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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

¡Hola! Bien, este capítulo salió un tercio más corto que el anterior, pero creo que así está bien. Además lo publico una semana antes del plazo límite que me puse, así que seguiré escribiendo. No está muy entretenido. Camus y Milo haciendo cosas mientras mamá Dégel los cuida, Kardia se rascó en este capítulo(?)

Después haré un par de comentarios al final, por ahora disfruten el capitulito.

Saint Seiya, Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenecen, son de Masami, Teshirogi, Toei, etc.

Por milésima vez, Milo suspiró mientras pensaba por qué estaba metido en esa situación. Ah, claro; cierto que era por el idiota de su hermano. Sí, el idiota. Porque si no fuera por él y sus ideas, seguramente no estaría ahí, dentro de esa casa y con ese niño. Su vista se posó en Camus un instante. Ambos estaban sentados en una mesa y hacía como una hora que no decían nada. Milo no podía soportarlo, el silencio que había en ese lugar era espantoso. ¿Cómo podía ese niño estar tan tranquilo cuando él se sentía tan desesperado? No quería saberlo realmente.

¿Cómo es que esto había empezado? ¡Kardia! Aquel ser maligno que se hacía llamar pariente suyo. Gracias a él, era que ahora estaba junto a ese niño y no pudo escapar, por más que lo intentó. El día anterior, cuando salió de la escuela, su hermano mayor le esperó con la maravillosanoticia de que ahora, no sólo tendría de vecino a ese niño, sino que iba a estar en las tardes con él en su casa porque el hermano mayor de éste lo iba a cuidar. En pocas palabras, Milo lo iba a matar. ¿Tan fácil Kardia decidía las cosas que le concernían a él y sin preguntarle primero si quería? Por supuesto que su opinión al estúpido no le importaba, sólo se preocupaba por lo que era conveniente para él y nada más. Milo a veces pensaba que si Kardia fuera un poco más deficiente como hermano, incluso lo tendría durmiendo en la cocina.

No hubo forma de cambiar el destino, era inevitable. Por más que pensara soluciones que, a sus ojos, eran muy buenas; Kardia no las aceptó. Luego pensó en que debía matarlo, pero en parte lo necesitaba para vivir aún, así que no era una buena opción. Quizá podría vengarse de alguna forma, como llenando de excremento sus preciadas manzanas, pero luego desistió hasta de eso. Aunque sí lo había hecho sentir mal que decidieran sobre él tan fácilmente, pero en parte ya estaba acostumbrado. Siempre le pasaba algo similar. Sin embargo, por más que Kardia fuera un idiota, no podía quejarse con él. A pesar de que se peleaban continuamente y tenía que aguantar las bromas o que éste le moleste, no dejaría de vivir con él. Por más de que no lo dijera, era feliz con el idiota de su hermano mayor, más de lo que había sido antes y no quería que eso cambiara.

Milo no era un niño tonto y sabía muy bien cómo eran las cosas. Bueno, quizás un poco despistado, pero eso venía de familia. Sabía a la perfección que Kardia daba mucho por él y había sacrificado muchas cosas por cuidarlo, así que, en parte, por eso es que tampoco se había negado tan rotundamente a las condiciones que le ponía. Por más que ese niño no le cayera muy bien, había aceptado a regañadientes cuando vio que no le quedaba de otra.

Internamente, se lamentó todo el día y cuando la hora de la salida llegó tuvo que aceptarlo. Ese tal Dégel no se veía como una persona desagradable, de hecho lo trataba muy bien, el que no lo veía con buena cara era Camus. Seguramente tenía las mismas ganas que él de estar juntos. En ese momento, Milo de verdad volvía a considerar que tenía que matar a Kardia.

Así fue cómo terminó ahí. Luego de volver de la escuela, Dégel les dijo que iría a comprar unas cosas y que enseguida volvía. Al instante que se fue, Camus se sentó y sacó las cosas de la escuela para hacer la tarea. Milo, por su parte, observó la casa con curiosidad y no se sorprendió al notar que era bastante similar a la suya, pero todo parecía estar al revés ahí, además que tenían muebles extraños. Quizá lo que más dejó asombrado fue una pared llena de estantes con montones de libros. Era la segunda vez que Milo veía tantos libros, la primera cuando entró a la biblioteca de la escuela por error y ahora. Se ve que leían mucho.

¿Qué se supone que debía hacer ahí? No tenía ni idea. Dégel había salido y ese niño no le agradaba. Bueno, tampoco es que le cayera mal de hecho. Sólo habían tenido un problema, pero era por culpa del otro. Además lo miraba de esa forma engreída y enojada, como si le hastiara su presencia. Eso quizás era lo que más le molestaba a Milo. Aunque admitía que ahora ya no estaba tan enojado. Incluso varios de sus compañeros de escuela le dijeron que ese niño no era malo. Shaka y Mu en seguida se habían hecho amigos de él, hasta Aioria le dijo que ya deje eso y hable con el niño nuevo. ¡Pero que no era su culpa! Era ese chico a quien, vaya a saber uno por qué, no le caía bien. Kardia también le dijo el día anterior, cuando discutían, que tratara de llevarse bien con ese chico porque ahora pasarían algo de tiempo juntos y, si no quería pasarla mal, que lo intentara, buscara algo que tuvieran en común o lo que sea.

Acabó sentándose en esa mesa junto a Camus. Lo intentaría. Pondría buena voluntad y trataría de hacerlo. ¿Qué más le quedaba, de todas formas? El imbécil de Kardia no vendría hasta dentro de un rato, además de que, si tenía que comenzar a pasar ahí sus días, intentaría que fuera al menos algo tolerable. Observó lo que el otro hacía y, por dentro, se horrorizó al ver el libro de matemáticas abierto y cómo el otro niño resolvía tranquilamente los ejercicios que les habían mandado. ¿Cómo podía tener cabeza para eso después de que habían estado metidos en la escuela tantas horas? Milo, cuando llegaba de la escuela, tiraba su mochila por ahí y se olvidaba de su existencia hasta el otro día.

—¿Qué? —En parte, Milo se desconcertó cuando Camus le habló. Se ve que el otro niño notó que lo estaba mirando raro y le preguntó eso.

—¿Qué haces? —dijo y Camus alzó una ceja levemente, era obvio.

—La tarea —contestó.

—Sí, pero… ¿Por qué? —Milo ladeó la cabeza bastante confundido—. Acabamos de volver de la escuela, ¿cómo es que tienes ganas de hacer tarea?

—Hay que hacerla —Fue la respuesta de Camus—. Es para mañana.

Milo no dijo nada más. No lo entendía en realidad y dudaba poder hacerlo. Sin embargo, se quedó mirando cómo Camus seguía escribiendo en sus hojas y en el libro. Tenían una parte sólo de ejercicios que eran jeroglíficos para él. No era bueno para las matemáticas, de hecho no destacaba mucho en ninguna materia, pero esa asignatura era en la peor que le iba.

Apoyó la cara en su mano y asomó la cabeza más sobre lo que Camus escribía. Pasaba el lápiz con mucha seguridad y, en todo ese tiempo, no lo había visto usar la goma de borrar o consultar las soluciones. ¿Cómo es que para él era tan fácil? En parte, creyó encontrar la respuesta viéndolo.

—¿Qué ocurre? —volvió a indagar Camus. Que lo observara tanto le estaba poniendo nervioso en cierta forma.

—¿Cómo haces esto? —preguntó señalando un ejercicio del cuaderno, el cual no tenía ninguna cuenta o explicación, Camus sólo había puesto el número—. ¿Cómo sabes que es esa la respuesta?

—Porque es evidente —respondió.

Al menos, para él lo era. Sólo se trataba de una simple multiplicación, muy fácil. Sin embargo, observó que el otro chico miraba el ejercicio como si se tratasen de letras de alguna lengua muerta hace millones de años. Suspiró y corrió un poco más cerca el cuaderno para que Milo también pudiera ver. Tomó una hoja en blanco y comenzó a explicarle.

—"En una bolsa hay 12 cucharadas. Cada 12 bolsas se colocan en una caja. ¿Cuántas cucharadas hay en una caja?" —leyó el ejercicio y comenzó a escribir con el lápiz que había estado usando—. Sólo tienes que multiplicar ese 12 por otro 12. Primero lo haces así, con el 2 y luego con el 1, sumas ambos, cuando acabas tienes el resultado.

—¿144 cucharadas? —dijo al leer el número que Camus escribió y luego se fijó en las opciones que daban como respuesta—. Es cierto, es la respuesta B. En verdad no era tan difícil.

Camus asintió y miró un segundo a Milo, impresionándose al ver que éste sonreía entusiasmado. ¿Se estaba emocionando por la tarea? Si hace un segundo se estaba quejando porque él la hacía. Era algo raro. Aunque esa emoción iba más por el lado de que había logrado entender el ejercicio, siendo que él era de madera para cualquier cosa que tuviera que ver con números.

Incluso le robó el lápiz a Camus e hizo un ejercicio él sólo, ante la atenta mirada del otro niño. Por un momento, se había olvidado que estaba molesto porque Milo estuviera ahí. Había pegado el grito en el cielo cuando Dégel le comentó lo que había arreglado con el vecino de enfrente y discutió hasta el cansancio, pero ganarle a Dégel era algo que aún le costaba. Aunque tuvo que ceder, se había convencido de que si lograba ignorar a Milo, el tiempo se pasaría mucho más rápido y el suplicio sería más corto. Se convenció de eso, pero ahora parecía haberlo olvidado.

Ambos se concentraron en el libro y Camus le explicaba algunas cosas, mientras que Milo iba haciendo los ejercicios. Se sorprendió al notar que el otro niño le prestaba atención y le hacía caso en lo que le decía.

—Creo que es 260 la respuesta —contestó Milo al terminar y Camus asintió. Una sonrisa se escapó de sus labios. ¡Había resuelto un problema él solo y sin ayuda prácticamente! Se sentía bastante genial y no había sido tan complicado como creyó—. ¡Lo logré! —festejó—. Aunque tardé un rato —se rascó atrás de la cabeza, sintiéndose un poco tonto, pero eso no quitaba el hecho de que estuviera contento por entender esa materia horrible.

—Es cuestión de práctica —comentó Camus y Milo lo miró nuevamente, despegando la vista del libro.

—Tú lo haces sin escribir la cuenta siquiera —dijo bastante asombrado y le sonrió—. Eres inteligente, ¿verdad?

Por más que el comentario no había ido con mala intención, Camus se sintió levemente avergonzado y volteó la cara. Aunque también debía admitir que era halagador, de alguna forma.

—No es para tanto —le restó importancia.

—¡Claro que lo es! Yo no conozco a nadie que pueda hacer eso —insistió Milo—. Kardia incluso cuenta con los dedos cuando cree que nadie lo ve.

Ese pequeño comentario fue suficiente para que ambos niños rieran. La sorpresa de Milo fue enorme al ver a Camus reír por su comentario tonto, pero no pudo evitar reírse con él. Al final, el momento parecía haber despejado toda tensión.

—Mi abuelo me enseñó —mencionó Camus mirando su libro y una pequeña sonrisa se le escapó, a lo que Milo casi se cae de la silla. ¿También sonreía? ¡Qué bien! Al menos ese niño no era ningún ente extraño o alienígeno, se trataba de un humano—. Él sabía mucho de física, matemáticas y de todo.

—Vaya, eso suena increíble —En serio le sonaba así, una persona que supiera tanto para él era increíble y más siendo ese tipo de cosas que le sonaban tan tediosas—. ¿Y dónde está él?

En el instante que dijo esa duda, supo que no debía haberla hecho. Vio cómo los ojos de aquel niño se oscurecieron repentinamente y Milo no supo cómo arrepentiré. Debía habérselo imaginado, pero la duda llegó a su cabeza y no tuvo forma de pararla.

—Murió hace algunos meses —respondió Camus y, por más que se viera con un rostro serio, Milo pudo notar el dolor en su mirada. Será porque no le parecía algo tan desconocido.

—Lo siento —susurró bajando la mirada. Ese tipo de cosas no eran agradables y por más que ese niño no era su amigo ni tampoco se llevaban de lo mejor, se sintió mal por haberle traído un amargo recuerdo—. No quise…

—Está bien —lo cortó rápidamente y posó los ojos en los de Milo. No quería oírlo disculparse más que eso—. No te preocupes —le reiteró—. En realidad él no era mi abuelo, era mi tío, pero yo le decía así.

—¿En serio? —Arqueó una ceja asombrado por ese comentario.

—Sí, era un hombre algo mayor y quienes no me conocían pensaban que yo era su nieto —explicó, aunque no sabía por qué le decía eso a Milo. Simplemente el recuerdo le vino a la mente y quiso compartirlo—. Por eso yo me acostumbré a decirle abuelo.

—Bueno, a veces hay quienes creen que Kardia es mi padre —comentó y al instante un escalofrío le recorrió la espalda—. Aunque eso no es agradable.

Camus sonrió un poco por la cara de espanto que puso y eso hizo sentir un poco mejor a Milo. Al menos ya no se veía triste y la culpa en él descendió.

—Con Dégel también me pasa —mencionó y se quedó pensativo un segundo—. Es extraño.

Esas últimas palabras no iban referidas exactamente a lo que dijo, sino a la situación. Milo lo miró como si estuviera pensando lo mismo. Nunca lo habían comentado, pero había ciertas similitudes que tenían que no pasaban desapercibidas fácilmente, como el hecho de que ambos vivían sólo con sus hermanos mayores. Tal vez fuera por costumbre de que ambos llevaban este tipo de vidas o porque hasta el momento no se había querido hablar porque se caían mal, pero en ningún momento mencionaron de sus familias. Padres, abuelos, otros hermanos, o simplemente la razón de por qué cada uno vivía con su hermano mayor.

La intención de hacer la pregunta estuvo ahí, la curiosidad latía dentro de ambos niños, pero no dijeron nada al respecto. La puerta se abrió antes de que alguno se animara a seguir hablando. Dégel había vuelto y traía consigo algunas cosas para darles una merienda a los niños. Se acercó a la sala y los vio ahí sentados. No había pasado nada de tiempo que los dejó solos y se asombró al verlos juntos, en un ambiente que parecía ser cómodo.

—¿Todo está bien? —preguntó por las dudas. Estaba preocupado por cómo se sintiera su hermano, luego de lo enojado que había estado por el arreglo que hizo con Kardia.

—Sí —contestó el niño—. Hacíamos algo de tarea.

—Me parece bien —Dégel sonrió y se alegró de ver a Camus con el rostro relajado. Al parecer ya no se sentía enojado, ¿será que se habría arreglado con el otro pequeño?

—Oiga —lo llamó Milo y al instante Dégel lo cortó.

—No hace falta que me trates de usted —le aclaró al niño—. Puedes llamarme Dégel.

—De acuerdo —asintió—. Dégel, ¿podemos ver la televisión o jugar a algo? Fue demasiada tarea para mí.

Dégel casi se ríe al ver la cara exhausta que exageró Milo y Camus lo miró estupefacto. Sólo habían hecho dos problemas, ¿estaba cansado de eso? En ese caso, no sabía cómo haría ese niño para pasar el año.

—Nos mudamos hace poco tiempo, así que aún no están hechas las conexiones de cable o internet —le explicó al niño y éste le miró como si hubiera dicho una blasfemia.

—¿En serio? ¿Tampoco televisión? —Por más que le dijeran que no, le costaba creerlo. ¿Cómo se entretenían así? En parte, se compadeció de Camus, pero lo que Milo no sabía que a éste le daba totalmente igual ese tipo de cosas. Aunque también se lamentó porque ahora tendría que estar en esa casa todos los días y sin alguna cosa tecnológica que lo distrajera.

Por un momento, Dégel recordó una pequeña cuestión que sabía muy por encima y le interesaba que le contaran.

—¿Ustedes no tenían que hacer un trabajo como castigo?

Al oír esa pregunta, ambos niños recordaron la pelea que tuvieron y la reunión con la psicopedagoga de la escuela. Ya no estaban enojados uno con el otro, pero se habían olvidado ese detalle del castigo.

—Tenemos que elegir algo que nos guste a ambos y hacer un trabajo con eso —explicó Camus.

—El problema es que no encontramos nada que nos guste.

Era cierto, habían tenido una discusión en el gabinete de la mujer y creyeron que nunca se pondrían de acuerdo para hacer ese castigo. Sin embargo, ahora miraban el asunto con otros ojos, con más tranquilidad. Quién sabe por qué.

—Bueno, si no tienen nada que les guste, busquen otra cosa —sugirió Dégel—. Pueden elegir un cuento, también una película y verla. Tenemos algunas y la videocasetera.

—¿En serio tiene una de esas cosas? —La pregunta de Milo le sorprendió, pero aun así le asintió al niño y éste quedó mudo simplemente. Esa casa era muy extraña. La única vez que recordaba haber visto una videocasetera fue en su vieja casa, pero cuando tenía como cuatro años. Eso le traía ciertos recuerdos.

Dégel fue a prepararles algo de comer y los niños esculcaron las películas que tenían. Había montones de VHS y de todas las clases. Muchas películas infantiles, de Disney y esas cosas; incluso algunas estaban repetidas. Pero lo que más le llamó la atención a Milo fue que varias estaban en griego y con una copia en francés. Si no fuera porque las tapas de las películas tenían dibujos no habría reconocido cuáles eran porque estaban en otros idiomas.

—Tienen algunas copias en francés —mencionó mirando los VHS—. Cierto que ustedes son de Francia —recordó y al instante miró a Camus con los ojos bien abiertos, como si hubiera descubierto una gran verdad—. ¡Eso significa que sabes hablar francés!

Aquella declaración dejó perplejo al otro niño. Apretó los labios y no dijo nada por un momento. La situación se le hacía algo complicada de explicar.

—Más o menos —dijo finalmente y Milo no comprendió.

—¿Qué quieres decir? —preguntó y la expresión que puso Camus lo confundió aún más. Parecía nostálgico, triste como hace un momento. Nuevamente, sintió que no debería haber dicho nada.

—Nací en Francia, pero vivimos en Grecia desde que tengo memoria —explicó y otra vez, Camus no supo por qué lo hacía. No le gustaba hablar de esas cosas, pero aun así lo estaba haciendo. Por más que Milo no le hubiera caído bien antes, ahora le estaba comenzando a tomar confianza—. Nunca viví en Francia realmente, fui algunas veces, sólo sé el idioma porque Dégel me enseñó y veíamos estas películas.

Milo asintió a cada palabra que le dijo Camus y no quiso seguir indagando. No supo por qué, pero había algo más atrás de esas palabras, algo en que el otro niño no quería pensar, pero inevitablemente lo hacía. Sintió curiosidad, pero no dijo nada. Sólo permaneció callado y continuó mirando los videos.

En cierta forma, Milo también se sentía más cómodo con Camus ahora. Poder conversar sin pelearse había ayudado a que se acostumbraran a la presencia del otro y ahora no les parecía tan malo estar juntos. Al menos por ahora. Además, ambos se habían dado cuenta de algo importante: estaban en una situación parecida. Por más que no lo dijeran, lo sabían. Vivían de una forma similar y, aunque no se parecieran en nada, tener algo en común les permitía tener cierta confianza especial, empatía que no cualquiera podría experimentar. Sentían curiosidad por preguntar, por saber qué tan grande era esa empatía, pero no era el momento. Quizás en otra ocasión, si es que podían continuar llevándose de una forma decente.

En ese momento, entró Dégel con la merienda para los niños en una bandeja. Leche con chocolate, algunas galletas, cosas normales de niños. Camus no siempre comía de ese tipo de aperitivos, pero sabía que eso lo podría un poco más contento, además de que suponía que a Milo también le gustaría. Dejó las cosas en la mesa y se acercó a ellos.

—¿Encontraron algo que les guste? —dijo acomodándose los lentes para ver dentro de la caja que revisaban los niños. Estaba llena de libros que aún no había ordenado y esos videos.

—No, pero… —Milo agarró uno de los videos que había tomado, esos que tenían copia en ambos idiomas—. Esta película la vi muchas veces.

—¿Aristogatos? —leyó el título y al instante recordó esa película—. Esa te gustaba mucho, Camus. Podrían usarla.

—¿En serio? —dijo Milo emocionado y el otro niño asintió—. Yo me sabía casi todos los diálogos, la miraba mucho con mi mamá cuando era pequeño —contó y se quedó pensando un momento en eso. De verdad hacía mucho que no la miraba y tener ese video entre las manos le trajo un agradable recuerdo de su mamá—. ¿Podemos verla en francés también? Así me enseñas un poco.

Camus abrió la boca, pero no dijo nada. No sabía qué contestar. ¿Qué clase de pedido era ese? No iba a entender nada si la veían en otro idioma, pero no creyó que eso detuviera al otro chico. Dijo que sí finalmente y, luego de un batalla para conectar la videocasetera al televisor, pudieron comenzar a ver la película.

Dégel dejó a los niños con el video y la merienda. Aún no salía de su asombro. Estaba impresionado del cambio tan radical que habían dado ese par de infantes. De pasar a los golpes e insultos, ahora estaban sentados juntos, comiendo galletas y mirando una película. Eso le provocó cierta ternura. En serio los niños eran criaturas fascinantes, al menos ese par que tenía ahí en su casa. Se sentía contento de que su hermanito estuviera llevándose bien con ese niño y, aunque no hubieran empezado de la mejor forma, quizá podrían acabar siendo amigos. Le había costado bastante que Camus aceptase la nueva vida que debía llevar, la escuela o la casa; aún era pequeño y adaptarse a cierto tipo de cambios le costaba. Sin embargo, ahora Dégel estaba más tranquilo al verlo distraído y, en cierta forma, entretenido en compañía de Milo.

Se retiró a otra área de la casa para estudiar algunas cuestiones de su trabajo, pero, de vez en cuando, Dégel paraba el oído y escuchaba por qué parte de la película iban. Era una historia totalmente simple sobre gatos y no duraba más de una hora, pero oír aquella música le hizo sacar una sonrisa. En parte, él también recodaba mucho de esa película. Cuando Camus era más pequeño la veía muy seguido y le gustaba mucho, incluso llegó a ponerle Toulouse a un gatito que tuvieron, aunque después descubrieron que era gata.

Por más que hacía mucho que vivían en Grecia, Dégel no quería que Camus perdiera del todo la esencia del lugar donde nacieron. Habían llegado muy jóvenes a vivir a ese país y, para Dégel, fue bastante difícil aprender esa lengua. Por más que él fuera inteligente, le costó bastante, pero era necesario y esas películas le habían sido muy útiles. Estudiar y trabajar en un idioma que no es el materno era toda una travesía, más aún para un muchacho de dieciséis años como lo era él en ese momento. Para su suerte, era un chico inteligente y que gustaba de aprender cosas nuevas constantemente. Así que el proceso de adaptación había sido efectivo y ya estaban totalmente acostumbrados a su vida ahí. Sin embargo, a veces Dégel se cansaba de hablar en griego y sólo quería pensar en su lengua natal. Durante muchos momentos se encontraba hablando solo o diciéndose cosas en francés sin darse cuenta. Lo necesitaba, cada tanto. Por eso también era gratificante que Camus hablase ambos idiomas, así podían hablar de forma relajada. Incluso algunas veces lo utilizaban para decir cosas que nadie más entendiera, como una especie de código, pero esas ocasiones eran bastante esporádicas.

Miró la hora y se dio cuenta de que ya eran pasadas las siete. Pronto seguramente vendrían a buscar al otro niño. Dégel se sintió relajado y conforme en ese momento, ya que ese arreglo que habían hecho parecía ir bien hasta el momento por parte de los pequeños. Esperaba que siguiera todo así.

O-o-o-o-o-O

Kardia bostezó mientras se subía al autobús y pagaba su boleto. Qué día más horrible y cansado había tenido. Odiaba tener que trabajar, pero no le quedaba de otra. En sí, tampoco odiaba el trabajo, a veces incluso se divertía ahí dentro; lo que más le molestaba quizás era tener que ir hasta el lugar y volver. Para colmo ese día hacía un frío terrible. Por más que se hubiera puesto lo más abrigado que tenía, sentía que el viento helado le calaba hasta los huesos. ¿Quién podía salir con un día así? La gente que estaba obligada, claramente.

Una buena noticia era que no tenía que bajarse antes para buscar a su hermano en la escuela, ni siquiera tenía que ir a ningún lado, estaba exactamente enfrente de su casa. Eso era demasiado útil. Ya no tenía la necesidad de salir corriendo cuando sabía que se acercaba la hora de que el duende saliera, ahora lo estaba cuidando su nuevo vecino. Por un momento se preguntó cómo se habría portado Milo. ¿Será que habría roto algo o incendiado la cocina? No es que no confiara en su hermano menor, sólo que no tenía los mejores antecedentes del mundo. En la escuela ya lo tenían vigilado por ese motivo. Aunque Kardia sabía que no era culpa de Milo enteramente, sólo que las cosas se le iban de las manos. En parte, el recordar lo enojado que había quedado su hermanito luego que le dijo quién lo cuidaría en las tardes, era lo que le hacía desconfiar.

Dejó sus cavilaciones mentales cuando notó cómo una chica a su lado le miraba de forma insistente. Esto de hecho no era raro, siempre le pasaba. En el trabajo, la calle, transporte público. No era extraño encontrar alguien que le coquetee y él tampoco se quedaba atrás. Sin embargo, esa chica que le miraba no era precisamente su tipo de mujer, pero la realidad es que él no tenía un tipo específico. Era una niña apenas o eso le pareció, una adolescente. Con el cabello largo y una cara bonita, pero lo que llamó la atención de Kardia fueron los lentes de la chica. Últimamente veía muchas personas que usaban anteojos, detalle que antes pasaba totalmente desapercibido para sus sentidos. ¿Desde cuándo había comenzado a notar eso? En aquel instante la imagen de Dégel y el recuerdo de la primera vez que lo vio con lentes le llegó a la mente. Casi le provocaba reír cuando se acordaba de eso. Había sido bastante tonto y, seguramente, a partir de ahí fue que comenzó a ser un poco más atento a esas cosas.

No era raro que un millón de estupideces pasaran por su cabeza diariamente, ya estaba acostumbrado a eso y la gente a su alrededor también acababa tomando ese detalle como algo normal de su personalidad. Antes de pensar en devolverle el coqueteo a esa chica, se dio cuenta que tenía que bajar. Mucho no le importó, no sería la primera ni la última. Además estaba muerto de cansancio y sólo tenía ganas de llegar a recostarse, en una cesta de manzanas si era posible, pero antes debía ir por su monstruo.

Ni bien bajó del transporte, sintió cómo su celular vibraba. Cuando lo tomó y contestó, no alcanzó a decir "diga" siquiera que escuchó un grito al otro lado.

—¡Hasta que al fin apareces, desgraciado! —Esa voz era inconfundible a sus oídos.

—Estaba trabajando, idiota —contestó e involuntariamente sacó una sonrisa—. ¿Cómo esperas que te conteste así?

—Qué malagradecido, y yo que me preocupo por ti —Oyó cómo Manigoldo fingía tristeza al otro lado de la línea y eso le causó mucha gracia, tanto que no pudo evitar largar una carcajada—. ¿Dónde demonios te has metido? ¿Acaso te volviste a ir de trotamundos y no avisaste?

Otra vez Kardia volvió a reír y recordó ciertas cosas por las palabras de su amigo.

—No —contestó—. Sólo trabajé y cuidé al enano. Ahora volvió a empezar la escuela y tuve que conseguir alguien que lo cuidara porque la vieja que lo hacía me dejó.

—Esa anciana nunca te amó realmente —bromeó.

—Lo sé, pero me dio las mejores manzanas de mi vida.

Oyó cómo Manigoldo se carcajeaba y Kardia también lo hizo. Ambos tenían un humor muy parecido.

—¿Ya conseguiste un remplazo para que cuiden a Milo? —preguntó.

Kardia caminó por la calle y en ese momento se olvidó del frío mientras iba hablando por teléfono, recordando el "remplazo" que estaba cuidando a su hermanito.

—Sí —contestó y una sonrisa apareció en su rostro— y no sabes qué remplazo.

Había hecho un ligero énfasis en sus palabras, pero fue suficiente para que su amigo supiera a qué se refería.

—Oh, bicho rastrero, ya tenías que salir con una de las tuyas —En parte, eso no le parecía extraño a Manigoldo, pero la curiosidad empezó a surgirle—. Cuenta, ¿dónde la conseguiste? ¿Qué tan buena está? ¿Al menos es mayor de edad? Mira que ya tuvimos problemas con esa vez que…

—¡Cállate, psicópata de mierda! —cortó con un grito antes de que el otro siguiera diciendo estupideces—. No se trata de nada de eso.

—¿No? ¿Entonces qué? Anda, ya dime. Demasiado con que te voltearas a la vieja de planta baja.

—Yo no me volteé a ninguna vieja —Al menos no a esa— y ¿desde cuándo tengo que darte explicaciones? Ve y pídeselas a Albafica.

—No me hables de ese imbécil que anda más perdido que tú.

—Uh, ¿qué ocurrió? ¿Problemas en el paraíso?

—¿De qué paraíso me hablas? Creo que él preferiría ponerme en el patíbulo antes —Por más de que Manigoldo decía eso a modo de broma, Kardia sabía que no era tan así. Albafica era extraño, pero tampoco para tanto—. No sé, el condenado no llama, no contesta. Qué sé yo que le pasa.

—Ve a verlo —le animó—. Golpéalo, mátense, dense besos. Esas cosas extrañas que hacen ustedes los humanos.

—Aquí el más extraño eres tú, idiota —dijo y al instante decidió cortar con tanta estupidez e ir al grano—. Escúchame, el sábado paso por allá.

—¿Y para qué?

—Para ver a tu vecina la bruja —ironizó. Sí, él también creía en que hacía maleficios la del segundo— ¡Para verte, estúpido! Eso hace la gente con amigos.

—Bueno, ven. Trae a tu novia si lo encuentras —dijo y al instante llegó a la puerta de su edificio. Kardia no le dio tiempo a Manigoldo para replicar—. Te dejo porque tengo que ir por Milo.

—Bien, no interrumpiré tu reunión con la niñera —comentó y antes de cortar, se despidió—: Nos vemos el sábado.

—No me extrañes mucho hasta entonces.

Justo en el instante en que cortó y entró a su casa, se acordó que tenía subir las escaleras. Quizá si no estuviera tan cansado, el trayecto no le parecía largo, pero este no era el caso. Subió las escaleras con algo de pesar y meditando si, tal vez, deberían cambiarse a una casa o edificio con ascensor.

Aquellas ideas desaparecieron cuando tocó la puerta que estaba frente a su hogar. Al instante apareció su nuevo vecino y lo saludó. Kardia devolvió el saludo mientras Dégel llamaba a Milo, diciendo que habían llegado por él. Decidió aprovechar ese momento para hacer la pregunta que lo había estado carcomiendo un poco.

—Dime la verdad —mencionó llamando la atención de Dégel. Se acercó un poco a él, para hablarle más bajo y que los niños no escucharan—. ¿Cómo se portó el enano? ¿Tus vidrios siguen intactos? Si quieres podemos poner un cartón o algo para disimular que no hay ventana.

Por supuesto que estaba hablando en broma y en parte no. Sabía cómo era Milo y no le extrañaría que las cosas hubieran terminado así. Para su sorpresa, Dégel sólo lo miró con una ceja levantada, como si no entendiera qué decía y eso, aunque fuera raro, le dio una buena señal a Kardia.

—De hecho se portó muy bien —le contestó—. Estuvieron haciendo tarea de la escuela y parte del trabajo que tienen los dos como castigo. Es un buen niño.

Dégel calló al ver la cara incrédula de Kardia. Se había quedado con los ojos bien abiertos, como si le estuvieran contando una historia de terror. ¿Era Milo de quien le estaban hablando? ¿Milo? ¿Su Milo? ¿Su hermanito a quien llamaba pequeño monstruo era el mismo ser de quien le estaban hablando? Podía incluso creerse la parte de "se portó bien", pero ya lo de que hizo la tarea y buen niño era demasiado.

Para colmo el infante apareció detrás de Dégel y llevaba una sonrisa en el rostro. ¿En serio este era el mismo niño que dejó en la escuela con una cara que parecía una vaca a punto de entrar al matadero? No, se lo habían cambiado. Definitivamente ese no era su hermano.

—¿Qué es esta cosa y qué hicieron con mi hermano? —dijo sin poder evitarlo, provocando que los presentes a su alrededor lo miraran confundidos.

—¡Kardia! —se quejó Milo—. No digas eso, das vergüenza.

—¿Vergüenza? ¿Yo? —¿Desde cuándo Milo le decía algo así? Además, ¿estaba sonrojado y no quería ver a Dégel de frente? ¿Qué era este loquero extraño en el que había caído? Por un momento creyó posible que había entrado a una dimensión paralela o que todas las palabras de Asmita sobre la superación espiritual cobraban sentido y él ahora estaba un nivel más allá del ser humano, donde su hermanito dejó de ser el monstruo que conocía y se volvió persona. Sí, todo eso lo pensó en menos de diez segundos—. Anda, vamos antes de que me vuelva más loco.

—Bien —dijo el niño y se giró hacia atrás. Levantó la mano y se despidió de Dégel y Camus, quienes permanecían en la puerta—. ¡Hasta mañana!

Si ya Kardia creía que estaba loco con eso murió. ¿Desde cuándo estaba tan feliz el enano ese? Si esa mañana había ido odiado, ahora volvía completamente contento. Esto era demasiado para él. Dégel también saludó al niño y al instante que levantó la vista para observar a Kardia, se sorprendió de que éste le mirara aún como si se tratase de un ánima.

—¿En serio no le hicieron nada? —preguntó y no le importó parecer estúpido. Necesitaba una confirmación. Por más que fuera extraño, Dégel admitía que la expresión en el rostro de ese hombre se veía ciertamente divertida.

—No —contestó—, sólo creo que la pasó bien, ambos —admitió y echó una rápida miradita a Camus, quien se metió a la casa después ver a Milo despedirse.

—Vaya —dijo Kardia en un suspiro, asimilándolo y volteando la vista hacia la puerta de su casa, donde Milo ya lo esperaba impaciente que deje de hablar con el vecino—. Es increíble —mencionó y posó sus ojos en Dégel nuevamente. Una sonrisa peculiar le adornó los labios—. Eres mágico.

Aquellas palabras inesperadas sacaron de balance a Dégel. ¿Acaso era un cumplido? Por más que fuera extraño, así le sonó. ¿Mágico dijo? ¿A qué se refería con eso? No iba a preguntarlo tampoco, pero sí le había dejado bastante sorprendido. Además, ¿qué forma de sonreír era esa? Quizás era mal pensado, pero juraría que le estaba coqueteando. Sin embargo, al instante Dégel descartó esa idea, aunque no del todo. Él tenía la costumbre de pensar mal antes de saber realmente lo que ocurría. Era algo que no podía evitar y lo mismo le sucedía ahora. Aunque admitía que no le resultaba algo incómodo, sólo fue sorpresivo, aquel cumplido y la mueca. Al parecer estaba tratando con un hombre bastante efusivo y espontáneo.

—Nos vemos mañana —se despidió Kardia, volviendo hasta su casa, donde lo estaban esperando.

—Adiós… —mencionó apenas se dio cuenta. Dégel cerró la puerta tras de sí al instante y se quedó pensativo un momento.

Había sido bastante evidente y ni siquiera lo notó. Permaneció callado y no dijo nada luego de ese "cumplido", cosa que internamente le llevó a preguntarse por qué fue así. Tampoco le había dicho una maravilla ni un piropo, pero quizá la singularidad de esa corta frase fue la que le dejó un poco mareado. La duda de si Kardia sería así la mayor parte del tiempo le vino a la mente. Lo conocía poco, pero había notado algunos rasgos de su personalidad evidentes y, quizá no sonara propio, pero sentía cierta curiosidad con respecto a esto. Por más que estuvieran condicionados a verse por ser vecinos y ahora por el trato que hicieron con sus hermanos, Dégel pensaba que Kardia era una persona interesante y levemente atrayente. Aunque claro está que esto era una idea vaga que olvidó apenas entró directo a su casa, pero que ya recordaría más adelante.

Notas finales:

Primero que nada, gracias por los comentarios que me dejaron. Fueron super alentadores y que haya gente que disfrute de mi monstruo es muy gratificante. Qué sorpresa me llevé al ver que el comentario que hice sobre las tramas muy ornamentadas llamó la atención. Sólo fue un comentario al pasar, que sentí en ese momento y quise explicar; pero es muy lindo que me compartan su opinión.

Ahora algunas cuestiones respecto del fanfic. Hubo una señorita que me preguntó sobre las edades, creí haberlo mencionado, pero también lo diré por acá por si alguien más no entendió. Milo y Camus tienen 9 años los dos, mientras que Dégel y Kardia tienen unos 23 años. Algo así es más o menos. Luego, ¿qué pasa con lo que dije sobre otras parejas? Ellos irán apareciendo de a poco. Podrán notar que, por mis fanfics, además de Kardia y Dégel, también amo mucho la pareja de Shion y Dohko. ¡Obvio que ellos van a estar, re casados y con un pequeño Mu! Jajaja xD Luego Manigoldo con Albafica seguramente. ¿Asmita con Deuteros? Ya veremos. Antes de pensar en otras parejas tengo que dejar que este fanfic crezca un poco.

Una cosa más sobre este capítulo. Los Aristogatos es una película de Disney de 1970. Yo aún conservo varios videos y éste es uno de ellos. Usé la película porque me pareció una idea divertida, aunque sé que no a muchos les gusta o la vieron. No es muy conocida. De todas formas no va a ser relevante a la trama, pero me pareció que debía aclararlo.

En fin. Me voy que tengo un que rendir un examen de latín y estudié moderadamente. Me gusta publicar cuando estoy por rendir en vez de repasar(?) Nos vemos pronto, ya saben, como mucho en dos semanas.

Besitos!


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