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Hasta el último anochecer por Emilia98

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Notas del capitulo:

por fin por fin aca el cap y todo gracias a unas amigas que me ayudaron mucho y a mi nueva editora que me corrio mis horrores ortograficos XD en fin los dejo con el fic 

Capitulo 2: llegada

Desde la llegada del enviado de la reina, el enigmático mayordomo había podido sentir que no era un humano común, pero decidió no decir nada hasta estar del todo seguro. Sin embargo eso no era lo único que le inquietaba, sino mas bien cierto aprecio y cariño que está empezando a desarrollar por su amo. Él siendo un demonio no debería de tener este tipo de sentimientos y aun así estaban allí, atormentándolo.


Después de haber tenido la charla con el extraño recién llegado, el joven conde aun seguía revisando papeleo, aunque más que revisar estaba sumido en sus pensamientos ya que llevaba releyendo la misma línea sin siquiera poner la mas mínima atención a la hoja que sostenía  durante ya varios minutos. Esa sensación le estaba empezando a inquietar, necesitaba sacarla.


No, más bien necesitaba tener a la persona que le causaba eso, sentía que estaba a punto de explotar.  Decidió calmarse y descansar un poco. Cerrando los ojos y apoyándose en la silla intento relajarse y tratar de despejar su mente, quedándose dormido inmediatamente.
El enigmático mayordomo decidió ir al despacho de su amo, hacía rato que no salía de el, grande fue su sorpresa al encontrarlo dormido. Era natural, después de todo, hacia ya mucho tiempo que había anochecido. Soltando un suspiro y con el cuidado de todo el mundo lo cargo y se dirigió a la habitación de este.


En una habitación cierta nación inglesa aun le daba vueltas al asunto, a pesar de que cierta nación americana no salía de su cabeza. Él sabía que tenía una responsabilidad con su gente, su reina, y su propio país,  pero aun así no podía deja de pensar en él, en su personalidad imperativa e infantil y perderse en el brillo de su ojos. Aquellos ojos de un añil profundo que lo hacían perderse en un limbo de pensamientos indebidos.


-Pero que estoy pensando, debo de poner mi mente en esta misión, no en otros asuntos– terminando de hablarse-regañarse a sí mismo, se dejo caer de forma un tanto tosca en la amplia cama. Tal solo darse cuenta en lo que sentía y pensaba le causaba un gran rubor en la cara.
Queriendo dejar esos pensamientos de lado y cansado por el pequeño viaje se acodo entre las cobijas, cayendo inmediatamente en los brazos de Morfeo.


La mañana siguiente despertó sin esfuerzo alguno. Su cuerpo, acostumbrado a madrugar le hizo levantarse automáticamente, sin hacerse esperar mucho preparo su baño y se alisto para salir. A punto de tomar la perilla de la puerta, esta se abrió dejando pasar al mayordomo principal de aquella mansión. Después de una pequeña charla, este le trajo un té mañanero para posteriormente avisarle que era la hora del desayuno.


Fue guiado hasta el comedor, al llegar noto que el conde ya se encontraba sentado en uno de los extremos de la mesa esperando por su invitado para comenzar a desayunar, Inglaterra fue guiado al contrario del conde he invitado a sentarse al otro extremo de la mesa. Sin esperar más, ambas partes se dieron los buenos días y comenzaron su desayuno.


Sebastián, quien parecía haber olvidado su papel de mayordomo, en vez de retirarse a hacer sus deberes solo se quedo observando al joven conde, sentía una  enorme necesidad por estar con él, por tocarlo con algo más que no sean solo por los servicios y del contrato que tiene con el conde, en tocar y probar sus apetecibles labios. Era algo confuso, incluso para él. Aun así, él sabe mejor que nadie que esa relación que tanto anhelaba es completamente imposible y eso sin tomar en cuenta su naturaleza demoniaca.


Ciel, que hasta ahora había estado desayunando en completo silencio, alejó su atención del plato para dirigir su vista hacia su mayordomo. Desde hace varios minutos había estado sintiendo la mirada de él sobre su persona. No es que le molestara, simplemente lo ponía nervioso, ya que esa mirada hacia que su corazón latiera con fuerza, casi queriéndose salir de su pecho. Con un ligero sonrojo desvió la mirada y se decidió por poner cartas en el asunto.


–Sebastián –lo llamo con calma aun sin poner sus ojos encima de él– ¿Se podría saber que sigues haciendo aquí? –teniendo una pequeña pausa para soltar un suspiro tranquilizador prosiguió– ¿Qué estas esperando para ir hacer tus deberes? –finalizó de modo cortante aun sin voltear a verlo.


El mayordomo, que aun seguía en trance, reaccionó casi automáticamente al escuchar la voz de su amo– Discúlpeme, enseguida me retiro –y sin dar una sola palabra mas, se fue del lugar dejando a la nación y al conde solos.


Arthur, que había estado atento a todo lo que había pasado a su alrededor desde que había ingresado al comedor, prefirió guardar silencio y prestar atención a su plato.


–Ejem –el conde carraspeo levemente queriendo tomar la atención de su invitado e intentando dejar de lado lo recién sucedió, aunque esto último mas para él que para su contrario– Después del desayuno y que termine de revisar algo de papeleo  saldremos para profundizar la investigación –declaró de forma rápida y precisa.
–Por mí no hay problema –Arthur siguió desayunando en completo silencio, el cual empezaba a tornarse levemente incomodo, pero para suerte de él, la incomodidad finalizó cuando el desayuno había terminado.
*
Las frías calles de Estados Unidos no dejaban ver nada, después de todo el invierno estaba cerca. Alfred suspiró, siempre había odiado el invierno, pero eran asuntos de trabajo por lo cual no tenia opción, esa misma tarde debía tomar le barco que lo llevaría hasta Inglaterra. No era que le molestara el ver a la nación inglesa, muy al contrario, estaba ansioso por verlo de nuevo, pero la cuestión era que odiaba el frio y que empezaba a sentirse diferente cada vez que pensaba en aquella nación de cejas espesas.


Sacudió la cabeza ha modo de negación, como si con ello todos esos pensamientos desaparecieran de su mente, se dedico a abordar el barco una vez dado el permiso para subir. El viaje duraba aproximadamente una semana y para él como nación, una semana no era un tiempo relativamente corto. Por ese lado estaba bien, pero por el otro, tendría que ver en que entretenerse para no pensar a cada rato en Arthur.


*
Desde el carruaje se podía notar como todo el camino estaba nublado, clara representación de que entraban en invierno, poco faltaba para que empezara ha nevar. El viaje fue silencioso, ese día no averiguaron mucho como cualquiera esperaba. Los siguientes días tampoco lograron hallar nada y los “asesinatos” disminuyeron, no tanto como les gustaría pero disminuyeron.


Una semana pasa demasiado rápido para una nación, por eso ha Arthur no le afecto tanto como creía, durante esos días había estado tan ocupado y metido en el caso que no pensó mucho en Alfred.


–Es hora de partir –Sebastián lo llamó. Ese día tendrían que volver a salir, aun no aumentaban lo asesinatos, pero habían cambiado drásticamente. Ahora no solo los dejaban así sin más, por el contrario, se tornaron más brutales dejando sangre derramada por toda la escena del crimen.


–Tal vez el asesino quiere experimentar con los humanos –había dicho Sebastián, algo que el joven conde no llegaba a entenderlo del todo. Sus pensamientos terminaron una vez el carruaje se paro fuera de una funeraria.


–Arthur… ¿se podría quedar aquí uno momento? – Inglaterra asintió levemente, para posteriormente observar como el conde bajaba y se internaba en la funeraria junto a su sirviente.
Después de unos segundos visualizó como el conde salía solo del lugar, para que inmediatamente se escuchara una fuerte y estruendosa carcajada. Inmediatamente el conde volvió a ingresar al lugar.


Arthur decidió bajarse un rato del carruaje para tomar aire, camino al azar por el sitio sin darle mucha importancia a donde se dirigía, pero no avanzo mucho ya que el conde salió de la casa mortuoria.

Cuanto estaba por regresar al lugar en donde se encontraba el conde, fue interrumpido por una voz conocida y bastante escandalosa, lo que le hizo girar la cabeza rápidamente.


–América –susurró esperando que nadie lo escuchase, aunque en eso estaba equivocado.


–Iggy –Alfred, cuando por fin llego al lugar donde se encontraba la otra nación, apoyo sus mano en sus rodillas mientras respiraba pesadamente– Ig…– intento llamarlo una vez estuvo cerca, pero el contrario le tapo la boca antes de que diga algo más.


–¿Es un amigo suyo, Arthur? –con paso elegante, el mayordomo se acerco a ambas naciones, seguido de este el conde también lo siguió.


–Ha…ha…si –contestó con una sonrisa nerviosa, aun sosteniendo la boca de Alfred– es Alfred F. Jones y es un viejo conocido de Estados Unidos –por fin liberando a la nación contraria y dándole una mirada de advertencia basto para que Alfred entendiera el mensaje.


–Jajajajaja pero que descuidado soy –rascándose la cabeza y con una sonrisa infantil en su rostro decidió callar.


–Oh, en ese caso, es un placer yo soy el conde Ciel Phantomhive y el es mi mayordomo Sebastián Michaelis –después de aquella presentación se hizo un silencio largo que poco después fue roto por la nación de cejas espesas.


–De cualquier modo, Alfred que haces en Inglaterra y sin avisarme o avisar a mis superiores –soltando un suspiro y cruzándose de abrazos miro directamente a la nación de lentes.


–Oh, sobre eso, supongo que ya lo sabes ¿no? –borrando su sonrisa y poniendo una expresión seria– así que, por que no lo discutimos a solas mi querido Ig… –antes de terminar la frase, este recibió un fuerte rodillazo en el estomago, lo que hizo fue forzar una sonrisa– ¿Po…por…que? –con voz trabada por la pérdida de aire y desconcierto le cuestionó.


–Ya te lo diré cuando estemos a solas.


El conde y el mayordomo que estaban hasta ahora fuera de la conversación entre los 2 rubios, solo se dedicaron a sumirse en sus pensamientos.


Sebastián desde la llegada del segundo extraño y que el que su invitado principal se haya referido a este como “América”  había hecho su intriga más grande, claro que tampoco dejaba del lado el que el contrario le llamara “Iggy”. Debatiéndose entre decirle a su joven amo o no, se decidió por mantenerlo ha raya hasta que este seguro.


En cambio el conde, que había estado ajeno a todo desde lo mencionado por el sepúltelo, ahora se debatía entre quien era realmente Arthur Kirkland.

Notas finales:

en fin espero les haya gustado y hasta la proxima 


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