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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa, querubines ;D 

Lamento no haber actualizado el domingo...no me alcanzó el tiempo -tampoco ahora- pero logré terminar el cap y estoy actualizando rápido. 

No he podido responder a los reviews pero lo haré cuando llegue a casa (ahora mismo no estoy allí) 

Es un cap más largo que lo demás y adivinen qué :D Narrado por Cuervo! :D 

(Aunque no sé si esto las/os haga felices) 

Otra vez pido disculpas por no responder los reviews a tiempo :( 

Trataré de actualizar el domingo...aunque sinceramente creo que será el prox miércoles. 

Como siempre...ojo con la ortografía. 

Espero que tengan un buen resto de semana. 

Abrazos. 


PD: Hice este dibujo de Cuervo el otro día...espero que les guste :D 



Capítulo 60: “Monstruo”


El vehículo aceleró y alcanzó en un par de segundos los ochenta kilómetros por hora. Ya habíamos divisado el poco amigable escuadrón de Alexa entrando en los perímetros del Great Bridge con no muy buenas intenciones.  En un principio, creí que ella estaría con E.L.L.O.S pero no tardé en darme cuenta que se proponía algo distinto cuando todas esas locas atacaron a los guardias, rodearon unas camionetas, mataron a sus ocupantes y liberaron a las personas que estos transportaban. En otro momento quizás pude haberme contentado con esto, no seríamos los únicos infiltrándonos en el Great Bridge para joder a los peces gordos, pero esta vez no. Seguramente si Alexa o alguna de sus chicas nos veían intentarían matarnos y tenían toda la razón para estar furiosas como el infierno, yo le había disparado a su líder antes.

Scorpion estaba en silencio mirando por la ventanilla con los ojos completamente vacíos. Volví a preguntarme en qué mierda estaba pensando cuando decidí seguirlo, volví a preguntarme qué pasaba por su cabeza como para hacer esta locura. ¿Cuáles eran los motivos de Scorpion? ¿Era por Ethan Grey? ¿Era por Rossvet? Sí, debía ser por él. Sospechaba que él quería capturar a ese chico para torturarlo y convertirlo en el mismo monstruo en el que él se había convertido. Supuse que Aiden compartía algunos rasgos con el antiguo Noah y que Scorpion quería destruir todo lo que le recordara a su pasado. Y que, obviamente, él no era consciente de sus propias intenciones. Scorpion siempre actuaba sin pensar. Uno de los tantos tatuajes que  tenía asomó por el borde de su cuello y yo me quedé observándolo fijo por unos momentos. Fue el primer tatuaje que le hice para cubrir sus heridas; el dibujo de un escorpión. Siempre le gustó ese tatuaje y quizás fue por eso que después de matar al primer líder del escuadrón Cuervo decidió llamarse de esa forma. Pero no…no. Scorpion no es tan sentimental para hacer algo como eso.

Debió ser mera casualidad.

Me pregunté si él aún conservaba recuerdos de sus primeros días en el escuadrón Cuervo. Yo mantengo fresco el momento en que le capturamos: lo noqueamos, pero no tardó en despertar y pataleó y gritó durante la mitad del camino, como un niño. Su adaptación a la guarida fue una de las más difíciles que me ha tocado ver, desde el primer minuto el antiguo Cuervo se encaprichó con él y lo transformó en su juguete, víctima de su sadismo y depravaciones. Yo solía patrullar los calabozos durante esos días y fue ahí donde le oí llorar los primeros diez días. Ese tatuaje se lo hice al tercero, esa vez había llegado con marcas de mordeduras en su cuello y sus sollozos eran mucho más ruidosos que las noches anteriores. Recuerdo que esa noche me sacó de mis casillas, recuerdo que no soportaba oírlo llorar.

Recuerdo que la noche del tercer día, entré a la celda, lo agarré del brazo y lo arrastré fuera de los calabozos:



   —¿Puedes dejar de llorar? —gruñí en voz baja. Si alguien nos oía ahí él no iba a ser el único castigado—. Me tienes con dolor de cabeza.

   —L-L-Lo sien… —balbuceó.

   —L-L-Lo siento —me burlé—. No puedes sentir las cosas en este lugar. Ven —lo traje conmigo hasta una habitación apartada donde solíamos hacer los cambios de turnos y tomé la máquina de tatuajes que siempre estaba cerca de mí, lo senté en una silla y sin preguntarle le dibujé un escorpión, allí, donde tenía las marcas de las mordeduras que el líder le había hecho—. Ahora cada vez que tengas una herida me llamarás y yo te la cubriré —le dije. No sé por qué lo hice, quizás en ese momento sentí lástima por él y creí que algo así lo calmaría, tal vez  ese chico despertó cierta humanidad en mí que creía perdida, o simplemente lo hice porque en el fondo odiaba ver cómo el líder de mi escuadrón destruía todo lo que tocaban sus manos y quizás sólo quería joderlo, demostrarle que las cosas no siempre irían a su modo. Tal vez lo hice porque sabía que a él le molestaría ver a su nueva adquisición con marcas que no fuesen las suyas.

Fueran cuales fuesen mis motivos, al final pareció funcionar.


Los días fueron pasando y el cuerpo de Noah se fue llenando de tatuajes poco a poco. Fueron alrededor de dos meses en los que le torturaron y retorcieron su mente hasta llevarla a su límite y hacerla estallar, como una bomba de tiempo que observé con calma hasta que le vi explotar. Y cuando lo hizo, él se transformó en algo peor que todas las atrocidades que sucedían allí.

Seguramente él se olvidó de todo eso. Pero yo no. Yo no olvidaba.

No había olvidado cómo lanzó al antiguo líder dentro de esa máquina de tortura. No había olvidado cómo se había quedado observando la escena, escuchando cómo los gritos de ese hombre se apagaban lentamente, cómo la sangre escurría por los bordes de la doncella de hierro, dejando pequeños ríos de sangre que manchaban el piso.

No había olvidado cómo lo había matado.

No había olvidado cómo había matado a mi padre.



Hace más de dos décadas, Amanda me encontró  gateando por un callejón donde mi verdadera madre se había desmayado seguramente por una sobredosis, cuando yo tenía dos años. No tengo recuerdo de ello salvo algunas imágenes y sensaciones que acreditan el relato de la que después de ese incidente pasó a ser mi madre adoptiva y la única madre que conocí.

Ella era una joven de veinticinco años cuando me recogió, a los diecisiete había sido obligada a casarse con un soldado alemán residente en Estados Unidos que pertenecía a una familia adinerada. Ella nunca lo amó, Alger Haggel era un hombre cruel, sádico y una maltratador. ¿Quién podría amarlo? Ella sólo lo soportaba, ella sólo aguantaba sus golpes con la fortaleza de un ángel, ella…

Ella hacía lo mejor que podía.

Durante los primeros años de mi vida no supe por qué Alger me aceptó cuando mi madre llegó cargándome en sus brazos, sucio y enfermo. Me gustó creer por mucho tiempo que su corazón se ablandó en ese momento, pero no tardé en descubrir que fue su esterilidad lo que le obligó a adoptarme, darme su apellido y tratarme como su progenitor.

Durante mi adolescencia, mi padre fue contratado por E.L.L.O.S y con ese contrato comenzó mi formación militar. Si accedí a entrenarme bajo ese sistema fue solamente porque Amanda me lo pidió. En esos años prefería hacer otras cosas antes que tomar un arma, era un amante del dibujo pero nunca llegué a desarrollarlo mayormente. En cambio, me quedé en E.L.L.O.S y a los dieciséis años ya era un oficial respetado allí.

Creí que al entrar al trabajo de mi padre mi opinión sobre él cambiaría un poco, pero terminé por comprobar que él no era más que un hijo de perra. Golpeaba a sus subordinados y los trataba como menos que basura. Quizás lo único que agradecí de él es que me tratara de igual forma que a los demás y no hiciera diferencias conmigo por llevar su apellido. A pesar de pasar menos tiempo en casa, su relación con mi madre fue empeorando cada vez más. Recuerdo una ocasión en especial donde la golpeó tanto que la mandó directo al hospital. Esa fue la primera vez que me atreví a golpear a mi padre, y la última también.

No pude volver a levantarme por tres días.

Pero algo ocurrió en esa pelea. Ambos parecimos acordar una especie de trato, fue algo inconsciente e íntimo entre los dos, quizás la única cosa que llegamos a compartir alguna vez en la vida como padre e hijo.

Él no volvería a tocar a mi madre, pero a cambio, yo recibiría todos los golpes.

No tuvimos que cruzar una sola palabra para acordar eso, quizás fue algo mutuo. Él no podía controlar su rabia contra ella, pero no podía arriesgarse a un escándalo público si descubrían cómo la trataba. Él no tendría que volver a desquitarse con ella, debía hacerlo conmigo.

Y así fue como empecé a tolerar el dolor.

Y terminé por amarlo.

Desde entonces una especie de “paz” se vivió en nuestro hogar. Fue fácil engañar a mi madre, ella era una mujer inocente que jamás habría pensado que el hijo que rescató de un basural le estaría ocultando algo, pero lo hice. Solía mentirle cada vez que ella descubría un golpe nuevo, solía decirle que se debía al duro entrenamiento y que estaba bien. Y ella solía creerlo. Y sí lo estaba, para mí todo  estaba bien si ella se mantenía a salvo de ese monstruo. Todo pareció mejorar durante algunos años, incluso en el trabajo la relación con mi padre pareció mejorar.

Pero todo se fue a la mierda cuando esto comenzó.

Recuerdo que el día en que se corrió la noticia de un virus tremendamente letal que estaba volviendo loca a la gente, lo primero que hice fue ir a casa a ver a Amanda. Me había entrenado durante muchos años y por primera vez le encontraba un uso a todo ese trabajo. Quería cuidarla, quería protegerla del caos que estalló junto al virus. Pero mi padre llegó primero.

Él la había matado. 

“De todas formas se terminaría convirtiendo en uno de ellos. Esa pobre mujer no podía defenderse sola” fue la explicación de Alger Haggel para justificar el odio que él siempre le tuvo y que llevó asesinarla. Para que “no se transformara en uno de ellos”



Todas sus explicaciones eran basura. 

El único dolor que me ha partido en pedazos fue el de ver a mi única familia muerta a manos de ese cerdo. Aun así tuve que tolerar y soportar mi odio hacia él. Estábamos en crisis y E.L.L.O.S nos había enviado a controlar una de las tantas regiones infectadas en EE.UU. Ambos pertenecíamos al mismo equipo al que llamaron “Escuadrón Cuervo” y del cual él fue el primer líder.

Hasta que Scorpion le mató.

Quizás eso fue lo que me llevó a seguirle hasta aquí. Estoy agradecido. Sin él saberlo, Scorpion me hizo un gran favor a matar a Alger de una forma tan cruel.

Sin saberlo, él completó la venganza que yo nunca pude terminar.

Sus manos aplaudiendo me sacaron de mis pensamientos.

   —Parece que ya han montado un espectáculo —dijo, sin despegar los ojos de los binoculares. Tomé los míos y pude observar lo que estaba pasando en el Great Bridge. Efectivamente, Alexa tenía otras intenciones con E.L.L.O.S, era eso o se había vuelto completamente loca—. Vamos a unirnos a la fiesta —sonrió, mostrando los perfectos dientes y volví a dudar sobre sus verdaderos motivos para estar aquí. Él parecía muy feliz solo con reventar un par de cabezas y dar unos cuantos tiros. Tal vez sólo buscaba destrucción.

Puede ser que Viuda Negra me odiara en este momento por haberle disparo, pero también sabía que era una mujer inteligente y que aceptaría nuestra ayuda. Se estaba enfrentando al escuadrón cero, al uno y seguramente más venían en camino y eso era temiblemente peligroso para todas sus chicas.

Necesitarían nuestra ayuda.

El hombre que manejaba hizo el aviso por radio a los demás que nos seguían y advirtió que nos enfrentaríamos a dos escuadrones, lo único que recibió de vuelta fueron gritos eufóricos de hombres que ansiaban tanto caos como Scorpion. Nuestras camionetas avanzaron rápidas y no tardamos en acércanos al lugar. Scorpion dio la orden para que nos detuviéramos y descendió del vehículo velozmente para sacar algo de la maleta.

   —¿No me digas que…? —intenté decir.

Sí lo era.

Escaló con habilidad el techo de la camioneta, se acomodó para posar sobre su hombro el lanzacohetes que había estado escondido en nuestro vehículo todo este tiempo y con una sonrisa de oreja a oreja apuntó hacia algún lugar y accionó el botón. Tapé mis oídos para evitar quedar completamente sordo. El misil cayó sobre dos camionetas del escuadrón cero y causó una explosión enorme que seguramente mató a varias personas.

Se quedó sobre el techo del vehículo y dio la orden para seguir avanzando.

   —¿¡Vas a quedarte allí arriba!? —grité.

   —¡Tienen que ver quién les ha dado el susto! —rió.

Puto ególatra.

Trepé por la ventana hasta alcanzar el techo y llegar a donde él estaba y me acomodé lo mejor que pude para no caer mientras la camioneta avanzaba. Llegamos al campo de batalla y todo estaba destruido. El humo de los vehículos ardiendo se esparcía en el aire.

   —¿¡Scorpion!? —Una voz femenina gritó con rencor y algo parecido a la sorpresa. Fijé mis ojos en una chica que vestía el traje de Alexa pero que yo jamás había visto.

¿Otra Viuda Negra?

¿Entonces, Alexa…?

La chica no me dio tiempo para pensar, avanzó corriendo hacia nuestra camioneta y saltó sobre el capó con una habilidad pasmosa. Scorpion no vio venir el arma que le apuntó directo al cuello.

   —Maldito hijo de puta —gruñó ella.

   —¡Oye, oye! ¡Cálmate un poco! —desenfundé mi pistola para apuntarla directo a la cabeza castaña de la chica—. Él no ha sido quién ha matado a Alexa… ¿recuerdas? —Los ojos azules de la chica que al parecer no me habían visto se fijaron en mí.

   —¡Cuervo! —gritó. Estaba enojada. Una mujer enojada siempre daba miedo, sobre todo si era una cazadora.

   —Sí, ese es mi nombre y en mi defensa debo decir que nunca quise matar a Alexa…

   —Tú no la mataste —dijo, apretando más el arma contra el cuello de Scorpion quién apenas se había dado cuenta que le estaban apuntando y miraba la situación a punto de estallar en una carcajada.

   —E.L.L.O.S la asesinó, ¿no? —preguntó él, con la voz cargada de burla. Al parecer dio en el clavo porque el rostro de la chica se contrajo en una mueca de dolor—. La mataron porque dejó escapar a Aiden y a los demás. Y ahora quieres matarme porque crees que eso es mi culpa.

La chica se quedó en silencio y sólo se movió para dispararle a otro cazador que no era de los nuestros.

   —¿Qué demonios vienen a hacer aquí? —preguntó.

   —Lo mismo que tú —respondí, dándole un tiro en la cabeza a uno de los hombres de Cobra que estaba fuera de sus filas. No tan lejos, divisé a Rossvet intentando escapar del líder del escuadrón cero. Apunté hacia el peliblanco, que no me caía para nada bien y le disparé, mi suerte me permitió darle en una pierna y Allen Lightnay cayó al suelo y soltó al chico que corrió lejos de él. Scorpion se me quedó mirando, aparentemente confundido—. ¿Qué? Detesto al escuadrón cero —intenté explicar.

Segundos después, algo me empujó tan fuerte que me hizo volar varios metros, haciéndome estrellar contra un vehículo destruido.

   —¿Qué se supone que hacen ustedes aquí? —preguntó el peliblanco, clavando sus ojos negros fijos en los míos.

   —No sabía que el líder de Cero golpeaba como una niñita —respondí, burlándome. Me había enviado a volar de un solo golpe pero jamás iba a darle ese mérito. Allen comenzó a acercarse hacia mí y yo tomé una pistola que contenía tranquilizantes que colgaba de mi pantalón. Antes de que el escuadrón cero se encargara de buscar a Ethan y a Aiden lo tuvo que hacer Scorpion, eso le había permitido acceder a un montón de sedantes que calmarían a estas bestias antes de que nos asesinaran a todos.

Algo le hizo cambiar de opinión y de un momento a otro, Allen se tiró al suelo y cubrió sus oídos de repente. Algo comenzó a sonar por los altos parlantes instalados en los distintos postes y pilones del puente, un muy leve pitido que apenas logré escuchar, pero que al parecer en los hombres de Allen causaba estragos.

Con algo de satisfacción, observé que todo el escuadrón cero yacía en el suelo, quejándose como cucarachas a punto de morir.

   —¡Ethan! —A lo lejos, pude oír los gritos desesperados de Rossvet.

Conocía ese pitido que los aturdía, lo había oído antes. Hace algunos días:



    —¿Qué estás haciendo? —Con curiosidad me acerqué a Wolfang y me senté a su lado. Tenía unos grandes audífonos sobre sus oídos conectados a una computadora y tecleaba a una velocidad impresionante. Era extraño verlo trabajar en otra cosa que no fuera fórmulas, pipetas y experimentos. Se percató de mi presencia sólo cuando me vio cerca de él y dio un respingo, asustado.

   —Si me vuelves a asustar así te estrangularé —gruñó.

Sonreí.

   —Eso suena interesante, pero…  —acerqué la vista a la pantalla de la computadora que parecía mostrar algo como la gráfica de una frecuencia—. ¿Qué demonios es esto?

   —¿Conoces a los rastreadores de Alexa? —me preguntó.

   —¿Te refieres a los zombies que controlan?

   —¿Quién crees que les hizo esos silbatos? —dijo. Parpadeé un par de veces, sin entender del todo—. Estas bestias no están completamente muertas, Branwen —explicó—. Sus cerebros siguen funcionando, aunque sólo algunas partes. Descubrí que ellos responden a ciertas frecuencias y por eso creé los silbatos que tiene Viuda Negra, para probar si funcionaban.

   —¿Y esa es la frecuencia que usaste en los silbatos? —pregunté.

   —No.

   —¿Y entonces?

   —Decidí apuntar a algo más alto —se mordió el labio inferior, gesto típico suyo cuando intentaba explicarme algo muy complicado—. Algo que no sólo pueda controlar a estas bestias, si no que controle a monstruos mayores… a aquellos que sí pueden usar la totalidad de su cerebro.

   —¿¡Hablas del escuadrón cero!? —pregunté, sorprendido.

   —Exactamente.

   —¿Para qué quieres controlarlos?

   —Será sólo por seguridad, Branwen. Sólo por seguridad.



Conocía la frecuencia de ese pitido que escapaba por los altoparlantes y que sometía a los infectados hasta el punto de dejarlos inconscientes. Wolfang decía que lo que ellos sentían se asemejaba a la migraña más brutal que podía imaginar.

Ese pitido sólo significaba una cosa. Wolfang estaba aquí.

Me levanté, sabiendo que Allen se quedaría en el suelo y me acerqué nuevamente a nuestro vehículo, donde aún estaba Scorpion. Miré a mi izquierda, luego a mi derecha, esperando ver aparecer a Maximus en cualquier momento.

   —¿Qué ha pasado? —Scorpion se cruzó de brazos cuando llegué a su lado—. De pronto todos se desmayaron, ¿es una broma?

   —Viene Wolf… —No logré terminar la frase cuando reconocí una limosina color blanco estacionándose muy cerca del campo de batalla.

   —Wolfang —Scorpion terminó de decirlo por mí. Casi sin darme cuenta, retrocedí un par de pasos y apreté los puños. Aún recordaba que ese maldito me había drogado.

Nuestros hombres y las chicas de Viuda seguían enfrascados en una pelea contra el escuadrón Cobra que no cedía. Tiré del brazo a Scorpion y le obligué a bajar del techo del vehículo cuando reconocí a su líder entre todas esas personas.

   —¿¡Qué estás haciendo!? —me gritó.

   —¡Está Cobra ahí! —respondí, seco—. Si no quieres ser un blanco fácil para él, aléjate de los lugares donde destaques demasiado, y por lugares donde destacas demasiado me refiero al maldito techo de una camioneta.

Con Cobra en persona, la situación se nos saldría de las manos.

Algo corrió hacia mí y me empujó contra el vehículo nuevamente.

   —¡Se supone que estabas dormi…! —callé cuando el golpe que me dio en el estómago me quitó el aire. Oí un disparo.

   —Deja de joder, Cero —Scorpion le había disparado. El peliblanco me soltó, quitó el dardo que estaba clavado en su brazo y le miró con una sonrisa.

   —¿Me acabas de disparar un dardo?

   —Me encantaría llenarte de plomo, pero creo que las balas no te afectan demasiado.

Reconocí la figura de Wolfang descendiendo de la limusina blanca. Supe que estaríamos en serios problemas. Allen le lanzó un golpe a Scorpion que él logró esquivar, pero no logró ver la patada que lo empujó hacia atrás, a metros de mí.

   —Ahora que recuerdo, tengo que hacer algo contigo —Allen le saltó encima y lo inmovilizó parcialmente, sujetando las muñecas de Scorpion con una sola mano y frenando sus piernas con las suyas. Observé que con su mano libre sacó algo de su chaqueta. Miré a Maximus a lo lejos, se había quedado quieto. Estaba observando la pelea entre Allen y Scorpion.

Supe entonces lo que estaba tramando.

Corrí hacia ellos. Allen todo este tiempo había intentado noquearme, para que no pudiera intervenir. Pero al llegar Wolfang no tuvo otra opción más que hacer su trabajo. No tenía idea qué era lo que contenía la jeringa que Allen sacó de su bolsillo, pero por la mirada oscurecida en los ojos de Maximus supuse que no era nada bueno. No sé por qué demonios corrí y me abalancé sobre ellos, no sé por qué demonios forcejeé con Allen para evitar que atacara a Scorpion y no sé por qué le llevé a clavar esa aguja en mi cuerpo, sólo para alejarla de Noah.

Los ojos negros del peliblanco me miraron sorprendidos.

   —Wolfang va a matarme por esto… —fue lo único que atinó a decir.

Un dolor que no conocía se alojó al costado de mi abdomen, donde le había obligado a clavar la jeringa. Creí que podría controlarlo, creí que sería como cualquier otro dolor, pero este era insoportable. Me solté de Allen y caí al suelo, él aprovechó el momento para escapar y seguramente alejarse de la furia de Wolfang. Algo empezó a arder en todo mi cuerpo, era como un fuego helado, algo que me congelaba a tal nivel mi sangre que esta parecía quemarme por dentro. Dolía, dolía como mil infiernos. Así debía sentirse morir.

   —¿¡Qué acabas de hacer, Cuervo!? —Scorpion se arrodilló a mi lado. Podría jurar que en sus ojos asomaba algo de preocupación. Su mirada azul se apartó de mí para mirar atrás, donde se encontraba Wolfang.

   —Eres un imbécil, Branwen… —La voz de Maximus escapó burlona y despectiva desde el altavoz de mano que traía consigo.

   —¿¡Qué tenía esa jeringa!? —Scorpion se levantó y apuntó su arma hacia él, pero se hallaba muy lejos. No iba a darle.

   —Nada, salvo una potente versión del virus que no tardará más de media hora en hacer su efecto pleno.

¿Me había inyectado el virus?

   —¿Sabes, Branwen? Creí que si sacaba a este idiota del camino y lo transformaba en uno de ellos tú vendrías corriendo hacia mí —Wolfang rió—. Me equivoqué. Estás loco por él.

   —Yo no… —balbuceé con torpeza, sabiendo que él no me oiría.

   —¡Esta fue tu última oportunidad, Branwen! Ahora sufre las consecuencias por subestimarme.

¿Estás eran las consecuencias de mis actos?

Sentí cómo algo me levantaba y me dejaba sobre el asiento de un auto.

   —¿Qué hiciste, idiota…? —La voz de Scorpion sonaba muy molesta y sus ojos se mostraban aún más enfurecidos. Quise memorizar cada centímetro de su rostro… porque de pronto comencé a olvidar cómo lucía.

¿Qué me estaba ocurriendo?

   —S-Sólo te estaba… agradeciendo —balbuceé.

   —¿Qué? —Él se acercó a mí para escucharme mejor.

   —Scorpion… —llevé mi mano temblorosa a su cuello y acaricié el tatuaje que tenía allí. Quizás en otro momento él me habría apartado de un golpe brusco, pero no lo hizo, sólo se me quedó viendo con los ojos bien abiertos—. ¿Por qué decidiste llamarte Scorpion?

   —¿¡De qué mierda me estás hablando!? —Sus manos me sacudieron. Oí la voz de uno de mis hombres cerca.

   —¿Qué acaba de hacer, jefe?

No sé… no sabía lo que había hecho.

¿Por qué me llamaba jefe?

Lo estaba olvidando todo.

   —Noah… —El rubio tardó en reaccionar cuando lo llamé por su verdadero nombre—. C-Creo que recuerdo la primera vez que entraste a nuestra base —balbuceé, sintiendo cómo mis palabras perdían su significado a medida que salían de mi boca—. Lamento haber ayudado a convertirte en esto.

   —¿Por qué lo hiciste, Cuervo? —volvió a preguntar, sin tomar demasiado en cuenta mis balbuceos.

Mis débiles manos se enredaron en su cuello y lo atrajeron hacia mí. El sólo movimiento me quemó por dentro.

    —Porque creo que me enamoré del monstruo… —susurré, muy cerca de sus labios. Tenía que decirlo, debía confesarlo antes de transformarme en uno de ellos. Si lo perdía todo ahora, si desaparecía ahora, si él tenía que plantarme una bala en la cabeza entonces deseaba que lo supiera.

   —¿¡Q-Qué dices, Branwen!? —tartamudeó. Era la primera vez que le oía hacerlo—. ¿¡B-Branwen!? ¡Cuervo! —Sus manos volvieron a sacudirme, pero ya no podía sentirlas—. ¡Mierda! ¡Átenlo! ¡Nos vamos de aquí ahora!

   —¡P-Pero señor Scorp…

   —¡Hagan lo que les digo! —gritó y su voz se desgarró un poco. Cerró la puerta del vehículo y apoyó mi cabeza sobre sus piernas—. Quédate conmigo, Cuervo.

¿De quién son esos ojos azulados que me miran de esa forma?

¿Por qué estoy ardiendo?

Me estoy quemando.

   —¿¡Branwen!? ¡Mierda! ¡Termina de atarlo o nos comerá a todos!  ¡Branwen! ¡Reacciona, joder! —Su cabeza rubia chocó contra mi pecho y se quedó allí unos segundos—. ¡Está bajando su pulso!... ¡Cuervo!

¿Quién es Cuervo?

¿Quién soy?

¿Quién…?

Notas finales:

Le dieron un buen vistazo al pasado de Cuervito :3 

¿Qué creen que pasará ahora? 

Criticas, comentarios, preguntas a los personajes, pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- reviews (que será respondido con retraso, pero será respondido xd) 

Gracias por leer! 

Abrazos :) 


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