3. ¿Le odias?
—He cumplido Zohchoh, digamos que estamos a mano, él y yo… —contestó críptico sin dirigirle la mirada.
Sus ojos estaban puestos en la copa que empuñaba en la mano, una copa de oro con un decorado excelso, hundió un dedo de la otra mano en el líquido oscuro, sólo para ver como el espejo granate del vino, en aparente calma se enturbiaba formando círculos concéntricos.
El General del Sur sabía que no le iba a sacar nada más a Taishaku-ten, lo conocía de sobra, el hombre seguía siendo un enigma del cuál muy poco se había revelado incluso en los momentos álgidos de la cruenta batalla… había soportado estoicamente en su silencio y en aquella devoción y religiosidad de una promesa por cumplir, pero también… en la devoción mórbida hacia un hombre ¿o se trataba de una venganza personal? Con él no se sabía… podía tratarse de cualquier cosa.
Acabó por abandonar el recinto imperial y le dejó solo, convenía dejarle a solas con sus fantasmas.
—Sal de ahí… Kujaku… me cabrea que estés espiando… —ordenó displicente, un instante después, el joven de alas negras abandonó su escondite.
Caminó hacia él, con una sonrisa amigable en el rostro, incluso se sentó a sus pies, como un pequeño cachorro aspirando a una caricia… daba gracia o miseria el pobre… cargando tanto a cuestas como el mismo Taishaku-ten.
—Yasha sigue esperando, ¿verdad? No quiero herir los sentimientos de nadie, pero… dudo que Ashura despierte, a menos que algo inesperado suceda… —le dijo al joven a sus pies.
—Espera sí, ya sabes cómo es, ¿y tú? ¿Qué esperas?
—Ya no espero, hoy es el día —le contestó animado.
Kujaku le observó, ladeo el inocente rostro y entendió.
—Hoy… es el día de tu muerte…
—Sí, al fin.
—¿Por qué no te dejaste matar por Ashura? Tú mismo dices que es insoportable vivir sin la persona amada…
—¿Te parece que deseaba ir corriendo al mundo de los muertos para abrazar a aquel maldito Rey de la Guerra…? —Ironizó para después dejar escapar una carcajada cruel, cruel hacia sí mismo, irónica— Le prometí algo, es verdad, y viví para cumplirlo… pero él me hizo pagar más de una vez… cuando aún vivía, estamos a mano…
—Tu secreto está seguro conmigo —susurró.
—También tú, ¿verdad?, también tú te vas… has tomado tu decisión…
—Así es Taishaku-ten, Dios del Trueno.
—Me sabe mal a estas alturas todo el maldito título, contéstame algo: ¿Estás satisfecho?
Kujaku acabó por reír también, negó con la cabeza porque no sabía si podía tomarse esa pregunta como una agresión o simple curiosidad que pretendía ahondar en lo que había ocurrido en el pasado.
—He visto al que alteró el rumbo de las estrellas, y Ashura sabe que no es una paria, sí, estoy satisfecho —dijo sacudiendo una de sus alas negras.
—Si lo dices por mí, bien, si lo dices por Ashura-ō… con gusto acabo con tu vida, para irme con un muerto más, de entre todos los que ya cargo…
—¿Le odias?
—No.