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Memorias por LunaPieces

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Notas del capitulo:

Memorias: Capítulo 9

Pareja principal: Zoro x Sanji
Género: Angst/Romance
Rating: M
Autor Original: StarkBlack
Traductora inglés: Shin D. Kanau
Beta: LunaPieces

 

Hemos vuelto, no estamos muertas, no todavía xD, lamento el enorme retraso en cuanto este fic, muchas personas ya comenzaban a preguntarse si algún día actualizaríamos y pues aquí estamos de nuevo actualizando, aunque el retraso de nuevo se debe a mi culpa, les pido una disculpa enorme.

Sin más el capítulo 9, disfrútenlo, esta historia seguirá actualizándose como lo habíamos dicho al principio, de no ser así, se dará aviso.

 

Memorias: Capítulo 9

 

Sanji sacudió el encendedor para prender su cuarto cigarrillo mientras se abrochaba la parte superior de su camisa espontáneamente. Al succionar el humo del cigarrillo, se preguntó si el hormigueo que estaba sintiendo en las extremidades se debía al efecto de la nicotina, o si en realidad se le estaba subiendo la adrenalina. El rubio sabía que Zoro lo llevaría a alguna parte que era de lo más ilegal y peligrosa y eso electrificaba todos los nervios de su cuerpo. Tenía que darle puntos al espadachín por no ser nada aburrido.

Se miró en el espejo. Había encontrado unos jeans negros, una camiseta negra y una camisa negra de manga larga que hacían juego. Lucía bastante bien, no tan bien como Zoro, pero definitivamente era sexy a su manera. Mientras se giraba rápidamente para revisar los jeans desde atrás, se preguntó por un instante si a Zoro le gustaría ver esos pantalones en él. Acentuaban maravillosamente bien sus curvas y hacían lucir sus piernas más largas.

No era que le importara lucir bien para Zoro o que le importara que el espadachín de mierda lo viera de esa forma. En realidad no quería ese tipo de atención de parte de otro hombre. Para nada.

Sanji dio un vistazo más a su cuerpo mientras sus pensamientos se adentraban más y más en territorio enemigo. Nunca había pensado en cosas tan simples como que Zoro le encontrara atractivo. Era obvio que sí, si los dos habían estado juntos, pero nunca se le había ocurrido antes.

¿Acaso el espadachín pensaba las mismas cosas que él cuando miraba a las chicas? ¿Le gustaba la curva de sus caderas? ¿Le gustaba el color de sus ojos o cuando su cabello caía sobre su rostro? ¿La forma en la que hablaba o caminaba? ¿Los chicos gays pensaban ese tipo de cosas? ¿O era más primitivo y menos poético?

Cuando no había mujeres en la ecuación, ¿cómo podía ser todo romántico? Sin una mujer allí no había curvas suaves ni piel sedosa para tocar; no había cabello para acariciar. No había suaves y femeninos suspiros que te dieran pistas de dónde tocar. No había razón para ser gentil o afectuoso con un hombre, ¿o sí? ¿Zoro había sido gentil con él? Lo dudaba. No parecía ser así… pero entonces… en el hospital… esas manos… y esa sonrisa amable… su voz suave…

¿Había sido como una mujer con el espadachín? ¿Había suspirado y gemido con sus caricias? ¿Su cuerpo había sido acariciado y adorado como él lo había hecho con todas esas hermosas mujeres?

¿Zoro pensaba que él era hermoso?

No… eso era ridículo… un pensamiento absurdo. ¿En qué estaba pensando de por sí? ¿Por qué tenía que importarle lo que Zoro pensara de él? El bastardo de cabello verde era tan atractivo como para ser un modelo de Calvin Klein en un abrir y cerrar de ojos. Sanji no tenía nada en contraste con Zoro; palidecía en comparación al físico del espadachín. Era tan delgado y huesudo que casi se le veían las costillas a través de sus camisetas. Nunca había podido broncearse y aunque se cubriese con botellas de bronceador, todo lo que conseguía eran quemaduras. En cambio Zoro tenía todos esos fuertes músculos y esa piel morena… esos ojos profundos y esa sonrisa asesina… Nadie debería tener permitido ser tan sexy…

Mierda. Se acababa de referir a Zoro como sexy…

—Oye, ¿estás listo? —La voz de Zoro interrumpió los pensamientos de Sanji.

Sanji asintió distraído y le dio la espalda espejo. Los ojos de Zoro lo miraban extrañado, con la misma mirada que le había dirigido varias veces en el hospital. Desde las profundidades de su traicionera mente y sin que pudiera evitarlo, Sanji soltó:

—¿Cómo me queda?

Transcurrió un momento incómodo para Sanji mientras Zoro lo miraba estúpidamente. El espadachín había perdido el habla, parpadeando ahí de pie.

¿Por qué importaba lo que Zoro pensara? ¡No tenía que haber ninguna diferencia! ¡No debería importarle! Pero mierda, sí. Le importaba. Sanji se dio cuenta de pronto que la opinión de Zoro le importaba un montón. Quería que le dijera que lucía bien, que lo encontrara tan sexy como él encontraba a Zoro.

Pero el espadachín sólo le miraba con una expresión que indicaba que la pregunta era absurda. Sanji estaba actuando ridículamente, como una mujer y el otro obviamente no sabía cómo responder.

—Lo siento, —Sanji se dio la vuelta—no sé por qué pregunté. No debí…

—Solías preguntarme eso… —interrumpió Zoro suavemente—, cada vez que te vestías para una cena importante, cuando íbamos a un buen lugar o a donde fuera. Siempre me preguntabas lo mismo.

El rubio se volvió y metió las manos lentamente dentro de sus bolsillos. Podía sentir sus mejillas calentándose e intentó esconderse bajo sus rubios cabellos.

Zoro se recargó en el marco de la puerta y colocó un pulgar detrás de la correa del gran estuche colgado sobre su hombro. Sanji podía escuchar su sonrisa mientras continuaba—. Siempre preguntabas, incluso pienso que siempre sabías lo que yo iba a decir. Me volvía loco.

Sanji sonrió también pero sin levantar la vista—. Parece que lo hacía mucho.

—¿Qué? ¿Volverme loco?

Sanji asintió.

—Cada día, —rió Zoro. Sanji lo escuchó alejarse de la puerta y caminar hacia el clóset—. Pero estoy bastante seguro de que yo también “te volvía loco” todo el tiempo.

—Puedo ver eso —murmuró Sanji mientras veía a Zoro agacharse para buscar dentro de un cajón inferior del armario. Sacó un par de sandalias negras y se las entregó a Sanji.

—¿Para qué son éstas? —Preguntó confuso.

—No se permite usar zapatos —le sonrió Zoro—. Quiero decir, puedes usar zapatos, pero Yosaku te hará quitártelos en la entrada.

Sanji cerró los ojos e intentó comprender lo que Zoro decía—. Zoro… ¡¿Tienes idea de qué tan loco de remate suena eso?! ¡¿Qué mierda significa que no puedo usar zapatos?! ¿Quién coño impuso esa regla?!

—Tú lo hiciste —Zoro dejó las sandalias en el piso y se dirigió a la entrada—. Sólo confía en mí en esto. Póntelas y vámonos.

Sanji se tiraba de los cabellos mentalmente. Después de comprender que podía encontrar atractivo a Zoro, se dio cuenta de que éste no pensaba de la misma manera de él, y por último, le había dicho que no podía utilizar zapatos a donde se dirigían, su paciencia se estaba agotando y sus emociones se precipitaban peligrosamente. Decidió no discutir por primera vez y deslizó los pies en las sandalias antes de seguir a Zoro por el pasillo. El espadachín se detuvo y sacó la chaqueta negra de Sanji del armario del pasillo, buscando en una de las repisas de arriba.

—¿Qué estás buscando? —Preguntó Sanji.

—No estoy buscando algo —gruñó Zoro—sólo intento sacar esto sin provocar una avalancha.

Desde las profundidades de la repisa superior, Zoro extrajo un casco de motocicleta azul con negro y se lo lanzó a Sanji. El rubio lo tomó y frunció el ceño.

—Um… ¿Por qué necesito esto?

Zoro sonrió y abrió la puerta de la entrada—. Porque es ilegal conducir sin uno de esos.

Los ojos de Sanji se abrieron como platos—: ¿Tienes una motocicleta?

—Así es.

—¿Cómo es? 

Entraron al elevador y Zoro se recargó en el pasamanos con una sonrisa de autosuficiencia—. Es una Yamaha. Quería una Hayabusa, pero era un poco cara.

Sanji intentó no babear mientras se dirigían al garaje.

Cerca del área del estacionamiento, había varias cosas cubiertas. Zoro se dirigió hacia la última de la fila y le quitó la funda de encima a una R6 de color plata y carbón. Los ojos del rubio casi se caen de sus cuencas al contemplar la brillante estructura.

—¿Por qué demonios no dijiste nada de esto? —El tono de voz de Sanji era absurdamente agudo—. ¡¿Tienes una R6 y no alardeas de ella?!

Zoro quitó el freno de las ruedas y colocó su estuche de espadas en el maletero trasero hecho a la medida. Miró a Sanji tímidamente antes de agarrar su propio casco negro del asiento—. Aunque pienso constantemente en todo lo que olvidaste, a veces olvido que tú… olvidaste cosas… ¿Me explico?

Sanji quitó sus ojos de la motocicleta y asintió—. Sí, un poco. Es fácil olvidar los detalles menos importantes—. Mientras veía a Zoro montar el asiento, un pensamiento se le cruzó por la cabeza:

—¿Zoro?—Preguntó.

Zoro levantó la vista—: ¿Hm?

—¿Te la pasas pensando todo el tiempo en que perdí la memoria?

Zoro desvió la mirada rápidamente y fijó la vista en el pavimento—: Por supuesto que lo hago, estúpido… Es lo único en lo que pienso…

Sanji no estaba seguro de qué decir al respecto, así que se acercó y se subió a la motocicleta sentándose detrás del espadachín. Se acomodó, pero antes de que pudiera ponerse su casco, el espadachín lo miró por encima del hombro.

—Sanji… —dijo suavemente.

—¿Sí? —El rubio levantó la vista y de pronto se dio cuenta de la casi provocativa posición en la que se encontraban. Se sonrojó un poquito e intentó no pensar en lo increíblemente sexy que era esa vista particular de Zoro.

El peliverde sonrió y se puso su casco.

—Siempre te ves increíble.

El rostro del rubio prácticamente se encendió en llamas y se colocó el casco en la cabeza para ocultarlo.

—Gracias. —Masculló.

Zoro soltó una risita y prendió el motor.

Mientras aceleraban por las calles del centro de Seattle, Sanji sintió que su incomodidad crecía cada vez más. Su pecho rozaba la espalda de Zoro y sus muslos se frotaban contra las caderas del hombre cada vez que giraban por una curva o pasaban por un bache. Tenía los brazos alrededor de la cintura del espadachín, pero era más para evitar que su entrepierna se frotara contra el trasero de Zoro que para mantenerse estable.

Los pensamientos de Sanji se debatían dentro de su cabeza. Una parte de él se avergonzaba por estar tan apretado contra Zoro. Una pequeña voz proveniente de algún lado le gritaba que eso estaba muy mal y rogaba porque Zoro los llevara rápidamente a su destino para poder desenredarse de su cuerpo. Pero otra parte de él, una muy suave, una voz muy persuasiva, le sugería cosas como las que un amante le susurraría en el oído. Decía que si aflojaba los puños, podría sentir el movimiento de los músculos del torso de Zoro bajo su camiseta cuando se movían y flexionaban. Que si relajaba sus caderas y se deslizaba hacia adelante, sentiría la firmeza del perfecto trasero de Zoro contra sus partes más sensibles y se sentiría exquisito. ¿Cuál era el problema? A Zoro le gustaría. ¿Qué era lo que lo detenía?

Sanji no podía entender lo que le estaba sucediendo. Sí, Zoro y él se habían conocido por un par de años, pero para él habían sido sólo un par de semanas. ¿Qué estaba provocando ese cambio? ¿Por qué Zoro, un hombre – un hombre – que había conocido tan poco tiempo, le afectaba tanto? ¿Qué era lo que pasaba con ese espadachín que lo arrastraba hacia él como las olas eran atraídas hacia la costa?

Apretó los ojos y lentamente, muy lentamente, cuando Zoro arrancó tras haberse detenido en un semáforo, relajó su cuerpo y lo apoyó completamente en la espalda del otro hombre. Sus caderas encajaron con las de Zoro y sus brazos apretaron más la musculosa cintura. Sintió la muy obvia rigidez del cuerpo del espadachín y la leve, casi indetectable interrupción en su desplazamiento. Sanji lo ignoró, sólo quería saber qué sentía Zoro, o más bien, cómo se sentiría él si bajaba la guardia ante el otro hombre. En la motocicleta, en medio de la noche mientras volaban a través de las calles y el viento hacia el hablar imposible, Sanji podía probarse a sí mismo sin ser interrumpido o tener que dar explicaciones.

Estaba aturdido por su descubrimiento. Mientras se relajaba sobre el cuerpo de Zoro, su corazón parecía desacelerarse y mantener un fuerte y constante latido. Su tensión iba desapareciendo a medida que el calor del espadachín lo envolvía, unas manos invisibles lo relajaban y su alma se fortalecía, el cocinero se perdió en la tranquilidad que encontró al entregarse. Su cuerpo encajaba perfectamente en las pendientes y las depresiones de la espalda del peliverde. De repente deseó esconderse en ese increíble calor y dormir por el resto de su vida.

Pero el momento fue interrumpido cuando Zoro entró en el estacionamiento y apagó el motor de la motocicleta. Sanji se mantuvo en su lugar hasta que el otro se enderezó y se quitó el casco.

—Sanji… —susurró Zoro—. Sanji, llegamos.

—Lo sé —masculló el cocinero—. Sólo… dame un segundo.

El peliverde permaneció en silencio unos momentos antes de soltar una risita nerviosa y tirar de la manga de Sanji.

—No recuerdo haberte visto asustado de subirte a una motocicleta antes.

—Estúpido cabrón. —No estoy asustado, imbécil… yo… sólo… no lo sé… lo siento. —Sanji alejó sus manos del otro y se quitó el casco, levantó la pierna y se puso de pie—. ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?

—Es un club —dijo Zoro sin mirarlo. De hecho, el hombre parecía mirar desesperadamente a cualquier lugar menos al rubio.

—¿Un club? —Preguntó Sanji confuso—. ¿Por qué no puedo usar zapatos en un club Zoro?

—Lo verás en un minuto, pero primero… —Zoro se detuvo y pasó una mano por su cabello.

Fue entonces cuando Sanji se dio cuenta de que las manos del espadachín estaban temblando. ¿Zoro? ¿Temblando? El cocinero se dio cuenta de que si su experimento con la moto le había afectado tanto a él, era imposible saber lo que Zoro había sentido. Comenzó a sentirse como un cabrón y abrió su boca para disculparse de nuevo, pero Zoro habló primero.

—Hay un par de cosas de las que necesitamos hablar antes de que entremos.

Sanji parpadeó y lentamente asintió con su cabeza—. Está bien. ¿Cómo cuáles?

Zoro suspiró y colocó sus manos en el casco. —Tú y yo somos muy conocidos aquí, así que mucha de la gente que te hable sabe lo de… nosotros.

Sanji gruñó internamente pero no dijo nada y asintió nuevamente.

—Este lugar está lleno de matones y otros tipos que no nos tienen demasiada estima. Sería muy peligroso si alguno de ellos se enterara de que perdiste la memoria. Intentarán usarlo en nuestra contra. Tienes que entender que la imagen y la reputación lo son todo en este lugar. No puedes dejar que nadie sepa que tienes amnesia, Sanji… nadie. ¿Entiendes?

Sanji dejó su casco en la parte trasera de la motocicleta y sacó su cajetilla. La idea de tener que pretender estar con él espadachín le molestó por un momento. Pero rápidamente desvió ese pensamiento para contemplarlo más tarde. No estaba listo para cruzar ese puente aún, era demasiado pronto. Necesitaba más tiempo para considerar las posibilidades en su cabeza.

Sanji asintió una vez más mientras encendía un cigarrillo e inhalaba temblorosamente—. Sí, entiendo...

—¿Puedes hacer esto? —Preguntó Zoro—. ¿Estarás bien? Esto significa que no le puedes reclamar a nadie que diga algo sobre nosotros, que voy a tener que tocarte de vez en cuando y que no puedes actuar como si yo fuera venenoso…

—Sí, —dijo Sanji roncamente mientras soltaba una bocanada de humo—. Voy a estar bien. —Podía fingir por una noche. Incluso podía usarlo en su beneficio. ¿Quería experimentar? Entonces podía experimentar—. Así que, ¿cuándo me vas a explicar qué está pasando?

—Es más fácil mostrártelo—dijo Zoro mientras se levantaba de la motocicleta. Se dirigió a la parte trasera de la moto y tomó su estuche del maletero—. Podría explicártelo, pero sería más fácil para mí llevarte hasta allí sin más.

Sanji comenzó a sentir un hormigueo en las puntas de los dedos de las manos y pies. Su corazón comenzó a acelerarse mientras regresaba por completo la adrenalina que había sentido antes.

El rubio miró el estuche que tenía una forma extraña y siguió los pasos de su amigo.

—Entonces, ¿qué hay en el estuche?

Zoro sonrió y lo miró por la comisura del ojo—. Mis espadas.

—¡¿Tus espadas?! Espera. ¿QUÉ?

XXXXXX

...

Zoro intentó disminuir los latidos erráticos de su corazón mientras encadenaba los cascos a la motocicleta y guiaba al rubio por el estacionamiento hacia el club. Aún podía sentir los brazos de Sanji alrededor de su cintura, el maravilloso calor emitido por el cocinero envolviendo su cuerpo; la sensación de sus muslos presionando los suyos propios… Había sido más de lo que podía aguantar. Había querido detenerse sin más, girarse y enrollar esas largas piernas alrededor de él, quitarle el casco al rubio y enterrar las manos en su cabello mientras se deleitaba con la pálida piel de su cuello. Sintió que podía volar cuando los brazos de Sanji lo habían sujetado más fuerte y tuvo que evitar que una de sus manos dejara el manillar para entrelazar sus dedos con los del cocinero.

Se había sentado a horcajadas sobre la motocicleta hasta reunir toda la fuerza de voluntad que poseía para controlar la enorme erección que lucía y lograr que desapareciera. No había podido ni mirar a Sanji mientras estaba allí de pie en toda su elegante gloria, fumando su cigarrillo y luciendo absolutamente follable. 

Zoro acomodó el estuche de las espadas en su espalda y se sacudió. Necesitaba tener la cabeza despejada esa noche… especialmente ahora que Sanji estaba ahí. Tenía que estar en su mejor forma para él, tenía que mostrarle lo que podía hacer…

Pasaron la larga fila de personas que se amontonaban al costado del edificio y caminaron directamente hacia las puertas dobles.

—¿Siempre hay tantas personas en este lugar después de la media noche? —Susurró Sanji a su lado.

—Este club no está vivo sino hasta después de las dos —contestó Zoro.

—¿Podemos pasar caminando por la puerta sin más? —Preguntó Sanji.

Zoro asintió y le hizo señas a un hombre con la cabeza rapada y párpados gruesos que estaba de pie enfrente de la puerta con un portapapeles. Estaba usando una chaqueta verde y una bandana roja, la camiseta negra que llevaba debajo decía “Staff” en grandes letras blancas. Cuando el portero vio a Zoro, su rostro se iluminó y le devolvió el saludo.

—Hey, ¡Yosaku! —Sonrió Zoro.

—¡Zoro! —Exclamó Yosaku—. ¿Qué pasó hermano? ¡Estuviste desaparecido como por tres semanas! ¿Dónde habí… —La voz de Yosaku se apagó cuando sus ojos enfocaron a Sanji. El hombre lo observó por un par de segundos y Zoro casi estalla de risa cuando vio la cara del cocinero. El rubio lo miraba inexpresivamente como solamente él podía hacerlo con un cigarrillo colgando de sus labios.

—¿S… Sanji? —Tartamudeó Yosaku—. ¿Realmente eres tú?

Sanji arrancó el cigarrillo de sus labios y soltó una larga corriente de humo—. ¿Quién demonios iba a ser, genio?

Por Oda, amaba a ese cocinero de mierda.

Yosaku sólo permaneció boquiabierto un momento antes de lanzarse hacia el rubio y envolverlo en un fuerte abrazo, levantando del suelo al hombre significativamente más pequeño.

—¡Mierda hermano! —Lloró el bravucón—. ¡No puedo creerlo! ¡La gente se va a volver loca cuando te vea! ¡¿Hace cuánto has vuelto?! ¡¿Cómo te sientes?!

Sanji se mantuvo serio mientras lo ponían en el piso de nuevo. Arregló su chaqueta y colocó de nuevo su cigarrillo en sus labios.

—He estado despierto desde hace un par de semanas, estoy de regreso en casa desde hace un par de días.

—¡Oh ho ho! —Yosaku le dio un codazo a Zoro en las costillas y su sonrisa se ensanchó—. ¡Ya veo! No es de extrañar que no hayas mostrado tu cara en un tiempo Zoro, ¿te has estado poniendo al día? ¿Verdad? Sé cuidadoso con nuestro chef, hermano, ¡no queremos que lo rompas cuando acaba de regresar!

Zoro intentó reír ante el obsceno comentario de su amigo y estaba eternamente agradecido de que Sanji sonriera con él. Lo que sucedió después llevó al espadachín a otra dimensión. Sanji se acercó a Yosaku y con una sonrisa murmuró en voz baja:

—No te preocupes por mí hombre. Él no es el único que tiene arañazos en la espalda.

Yosaku echó hacia atrás su cabeza y soltó una carcajada mientras a Zoro se le caía la quijada. El espadachín rápidamente se controló y esbozó una pequeña sonrisa antes de que su amigo pusiera un brazo encima de los hombros del rubio.

—¡Mierda, te extrañé Sanji! —El portero sacó un celular de su bolsillo y presionó el botón de marcado automático—. ¡Johnny! —El teléfono estuvo silencio unos cuantos segundos antes de que sonara un ruidoso “bip”, una emocionada voz y una estruendosa música a través del altavoz.

—¡Hey hombre! ¿Cómo va todo?

Yosaku habló por el altavoz:

—¡Tienes que salir amigo!

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—¡Sólo ven aquí afuera hombre! ¡Deja lo que sea que estés haciendo y trae acá tu trasero! —Colgó y metió el teléfono en su bolsillo—. ¿Así que ustedes están aquí por Enel?

Zoro aún estaba aturdido por el comentario de Sanji, pero la mención del campeón de boxeo lo regresó a la realidad. Había olvidado que Enel estaba en la ciudad ese mes. El espadachín le sonrió a Yosaku; era la noche perfecta para haber ido al club.

—Sí, algo así, —dijo Zoro —y quería traer a Sanji aquí para que los viera a todos. Estuvo jodiendo con eso todo el tiempo en el hospital.

—Muérete, yo no jodo —Sanji aplastó su cigarrillo en un basurero unos pocos pasos de allí—. Yo insulto en voz alta.

Cuando Yosaku empezó a reír otra vez, Johnny apareció en la puerta y esbozó una gran sonrisa al ver a Zoro. Se quitó de la cara los lentes de sol que siempre usaba y le dio un asfixiante abrazo al espadachín.

—¡Zoro, hermano! —Exclamó el hombre de cabello oscuro—. ¡Es bueno verte hombre! ¡Estuviste fuera una eternidad!

Yosaku quitó a Johnny de Zoro y lo volteó—. Tiene una excusa estupenda, amigo. ¡Mira a quién trajo con él!

Los ojos de Johnny vieron a Sanji y se quedó congelado. Zoro quería reír mientras los ojos se le llenaban de lágrimas al hombre intentando contenerlas y vio que el rubio era levantado del piso de nuevo con otro abrazo asfixiante.

—¡Oh por Oda, Sanji! —Lloró Johnny—. ¡Pensamos que eras hombre muerto y mírate ahora! ¡Te ves genial! ¡Te ves listo para patear algunos traseros! ¡Mierda, no puedo creer que estés aquí!

—Saben —gruñó Sanji—si todos me van a saludar como lo hicieron ustedes, me voy a casa ahora mismo.

Zoro gentilmente quitó a Johnny del cocinero y le dio una palmada en su hombro—. Los amamos chicos, pero si no entramos, voy atrasarme para la inscripción.

—¡Oh mierda! ¡Tienes razón! —Exclamó Yosaku—. ¡Lo siento hermano! ¡Entra!

Zoro se despidió de sus amigos con la mano y le hizo señas a Sanji para que lo siguiera dentro. El cocinero le siguió los pasos con las manos en los bolsillos. El espadachín se dio la vuelta y acercó sus labios al oído del rubio para que pudiera escucharlo ya que había un gran estruendo con la música.

—No puedo creer lo que dijiste allá.

Sanji sonrió y se rascó la barbilla. —Cualquier hombre se puede volver un buen actor después de ser un galán con las mujeres por más de diez años.

—Tú no has coqueteado con mujeres por más de diez años. —Zoro empujó el hombro del cocinero bromeando.

—Sí, —respondió Sanji—tienes razón, son como doce. Era un estúpido en la secundaria.

Los dos caminaron a través de las luces brillantes, el gentío y la palpitante pista de baile hasta la parte trasera del cuarto. Zoro se detuvo en el bar y se recargó en el mostrador para tomar un gran libro de cuero café. Pasó las páginas hasta llegar a la fecha actual y añadió su nombre a la lista. Después de haber terminado, volvió a colocar el libro en su lugar y se dirigió a Sanji.

—Bien—dijo Zoro—aquí es donde se pone peligroso. A partir de aquí, nadie es un amigo en verdad. En este negocio sobrevive el más fuerte. Quédate conmigo todo el tiempo, no te alejes de mi lado y actúa como si estuvieras en tu propia casa. ¿De acuerdo?

Sanji asintió y Zoro sintió un temblor que subía por su espalda al ver el brillo en los ojos del cocinero. Sabía que Sanji era brillante cuando se trataba de ese tipo de cosas, pero no podía evitar preocuparse. Ajustó la bandana de su frente y le sonrió al cocinero.

—Bien, hagámoslo.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Muchas gracias por su paciencia, nos vemos en el próximo capítulo :D


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