Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Two Red Lines of Fate por Gumin7

[Reviews - 10]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Antes de nada: Mise, perdóname. Por ser especialmente para ti, quería subir este fic muy rápido, pero entre unas cosas y otras... ya sabes.

Bueno, aquí está la segunda y última parte de este fic. Sé que dije que tardaría poco, pero es culpa vuestra por creerme (?) No, ahora en serio. Esta parte me ha tenido pensando durante mucho tiempo y he cambiado cosas incontables veces. Así se ha quedado y espero que así os guste.

Algo que quiero que tengáis presente es que las explicaciones y aclaraciones de las acciones cometidas por sus respectivaos personajes van después de estas. Esto lo digo para evitar que en vuestras cabezas aparezca la frase: "Buah, esto no tiene sentido". Creedme, lo tiene.

Dicho esto, me disculpo, como siempre, por cualquier falta y espero que os guste mucho. También espero leer vuestras críticas constructivas, tanto buenas como malas, en los reviews.

        Al más bajo no le salió decir nada, así que se limitó a abrazar al otro un poco más fuerte, dándole a entender que él también lo echaría de menos. Sintió cómo Yo-ka, en un movimiento lento pero ágil, se separaba un poco de él, colocaba las manos en sus mejillas y unía sus labios en un tierno y casto beso.
 
        Shoya abrió mucho los ojos y enseguida puso sus manos en los hombros del contrario y lo apartó de él.
 
        —Yo-ka... —dijo negando con la cabeza, con una clara expresión de apuro en su rostro.
 
        Como única respuesta, el semi rubio le cerró cualquier vía de escape con los brazos, poniendo sus manos a cada lado del más bajo contra la pared del pasillo. Se quedó mirándolo fijamente y volvió a acercarse a él.
 
        »¡Yo-ka, estate quieto, por favor! —le pidió Shoya gritando, encogiéndose y cerrando sus ojos con fuerza.
 
        No abrió los ojos hasta notar como el otro se separaba bruscamente de él. Vio a Yuu agarrando del hombro a Yo-ka y mirándolo con cara de pocos amigos.
 
        —Niño estúpido... ¿No has oído que quería que te estuvieras quieto?
 
        —Yuu, suéltalo. Ya está —pidió Shoya bastante apurado por la situación.
 
        Yuu obedeció y soltó al chico, el cual miró a Shoya con un deje de tristeza en sus ojos y se fue de allí. Se acercó al más bajo y, con el dedo pulgar, delineó suavemente sus labios como si estuviera borrando alguna huella que le hubiera dejado el otro. Shoya sintió cómo enseguida se le subía la sangre a la cabeza. Quiso cerrar los ojos para sentir más el contacto, pero logró contenerse.
 
        —¿Estás bien? —preguntó Yuu preocupado.
 
        —Estoy bien, no te preocupes —respondió algo más tranquilo—. Oye, ¿qué haces aquí?
 
        Se hizo un pequeño silencio.
 
        —Ya hablaremos —sentenció antes de irse, dejando a Shoya en el pasillo únicamente acompañado por sus pensamientos.
 
 
        Volvió a casa solo, pues no volvió a ver a Yo-ka ni si quiera en clase. Estaba muy preocupado a pesar de todo. Tal vez no lo conocía de mucho, pero sabía que no lo había hecho con intención de asustarle o de abusar de él por puro placer. Ahora sí que tenían que hablar de ello. Su gran error fue no haber dicho nada sobre la primera vez que se acercó a él de esa manera. No quería volver a Fukuoka dejando a su amigo así, pues lo seguía considerando un amigo.
 
        —Ya estoy aquí —avisó al entrar en casa, cerrando la puerta tras de sí.
 
        —Estoy arriba —se oyó la voz del pelinegro proveniente del piso de arriba.
 
        Shoya se dirigió hacia allí. Antes de nada, con quien tenía que hablar era con Yuu.
 
        —Yuu, tenemos que hablar de... —se quedó callado al asomarse a la habitación del mayor y encontrárselo con solo una toalla atada a la cintura. Aquella era la primera vez que veía el cuerpo del contrario tan poco cubierto, por lo que no pudo evitar mirarlo de arriba a abajo: su melena negra siempre en perfecto estado; aquel cuerpo que parecía obra de un pacto con el mismísimo demonio, desprendiendo sensualidad por cada uno de sus poros; sus manos... Lo que daría por que esas manos lo tocaran...
 
        —¿Sí?
 
        Despertó de su trance al oír la voz de Yuu. Al ser consciente de todo, se dio la vuelta rápidamente para quedar de espaldas a él.
 
        —Lo... lo siento. No sabía que estabas... así.
 
        —Me has pillado a punto de meterme en la bañera. Además tengo una toalla. ¿De qué quieres hablar?
 
        —¿Qué hacías hoy en el instituto? —preguntó aún sin mirarle.
 
        Yuu se quedó un momento en silencio antes de responder.
 
        —Mañana te vas, así que tenía que hablar con el director.
 
        —Oh...
 
        Escuchar eso en la voz de Yuu lo hacía más real: mañana se iría de Tokio y lo más probable era que la única manera de volver a verlo fuera en películas, revistas y anuncios de televisión, como las chicas de su clase obsesionadas con el actor. Eso le hizo sentir mal. No quería irse; no quería dejar de verlo en carne y hueso.
 
        —¿Estás bien? —oyó detrás suya.
 
        —Sí, es solo que... se me ha pasado el tiempo muy rápido.
 
        —Suele pasar cuando viajas —comentó apretando los labios, como si quisiera retener palabras que empujaban para salir. Agradeció que el otro no estuviera mirando.
 
        —Supongo...
 
        Se hizo un pequeño silencio hasta que Shoya volvió a hablar.
 
        »Yuu, ahora saldré un momento.
 
        —¿Y eso?
 
        —Tengo que hablar con Yo-ka antes de irme.
 
        —¿En serio, Shoya? ¿No has aprendido la lección o qué? —dijo el pelinegro con un tono de molestia.
 
        —Sé que no quería hacerme daño o abusar de mí.
 
        —No, claro. Quería abrazarte, como aquel día.
 
        —Bueno, pienso ir. Si pasa algo, que no creo, sé defenderme solito.
 
        —Mi respuesta es no.
 
        —No te estaba pidiendo permiso.
 
        —Pero me han dejado a mí a tu cuidado y no voy a dejar que la cagues el último día. No irás.
 
        Shoya se giró bruscamente para mirar a Yuu. Se concentró en sus ojos para poder enfrentarlo, y aún así le era difícil, pero realmente se estaba enfadando.
 
        —No puedes negarme algo así.
 
        —Claro que puedo; lo acabo de hacer.
 
        —¡¿Pero por qué...?! —preguntó Shoya alzando la voz.
 
        —¡Porque estás bajo mi responsabilidad y he dicho que no! —le interrumpió el mayor alzando también la voz—. ¡Y no vuelvas a gritar a tus mayores, niñato!
 
        La habitación volvió a quedarse en silencio, esta vez algo más largo e infinitamente más tenso. Una vez más, volvió a ser roto por Shoya.
 
        —Tenía razón el día que dije que eras un gilipollas; lo eres. Pensaba que la persona con la que he estado viviendo estos últimos días era el verdadero Yuu, pero veo que no. Quien conocí al principio es quien realmente eres —lágrimas empezaron a salir de sus ojos sin permiso debido a la impotencia de no poder hacer nada y a la decepción.
 
        —Shoya, cállate.
 
        —¡No! ¡Eres un maldito dictador egoísta que solo piensa en que igual le echan la culpa de mis actos! ¿Y qué hay de mí? ¿Qué hay de lo que yo quiero? ¡Llevas todo el mes prohibiéndome estar con él como si tuvieras algún derecho sobre mí, y no lo tienes!
 
        Yuu se acercó a Shoya con rapidez, el cual retrocedió hasta topar con la pared y cerró los ojos esperando lo peor. Se sorprendió al notar unos brazos rodeándolo y abrazándolo con fuerza contra un torso desnudo.
 
        —No me digas eso —susurró el pelinegro suavemente y aún abrazándolo—. No me digas eso cuando no he hecho más que mirar por ti. Si no quiero que salgas con él es porque me preocupa lo que pueda pasarte, no porque alguien vaya a culparme de algo; aquí yo soy lo de menos. En el instituto estuve allí por pura casualidad, pero ahora sé que no me dejarías estar, y no me ibas a dejar estar el resto de las veces que querías salir. Desde que vi el comportamiento del chaval cuando te acompañó a casa esa noche, no me fié de él y me preocupé mucho de que aprovechara que no estoy cerca de ti. Llámame inseguro, paranoico o lo que quieras, pero me niego a dejarte ir con alguien que pienso que te puede hacer daño.
 
        El más bajo se quedó sin habla, con lágrimas aún recorriendo su rostro.
 
        »No me gusta nada ese chico —continuó mientras se separaba de él lo justo para colocar las manos en sus mejillas y limpiarle las lágrimas con los pulgares—. Las cosas no se hacen así. Así no se trata a una persona con la que quieres estar.
 
        —Como si tú supieras tratar a las personas... —le respondió aún algo enfadado.
 
        —Me enorgullece decir que al menos sé tratar a las personas con las que quiero estar.
 
        El menor desvió la mirada y Yuu le volvió a acariciar las mejillas para que lo mirara. Aquellas palabras que aún guardaba se morían por salir. Sabía que no estaba en la mejor de las situaciones, pero no hubo manera de evitarlo.
 
        »Yo, desde luego, no lo haré como él. Yo te diré: Shoya, quiero besarte, y si no me lo niegas lo haré.
 
        Shoya notó cómo su corazón se le quería salir del pecho mientras el pelinegro volvía a delinear sus labios como había hecho en el instituto esa mañana, y se acercaba a él poco a poco. Esta vez se permitió cerrar los ojos, pues qué importaba ya. La cordura era algo que en ese momento lo estaba abandonando.
 
         El mayor rozó sus labios con los del otro, muy lento, arrancándole un suspiro de necesidad. Sonrió y, finalmente, ladeó un poco la cabeza para acoplarse a la perfección y acabó con la distancia entre ellos, besándolo dulcemente y siendo correspondido con algo de torpeza. Sus labios se sentían suaves y Shoya los disfrutó cada segundo como había querido hacer desde hacía casi un mes, olvidando de momento cualquier mal sentimiento que hubiera tenido hacia ese hombre hacía unos minutos. Había conseguido tocar lo intocable. Había conseguido alcanzar lo inalcanzable.
 
        Yuu se separó tras unos segundos y lo miró fijamente.
 
        —¿Qué me has hecho? —le dijo dejándolo inmóvil y sin entender nada.
 
        —Yo... —atinó a decir, haciendo reír a Yuu.
 
        —A mí nunca me ha hecho falta nadie, hasta que viniste tú y me cuidaste aquella noche, haciéndome sentir vulnerable y dependiente. Jamás he sentido celos, hasta que llegó ese tal Yo-ka y se acercó a ti más de la cuenta. He estado en relaciones, pero jamás he tenido ese impulso de protegerles, acariciarles e incluso besarles. ¿Qué me has hecho para que todos esos impulsos los tenga contigo de forma enfermiza? ¿Qué has hecho en tan solo un mes que has estado en mi casa, Shoya?
 
        El rubio no daba crédito a lo que estaba escuchando, y sentía que se desintegraría allí mismo por el revoltijo de emociones que había en su interior. ¿Por qué no le habría dicho aquello un poco antes? Sin darle tiempo al otro a decir más, llevó una mano a su cuello y lo atrajo hacia sí, volviéndolo a besar y haciéndose más adicto a sus labios a cada segundo. Probó a pasar sus manos por aquellos brazos que lo acorralaban en la pared. Rozó suavemente su espalda al llegar a ella y se abrazó a él.
 
        Yuu también se dejó llevar y metió sus manos bajo la ropa del más bajo, acariciándole el torso, provocando que pequeños suspiros escaparan de su garganta. Movió sus manos un poco más y ancló sus dedos a las caderas del otro, apretando levemente donde se marcaba el hueso. Los suspiros pasaron a ser pequeños jadeos y Shoya rompió el beso y se mordió el labio, avergonzado por los sonidos que salían de su garganta.
 
        —Dios, Shoya, si seguimos así, no voy a poder quedarme solo en esto —dijo Yuu en un grave susurro.
 
        El rubio sintió un cosquilleo en su vientre al oír esas palabras. El ambiente había cambiado y ahora era más consciente aún de la semi desnudez del otro tan cerca de él. Era obvio que tampoco quería quedarse ahí. Quería ir más allá con ese hombre antes de alejarse. Quería por fin tocar cada centímetro de su cuerpo y que él tocara el suyo; lo necesitaba. Había olvidado hasta su propio nombre cegado por el deseo que repentinamente lo invadió. Por supuesto, también se había olvidado de Yo-ka.
 
        —Yuu... —lo llamó como pidiéndole algo.
 
        El pelinegro lo entendió y lo miró a los ojos buscando algún rastro de inseguridad o arrepentimiento, pues la situación en la que estaba Shoya al no ser de allí y ser tan solo un estudiante era algo delicada. Al ver en ellos todo lo contrario, lo separó de la pared para llevarlo hasta la cama con lentitud, aún pendiente por si el chico se arrepentía. Se sentó en el borde de esta e hizo que se colocara a horcajadas sobre sus piernas. Fue desabotonando uno a uno los botones de la camisa que llevaba ese día, paseando los dedos por su torso. Finalmente, se la quitó por completo y lo acercó más a él, haciendo que sus cuerpos quedaran completamente pegados. Comenzó a repartir besos y mordidas por el cuello del menor hasta la clavícula, volviendo a ascender y llegando hasta sus labios.
 
        Shoya notaba como cada parte de su cuerpo que se encontraba con el del otro empezaba a arder y a enviar pequeñas descargas por su interior. Se dejaba llevar con lentitud, dejándose hacer y acariciando la espalda y el cuello de Yuu, enredando los dedos en sus cabellos, sintiendo su cuerpo... Nunca había tenido ese tipo de pensamientos, pero quería más; quería sentirlo todo de él.
 
        Yuu lo tumbó en la cama y quedó encima a duras penas, pues aún tenía la toalla rodeando su cintura y parte de sus piernas, aunque no se la quitó por el momento. Le desabrochó los pantalones y se los fue bajando muy lentamente, rozando los dedos con sus piernas y provocándole escalofríos. Tras quitárselos por completo, volvió a subir sus manos por aquellas largas piernas para, esta vez, ir a por su ropa interior y repetir la misma acción, dejándolo completamente desnudo debajo suya. Tuvo el acto reflejo de taparse al verse de esa manera, pero Yuu le agarró las manos, se las colocó sobre la cama a cada lado de su cabeza y entrelazó sus dedos, apoyando sus codos en el colchón y su frente contra la del otro.
 
        —No te tapes —le dijo muy cerca de sus labios—. Tu cuerpo es precioso, Shoya. Déjame verlo bien.
 
        El nombrado jadeó haciendo sonreír a Yuu, quien le soltó una mano y deslizó sus dedos muy lentamente por su pecho hasta llegar a su cadera. Esta vez fue un gemido lo que salió de la garganta del menor al notar la mano del otro tomar su miembro.
 
        El pelinegro comenzó a masturbarlo muy lentamente, subiendo el ritmo poco a poco y deleitándose con las expresiones que intentaba reprimir Shoya apretando sus labios. Se acercó para besarle y atrapó su labio inferior de modo que abriera su boca y dejara escapar todos los sonidos que morían por salir de su garganta. Bajó a su cuello y lo mordió a su gusto con cuidado de no dejar ninguna marca en este.
 
        —Yuu... —gimió el menor tras un rato.
 
        —Hazlo, Shoya —le susurró al oído—. Córrete.
 
        Al escucharlo, notó cómo una descarga le recorría el cuerpo, agitando más aún su respiración si es que eso era posible. Apretó la mano del otro, aún entrelazada a la suya, arqueó su espalda levemente y dejó escapar su esencia sobre su propio vientre acompañada de un sonoro gemido. Su cuerpo respondía de maravilla y miles de sensaciones nuevas lo envolvían por completo.
 
        »Bien —dijo antes de darle un corto beso en los labios—. Voy a seguir. Si en algún momento quieres que me detenga, solo dilo y lo haré.
 
        Una parte de él rezaba por que eso no ocurriera, pues ese chico lo estaba llevando al límite de su autocontrol y se moría por tenerlo debajo suya y hacérselo hasta que no pudiera más, pero lo último que quería era provocar que se sintiera incómodo o forzarlo a hacer algo de lo que no estaba seguro. Quería hacerlo disfrutar, hacerlo gritar de placer y que sus emociones se desbordaran.
 
        Deslizó sus dedos por el vientre del menor, recogiendo con estos aquel líquido que se esparcía y goteaba por sus caderas, y continuó bajando la mano hasta llegar a su entrada. Shoya se tensó de momento al notar contacto en aquella zona. Presionó uno de sus dedos hasta introducirlo casi por completo, haciendo que el rubio siseara y cerrara sus ojos con fuerza.
 
        —¿Te duele? —preguntó Yuu dejando el dedo quieto pero aún dentro.
 
        —Un poco —respondió Shoya intentando normalizar su respiración.
 
        Yuu se inclinó sobre él y lo besó dulcemente, logrando tranquilizarlo un poco.
 
        —Se pasará.
 
        Comenzó a mover el dedo en su interior, metiéndolo y sacándolo; moviéndolo simplemente buscando que se acostumbrara. Shoya se aferró a su cuello, abrazándolo contra sí y soportando el dolor que sabía que no era ni la mitad de lo que sentiría. Eso lo hacía ponerse más nervioso.
 
        Tras un rato, y a pesar de los pequeños quejidos que dejaba escapar el rubio, probó a meter un segundo dedo. Siguió con el mismo movimiento, pero solo conseguía que mostrara cada vez más evidencias de incomodidad. Finalmente, decidió sacar ambos dedos. Shoya se relajó notoriamente y lo miró avergonzado.
 
        —Shoya, ¿confías en mí? —le preguntó mientras le acariciaba una mejilla con ternura.
 
        Asintió sin pensárselo dos veces.
 
        »Date la vuelta —pidió.
 
        El rubio obedeció y se giró sobre sí mismo, quedando ahora boca abajo sobre la cama.
 
        »Alza tus caderas.
 
        Vaciló un poco, pero realmente confiaba en él, así que alzó sus caderas apoyándose en sus rodillas y dejando el resto del cuerpo sobre el colchón. Yuu se colocó detrás y se inclinó sobre él para besar sus hombros y continuar con sus labios por su espalda hasta llegar a sus nalgas. Siguió repartiendo besos por esa zona y se detuvo a la altura de su entrada.
 
        Se oyó un fuerte quejido proveniente de la garganta del menor al notar este cómo algo húmedo se introducía en su interior. Yuu había comenzado a meter su lengua una y otra vez con cuidado, consiguiendo una mayor lubricación y dilatándolo al mismo tiempo. Notó cómo Shoya, poco a poco, cambiada sus expresiones de molestia por otras de placer muy provocativas. Suaves gemidos inundaban ahora la habitación; lo había conseguido.
 
        Tras un rato, el menor volvía a estar excitado. Notó ese vacío al separarse el otro de él y, manteniendo aún la postura, vio una toalla ser lanzada a un lado de la cama; el actor se encontraba completamente desnudo detrás de él.
 
        —Relájate, ¿vale? Iré despacio —dijo mientras se posicionaba, llevando su miembro a aquella entrada con lentitud.
 
        —No, Yuu. ¡Para!
 
        Se detuvo en seco. Ya casi rozaba la sensible piel de aquella zona y se moría por entrar en aquel cuerpo y escuchar a su poseedor gimiendo por más, pero se detuvo y se alejó quedando de rodillas y sentándose sobre sus talones. «Mierda. Duele», pensó poniendo su mejor cara de comprensión.
 
        Shoya se giró y se sentó de frente a él mirándolo a los ojos con una expresión de disculpa en su rostro y sonrojado por ver por primera vez esa parte del cuerpo del otro.
 
         —Eh, no pasa nada —lo tranquilizó el mayor—. Te dije que me pararas si tenías que hacerlo, y eso has hecho. Entiendo que tal vez ahora no sea el mejor momento...
 
        —No es eso...
 
        —¿Entonces?
 
        El rubio rodeó el cuello de Yuu con sus brazos y se echó hacia atrás, tumbándose boca arriba e inclinando a su vez al mayor sobre él. Rodeó la cintura ajena con sus piernas.
 
        —Quiero hacerlo de frente —susurró—. Quiero verte, Yuu.
 
        Sorprendido por aquella petición, sonrió. Lo besó despacio mientras le subía las piernas con cuidado, volvió a posicionarse contra su entrada y esta vez comenzó a adentrarse muy lentamente.
 
        Evidentes quejidos salían de la garganta de Shoya, muriendo en aquel dulce beso que mantenían. El dolor era intenso, aunque medianamente soportable gracias a la delicadeza con la que su cuerpo estaba siendo invadido, mas lágrimas involuntarias se deslizaron por su mejillas. Sus respiraciones se agitaban y coordinaban. Yuu se quedó quieto una vez consiguió entrar por completo y ambos se miraron a los ojos.
 
        —¿Estás bien? —preguntó el mayor en voz baja, secándole el rostro con sus pulgares.
 
        —Sí —respondió también en un susurro.
 
        —¿Quieres que siga?
 
        Shoya asintió y Yuu comenzó a mecerse suavemente sobre él arrancando débiles suspiros de su garganta. Juntó sus frentes y sujetó sus caderas con firmeza, subiendo el ritmo muy poco a poco. Aquellos suspiros fueron tomando forma de suaves gemidos.
 
        Pronto los envites cobraron fuerza y Shoya estaba convencido de que su voz se oía hasta en la calle, pero se dejaba llevar aferrándose a los hombros del otro y rozando de vez en cuando sus labios con los propios debido al movimiento. Sentía que tocaba el séptimo cielo cada vez que abría los ojos y veía la expresión de placer en el rostro del pelinegro; placer proporcionado por su propio cuerpo.
 
         Hubo un momento en el que dejó de sentir la frente del mayor sobre él. Abrió los ojos esta vez para ver cómo se incorporaba. Era una visión de lo más erótica: aquel hombre con su hermoso cuerpo perlado en sudor, respirando agitadamente y moviendo sus caderas contra su cuerpo; entrando y saliendo de él. Deseó que aquello no acabara nunca, pero Yuu se detuvo un momento y lo agarró de la mano tirando de él y echándose hacia atrás a la vez, acabando él sentado y el menor a horcajadas sobre sus piernas.
 
        —Hazlo tú —dijo Yuu—. Impúlsate con las piernas y ayúdate agarrándote a mis hombros.
 
        Shoya obedeció y comenzó a autopenetrarse con algo de dificultad hasta que, en una de las veces que bajó, sintió una vibración que lo hizo gemir tal alto como le permitía su garganta y clavar las uñas con fuerza en los hombros del contrario, provocándole un siseo.
 
        »Ahí estás —sonrió—. Dirige ahí tus movimientos.
 
        Volvió a moverse, notando de nueva esa vibración dentro de él que parecía que lo cegaba.
 
        —Ah... Dios... No puedo.
 
        Yuu se inclinó agarrando al rubio por la espalda con cuidado y volvió a retomar la postura inicial, tomando él el control y volviendo a embestir contra ese punto que hacía que Shoya pidiera más entre gemidos descontrolados.
 
        No hicieron falta muchos movimientos más para que el rubio culminara por segunda vez en su vientre. Yuu continuó unos segundos, pero al notar la contracción de aquellas paredes sobre su miembro, no pudo evitar descargarse en el interior del menor, dejándose caer enseguida sobre su cuerpo.
 
        Se quedaron un rato en la misma postura, Yuu encima de Shoya y este abrazándolo con brazos y piernas, normalizando ambos sus respiraciones. El primero levantó un poco la cabeza para mirar al otro con una sonrisa.
 
        —¿Bien? —preguntó mientras le apartaba los mechones de pelo que se pegaban a su frente debido al sudor.
 
        —Increíble —respondió tras unos segundos.
 
        —Pues no te acomodes mucho aún —dijo sonriendo.
 
        Salió con cuidado del interior del rubio, haciéndole sentir cierta incomodidad, y lo ayudó a incorporarse, cargándolo en sus brazos y dirigiéndose al baño.
 
        —¿A dónde vamos? —preguntó agarrándose al mayor.
 
        —A aprovechar el baño que iba a darme antes de que llegaras.
 
        Shoya se dejó llevar. Notó cómo Yuu pasaba por encima del borde de la bañera y descendía, dejando que el agua les cubriera a ambos hasta el pecho. El pelinegro se sentó con la espalda apoyada en el borde mientras que él quedó sentado en su regazo y con la mejilla apoyada en su hombro, abrazándolo levemente. Aquello se sentía de maravilla.
 
        —Yuu —lo llamó el rubio rompiendo el silencio.
 
        —¿Hm?
 
        —¿Por qué me has besado tan de repente? ¿Por qué sentías celos de Yo-ka?
 
        —Porque me gustas —respondió tajante.
 
        —Yo... ¿te gusto? —preguntó con algo de timidez y sorprendido, mas aún sin mirarlo.
 
        —¿Acaso no te lo ha dejado claro lo que acabamos de hacer?
 
        —Sí, pero... no sé. Es que es todo muy confuso.
 
        Yuu suspiró con una sonrisa en sus labios, abrazando más al chico contra sí.
 
        —Conseguiste llamar mi atención desde un principio. No fue positivamente, pero la llamaste. Luego hiciste algo que, de verdad, logró cambiar de dirección la forma en que te veía: te preocupaste por mí sin yo darte nada más que malos ratos. Aquella mañana, después de haber salido a ver la ciudad, al encontrarte en mi cama, se movió algo dentro de mí. Fue días después, tras pasar más tiempo contigo, cuando me di cuenta de que me gustaría volver a verte despertar a mi lado.
 
        »Cuando llegaste a casa después de salir con ese amigo tuyo por primera vez y te hice aquella broma de acercarme tanto a ti, realmente me asusté. Si no hubiera tenido autocontrol, probablemente te habría besado. Y ya, cuando vi a ese muchacho intentando forzarte, mi autocontrol, de nuevo, lo salvó de una paliza por mi parte. No quería que te dieras cuenta de esto. Pensaba dejarte ir y no complicarte más la vida, ni a ti ni a mí, pero no he podido evitarlo. Acabo de hacer justo lo que quería evitar, porque ahora esto no va a quedarse en una despedida, al menos yo no quiero que se quede así.
 
        Shoya, que se había incorporado para poder mirarlo a la cara, sentía cómo su corazón reaccionaba ante aquellas palabras. Si tan solo no hubiera vacilado aquella vez. Si tan solo lo hubiera besado.
 
        —Yuu... ¿puedo besarte ahora? —se limitó a preguntar como respuesta.
 
        —No tienes que preguntar.
 
 
        Tras un rato largo que se tiraron ahí, Yuu ayudó al otro a salir, a secarse y a vestirse. El dolor de su trasero y caderas había hecho acto de presencia y no tenía pinta de que fuera a quitarse de un día para otro. Se conformaron con pasar juntos lo que quedaba de día, sentados en el sofá, uno junto al otro o directamente abrazados; viendo la televisión o simplemente charlando; disfrutando de la compañía mutua. Cuando ya estaba oscureciendo, hicieron entre los dos el equipaje de Shoya para dejarlo listo, pues al siguiente día tendrían que salir muy temprano. Al terminar, ya se había hecho bastante tarde, así que decidieron cenar algo e irse a dormir. Shoya iba a entrar a su habitación cuando fue agarrado de la cintura y las piernas y alzado sobre el hombro del mayor.
 
        —Yuu, ¿qué haces? —dijo intentando agarrarse a la cintura ajena para no desequilibrarse.
 
        Este solo avanzó hacia su habitación y lo tumbó con cuidado sobre su cama, colocándose a su altura.
 
        —Duerme conmigo —espetó con una sonrisa de oreja a oreja.
 
        El rubio solo sonrió y asintió, dejando que el otro se acomodara a su lado y tapara a ambos. Se abrazó a él, quedando de frente y mirándose fijamente. Yuu dejó un beso sobre su frente y los dos cerraron los ojos dejándose llevar por el sueño.
 
 
        Aún no había amanecido cuando el despertador perturbó el sueño del pelinegro. Cortó ese molesto sonido y se giró para mirar al muchacho que aún dormía profundamente a su lado dándole la espalda. Sonrió y se acercó a él abrazándolo por detrás, acercándose a su oído.
 
        —Shoya, despierta —susurró con dulzura. Este se revolvió un poco, mas volvió a quedarse quieto sin despertar.
 
        Giró un poco su cuerpo hasta dejarlo boca arriba y se acercó a sus labios, rozándolos levemente con los propios. Para su sorpresa, Shoya abrió los ojos de momento. Se había sobresaltado al notar algo sobre sus labios, pero se relajó cuando vio el rostro de Yuu adornado por su sonrisa.
 
        —Buenos días —dijo con la voz un poco ronca y frotándose los ojos—. ¿Qué hora es?
 
        —Las seis menos cuarto. Hay que levantarse ya si no quieres perder el tren.
 
        Aquello le cayó como un cubo de agua fría. En unas horas estaría en el tren de regreso a Fukuoka, alejándose de Yuu durante dios sabía cuánto tiempo. Tomó al pelinegro por las mejillas, acercándolo a él para juntar sus frentes. Este cerró los ojos siendo consciente de lo mismo que Shoya. Estuvieron así un rato hasta que decidieron levantarse, presionados por los minutos que pasaban en el reloj.
 
        Se vistieron y asearon antes de bajar el equipaje y colocarlo al lado de la puerta, listo para cuando salieran. Se sentaron a desayunar, pero ninguno comió mucho. Cuando quisieron darse cuenta, ya no tenían nada más que preparar y la hora de irse había llegado.
 
        —Bueno, creo que eso es todo —dijo Shoya dirigiéndose a la puerta, donde estaban sus maletas.
 
        Antes de que pudiera llegar, Yuu lo agarró y lo llevó hasta la pared, colocándose delante de él.
 
        —¿No te despides de mí? —preguntó con una leve sonrisa.
 
        —¿No vamos juntos?
 
        —Sí, pero para estas cosas se necesita algo de intimidad, y allí no la tendremos.
 
        Colocó una mano en la nuca del menor  y lo atrajo hacia sí para empezar a besar sus labios lentamente, siendo correspondido y abrazado enseguida. Poco a poco subió el ritmo de aquel beso, llevándolo a una intensidad —casi rozando lo agresivo— que Shoya no pudo seguir. Este rompió el beso y miró al mayor con preocupación, el cual le devolvió la misma mirada.
 
        —Yuu, ¿qué pasa?
 
        No contestó enseguida, sino que se quedó mirándolo, siendo consciente de que se había dejado llevar demasiado al pensar con rabia y tristeza que el chico se iba; se iba lejos. Aquellos malos sentimientos no eran con él, por supuesto, sino con el hecho de que tuviera que irse así cuando no habían pasado ni veinticuatro horas desde que se habían sincerado.
 
        —Lo siento —dijo al fin.
 
        Shoya volvió a abrazarlo y a besarlo, esta vez llevando él el ritmo, lento, delicado y dulce. Se tomaron su tiempo, disfrutando de aquello sin pensar en nada más, pero no tuvieron más remedio que separarse y ponerse en marcha tras unos minutos. Llevaron el equipaje entre los dos y lo metieron en el coche del mayor. Durante todo el camino, Yuu condujo con una mano y sostuvo la de Shoya con la otra.
 
        Llegaron temprano a la estación, así que el director aún no había llegado. En lugar de eso, Shoya pudo ver a lo lejos, en la entrada, una figura conocida, la cual resultó ser Yo-ka, pidiéndole con la mirada que se acercara. Se giró a mirar a Yuu, a sabiendas de que él también también lo había visto.
 
        —Estaré vigilando —se limitó a decir.
 
        Shoya sonrió y se acercó al semi rubio.
 
        —Yo-ka, ¿qué haces aquí?
 
        —Sabía que hoy te ibas y no podía dejar las cosas como se quedaron, así que cogí un taxi y vine.
 
        Como respuesta, lo miró agradecido por tomarse la molestia, pero aún estaba esperando una explicación.
 
       »Shoya, lo siento mucho —comenzó a hablar al no recibir respuesta—. Verás, la gente de ese colegio se asusta cuando algo es diferente y no cuadra con su prototipo de algo adecuado. No tienes más que mirarme para saber que yo soy una de esas cosas que no cuadran, y es por eso por lo que no se me ha tratado muy bien allí. Cuando fuiste tan simpático conmigo desde el primer momento, malinterpreté tu comportamiento, y me gustó esa interpretación, aunque no era correcta, claro. Actué mal y te pido disculpas. Ante todo, me gustaría que siguiéramos siendo amigos.
 
        Yo-ka le extendió la mano y Shoya la miró por un momento antes de apartarla y acercarse a abrazarlo. El muchacho se sorprendió, pero luego le devolvió el abrazo con una sonrisa de oreja a oreja.
 
        —No te preocupes. Lo importante es que lo sientes de verdad —dijo Shoya tras separarse de él.
 
        —¿Volveremos a vernos algún día?
 
        —No lo dudes.
 
        Ambos rieron y se despidieron sintiéndose mucho mejor. Shoya volvió a donde estaba Yuu. Al parecer el director ya había llegado, así que los tres entraron en la estación y se dirigieron al tren que correspondía.
 
        —Bueno, el tren saldrá pronto. Es mejor que vayas entrando ya —le dijo el director—. Espero que hayas tenido una buena experiencia y que Yuu no haya sido muy duro contigo.
 
        —Traté de no serlo demasiado —respondió el mencionado guiñándole disimuladamente un ojo a Shoya, el cual se sonrojó hasta las orejas viéndole doble sentido a aquella frase.
 
        —Gracias por su hospitalidad. Ha sido una gran experiencia —respondió al director, inclinándose levemente.
 
        Se giró quedando frente a Yuu y ambos se miraron en silencio durante unos segundos. Yuu le puso una mano en el hombro y le dio un suave apretón cariñoso.
 
        —No te vayas —dijo en voz muy baja, tanto que ni se oyó.
 
        —¿Qué? Perdona, no te he oído bien —dijo Shoya algo apurado.
 
        Yuu se quedó en silencio antes de responder.
 
        —Que te cuides —respondió al fin con una sonrisa forzada.
 
        —Lo haré, pero tú también —el mayor asintió—. Bueno... adiós, Yuu.
 
        —No digas adiós; di hasta luego.
 
        Shoya asintió y le sonrió antes de agarrar sus maletas.
 
        —Hasta luego, Yuu.
 
        El pelinegro observó con impotencia cómo el otro se alejaba y entraba al tren. Varios minutos después, este avanzó y se perdió de la vista. Se quedó un rato observando el punto donde había desaparecido antes de despedirse de el director y marcharse a casa.
 
        Cuando llegó, sintió más que nunca el silencio que reinaba allí. Subió a la segunda planta y observó la habitación de invitados vacía. Siguió avanzando hasta llegar a su habitación y miró su cama aún desecha.
 
        —¡Mierda! —maldijo propinándole una patada a la silla frente a su escritorio. Se dejó caer en la cama y se quedó ahí hasta que volvió a vencerle el sueño.
 
 
~*~
 
 
        —¡Shoya!
 
        —¡Kei!
 
        Shoya corrió enseguida a abrazar a su amigo sin importarle que las personas que pasaban por allí les estuvieran echando miradas extrañas. Kei había ido a recogerle a la estación para poder verlo antes que nadie. El cariño y la amistad de aquellos dos se podía ver a simple vista.
 
        »Kei, te he echado mucho de menos.
 
        —Y yo a ti.
 
        Ambos se separaron y se sonrieron, manifestando su alegría por haberse reencontrado.
 
        —Bueno, cuéntame, ¿qué tal tu experiencia?
 
        Se sentaron en un parque de por allí y Shoya le contó todo a Kei de principio a fin y con todos —o casi todos— los detalles, como si de dos chicas adolescentes en plena pubertad se trataran.
 
        —Vaya... Me gustaría ver las caras de las chicas de la clase si se enteraran de que te has tirado a su ídolo —dijo Kei riéndose.
 
        —¡Kei, por dios! No lo digas así.
 
        —Perdona —seguía riendo—. Pero oye, ¿tú qué sientes por él?
 
        Shoya se quedó en silencio y apartó la mirada de la de su amigo.
 
        »¿Te gusta?
 
        —No sabes cuánto.
 
        —¿Y cuál es el problema?
 
        —Pues que lo más probable es que no vuelva a verlo. Yo no puedo ir hasta Tokio, y él no va a venir a Fukuoka solo por un capricho y... un polvo de un día.
 
        —Shoya, no fuiste ni un capricho ni un polvo de un día. No tiene mucho sentido que lo fueras, por lo que me has contado. Y en el caso de que lo fueras, deberías hasta de alegrarte por no volver a verlo. Aunque claro, volverás a verlo si de verdad le importas.
 
        El rubio le sonrió con desánimo a su amigo. Consideraba a Kei un chico duro, incluso un poco insensible en ese aspecto, pero siempre conseguía sorprenderlo con palabras como esas. No sabía dónde estaría ahora sin él.
 
        —Bueno, y el chico que vino aquí desde Tokio, ¿cómo era? —cambió de tema.
 
        —Bastante amable. Se sentó en tu sitio, a mi lado, y hemos hablado mucho. Es muy risueño y su sonrisa es preciosa... —miró al vacío sonriendo, como recordando algo agradable—. Me ha dado su número para estar en contacto.
 
        —¿Cómo se llama?
 
        —Tatsuya.
 
 
~*~
 
 
        3 meses después...
 
 
        Tres meses habían pasado desde que volvió de Tokio, tres largos meses en los que no había sabido nada de Yuu. Ni llamadas, ni mensajes; nada, pues el mayor podría obtener su teléfono a través de los datos del intercambio, pero a Shoya no había llegado a darle el propio. Ya tenía aceptado que el pelinegro no iba a estar pendiente de él ni pensaba establecer contacto alguno, pues seguramente ya lo habría olvidado y habría metido en su cama a otra persona.
 
        No quería admitirlo, pero lo echaba de menos. Tanto que, al pasar por un kiosco y verlo de portada en una de esas patéticas revistas adolescentes, no pudo evitar comprarla. Le dolía mucho pensar que mientras él estaba haciendo ese tipo de gilipolleces, el otro estaría como si nada, pero estaba convencido de ello.
 
        Ese día estaba especialmente sensible, pues era su cumpleaños. Kei se había presentado en clase con una pequeña tarta para él y la habían compartido en el recreo. Le dijo que más tarde iría a verle para pasar la tarde. Yo-ka lo llamó cuando llegó a casa, lo felicitó efusivamente y estuvieron más de una hora hablando. No podía quejarse, pues su familia también había llamado y la gente se acordaba de él, pero, de alguna forma, se sentía solo y vacío, pues había alguien que no se había acordado. Hasta su madre se estaba preparando para ir a trabajar durante toda la tarde y parte de la noche, dejándolo más solo aún.
 
        —En fin... al menos tengo a Kei, comida y televisión —se dijo a sí mismo cuando su madre se fue.
 
        Fue a la cocina y cogió palomitas, chocolate y refresco. Lo colocó todo, puso una película en el DVD y preparó la consola por si preferían jugar. No había terminado de acomodarlo todo para pasar la tarde con su amigo cuando oyó el timbre.
 
        —¿Película o videojuegos? —preguntó a la vez que abría la puerta con una sonrisa.
 
        Kei lo miró con una expresión de apuro en su rostro.
 
        —Oye, Shoya... ¿está tu madre?
 
        —Pues no, ya se ha ido. Ya te lo dije, vuelve de madrugada —respondió algo extrañado—. ¿Pasas o no? —se hizo a un lado.
 
        —No puedo. Que conste que me alegro mucho por ti, aunque me jode porque hoy no podré estar contigo, pero mañana hablaremos.
 
        —¿De qué hablas? —empezó a preocuparse de verdad.
 
        —Nos vemos mañana —espetó antes de empezar a alejarse de allí a paso ligero.
 
        —Oye, Kei... ¡Kei! ¡Espera, joder! —lo llamó desde la puerta, pues no estaba muy presentable para salir a la calle, pero el otro simplemente siguió andando hasta desaparecer de la vista.
 
         Volvió a entrar a su casa cerrando la puerta. ¿A qué venía eso? ¿De verdad iba a dejarlo plantado el día de su cumpleaños? Esas preguntas se fueron de su mente cuando volvió a sonar el timbre.
 
        —Lo sabía —dijo en voz alta yendo a abrir de nuevo—. Kei, no ha tenido gracia —abrió mientras pronunciaba la última palabra.
 
        —No pretendía ser gracioso —respondió sonriente el atractivo pelinegro que lo miraba desde fuera de la entrada.
 
        Shoya se quedó paralizado. ¿Era real? ¿De verdad Yuu estaba en la mismísima puerta de su casa?
 
        —Yu... Yuu —le salió sin querer.
 
        —¿Puedo pasar? Hace algo de frío.
 
        —Claro, pasa —reaccionó haciéndose a un lado para dejar entrar al otro.
 
        —Bonita casa —dijo Yuu mirando a su alrededor.
 
        Shoya se limitó a asentir y se quedó callado. No sabía muy bien qué hacer o qué decir. Le habría gustado abrazarlo y no soltarlo; besarlo y decirle cuánto lo había echado de menos, pero no sabía en qué plan venía el actor a su casa. ¿Vendría a explicarle que no se hiciera ilusiones? ¿Le diría que lo que pasó fue un error? Mentiría si dijera que no tenía miedo.
 
        —No te enfades con tu amigo. Él accedió a venir para asegurarse de que no estaba tu madre y aceptó volver a su casa para dejarme a solas contigo. Es un buen chico.
 
        Así que era eso. Por algo Kei era su mejor amigo. Nadie haría por él lo que hacía él. Sonrió.
 
        »Shoya.
 
        —¿Sí? —se sobresaltó ante el llamado.
 
        Yuu se acercó a él y pudo sentir cómo el corazón se le aceleraba. Estaba tan guapo con ese abrigo largo y negro que tan bien le quedaba. Miró sus labios involuntariamente. Tenía tantas ganas de besarlos mientras recuerdos de hacía tres meses invadían su mente. Empezó a pensar que le fallaban las piernas y que necesitaba sentarse. Cuando estuvieron a poca distancia, el mayor le extendió una bolsa que llevaba en la mano y en cuya presencia Shoya acababa de reparar.
 
        —Esto es para ti.
 
        —Gra... gracias —respondió tímidamente.
 
        Shoya cogió la bolsa y sacó de dentro una caja de plástico transparente, cuidadosamente adornada con cintas de colores, en cuyo interior había un trozo de pastel con una pinta deliciosa. No tuvo que pensar mucho para caer en que era idéntico a como sería el que impactó en la cabeza de Yuu tiempo atrás si hubiera estado intacto. No pudo evitar dejar escapar una risita al recordarlo, la cual no pasó desapercibida para el pelinegro; había conseguido lo que quería.
 
        —Gracias, Yuu —volvió a decirle con una gran sonrisa ahora en su rostro—. Voy a llevarlo a la cocina. ¿Te apetece algo? —preguntó mientras se dirigía hacia allí y guardaba la caja en el refrigerador. Al no obtener respuesta, quiso volver al salón a preguntar de nuevo, pero ahí estaba Yuu, apoyado en la puerta de la cocina, mirándolo en silencio.
 
        —Lo siento, he olvidado algo.
 
        —¿El qué? —preguntó Shoya extrañado.
 
        El actor se acercó a él y lo abrazó por la cintura.
 
        —Feliz cumpleaños —susurró sobre sus labios antes de fundirse en un tierno y muy largo beso.
 
        La necesidad se hizo presente tras tanto tiempo sin verse; sin tocarse. Shoya enredó sus dedos en los cabellos del contrario, mientras este lo pegaba tanto a él que parecía en que cualquier momento lo atravesaría. La falta de aire no fue un problema. Entre suspiros involuntarios que chocaban entre sí cogían el suficiente para seguir entrelazando sus lenguas y mordiendo sus labios.
 
        Yuu llevó al menor hasta la mesa de la cocina, lo sentó y se colocó entre sus piernas, acariciándolas con suavidad. Continuaron devorándose y tocándose a su gusto hasta que el beso se rompió y ambos se miraron a los ojos. Sin previo aviso, Shoya pasó sus brazos sobre los hombros del otro y lo atrajo hacia sí, abrazándolo y apoyando su cabeza en él. El pelinegro también lo abrazó y comenzó a acariciarle la espalda.
 
        Se quedaron así un buen rato y en completo silencio. Shoya, con los ojos cerrados, inhalaba ese aroma que desprendía el otro; ese que tanto había extrañado. Quería aferrarse a él para cerciorarse de que era real y que no desaparecería de un momento a otro sin dejar rastro.
 
        —Idiota —dijo Shoya acabando con el silencio. Yuu lo abrazó más fuerte—. Me has dejado solo.
 
        —No te he dejado solo. Si te hubiera dejado solo, ahora mismo no estaría aquí necesitándote de esta forma.
 
        El rubio se quedó callado. Quería creerle, pero esos meses le habían dado mucho en qué pensar. Al fin y al cabo, solo era un chiquillo que aún estudiaba, mientras que el otro era un prestigioso actor ya formado.
 
        —¿Para qué has venido? ¿No te está esperando nadie en casa?
 
        Yuu se separó de él para mirarle extrañado.
 
        —¿De qué hablas?
 
        —No sé, tú sabrás —se bajó de la mesa y se alejó para mantener distancias con el pelinegro.
 
        —Shoya, de verdad que no sé de qué me hablas.
 
        —Vamos, se te habrán presentado un montón de oportunidades —Yuu se cruzó de brazos y levantó una ceja—. ¿O has venido precisamente porque no tenías plan para hoy?
 
        El mayor dio un paso e hizo retroceder al otro.
 
        —Si te soy sincero... —comenzó a decir— sigues siendo un niñato.
 
        El rubio se sorprendió y Yuu aprovechó para acercarse a él y ponerle las manos en los hombros.
 
        »¿Crees que he rechazado un trabajo fuera del país para venir aquí y echarte un polvo porque no tengo plan para hoy?
 
        —¿Que qué?
 
        —Me ofrecieron volver a salir del país y dije que no, que prefería lo que me ofrecían aquí.
 
        —¿Cómo aquí?
 
        —Voy a quedarme un tiempo en Fukuoka.
 
        El menor se quedó asimilando lo que acababa de oír, pero pronto se vino abajo otra vez.
 
        —¿Por qué no me has llamado?
 
        —Porque quería saber que todo iba a salir bien e iba a poder quedarme. No habría soportado escuchar tu voz sin venir aquí de inmediato. Tenía que centrarme. Lo siento por eso.
 
        Silencio.
 
        »Shoya, la diferencia entre lo que piensas y lo que es realmente, es que no he venido porque no tenga plan, sino porque necesitaba verte y estar contigo; porque te necesito a ti. Tampoco he venido para echarte un polvo, sino para hacerte el amor hasta que te convenzas de ello.
 
        No hicieron falta más explicaciones para hacer que el rubio se rindiera. Hubo besos, abrazos, caricias, dulces palabras y confesiones que quedaron entre las sábanas. En el inicio de aquella noche se volvieron a unir en uno.
 
 
        Yuu se encontraba en la habitación, ya vestido y observando un delicado cuerpo cubierto con un nórdico. Se sentó a un lado y lo movió un poco para despertarlo. Remoloneó un poco, pero al notar aquellas suaves manos acariciando su piel, abrió los ojos y no pudo evitar sonreír, recibiendo otra sonrisa como respuesta.
 
        —Shoya, tengo que irme.
 
        El aludido se incorporó de golpe.
 
        —¡¿Qué?! ¿Por qué?
 
        —Porque va a llegar tu madre y no querrás que me vea a mí aquí y te pille a ti así.
 
        —Oh... —cayó en la cuenta y bajó la mirada.
 
        —Quería que todo saliera bien, así que le pregunté a tu amigo hasta la hora de su vuelta —dijo Yuu intentando que volviera a sonreír.
 
        »Oye, mañana ya tendré la casa en la que voy a quedarme mientras esté aquí. Esa será tu segunda casa. Ven cuando quieras que nos veamos.
 
        Shoya asintió antes de abrazar a Yuu y besarlo como despedida.
 
        Cuando escuchó la puerta de la entrada cerrarse, se dio cuenta de que no sabía la dirección de la casa. Se sintió idiota y apurado, pero también cansado, así que optó por volver a echarse en la cama y solucionarlo al siguiente día.
 
 
        Al llegar al instituto, fue corriendo hacia Kei y estuvo toda la mañana dándole las gracias, contándole lo que pasó y lo feliz que estaba, y este se alegró mucho por él. El tiempo se les pasó muy rápido entre charla y charla y clase y clase, así que, cuando se quisieron dar cuenta, ya era la hora de salir y andaban hacia la puerta.
 
        El grupito de chicas de su clase les llamó la atención, no por ellas mismas, sino por su comportamiento. Se encontraban arremolinadas en la puerta que daba al patio para salir, cuchicheando entre ellas y dificultando el paso a los que querían salir.
 
        —¿Qué están haciendo? ¿No ven que molestan? —dijo Shoya.
 
        —Al parecer no, y me encantará informarlas de ello —respondió Kei divertido, dirigiéndose a las chicas.
 
        »¡Eh! Se levanta la sesión, chicas. Estorbáis.
 
        —Kei, ¿nunca te han dicho que así jamás conseguirás novia? —le dijo una de las chicas.
 
        —Tampoco es que me interese.
 
        —Cierto, que a ti te va más el rarito del intercambio. ¿Cómo era? ¿Tetsuya?
 
        Shoya notó cómo su amigo se tensaba y decidió intervenir.
 
        —¿Y qué hacéis aquí? ¿No os vais a casa?
 
        —Bueno, ya nos íbamos —comenzó a explicar otra de las chicas más amablemente—, pero no nos atrevemos a salir.
 
        —¿Y eso? —preguntó cada vez más extrañado.
 
        —Es que... bueno, mira tú mismo.
 
        La chica, bastante eufórica, se apartó un poco para dejar que los dos amigos se asomaran a la puerta.
 
        —No veo nada raro —dijo Kei.
 
        —Ahí —señaló la chica a un hombre vestido completamente de negro y, probablemente, esperando algo o a alguien.
 
        —¿Creéis que os va a hacer algo?
 
        —No es eso. ¿Es que no lo has visto bien?
 
        —¿Cómo quieres que lo veamos si está en la otra punta del patio y de espaldas? —intervino Shoya empezando a molestarse por seguir ahí dentro cuando ya había acabado las clases.
 
        —Fácil —respondió su amigo.
 
        El más alto se adelantó un poco, se metió dos dedos en la boca y produjo un silbido que resonó por todo el patio. Tiró de Shoya para que se ocultara con él tras la puerta y no ser descubiertos al comprobar la identidad del hombre que, efectivamente, se había girado debido al sonido.
 
        Las chicas, que también se habían escondido, suspiraron a unísono al ver en persona —aunque desde lejos— el rostro de ese hermoso hombre.
 
        A Shoya le dio una punzada en el pecho y comenzó a ponerse nervioso. Quiso salir corriendo y lanzarse a los brazos de aquella persona, pero se contuvo.
 
        —Yuu... —murmuró audible e involuntariamente.
 
        Las chicas lo miraron extrañadas y él se quedó sin habla, pero pronto volvieron a centrarse en el actor.
 
        —Deberías ir ya. Te está esperando —le susurró Kei.
 
        —Pero me es imposible con ellas mirando.
 
        —Solo pasa y ya está. No pensarás ocultar siempre que al menos lo conoces, ¿verdad?
 
        Kei tenía razón, no podían vivir ocultándose del mundo, así que, tras pensarlo brevemente, se despidió de él con un gesto y salió al patio. Podía notar las afiladas miradas de sus compañeras mientras se aproximaba a aquel hombre de melena negra, el cual lo observaba con una sonrisa.
 
        —Yuu, ¿qué haces aquí?
 
        —No pensarás que te iba a decir todo eso ayer sin enseñarte dónde está la casa, ¿verdad? —dijo dejándole una suave caricia en la mejilla—. ¿Quieres venir y comemos juntos?
 
        Shoya asintió emocionado y se encaminaron hacia la casa. No estaba muy lejos de allí, así que no tardaron mucho tiempo. Era muy espaciosa y tenía dos plantas, como la de Tokio.
 
        —¿Qué te parece? —preguntó Yuu ya en el interior.
 
        —Es genial. Una vez más vuelves a sorprenderme con tu casa.
 
        —Bien, pues —comenzó a decir el mayor mientras se acercaba al otro y le aflojaba la corbata del uniforme lentamente— sube a la habitación y ponte cómodo. Te he dejado ropa en el armario.
 
       —Yuu, no tenías por qué...
 
       —Pero quería. Anda, ve.
 
        El rubio obedeció y se fue escaleras arriba. La habitación era espaciosa y el armario bastante grande. En una de las puertas había una pequeña nota con su nombre, indicando que ahí estaba su ropa.
 
        Abrió la puerta y vio varias camisetas y pantalones, tanto vaqueros como de chándal. Cogió unos pantalones deportivos y una camiseta al azar, y bajó a ayudar a Yuu, pero cuando llegó, vio que ya estaba todo listo para comer y el mayor lo esperaba.
 
        —Veo que he acertado con la talla. Te queda muy bien.
 
        —Gracias.
 
        Yuu se acercó a él y solo lo miró fijamente mientas le acariciaba suavemente las mejillas, haciendo que el otro cerrara los ojos para sentir más ese roce tan delicado y protector. Le encantaba que hiciera eso, no podía negarlo. Aunque había una pregunta que rondaba por la cabeza del menor.
 
        —Por cierto... —comenzó a decir Shoya abriendo los ojos.
 
        —Dime.
 
        —Arriba, en la habitación... quiero decir... solo hay una...
 
        —Solo hay una habitación y una cama porque quiero que cuando te quedes duermas a mi lado —aclaró dejando al menor cortado en el sitio—. Aunque si no quieres, podemos...
 
        —¡No! O sea... que sí que quiero —interrumpió.
 
        Yuu rió, lo besó y lo guió hasta la mesa para empezar a comer.
 
 
        Shoya mentiría si dijera que no estaba pasando los mejores días de su vida; los mejores meses. Ya se había hecho costumbre ir a casa del pelinegro tras las clases y pasar la tarde con él viendo la televisión, saliendo a pasear o a tomar algo. Algunos fines de semana pasaba también las noches allí. Kei se había ofrecido a encubrirle cuando su madre preguntara, así que no tenía demasiados problemas. Todo era perfecto.
 
        Lo malo es que todo lo bueno se acaba, y Shoya se daba cuenta de que el tiempo pasaba rápidamente, y que Yuu estaba terminando su labor. Pronto tendría que volver a Tokio y lo dejaría allí, con sus estúpidos pensamientos comiéndole el cerebro. Los sentimientos del menor habían crecido mucho y ya tenía claro que quería a ese hombre, pero no se atrevería a decir nada, y menos ahora que iba a volver a perderlo de vista. ¿Qué pasaría cuando se fuera? ¿Se olvidaría de él? ¿Acaso ahora eran algo? Tenía tantas preguntas rondando su cabeza que estaba empezando a agobiarse. Estuvo a punto de dar media vuelta e ir a su casa a dormir y olvidarse de todo por un momento, pero realmente quería ver a Yuu. Quería ir y abrazarlo mientras durara aquello.
 
        Llamó a la puerta y enseguida apareció el pelinegro para recibirlo con una sonrisa. Como cada día, pasó al interior y se dirigió al salón, esperando a que el otro lo acompañara, lo abrazara y comenzaran a proponer planes para aquel día. Sin embargo, una vez dentro, observó las diversas cajas de cartón que ocupaban la gran habitación. Se quedó en el sitio, intentando hacer conjeturas, pero estaba en blanco a pesar de ser más que obvio lo que estaba pasando.
 
        —Yuu... ¿qué estás haciendo?
 
        —Estoy preparando mis cosas. El lunes tengo que volver a Tokio —respondió parándose detrás de él y colocando las manos en sus hombros—. Iba a decírtelo hoy, ya que está la casa así.
 
        —El lunes es pasado mañana... —murmuró en voz alta para sí mismo, observando todas aquellas cajas.
 
        —Sí, el tiempo ha pasado rápido —respondió dándole un pequeño apretón en los hombros—. Quería enseñarte algo.
 
        Se dirigió hacia una de las sillas donde reposaba su chaqueta negra y metió una mano en el bolsillo de esta, extrayendo algo. Se giró con intención de dirigirse al menor, pero ya no estaba.
 
        »¿Shoya? —no hubo respuesta. Al ir hacia la puerta de entrada y encontrarla abierta, confirmó que se había ido.
 
 
        Había huido; no había podido evitarlo. Sabía que el actor tendría que irse pronto, pero no el lunes. Eso lo había pillado completamente por sorpresa aunque su mente había actuado rápido: prefería irse ahora a tener que despedirse, pues eso le dolería mucho más.
 
        Corrió por las calles con intención de irse lejos, pero llegó a un pequeño y solitario parque cercano y no pudo continuar; se estaba arrepintiendo. Simplemente había querido salir de aquella habitación; de aquellas cajas; de aquella despedida. Se sentó en uno de los columpios y se encorvó apoyando la frente en sus manos. ¿Qué había hecho? ¿Qué iba a hacer?
 
 
        Agarró las llaves en un rápido movimiento y salió corriendo cerrando la puerta tras de sí. Tenía una ligera idea de por qué Shoya había podido salir de esa forma, y eso le asustaba. Lo conocía; sabía qué tipo de persona era y qué tipo de cosas pasaban por su mente, y fue por eso por lo que sus pies lo llevaron casi automáticamente a aquel parque que casi nadie usaba. Suspiró aliviado al ver su delgada figura encogida en uno de los columpios. Caminó hacia él en silencio y se sentó en el columpio de al lado. Este, al escuchar movimiento, levantó la cabeza y lo miró avergonzado.
 
        —¿Qué ha pasado? —preguntó el pelinegro tranquilamente.
 
        El rubio apartó la mirada de él y se tomó unos segundos para contestar.
 
        —No lo sé, Yuu. Durante todo este tiempo he estado contigo y te aseguro que jamás me he sentido tan feliz, pero ahora vuelves a irte y... ¿Qué va a pasar? ¿Qué somos? ¿Te olvidarás de mí? ¿Irá cada uno por su camino?
 
        Tras esa última pregunta, Yuu se levantó para agacharse enfrente del menor apoyando una rodilla en el suelo, quedando así a su altura. Colocó una mano sobre una de las piernas ajenas y metió la otra en el bolsillo de su pantalón, sacando lo mismo que había extraído de su chaqueta minutos antes en su casa: un pequeño y abultado sobre blanco.
 
        —Esto es lo que quería enseñarte antes —dijo ofreciéndole—. ¿Por qué no lo abres?
 
        Con timidez, Shoya cogió el sobre y lo abrió, sacando de este una sola llave que parecía pertenecer a la puerta de alguna vivienda.
 
        —¿Qué es esto? —preguntó mirándola curioso.
 
        —Eso, Shoya, es una promesa. No puedo responderte con seguridad lo que va a pasar, pero sí lo que quiero que pase. Pronto te graduarás y quiero que, en cuanto lo hagas, vengas a Tokio a vivir conmigo como mi pareja. Quiero que el camino que recorramos sea el mismo y que lo hagamos juntos.
 
        Ambos se miraron. Shoya sintió cómo el miedo recorría todo su cuerpo y las dudas comenzaron a asaltarlo. Quería ir con él; quería vivir con él; lo quería a él, pero...
 
        —No es tan sencillo —dijo en voz baja mirando aún la llave entre sus manos.
 
        —¿Por qué no? —preguntó con tranquilidad.
 
        —¿Qué le diré a mi madre? ¿Que me voy a vivir a Tokio con un hombre que, además de un actor conocido, es mi pareja?
 
        —Si no estás preparado para decirle que salimos juntos, dile que vas a Tokio a buscar trabajo y que te quedarás con el hombre que te acogió en el intercambio. Ya vivimos juntos esa vez, así que creo que no desconfiará de mí. Iré yo mismo a hablar con ella si es necesario.
 
        —¿Y si no encuentro trabajo?
 
        —Lo encontrarás, Shoya. Con paciencia, constancia y confianza lo conseguirás. Yo voy a ayudarte a adaptarte allí.
 
        —¿Y... si no sale bien? —preguntó vacilando un poco. Yuu lo miró en silencio durante unos segundos, volviendo a acariciar sus piernas con suavidad.
 
        —¿Y si sí? —respondió al fin.
 
        Volvieron a guardar silencio. Por la cabeza de Shoya pasaban preguntas y respuestas a la velocidad de la luz. Quería decir que sí y planear todo desde ya, pero no le salía.
 
        »Shoya, quiero que seas mi pareja —dijo Yuu rompiendo aquel silencio, leyendo en la mirada contraria aquella inseguridad.
 
        —Y yo quiero serlo.
 
        —También quiero que vivas conmigo.
 
        —Y yo quiero vivir contigo.
 
        —Y te quiero.
 
        No respondió enseguida, sino que antes se detuvo a sentir aquel latido intensificado por esas dos palabras tan cortas pero tan significativas. Apretó la llave en su mano mientras su cabeza se liberaba de repente de toda duda e inseguridad que pudiera haber en ella. Aquello fue como un soplido a un libro polvoriento.
 
        —Yo también, Yuu. Yo también te quiero —dijo en un susurro completamente audible. Ambos se sonrieron y el mayor se levantó, ofreciéndole su mano al otro.
 
        —¿Por qué no vamos a casa y planeamos algo para hoy?
 
 
        Todo fue muy rápido. Al día siguiente, Shoya le consultó a su madre sobre ir a Tokio a buscar trabajo después de graduarse. Le comentó que el hombre con el que había vivido durante el intercambio estaba en Fukuoka y, debido a lo bien que se habían llevado, le había ofrecido alojamiento hasta que obtuviera sus propios ingresos pudiera pagarse un piso. A su madre no le pareció mal e invitó a Yuu a comer para conocerle y saber con certeza quién era aquel hombre. Se sorprendió al ver el rostro de alguien que había salido en su televisor en más de una ocasión. Shoya tenía claro que, si todo salía bien, algún día se repetiría esa reunión, pero su madre sabría  lo que significaba aquel hombre en su vida.
 
        Cuando terminaron, Yuu se despidió educadamente y Shoya lo acompañó a su casa, tomándose su tiempo para despedirse una vez allí, pues el mayor saldría temprano a la mañana siguiente.
 
        El tiempo seguía pasando como la luz y, cuando se quiso dar cuenta, abrazaba a Kei en una ceremonia de graduación por todo lo alto. La felicidad por estar ahí con su amigo y saberlo que quedaba por llegar era inmensa. Tras el acto y una gran fiesta, que se alargó hasta altas horas de la madrugada, Kei durmió con él en su casa para ayudarlo con el equipaje cuando amaneciera; se iba a Tokio.
 
        Tanto su amigo como su madre lo acompañaron a la estación, hasta el mismo tren al que tenía que subir. A su madre la abrazó con fuerza y le dijo que la llamaría con frecuencia y que iría a verla en cuanto pudiera. Cuando se separó de ella, Kei y él se miraron y comenzaron a reír antes de abrazarse también.
 
        —Estoy orgulloso de ti, Shoya. Has madurado mucho y vas directo a ser feliz. Os deseo lo mejor —dijo Kei, bajando la voz en aquella última frase.
 
        —Gracias, Kei. Espero verte pronto por allí. Sé que tú también darás el paso.
 
        —No lo dudes.
 
        Hizo un último gesto con la mano antes de subirse al tren y acomodarse en su asiento. Enseguida empezó a avanzar y suspiró sin poder evitarlo. ¿Quién le diría que volvería a recorrer ese camino; a suspirar en la puerta de la estación donde empezó todo?
 
 
        Bajó del taxi que le llevó hasta la ciudad y arrastró su equipaje hasta donde sabía que estaba la casa. Una vez en la puerta, sacó la llave que tan preciadamente había estado guardando. «Cuando decidas venir, solo abre la puerta. Una vez lo hayas hecho, será definitivo». Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta, entrando con su equipaje y cerrando tras de sí. No pasaron ni cinco segundos cuando el pelinegro apareció por el pasillo con una gran sonrisa dibujada. Ambos avanzaron el uno hacia el otro y, sin mediar palabra, unieron sus labios rodeándose mutuamente con sus brazos. Yuu subió sus manos hasta las mejillas ajenas, juntó sus frentes y separó sus labios lo justo para poder decir algo en un susurro:
 
        —Bienvenido a casa.
 
 
FIN
 
Notas finales:

Gracias por leer. Espero leer vuestra opinión.

Mise, especialmente a ti, espero que te haya gustado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).