—Solo trataba de ayudarte, es todo.
Mello cerró la puerta del apartamento y lanzó las llaves hacia algún lado de aquel sofá viejo que decoraba su sala, justo al lado de la puerta. Se libró de la mochila y la lanzó también. Tuvo que aguantar el gran suspiro que se le había atorado en el pecho al pasar al lado de Matt, arrastrando los pies hacia el frigorífico.
—No tengo quince años, ¿lo sabes no? —sacó una lata de soda y tiró de la anilla—.Y así los tuviera, no tendrías que...
—Lo sé, ya. Lo lamento.
El pelirrojo observó cómo su amigo bebía de la lata sin quitarle la mirada de encima. Y a juzgar por el mal carácter que ni se molestaba en disfrazar, supuso que la había liado. Por supuesto que lo había hecho.
Y aunque Mihael era consciente que no existían malas intenciones en todo aquello, por nada del mundo dejaba de sentirse incómodo.
—Lo digo en serio —Matt le mostró ambas manos, esforzándose en desprender inocencia y no arruinarlo con una gran carcajada. Mello arqueó una ceja y analizó las facciones de su amigo. Sabía que todo aquello le causaba gracia y no pudo evitar pensar en que tal vez, y sólo tal vez, estaba exagerando. Se quedó mirándole unos segundos más. Ya todo estaba hecho, no podía hacer nada.
El pelirrojo se encogió de hombros y ante esto último, Mello suspiró.
—Como vuelvas a hacerlo...
—Sí, pero ahora tienes que contármelo todo, dime, ¿la besaste?
Si no fuera porque Mihael conocía a Mail desde el tercer grado y ya esperaba algo así de su parte, tal vez hubiese expulsado brutalmente aquel sorbo que le había dado a su bebida.
Sí, seguramente lo hubiese hecho.
—Oye, cálmate.
Matt rió y se dejó caer sobre el sofá.
—¿Lo disfrutaste?
Mello tomó asiento a su lado y colocó ambos codos sobre las rodillas.
—Fue una salida cualquiera— respondió sin mucho interés, lo que desconcertó a Matt.
—Eh, no pareces muy feliz— el pelirrojo no sabía si debía continuar, Mello podría cambiar de actitud en cualquier momento y a pesar de estar acostumbrado a ello, la idea le ponía los vellos de punta. ¿Qué tal si soltaba algo indebido?—, pensé que te gustaba.
Era Mello después de todo.
El rubio le dio otro sorbo a su bebida y recostó la espalda contra el sofá. ¿Qué decir? Por un lado agradecía a Matt —aunque el orgullo sea razón suficiente para jamás mencionárselo—y por otro lado deseaba haberse quedado en casa aquel día. Porque la sensación lo consumía por completo. Porque no podía estar tranquilo. Y temía no estarlo jamás.
—Yo también.
***
Las baldosas quemaban bajo sus pies. Dejó a un lado el visillo y con él, la iluminación de su habitación.
El verano le parecía una estación larga. El sol podía quemar durante periodos más largos y también, tardaba en ocultarse cuando la luna esperaba su posición. Para Near, no había sensación más desesperante.
Y no es que le desagradara.
Es que simplemente no podía disfrutarlo.
Se sentía más solo. Porque a pesar de llegar a ser su única compañera de vida, la soledad se pronunciaba más cuando los demás decidían pasar tiempo fuera. Lejos de su presencia.
Y Near lo sabía.
Todos lo sabían.
Tampoco es que aquello le molestara, es decir, él se consideraba una de esas personas que, a pesar de su discapacidad, preferían trabajar individualmente con todo aquello que estuviera a su alcance. Se le daba mejor así.
O tal vez, pensó, la costumbre no hacía más que mostrarle sus consecuencias.
Recordó una vez en la que una reconocida escuela de la capital culminó su visita al Centro a mediados de julio, por esas fechas. Un desastre. Para empezar, unos niñatos que no hacían más que ponerse a jugar con los equipos de movilidad lo confundieron con una mujer –esto no le sorprendió demasiado– y si no era él quien no podía fijarse por dónde iba, otros derramaban jugo de uva sobre su camisa.
Tampoco recibió las disculpas que esperaba.
La gran diferencia entre aquel grupo de personas y Mello, pensó de repente, era que el adolescente no había derramado nada sobre su cabeza, y además había decidido repetir la visita a voluntad propia. Para los demás parecía tratarse de un evento pasajero sin importancia. Así lo sintió.
Pero Mello le había dado una oportunidad. El muchacho no se había dejado llevar por comentarios ni apariencias. Le había dado una oportunidad de conocerle.
Tal vez por eso Near resumía sus comparaciones a una sola persona, y sin preguntárselo ni analizarlo demasiado, le agradaba que fuera así.
—Ya completé la solicitud, podemos salir ahora.
Ladeó el rostro en dirección a aquella voz. El olor a chocolate parecía desprender de las paredes y eso lo tranquilizó.
—¿A dónde...?
—Solo calla y ven, te dije que no hagas preguntas tontas.
—Tengo derecho a saber a dónde me llevarás, Mello. Esto podría ser...
—¿Un crimen? ¿Un secuestro? Hablo en serio, mocoso.
Near sonrió mientras se colocaba los zapatos con ayuda de Mello. Se detuvo por un momento y palpó su mesita de noche.
—¿Acaso es...?
Mihael resopló irritado.
—No me hagas decirlo. Y deja de sonreír de esa manera, es espeluznante. Cuidado.
Se puso de pie. Casi tropieza con el esquinero pero ahí estaba Mello, quien no lo soltó por nada del mundo ni tampoco pensaba hacerlo.
***