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Sleeping Beauty por Angeline Victoria Schmid

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Si pudo saber que tras él había una persona, fue porque vio la sombra alargándose junto a la suya. Era de noche, sí, pero la luna brillaba imponente en el cielo, totalmente llena, como si de un sol se tratara. Decidió no girarse, fingiendo no ser consciente de que no estaba solo pero deseando que fuera su pelirrojo acercándose sigilosamente. Pero no era lo bastante sigiloso, Law oía el sonido de las pisadas al aplastar la hierba del terreno bajo sus pies, escuchaba la respiración pesada propia del príncipe cuando trataba de atacarle con la espada, ahora se comportaba exactamente igual, como un cazador acechando a su presa. Lo sabía porque él hacía lo mismo. Se escondía tras un arbusto y respiraba de la misma manera, pero era más ligero, de modo que sus pisadas no hacían tanto ruido, además de que durante el día otros sonidos escondían los suyos. Además, esa noche no soplaba ni una brizna de viento, por lo que las hojas de los árboles no se mecían, estando completamente inmóviles como estaban no emitían ni un solo ruido. Aun así, se sobresaltó cuando una piel suave y cálida le rodeó los hombros, eso había sido totalmente inesperado.

Giró la cabeza para clavar la mirada en esos ojos del color del ámbar que lo observaban detenidamente desde arriba mientras abrazaba la fantástica piel. Una mano pálida se acercó a él lentamente, como si pensara que el menor podía romperse o huir en cualquier momento, y el pulgar de dicha mano le acarició la mejilla. Sonrió y prácticamente se frotó contra el tacto agradable de esa mano, suave como la de aquellos que nunca han trabajado pero dura y fuerte como la de quienes están acostumbrados a luchar. Para el moreno, eso lo convertía en unas manos especiales, porque nunca había tocado unas manos iguales que las del príncipe. El pulgar abandonó su mejilla robándole la sonrisa, pero no dejó su piel, se limitó a quedarse sobre sus labios, acariciándolos con la misma suavidad que antes habían empleado para su mejilla. Law quería besarlo, de verdad que quería, pero no se veía capaz de ello. El pelirrojo tampoco le besó y acabó por retirar la mano y mirarlo con una sonrisa lo más amable posible viniendo de él.

- ¿Te gusta la piel? – Preguntó por cortesía, porque ya sabía la respuesta.

- Sí, mucho – Respondió enseguida, acariciando el pelaje una vez más -. Es un buen regalo.

- En realidad ese no era el regalo que tenía planeado hacerte, se me ocurrió durante el camino – El mayor sacó el paquete que tenía escondido tras él y se lo tendió -. Feliz cumpleaños.

Antes de que el moreno pudiera responderle, se acercó a él y besó su mejilla ligeramente, apartándose enseguida por si no le gustaba. El menor lo miró un momento y cogió el paquete. No era tan pesado como habría esperado, pero aun así lo dejó en el suelo y empezó a retirar el papel que lo cubría. Dentro, había otro paquete de cuero, y cuando hubo sacado su contenido entendió porque el papel no era suficiente: se habría roto.

El regalo que Kid había traído para él era una espada de acero de verdad. No es que el ojigrís entendiera mucho de armas, pero le parecía que no estaba hecha por un herrero cualquiera. Al principio le pareció un mandoble, pero enseguida se dio cuenta de que en sus manos se convertía en una espada bastarda, ya que él podía empuñarla perfectamente con una sola mano. Aun así, no hacía falta saber mucho sobre el tema para darse cuenta de que las espadas bastardas nunca eran tan largas como aquella. Law se sonrojó un poco, consciente de que tenía que preguntarle de qué tipo de espada se trataba, y probablemente el príncipe se reiría de él por ello.

- Es muy larga – Acarició la hoja con los dedos cuidadosamente -… ¿Qué tipo de espada es?

- Es una nodachi – Respondió el pelirrojo entusiasmado -. Me he fijado que tú siempre escoges ramas muy largas cuando entrenamos. En un primer momento creí que era por tu altura, pero luego me di cuenta de que simplemente lo hacías por gusto.

- Me gusta mucho – Confesó abrazando la espada contra el pecho -. De verdad.

- Si quieres podemos probarla – Dijo desenvainando su propia espada -. Pero está muy afilada, ten cuidado.

No hizo falta que se lo dijera dos veces. La posición del moreno no era precisamente buena en ese momento, pero aprovechó que Kid aún estaba despistado para golpearle la cadera con la hoja plana. El dolor hizo mella en la expresión del pelirrojo, y el menor no pudo evitar sonreír malévolamente.

A pesar de que la espada era tan ligera como le había parecido en un primer momento, el entreno no duró mucho, y no tardaron en estar llenos de magulladuras, siendo las estocadas del moreno más certeras que nunca; se sentía cómodo usando esa arma. Law sabía que mañana estaría lleno de moratones, pero seguro que serían más visibles en la piel pálida del mayor.

- ¿Qué haces? – Preguntó cuando el mayor empezó a desnudarlo.

- Hemos entrenado – Le miró los ojos y sonrió sin dejar de quitarle la ropa -. Ahora toca el baño, ¿no?

- Sí, claro – Se apartó un poco y terminó de desnudarse solo.

No sabía porqué, pero aquel día el moreno se sentía avergonzado de que el mayor lo viera desnudo. Sabía que aunque había aumentado musculatura, la sequía del verano había hecho que se perdieran las verduras y que la hierba se secara, haciendo que muchos animales herbívoros (los que Law solía cazar) no llegaran al otoño, por lo que estaba más delgado que de costumbre. No quería que supiera que pasaba hambre, y sobretodo no quería su ayuda.

Levantó la vista buscando esos ojos ambarinos que tanto adoraba, pero esta vez lo hizo con miedo a un gustarle. Se sentía incómodo, pero para su sorpresa, Kid tiró de su mano para estrechar su cuerpo contra el suyo. Nunca había tenido la oportunidad de sentir tanta extensión de la piel del príncipe contra la suya, y pensarlo hizo que se sonrojara y escondiera la cara en su pecho.

A pesar de que el pelirrojo aún no se había desnudado del todo, el menor podía notar su entrepierna endureciéndose contra la suya, y tuvo que concentrarse en pensar en cosas bien desagradables para evitar que le ocurriera lo mismo. Pero las manos del príncipe rompieron todas las defensas del ojigrís cuando empezaron a pasearse por su piel desnuda. Dio un pequeño respingo cuando sintió un pellizco en una nalga, y escuchó la risa del mayor llenándole los oídos, aunque esta vez se trataba de una risa suave, prácticamente afectuosa.

- Eustass-ya… - Se quejó.

- Eh, Law… - Empezó a decir mientras le obligaba a mirarle a los ojos.

Cuando miró hacia arriba se dio cuenta de que la luna había desaparecido prácticamente del todo, oculta tras los nubarrones negros que anunciaban lluvia. Una parte de él se alegró, porque eso pondría fin a la larga sequía, pero… ¿No podía llover al día siguiente? No les venía de una noche, y en ese momento lo que le apetecía hacer era disfrutar del príncipe.

Ignorando la amenaza del cielo, clavó su mirada gris en la del mayor, expectante para ver cual sería la próxima acción de aquel hombre. La mano que le había pellizcado el culo subió hasta su mejilla para acariciarla con mimo, y empezó a acercar la cara a la suya. Cuando ya estaban muy cerca, Law cerró los ojos. Sabía que había empezado a llover, porque le caían gotitas en la frente y en los hombros, pero las estaba ignorando. Creía que el pelirrojo iba a besarle, y no quería perderse ni un segundo de aquel primer beso.

Kid cerró los ojos y acercó los labios a los del moreno. No quería que fuera como cualquiera de los besos que había dado y recibido hasta aquel momento, porque el menor era especial. Sabía que una vez sus labios se tocaran se volvería incapaz de controlarse, tenía demasiadas ganas de hacerlo y desde hacía demasiado tiempo.

Apoyó la frente en la frente tostada del moreno, alargando el momento sólo para ver si el menor se atrevía a besarle, y abrió los ojos para encontrarse con un fuerte sonrojo. Mientras una mano seguía acariciándole la mejilla, la otra le acariciaba toda la columna vertebral, intentando que se relajara un poco. Y por fin, sus labios se tocaron. Fue algo muy ligero, apenas un roce, y no podía considerarse un beso. El pelirrojo abrió los ojos una vez más y esta vez fue a lanzarse a por ese beso de verdad, pero una gran luz brilló en el cielo, y el estruendo que la siguió hizo que Law se separara de él.

Por desgracia de Kid, el ojigrís sabía perfectamente como podían ser esas tormentas otoñales en el bosque. Sabía lo que les pasaba a aquellos que se quedaban demasiado cerca de los árboles, y había visto las crecidas que podía llegar a tener aquel río. No se molestó en recoger la ropa que había dejado tirada en el suelo, se limitó a coger la nodachi y la piel de lobo, y cogió la mano del príncipe con fuerza y empezó a correr sin pararse a mirar si el pelirrojo había recogido sus pertenencias. En ese momento le daba igual. Tenían que ponerse a salvo.

Corrieron hasta la cabaña del leñador, y una vez allí dejó entrar al príncipe. Era la primera vez que traía a alguien a su hogar y le daba un poco de vergüenza que ese alguien fuera un príncipe. La casa era bastante grande para un simple campesino que vivía con sus tres tías, pero para alguien de la nobleza… No se podía comparar con un palacio o un castillo. Aprovechando la luz que entraba por las ventanas, Law se llevó el dedo índice a los labios para indicarle que guardara silencio, no podían permitirse que las tres mujeres les encontraran allí, y menos estando el moreno completamente desnudo.

Se tapó con la piel e hizo que el ambarino se sentara en una silla. Después, subió por las escaleras hasta su habitación. No había luz, porque no quería encender una vela, pero a esas alturas conocía el dormitorio de memoria, y no le costó nada encontrar sus mangas de dormir. También escondió la nodachi bajo la cama y la piel de lobo bajo las mantas de lana de oveja. Volvió a la estancia donde había dejado a su acompañante y lo encontró de pie mirando a su alrededor. Seguramente le sorprendía que necesitaran que una misma sala hiciera las veces de recibidor, comedor y cocina. Se quedó en silencio, ya no por peligro sino por vergüenza, y Kid le cogió la mano. El pelirrojo volvió a acariciarle la mejilla, pero el momento mágico en el que habían estado a punto de besarse se había esfumado, y ninguno de los dos sabía cuando volverían a tener una oportunidad como aquella.

Cuando por fin la tormenta se hubo alejado, salieron de la cabaña y regresaron al lugar de donde habían venido. Tal y como el moreno había esperado, el río había crecido. Se había llevado la camisa de Kid, pero no había podido llevarse su espada, que había quedado clavada en el barro. El príncipe la desclavó y la metió en la vaina.

- ¿Mañana a la hora de siempre? – Preguntó.

- No – Law negó con la cabeza -. Creo que es mejor que no nos veamos mañana.

- ¿Por qué? – Se atrevió a preguntar, pero enseguida cambió de opinión y siguió hablando – He venido con un amigo, Killer. Le gustaría conocerte, ¿qué te parecería venir con nosotros mañana por la noche? Vendría a recogerte.

- Pues – Si había un amigo, no tendría porqué quedarse a solar con el príncipe, cosa que ahora mismo no sabía si era una buena idea -… Vale, me parece bien.

Y se despidieron sin besos ni abrazos.

***

Se despertó prácticamente al mediodía. La piel de lobo había hecho que durmiera mucho más caliente y cómodo de lo que solía hacerlo con las mantas de lana. Era un pelaje muy suave y lo había tenido toda la noche y toda la mañana acariciando su piel. Quizá estaba loco, pero le recordaba a las manos de Kid. Suaves como un noble, pero con la dureza de alguien que había luchado.

Se sentó en la cama y se abrazó las rodillas con una sonrisa estúpida en la cara, pero enseguida le entró frío y se envolvió en la preciosa piel. Tenía la cabeza del lobo sobre el hombro, y no pudo apoyar la suya sobre ella cómodamente como si de una almohada se tratara. No le era difícil recordar los sucesos de la noche anterior, y aun era capaz de sentir la calidez de los labios del príncipe cuando se habían rozado con los suyos, el pellizco de su mano en una nalga y la suavidad con la que le había acariciado la mejilla. Ni siquiera sentía el dolor de los moratones que tenía en las piernas, los brazos y las caderas, cada una la prueba física de que lo ocurrido había sido real, que realmente el pelirrojo había estado allí con él.

Finalmente se levantó de la cama y caminó hacia la estancia que utilizaba como aseo. Le costaba caminar, los moratones le hacían sentirse torpe y estaba claro que pelear con espadas, aunque sólo usaran el plano de la hoja, era mucho más duro que hacerlo con ramas. Se miró en el espejo y por primera vez en mucho tiempo le gustó lo que vio: alguien especial. Se giró un momento para comprobar que no se le vería ningún moratón una vez vestido, y fue entonces cuando se dio cuenta de que al pellizcarle, Kid le había dejado un buen moratón en la nalga izquierda. Quedaba algo disimulado por el color de su piel, pero ahí donde había pellizcado se veían un par de marcas rojizas. Estuvo refunfuñando un buen rato, hasta que terminó de vestirse.

Notas finales:

Espero que os haya gustado el capítulo. ¿Reviews :D


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