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Dharma por HokutoSexy

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6. ¡Ahora!

 

 

 

—Paga el precio entonces —exigió ladino, en verdad Taishaku-ten era un ser despreciable en cualquier momento y situación—, te doy mi palabra, no permitiré que las seis estrellas se reúnan… no permitiré que la Destrucción se apodere de tu heredero —aligeró el momento.

 

—¿Ahora…? —Preguntó el otro dando un paso atrás, incrédulo por la liviandad de Taishaku-ten.

 

—Pues claro, ¿a qué esperabas? ¿Que fuese un pacto épico de palabra? ¿Un gran festín con poemas y arpas? ¡Ahora! —rezongó inflexible, acortando la distancia entre los dos, dispuesto a tomar la revancha,  además la sola idea de ese cuerpo que imaginaba terso y delicado… estaba tensando su… “trueno”.

 

Porque si lo confesaba, y no lo haría nunca, Ashura-ō era con mucho el hombre más hermoso que había visto en Cielo y Tierra… era único… y cómo estaba gozando de hacerlo palidecer.

 

Sólo que el rey todavía tenía un as bajo la manga, o bajo la espada…

 

Acabaron en una habitación anónima, ni siquiera se trataba de una habitación secundaria, era una habitación a la que habían accedido por obra y gracia Ashura-ō, ahora fue Taishaku-ten quién quiso preguntar: ¿Aquí?, con indignación.

 

—No esperabas que te llevara a mi habitación, ¿verdad? —Se mofó con una sonrisilla mezquina.

 

—No se necesita más —trató de no parecer un estúpido.

 

Lo empujó… lo empujó… lo fue llevando en medio de un beso obstinado, pasional, hasta la orilla de la cama en donde lo empujo un poco más para hacerlo caer mientras él descendía sobre su presa…

 

Y la presa se volvió a un lado ¡Interrumpiendo su momento de triunfo y seducción!

 

—¿Qué te pasa?

 

—Hazlo.

 

—Ya veo… es tu manera de protestar y fastidiar, cabrón… —se trataba de la resignación más que del hecho de fastidiarle la escena, entre ellos dos las cosas nunca fueron fáciles.

 

—Acepto mi parte del trato, Dios del trueno… —el monarca había hecho sonar aquel título como si de una lavandera se tratara.

 

Taishaku-ten rechinó los dientes, se contuvo para evitar graznar su rabia, como normalmente hacía, y sobre todo para no arrancarle la ropa y ponerlo boca abajo como una ramera cualquiera.

 

—¿Está tratando de ocultarse tras una elegante cortina de dignidad, Su Majestad? Porque déjeme decirle, que en la cama todos somos iguales: prestos y dispuestos al placer…

 

—Pero qué…

 

No más palabras, no más ironías, sólo ropa que cae, ropa tironeada, rota, esparcida, empujones, quejas, maldiciones, besos, saliva tibia… piel entibiada a caricias, a mordiscos.

 

—Hazme la guerra, Dios de la guerra… eso deseo… —susurró el guerrero al oído del rey, logrando pasar la frontera de la cordura, del pecado… de lo absurdo.

 

Pero el Dios de la Guerra, no le mostró la guerra.

 

No se la mostró ni esa vez ni muchas otras después. Se resistía a ser conquistado, se resistía a que el último bastión, el de su cordura, cayera… era la manera de protegerse de lo desconocido y del paroxismo al que ese hombre lo transportó esa noche y muchas más…

 

Livianos, inmorales, pecadores…


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