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Memorias por LunaPieces

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Notas del capitulo:

Memorias: Capítulo 10

Pareja principal: Zoro x Sanji
Género: Angst/Romance
Rating: M
Autor Original: StarkBlack 
Traductora inglés: LunaPieces
Beta: LunaPieces

Años sin actualizar y lo sabemos @.@, no tenemos excusa, ninguna ._.

De todas formas queremos darles a conocer que no abandonaremos este proyecto, vamos lento, como de costumbre, ya es costumbre :v

Ahora quiero agradecerle enormemente a Nathylove5 y a WhiteLilium porque han mantenido viva la página del facebook y canal de youtube del fansub estos meses que he estado muy inactiva. ¡Muchas gracias chicas, no sé qué haría sin ustedes! TuT

Estoy por regresar… un día de éstos :v mientras lo único que podré hacer es actualizar este fanfic que lleva un tiempo muy pausado.

En fin, disfruten de este capítulo :3

 

Memorias: Capítulo 10

 

—Bien, —dijo Zoro— aquí es donde se pone peligroso. A partir de aquí, nadie será un amigo. En este negocio sobrevive el más fuerte. Quédate conmigo todo el tiempo, no te alejes de mi lado y actúa como si estuvieras en tu propia casa. ¿De acuerdo?

Sanji asintió y Zoro sintió un temblor recorrer su espalda ante el brillo de los ojos del cocinero. Sabía que el rubio era brillante cuando se trataba de esas cosas, pero no podía evitar preocuparse. Ajustó la bandana de su frente y le sonrió a su compañero.

—Bien, hagámoslo.

XXXXX

...

Sanji siguió a Zoro por un ancho pasillo abarrotado de gente disfrutando de sus bebidas. La mayoría iban vestidos como él, pero había unos cuantos vistiendo atuendos de discoteca, mayormente chicas con faldas muy cortas y zapatillas incómodas de aguja. En la parte posterior, el número de personas aumentaba. Se reunían afuera de una gran puerta que dirigía al sótano. Estaba a punto de acercarse al peliverde para quejarse nuevamente sobre sus zapatos negros, cuando un gritó surgió de entre aquella multitud, deteniendo su acercamiento.

—¡Mierda!

Sanji suspiró y maldijo en voz baja al ver a un hombre alto con chaqueta de cuello negra y gorra de béisbol que se lanzaba; (¿se lanzaba?) sobre las cabezas de algunas personas sorprendidas y se dirigía por el pasillo hacia ellos a una velocidad alarmante. Sanji no estaba seguro de qué hacer salvo prepararse para un impacto, pero fue agradablemente sorprendido cuando el hombre se detuvo en seco a menos de un pie de él. El hombre le sonrió maliciosamente observándole con sus ojos redondos y su ridícula nariz larga que pondría en vergüenza a la de Usopp.

—¡Por Oda! ¿Acaso no eres Sanji? —Rió mientras le estrechaba la mano—. ¡Es increíble verte de nuevo! ¡Te hemos extrañado un infierno! ¿Cómo te sientes?

El estilo del discurso del hombre, confundió más a Sanji que su extraña nariz. Sonaba como un viejo a pesar de que tan sólo parecía mayor que él por unos cuantos años. Sanji le estrechó la mano fingiendo tanta confianza como podía.

—Me siento bien, gracias.

Zoro habló a su lado:

—Lo siento, no he estado aquí por un tiempo Kaku, pero como puedes ver, tengo una buena excusa. ¿Cómo va todo?

Kaku le dirigió una gentil sonrisa al peliverde y también le estrechó la mano. A Sanji comenzaba a agradarle aquel hombre de nariz larga. Los hombres caballerosos, con modales y que entendían de costumbres y cortesías eran pocos y contados. Tan pronto como se acostumbró a la extraña forma de hablar de Kaku, se dio cuenta de que se llevarían bien.

—Las cosas no han sido las mismas sin ti —suspiró Kaku— ¿escuchaste que estamos por debajo de los trescientos puntos? Lucci y yo hemos podido mantener los nuestros, Kumadori lo ha estado haciendo bien, pero Blueno está en un viaje de negocios y Jabura se dislocó la rótula hace un par de semanas por lo que no ha podido participar. Con Enel por aquí, hemos comenzado a preocuparnos.

—Lo siento hombre, —Zoro pasó una mano por su cabello— no tenía idea, no ha salido en ninguna conversación. ¿Qué hay de Fukurou?

—Fukurou pasó a las finales. Su madre lo tiene secuestrado, —Kaku sonrió suavemente y Zoro puso los ojos en blanco.

Sanji comenzaba a frustrarse más mientras la conversación continuaba. No sabía nada de esa gente, aún no tenía idea de lo que hacían ahí o de qué iba ese club. Se quedó ahí de pie con las manos en los bolsillos intentando parecer aburrido mientras los otros dos hablaban.

—¿Cómo está la mujer? —Preguntó Zoro.

—Kalifa está bien, —dijo sonriente— debería estar recibiendo la noticia en este momento. Le diré que estás aquí Sanji, se alegrará mucho de verte.

Sanji asintió y esbozó una sonrisa perezosa.

—¿Participarán esta noche, cierto? —Preguntó Kaku, dirigiéndose a Zoro.

El aludido asintió.

—Sí, yo sí. Y ahora que lo dices, hablaré contigo después, tengo que alistarme. —Le hizo señas al rubio para que lo siguiera hacia la gran puerta. Kaku se despidió con la mano y les dijo que se reuniría con ellos más tarde mientras comenzaban a bajar por las escaleras.

Las escaleras terminaron en un gran sótano de la longitud del edificio. La gente acordonaba el área hablando y riendo ante el estruendo de la música de la pista de baile que retumbaba a través de los altavoces colocados en las paredes. Sanji sintió un cosquilleo al pisar el piso de concreto. Sentía una tensión en el aire muy similar a la atmósfera de los torneos y juegos de artes marciales. Se detuvo para respirar el ambiente; el olor a sudor y perfumes de mujeres hacía poco para ocultar el inconfundible hedor a sangre seca.

Ahora entendía lo que era ese sitio, todo tomó sentido finalmente. Era una especie de club de lucha subterráneo. Había escuchado algo de eso cuando estaba trabajando en el Baratie, pero nunca había descubierto de dónde provenía. Su adrenalina comenzó a dispararse a toda velocidad mientras el espadachín empujaba la multitud de cuerpos. Ambos fueron saludados por varias personas mientras se dirigían a la parte trasera del club caminando por la orilla, pero Zoro mantenía breves las conversaciones. Parecía ansioso por llegar a donde tenían que llegar y Sanji estaba impaciente por llegar a algún lugar privado para poder hablar con el peliverde sin que alguien los escuchara.

Finalmente Zoro abrió una puerta de metal guiándolo a lo que parecía una especie de pequeño cuarto de lockers. Adentro estaban dos hombres vestidos completamente de negro, uno de ellos tenía la mano cubierta por una cinta de boxeo y el otro colocaba hielo sobre su hombro mientras se miraba el rostro golpeado en el espejo. Ambos los miraron entrar y sus caras adquirieron la misma expresión de sorpresa simultáneamente.

—Fuera, —ordenó Zoro y ambos hombres salieron corriendo de la habitación.

Sanji cerró la puerta detrás de él y se recargó de la pared.

—Puedes fumar aquí abajo si quieres, —dijo el espadachín mientras colocaba su estuche en la mesa que estaba junto a la pared.

Sanji no perdió tiempo, sacó su cajetilla y encendió un cigarrillo. Permaneció recargado de la pared observando al espadachín deshacerse de su chaqueta negra y la camisa de manga larga quedando solamente con una camiseta sin mangas que mostraba varias cicatrices intimidantes en sus hombros.

—¿Ahora lo entiendes? —Preguntó.

Sanji dio una calada al cigarro y metió su mano libre en su bolsillo.

—¿Es un club de lucha subterráneo, no? Supongo que los luchadores utilizan el negro para destacar de entre los demás saltamontes del club. ¿Estamos en alguna especie de equipo con el tipo de nariz larga?

—Sí, algo así, —explicó el peliverde mientras estiraba su brazo derecho—. Nuestro capitán es un tipo llamado Rob Lucci. Viene de Gran Bretaña y solía ser parte de su División de Investigaciones Criminales, alguna clase de Interpol o algo de eso. Nuestro nombre, CP9, vino a partir de eso. CP Por Cipher Pole y 9 porque hay nueve de nosotros. Este club le pertenece a un tipo llamado Crocodile que es últimamente nuestro… supongo que jefe. Es algún millonario ex mafioso que nunca he conocido realmente. Pero de todos modos, a nadie se le permite luchar aquí, solamente nosotros nueve somos los que salimos a competir en otros estados. El CP9 representa a los luchadores subterráneos del mundo de Seattle.

—¿Qué quiso decir el nariz-larga con que estábamos por debajo de los trescientos puntos? —Preguntó el rubio.

Zoro jaló su brazo para estirar su hombro mientras continuaba.

—Cada torneo ganado por un representante de la ciudad gana cien puntos para la misma. Lo dije antes, nadie puede luchar aquí, solamente el CP9 puede ganar o perder puntos para Seattle. Eso significa que si estábamos por encima de los doscientos puntos cuando me fui, el CP9 ha tenido al menos cinco derrotas en las últimas semanas. No es sorpresa. Reps de Los Ángeles está aquí justo ahora y su capitán es ese tipo llamado Enel. Es un jugador estupendo… tiene un par de títulos de boxeo mundial. Probablemente yo quede emparejado con él esta noche y eso será un fastidio.

Sanji repasó toda la información nueva y frunció el ceño de repente, recordando lo que el peliverde le había dicho antes de que se fueran.

—¿Entonces cómo paga esto nuestro departamento?

Zoro sonrió e hizo crujir sus nudillos.

—Los espectadores apuestan en todos nuestros torneos. Paulie, nuestro corredor de apuestas, se asegura de que tengamos al menos un cuarto de nuestras ganancias después de cada pelea.

Sanji asintió:

—Suena bien. ¿De cuánto estamos hablando?

—Bueno, mis peleas normalmente generan en cualquier lado de treinta y dos a cuarenta y cinco.

La mandíbula de Sanji se cayó hasta el piso.

—¿Miles?

Zoro asintió.

—Espera… —Sanji se alejó de la pared y se acercó mientras el otro hombre se sentaba en la banca para atar sus botas—. ¿Entonces estás diciendo que te llevas a casa de ocho a once mil dólares por cada pelea?

—Wow, ¿acabas de hacer esa cuenta en tu cabeza?

—Responde a la pregunta, —Sanji hizo una mueca.

—Sí. —Sonrió.

Sanji se quedó sin habla mientras el peliverde le sonreía. ¡No podía creerlo! ¡Podía hacer más dinero en una semana ahí que en varios meses en el Baratie! La situación parecía tan irreal que su cabeza comenzaba a darle vueltas.

—Entonces… ¿cuánto ganaba yo?

Zoro siguió atando sus agujetas.

—Te sorprenderías al ver que los más grandes apostadores son mujeres. Lanzan montones de dinero para verte patear traseros, es muy divertido…

—Zoro, me estás matando.

—De cuarenta a sesenta, fácil.

Sanji había quedado en shock antes, pero ahora flotaba tanto en su esfera mental que sentía que no regresaría nunca. Se quedó relajado, mirando la pared mientras su cigarrillo se consumía lentamente, casi rozando sus labios.

—¿Estás bien, Sanji? —El peliverde terminó de atar su zapato y se sentó tratando de reprimir su risa.

El rubio parpadeó estúpidamente.

—Dame un segundo para reorganizar… creo que mi cerebro se está saliendo de mis oídos. —Deslizó sus manos en los bolsillos y bajó la vista para observar al espadachín sentado delante de él—. ¿Sabes que esto es… esto es una locura… cierto?

El peliverde se encogió de hombros.

—Hay mucha gente aburrida con el trasero cubierto de dinero en Seattle.

—Entonces… ¿qué tan ricos somos, Zoro?

La sonrisa de Zoro se desvaneció y bajó la mirada al piso. Le tomó sólo unos segundos responder, pero fue el tiempo suficiente para que Sanji sintiera la preocupación en sus entrañas.

—Bueno… —comenzó el espadachín con una voz suave—. Tenemos algo ahorrado, pero lo gasté todo… en tus um… facturas del hospital.

Sanji casi tira su cigarrillo antes de aplastarlo entre sus dedos. Joder, jamás sería capaz de pagarle a Zoro por todo lo que había hecho. Veía el nerviosismo evidente sobre los hombros del espadachín y, por millonésima vez desde que había despertado en la cama del hospital, se sintió una mierda por todo lo que le había hecho pasar a su amigo. La culpabilidad brotó desde su interior y le hizo bajar la mirada, usando sus rubios cabellos para esconder su vergüenza.

—Por Oda, Zoro… —susurró—. Yo… lo siento mucho.

Zoro se levantó bruscamente y tomó firmemente el brazo del rubio. El rubio se sorprendió y dejó escapar un suave sollozo, haciendo caer el extremo de su cigarrillo. El espadachín lo miró fríamente a los ojos y dijo, apretando la mandíbula:

Ni siquiera te deberías disculpar por eso, —su voz sonaba insegura y el rubio se vio en el dilema de alejarse o acercarse al cuerpo de Zoro. Parecía que el otro sentía su apuro por lo que suavizó el apretón. Frotó su dedo pulgar en un punto sensible en el bícep del rubio—. Sanji… Ya te dije que no fue tu culpa…

El cocinero se estaba perdiendo en la caricia del peliverde en su brazo. Sus ojos eran tan intensos que sentía que le quemaban la piel. Le devolvió la mirada mientras era atrapado pieza por pieza y era despojado de todo bajo la oscura mirada del espadachín. Sentía descargas eléctricas por su espalda mientras la mirada del peliverde descendía a su boca. No pudo evitar separar los labios y relamerse la suave carne. Sintió una euforia ardiente dentro de él mientras la respiración del peliverde se alteraba ante esa acción.

—No puedo… —el rubio intentaba recolectar la inteligencia suficiente para poder hablar—. No puedo evitar disculparme, Zoro. ¡He sido una horrible carga y nunca seré capaz de pagarte!

Zoro dejó escapar un gruñido frustrado hacia el techo.

—¡Deja de decir esas estupideces! —Bajó su cabeza, acercó al rubio a su cuerpo, sujetó sus dos brazos y juntó sus frentes—. ¡No necesitas pagarme nada! Tú nunca has sido… —su voz se apagó y cerró los ojos—. Nunca serías una carga para mí, Sanji…

El corazón del rubio se aceleró y sintió descargas de adrenalina bajar por su espalda al mismo tiempo que comenzaba a sentir terror en la boca de su estómago. El espadachín parecía haber atravesado una barrera emocional muy importante para él. Su semblante estoico y conducta tranquila se estaban desmoronando, juraba ver a un solitario y vulnerable Zoro.

Algo revolvió su corazón. Sintió la atracción profunda que había sentido en su alma desde la primera vez que había visto los ojos del espadachín. Ver la apariencia infalible del hombre perder su batalla interna justo enfrente de sus ojos le hacía querer lanzar sus brazos alrededor de esos anchos hombros y abrazarlo como si fuera la última cosa en la tierra que pudiera hacer. Quería decirle a Zoro que todo estaba bien; que no iría a ninguna parte. “No te alteres, no puedo soportar verte así… no cuando es por mi causa…”

Esa sensación le dio miedo.

Necesitaba un escape y lo necesitaba ahora. No podía manejar todas esas emociones rebeldes agitándose dentro de él al mismo tiempo. Se sentía tan abrumado que podría llegar a sucumbir ante ese momento de debilidad. Pero sabía que Zoro no apreciaría lidiar con un Sanji histérico justo antes de salir a luchar, así que aplastó sus sesos para cambiar de tema.

—Zoro… —dijo suavemente.

Los ojos del aludido se abrieron ampliamente y dándose cuenta de su posición actual, se alejó rápidamente. Se cruzó de brazos y comenzó a sonreír rechinando los dientes ligeramente.

—Lo siento. —Murmuró.

—Está bien, —dijo el rubio— estaba por pedirte que me enseñaras tus espadas.

Fue como encender un interruptor. La tensión se evaporó de los ojos del peliverde, de su mirada se fue el miserable y apagado hombre para dar paso a uno brillante e indomable. Se había ido ese solitario y derrotado hombre para ser reemplazado por un guerrero determinante. Ese era el Zoro que Sanji había admirado las últimas semanas. El Zoro emocionado que le había hablado de NASKA y había enfrentado a Hawk para ser el mejor. El humor del rubio se reflejó en el del espadachín encendiendo sus espíritus.

El espadachín se volvió hacia la mesa y con señas le indicó a Sanji que se acercara. Bajó el cierre del estuche negro y lo abrió en dos. El rubio se colocó a su lado y se asomó mientras el tesoro en el interior le era revelado.

Colocadas y aseguradas entre varias cuerdas de cuero oscuras, estaban dos largas espadas samurái. Ambas estaban envainadas en fundas de color negro lacado, una con detalles de oro y color rojo en la empuñadura y guardamano y la otra estaba envuelta en color púrpura con círculos rojos decorativos a lo largo de su funda. Eran hermosas y terroríficas, pulcras y peligrosas.

—Wow, —dijo Sanji un poco bajo— son increíbles, Zoro.

Zoro apuntó al arma más cercana, la que tenía detalles rojos en la empuñadura.

—Esta es Sandai Kitetsu. Es una katana simple, pero nunca me ha fallado. —Apuntó a la segunda y esbozó una pequeña sonrisa—. Ésta es Shuusui. La gané en un torneo hace unos años. Es una Daito, significa que es larga y pesada. Me gusta mucho, pero se debe al hamon.

—¿Hamon? —Preguntó el rubio.

Zoro desató las cuerdas y sosteniendo a Shuusui, sacó la espada de su funda.

—El hamon es el efecto visual en la espada después de ser atenuada. ¿Ves? —Zoro apuntó a la hoja.

—¿Es… rosa? —El rubio parpadeó— ¿Por qué es rosa?

Zoro rió.

—Es que así se refleja la luz. Es única en su clase y es fácil de usar a pesar de ser tan grande.

—Ya veo, —dijo Sanji intrigado, pero sin dejar pasar la oportunidad de molestar al espadachín— supongo que te gusta el rosa, es genial.

—Tú tienes un delantal rosa.

—Cállate Zoro, —Sanji no podía esconder su sonrisa— ¿qué son esos círculos rojos en el… la funda…?

—En la Saya.

—Saya, —sonrió el rubio—lo siento.

—Está bien, —el peliverde le sonrió—son sólo decoraciones, pero se añaden a la ostentación de toda la espada, lo que la hace algo… no sé… excepcional.

—¿Ésta es la principal? ¿Algo así como, tu arma de preferencia? —Preguntó el rubio.

—Nop, —respondió. Desabrochó el lado contrario del estuche y quitó la tapa. Sanji se quedó sin aliento y un suave gesto de admiración se escapó de sus labios mientras una tercera espada era revelada.

Era igual de brillante que las dos negras, pero las otras no se comparaban a ésta. Atada al lado contrario del estuche de espadas, estaba una espada con funda blanca. El mango tenía detalles de oro en su guardamanos al igual que el centro y la punta de la saya. Sanji estaba cautivado y no podía separar su vista de la magnífica arma. Era toda una obra de arte.

Zoro siguió su mirada y deslizó sus dedos sobre el blanco estuche.

—Ésta es Wadou Ichimonji, —dijo suavemente—pertenece a alguien muy especial para mí.

Sanji despegó violentamente sus ojos de la espada para mirar a su amigo.

—¿Alguien especial? —Preguntó.

El espadachín asintió.

—Entrené con ella muchos años. Me inspiró para siempre dar lo mejor de mí… siempre esforzarme por ser el mejor.

Sanji sintió un pequeño pinchazo de celos sobre su piel al mirar la expresión de afecto de Zoro, pero lo ignoró rápidamente. No había forma de que sintiera celos en cualquier situación que involucrara a Zoro.

—¿Dónde está ella ahora? —Preguntó el rubio.

Zoro suspiró y desató las cuerdas que sostenían a Wadou.

—Murió.

“Oh, bien… muy bien, Sanji. ¿Qué jodidos te pasa? ¿Acaso no podías ser más imbécil? ¿Hm?”

Sanji hizo una mueca de dolor y volvió a mirar la espada.

—Lo siento… —dijo, pateándose mentalmente.

—Está bien, —dijo Zoro suavemente—. Ya no me afecta hablar de ella, especialmente contigo. Fue hace mucho tiempo. —Tomó el arma del estuche blanco haciendo una reverencia y deslizó el metal de la saya.

—Es increíble, —resopló el rubio, observando el destello de luz de la habitación reflejado sobre la hoja de acero— ¿es con esa con la que lucharás esta noche?

—De hecho, —le sonrió el peliverde— lucharé con las tres.

Sanji se volvió y miró al espadachín.

—¿Disculpa? —El rubio entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. Quizá no debió haber ido con Zoro y mejor hubiera sido permanecer en cama porque comenzaba a escuchar cosas.

—Dije que voy a usar las tres esta noche, —la sonrisa del espadachín se hacía más grande a cada segundo— no lo hago usualmente, pero ya que tú me estarás viendo pelear por primera vez y Enel estará aquí… bien podría darlo todo.

Sanji estaba seguro de que le estaba tomando el pelo.

—¿Las tres al mismo tiempo? —Preguntó—. ¿Cómo demonios podría funcionar?

El peliverde sacó las otras dos espadas restantes del estuche.

—Te lo mostraré. —Tomó la roja y la negra en su mano derecha y añadió la púrpura a su izquierda y mientras Sanji lo miraba con una ceja levantada e incredulidad, el espadachín colocó la empuñadura de la espada blanca entre sus dientes para que la hoja sobresaliera por el costado. Si alguien más lo hubiera hecho, seguramente luciría ridículo, pero por alguna razón, Zoro no lo parecía. Lucía muy… intimidante de hecho.

—No es en serio, —resopló el rubio, intentando ignorar los placenteros escalofríos en su espalda baja.

—Es en serio, —dijo el peliverde claramente.

Los globos oculares del rubio casi saltan de sus cuencas.

—¡Wow! ¡Hazlo de nuevo!

Era el turno de Zoro de levantar una ceja.

—¿Hacer qué?

—¡Eso! —Rió Sanji—. ¿Cómo demonios puedes hablar tan claramente con una espada en la boca? —”Oh genial, eso puede interpretarse de alguna otra forma…”

El otro se encogió de hombros.

—No tengo idea. Siempre ha sido así.

Sanji dejó de sacudir su cabeza y buscó su cajetilla de cigarrillos. Colocó otro entre sus labios, pero no lo prendió.

—Eres un tipo interesante, Zoro.

El espadachín se quitó a Wadou de la boca.

—Gracias, ¿creo? —Colocó nuevamente las tres armas en el estuche y abrió la bolsa lateral. Del interior de la misma sacó una extraña prenda de color verde oscuro y se la colocó alrededor de su vientre, poco más arriba de sus pantalones mientras el rubio lo veía con gran interés.

—¿Qué es eso? —Preguntó el cocinero.

—Se llama haramaki. —Respondió el otro.

—¿Para qué sirve?

Zoro sacó las espadas nuevamente del estuche y deslizó las tres fundas entre la nueva prenda llamada haramaki y sus ropas.

—Me ayuda a sostener las espadas hasta que la batalla inicia. Eran usados originalmente por los samuráis como protectores para el abdomen. Estaban elaborados de seda y  eran rellenados con cota de malla o capa metálica. —El espadachín le dio un golpecito al haramaki con sus nudillos—. No es realmente necesario ya que no tengo que preocuparme de que alguien me desgarre las entrañas, pero me agrada su tacto. Es bueno para la circulación sanguínea y para la espalda.

—Ah, —sopló Sanji. Nunca lo admitiría en voz alta, pero la extraña prenda lucía genial, el haramaki combinado con el look de color negro, los aretes y la bandana que ensombrecía los ojos del espadachín, lo hacían lucir muy rudo e impresionante. Como… un ninja… o un pirata… o… algo.

—Sanji… —interrumpió el peliverde tranquilamente.

—¿Hm? —El rubio levantó la mirada y casi retrocede cuando se encontró con la mirada nerviosa del espadachín—. ¿Estás bien, Zoro?

—Uh… —el aludido se frotó el cuello—. Sí… es sólo que… ¿tú estás…

Lo que sea que Zoro estuviera por decir, fue cortado cuando la puerta se abrió de par en par y dos siluetas aparecieron en la habitación. El cocinero apenas tuvo tiempo para dejar escapar un aullido de sorpresa antes de ser abordado y levantado del piso por un par de gruesos y musculosos brazos.

—¡Sanjiiiiiii! —Una voz resonó en su oído— ¡No puedo creerlo!

Sanji decidió, en lugar de gritar o lanzar golpes, enredar sus piernas alrededor de su agresor y usar los poderosos músculos de su cadera para doblarse hacia atrás. El cocinero levantó los brazos y tiró del cuerpo atrapado entre sus piernas. Sus manos se apoyaron en el piso dándole la vuelta al otro y haciendo chocar contra el piso de concreto la espalda de su atacante con efectividad. Remató su movimiento sentándose sobre un duro estómago, sacando su encendedor y prendiendo un cigarrillo con indiferencia. El cocinero miró al hombre debajo suyo con un bigote absurdamente largo y barba de chivo mientras le daba una calada a su cigarrillo.

—Eso fue infinitamente grosero, hombre, —refunfuñó el rubio—Zoro y yo teníamos “asuntos”.

La expresión aturdida del hombre inmediatamente desapareció para sonreír y sentarse, enredó sus brazos en la cintura del rubio y lo apretó hasta que el chico sintió que su cabeza iba a explotar. ¡Por Oda! ¡Algunas personas nunca aprenden!”

—¡Jabura! —Una profunda y musical voz gritó— ¡Déjalo! ¡Acaba de despertar de un coma! —Dos largas y pálidas manos bajaron para separar al hombre de bigote del pecho de Sanji.

El cocinero alzó la vista y vio a un hombre excepcionalmente alto con largo cabello blanco y… ¿maquillaje?

—¡Pero Kumadori! —Gimoteó Jabura en el pecho del rubio—. ¡Es Sanji! ¡Yo sólo quiero mimarlo! ¡Se había ido para siempre!

Kumadori le sonrió ampliamente al rubio mientras separaba los brazos de Jabura de su delgada cintura.

—¡Lo sé, pero no tendremos oportunidad de hablar con él si lo asfixias!

—Lo sé, lo sé, —suspiró Jabura. Liberó al cocinero para que pudiera levantarse y antes de ponerse de pie, se sacudió el polvo de la espalda—aunque nunca lo heriría de verdad. A pesar de recuperarse del coma, aún puede patear mi trasero.

A Sanji le gustó instantáneamente ese Jabura.

—¿Cómo te sientes, Sanji? —Kumadori se acercó para estrechar la mano del cocinero—. Te extrañamos mucho. Qué mal que Fukurou no esté aquí esta noche. Estaría muy feliz de verte.

Sanji exhaló una corriente de humo.

—Qué bueno que no está aquí. No creo que pueda soportar más abrazos.

El hombre pelirrosado se bufó alegremente. Al rubio le tomó unos cuantos segundos estudiar el rostro de Kumadori, dándose cuenta de que ese maquillaje era tan perfecto que casi parecía un tatuaje. Trató de recordar dónde más había visto un maquillaje como el de ese hombre, pero después de estrujar su cerebro, no pudo recordar nada.

—Hey, —interrumpió Zoro, colocándose al lado del cocinero— ¿ya salieron los puestos?

—Sí, —Jabura se cruzó de brazos—. Vimos tu nombre antes de que Kaku nos dijera que Sanji estaba contigo.

El rubio podía sentir la emoción emanando del peliverde mientras éste se movía impacientemente.

—¿Y bien? —Gruñó.

—Oh, ¿tú qué crees, Zoro? —Kumadori levantó sus manos de forma ruidosa— ¡Kalifa y Paulie estarían locos si no te emparejaran con Enel! ¡Esta pelea va a generar mucho más dinero que esa vez que Sanji peleó contra ese tal Arlong!

El espadachín echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Oh sí, —susurró antes de dirigirse el cocinero— ¿quieres ir?

Sanji asintió, la sensación excitante de la adrenalina en sus venas regresó y sonrió con su cigarrillo.

—Sí por favor.

El peliverde se volvió hacia Kumadori y Jabura.

—Los alcanzaremos después. Vamos a ver la primera pelea, ponerlo al corriente con todo esto.

Ambos hombres asintieron con una sonrisa y Jabura le robó otro abrazo fugaz al rubio antes de que salieran del cuarto de lockers.

La atmósfera en el sótano había cambiado. El aire se hacía más pesado a medida que más y más personas descendían las escaleras y llenaban el área. El bar del fondo se había abierto y una pequeña multitud pedía y ordenaba bebidas a gritos entre tantas cabezas. La música no se había detenido, pero el volumen había disminuido para convertir el estruendo retumbante de las bocinas en un tranquilo y placentero fondo musical.

Sanji miraba todo con asombro mientras era guiado por su amigo. El océano de gente parecía abrirse paso ante ellos mientras se dirigían hacia el centro de aquella oscura habitación. Incontables pares de ojos asombrados brincaban de Zoro a él simultáneamente con admiración, sorpresa y algunas veces con miedo. El cocinero comenzó a sentirse muy poderoso, como si todos lo quisieran en esa habitación, como si todos quisieran ser él, o ser el peliverde. Se dio cuenta de que el CP9 tenía algo parecido a un estatus de celebridad. La gente llegaba al club para verlos y para ver sus peleas. Pagaban cantidades ridículas de dinero, apostaban para que derrotaran a sus oponentes y levantaran el estatus de su ciudad.

El rubio estaba encantado, inquieto y fuera de sí.

Zoro se volvió hacia él, pareciendo percibir su ansiedad y sin advertirle nada antes de que se negara o reaccionara, tomó su mano y entrelazó sus dedos.

El rubio casi tropieza con los músculos congelados debido a esa acción, pero mantuvo el equilibrio y siguió al otro a través de la multitud sin quejarse. Necesitaba mantener la apariencia de que nada estaba mal. El peliverde le había dicho que había mucha gente buscando sus debilidades para explotarlo usándolo a él y no sería la razón de la caída o derrota del espadachín.

No debía escandalizarse por el inesperado contacto con el peliverde sin importar lo mucho que le molestara o no.

“Respira Sanji… sólo respira…”

En el centro del sótano, colocado en el piso de concreto, estaba lo que parecía una piscina de natación vacía. El piso y las paredes de la fosa estaban cubiertos por azulejo blanco y dos largos desagües estaban instalados en los extremos opuestos. Una gruesa barandilla de metal rodeaba la superficie y la gente ya estaba casi encima de ella esperando a que los luchadores descendieran las escaleras y se hicieran trizas.

—Oh wow… —suspiró el rubio en la espalda del espadachín.

—Intenso, ¿eh? —Respondió el peliverde.

El rubio asintió y dejó que el otro lo llevara hacia la orilla. Se distrajo momentáneamente de la fosa de lucha cuando el peliverde se colocó justo detrás de él y deslizó sus brazos alrededor de su cintura para colocar las manos en la valla. Se puso rígido al sentir el cálido aliento del espadachín bailar en su cuello, haciéndole cosquillas en su piel y ondulando su cabello.

—Zoro, ¿qué estás-...

—Prometo que no haré nada, —le susurró en el oído—no te tocaré a menos que tenga que hacerlo o tú me digas que puedo hacerlo.

Sanji intentó mantener sereno su semblante. Para cualquiera que mirara, parecería que dos amantes hablaban tranquilamente mientras esperaban la pelea.

“Respira Sanji…”

—Está… —respiró profundo—. Está bien… estoy bien…

La respiración en su cuello se detuvo por un momento antes de que el espadachín susurrara de nuevo. Sanji intentaba no sonrojarse ante lo que el otro podría decir y probablemente, malinterpretar.

—En verdad aprecio la forma en la que has manejado todo esta noche, Sanji —la voz del Zoro era tan suave… tan gentil—. Sé muy bien que esto te molesta y lo siento… pero me alegra mucho que estés aquí conmigo.

Sanji no pudo evitar sonreír. Relajó sus hombros y recargó sus labios en la valla.

—Me alegra estar aquí también…

El peliverde no había tocado ninguna parte de su cuerpo, pero el rubio podía sentir que estaba temblando. Era Zoro el que necesitaba salir de ahí definitivamente y él estaba listo para ello.

—¿Entonces, por qué nuestro equipo está formado de tantos raritos? —Murmuró con humor.

Zoro rió detrás de él.

—Porque todos esos raritos son increíbles luchadores. Kaku es increíble en kenjutsu, a veces pienso que su estilo es mejor que el mío, pero raramente lo usa. También es un maestro en judo. Solías entrenar con él y terminar con un montón de moretones horribles en los costados. Lo más temible de Kaku es que sonríe y es educado a pesar de estar dándote una paliza.

Sanji no pudo evitar reír.

—Jabura tiene carácter. Es veterinario y ama a los animales, por eso es un poco mimoso y empalagoso, pero… es un buen tipo. Es bastante diverso, conoce de toda clase de artes marciales y es muy rápido.

—Tengo que saber de aquel tipo del maquillaje, —dijo sacudiendo su cabeza— ¿cómo se llamaba?

—Kumadori, —respondió Zoro— es un actor de teatro. Creo que es todo lo que tengo que decir sobre su personalidad sabia.

Sanji sonrió de nuevo.

—¡Es ahí donde había visto ese maquillaje antes! ¡En ese musical Japonés! ¡Luce como el verdugo!

—¿Te refieres al “The Mikado”? —Zoro echó a reír.

—Sí, —Sanji giró su cabeza— ¿cómo lo sabes?

Zoro gruñó.

—¡Porque Kumadori estaba en el último año y me hizo ir cuatro veces!

Riéndose a carcajadas, Sanji comenzó a contar con los dedos.

—Entonces somos, tú, yo, Kaku, Kumadori y Jabura… ¿cuál era el nombre de nuestro capitán?

—Lucci, —contestó Zoro tranquilamente.

—Y también está ese tipo Fukurou que no está aquí… y el tipo del viaje de negocios… —El rubio observó sus dedos.

—Blueno, —agregó Zoro.

Sanji giró su cabeza y se dirigió al peliverde.

—Pensé que habías dicho que éramos nueve…

—Lo somos, —dijo en voz baja, evitando los ojos del rubio.

Sanji no podía descubrir por qué el espadachín se había puesto tan rígido de repente. Todo su cuerpo estaba tenso y la expresión en su rostro era de… algo como… ¿terror?... ¿Shock?

De pronto se dio cuenta de lo que estaba pasando. Sin haberlo pensado se había recargado tanto hacia atrás, que su espalda rozaba el pecho del espadachín. La mano del mismo había viajado hasta su cadera en algún punto de la conversación. Podía sentir la dura presión del haramaki y la firmeza del pecho de Zoro en su espalda.

¡Oh, mierda!” La mente del rubio se aceleró. “¿Cómo pasó? ¡Mi cuerpo está actuando por su cuenta!

La mirada de Zoro se encontró con la suya. Sus oscuros ojos estaban tan tristes que lo hacían querer llorar. Aunque la mano del espadachín no se había movido de su cadera, estaba seguro de que era porque Zoro creía que Sanji la iba a retirar.

—Juro que yo no lo hice, —dijo contra la mejilla del rubio.

—Lo sé, —respondió el otro lentamente— lo siento.

La mano del espadachín subió hasta los jeans del cocinero, sus dedos y su pulgar encajaron en el hueso de su cadera, sosteniéndolo firmemente.

—Yo no… —susurró el espadachín.

Por lo que se sentía como la millonésima vez en los últimos dos días, Sanji estaba paralizado. No podía desviar su mirada de la de Zoro. ¿Cómo podía lograr transmitir tanta emoción con una sola mirada? ¿Cómo podía derretir a Sanji tan completa y totalmente?

¿Y por qué demonios se sentía tan bien?

La mano de Sanji se separó de la valla por su cuenta con tentación. Se movió despacio, deteniéndose cuando las yemas de sus dedos acariciaron la suave piel de la mejilla de Zoro. Su otra mano se encaminó hacia su cadera para colocarse sobre la del espadachín que permaneció rígido, mirando y esperando ver lo que su compañero haría. Sus dedos descendieron por la mejilla del peliverde y trazaron una línea suave en su fuerte mandíbula. El rubio sintió que el temblor de Zoro aumentaba cuando bajó la cabeza y cerró los ojos.

Lentamente y cuidadosamente, el cocinero llevó sus dedos a los labios del peliverde que dejó de respirar ante el contacto de la yema de su dedo índice sobre el suave labio inferior de Zoro.

Cualquiera que fuese el embrujo lanzado en ese momento, fue interrumpido por una voz ruidosa justo detrás de Sanji.

—¡Sanji! ¡¿Por qué estás aquí?! ¡Chopper dijo que tienes que descansar!

De pronto, sintiendo como se hubiera sido pillado en la ducha, la cabeza del cocinero comenzó a dar vueltas tan velozmente que sentía que estallaría su columna vertebral. Ahí junto a él, de cuclillas en la valla vestido con pantaloncillos cortos de color negro, una camisa y una pirueta entre sus dientes, estaba nada más y nada menos que Luffy.

—¡Luffy! —Sanji casi chilla—. ¡¿Qué demonios haces aquí?!

Zoro liberó su cadera y se separó un par de pulgadas.

—Sanji, —el espadachín suspiró—conoce al noveno miembro del CP9 de Seattle… Luffy Portgas.

 

Notas finales:

¡¡Muchas gracias a todos pos sus reviews y por seguir apoyando esta historia, muchísimas gracias!!


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