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Memorias por LunaPieces

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Notas del capitulo:

Memorias ~Capítulo 4~

Pareja principal: Zoro x Sanji
Género: Angst/Romance
Rating: M
Autor Original: StarkBlack 
Traductora inglés: LunaPieces
Beta: LunaPieces

Pasando a actualizar este maravilloso fic, disfruten enormemente del capítulo m(_ _)m

Memorias: Capítulo 4

 

La terapia física no estaba yendo muy bien.

Habían llevado a Sanji al cuarto de TE (Terapia Física), unos pisos más arriba dos veces al día por una semana y media. Había logrado ponerse de pie el primer día sosteniéndose fuertemente de las barras paralelas temblando por casi treinta segundos antes de volver a sentarse. Todos lo elogiaban y le decían que lo estaba haciendo muy bien… Pero todo se fue cuesta abajo desde ahí. Ahora podía permanecer de pie por más de un minuto sin el apoyo de las barras o la ayuda de alguien, pero todo su cuerpo temblaba y aún no había podido dar un solo paso. Ni un jodido paso.

Su doctor le decía que eso era normal después de haber estado en coma por tanto tiempo, caminar le tomaría tiempo, práctica y paciencia. Las enfermeras lo habían estado apoyando y alentando, diciéndole que estaba haciendo un buen trabajo y que el hecho de que pudiera permanecer de pie tanto tiempo, era prueba de lo fuerte que aún era.

Pero Sanji veía la verdad que le estaban ocultando detrás de sus amables palabras. Sus ojos lo miraban con tristeza y lástima. Había escuchado susurros cuando se iba del cuarto de Terapia Física todos los días y veía las miradas que le dedicaban los demás pacientes. Él era uno de esos. Uno de esos tipos que despertaban de sus comas, pero que jamás se recuperaban completamente. Probablemente nunca volvería a caminar, pobre de su alma. Pero al menos aún conservaba su mente. No había despertado como un bebé chillón que no podía hablar o adaptarse a una sociedad como una persona normal. ¡Y por el hecho de haber despertado por completo, debía estar completamente agradecido! ¡Pudo haber muerto!

“Que se jodan”, pensó Sanji. Pero de todas formas, si no podía usar las piernas, era como si estuviera muerto. ¿Cómo podría continuar siendo un chef? ¿Cómo podría correr en una cocina si era confinado a una silla? ¿Cómo podría vivir sin el sentimiento de adrenalina recorriendo sus venas mientras su cuerpo combinaba  múltiples ataques? Mientras volaba, pateaba, conectaba sus movimientos y sudaba con el corazón acelerado al escuchar el sonido de la campana mientras noqueaba a otro oponente más contra el piso con la multitud aplaudiendo - ¡mierda!

Sanji se recargó de su silla y cubrió su rostro con las manos. Necesitaba un cigarrillo, lo necesitaba tanto que su boca dolía. Zoro se había dado cuenta y se lo había dicho el día anterior cuando lo visitó.

—¿Te dejan fumar aquí?—Le había preguntado mientras Sanji mordisqueaba el arroz y la barbacoa de puerco que el espadachín había logrado colar en el hospital.

—¿Hmm?—Sanji lo había mirado, preguntándose si Zoro le había leído la mente—. Ellos ni siquiera me dejan beber cola todavía, así que no, no lo creo… ¿por qué?

Zoro señaló las manos de Sanji.

—Te has estado mordiendo las uñas. Sólo las muerdes cuando quieres cigarrillos y estás fuera sin ellos.

Sanji había mirado sus manos y, efectivamente, las había mordido tanto que algunas comenzaban a sangrar. Sacudió la cabeza negativamente y suspiró ante la perturbadora vista. El que Zoro supiera un sinnúmero de cosas triviales de él, había dejado de sorprenderle después de la primera semana.

—¿Por qué estás tan ansioso por fumar un cigarrillo después de un año entero?—Le preguntó el espadachín.

—¡No parece un año para mí!—Explotó Sanji—¡Siento como si apenas la semana pasada hubiera estado fumando un Rojo mientras estaba de pie en la cubierta del Baratie viendo a las malditas gaviotas sobre las olas!

Primero, Zoro lo había mirado inexpresivamente, pero después de unos pocos minutos, los dos comenzaron a sonreír hasta que Sanji comenzó a reír a carcajadas.

—¿Eso era lo que en realidad hacías en tus descansos?—Preguntó Zoro con una sonrisa.

Sanji frotó sus ojos y suspiró:

—Uh… sí, algunas veces…

—Creo que no me lo habías dicho antes…

Ahora Sanji estaba sentado en la tenue habitación del hospital, mirando la pantalla en blanco de la televisión. Estaba exhausto por sus recientes esfuerzos en la habitación de Terapia Física. Había intentado dar ese primer paso con desesperación, pero no lo había logrado. Se había puesto de pie en las barras, mirando el paisaje abstracto, la clase de paisaje que tiende a ser familiar y desconocido en los sueños. Su cabeza había comenzado a darle vueltas mientras el temor y las náuseas recorrían su cuerpo. Y se había ido, mordiendo furiosamente la piel que surcaba sus uñas. La enfermera que lo había regresado a su habitación le había dicho que lo había hecho bien y que probablemente lo lograría al día siguiente.

Sanji ni siquiera la había escuchado. Se había hundido lentamente en un oscuro mar de depresión.

Deseaba que Zoro estuviera con él. Necesitaba el apaciguamiento y la serenidad que parecía rodear a Zoro como un miasma. El hombre era un pozo sin fondo de paciencia y era la mejor persona escuchando que cualquiera que Sanji hubiera conocido.

El rubio miró una sudadera negra tendida sobre la silla contigua, Zoro la había olvidado ahí el día anterior. Estiró las manos para alcanzarla y la colocó en su regazo delineando el logo frontal con sus dedos. Mientras lo trazaba, se dio cuenta de que no sabía mucho de él además de sus logros como luchador. Cuando estaban juntos, la conversación siempre parecía girar en torno a Sanji. No sabía nada de la familia de Zoro, dónde había estudiado, sus comidas favoritas...nada. Y por el contrario, el espadachín parecía saber todo lo que había por conocer de Sanji.

El rubio se hizo la promesa a sí mismo de que descubriría esas cosas la próxima vez que el peliverde lo visitara.

Ya resuelto, Sanji miró de nuevo la sudadera en su regazo. Si Zoro no estaba ahí en persona para calmarlo y hacerlo sentir más cómodo, entonces él tendría que hacerlo. Deslizó la sudadera sobre su cabeza y metió los brazos por las mangas. Era un poco grande, pero era sorprendentemente suave. Tiró de la capucha e inhaló la esencia de pino y lo que parecía… ¿acero?

Acomodó sus piernas una a la vez. Cuando se situó cómodamente, tomó el control remoto y encendió la televisión. Algún canal estaba transmitiendo un anime donde los héroes usaban túnicas negras y peleaban contra monstruos gigantes con espadas samurái. Se miraba interesante, por lo que Sanji colocó el control remoto en sus pies y se acurrucó para mirar, cálido y cómodo en la sudadera de Zoro.

 

XXXXX

 

El peliverde cerró la puerta tras él cuidadosamente. Sabía que Sanji estaría exhausto de su sesión de terapia física y que probablemente estaría dormido. Se dirigió lentamente hacia la pequeña mesa de la ventana y colocó la bolsa de sushi que le había prometido. Comenzó a quitarse la chamarra y miró al rubio dormido en la silla acolchada.

Cuando contempló la vista que tenía delante de él, su cuerpo se quedó inmóvil. Su corazón saltó por su garganta y esa suave opresión que conocía muy bien, explotó en su pecho.

Sanji estaba usando su sudadera.

Era una cosa pequeña e insignificante y Zoro lo sabía que era un comportamiento de colegiala y todo eso, pero el espadachín no podía evitar sentir que había ganado algo viendo a su ex amante usando su ropa. Y además de estar usando su sudadera, Sanji estaba usando un pijama que Zoro le había comprado como broma en su cumpleaños. Tenía pequeños sombreros de cocinero y cucharas decorando la tela azul.

Robin había ido unos días antes para cortarle el cabello al rubio. Se había estado quejando de que lo largo que estaba, por lo que Zoro le había pedido a la mujer que arreglara el problema. Ahora, con su cabello corto, sus mejillas con un poco más de color, su pálida piel de un tono más saludable y descansando sobre la silla con la sudadera de Zoro, Sanji lucía exactamente como el espadachín lo recordaba. Cuando el peliverde llegaba a casa, varias veces había encontrado a su amante en la misma posición, envuelto en su ropa y acurrucado en el sofá después de quedarse dormido esperando a que Zoro regresara a casa.

El espadachín tomó el control remoto y apagó la televisión. Se dirigió a la silla junto a la ventana y se sentó completamente satisfecho de mirar a Sanji dormir. Miraba los hombros de Sanji subir y bajar mientras respiraba. El aleteo de sus pestañas mientras sus ojos seguían los fantasmas de sus sueños. Observaba la leve sacudida de su boca y recordaba la sensación de esos suaves labios contra su piel.

Por primera vez desde que el rubio había despertado, Zoro sentía una dolorosa necesidad en su estómago. Un ligero hormigueo debajo de su ombligo y la opresión en sus pantalones lo hicieron ruborizarse ligeramente bajo su piel morena. La sensación de inclinarse sobre Sanji y besarlo era tan intensa que Zoro sentía como si se estuviera hundiendo. Lo deseaba tanto en ese momento, hasta desfallecer. Quería deslizar su lengua sobre la piel lechosa que no había sentido durante un año, quería cepillar el sedoso cabello rubio de Sanji con sus dedos, quería poner el cuerpo de Sanji encima de él y mirar esos hermosos ojos azules mientras lo cabalgaba en un vaivén eufórico.

Pagaría sólo por un beso. Por tan sólo un momento para tener el cuerpo del rubio contra el suyo. Podría sobrevivir otra semana si tan sólo pudiera sentir ese cabello rubio rozar su mejilla al menos una vez.

De repente, los ojos de Sanji se abrieron y se encontraron con los suyos lentamente. Zoro se sintió un poco vulnerable mientras miraba esos profundos océanos. Seguramente a Sanji le molestaría despertar y encontrar a Zoro observándolo mientras dormía.

—Hey...—dijo con incertidumbre.

Sanji se sentía como un idiota. ¿Por qué se había dormido usando la sudadera de Zoro? Ahora el aludido pensaría que era un maldito anormal.

—Um… hola—respondió, avergonzado.

Sanji se sentó y frotó sus ojos. Seguramente se había sonrojado notoriamente por el calor en sus mejillas. Gracias a Oda que la habitación estaba parcialmente oscura y quizá Zoro lo habría pasado por alto. Se apresuró a sacar los brazos de las mangas.

—Lo siento, —susurró—estaba haciendo mucho frío y esto fue lo único que logré alcanzar.

—No te preocupes, —dijo Zoro—solías pedirme prestada ésa todo el tiempo.

Sanji se detuvo y bajó la mirada.

—Bien...Gracias.

Zoro se encogió de hombros y miró con la boca seca cómo las mejillas de Sanji se tornaban carmesí. Apretó el filo de la silla para evitar reírse del rubio.

Después de unos cuantos minutos de silencio incómodo, Sanji le frunció el ceño.

—¿Cómo es que estás aquí? ¿No las visitas se acaban a las… ocho o algo?

“Oh mierda… ¿cómo le explico eso?...” Zoro apretó la mandíbula y decidió decirle la verdad a medias.

—Bueno, um… mientras estabas inconsciente unos cuantos meses, el doctor nos llamó a todos y discutió con nosotros la posibilidad de que tú… um…

Sanji hizo una mueca.

—¡¿Qué?! ¡¿La posibilidad de que yo qué, Zoro?!—Sonó más como un grito de lo que pretendía.

Zoro miró a Sanji.

—¡La posibilidad de que tú nunca despertaras, idiota!

Sanji se retractó:

—Lo siento—murmuró después de un momento.

—Está bien, —Zoro colocó una mano sobre su boca—. De todas formas, nos dijeron que uno de nosotros tenía que ser el que… um… tirara del enchufe… si tu...cerebro dejaba de funcionar o algo…

Sanji ensanchó los ojos. Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que las personas a su alrededor estuvieran planeando su muerte. Once meses era mucho tiempo.

—¿Ellos no...—comenzó—, tú fuiste el único?

Zoro bajó la mirada y asintió.

—¿Te gusta... ser voluntario o algo?—Sanji comenzaba a ponerse paranoico. ¡Zoro había tenido su vida en sus manos y Sanji ni siquiera podía recordarlo!

Zoro volvió a mirarle y sacudió la cabeza rápidamente.

—¡No! ¡No! De hecho es todo lo contrario...

Sanji frunció el ceño y cruzó los brazos. Odiaba hablar de eso. Siempre se sentía terriblemente mortificado de haberles hecho pasar a sus amigos un año tan oscuro. Él era un chef, alguien que esperaba hacer feliz a la gente. Era el que tenía el don de apoyar a los demás; ¡apoyar mucho a los demás! ¡Amaba las miradas en los rostros de las personas cuando comían su comida! Hacer que las personas estuvieran tristes o preocupadas, iba en contra de sus esfuerzos. Era tan jodidamente débil y había causado tanto dolor y angustia que lo hacían enfermar.

—¿Entonces, cómo demonios terminaste involucrado con ese trabajo?

Zoro comenzó a ponerse inquieto y a mirar a todos lados excepto a Sanji.

—Um… bueno, los doctores nos dijeron que tú me habías escogido. Habías firmado un formulario diciendo que yo tenía la decisión por si algo así te sucedía.

Sanji miró al peliverde como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

Zoro se hubiera reído de la expresión si el tema no hubiera sido tan serio. Miró el rostro de Sanji mientras el hombre cambiaba de expresiones entre sorpresa, negación, incredulidad, confusión y finalmente, aceptación. Esperó pacientemente sentado en la silla con el corazón latiendo violentamente en su pecho.

Finalmente, Sanji miró a Zoro y dijo las palabras que gritaban en su cabeza.

—¿Tú… alguna vez pensaste…

—No, —Zoro dijo inmediatamente—ni una sola vez pensé en hacer eso.

Sanji asintió pensativamente.

—Bien… bueno… creo que escogí bien, ¿eh?

Zoro sonrió suavemente y también asintió.

—Sí, lo hiciste.

El rubio miró pensativamente a Zoro por unos segundos, y el aludido se doblegó ante su mirada. No había ni una maldita forma de que fuera capaz de sentarse ahí con los ojos de Sanji sobre él de esa manera y no empezara a sentirse mal, molestarse, o algo. Se levantó de pie rápidamente, retorciéndose las manos.

—Sé que esta semana ha sido difícil, Sanji—dijo Zoro, recogiendo su chamarra y buscando entre los bolsillos—. Así que te traje algo que te hará sentir mejor.

Sanji suspiró:

—No creo que haya algo que tengas que pueda levantarme el ánimo justo ahora, Zoro.

—Oh sí, claro que lo hay…

Sanji comenzó a frustrarse de nuevo.

—¡No, no lo hay! ¡Joder, no puedo caminar, Zoro! ¡Y quizá no vuelva a caminar nunca! ¡Mi vida está arruinada en lo que respecta! Así que es inútil que vengas con alguna clase de...—la voz de Sanji se fue apagando mientras miraba la caja pequeña que Zoro sacaba de su bolsillo.

—Oh, mierda...—Sanji suspiró.

Zoro sostenía en su mano un paquete de Marlboro Rojos; los cigarrillos favoritos de Sanji. Su visión se enfocó en la pequeña caja rojo y blanco. El resto del mundo desapareció y la boca de Sanji comenzó a babear.

Tendió su mano.

—Dame, —dijo.

Zoro sacudió la cabeza negativamente.

Sanji regresó a la realidad y miró a Zoro.

—¿Me das… por favor?

Zoro sacudió la cabeza de nuevo.

Sanji se acercó lo más que sus brazos pudieron soportarlo y le gritó al hombre delante de él:

—¡Jódete Zoro! ¡¿Qué intentas hacer?! ¡¿Matarme?!

Zoro se dirigió a la ventana y se sentó sobre el amplio alféizar. Le quitó el plástico a la pequeña caja y le dio unos golpecitos en su palma, embalando el tabaco como sabía que Sanji siempre lo hacía. Lo hizo lentamente, consciente de la mirada voraz de Sanji en su rostro.

—No te daré esto por nada...—comenzó Zoro.

—¿Qué demonios quieres?—Preguntó Sanji, sus ojos no se apartaban del paquete.

Zoro colocó el paquete detrás de él para poder tener la completa atención de Sanji. Cuando el rubio miró hacia arriba con una mirada endemoniada, cruzó los brazos.

—Quiero que camines hasta aquí y los tomes.

Sus manos arañaron el apoyo de la silla y sus labios se abrieron para mostrar sus dientes.

—¡¿Cómo... te... atreves?!… ¡¿Te diviertes conmigo, imbécil?! ¡¿No crees que si pudiera hacerlo, ya te habría pateado el trasero fuera de esa ventana, estúpido?!

Zoro se movió lentamente y deslizó el paquete de cigarrillos hacia el centro del alféizar. Avanzó hacia Sanji y se arrodilló junto a la silla. El rubio intentó golpearlo, pero Zoro atrapó fácilmente su brazo. Respiraba con dificultad y sus ojos tenían un aura asesina. El espadachín se acercó a él y le murmuró suavemente:

—Sanji, he conocido a mucha gente en mi vida y tú eres de lejos, el más grande imbécil con el que me he cruzado. Eres molesto hasta la mierda y un dolor gigante en el trasero. Eres una nenaza y el hecho de que planches tus jeans me hace querer matarte a veces. Pero también eres el mejor amigo que he tenido… ¿Sabes por qué? Porque tú eres la única persona en el mundo que es tan obstinada como yo. Nadie más es capaz de aguantar mis estupideces como lo haces tú. Te he visto herido y ensangrentado y aun así te has levantado después de un torneo de Savate que hubiera matado a una persona normal. Te he visto de pie en la calle fumando un cigarrillo con una mano rota como si no fuera nada después de defender a Chopper.

El rostro de Sanji se había suavizado mientras escuchaba al peliverde hablar. La mano del espadachín se había apartado de su muñeca para apretar su mano fuertemente.

—Tú nunca te rindes en nada o nadie nunca… así que ahora, yo no me rendiré contigo. ¿De acuerdo?—Zoro se levantó, aun tomando de la mano a Sanji—. Son tres pasos y medio para llegar a la ventana. Te ayudaré, estaré justo aquí. Puedes apoyarte de mí. Pero lo vas a hacer. Vas a salir de este estúpido miedo tuyo y lo enfrentarás como un hombre. ¿Me entiendes?

Sanji miró a Zoro con sus sentimientos muy confusos. Ese hombre provocaba emociones en su vientre que no había sentido en años: inspiración, coraje y temor… en ese momento, entendía lo que más le gustaba del espadachín. Le recordaba a Zeff, su padre. El viejo mierdoso había muerto varios años atrás y había dejado a Sanji con una gran suma de dinero para el colegio y la escuela de cocina en el extranjero. Lo extrañaba tremendamente. Tenía la misma energía intensa que Zoro poseía, la misma aura poderosa que había llamado la atención de Sanji cuando había visto por primera vez al peliverde. Y eso sin olvidar que Zoro lo jodía tanto como su padre lo hacía.

Sanji apretó la mandíbula y tomó fuerza de las palabras de Zoro.

—Está bien, —murmuró—está bien, hagámoslo.

Zoro ayudó a Sanji a ponerse de pie en silencio. Había sido un poco más tedioso de lo que originalmente tenía previsto, pero había funcionado. Reconocía la mirada en Sanji. Era como lucía cuando intentaba hacer un nuevo platillo, o una nueva combinación de movimientos. Zoro sentía que su espíritu se levantaba con esa mirada. Era mucho mejor que la que había tenido la última semana, y miles de veces mejor, que el desdén que le había mostrado a Zoro minutos antes.

Deslizó el brazo de Sanji alrededor de su musculoso cuello y el rubio apretó el hombro del espadachín con muchísima fuerza. Sus piernas ya estaban temblando y el sudor comenzaba a empañar su frente. Sabía que sería doloroso, pero Zoro tenía mucha confianza en él. Sintió que una de las manos de Zoro se enredaba en su cintura y la otra tomaba la mano de Sanji en su hombro.

—¿Estás listo?—Le preguntó Zoro en el oído.

—Sí. —Murmuró.

Pero entonces, el paisaje sin forma se levantó de nuevo ante los ojos de Sanji. El mareo y las náuseas lo abrumaron y sus rodillas se doblaron.

—¡Sanji!—Zoro lo atrapó y lo levantó de nuevo. Su voz era suave y paciente—. Enfócate. Enfócate en el alféizar de la ventana. Enfócate en tus cigarrillos. ¿Puedes verlos?

Sanji levantó la mirada intentando ver únicamente el paquete rojo y blanco que estaba enfrente de él. Intentó enfocarse en el barítono tranquilizador de la voz de Zoro. El paisaje alrededor de él comenzaba a solidificarse y regresaba a ser el piso de mosaicos de la habitación del hospital.

—Sí—Sanji suspiró—. Puedo verlos… No me sueltes, ¿de acuerdo?

—Nunca—susurró Zoro—. Estoy justo aquí.

Los ojos del rubio se enfocaron el paquete de Rojos. Intentó concentrarse de nuevo y olvidar todo alrededor de él. Sólo el paquete y la voz de Zoro. Su mano libre se estiró para tomar la gruesa tela de la camisa de Zoro. Su respiración se aceleró junto con su corazón mientras los constantes latidos hacían eco en sus oídos. El pie derecho primero. Sus patadas con el pie derecho siempre eran las mejores porque era su pie dominante. El pie izquierdo sería el pie que se quedaría en el piso. Sí. Daría su primer paso con el pie derecho.

Colocó todo su peso sobre su pie izquierdo, pero un dolor al rojo vivo  casi lo hace gritar mientras se disparaba por su costado. Jadeó con dolor, pero la voz de Zoro estaba ahí, tranquilizándolo y dándole valor. Halló fuerza de nuevo y arrastró lentamente su pie hacia adelante. Colocó su peso del lado derecho y arrastró el pie izquierdo para encontrar el derecho. Cerró fuertemente los ojos para tratar de calmar el dolor crujiendo desde sus pies hasta su espalda baja.

—¡Sanji… Sanji!—Escuchó a Zoro decir—. ¡Eso fue un paso!

Las lágrimas habían comenzado a deslizarse por las mejillas de Sanji y sus respiraciones se convirtieron en suaves sollozos.

—Joder, Zoro...—jadeó—. Duele… ¡Por Oda, duele!

Zoro se acercó a él y le susurró al oído, no muy diferente a cómo un amante le susurraba a una virgen inocente en la cama la primera vez. Sanji abrió los ojos y se enfocó en sus cigarrillos de nuevo. La voz de Zoro tintineaba en su oído, calmándolo y dándole fuerza. No le fallaría a su amigo. No le fallaría al amigo que creía firmemente en él.

Sanji visualizó un ring de Savate. Las gradas estaban vacías y la oscuridad rodeaba la plataforma. Su oponente se hallaba cruzando del otro lado, vestido de rojo y blanco. Se burlaba de él, diciéndole que nunca podría ganar, que él era el campeón. Zoro permanecía detrás de las cuerdas, con los brazos cruzados y una mirada alentadora en silencio. Sanji se enfocó de nuevo en su enemigo. Pensó en sus ataques favoritos y avanzó. Se impulsó sobre sus pies, saltando sobre sus manos, doblando y girando su espalda para hacer caer la cabeza de su enemigo bajo sus pies. El dolor sacudió su cuerpo por completo y su visión se puso roja. Pero vio a su oponente derrotado, vio al rojo y al blanco caer sobre el piso.

Y Zoro estaba ahí, sosteniendo sus caderas mientras le hablaba suavemente y el rubio sollozaba incontrolablemente. Estaba sentado en el alféizar de la ventana apoyado en el cristal. Zoro estaba cerca, podía ver las pequeñas cicatrices en sus mejillas mientras le hablaba.

—¿Sanji? ¿Sanji estás conmigo de nuevo?—Zoro miró sus ojos.

El rubio sentía las lágrimas caer de sus mejillas y de la mano que cubría su boca. Asintió suavemente y sollozó.

—¿Qué pasó?—Preguntó con voz ahogada.

Zoro sonrió y quitó sus manos. Retrocedió unos cuantos centímetros y le murmuró con felicidad:

—¡Caminaste hasta la ventana, eso fue lo que pasó!

Sanji respiró profundamente y comenzaron a salir más lágrimas de sus ojos.

—¿En serio?—Lloró.

Zoro asintió y se sentó al lado de su amigo. Tomó el paquete de cigarrillos y abrió la ventana.

—Caminaste en una especie de trance—explicó mientras abría el paquete y sacaba un encendedor—. Pero lo hiciste solo. Yo sólo te apoyé y te subí al alféizar para que no te cayeras.

Sanji limpió sus ojos y tomó el cigarrillo que Zoro le había tendido. Lo colocó entre sus labios y se inclinó hacia adelante mientras Zoro prendía el encendedor. Succionó el humo que inmediatamente inundó sus pulmones del exquisito adormecimiento de la nicotina… y de unas violentas ganas de toser.

Exhaló, ahogándose y tosiendo mientras sus pulmones ardían y sus ojos se humedecían. Sanji no podía evitar reír. No se había sentido así desde que había empezado a fumar cuando tenía trece.

—¿Sabes?, —comenzó a decir Zoro a su lado—creo que verte tosiendo con un cigarrillo es la cosa más jodidamente extraña que he visto.

Sanji rió de nuevo.

—¿Cómo crees que se siente para mí?—Tomó otra calada y exhaló ésta última con más clase.

Se sentaron juntos en el alféizar mientras Sanji fumaba dos cigarrillos más. Cuando casi había terminado el tercero, colocó su cabeza sobre el hombro de Zoro.

—Gracias...—dijo casi inaudible.

Zoro pateó la pierna de Sanji gentilmente y gruñó.

—De nada.

 

 

Notas finales:

Dios mío, pero qué hermoso *-* vamos Zoro, tú puedes xDDDD.

Siento mucho la demora con este capítulo, pero más vale tarde que nunca xD, muchas gracias por seguir esta hermosa historia <3

Nos vemos en el próximo capítulo :)

 

Recuerden dejarle su opinión al autor, estará muy agradecido de ver que su historia les está gustando a ustedes, ¡¡muchas gracias por leer!!

 


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