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Sorpresas por Drarko

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Notas del capitulo:

Divagues en la mente de un cocinero

Sorpresas

Migajas

 

El Thousand Sunny estaba a mitad de su ruta hacia Arabasta. La noticia había llegado a ellos hace un par de días, siendo recibida con una mezcla de pesar y alegría. La expectación crece cada vez más, y los Mugiwara no pueden evitar evocar los gratos momentos que compartieron junto a ella. En las comidas, las anécdotas sobre sus aventuras en el desierto estaban a la orden del día, Franky y Brook, se maravillaban con los relatos, mitad verdad, mitad mentira contados por Usopp, mientras que Robin permanecía en silencio, soportando una carga que consideraba superada.

 

-Tal vez sea mejor que no me presente, no quiero convertirme en una molestia, ni ser un incordio para nadie- comentó la pelinegra, se encontraba en el puesto de vigía, haciendo compañía a su capitán.

Nami lo había interrogado luego de la cena, las últimas noches había estado haciendo guardia y no era algo común en él. Le dió sus razones, simples, como acostumbraba a hacerlo y se libró rápidamente de más cuestionamientos.

-No es común verte dudar de esta manera, Robin- se limitó a decir Luffy -sabes muy bien que es un tema cerrado.

-También lo creía, pero...  ahora no lo tengo tan claro- susurró, con pesadez, no quería darle tanta entidad al asunto, al final del día, confiaba en las palabras de su capitán y ponerse a pensar en ello no la llevaría a ningún lado -Tampoco es común verte por aquí tan seguido- terminó por comentar, desviando el tema.

-¿Tú también me vas a interrogar?- preguntó el moreno, desganado -Últimamente estoy disfrutando de observar las estrellas- sentenció despreocupado.

-¿Son las estrellas, o la compañía?- cuestionó la arqueóloga, con un tono que indicaba complicidad

-Ambas- contestó el menor, sonriendo.

-¿Y bien?- cuestionó la arqueóloga, esa pregunta se había hecho habitual entre ellos, quizás al principio le resultaba algo perturbadora, pero el capitán entendió que era la forma que tenía su compañera de expresar sus preocupaciones respecto al tema en cuestión. Y junto con ellas, demostrarle su apoyo.

-Aún nada- se limitó a responder con pesar el ojinegro.

 

En la cocina, Sanji terminaba de limpiar y ordenar sus cosas, últimamente se había puesto muy quisquilloso respecto a sus elementos de cocina, y no permitía que nadie más interactuara con ellos, se ponía fácilmente iracundo cuando alguien intentaba ingresar en su santuario privado. Mientras tanto, Chopper y Usopp cantaban junto con Brook sobre sus vivencias en el desierto, recordando la dura batalla contra Mr. 4 y Miss Merry Christmas. Nami se encontraba en la proa, asegurándose de que su rumbo no haya cambiado demasiado, después de todo, estaban en Grand Line.

Veía a Zoro entrenando en la cubierta, otra nueva costumbre que la navegante no entendía completamente, generalmente luego de la cena, el espadachín era el primero en irse a dormir, alegando que despetaría a primera hora del otro día. Sabía que no sería tan fácil de interrogar como Luffy, pero no concluyó que ambos cambios estuvieran relacionados, después de todo, no eran personas lógicas y lo sabía muy bien, podía asegurar con absoluta certeza, apostando toda su fortuna, que más que saberlo, lo sufría.

-Te ves muy pensativa- comentó Robin mientras se sentaba a leer en su mesa plegable, que había llevado a la parte delantera del barco para disfrutar de la brisa nocturna.

-Sí, lo he estado- contestó la pelinaranja luego de reponerse de la sorpresa -Desde que hemos recibido la noticia, pareciera que algunas cosas han cambiado…- terminó por agregar, con un tono preocupado.

-No te preocupes por mugiwara-kun- dijo la pelioscura, sonriendo.

-Eh… no, no… bueno, en realidad sí…- admitió su preocupación, luego de vacilar unos momentos, no sabía por qué, pero intuía que a su capitán le preocupaba algo, habían compartido lo suficiente como para darse cuenta de ello.

-Estará bien- afirmó la ojiazul -sólo necesita unos momentos a solas para pensar, algo que no es muy común en este barco- agregó, recordando las múltiples veces que Luffy le mencionaba que le faltaba tiempo para sí mismo. Y también las mini discusiones generadas ante las sugerencias de ella sobre que debía tomarse unas vacaciones.

 

La conversación se había extendido, la luna se mostraba en su punto más alto, en unos días sería luna llena, reparó internamente. Despidió a su amiga y se dirigió a su camarote, necesitaba descansar, dos días los separaban de su destino y estaba ansiosa por llegar. En el camino, escuchó unas risas provenientes del nido de cuervo, podía reconocer la inconfundible risa de Luffy, junto con la no tan común de Zoro. Bien podría afirmar que las veces que lo ha escuchado reír abiertamente podían contarse con los dedos de una mano, así como también apostaría 100 millones de Berries, de que sólo su capitán era capaz de sacarle una carcajada sincera al peliverde.  Sin pensar mucho más en ello, se dirigió directamente a su habitación, no sin antes chequear nuevamente que el rumbo que llevaban era el correcto.

 

Lo veía dormir tranquilamente, mientras se preguntaba si esto se tornaría una costumbre más, una mancha más al tigre de las rarezas que habitaba dentro de ese barco. Debía admitir que disfrutaba de su compañía, pero, en parte, algo dentro de sí le decía que estaba mal, no podía dejar que se volviera un hábito, terminaría por lastimar al espadachín si no aclaraba pronto sus pensamientos. Aquello era difícil, por primera vez en su vida, no tenía ni la certeza ni la convicción para tomar medidas respecto a ese tema, contaba con el apoyo de sus confidentes, que coincidían en lo que, en teoría, sería la mejor decisión. Sin embargo, había algo que no le cuadraba, algo que lo hacía dudar, y la duda ensombrecía aún más sus pensamientos, se sentía atrapado en un círculo vicioso y eso le dolía, no por él mismo, bien podía soportarlo, sino por sus nakamas, más temprano que tarde, alguien terminaría herido por culpa suya y eso no se lo perdonaría jamás. La noche estaba terminando, amanecería en unas pocas horas, sumido en sus cavilaciones, el portador del sombrero de paja escuchó unos ruidos provenientes de la cocina. Sonrió levemente, y sus neuronas, unas pocas, afirmarían algunos, parecieron ponerse de acuerdo en algo. Si ese tigre ya tenía varias manchas, una más no sería la causante de una catástrofe.

 

Sanji se encontraba iniciando los preparativos para el desayuno, se tomaba muy en serio sus responsabilidades, era el primero en levantarse para asegurar que los demás pudieran disfrutar de su comida, tanto como él lo hacía preparándola.

 

Mientras comenzaba encendiendo las hornallas, era común que su mente reparare en los acontecimientos recientes y sus pensamientos divaguen, a veces más, a veces menos. Ese era su ritual y había aprendido a disfrutarlo. En esos momentos, recordó las palabras de Luffy respecto a la inutilidad del espadachín, en un principio, se sentía molesto, nunca antes había tenido que admitir sus errores, pero luego de meditarlo, aceptaba que su capitán llevaba la razón. Lo que sí le parecía curioso, era que precisamente, el moreno había intercedido en defensa del peliverde, se preguntaba si aquellos dos aclararían algún día sus sentimientos, pues se notaba una atracción mutua. Una parte de él se sentía indiferente, quizás hasta pensando en sacar provecho de ello para molestar al marimo, pero otra se sentía molesta, no sabía muy bien por qué, ni tenía ganas de pensar en ello, no quería darle entidad a algo que no comprendía del todo, él se consideraba el más lógico de todos los hombres de ese barco y no iba a darle importancia a nada que escapara de su visión del mundo. Sí, pensó que aquello había sonado limitado, pero no podía hacer nada por cambiarlo.

 

Sus razonamientos lo llevaron a recordar distintos momentos vividos con la tripulación, volvió a rememorar aquel día en el Baratie, en un principio se había molestado por la insistencia del moreno, empecinado en que sea su cocinero, por la tarde, fue testigo de cómo el gran pirata Don Krieg era derrotado por ese joven, y como su mentor, Zeff, le había remarcado, que era un pirata distinto, que tenía algo especial en él. También recordó que esa no fue la única locura del día, pués el excazarrecompensas se había enfrentado a Dracule Mihawk, uno de los Shichibukai, y el mejor espadachín del mundo, prometiendo convertirse en el mejor para el Rey de los Piratas, ante una derrota honorable. En ese momento se había ganado un poco de respeto de su parte, pero no era algo que fuera admitir de buenas a primeras.

 

Sobre Arabasta, su rumbo actual, recordaba haberse esforzado bastante en la cocina junto con Terracotta, todos habían dado lo mejor de sí y se merecían una buena comida, en especial Luffy, que había estado durmiendo durante días luego de la batalla contra Crocodile. Su mente continuó divagando, recordaba los momentos en que su capitán se le prendía como garrapata, mientras repetía unas pocas palabras: “carne”, “hambre” y “comida”. Debía admitir que se sentía halagado en esos momentos, y cocinaba con entusiasmo, casi el mismo con el que preparaba la comida de sus damas, bueno, ciertamente era el mismo, terminó por reconocer. No sabía exactamente por qué, pero que el moreno le prestará, al menos unos pocos momentos de atención, lo reconfortaba, sabía muy bien que en la mente de ese despistado, la mitad del tiempo todo era convertirse el Rey de los Piratas y la otra mitad, comida. No quería engañarse a sí mismo, resultaba obvio que la atención brindada por su capitán, era por el alimento y eso en parte le dolía, porque era consciente que, de algún modo, se sentía bien al llamar la atención de Luffy. El reparar de que esa atención no era precisamente por él mismo, le dolía. Mas, sin embargo, no había nada que pudiera hacer al respecto, se conformaba, cual cachorro, con esas pocas migajas de atención que recibía de cuando en cuando.

 

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó unos pasos acercarse lentamente. Su mente quedó en blanco unos segundos al ver al motivo de sus divagues sentarse en el comedor, cerca de él.

-Ni lo intentes, Luffy, no te daré nada hasta que no esté todo terminado- afirmó el rubio, mirando a su capitán, para él, resultaba habitual que viniera con dichas intenciones.

-No te preocupes, Sanji- comentó el menor, mientras recargaba su peso en el respaldar de la silla, en un gesto totalmente despreocupado -no he venido a robarte comida.

Esa confesión lo descolocó por completo, ¿qué estaba tramando ese idiota? se preguntó internamente -¿Quién eres y qué hiciste con Luffy?- atinó a increpar, incapaz de salir de su leve asombro.

Por simple respuesta, el aludido se echó a reír, se calmó luego de un momento al notar un aura oscura formarse alrededor de su cocinero -Cálmate, simplemente está por amanecer, no tiene caso que siga en el puesto de vigía, y como ya estás despierto, quise venir a conversar contigo- dijo el moreno, dedicándole una cálida sonrisa al rubio.

-¿Tú quisiste venir a conversar conmigo?- debía reafirmar lo que sus oídos escucharon, pues no lograba salir de su estupor. No podía decidir si se trataba de una broma del destino o si los dioses habían escuchado sus lastimosos pensamientos y estaban apiadándose de él.

-Sí, ¿tiene algo de malo?- preguntó inocentemente el capitán -Si quieres puedo irme, se muy bien que no te gusta tenerme por aquí, y que no quieres molestias cuando cocinas, sólo dímelo- agregó calmado, en un tono profundo, poco común en él

-Eh… no Luffy- respondió el rubio rápidamente -Tú no eres ninguna molestia, sólo que no me esperaba algo como esto, viniendo de tu parte- agregó fijando su vista en el pelinegro.

El ojinegro sonrió -Tal vez, una parte de mí sea diferente a como crees que es- comentó, con un tono que, Sanji debió reconocer, era más propio de Robin que del portador del sombrero de paja.

-Dime, ¿qué vamos a desayunar?- preguntó rápidamente el capitán, en un movimiento para evitar que el rubio acotara algo sobre su frase anterior.


Entre risas, explicaciones y recuerdos, Sanji terminó de preparar el desayuno, justo a tiempo, dado que el resto de sus nakamas estaba ingresando al comedor, mientras que terminaba de servir los platos. El rubio decidió no indagar mucho en estas raras actitudes del moreno, al fin y al cabo, si podía pasar un poco más de tiempo con él, eran migajas no iba a desaprovechar.

 


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