazador de la corte: cuando quería podía ser tan silencioso como las hojas de un árbol en un día sin aire, y su altura y complexión no le impedían pasar desapercibido en el bosque. Cuando quería. Cuando realmente tenía interés en atrapar la presa. Ese chico debía ser toda una belleza, si le gustaba tanto como para que de verdad le importara cazar ese lobo para entregarle su piel.

En lugar de acompañarle, decidió esperar a que regresara. No tardó mucho y, aunque se llevó algunas mordeduras de los compañeros de manada del lobo, no tenía heridas graves, nada peor que unas cuantas magulladuras.

- Salgamos de aquí, no quiero que algo más grande que un lobo lo huela y venga a buscar mi trofeo – Dijo Kid.

« ¿Desde cuando se preocupa tanto? » No pudo evitar sonreír. « Ha madurado. » No era la primera vez que ese pensamiento le rondaba por la cabeza, pero saber que probablemente era a causa de aquel chico no le gustaba demasiado. Pero mejor eso que nada, el pelirrojo era un príncipe, y le convenía volverse más reflexivo antes de sentarse en el trono que ahora ocupaba su padre, de lo contrario sería un rey aun peor que Caesar.

Cargaron el lobo en el carromato y recorrieron el Camino Ancho durante unas cuantas horas, hasta que el bosque quedó tras ellos y dejó de verse. Si todo iba bien, esa noche no les haría falta montar el campamento y podrían dormir en una posada. « Siempre hay sitio para los príncipes, ni que cueste el doble de lo habitual y sea la cama del propietario. »

- Ve a pedir una habitación, yo me quedaré aquí desollando esto – Señaló su presa.

- Está bien – Respondió, y aun le dio tiempo a ver el brillo del cuchillo hundiéndose bajo la piel del animal -. Buenas noches – Saludó al entrar. La posada estaba a reventar, pero tenía esperanzas.

- Buenas noches, señor – Lo saludó la chica que había tras la barra -. ¿Una jarra de cerveza?

 - Sí, gracias, y un par de habitaciones – Antes de que la muchacha pudiera responder, le tendió 2 monedas de oro, un precio muy por encima del de una habitación.

- Las habitaciones sólo valen una moneda de plata, señor – Respondió con las mejillas sonrojadas y los ojos abiertos como platos, sin duda era la primera vez que veía oro -, y la cerveza sólo vale seis monedas de cobre.

- Espero que sepas que 12 monedas de cobre equivalen a 1 moneda de plata, por lo que por el precio de 2 cervezas puedo pagar una habitación. Y veamos – El hombre fingió que necesitaba pararse a pensar para poder calcular -… Si no me equivoco, la posada acaba de ganar el precio de 48 cervezas en una sola transacción.

- Yo - Sabía que la chica no correría a consultárselo a sus padres, aceptaría sin dudar -… Muchas gracias, señor.

Bebió la jarra de cerveza en silencio, esperando a que Kid terminara de despellejar a aquel pobre animal mientras observaba cada movimiento de la chica. Se fijó en los pequeños rizos oscuros que le rodeaban la cara redonda y supo que esa noche no quería pasarla solo. Quizás lo había sabido desde un principio, porque había pedido dos habitaciones en lugar de una como le había dicho el pelirrojo.

- ¡Una jarra más! – Exclamó por encima del ruido general, y fue a sentarse junto al fuego, donde había un bardo con un laúd.

La dichosa jarra llegó enseguida de la mano de la muchacha de antes, pero esta vez Killer no la dejó marchar, sentándola sobre sus piernas. En ocasiones normales ya habría metido la mano en el corpiño de la chica, pero por algún motivo, aquella vez decidió pararse a escuchar al hombre que cantaba. La había escuchado algunas veces, y desde pequeño le había llamado la atención, ya que trataba de un niño al que un hada malvada había hechizado y al que tres hadas bondadosas habían intentado salvar. El niño había nacido en Flandes, lugar al que se dirigían, y aunque personalmente el rubio creía que el bebé había muerto hacía años y que en la mayor parte del reino había caído en el olvido, sabía perfectamente que se trataba del príncipe de la familia Donquixote, que si seguía así moriría sin descendencia.

***

- Te veo nervioso, Killer, ¿ocurre algo? – El pelirrojo no solía preocuparse por nadie, aunque las ocasiones en las que lo hacía por su amigo no eran tan extrañas.

- Nada importante – Respondió -. Ayer había un bardo en la posada, nada más.

- ¿Y por eso llevas esa cara tan larga? – La risa se le escapó enseguida, preocuparse por las palabras de un bardo no era propio del rubio.

- Ya, ya sé que es estúpido – Suspiró -. Pero su canción hablaba del niño perdido de Flandes.

- ¿De verdad? – El pelirrojo alzó una ceja – Hemos escuchado muchas veces esa historia, pero no recuerdo haberla escuchado nunca en Francia.

- Ya – Se encogió de hombros -, aquí no es muy conocida. Pero lo que me preocupa es que esta vez tenía final, además de ser bastante fiel a la realidad. Creo que… Creo que ese bardo estaba allí ese día, aunque sería muy difícil que tú lo hubieras reconocido, tras tantos años.

- ¿Y como terminaba? – Preguntó Kid - ¿Con una hermosa doncella escalando una torre para salvar al joven y apuesto príncipe dormido para darle el primer beso de amor?

- No – Respondió el rubio enseguida, aunque aguantarse la risa por la insinuación de su amigo se le hacía difícil -. Hablaba de muerte.

- Bueno, no creo que eso esté demasiado alejado de la realidad – Contestó Kid al cabo de un rato en silencio -. Esa historia nunca estuvo destinada a acabar bien, ninguna doncella buscará a un príncipe. No saben luchar.

Aquel día prosiguieron la marcha prácticamente en silencio, hablando solo cuando necesitaban consultar el mapa o cuando paraban para abrevar a los caballos. Se notaba que el pelirrojo también se había quedado traspuesto con la explicación. El motivo era claro, ¿cómo le explicaban a Doflamingo que sus esperanzas eran vanas y que incluso los bardos franceses se habían dado cuenta?

***

No sabían como, pero al final habían llegado con el tiempo justo, faltaban pocas horas para el encuentro, y el pelirrojo no estaría tan descansado como le habría gustado. Tal y como había acordado con su amigo, esa noche iría a ver a Law a solas y ambos podrían conocerse al día siguiente, pues dada la situación del campesino no quería asustarle llevando a un desconocido a su cumpleaños.

Encontraron un descampado en el que la hierba no era demasiado alta y lo escogieron para acampar. Quizás habría sido mejor montar la tienda en el bosque, pero el príncipe no quería lobos cerca, y no llevaban ningún estandarte que los hiciera susceptibles de recibir visitas inesperadas. Quizás se acercaría algún ladronzuelo, aunque Kid no recordaba nunca haber visto ninguno. Lo que sí sabía era que en el caso de que eso ocurriera, no sería un gran grupo, y Killer no tendría problemas para ocuparse de ellos.

***

Por primera vez en mucho tiempo, Law se despertó con ganas. No era que no tuviera ganas de vivir o que odiara su vida, simplemente estaba harto de la rutina y, ahora que su cumpleaños había llegado, por fin tenía algo diferente que hacer. Es posible que de haber entrenado todos los días con el príncipe se hubiera acabado aburriendo, pero lo cierto es que aunque durante una temporada esa parte del día formara parte de su rutina habitual, sólo se trataba de las tres semanas en las que el pelirrojo estaba en el reino, y sólo Dios sabía cuando se hartaría de venir. Por el momento, sólo venía 3 o 4 veces al año, y aunque sabía que el camino era suficiente, para el moreno eso no era suficiente. Cuando consiguió convencer a sus tías de que lo dejaran entrenar con Penguin, sólo esperaba encontrar una distracción, alguien con quien pasar un rato en compañía y, quizás, un amigo. No se podía decir que al principio les hubiera unido una gran amistad, pero sí era cierto que tras pasar tiempo juntos y conocerse mejor, se habían convertido en buenos amigos. Y por supuesto no había olvidado que sin esos entrenamientos no habría conocido nunca a Eustass Kid, porque su rutina hubiera sido muy diferente.

El ambarino le había dicho que se encontrarían por la noche, así que el menor debía seguir con su rutina habitual e intentar disimular. La parte difícil llegaría al atardecer, porque a sus tías no les gustaba nada que pasara la noche fuera y tendría que escaparse. Contaba con que engañar a Baby 5 diciéndole que necesitaba que no le contara a nadie que iba a salir sería suficiente, y pensaba despertarse en su cama a la mañana siguiente.

***

Al caer la noche los nervios se apoderaron de él. No sólo iba a haber un cambio en su rutina, sino que iban a hacerle un regalo, y Law hacía años que no recibía ningún regalo. No esperaba nada especial, pero no podía dejar de entrelazar los dedos constantemente, intentando mantener las manos ocupadas en algo. Salir de casa fue tan sencillo que resultaba irrisorio, pero no podía permitirse reír o sabrían que pasaba algo extraño.

Se escondió tras un árbol, pendiente de si oía los cascos del caballo, intentando aparecer poco después para fingir que se había retrasado o que había salido de la cabaña con el tiempo justo, como si no le importara, pero mientras esperaba intentaba arreglarse un poco el pelo, lo único que podía mejorar de su aspecto.

Miró hacia abajo un momento, viendo todo aquello que no estaba bien en él. La ropa vieja y hecha polvo, con algunas roturas que no había visto antes y que por lo tanto Baby 5 no había cosido. La piel tostada de sus manos teñida en tonos morado oscuro al intentar hacer vino con las uvas de Sugar. Los recosidos de su ropa en los bajos de los pantalones y las puntas de la mangas. Consciente de que aún faltaba un rato para que llegara el príncipe (el mero pensamiento de que iban a verse a solas de noche le hacía sonrojarse, aunque no entendía porque), salió de su escondite y observó su reflejo en el río. Allí pudo ver más cosas que estaban mal en él. El vello facial que tenía en la barbilla, que aunque había aumentado desde la última vez que se habían visto, aún no llegaba a cerrársele, haciendo que odiara los pequeños claros. Sus labios tostados, tan diferentes de los de Kid, que le mostraban a todo el mundo que él no era más que un plebeyo y que nunca estaría a la altura de alguien de la nobleza. Golpeó la superficie del río para eliminar su reflejo, si al menos hubiera nacido mujer… No, eso no le habría servido de nada. Un príncipe nunca se casaría con una plebeya.


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