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DIFICULTADES por Harcet

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Notas del capitulo:

Años sin pasar por acá. Pido disculpas por dejar la historia abandonada. 

Actualizo en wattpad como : Corbatacnpuercoespin. Pueden seguir ésta y otras historias por allí.

Saludos y espero les agrade los caps.

Cuídense muchísimo por favor, besos <3

Era un día soleado en la ciudad a esas horas. Las nubes adornaban el horizonte y el aire fresco lograba mover las hojas de los árboles. Las personas paseaban con sombrilla en mano entre los estrechos pasajes y los estudiantes caminaban tranquilos hacia sus hogares, despidiéndose de lo que había sido una dura semana de exámenes.

—¿Mello?

Eran más o menos las cuatro de la tarde y Matt y Mello habían decidido acudir a la pequeña galería del Centro en busca de algo del cual el pelirrojo ya no estaba muy seguro.

—Mhm.

El rubio paseaba entre los estantes con las manos en los bolsillos del pantalón de uniforme, totalmente ajeno a su amigo. Al parecer mirando y analizando uno que otro producto en los mostradores. Matt alzó una ceja, siguiéndole. De por sí ya resultaba algo raro que su amigo aceptara acompañarle en su búsqueda de un nuevo videojuego, ahora parecía mostrar interés en algo que él desconocía por completo. Y que le llamaba inevitablemente la atención.

—¿Qué estamos buscando?

Mello giró el rostro en su dirección, distraído. Observó aquella tienda una vez más y memorizó el nombre antes de perderse en la curiosa mirada de su amigo.

—¿Acaso no estamos aquí por tu videojuego?

—La sección está del otro lado.

Mello hizo una mueca.

—Ya sé —soltó. Miró hacia otro lado y se encogió de hombros—, sentí curiosidad, es todo.

—¿Ah sí? —se interesó el pelirrojo, un tanto desconcertado por la actitud del rubio. Giró la cabeza hacia la tienda en cuestión y frunció un poco el ceño—, ¿desde cuando estás tan interesado en... juguetes para niños y... juegos... de mesa?

Mello rodó los ojos.

—Solo cállate y vamos por el juego de una vez.

—De acuerdo —dijo Matt, siguiéndole el paso—, solo digo que estás más extraño últimamente, pero eso ya lo sabes.

Mello no respondió. Se limitó a mirar por los pasillos de aquella galería como buscando algo y al llegar a la cafetería le invitó una soda a Matt, simplemente deseando que deje de hacerle tantas preguntas.

—¿Me dirás qué sucede? —preguntó Mail entonces.

Sus trucos jamás funcionaban con la terquedad de su mejor amigo.

Mello tomó un sorbo de su bebida y le contempló bajo el flequillo rubio. No podía seguir ignorándolo por más tiempo, aunque jamás había sido bueno para expresar sus emociones de manera correcta. Debía hablar con él.

Debía hablar con alguien o en cualquier momento explotaría.

Suspiró entonces, consternado.

—Lo haré.

 

*

 

—Entonces, ¿te veo mañana en la cena?

—¿Si digo que sí dejarás de repetir la palabra 'cena'? —gruñó Mello desde el sofá. Matt sonrió de lado y se acomodó la mochila sobre el hombro.

—En serio, Mello.

Mihael estiró ambos brazos y se acomodó sobre el respaldar, sacó el yasquero del bolsillo de su pantalón y lo lanzó hacia le mesita de centro. Cansado. Hacía un mes atrás Matt le había invitado -por no decir rogado que asistiera- a la cena de Acción de Gracias que su familia suele organizar anualmente. Una aburrida cena con un pavo enorme en el centro de la mesa y puré de patatas sería sin duda algo que él evitaría con todas las fuerzas existentes. Pero siempre terminaba probando una salsa de arándanos que ni él mismo entendía porqué rayos sabía tan mal. Y todo se lo debía a su amigo.

Si Matt no deseaba asistir a las cenas familiares, no entendía por qué simplemente no las rechazaba.

Aunque tampoco le importaba mucho que digamos, recordó las pocas veces que había visitado la casa de los padres de Matt, y aunque sus costumbres canadienses le traían sin cuidado, su amigo insistía en lo complicado que le resultaba el llevar una conversación razonable con sus tíos presentes debido al pensamiento retrógrada y a su desabrida manera de expresarse hacia ciertos temas. A Mello nunca le importó realmente, sabía que su amigo era un defensor de lo justo (después de todo él deseaba estudiar para hacerlo ante la ley), a donde sea que vaya. Pero Mello siempre terminaba burlándose de él por no escuchar cuando le aconsejaba simplemente ignorarlos.

—Ya te di mi respuesta. Ahora vete, son las once y tenemos prueba por la mañana.

Matt sonrió de lado y sacudió sus cabellos pelirrojos sobre la frente. Cogió el pomo de la puerta y antes de salir le dijo:

—Eres el mejor amigo de la vida, eh.

— Largo.

La puerta se cerró tras él.

Finalmente se encontraba solo.

Y la idea no terminaba de agradarle del todo. Pues en las últimas semanas, Mello no hacía más que pensar en los acontecimientos recientes, aquellos que de alguna manera se las arreglaban para mantenerlo despierto por las noches hasta bien entrada la mañana, con ese pesar en el pecho que no desaparecía por nada del mundo y que no sabía cómo aliviar. Y que lo estaba enloqueciendo. ¿Por qué seguía sintiendo aquel nudo en la boca del estómago? ¿Por qué? ¿Por qué de alguna u otra forma siempre terminaba pensando en Near y en sus encuentros? ¿Por qué ese contacto, aquel roce de manos le hizo estallar el pecho y hervirle el rostro?

¿Es que acaso se estaba volviendo loco?

Se sentía distinto. No era él. Por supuesto que no lo era. Se estaba convirtiendo en una persona totalmente diferente, una persona que no alcanzaba a comprender del todo, desde el momento en el que sus pies tocaron aquel Centro y...

Todo había cambiado para él.

.-.-.-.-.

—Entonces, ¿rechazarás su invitación?

—Siempre he ayudado a Matt en ese tema, al parecer se ha vuelto una tradición o algo por el estilo —bromeó Mello, doblando una pierna sobre la cama y apoyando el codo sobre su rodilla—, lo haré por él.

—Son buenos amigos.

—Supongo que sí —sonrió de lado, fijando la mirada sobre el velador—, no es la gran cosa, tampoco.

—Lo es para él. Es una cena familiar la cual está dispuesto a soportar sólo si estás tú—formuló Near, enredándose un pequeño mechón blanco—, es decir, cuenta contigo y...

—...Sí, supongo... pero conozco sus verdaderas razones —dijo Mello, con una sonrisa burlona en los labios. Miró a Near y se enderezó sobre la cama—, como sea, ¿no quieres salir de aquí?

Nate bajó el rostro y siguió enrollándose el cabello con más rapidez.

—Hoy me quedaré.

Mello inclinó un poco la cabeza, como buscando la expresión del albino, y un tanto confundido le dijo:

— Como quieras.

Un silencio se apoderó de la habitación entonces y Near apoyó una mano sobre su cama, acomodándose en el borde de ésta. Mello se le quedó mirando un rato. Su cabello. Su perfil. Su mano. Aquella que en algún momento él había tomado sin importarle lo que el resto dijera. Pálida como la nieve yacía allí, muy cerca a la suya. Mihael se incorporó luego de unos segundos un tanto incómodo y carraspeó, sin saber exactamente qué podía decir. Y es que no había querido sonar tan rudo de repente.

—¿Entonces... necesitas que te traiga algo...?

Near curvó los labios, burlesco.

—¿El gran Mello está mostrando preocupación, acaso?

Mello se puso rojo como un tomate.

—Cállate enano, no volveré a preguntarlo. Y no me llames así, eres desesperante, maldición.

Near sonrió aún más al escucharle. Mello trató de mirar hacia otra parte, aún ruborizado. Pero la sonrisa de Near era algo que no podía pasar por alto. Aún cuando lo hacía por pura burla.

Simplemente no podía.

Silencio otra vez.

—Mello —soltó Near de pronto. Sus ojos grises fijos en el suelo. Mello le escuchó, atento—quiero que me digas... cómo es el color blanco.

Mihael desvió la mirada hacia el suelo, sorprendido. Acomodó el brazo sobre la rodilla nuevamente y se tomó unos segundos, tratando de encontrar las palabras correctas para así poder explicarle algo que ni él mismo se había puesto a pensar con anterioridad. Su percepción de los colores. Sabía que Near debía conocer el lado teórico de todo aquello al derecho y al revés, pero ¿cómo explicar...?

Tragó saliva y soltó un largo suspiro.

—Bien...eh... creo que hay algo... que algunas personas no logran comprender del todo aún —empezó a decir Mello. Near había girado el rostro en su dirección, guiándose por su voz rasposa—, y es que los colores no solo se ven, sino pueden sentirse... por ejemplo... —Mihael suspiró nuevamente, contemplando el techo de la habitación—, el azul puede ser cuando te encuentras en medio del campo, de madrugada, bajo la inmensidad del cielo o frente al mar, y te sientes tranquilo, puedes pensar en lo que tú quieras, sin límites, te sientes bien —hizo una pausa—. El verde se encuentra en todos los árboles que te rodean, es vida, y es naturaleza, es el olor de las hojas húmedas y el bosque. Aunque también son los vegetales que sirven los lunes en el almuerzo y que los niños tanto odian comer.

Near sonrió, al igual que Mello, con la barbilla apoyada sobre su rodilla. Mello prosiguió:

—El rojo es cuando te quemas, cuando te haces daño, es el color de la sangre... también es el color del picante, y de la 'pasión' —hizo otra pausa—, es algo difícil de explicar, como el morado, que es todo aquello que no alcanzamos de alguna manera, es el color del misterio y de lo liviano, como las flores —Near se encogió en su lugar y Mello le miró por un momento antes de seguir—, y el blanco... el blanco es paz, es la serenidad que te produce el estar vivo, una que muy pocos logran sentir. Es pureza y pulcritud, como cuando limpias tu habitación y te gusta... —sonrió ligeramente—. Pero también es frío, y cálido. Puede ser lo que tú quieras. El blanco es luz.

Near sintió la necesidad de abrazar sus piernas. Giró el rostro luego de unos segundos y Mello le observó mover los labios.

—Y el color negro...

Mihael suspiró, sonriendo.

—Es lo opuesto.

 

.-.-.-.-.

 

—Maldición.

Mihael se removió entre las sábanas, agobiado. Recostó la espalda sobre el colchón y observó el su reloj sobre el escritorio. Eran las 2:14 am y aún no lograba conciliar el sueño. No podía ser verdad.

Se frotó los ojos con rudeza y miró el techo, parpadeando varias veces. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? Se preguntaba. ¿Por qué era como si algo le nublara la mente por ratos, imposibilitándolo de todo? Evitaba aquella sensación, lo había hecho durante mucho tiempo. Pero era como si lo consumiera, muy lento, hasta dejarle la cabeza hecha un lío y los nervios de punta.

Estaba cansado.

Cansado de todo.

Apoyó ambos codos sobre el colchón y se sentó, colocando la espalda contra la cabecera. Miró su muñeca, en la cual llevaba una liga negra que utilizaba para recogerse el cabello a veces -y que había atesorado con su alma- y soltó un largo suspiro.

— Te necesito...

Mello se frotó el puente de la nariz luego de unos segundos y se puso de pie, cogiendo uno de sus tantos libros sobre el escritorio. Contempló la tapa con recelo y se sentó al borde de la cama sin saber exactamente qué hacer.

Debía aclararse. Era tiempo de hacerlo. ¿A qué le temía tanto? ¿Por qué era como si se evitara a sí mismo de alguna manera? Por más extraño que sonase... Mello sentía que lo estaba haciendo, evitaba a toda costa aquellos pensamientos que le hacían revolver el estómago, no deseaba enfrentarlos, no deseaba pensar, no deseaba hablar al respecto.

Yo...

Y todo parecía llevarlo al mismo lugar. Aquel Centro. A Near. A sus zapatos empolvados y sus pequeños muñecos de cerámica. A sus pañuelos bordados y sus libros atesorados bajo el velador. A sus manos siempre cubiertas por las anchas mangas de su camisa, a esos hoyuelos que solo él había podido contemplar hasta ahora... a él...

Estoy...

Mihael suspiró nuevamente y se peinó la melena rubia hacia atrás, con ambas manos, sujetando firmemente sus cabellos sobre su cabeza, cerró los ojos con fuerza.

...Estoy...

Y levantándose de golpe, Mello lanzó aquel libro al suelo. Tomó el despertador, que era lo que más cerca se hallaba de él en ese momento, y lo lanzó también. Se revolvió el cabello una y otra vez, frotándose la frente en un intento desesperado por calmarse. Empezaba a desconocerse.

Con las manos temblando tomó el teléfono y marcó el único número que se sabía de memoria. No hizo falta decir mucho, en unos pocos segundos Mello ya había colgado y se encontraba colocándose los jeans. Entonces cogió su chaqueta, el yasquero sobre su escritorio y una cajetilla de cigarros. Buscó las llaves del auto en los bolsillos de algún pantalón un tanto impaciente y cerró la puerta de su habitación con fuerza.

Definitivamente no pasaría la noche allí. No aquel día.

 

*

 

—¿Se puede saber por qué rayos faltaste a clase hoy?

Matt trataba sin mucho éxito peinarse el cabello hacia atrás, frente a aquel viejo espejo colgado en la pared de la casa de su amigo. Se encogió un poco mientras terminaba su labor y observó a Mello detrás de él, en el reflejo, abotonándose una camisa negra hasta el cuello al parecer tarareando alguna canción.

—Fui a visitar a alguien —respondió el rubio en un susurro, concentrado en los botones de su camisa. Se miró al espejo unos segundos y negó con la cabeza, desabotonándose entonces el cuello y desarreglándose un poco— , demasiado formal...—susurró.

—¿Y se puede saber a quién, o eso tampoco me lo vas a contar? ¿y por qué rayos estás tan animado hoy?

Mello se detuvo. Giró el rostro hacia Matt y le miró a los ojos, frunciendo levemente el ceño. Matt se encogió de hombros.

—Deja de ser tan celoso, te lo contaré en el auto. Estamos tarde.

Ambos bajaron las escaleras trotando y se subieron al mustang rojo que yacía estacionado a un lado del pavimento. Mello se hundió en el asiento del copiloto y Matt colocó un cd de Radiohead. El cielo, ligeramente nublado daba indicios de que aquel día iba a ser uno muy largo, bastante largo. Con el sol asomándose por ratos y escondiéndose entre las nubes. Mello deseaba poder esconderse en algún lugar también.

—The smell of air conditioning, the fish are belly up, empty all your pockets, because it's time to come home...

No hablaron por un buen rato. Ambos escuchando la misma canción, en el mismo lugar y al parecer con los mismos pensamientos. Mello trató de preparar las palabras en su cabeza para así poder explicarle a su amigo aquel nudo emocional por el cual había estado pasando todas esas semanas. Todos aquellos días que decidió no contarle nada.

Matt no dijo nada. A pesar de removerse inquieto en su asiento, intentaba darle espacio a su amigo y le permitió tomarse su tiempo. No eran celos, se dijo. Era preocupación. Después de todo, ¿en serio le consideraba su mejor amigo? Aunque Mail no era nada tonto, podía ser torpe y con poca habilidad para la observación pero eso no quería decir que no lograra interpretar los hechos a veces. Y leer los momentos. A veces sentía que Mello lo subestimaba demasiado. Y sinceramente, aquello no le agradaba nada. De todas formas, debía aguardar por una explicación.

—Perdiste la prueba de hoy dijo Matt cuando ya había pasado demasiado tiempo sin abrir la boca. Con las manos reposando en el volante, le echó un vistazo a la expresión de Mello.

—Hablé con la profesora al terminar las clases. Me dejará tomar la prueba mañana.

—Ya, ¿y qué es tan importante como para...?

—Fui a ver a Elle —confesó entonces Mello, con la barbilla apoyada sobre una de sus manos, observando la autopista.

— Ah...

El auto se detuvo frente a una enorme casa de tejas rojizas, en un barrio acomodado, rodeado de arbustos y figuras de cemento bastante parecidas a ciertos animales y otro tipo de decoraciones que a Mello siempre le parecieron de lo más raro.

Habían llegado.

—Cielos, mírense —soltó una mujer de pronto, bajando las escaleras hacia el estacionamiento con un mandil de flores en mano—, no puedo creerlo, Mihael...

Mello bajó del auto con una sonrisa en los labios, cerrando la puerta con suavidad y acercándose hacia aquellos brazos extendidos, saludó a la madre de Matt.

—Ya sé. Está más alto y más guapo y todo, ¿pero yo...? — mencionó Matt, sonriendo del otro lado del auto. Se acercó a la mujer y le dio un beso en la mejilla.

—Deja de ser tan celoso y ayúdame a poner la mesa, que tengo que hacer este tipo de cosas para que solo así vengas a visitarme —le dijo ella, golpeándole ligeramente el pecho con el mandil.

Mail largó una carcajada y trotó hacia la casa, cargando a una pequeña niña que le recibía con algunos juguetes en mano y una enorme sonrisa. Matt le dio un par de vueltas y ambos se adentraron a aquella mansión, dejando a Mello quien se inclinaba para recoger los juguetes del suelo.

—¿Hambriento? —preguntó la mujer llegando a la entrada, a lo que Mello suspiró y estiró los labios graciosamente.

—Mucho.

 

.

 

La cena transcurrió de lo más tranquila. Hasta el momento. Los padres de Matt se las habían arreglado para que la decoración resultara algo simple, pero elegante a su vez, y aunque también habían acordado el dividir los asientos entre su mejor amigo y sus tíos para no ocasionar algún tipo de 'enfrentamiento', éste, sin duda, no podía faltar. No aquel año en especial.

—Estoy sorprendida de lo mucho que has crecido, Mail —mencionó una mujer bajita, del otro lado de la mesa mientras intentaba cortar los trozos de pavo. Los demás se servían pequeñas porciones de todo aquello que se encontraba sobre la mesa.

—Ha pasado solo un año, tía Claire—soltó Matt, sin dejar de prestarle atención a su platillo. Su madre le dedicó una intensa mirada desde donde se encontraba y Mello disimuló una sonrisa.

—Y ésta salsa de arándanos le está quedando cada vez mejor, ¿no lo crees Mihael?—preguntó el esposo de tía Claire, un hombre obeso y de bigote, tomando el pequeño recipiente entre sus enormes manos. Mello miró a Matt burlesco y éste rodó los ojos.

—Claro —respondió el rubio.

—No puedo creer que te haya conocido tan pequeño, Mihael—dijo la mujer entonces—, y estás hecho todo un hombre ahora, tu madre estaría tan orgullosa...

—Lo sé, gracias —respondió Mello, metiéndose un trozo de pavo a la boca. Matt le miró a su lado, un poco incómodo.

—Y esa carrera que has elegido, me parece perfecto para tus planes a futuro. Es decir, eres tan joven y con buenas decisiones... Matt, deberías aprender un poco de tu amigo...

—...La verdad los planes de Matt no me parecen tan malos. Planeo salir de la ciudad también. Pronto.

La mujer miró a ambos por un momento, con gesto adusto. Matt, sorprendido por la actitud de su amigo, se limitó a sonreír.

— Sí, bueno... este pueblo cada vez está de mal en peor, es comprensible el por qué de su decisión.

Ambos observaron a la pareja, un tanto extrañados.

—¿Por qué lo dices, Claire? —preguntó la señora Jeevas, sirviéndole puré de patatas a su esposo.

—Tú sabes bien por qué lo digo, ayer nomas vimos aquella pareja que se acaban de mudar al lado. Es realmente desagradable.

Todos en la mesa intercambiaron miradas. Algunos, confundidos. Otros, deseando no escuchar más comentarios.

—Claire...

—Solo digo, ¿por qué aquí? ¿es que acaso no se dan cuenta de esa terrible elección? No entiendo cómo pueden ser tan descarados.

Matt negó con la cabeza. Mello no llegaba a comprender del todo la situación.

—La verdad es que no es tu asunto, tía—susurró Mail, aún sin mirarla.

—Oh, lo es, querido. No dejaré que mis hijos anden por ahí, exponiéndolos a ese estilo de vida tan aberrante. Prefiero hacerlos caminar el doble y que no se crucen con ese tipo de personas.

Mail suspiró. Mello le observaba de reojo, sabía que en cualquier momento explotaría.

—¿Por qué siempre crees que todos aquí pensamos como tú? A mí no me parece aberrante, y pienso que Maya puede empezar a elegir con quién relacionarse o no. Ya está grande para decidir por sí misma —soltó Matt, observando a su prima menor quien le devolvió la mirada en cuanto escuchó su nombre.

—Mi hija jamás será amiga de homosexuales.

Mello alzó el rostro por primera vez hacia la tía de Matt, en toda la cena. Sabía que su amigo estallaría en unos segundos, pero escucharla soltar aquellas palabras tan atrevidamente fue algo que le sorprendió en demasía. No supo en qué momento Matt se había puesto de pie. Y él no pudo mantenerlo pegado a la mesa.

—Dime que no hablas en serio, tía.

—Matt, siéntate por favor —suplicó su madre, pasándose una mano por la frente.

—Lo hago, no estoy de acuerdo con los derechos que exigen. ¿Qué derechos les falta? Además, mi fe me lo prohíbe y...

—Absurdo. Así como nadie te impone te impone una fe diferente a la que tienes, no puedes imponer la tuya a los demás.

Mello se había quedado estático. Allí, con una mano sosteniendo un tenedor lleno de puré, podía jurar que su mente estaba en otro lugar. Uno muy lejos de allí.

Recordó entonces, todas aquellas veces en las que sintió miedo, vergüenza. Aquellos días en los que se había recostado, llorando por sentirse sucio, asqueroso. Por no aceptar que se sentía diferente porque simplemente parecía gustar de alguien.

Alguien del mismo sexo.

Recordó todas las charlas y clases de sexualidad y religión que le habían inculcado desde pequeño. Y no podía evitar sentirse así. Mal. Porque lo que estaba haciendo ante los ojos de los demás estaba mal. Muy mal.

¿Pero desde cuándo a él le había importado lo que los demás dijeran? ¿Lo que pensaran de él?

Desde el momento en el que Mello se dio cuenta de que podía perder a los que más quería. A los únicos que tenía...

Con la cabeza hecha un lío y oyendo comentarios de ambos lados de la mesa resonar en aquellas cuatro paredes, Mello se puso de pie.

—¿Mello...?

Los presentes, completamente sorprendidos por aquel arrebato le observaron con los ojos bien abiertos. Incluyendo a Matt.

—Lo siento.

Y tan rápido como había dejado las servilletas sobre la mesa, Mello salió por la puerta de la cocina hacia el patio. Dejando a la mitad de los familiares estupefactos.

 

.

 

—Mello.

Matt se había disculpado con sus padres y su hermana antes de salir a buscar a a su amigo. Algo trastocado. Lo encontró allí, sentado en las escaleras que daban al enorme jardín en donde recordaba, habían disfrutado la mayoría de sus aventuras, varios años atrás.

Mello soltó el humo de su cigarrillo, dándole la espalda y observó el viejo columpio frente a él.

—Me trae buenos recuerdos.

Fue lo único que soltó.

—Sí. A mí también —respondió Matt, acercándose—, ¿vas a decirme qué rayos te pasa, Mello?

Mihael parpadeó un par de veces. Sus ojos estaban rojos. Aplastó la colilla sobre la acera y Matt la recogió, jugando con ella entre sus dedos mientras se sentaba y contemplaba como Mello hacía un gesto con la nariz.

Mello miró el suelo antes de responder.

—Soy... soy homosexual, Matt.

Entonces Mail le observó, abstraído. En su mente solo estaban aquellas palabras repitiéndose una y otra vez.

—Soy homosexual, estoy enamorado de un chico...

Notas finales:

Gracias por leer <3


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