Navidad es catalogada por todo el mundo como la época más feliz del año, la temporada donde las familias se reúnen y conviven al calor de una casa llena de luces y una cena digna de un banquete que se sirve en las mejores fiestas.
¿Qué pienso yo? Que es la peor época.
No veo lo positivo en que una familia que se reúne después de ni siquiera dirigirse la palabra en los trescientos sesenta y cuatro días del resto del año, una cena que gasta más dinero del necesario y una casa que pareciera querer tomar la función de faro en una costa.
Me da lo mismo.
Mi día comienza a las cinco de la mañana, abrir los ojos cuando el reloj empieza a sonar, salir de la cama, tomar un baño y vestirse, dejarle comida a mi pequeña Beagle, que también es el segundo ser que realmente varia mi vida lo suficiente como para seguir caminando día a día, y finalmente, recorrer un trayecto de una hora para llegar a esa oficina que he aprendido a odiar en estos último cinco años.
—Mihael, de nuevo llegas tarde —ese hombre, mi jefe, tiene un desorden mental bastante grave, regañarme por llegar medio minuto tarde es patético.
—Ya, ya, lo siento —aún sigo preguntándome el por qué no me ha despedido si a cada contestación que le doy me responde con una mirada que bien podría decir que quiere matarme.
Después de un largo y tedioso medio día de trabajo donde arreglé un sinfín de cuentas de gente estúpida que empezaba a preocuparle el hecho de que estaban gastando de más, salí a las calles, descubriendo que, por fortuna, algo bueno estaba sucediendo en este día: estaba nevando.
La nieve es algo que surte un efecto relajante en mí, el verla caer poco a poco sobre el suelo hasta cubrirlo por completo me hace darme cuenta que, si hubiera alguien controlando todo eso, podría aplastarnos en un abrir y cerrar de ojos.
Las calles estaban atestadas de muchas personas, niños corriendo de un lado a otro, parejas melosas que provocaban empalagamiento de solo mirarlas y una que otra persona maldiciendo por no haber comprado los regalos antes o porque algo de la cena se había quemado. Echándome la chamarra encima empecé a caminar entre las personas, procurando el no chocar contra alguien que pudiera retrasar más mi camino.
En estos últimos días, mi rutina está empezando a agobiarme más de lo que debería, estoy hartándome de recorrer las mismas calles para ir a un empleo que odio, de ver en esa oficina a las mismas personas de siempre, de ver las mismas caras incluso en las tiendas. Estoy consciente de que es estúpido pero, realmente no puedo hacer nada. O tal vez sí.
No sé por qué decidí tomar un camino más largo hacia mi casa, las mismas expresiones que había visto en la calle anterior están en esta y el mismo abarrotamiento en las tiendas. Parece ser que la cotidianidad de mi vida está destinada a ir conmigo para el resto de mi vida, el mismo aburrimiento, lo seguiré cargando por siempre… Maldita sea el destino por contradecirme.
¿Qué hace un chico así parado en medio del gentío?
Mis ojos se desviaron hasta un chico de cabellos blancos y ropas del mismo color que se encontraba parado a lado de un poste, mirando con el mismo desinterés que yo miraba a las demás personas. No solo me intrigaba el hecho de que vistiera ropas tan ligeras en una tarde tan fría, ni los ojos grandes y grises que tenía, era el conjunto de todo. Era la primera vez que veía a alguien con un cabello tan blanco como la nieve que tuviera una apariencia tan joven, la primera vez que veía a alguien de piel tan pálida y que pudiera estar de pie. ¿Quién era ese chico? Y, sobre todo, ¿por qué carajo me interesaba?
Continué caminando, acercándome un poco más a él. Sus ojos se movieron entonces a los míos y de inmediato noté como cambiaron a lucir desenfocados y hasta asustados, lo vi dar un par de pasos hacia atrás, apegándose aún más al poste. Mi primer pensamiento fue el que era alguien con problemas mentales, eso explicaría muy bien el por qué vestía de esa manera, pero tras ver que sus movimientos no mostraban algo así, empecé a preguntarme la razón, ¿autista? ¿Persona perdida? Mi mente empezó a preguntarse si debería de hacer algo, si debía acercarme a preguntarle sí necesitaba ayuda, no es que sea alguien caritativo, solo que tampoco soy tan frío como para dejar a un niño ahí abandonado.
—¡Mello, ahí estás! —Desvié la atención del él cuando escuché la voz de mi único amigo, Matt.
Permanecí mirándolo por un tiempo antes de devolver la mirada al chico y estaba por preguntarle a Matt qué deberíamos hacer con él cuando él habló primero, exigiendo con esa tonta mirada que le hiciera caso.
—Al chico que está ahí —le dije, haciendo que por fin mirara a la misma dirección y me ayudara a decidir qué demonios hacer de una vez por todas.
Y entonces el día se puso más raro aún, ¿qué no lo veía? Sé que Matt es un bromista por naturaleza, que le gusta hacerme bromas en cualquier oportunidad que tiene pero, ahora, no parecía ser una broma. Tiende a desviar la mirada de mí cuando está mintiendo o jugando, cosa que no hacía en este momento, realmente me estaba mirando como si me hubiera vuelto loco.
«De cualquier forma no es problema mío. » Pensé, dándole un golpe en el hombro tras su comentario y echando a caminar sin apartar la mirada de aquel chico. Fue hasta que me rompería el cuello si seguí caminando viéndolo a él que volví la mirada al frente, intentando apartar el tema de mi mente de una vez por todas.
—¿Realmente no veías a nadie? —Me animé a preguntarle a Matt, tragándome una buena parte de mi orgullo.
—A muchas personas sí, pero a un chico en específico, no —respondió, bostezando sonoramente.
Aquella persona sobresalía de entre todas por lo que daba por hecho de que Matt lo habría visto de inmediato… ¿Entonces por qué no lo había hecho? Las cosas empezaban a acumularse dentro de mi mente, aquel chico parecía estar completamente solo, nadie más le dedicaba la mirada, lo pasaban de largo como si solo hubiera un poste. ¿Y si solo era un indigente o vago de por ahí? Eso explicaría bastante bien las cosas, la mayoría prefiere evitar a las personas así… Pero estaba demasiado limpio.
Carajo.
Agité la cabeza, intentando deshacerme del tema de una vez por todas.
—¿Te sientes mal Mell?
—Sólo estoy cansado, mi jefe me jodió toda la mañana —mentí, ¿qué caso tendría decirle algo si, supuestamente, no vio nada?
—Si te sigues peleando con él, te correrá.
—Como si me importara.
Lo escuché suspirar y soltar una corta risa—. ¿Por qué tomaste un camino más largo?
—Sólo quería caminar —murmuré de mala gana, el seguir pensando en eso me estaba molestando—. ¿Cómo carajo es que me encontraste?
—Ts, como si no supieras que puedo rastrear tu celular —murmuró, esquivando el golpe que le iba a dar.
—¿Tú no sabes que te puedo romper la cara?
—Sé que me amas, yo también.
A veces odio como es que puede hacerme reír en momentos donde mi mente está más revuelta que esta sociedad.
—Beyond llegará más tarde, promete que no lo querrás golpear —dijo, caminando de espaldas para quedar frente a mí.
—Si no me jode, no habrá problemas.
A él pareció bastarle la contestación por lo que empezó a caminar normalmente mientras que yo volvía de nuevo al mismo tema. Odio a mi mente y razonamiento pero…
Mañana volveré a tomar este camino.